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Full text of "Historia de la República Argentina : su origen, su revolución y su desarrollo político hasta 1852"

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HISTORIA 


REPÜBLICA  ARGENTINA 


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VIOEKTTE    F.   LOFEZ 


HISTORIA 

DE   LA 

REPÚBLICA  AUGENTINA 


SU  ORIGEN 

SU  REVOLUCIÓN  Y  SU  DESARROLLO  POLÍTICO 
HASTA  1852 

NUEVA.     EDICIÓN 


Tomo  V 


BUENOS  AIRES 
Librería  LA  FACULTAD,  de  Juan  Roldan  ' 

418  -  FLORIDA  -  418 

191 1 


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2.831 
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XliTJDXa 


Capítulos  Págs. 


Advertencia 9 

I.  — Nueva  ocupación  de  Salta  y  su  desalojo  por 

la  toma  de  Montevideo 15 

II.  — La   restauración   de   Fernando   VII.  — Inglate- 
rra y  Portugal 62 

III. — Efectos   de   la  toma   de  Montevideo  sobre  el 

espíritu  público  de  los  pueblos  del  Perú  ...         98 
IV.— El  organismo  político  de  la  capital  y  sus  ad- 
versarios           114 

V.— Sublevación  del  ejército  del  Norte  y  modifica- 
ción interna  de  la  oligarquía  liberal  140 

VI.— Dictadura  y  caída  de  la  oligarquía  liberal  ...       173 
VII. — Esfuerzos  del  espíritu  público  contra  la  inmi- 
nente disolución  de  los  vínculos  nacionales.       233 
VIII.— Ocupación    de    Santafé.  —  Desastre    de    Sipe- 

Sipe 264 

IX.— Efectos  políticos  del  desastre  de  Sipe-Sipe...       294 
X. — El  Congreso  de  Tucumán  y  el  estado  general 

de  las  provincias 347 

XI.— Restablecimiento  del   capitalismo  y  del   siste- 
ma unitario    383 

XII. — El  régimen  directorial  y  las  provincias  disi- 
dentes         426 

XIII.— La  oposición  y  la  prensa  de  la  capital 445 


VI 


ÍNDICE 


Páps. 

Apéndice  I.— Documentos   sobre   el  motín   del   gene- 
ral Rondeau  y  del  ejército  de  Jujuy.       501 

—  II. — Las    relaciones    de    Alvarez-Thomas    y 

del  Cabildo  de  Buenos  Aires  con  Ar- 
tigas después  de  la  caída  de  la  Asam- 
blea General  Constituyente 516 

—  III. — Comunicaciones    encomendadas    al    co- 

misionado don  Manuel  García,  acre- 
ditado ante  la  corte  de  Rio  Janeiro.       520 

—  IV. — Enjuiciamiento   y    proceso     contra    los 

miembros  de  la  Asamblea  General 
Constituyente 528 

—  V. — Los  sucesos  de  la  ocupación  de  Santafé 

por  el  general  Viamonte 538 

—  VI. — Parte  oficial  de  la  derrota  de  Sipe-Sipe.       551 

—  VIL — El   almirante   Brown  y  los    tribunales 

ingleses    562 


Antagonismo  de  las  masas  bárbaras  del 
Uruguay  y  de  sus  caudillos,  contra  las 
tendencias  orgánicas  y  cultas  de  la  ca- 
pital (1815  á   1820). 


ADVERTENCIA 


Los  grandes  conocedores  en  la  arquitectura  pe- 
culiar que  corresponde  á  una  obra  literaria,  han  de 
notar  que  el  capitulo  con  que  comienza  este  volu- 
men, habría  figurado  con  mejor  orden  al  final  del 
anterior.  Pero  una  dolorosísima  pérdida  de  familia 
abatió  de  tal  manera  mi  espíritu  que  quedé  inhabi- 
litado para  continuar  de  pronto  la  tarea;  y  de  ahí 
la  ligera  imperfección  en  que  fué  editado  el  cuarto 
volumen,  y  la  incongruencia,  diré  así,  con  que  co- 
miensa  el  actual,  cuando  era  en  el  otro  en  el  que 
había  pensado  cerrar  el  cuadro  general  de  la  pri- 
mera campaña  del  general  Belgrano,  tan  gloriosa- 
mente iniciada  con  las  memorables  jornadas  de 
Tucumán  y  de  Salta,  y  cerrada  con  su  destitución 
y  proceso  después  de  los  desastres  de  Vilcapugio 
y  Ayauma. 

Diremos  ahora  algo  que  nos  concierne  sobre  el 
plan  general  y  ordenación  sistemada  de  nuestro  tra- 
bajo actual  y  de  los  anteriores.  Si  no  tuviésemos 
más  que  nuestra  propia  convicción,  no  nos  atreve- 
ríamos d  decir  que  habíamos  sido  los  primeros  que 
habíamos  puesto  en  manos  del  público  un  cuadro 
vasto  general  y  detallado  de  la  Historia  de  la  Re- 


I  o  ADVERTENCIA 

pública  Argentina,  de  que  carecía  nuestra  literatu- 
ra histórica,  en  las  cohivinas  de  la  Revista  del  Río 
de  la  Plata.  Pero,  afortunadamente  para  el  derecho 
que  tenemos  á  reclamar  esa  honra,  hemos  encon- 
trado entre  los  papeles  de  un  amigo  justamente  llo- 
rado por  las  letras  argentinas,  el  testimonio  del  juez 
más  competente  que  aun  tenemos  en  materias  de 
erudición  patria,  antigua  y  moderna :  testimonio 
tanto  más  lisonjero  cuanto  que  era  dado  en  carta 
privada,  y  como  incidente  espontáneo  de  ella,  que 
no  se  dirigía  á  nosotros  mismos. 

El  señor  don  Manuel  Ricardo  Trelles  le  escribía 
en  los  términos  siguientes  al  lamentado  amigo  que 
hemos  mencionado :  uAl  doctor  Lopes,  que  he  leído 
el  capítulo  relativo  á  Güemes,  y  que,  con  perdón  de 
usted  (*)  lo  considero  uno  de  los  mejores  de  la 
importante  obra  con  que  enriquece  la  historia  de 
nuestra  Revolución,  y  que  lo  creo  tal  vez  el  de  más 
alcance  político  para  la  patria,  de  los  que  han  apa- 
recido hasta  ahora. 

))¡Qué  falta  tan  grande  nos  hacia  un  trabajo  so- 
bre la  Revolución  Argentina  como  el  que  está  pu- 
blicando el  doctor  López!  ¡Qué  útil  sería  que  se 
popularizase  más  la  lectura  de  esa  interesante  obra! 

))Pero  las  ideas  de  nuestros  gobiernos  no  son 
favorables  á  las  producciones  literarias  ó  de  otro 
género  (**)  de  nuestras  propias  imprentas.  Al  me- 


(*)  El  amigo  á  quien  escribía  mantenía  aún  las  pre- 
ocupaciones del  viejo  partido  unitario  contra  Güemes. 

(**)  Suponemos  que  ha  querido  decir  de  género  cien- 
tífico. Hemos  subrayado  porque  así  lo  encontramos  en  el 
original. 


ADVERTENCIA  I  I 

nos  no  ha  proyectado  todavía  la  protección  que 
debe  dárseles,  como  lo  ha  hecho  respecto  de  las 
producciones  extranjeras  de  lectura  general  (***). 

))Un  proyecto  semejante  para  las  obras  que,  co- 
mo la  del  doctor  López,  son  de  lectura  general  y  de 
utilidad  general  para  los  argentinos,  seria  muy  con- 
veniente. 

nPongo  aquí  punto  final,  con  el  gusto  de  repe- 
tirme como  siempre  su  affmo.  amigo. — (Firma- 
do)— Maní.  Ricdo.  Trelles. — Marzo  2^  de  iS'^^.-» 

Este  cuadro  vasto  y  general  de  nuestros  aconte- 
cimientos revolucionarios,  apareció  como  he  dicho 
en  la  Revista  del  Río  de  la  Plata  (1822  á  i8y6)  ocu- 
pando una  larga  serie  de  números.  Puedo  decir 
con  toda  verdad  que  fué  un  trabajo  improvisado,  y 
desempeñado  bajo  el  peso  de  las  necesidades  de  cada 
cuaderno  mensual,  que  ni  tiempo  bastante  me  per- 
mitían para  consultar  documentos  propios  y  ajenos, 
pedir  el  servicio  de  que  me  los  proporcionasen,  ó 
rebuscarlos  y  copiarlos  en  los  archivos.  Seguro  por 
otra  parte  de  la  verdad  general  y  del  enlace  histó- 
rico de  los  sucesos  que  historiaba,  me  servía  de 
pronto  de  aquello  que  tenia  más  á  la  mano,  y  de  la 
tradición  que  por  causas  especiales  había  tomado 
en  fuentes  puras. 

La  obra  era  nueva,  como  el  señor  Trelles  lo  dice 
con  justicia.  Hasta  entonces  la  Revolución' Argen- 
tina era  una  región  inexplorada  cuyos  secretos  in- 
ternos y  configuración  geográfica  eran  algo  de  obs- 

(***)  En  cuanto  á  nosotros,  sabido  es  que  posterior- 
mente hemos  obtenido  esa  protección. 


1 2  ADVERTENCIA 

curo  y  de  enmarañado  que  nadie  se  había  atrevido 
á  demarcar  y  distribuir ;  y  á  eso  es  á  lo  que  el  señor 
Trelles  se  refiere  haciendo  notar  la  novedad  de  la 
obra. 

Levantada  la  perspectiva  y  llenados  sus  planos, 
el  trabajo  quedó  hecho  y  en  manos  de  todos;  fácil 
fué,  como  era  también  natural,  que  resaltaran  algu- 
nos detalles  defectuosos,  incorrectos,  ó  imperfeccio- 
nes, indispensables  dada  la  manera  con  que  se  ha- 
bía ejecutado  la  obra.  En  tales  ó  cuales  puntos  de 
los  que  yo  había  puesto  á  la  luz  en  el  conjunto, 
existían,  se  dijo,  cartas,  apuntes,  documentos  pri- 
vados, en  posesión  de  familias  relacionadas  con  los 
actores,  que  no  eran  acordes  con  la  forma  en  que 
se  les  había  presentado.  Sin  desconocer  la  exacti- 
tud de  algunas  de  las  rectificaciones  que  con  los 
años  han  ido  apareciendo,  y  que  apuntaré  en  notas 
ó  discutiré  en  Apéndices,  tengo  ya  la  convicción  de 
que  en  cuanto  á  la  verdad  del  conjunto  y  á  la  verdad 
del  encadenamiento  de  las  causas  y  de  los  efectos 
políticos,  de  los  caracteres  y  personas  que  actuaron, 
y  de  la  justa  imparcialidad  con  que  procedí  enton- 
ces, nada,  absolutatnente  nada  de  fundamental  se 
me  haya  observado. 

Y  en  cuanto  á  los  detalles  mismos,  ha  sucedido, 
como  sucede  casi  siempre,  que  si  de  unas  manos 
•particulares  han  salido  á  luz  algunos  que  parecen 
contradecirme,  de  otras  manos  y  posteriormente  han 
salido  otros  documentos  que  han  venido  a  confir- 
mar el  fondo  de  los  asertos  que  yo  había  avanzado 
fundado  en  la  tradición  oral,  como  creo  que  apare- 
cerá de  las  notas  que  en  esta  nueva  obra  pondré  al 
tocar  en  los  Í7icidentes  aludidos.  No  serán  muchas 


ADVERTENCIA  I3 

por  cierto ;  y  aun  en  ellas  mismas  tampoco  quedará 
sin  fundamento  verdadero  la  parte  esencial  de  los 
hechos  que  yo  haya  aseverado,  por  natural  que  sea, 
que  en  un  trabajo  tan  extenso  y  complicado  como 
el  que  di  á  luz,  haya  yo  podido  ser  mal  informado  en 
puntos  de  Ínfimo  detalle  que  estrictamente  hablando 
no  serían  históricos  sino  meramente  anecdóticos. 

La  forma  de  los  trabajos  que  publiqué  en  la 
Revista  del  Río  de  la  Plata,  debía  ser  forzosamente 
una  sucesión  ó  larga  serie  de  artículos  sucesivos, 
que,  á  causa  de  su  misma  extensión,  tomaban  una 
forma  enteramente  diversa  de  la  de  un  libro,  por 
su  distribución  y  por  sus  contornos.  La  necesidad 
de  entregar  un  artículo  mensual,  me  obligaba  á  dar 
á  ese  artículo  la  unidad  de  contexto  que  correspon- 
día al  número  de  la  Revista  que  había  de  insertar- 
lo. Debía  pues  resultar  en  el  conjunto  una  falta 
de  proporciones  y  de  formas  arquitectónicas  que 
es  fácil  de  reconocer,  y  de  disculpar,  en  el  tiraje  que 
se  hizo,  por  separado,  de  toda  la  serie.  Esta  nueva 
obra  corrige  esa  grave  imperfección,  pues,  aunque 
es  enteramente  nueva  y  distinta  de  aquella  otra, 
tendrá  que  reproducir  por  fuerza  el  mismo  fondo 
histórico  que  fué  su  materia;  así  como  me  obligará 
también  á  ser  menos  anecdotista,  pues  aquélla  par- 
ticipó en  mucho  de  un  cierto  carácter  de  Memorias, 
que  no  condice  con  la  forma  histórica  sino  cuando 
entra  delicada  y  prudentemente  incorporada. 


Antagonismo  de  las  nnasas  bápbat^as 
del  Uruguay  y  de  sus  caudillos,  con** 
tpa  las  tendencias  orgánicas  y  gu1»< 
tas  de  la  capital  (1815  á    1820). 


CAPITULO  I 

NUEVA    OCUPACIÓN    DE    SALTA    Y   SU    DESALOJO 
POR    LA    TOMA    DE   MONTEVIDEO 

SUMARIO:  El  general  Belgrano. — Estado  de  sus  tropas. — 
Indignación  general  producida  por  sus  errores. — Su  im- 
pasible resignación. — Las  condiciones  misteriosas  de  su 
temperamento  y  carácter. — Su  bondad,  su  devoción  y  sus 
rezos.  —  Síntomas  de  despecho.  — Injusticia  terrible  de  al- 
gunos de  sus  actos. — La  Casa  de  Moneda  de  Potosí,  y  el 
doctor  don  Tomás  M.  de  Anchorena. — El  coronel  Ze- 
laya  y  el  capitán  José  María  Paz. — Llegada  á  Jujuy.— 
Energía  del  espíritu  público  en  Salta. — El  comandante 
don  Martín  Güemes.  —  Sus  antecedentes. — Dorrego  lla- 
mado al  mando  de  la  retaguardia  y  protección  de  la  re- 
tirada.—  El  éxito  y  brío  de  sus  operaciones. — El  coronel 
realista  Castro. — Llegada  del  general  San  Martín  al  ejér- 
cito.— Sus  relaciones  con  Dorrego  y  sus  primeras  me- 
didas.— Acción  de  las  Lomas  de  San  Lorenzo. — Coope- 
ración de  los  gauchos. — Cuartel  general  en  Tucumán.  - 
Relevo  de  Belgrano. — Resolución  de  procesarlo.  —  Su  de- 
ficiencia en  la  nueva  situación  de  las  cosas. — Comparti- 
ción amistosa  entre  Alvear  y  San  Martín  de  las  opera- 


l6  XUEVA    OCUPACIÓN 

ciones  en  ambos  extremos  de  la  lucha.  —  Motivos  natura- 
les de  incongruencia  posterior  entre  ambos.  —  Situación 
precaria  de  San  Martín. — San  Martín  y  Belgrano.  —  Su 
primer  encuentro  en  Yatasto.  —  Su  recíproca  benevolen- 
cia y  sus  medidas. — Retirada  á  Tucumán  de  la  división 
de  Dórrego. — Elevación  de  Güemes  al  mando  superior 
de  las  fuerzas  populares  de  Salta  y  de  las  fronteras  de 
Tucumán. — Opinión  de  Dorrego  sobre  la  composición  y 
el  personal  del  ejército. — Dorrego  y  el  general  Belgra- 
no.— Enojo  de  San  Martín  y  necesidad  en  que  se  vio 
de  separarlo  del  ejército. — Orden  del  gobierno  para  que 
el  general  Belgrano  fuese  separado  y  confinado  en  Cór- 
doba mientras  se  le  procesaba. — Resistencia  y  reclamacio- 
nes de  San  Martín  contra  esa  orden.  —  Su  evidente  sofisma 
sobre  la  necesidad  que  tenía  de  conservar  á  su  lado  al 
general  Belgrano.  —  Sagacidad  y  motivos  verdaderos  de 
su  conducta. — Prevenciones  latentes  del  ejército  y  de  los 
pueblos  del  norte  contra  la  oligarquía  liberal  de  la  ca- 
pital.—Su  decidida  predilección  por  el  general  Belgra- 
no.— Reiteración  de  las  órdenes  del  gobierno  y  salida  del 
general  Belgrano  para  Córdoba  en  calidad  de  proce- 
sado.— Instancias  de  San  Martín  para  que  se  le  relevase 
del  mando  del  ejército  por  motivos  de  salud  arruinada. — 
Honrosa  y  recíproca  amistad  de  San  Martín  y  Güemes. — 
Trabajos  de  San  Martín  en  la  reorganización  del  ejér- 
cito.— La  Cindadela  de  Tucumán.  —  Su  plan  y  acertados 
fines  de  su  construcción. — Ardides  de  San  Martín  para 
mantener  en  alarma  al  enemigo  y  estorbar  su  interna- 
ción.— El  patriota  coronel  Arenales  en  Cochabamba.— Si- 
tuación difícil  de  Pezuela.  — Triunfo  de  los  realistas  so- 
bre Arenales  en  San  Pedrillo  y  sobre  Wames  en  Santa- 
cruz  de  la  Sierra. — Adelanto  del  cuartel  general  realista 
hasta  Jujuy. — Victoria  de  Güemes  sobre  Castro  en  So- 
malao. — Espléndida  victoria  de  Arenales  en  la  Florida. 
—Noticia  de  la  caída  de  Montevideo. — Efectos  continen- 
tales del  suceso.— Retroceso  precipitado  de  Pezuela  con 
todo  su  ejército  hasta  el  centro  del  Alto  Perú.— Alarma 
profunda  y  angustias  de  Abascal. — Exoneración  del  ge- 
neral San  Martín.  —  Su  retiro  á  Córdoba.  —  Sus  solicitu- 
des para  obtener  la  gobernación  de  Mendoza.  — Situación 


Y    DESALOJO    DE    SALTA  17 

de  los  negocios  de  la  capital.— Descontento  y  síntomas 
de  trastornos  políticos. — Precauciones  y  reserva  del  ge- 
neral San  Martín. — Su  temor  y  su  antipatía  á  figurar  en 
los  partidos  ó  facciones  de  la  política  gubernativa.  —  Su 
desaliento. — Sus  deseos  de  servir  en  la  división  auxiliar 
de  Chile.  —  Sus  miras  sobre  las  ventajas  que  ofrecía  ese 
país  para  llevar  la  guerra  al  Perú  por  las  costas  del  Pa- 
cífico.—Poco  valor  dado  á  sus  ideas  en  aquel  momento. — 
Prestigio  y  esperanza  que  se  fundaban  en  la  nueva  cam- 
paña del  general  Alvear  al  Alto  Perú. 

Cuando  la  oligarquía  liberal  de  octubre  (1812) 
se  daba  con  tenaz  afán  á  la  adqui- 
1814  sición  y  preparativos  de  los  me- 

Enero  dios  con  que  se  proponía  resolver 

el  problema  vital  de  aquel  mo- 
mento, que  era  la  rendición  de  Montevideo,  el  ge- 
neral Belgrano,  seguido  de  cerca  por  los  realistas, 
venía  desde  Potosí  buscando  su  salvación  en  las 
provincias  argentinas.  El  ejército,  si  es  que  ejér- 
cito podía  llamarse  lo  que  traía  á  sus  órdenes,  era 
un  menguado  agrupamiento  de  los  restos  á  que 
habían  quedado  reducidos  los  brillantes  batallones 
sacrificados  sin  juicio  ni  previsión  en  Vilcapugio 
y  Ayauma.  El  general  preveía  necesariamente  que 
el  gobierno,  la  capital  y  el  país  entero,  tenían  so- 
bradísimos motivos  para  estar  indignados  contra 
él.  Su  descalabro,  no  tanto  era  resultado  de  su  mala 
suerte,  cuanto  de  los  evidentes  errores  que  había 
cometido,  y  de  la  incompetencia  de  que  había  dado 
palmarias  pruebas  desde  aquella  inconcebible  ca- 
pitulación otorgada  al  ejército  realista  rendido  en 
Salta  (i),  sin  haber  obtenido  otro  resultado  que  el 

(i)     Tomo  IV,  pág.  269  á  271, 

HIST.    DE    LA    REP.    ARGENTINA.    TOMO   V.— 2 


1 8  NUEVA    OCUPACIÓN 

volver  á  encontrarlo  reorganizado,  reforzado  y  ven- 
cedor en  esta  subsiguiente  campaña ;  c[ue,  por  eso 
mismo,  se  hacía  más  funesta  aun  y  más  vergonzosa 
para  las  armas  argentinas.  Lo  que  colmaba  el  se- 
vero cargo,  que  merecían  tantos  errores,  era  que 
no  hubiese  sabido  siquiera  salvar  el  precioso  ejér- 
cito que  se  le  había  confiado,  haciendo  á  tiempo 
una  retirada  honrosa  y  oportuna  sobre  Chuquisaca, 
como  había  podido  hacerla  entrando  en  un  terreno 
favorable  para  su  causa  y  sacando  al  enemigo  del 
centro  de  sus  recursos,  antes  de  comprometerse  en 
una  posición  que  lo  forzaba  á  aceptar  condiciones 
altamente  desfavorables  como  la  que  había  elegido 
él  mismo.  Si  lo  hubiese  hecho,  es  de  toda  eviden- 
cia que  Pezuela  no  s€  hubiese  aventurado  á  perse- 
guirlo con  precipitación,  y  habría  tenido  tiempo 
de  reformar  su  plan  de  campaña  y  de  reunir  recur- 
sos muy  superiores  á  los  del  enemigo. 

El  general  Belgrano  sabía  bien  que  estos  car- 
gos justificadísimos,  que  no  pocos  de  sus  jefes  le 
hacían  en  derredor  suyo,  debíah  reproducirse  con 
un  eco  general  en  la  opinión  de  todos  los  patriotas, 
y  no  podía  menos  de  estar  dolorosamente  impresio- 
nado por  las  terribles  responsabilidades  que  le  im- 
ponía el  desacierto  de  sus  operaciones.  Pero  nunca 
como  entonces  se  mostró  mejor  el  raro  y  flemático 
temperamento  de  que  estaba  dotado.  Aquella  tran- 
quilidad inexplicable  de  su  fisonomía,  de  sus  pala- 
bras y  de  su  tono;  aquella  conformidad  mística,  no 
diremos  con  su  mala  suerte,  sino  con  la  horrible 
situación  en  que  había  puesto  la  suerte  misma  del 
país ;  aquella  quietud  opaca  del  espíritu  y  de  la  pa- 
sión, que  no  estaba  justificada  por  nada  que  fuese 


V    DESALOJO    DE    SALTA  I9 

el  cálculo  de  un  talento  político  ó  militar  de  orden 
superior,  de  un  carácter  vivaz  siquiera,  ¿  qué  eran  ? 
¿  qué  encubrían  ?  ¿  Eran  signos  de  fortaleza,  ó  sim- 
ple efecto  de  una  naturaleza  apática  que  se  resig- 
naba con  mansedumbre  á  los  hechos  adversos  que 
no  sabía  remediar  ni  esquivar? 

La  desgracia  no  había  alterado  en  él  la  exqui- 
sita bondad  de  su  trato  con  sus  oficiales  y  sus  sol- 
dados. Todos  sabían  que  no  era  un  carácter  militar, 
que  era  un  político  inocente  y  sin  calidades ;  pero 
su  bondad  y  las  virtudes  personales  que  brillaban 
en  todos  sus  actos,  la  sensatez  tranquila  de  su  con- 
ducta, y  su  amor  desinteresado  por  la  disciplina, 
hacían  que  se  le  disimulasen  todas  las  condiciones 
á^i  la  carrera  que  le  faltaban ;  y  si  en  privado  era  á 
veces  objeto  de  burlas  para  los  hombres  del  cam- 
pamento, nadie  violaba  en  público  la  veneración  y 
la  gratitud  con  que  todos  lo  miraban ;  y  quizás  la 
lástima  misma  que  inspiraban  sus  contratiempos, 
influía  en  que  se  le  soportase  hasta  la  exageración 
de  rezos  y  rosarios  que  en  su  desastrosa  retirada 
venía  imponiéndole  al  ejército,  como  si  quisiera 
hacer  acto  de  contrición  por  los  pecados  propios  y 
ajenos,  ó  buscar  el  cambio  de  su  mala  fortuna  por 
el  exceso  de  sus  diarias  oraciones.  De  hinojos  y  en 
el  centro  del  cuadro  de  su  tropa,  se  rezaba  un  ro- 
sario cada  maíiana  en  que  él  mismo  hacía  de  pa- 
dre de  familia.  A  la  tarde,  después  de  pasar  las 
listas  y  de  resonar  el  lúgubre  eco  de  los  que  fal- 
taban á  la  voz  de  ((muerto  en  el  campo  de  batalla», 
se  rezaba  otro  rosario;  y  no  sería  extraño  que  en 
esta  práctica  poco  concordante  con  los  hábitos  de 
los  ejércitos  modernos,  entrase  por  algo  el  recuer- 


?0  NUEVA    OCUPACIÓN 

do  aquel  de  las  tropas  suizas  vencedoras  de  Carlos 
de  Borgoña  en  la  batalla  de  Morat,  6  la  esperanza 
de  que  igual  suerte  le  deparase  la  providencia  en 
sus  futuros  encuentros  con  el  enemigo  que  lo  había 
vencido. 

Sin  embargo,  uno  ú  otro  hecho  de  los  que  se- 
ñalaron esta  dolorosa  retirada  podría  dar  mérito 
para  pensar  que  debajo  de  su  apacible  resignación, 
de  su  aparente  mansedumbre,  ocultaba  el  general 
un  profundo  despecho  que  no  siempre  pudo  sofo- 
car, y  que  alguna  vez  se  señaló  con  evidente  injus- 
ticia y  hasta  con  un  exceso  de  crueldad  rarísimo 
en  él.  Levantábase  una  tarde  de  rezar  el  habitual 
rosario,  cuando  un  ayudante  del  jefe  de  la  reta- 
guardia vino  á  decirle  que  se  acababa  de  tomar  al- 
gunos prisioneros  en  una  guerrilla,  y  que  entre 
ellos  había  dos  de  los  juramentados  en  Salta.  Oirlo, 
y  mandar  que  fuesen  ejecutados  en  el  acto,  y  pues- 
tos sus  miembros  en  el  camino  sobre  picas,  para 
escarmiento,  fué  todo  uno.  Además  de  cruel  y  de 
injusta,  la  medida  era  completamente  impolítica. 
Entre  los  juramentados  había  gran  número  de  pe- 
ruanos, ocultamente  afectos  á  la  causa  de  la  inde- 
pendencia: tratarlos  así  era  irritarlos  y  quitarles 
toda  esperanza  de  encontrar  amistad  y  benevolen- 
cia en  las  filas  de  los  patriotas.  El  acto  de  haber 
vuelto  á  tomar  las  armas  no  había  sido  un  acto  vo- 
luntario, y  el  general  Belgrano  no  se  tomó  tiempo 
para  averiguarlo.  Ese  acto  les  había  sido  impuesto 
por  las  autoridades  supremas  militares  y  religiosas 
del  Perú,  sin  que  esos  infelices  hubieran  tenido 
medios  ni  libertad  para  eludirlo,  ni  para  evitar  los 
castigos  de  la  autoridad  militar  en  caso  de  que  lo 


Y    DESALOJO    DK    SALTA  2  1 

hubieran  intentado  invocando  sus  deberes  de  leal- 
tad para  con  los  insurgentes.  Era  el  mismo  gene- 
ral Belgrano  quien  había  incurrido  en  la  culpable 
flaqueza  de  entregarlos  así  á  los  jefes  y  al  gobierno 
que  los  habían  forzado  á  volver  al  servicio  del  ejér- 
cito realista.  ¿  De  qué  crimen  castigaba,  pues,  el 
general  Belgrano  á  esos  infelices,  que  por  culpa 
de  él  mismo  se  hallaban  quizás  forzados  en  las  filas 
enemigas?  ¿Refluía  acaso  ese  cruel  desquite  sobre 
el  virrey  Abascal,  y  los  arzobispos  de  Charcas,  del 
Cuzco  y  de  Lima  que  eran  los  criminales? 

í.a  violencia  de  la  orden  que  dio  al  oir  la  pala- 
bra juramentados  podría  ser  una  prueba  del  juicio 
desfavorable  que  el  general  mismo  hacía  de  la  lige- 
reza de  su  proceder  en  aquel  momento  solemne  de 
su  carrera  en  que  obtenía  también  el  último  y  el 
más  correcto  de  sus  triunfos.  No  hay  militar  nin- 
guno, por  ilustre  y  benemérito  que  sea,  que  pueda 
apartar  el  severo  cargo  de  la  historia,  cuando  los 
castigos  de  sangre  que  impone  no  han  sido  medi- 
tados, justificados,  y  notoriamente  necesarios  para 
la  seguridad  y  la  suerte  de  sus  armas. 

Al  convencerse  de  que  no  podía  hacer  pie  en 
Potosí,  ni  contener  el  avance  de  las  columnas  rea- 
listas que  lo  perseguían,  aceptó  las  indicaciones 
apremiantes  de  su  secretario  don  Tomás  Manuel 
de  Anchorena,  joven  de  carácter  soberbio,  de  claro 
talento  pero  inspirado  siempre  por  pasiones  ren- 
corosas y  recalcitrantes.  De  común  acuerdo  con  él, 
dio  órdenes  de  hacer  volar  la  espléndida  y  majes- 
tuosa casa  de  moneda  :  ya  para  quitarle  al  enemigo 
los  medios  de  acuñar  los  metales  de  aquel  rico  dis- 
trito, ya  «para  arruinar  ese  pueblo  que  siempre  ha- 


22  NUEVA    OCUPACIÓN 

bía  sido  y  siempre  había  de  ser  enemigo  nues- 
tro» (2). 

Afortunadamente  la  tentativa  se  frustró  por  la 
traición  del  capitán  Anglada,  intendente  militar  de 
la  casa,  que  cortó  la  mecha,  y  se  pasó  á  los  rea- 
listas. 

En  la  desastrosa  retirada  lució  su  bravura  y  su 
pericia  el  coronel  Zelaya,  encargado  con  algunos 
piquetes  de  dragones  de  contener  las  avanzadas  im- 
petuosas del  enemigo,  á  la  par  del  capitán  Paz  y 
de  otros  oficiales  que  obraban  á  sus  órdenes.  Aco- 
sado de  cerca,  pero  ganando  terreno  siempre  sobre 
el  grueso  de  las  tropas  enemigas,  que  no  podían 
adelantarse  con  la  misma  celeridad  por  lo  pesado 
del  bagaje  que  tenían  que  arrastrar  sobre  aquellos 
lugares  escabrosísimos,  el  general  Belgrano  llegó 
á  Jujuy  el  27  de  diciembre  con  900  hombres  ape- 
nas, pero  contando  ya  aumentar  sus  fuerzas  y  su 
armamento  con  los  recursos  de  que  podía  proveer- 
se en  Salta,  y  con  los  que  á  toda  prisa  le  venían  de 
Buenos  Aires  para  defender  el  territorio  argentino. 

Razón  tenía  para  esperarlo  todo  del  patriotismo 
de  las  provincias  más  amenazadas  de  cerca  por  la 
invasión.  La  de  Salta,  irguiéndose  ya  á  la  apro- 
ximación del  peligro,  corría  toda  entera  á  las  ar- 
mas con  una  energía  apasionada,  resuelta  á  en- 
volver á  los  invasores  en  una  red  menuda  de  auda- 
ces guerrillas.  A  la  cabeza  de  este  movimiento  ar- 
doroso, en  que  se  habían  echado  no  sólo  los  viriles 
habitantes  de  la  ciudad  sino  las  masas  de  la  cam- 
paña renombradas  ya  de  tiempo  atrás  por  su  des- 

(2)     Memorias  del  general  Paz,  vol.   I,  pág.    167. 


Y    DESALOJO    DE    SALTA  2^1, 

treza  sin  igual  en  el  arte  de  manejar  los  bravios  ca- 
ballos de  sus  campos,  se  había  colocado  el  joven 
esforzado  don  Martín  Güemes,  comandante  de  mi- 
licias, afamado  ya  por  su  notoria  superioridad  en 
esos  ejercicios,  por  su  fortuna,  por  su  lujoso  porte, 
por  su  audacia  en  esas  difíciles  correrías  y  por  la 
extraordinaria  habilidad  con  que  había  sabido  gran- 
jearse una  popularidad  tal  que  lo  hacía  la  base  fun- 
damental de  la  defensa  de  su  provincia  contra  las 
tropas  del  rey  de  España.  A  los  veinte  años,  Güe- 
mes era  teniente  en  el  regimiento  llamado  el  Fijo 
durante  el  régimen  colonial,  por  su  carácter  de 
cuerpo  veterano.  Con  este  grado  sirvió  en  la  Re- 
conquista de  Buenos  Aires  contra  el  general  inglés 
Beresford,  y  en  la  Defensa  contra  el  teniente  ge- 
neral Whitelocke.  Había  abandonado  el  servicio, 
y  vivía  en  Salta  llamando  la  atención  del  vecinda- 
rio, y  debiéramos  decir  escandalizándolo  también 
con  sus  audaces  y  repetidas  calaveradas,  á  la  ca- 
beza de  muchos  otros  jóvenes  como  él,  jinetes  y 
desalmados  por  pasatiempo  y  esterilidad  de  la  vida 
de  provincia  en  aquella  época  embrionaria,  cuando 
rompió  la  Revolución  de  Mayo  en  Buenos  Aires. 
Levantado  el  espíritu  de  aquellos  calaveras  que 
hasta  entonces  no  se  habían  ocupado  sino  de  asal- 
tos amorosos,  de  raptos,  de  bromas  arriesgadas  y 
de  mil  otros  desacatos,  con  los  prestigios  de  la  nue- 
va aurora  política  que  amanecía  para  el  país,  y  con 
las  excitaciones  de  la  guerra  nacional  contra  los 
funcionarios  y  mandones  españoles,  Güemes  fué 
uno  de  los  primeros  que  arrastrando  bajo  sus  ór- 
denes á  sus  amigos,  y  usando  de  la  fama  que  le 
habían  dado  entre  el  pueblo  sus  audaces  correrías, 


24  NUEVA   OCUPACIÓN 

se  pronunció  por  la  Revolución,  armó  partidas  con- 
tra los  jefes  realistas  de  Córdoba  que  pretendieron 
combatirla,  y  con  un  escuadrón  levantado  armado 
y  vestido  á  su  costa,  se  unió  al  general  Balcarce, 
cuando  deshecha  la  tentativa  de  Liniers  y  de  Con- 
cha, pasaba  este  general  por  Salta  tratando  de  en- 
trar á  toda  prisa  en  la  provincia  de  Potosí.  El  ge- 
neral Balcarce,  que  lo  conocía,  ó  que  tuvo  motivos 
personales  para  apreciar  su  extraordinaria  vivaci- 
dad y  su  cabal  conocimiento  del  país,  lo  despren- 
dió desde  Yavi  al  departamento  de  Tarija  con  el 
fin  de  que  reuniese  prontamente  caballos  y  muías, 
que  era  lo  que  más  necesitaba  para  internarse  (3). 
Una  falta  grave  de  disciplina  y  más  que  todo  de 
cordura,  fué  causa  de  que  el  coronel  Viamonte  se- 
parase á  Güemes  de  su  división  en  Potosí,  y  de  que 
le  diese  orden  de  presentarse  en  el  estado  mayor  de 
la  capital.  Después  de  algunos  meses  fué  incor- 
porado á  un  escuadrón  de  dragones  de  los  que  bajo 
las  órdenes  de  Sarratea  y  de  Rondeau  acudieron 
al  segundo  sitio  de  Montevideo.  Destituido  Sarra- 
tea y  los  jefes  argentinos  por  el  movimiento  sedi- 
cioso de  Rondeau  y  Artigas  (4),  Güemes,  siguien- 
do á  los  primeros,  se  separó  del  campamento  y  re- 
gresó á  Buenos  Aires.  Como  veremos  por  los  su- 
cesos posteriores,  Güemes  salió  de  allí  penetrado 
de  la  ineptitud  de  Rondeau,  y  ofendidísimo  del  pa- 
pel desleal  y  poco  patriótico  con  que  había  respon- 
dido á  la  inmerecida  confianza  que  el  gobierno  ha- 
bía hecho  de  él,  Al  saberse  el  desastre  de  Vilcapu- 

(3)  Véase  el  tomo  III,  pág.  205  y  207-209. 

(4)  Tomo  III,  pág.  341. 


Y    DESALOJO    DE    SALTA  25 

gio  se  comprendió  el  peligro  que  iba  á  correr  la 
provincia  de  Salta,  y  Güemes  obtuvo  licencia  para 
trasladarse  á  ella,  á  levantar  cuerpos  de  milicias  y 
guerrillas  que  pudieran  contener  al  enemigo. 

Su  crédito  no  era  tanto  todavía  que  pudiera 
confiársele  el  primer  puesto  de  esa  defensa;  no  sólo 
porque  sus  hechos  no  se  habían  elevado  aún  á  un 
orden  superior,  sino  porque  aunque  se  le  tenía  por 
habilísimo  guerrillero  carecía  de  aquel  carácter  ver- 
daderamente militar  que  da  el  servicio  regular  en 
los  cuerpos  de  línea.  Para  el  general  Belgrano,  y 
á  fe  que  tenía  razón,  á  nadie  se  le  podía  encargar 
con  mayor  confianza  que  á  Dorrego  el  mando  ge- 
neral de  la  retaguardia  y  la  seguridad  de  la  reti- 
raáa  hasta  Tucumán.  «Si  en  Vilcapugio  hubiera 
tenido  á  Dorrego,  repetía  á  cuantos  podían  oirlo, 
yo  no  regresaría  derrotado» ;  y  su  primer  medida 
fué  llamar  á  su  lado  á  este  bravo  coronel  que  se 
hallaba  á  la  sazón  desocupado  en  Salta.  Dorrego 
llegó  al  ejército  cuando  el  general  Belgrano  eva- 
cuaba ya  la  ciudad  de  Jujuy.  Encargado  del  mando 
supremo  y  absoluto  de  la  retaguardia  v  de  los  te- 
rritorios que  quedaban  en  esa  dirección,  hizo  sen- 
tir muy  pronto  su  genio  vivaz  y  sus  bríos  en  las 
operaciones  con  que  lograba  contener  las  marchas 
impetuosas  de  los  invasores.  Distinguíase  entre  és- 
tos el  coronel  de  caballería  don  Saturnino  Castro, 
hombre  de  una  bravura  instintiva  y  febril  que  arre- 
batado por  puras  personalidades  se  hallaba  incons- 
cientemente unido  á  los  realistas  á  pesar  de  ser 
nativo  de  la  provincia  de  Salta,  y  de  que  los  más 
distinguidos  miembros  de  su  familia  actuaban  en 


20  NUEVA    OCUPACIÓN 

los  más  altos  empleos  de  la  capital  (5).  Venía  con 
quinientos  y  tantos  hombres  de  caballería  y  caza- 
dores, apoyado  por  el  viejo  y  competente  general 
don  Juan  Ramírez  Orozco,  que  ya  hemos  visto 
figurar  en  la  campaña  que  terminó  en  Huaquí.  La 
división  realista  contaba  con  cinco  batallones  de  700 
plazas  cada  uno,  y  con  14  piezas  de  artillería,  que 
hacían  un  total  de  más  de  3,200  hombres  (6).  Bo- 
rrego supo  contrariar  el  avance  de  estas  columnas 
con  fuertes  guerrillas  y  movimientos  estratégicos, 
que  si  no  podían  rechazarlas  de  un  modo  absoluto, 
hacían  difícil  y  mortífero  su  progreso  al  menos.  En 
este  servicio  mereció  generales  elogios ;  y  después 
de  los  primeros  encuentros,  el  enemigo  se  hizo  tan 
prudente  en  sus  marchas,  que  no  avanzaba  si'no 
con  fuerzas  superiores ;  y  aún  así  mismo,  cuidando 
mucho  de  no  aventurarlas  demasiado  en  el  terreno 
quebrado  y  montuoso  por  donde  tenía  que  andar. 
En  ese  momento  se  acercaba  al  teatro  de  las  oi>e- 

raciones   el   coronel   don   José   de 

1814  San  Martín  con  la  investidura  de 

Enero  20         general    en   jefe    á   reemplazar   al 

general  Belgrano.  Cuidadoso  el 
nuevo  jefe  de  que  los  realistas  no  diesen  algún  otro 
golpe  decisivo  sobre  las  fuerzas  exiguas  que  ve- 
nían defendiendo  el  territorio,  había  hecho  adelan- 
tar un  escuadrón  de  granaderos  á  caballo,  advir- 
tiéndole á  Borrego  que  no  comprometiese  su  divi- 
sión antes  de  que  se  le  incorporase  esa  fuerza,   y 

(5)  Como  veremos  más  adelante,  algún  tiempo  des- 
pués trató  de  cambiar  de  bandera;  pero  descubierto,  fué 
ejecutado  al  frente  de  su  regimiento. 

(6)  General  Camba,  Memorias,  tomo  I,  pág.   112. 


Y    DESALOJO    DE    SALTA  27 

el  regimiento  número  7  de  infantería  que  traía  con- 
sigo al  mando  del  teniente  coronel  don  Toribio  de 
Luzuriaga.  Convencido  de  antemano  de  que  no 
debía  comprometer  su  fuerza  en  un  ataque  á  fondo 
sobre  una  vanguardia  tan  poderosa  como  la  que 
avanzaba  contra  él,  Dorrego  retrocedía  defendien- 
do con  éxito  y  bravura  el  terreno  que  tenía  que 
abandonar.  Puesto  ya  en  las  orillas  de  Salta,  y  te- 
niendo que  evacuarla,  ejecutó  una  hábil  y  preciosa 
operación  en  las  lomas  de  San  Lorenzo,  batió  com- 
pletamente la  división  de  Castro,  y  la  obligó  á  re- 
plegarse al  cuerpo  principal  con  pérdidas  de  alguna 
consideración.  Más  efectivo  hubiera  sido  ese  triun- 
fo, si  el  oficial  don  Mariano  Ríos  que  mandaba  los 
granaderos  á  caballo  hubiera  demostrado  la  debida 
decisión  para  ejecutar  á  tiempo  las  órdenes  que  se 
le  dieron.  Gra\^s  cargos  debieron  resultar  contra 
él  en  ese  día,  pues  fué  depuesto  inmediatamente 
después  por  el  general  San  Martín. 

Cooperando  á  estas  operaciones  del  coronel  Do- 
rrego fué  que  se  levantó  la  fama  de  Güemes  y  de 
sus  enjambres  de  valientes  gauchos.  Era  tal  la  au- 
dacia y  la  rapidez  de  su  aparición  sobre  las  descu- 
biertas y  piquetes  enemigos,  y  sobre  las  colum- 
nas mismas  que  atravesaban  los  bosques  ó  los  te- 
rrenos enmarañados  que  son  muy  comunes  en  aque- 
llas latitudes,  que  los  realistas  tuvieron  que  dete- 
nerse en  la  ciudad  de  Salta,  postergando  su 
marcha  sobre  Tucumán  hasta  la  llegada  de  su  ge- 
neral en  jefe  con  mayores  recursos,  y  con  fuerzas 
capaces  de  dominar  la  oposición  general  de  aquellas 
masas,  que  como  si  estuvieran  protegidas  por  es- 
píritus  invisibles  asaltaban    de   improviso   y  diez- 


28  NUEVA   OCUPACIÓN 

maban   las  descubiertas  y  avanzadas  de  los  inva- 
sores. 

Dentro  de  la  ciudad  misma  vivían  los  realistas 
azareados   y  en   alarma  continua   por  las  audaces 
incursiones  de  los  patriotas  sáltenos,  que  al  favor 
de  sus  veloces  caballos  aparecían  por  algún  lado 
inesperado,    daban   un    golpe   tremendo   al    menor 
dessuido,  mataban  los  centinelas,  enlazaban  los  ofi- 
ciales que  marchaban  á  la  cabeza  de  los  piquetes, 
y  desaparecían  como  sombras  impalpables  (7). 
Escarmentada  por  la  división  de  Borrego  y  por 
las  guerrillas  de  Güemes  la  auda- 
1814  cia  ó  la  confianza  de  los  jefes  de 

Enero  23         la  vanguardia  realista,  pudo  Bel- 
grano  dejar  contenida  la  marcha 
del  enemigo  en  Salta  y  entrar  en  el  territorio  de 

(7)  El  general  español  García  Camba,  actor  honorable 
de  esta  guerra,  dice:  «Al  invadir  nuestras  tropas  la  pro- 
vincia de  Salta  los  enemigos  se  habían  replegado  á  Tucu- 
mán,  obligando  á  retirarse  allí  á  todas  las  familias  más  se- 
ñaladas por  sus  opiniones  realistas,  y  haciendo  conducir  al 
mismo  punto  cuantos  ganados  y  víveres  les  fué  posible.  De 
cuando  en  cuando  se  acercaban  á  Salta  algunos  grupos  de 
gauchos  sostenidos  por  dragones  más  regularizados  á  las 
órdenes  todos  de  Güemes,  un  vecino  notable  de  la  ciudad, 
y  con  habilidad  suma  interceptaban  las  comunicaciones  de 
nuestros  cantones,  y  estorbaban  la  introducción  de  víveres 
en  ellos.  Era  de  todo  punto  indispensable  emplear  fuerzas 
proporcionadas  que  ahuyentaran  á  los  insurrectos,  a-prove- 
chando  las  lecciones  que  ofrecían  los  descalabros  ex-peri- 
mentados  for  el  escuadrón  de  fartidarios  á  causa  de  la  de- 
masiada confianza  con  que  el  coronel  Castro  le  empleaba 
en  recorrer  el  campo  dividiéndolo  en  cortos  destacamentos, 
los  cuales,  acechados  por  el  enemigo,  eran  cargados  de 
improviso  por  otros  mejor  montados  y  casi  siempre  destro- 


Y    DESALOJO    DK    SALTA  29 

Tucumán,  en  cuya  ciudad  pensaba  reorganizar  los 
restos  del  ejército,  y  remontarlo  con  las  nuevas  tro- 
pas que  debían  venir  de  la  capital,  y  con  los  con- 
tingentes de  las  provincias  inmediatas.  Dominado 
por  su  desaliento,  convencido  quizás  de  su  incom- 
petencia, sensible  al  descrédito  en  que, suponía  su 
nombre  como  general,  y  más  que  todo  conturbado 
por  las  terribles  responsabilidades  que  le  iba  á  im- 
poner una  campaña  defensiva  en  que  había  de  de- 
cidirse la  suerte  suprema  de  la  Revolución  Ar- 
gentina, Belgrano  se  había  adelantado  á  pedir  su 
relevo,  antes  de  saber  que  en  i6  de  diciembre  había 
sido  ya  nombrado  el  coronel  don  José  de  San  Mar- 
tín para  substituirlo,  con  orden  de  que  al  entregar 
el  mando  permaneciese  en  el  ejército  en  su  clase 
de  coronel  efectivo  del  número  i.°  de  infantería. 
Este  término  medio  ó  paliativo  tenía  por  causa  con- 
temporizar momentáneamente  con  la  adhesión  que 
sus  virtudes  y  su  bondad  le  habían  granjeado  en 
el  ejército  y  entre  los  habitantes  de  Tucumán,  pro- 
vincia altamente  interesante  en  las  actuales  circuns- 
tancias. Pero  la  verdad  era  que  el  gobierno  no  sólo 
tenía  la  resolución  de  separarlo  sino  la  de  proce- 
sarlo, así  que  el  cambio  de  general  y  de  mando  se 
hubiese  consumado  y  quedase  afirmada  la  nueva 
situación.  Al  pedir  su  separación,  y  al  acordársela 
el  gobierno,  ambos  habían  procedido  con  acierto. 
El  virtuosísimo  y  patriota  general  no  era  hombre 

zados  ó  hechos  prisioneros».  Memoria  -para  la  Historia  de 
las  Armas  Españolas  en  el  Perú,  por  el  general  Camba, 
tom.  I,  pág.  114  (1814).  Véase  también  el  parte  oficial  del 
general  San  Martín  en  la  Gaceta  Ministerial  de  11  de  abril 
de   1814. 


30  NUEVA    OCUPACIÓN 

capaz  de  responder  de  la  situación  de  las  cosas  de- 
lante de  un  militar  como  Pezuela,  y  de  un  ejército 
muy  superior  por  las  tropas,  armamento  y  pertrcr 
chos,  como  el  que  venía  á  invadir  día  más  ó  menos 
buscando  su  contacto  y  combinación  con  los  seis 
mil  veteranos  españoles  que  guarnecían  á  Monte- 
video, y  con  una  escuadrilla  que  podía  ponerlos  en 
Santafé  así  que  Pezuela  ocupase  á  Córdoba. 

Esto  era  precisamente  lo  que  con  su  ojo  rápido 
y  vivaz  había  alcanzado  el  coronel  Alvear  desde 
el  primer  momento  en  que  llegó  á  la  capital  la  no- 
ticia del  desastre  de  Vilcapugio.  «En  Montevideo, 
decía  con  calor,  es  donde  está  la  suerte  de  la  cam- 
paña del  Norte.  Armemos  buques;  tomemos  la 
plaza  con  operaciones  activas,  bien  dirigidas,  y  res- 
pondo con  mi  cabeza  que  Pezuela  tendrá  que  re- 
troceder aprisa  hasta  Oruro». 

A  lo  que  parece,  Alvear  había  dividido  con  San 
Martín  los  dos  términos  del  problema,  en  buena 
amistad  y  armonía.  El  uno  debía  decidir  de  la 
suerte  de  Montevideo ;  el  otro,  aprovecharse  de  la 
caída  de  esta  plaza  para  arrollar  á  Pezuela  hasta  el 
Desaguadero  con  el  ejército  del  Norte  reorganiza- 
do y  reforzado,  llevando  después  una  poderosa  in- 
vasión sobre  el  Perú.  Pero,  como  el  primero  se  que- 
daba con  la  influencia  suprema  en  el  centro  de  los 
recursos  y  en  el  gobierno  de  la  capital,  era  difícil 
que  la  ambición  y  el  deseo  de  tomarse  toda  la  gloria 
de  las  dos  campañas  no  conturbara  su  ánimo,  po- 
niéndolo en  la  pendiente  de  las  tergiversaciones,  y 
escaseándole  al  otro  los  recursos,  con  el  fin  de  so- 
breponerse cuando  hubiera  triunfado  en  Montevi- 
deo,  y  tomar  para  sí  la  parte  que  antes  le  había 


V    DESALOJO    DE    SALTA  3 I 

abandonado.  Sobre  esto  no  es  posible  dar  pruebas 
asertivas;  pero  los  hechos  posteriores,  y  las  habli- 
llas de  los  contemporáneos,  lo  hacen  compren- 
der (8).  Así  es  que  los  que  suponen  que  el  general 
San  Martín  fué  al  ejército  del  Norte  como  un  ente 
y  sin  grandes  fines  ulteriores,  están  equivocados  y 
manifiestan  no  conocer  á  este  hombre  tan  sagaz  co- 
mo distinguido.  San  Martín  tenía  una  alta  idea  de 
los  talentos  militares  y  de  la  vivacidad  de  Alvear ; 
pero  desconfiaba  de  su  carácter  y  temía  el  arrojo 
con  que  su  joven  compañero  de  los  primeros  días 
se  había  echado  en  los  movimientos  de  la  opinión 
y  en  la  vorágine  de  las  facciones.  Prudente,  cauto, 
moderado,  San  Martín  se  mantenía  para  con  aquél 
en  una  reserva  cuidadosa  sin  pretender  contrariar- 
lo, ni  someterse  á  seguirlo;  lo  primero,  además  de 
ser  peligroso  por  el  fuerte  partido  de  que  Alvear 
se  había  hecho  dueño,  no  estaba  acorde  con  la  dig- 
nidad severa  y  sensata  de  su  carácter;  y  lo  segundo 
habría  sido  derogar  de  su  propia  importancia  como 
militar,  y  tomar  un  papel  secundario  para  correr 
aventuras  políticas  de  que  toda  su  vida  supo  abs- 
tenerse con  alto  y  severo  criterio.  Pero,  por  lo  mis- 
mo su  situación  era  precaria  y  muy  indecisa  en 
aquel  momento. 

Entre  San  Martín  y  Belgrano  mediaban  calida- 
des morales  de  alto  mérito,  que  les  eran  comunes. 
Eran  ambos  incapaces  de  envidia,  moderadísimos, 
y.  de  una  bondad  genial  que  los  alejaba  de  toda  idea 
dañina,  de  toda  intriga  desleal  y  contraria  á  la  fran- 
queza ó  á  la  decencia  de  los  procederes.  Estas  ca- 
lidades estaban  envueltas  con  toda  naturalidad  en 

(8)     Memorias  del  general  Pas,  tomo  I,   pág.    182. 


32 


NUEVA    OCUPACIÓN 


el  candor  angelical  del  uno,  y  en  la  diestra  saga« 
cidad  y  profundos  talentos  del  otro.  El  uno  resistía 
lo  malo  y  lo  impropio  con  la  inocencia  y  con  el  de- 
coro espontáneo  de  un  gentil  hombre  bien  nacido; 
el  otro,  con  la  malicia  de  un  hombre  de  mundo^ 
avezado  á  todas  las  peripecias  de  la  vida  social,  á 
todas  las  dificultades  de  su  carrera,  que  por  carác- 
ter y  por  principios  es  incapaz  de  doblegarse  á 
obrar  mal,  6  de  asumir  la  responsabilidad  de  actos 
indignos  de  su  buen  nombre,  de  la  buena  opinión 
y  del  respeto  que  exigía  de  los  demás.  Ninguno  de 
los  dos  era  impetuoso  ni  soberbio,  antes  bien,  no- 
toriamente sumisos  á  la  autoridad  constituida,  poco 
inclinados  á  usurpar  el  poder  público,  llanos  y  hu- 
mildes en  las  posiciones  oficiales  á  que  eran  desti- 
nados. Y  lo  singular  es  que  San  Martín,  con  toda 
la  elevación  de  sus  ideas  y  de  sus  talentos,  con  la 
plena  confianza  que  tenía  en  sí  mismo  para  desem- 
peñarse, era  mucho  más  clemente  y  menos  rígido 
en  sus  actos  que  Belgrano,  cuya  dulzura  de  trato 
y  de  hábitos  se  convertía  con  frecuencia  en  tran- 
quila dureza,  cuando  alguna  doctrina  ó  algún  texto 
de  las  ordenanzas  ó  de  la  ley,  cuando  la  letra  estric- 
ta, aunque  fuera  poco  oportuna,  le  marcaba  la  re- 
solución del  momento;  mientras  que  San  Martín 
ponía  su  discernimiento  y  su  clemencia  en  la  me- 
ditación con  que  juzgaba  de  la  oportunidad  y  de 
la  necesidad'  de  su  proceder. 

Los  dos  generales,  pues,  al  encontrarse  en  Ya- 

tasto  (al  norte  de  Tucumán)  cuan- 

1814  do  el  uno  entregaba  el  mando  del 

30  de  enero  ejército  al  otro,  estrechaban  sus 
manos  y  se  "daban  el  abrazo  sin- 
cero de  dos  hermanos,  hijos  y  honrados  servidores 


Y    DKSALOJO    DK    SALTA  ;^;^ 

de  la  misma  patria,  con  las  calidades  que  les  eran 
naturales.  El  uno,  bueno  y  humilde,  entregaba  ese 
mando  haciéndose  gustoso  y  lealmente  subalterno 
de  su  nuevo  jefe;  el  otro,  simpatizando  con  la  des- 
gracia de  su  compañero,  y  lleno  de  una  noble  com- 
pasión al  verlo  decaído  bajo  sus  órdenes,  estaba  na- 
turalmente inclinado  y  decidido  á  protegerlo  con 
su  autoridad,  con  su  confianza  y  con  el  grave  res- 
peto á  que  lo  hacían  acreedor  sus  servicios  anterio- 
res, su  posición  social,  y  sobre  todo  sus  virtudes. 

La  suposición  que  el  general  don  José  María 
Paz  hace  en  sus  Memorias  de. la  rivalidad  y  mal- 
querencia entre  los  dos  personajes,  y  de  las  indi- 
caciones de  Sari  Martín  para  que  el  gobierno  sepa- 
rase á  Belgrano  de  Tucumán,  es  una  ofensa  gra- 
tuita é  inexacta  que  se  hace  al  grande  capitán  que 
libertó  á  Chile  y  al  Perú, 

El  señor  Mitre  lo,  ha  probado  con  documentos 
irrefragables  que  nos  permitiremos  transcribir  des- 
pués, como  un  deber  que  pesa  sobre  todos  los  que 
escriban  y  juzguen  de  estos  dos  patriotas,  á  quie- 
nes en  obsequio  de  la  verdad  es  menester  dejar  tari 
puros  como  eminentes,  en  la  historia  argentina. 

Después  de  su  primera  entrevista  en  Yatasto, 
San  Martín  aprobó  completamente  las  disposicio- 
nes que  el  general  Belgrano  había  tomado  para 
proteger  sri  retirada.  Confirmó  á  Dorrego  con  li- 
sonjeros elogios  en  el  mando  de  la  retaguardia  con 
que  hacía  frente  al  enemigo;  y  manteniendo  á  Bel- 
grano por  lo  pronto  en  el  del  ejércitOr  regresó  á 
Tucumán  á  tomar  todas  aquellas  medidas  que  juz- 
gaba necesarias  para  recibir,  reorganizar  y  aumen- 
tar las  fuerzas  que  se  retiraban. 

HIST.    EE    LA   REP.    ARGENTINA.    TOMO   V.— 3 


34  NUEVA   OCUPACIÓN 

Después  de  estudiar  el  movimiento  popular  de 
los  sáltenos,  y  la  situación  de  Borrego  en  Guachi- 
pas,  que  era  la  única  que  se  ofrecía  para  mante- 
nerse en  el  territorio  de  Salta,  creyó  San  Martín 
qué  esa  era  una  posición  aventurada,  poco  firme, 
muy  peligrosa,  en  la  que  aquella  fuerza  veterana 
de  que  harto  necesitaba  en  el  cuartel  general,  estaba 
muy  expuesta  á  sufrir  un  severo  golpe.  En  la  duda, 
prefirió  consultar  esto  mismo  con  Dorrego  antes  de 
resolver,  seguro  de  que  el  juicio  militar  y  el  valor 
acreditado  de  este  oficial  servirían  para  ilustrarlo 
sobre  la  conveniencia  de  mantener  aquella  posi- 
ción, ó  de  abandonarla  librando  la  defensa  del  país 
á  las  guerrillas  de  sus  naturales  y  de  Güemes,  que 
cada  día  se  hacían  más  dignos  y  más  merecedores 
de  esa  confianza.  La  opinión  de  Dorrego  fué  ente- 
ramente conforme  con  la  del  general  San  Martín. 
La  organización  y  la  instrucción  del  ejército,  dijo, 
era  no  sólo  incompleta,  sino  viciosísima;  los  oficia- 
les conocían  muy  poco,  ó  nada,  de  los  nuevos  ade- 
lantos de  la  táctica  y  de  la  estrategia;  el  general 
Belgrano  con  su  extrema  bondad  era  por  demás 
crédulo;  y  bastaba  que  un  oficial  cualquiera  bla- 
sonase de  arrojado,  para  que  lo  tuviese  por  un  es- 
forzado campeón,  aunque  fuese  un  aturdido  capaz 
sólo  de  comprometerlo  todo,  ó  un  farolero  sin  ta- 
lento ni  ojo  militar.  Opinó  que  en  efecto  la  división 
que  él  mandaba  en  la  retaguardia  quedaba  muy 
comprometida  desde  que  se  insistiese  en  mantener- 
la en  Salta,  donde  el  enemigo  estaba  en  una  fuerza 
muy  superior;  que  su  disciplina  y  organización 
eran  muy  poco  satisfactorias,  y  que  á  su  parecer 
convenía  mucho  más  incorporarla  al  cuartel  gene- 


Y    DESALOJO    DE    SALTA  35 

ral  para  hacerla  entrar  en  la  reforma  completa  que 
exigía  el  ejército  antes  de  ponerlo  á  operar  activa- 
mente, dejando  á  Güemes  y  sus  guerrillas  de  gau- 
chos el  cuidado  de  defender  la  provincia  de  Salta, 
para  lo  cual  eran  muy  superiores  á  toda  fuerza  re- 
glada que  tuviera  que  operar  en  línea  ó  en  posicio- 
nes militares. 

Dorrego  estaba  profundamente  resentido  con  el 
general  Belgrano.  Llevado  de  su  carácter  burlón, 
inexperto  á  causa  de  su  extrema  juventud,  poco 
considerado  entonces  en  sus  juicios  y  palabras,  y 
aún  en  sus  actos,  no  se  contenía  en  los  términos 
del  respeto  para  manifestar  el  menosprecio  que  ha- 
cía de  las  aptitudes  militares  del  vencedor  de  Tucu- 
man  y  de  Salta,  en  cuyas  glorias  se  atribuía,  con 
verdad,  pero  con  demasiado  engreimiento,  una 
parte  principal.  En  cuanto  á  la  jornada  de  Tucu- 
mán  no  había  que  hablar ;  pero  en  cuanto  á  la  de 
Salta,  cuya  corrección  y  regularidad  revelaba  un 
verdadero  plan  militar,  Dorrego  pretendía  haber 
tenido  parte  en  ese  plan  y  atribuía  al  general  Are- 
nales las  disposiciones  tomadas  en  la  marcha  y  en 
la  formación  de  la  batalla  (9). 

(9)  Siendo  gobernador  de  Buenos  Aires  en  1828,  y 
siendo  mi  padre  su  ministro  de  Hacienda,  tenía  la  costum- 
bre de  venir  casi  todas  las  tardes  á  tomar  el  café  en  nues- 
tra casa,  y  allí  le  he  oído  hablar  con  admirable  verbosidad' 
y  gracia  de  los  sucesos  y  accidentes  de  su  carrera.  Cuando 
hablaba  del  general  Belgrano  se  mostraba  arrepentido  de 
las  burlas  poco  respetuosas  que  le  había  hecho,  las  atri- 
buía á  su  extremada  juventud,  á  la  mala  educación  del 
tiempo  colonial,  y  sobre  todo  de  los  cuarteles,  donde  antes 
de  San  Martín  prevalecían,  según  decía,  las  tnaneras  de  las 
mesas  de  billar.  Pero  hacía  sinceros  elogios  de  las  virtudes 


30  NUEVA    OCUPACIÓN 

Más  que  al  general  Belgrano,  ofendían  al  ge- 
neral San  Martín  estos  desacatos  é  insolencia  del 
joven  coronel ;  y  como  no  cediera  á  las  primeras 
¿idvertencias  que  se  le  hicieron  de  que  el  genera)  en 
jefe  tenía  bajo  su  protección  y  amparado  con  su 
más  profundo  respeto  á  su  virtuoso  antecesor,  llegó 
un  momento  en  que  fué  preciso  contenerlo  de  una 
manera  imperativa,  separándolo  del  ejército  y  or- 
denándole que  fuese  á  esperar  órdenes  en  Santiago 
del  Estero.  De  allí  pasó  á  la  capital,  sin  que  vol- 
viese en  adelante  á  tomar  parte  en  las  operaciones 
del  ejército  del  Norte, 

Considerando  el  gobierno  que  la  autoridad  del 
general  San  Martín  estuviera  ya 
1814  consolidada  en  el  ejército  y  en  las 

Enero  26  provincias  de  Tucumán  y  Salta, 
se  declaró  resueltamente  decidido 
á  separar  de  allí  al  general  Belgrano,  para  proce- 
sarlo por  su  conducta  en  la  campaña  anterior.  El 
general  San  Martín,  profundamente  contrariado 
con  esto,  suspendió  la  ejecución  de  la  orden  que 
se  le  daba,  mientras  hacía  valer  ante  el  gobierno 
las  razones  de  conveniencia  y  de  alta  política  que 
hacían  imprufdente  y  perjudicial  semejante  me- 
dida (10). 

y  de  la  puieza  del  patriotismo  del  general  Belgrano,  man- 
teniendo sin  embargo  su  opinión  sobre  sus  pocas  aptitudes 
para  dirigir  una  campaña  y  coordinar  con  previsión  una 
batalla.  En  la  de  Salta  decía  que  la  presencia  de  Arena- 
les al  lado  del  general  Belgrano  había  sido  de  una  impor- 
tancia decisiva. 

(10)  Con  fecha  13  de  febrero  de  1814  escribía  al  go- 
bierno  lo    siguiente:   «H«   creído   de   mi   deber   imponer   á 


Y    DESALOJO    DF.    SALTA  3/ 

Basta  que  se  ponga  los  ojos  sobre  el  documento 
•transcrito  en  esta  nota  para  observar  la  notoria 
exageración  con  que  el  general  San  Martín  habla 
de  la  falta  que  le  hace  el  general  Belgrano,  y  de 

\'ue^tra  Excelencia  que  de  ninguna  manera  es  conveniente 
la  separación  del  general  Belgrano  de  este  'ejército ;  en 
primer  lugar  porque  no  encuentro  un  oficial  de  bastante 
suficiencia  y  actividad  que  lo  subrogue  en  el  mando  de  su 
regimiento,  ni  quien  me  ayude  á  desempeñar  las  diferen- 
te- atenciones  que  me  rodean  con  el  orden  que  deseo,  é  ins- 
truir la  oficialidad,  que  además  de  ignorante  y  presuntuo- 
sa, se  niega  á  todo  lo  que  es  aprender,  y  es  necesario  estar 
constantemente  sobre  ellos  para  que  se  instruyan  al  menos 
de  algo  que  es  absolutamente  indispensable  que  sepan... 
Me  hallo  en  unos  países  cuyas  gentes,  costumbres  y  rela- 
ciones me  son  desconocidas,  y  cuya  to-pografia  ignoro;  y 
siendo  estos  conocimientos  de  absoluta  necesidad  para  ha- 
cer la  guerra,  sólo  el  general  Belgrano  puede  suplir  esta 
falta,  instruyéndome  y  dándome  las  noticias  necesarias  de 
que  carezco  (como  lo  ha  hecho  hasta  aquí)  para  arreglar 
mis  disposiciones,  pues  de  todos  los  oficiales  de  gradua- 
•ción  que  hay  en  el  ejército  no  encuentro  otro  de  quien  ha- 
cer confianza,  ya  porque  carecen  de  aquel  juicio  y  deten- 
ción que  son  necesarios  en  tales  casos,  ya  porque  no  han 
tenido  los  motivos  que  él  para  adquirir  uno¿  conocimien- 
tos tan  extensos  é  individuales  como  los  que  él  posee.  Su 
buena  opinión  entre  los  principales  vecinos  emigrados  del 
interior  (Alto  Perú)  y  habitantes  de  este  pueblo,  es  grande  ; 
V  á  pesar  de  los  contrastes  que  han  sufrido  nuestras  armas 
á  sus  órdenes,  lo  consideran  como  un  hombre  necesario  al 
ejército,  porque  saben  su  contracción  y  empeño,  y  conocen 
sus  talentos  y  su  conducta  irreprensible.  Están  convenci- 
dos prácticamente  que  el  mejor  general  nada  vale  si  no 
tiene  conocimientos  del  país  donde  va  á  hacer  la  guerra, 
y  considerando  la  falta  que  debe  hacerme,  su  separación 
del  ejército  les  causará  un  disgusto  y  desaliento  muy  no- 
table, y  será  de  funestas  consecuencias  para  los  progresos 
de   nuestras    armas.    Estos  no   son   temores   vagos,  sino   te- 


3o  NUEVA    OCUPACIÓN 

la  suprema  necesidad  en  que  se  ve  de  pedirle  al  go- 
bierno que  se  le  mantenga  en  el  ejército,  para  que 
lo  dirija  y  lo  instruya  en  sus  operaciones ;  sólo  él 
(dice  el  general  San  Martín)  puede  suplir  la  falta 
de  conocimientos  que  tengo  del  país,  de  sus  habi- 
tantes, y  de  su  topografía  :  sofisma  evidente  de  cuya 
inexactitud  nadie  estaba  más  convencido  que  el  há- 
bil guerrero  que  trataba  de  hacerlo  valer.  Sin  em- 
bargo de  no  haber  visto  jamás  á  Chile  ó  al  Perú, 
expedicionaba  poco  después  por  conocimiento  pro- 
pio, adquirido  por  sí  mismo  como  lo  hace  todo  ge- 
neral encargado  de  invadir  países  ó  provincias  que 
nunca  ha  visto,  pero  que  puede  y  debe  estudiar  por 
sí  mismo;  y  allí  no  pedía  tutores  ó  directores  que 
lo  dirigiesen  como  más  competentes  que  él,  que 
era  sobre  quien  reposaban  las  responsabilidades  de 
las  operaciones  y  de  los  resultados.  Pero  la  inocen- 
te modestia  que  el  general  San  Martín  afectaba, 
aunque  de  un  fondo  ingenuo  porque  tenía  en  efec- 
to un  carácter  modesto,  y  más  que  modesto,  cauto,' 
encubría  también  en  este  caso  una  sagacidad  ex- 
quisita que  era  propia  de  su  genio,  é  inseparable  de 
su  luminosísimo  talento.  Manteniendo  á  su  lado  al 

mores  de  que  hay  ya  alguna  experiencia,  pues  sólo  el  re- 
celo de  que  á  su  separación  del  mando  se  seguiría  la  orden 
para  que  bajase  á  la  capital,  ha  tenido  y  tiene  en  suspen- 
sión y  como  amortiguados  los  espíritus  de  los  emigrados 
de  más  influjo  y  de  más  séquito  en  el  interior,  y  de  mu- 
chos vecinos  de  esta  ciudad  que  desfallecerán  del  todo  si 
llegan  á  verlo  realizado.  En  obsequio  de  la  salvación  del 
Estado  dígnese  V.  E.  conservar  en  este  ejército  al  briga- 
dier Belgrano».  M.  SS.  del  Archivo  General^  sacados  á  luz 
por  el  general  Mitre  en  su  Biografía  del  general  Belgra- 
no, vol.   II,  pág.   57. 


Y    DESALOJO    DE    SALTA  39 

general  Belgrano  como  jefe  natural  y  preciso  del 
ejército,  y  limitándose  él  á  un  mando  cuasi  inte- 
rino y  efímero,  el  general  San  Martín  trataba  de 
colocarse  con  su  habitual  destreza  en  una  situa- 
ción que  le  permitiera  eludir  los  compromisos  y  al- 
teraciones (un  triste  desaire  también)  que  veía  ve- 
nir sobre  el  país,  sobre  el  ejército  v  sobre  él,  por 
la  ambición  impetuosa  del  general  Alvear  y  por 
las  ambiciones  oligárquicas  y  dominadoras  del  par- 
tid© que  lo  sostenía  en  el  gobierno  de  la  capital  y 
en  la  Asamblea  General  Constituyente,  convertida 
por  la  gravitación  necesaria  é  inevitable  de  los  su- 
cesos, en  cuerpo  legislativo  y  actuante  en  el  seno 
de  la  política  revolucionaria. 

San  Martín  estaba  viendo  que  toda  la  actividad 
de  la  administración  de  la  guerra  en  la  capital  es- 
taba contraída  á  preparar  la  escuadra  y  la  remonta 
del  ejército  que  debían  operar  sobre  Montevideo. 
Todo  hacía  presumir  que  esa  espléndida  gloria  le 
estaba  reservada  al  brillante  joven  que  encabezaba 
la  facción  predominante,  y  que  actuaba  allí  en  pri- 
mera línea.  El  ejército  acantonado  en  Tucumán 
era  apenas  atendido  con  aquello  de  estricta  nece- 
sidad para  operaciones  defensivas  en  caso  de  que 
el  enemigo  se  introdujese  en  el  país  á  buscarlo.  El 
general  San  Martín,  aunque  acreditado  como  mili- 
tar competente,  no  había  salido  hasta  entonces  de  su 
modesta  posición  social  y  militar  por  hecho  alguno 
de  alta  notoriedad,  y  estaba  muy  lejos  de  gozar  del 
prestigio  y  del  favor  que  Alvear  había  logrado 
crearse  con  su  natural  petulancia,  con  sus  talentos 
reales,  y  con  su  desembozada  confianza  en  el  éxito. 
San  Martín   era  uno  de  esos  militares  juiciosos  y 


40  XUEXA    OCUPACIÓN' 

cautos  que  necesitaba  de  un  gobierno  establecido 
que  le  diese  los  medios  y  recursos  administrativos 
con  que  debía  operar.  Eso  de  avanzar  al  poder  po- 
lítico para  crearse  una  prepotencia  personal  y  co- 
rrer con  ellaá  la  gloria  militar,  y  á  la  victoria,  era 
cosa  no  sólo  ajena  á  su  índole  natural,  sino  á  su 
sólida  y  cuerda  moralidad.  El  general  Alvear,  al 
contrario,  era  entonces  una  personalidad  propia, 
incorrecta  si  se  quiere,  pero  pestigiosa  por  su  mis- 
mo desembarazo  para  imponerse,  con  un  fondo  in- 
negable de  méritos  reales  y  notorios.  San  Martín 
estaba  observando  con  toda  claridad,  que  si  Alvear 
triunfaba  sobre  Montevideo,  no  renunciaría  por 
nada  á  la  gloria  de  venir  á  Tucumán  con  el  ejército 
vencedor  para  abrir  una  campaña  poderosa  contra 
el  Perú,  cuya  primer  medida  debía  ser  una  sepa- 
ración desairada  de  su  persona ;  y  aún  suponiendo 
que  no  obtuviese  el  éxito  que  esperaba  en  la  cam- 
paña oriental,  eso  mismo  haría  que  en  la  capital  se 
hiciese  el  esfuerzo  de  reforzar  con  nuevas  tropas  el 
ejército  del  Norte,  y  de  que  Alvear  tomase  su  man- 
do apoyado  por  el  partido  que  encabezaba. 

Entre  tanto,  San  Martín  veía  al  mismo  tiempo 
que  si  bien  estas  eran  las  ideas  dominantes  en  la 
capital,  estaban  muy  lejos  de  ser  acogidas  en  los 
pueblos  del  norte  y  en  el  ejército.  En  este  otro  tea- 
tro prevalecían  las  inspiraciones  locales,  los  reza- 
gos de  los  sentimientos  simpáticos  de  que  el  par- 
tido saavedrista  había  gozado  por  el  origen  pro- 
vincial de  sus  miembros  principales.  No  eran  allí 
bien  mirados  los  hombres  del  8  de  octubre  de  1812. 
Eos  jefes  de  los  cuerpos  del  ejército,  que  desde 
cuatro  años  antes  estaban  en  campaña  y  lucha  con 


V    DESALOJO    DI-:    SALTA  4I 

las  tropas  realistas,  no  sólo  carecían  de  afinidades 
con  el  general  Alvear  v  con  sus  adictos,  sino  que 
los  miraban  con  celos,  y  con  una  resistencia  que  no 
por  estar  indecisa  y  taimada,  era  menos  conocida. 
El  mismo  general  San  Martín  no  se  sentía  cómodo 
entre  ellos,  los  encontraba  soberbios,  y  1:an  infa- 
tuados con  su  bravura  personal,  que  menosprecia- 
ban las  instrucciones  teóricas  y  las  enseñanzas  de 
la  nueva  táctica  que  él  creía  indispensable  darles. 
Entre  tanto,  aunque  poco  respetuosos  con  los  talen- 
tos y  conocimientos  militares  del  general  Belgrano, 
le  daban  la  adhesión  personal  que  los  niños  rega- 
lones dan  á  los  padres  ó  madres  que  les  consienten 
ciertas  libertades  y  goces  un  tanto  ajenos  á  la  es- 
tricta disciplina  y  al  estricto  orden  del  hogar.  Las- 
virtudes  del  general  Belgrano,  su  hombría  d-e  bien, 
su  incontrastable  moralidad  y  su  sumisión  al  man- 
do legal  que  investía,  eran  una  garantía  para  San 
Martín,  de  que  interviniendo  Belgrano  como  su 
agente  subalterno  todo  había  de  marchar  orgánica 
y  tranquilamente;  y  de  que  si  llegado  el  caso,  sen- 
tía acentuarse  en  el  ejército  síntomas  de  rebelión 
contra  el  partido  y  los  hombres  de  la  capital,  tenía 
una  manera  fácil  de  eludir  los  graves  compromisos 
de  la  situación,  deshaciéndose  del  mando  del  ejér- 
cito y  depositándolo  en  el  ilustre  y  venerable  pa- 
triota que  acababa  de  ser  su  jefe,  que  contaba  con 
las  sinceras  simpatías  de  aquellos  pueblos,  y  que 
era  el  más  indicado  para  correr  con  las  responsabi- 
lidades de  hacer  obedecer  las  órdenes  políticas  y 
militares  de  la  capital,  ó  para  justificar  las  resisten- 
cias que  se  produjeran. 

Esa  era  la  situación   difícil   y   ambigua  que  el 


42  NUEVA    OCUPACIÓN 

general  San  Martín,  prevenido  por  su  admirable 
sagacidad,  había  sabido  prever ;  y  de  ahí  sus  apre- 
miantes solicitudes  para  que  el  gobierno  no  sepa- 
rase del  ejército  al  general  Belgrano. 

Pero  los  hombres  del  partido  gubernamental 
que  trataban  en  efecto  de  allanarle  el  camino  al  ge- 
neral Alvear  para  que  tomase  el  mando  del  ejér- 
cito del  Perú  á  su  regreso  de  la  campaña  oriental, 
comprendían  también  que  el  medio  más  convenien- 
te era  separar  al  general  Belgrano,  y  que  para  se- 
pararlo con  causas  verdaderamente  justificadas  era 
menester  abrirle  un  proceso  por  la  capitulación  ar- 
bitraria y  ruinosa  que  había  concedido  en  Salta 
al  ejército  realista  y  por  sus  erradísimas  operacio- 
nes en  la  campaña  subsiguiente,  tan  triste  y  tan  fa- 
talmente terminada  con  los  desastres  de  Vilcapu- 
gio  y  Ayauma.  El  gobierno  insistió,  pues,  en  que 
el  general  San  Martín  cumpliese  la  orden  de  hacer 
bajar  á  la  capital  al  general  Belgrano ;  y  á  pesar 
de  toda  su  repugnancia,  y  de  la  petición  que  le  hi- 
cieron los  vecindarios  de  Tucumán  y  los  asilados 
de  Salta,  de  Jujuy  y  del  Alto  Perú,  tuvo  que  cum- 
plir la  orden  perentoria  que  se  le  reiteraba  de  una 
manera  categórica.  Belgrano,  enfermo,  melancóli- 
co y  humillado,  aunque  siempre  de  una  santa  é 
incontrastable  obediencia  á  las  autoridades  públi- 
cas, se  alejó  de  Tucumán  en  camino  hacia  Córdo- 
ba, donde  tenía  orden  de  quedar  confinado  mien- 
tras se  le  seguía  el  proceso. 

Bien  al  cabo  pues  de  los  fines  políticos  que  se 
cobijaban  en  este  rigor,  San  Martín  tomó  la  reso- 
lución de  separarse  también  del  ejército  de  allí  á 
poco  sin  ruido  y  sin  dar  asidero  á  la  crítica  ni  á  la 


Y    DESALOJO    DE    SALTA  43 

bulliciosa  reprobación  de  los  partidos.  Comenzó 
por  escribir  privadamente  á  algunos  de  los  miem- 
bros del  gobierno  sobre  los  malos  efectos  que  el  cli- 
ma producía  en  su  salud ;  pasaba  la  mayor  parte 
de  los  días  de  la  semana  en  cama,  procurando  que 
se  hiciesen  públicas  sus  dolencias,  y  que  todos  su- 
piesen que  estaba  resuelto  á  dejar  el  mando  del 
ejército,  para  curarse  en  alguna  otra  provincia  se- 
parada de  los  sucesos  de  la  guerra  y  lejana  de  la 
capital. 

Sin  embargo,  en  la  medida  de  sus  pocos  recur- 
sos y  de  su  situación  poco  sólida,  dio  un  esmerado 
y  hábil  cuidado  á  las  necesidades  de  la  guerra.  vSu 
principal  empeño  fué  afirmar  y  fomentar  la  resis- 
tencia de  las  masas  de  Salta,  y  poner  á  Tucumán 
en  estado  de  contener  la  invasión  de  las  tropas  de 
Pezuela  en  caso  de  que  intentara  adelantarse  hasta 
ahí.  Desde  entonces  San  Martín  trabó  con  don 
Martín  Güemes  una  de  esas  amistades  sinceras  y 
perdurables,  que  son  efectivas  entre  caracteres  al- 
tamente dotados  de  grandes  calidades  públicas.  Se 
consagraron,  de  uno  á  otro,  una  estimación  justi- 
ficada por  la  ilustre  y  gloriosa  carrera  del  uno  y  por 
la  lealtad  patriótica  del  otro;  y  si  fué  gloria  del 
caudillo  de  Salta  comprender  desde  entonces  lo  que 
debía  ser  San  Martín,  no  menos  honra  fué  en  éste 
comprender  á  su  vez  todos  los  servicios  extraordi- 
narios con  que  el  otro  iba  á  contribuir  más  tarde 
á  su  heroica  empresa  de  trasmontar  los  Andes,  y 
de  salvar  la  independencia  del  Plata,  de  Chile,  del 
Perú,  del  Ecuador,  en  Chacabuco  y  en  Maipú.  en 
Lima  y  en  Pichincha. 

Entregado  al  mismo  tiempo  á  la  reforma  y  ade- 


44  NUEVA    OCUPACIÓN 

lantamiento  táctico  del  ejército,  fundó  academias 
militares  para  los  oficiales  de  los  cuerpos  que  lo 
componían,  y  de  las  clases  subalternas  de  cabos  y 
sargentos.  Tomó  por  base  de  esta  laboriosa  tarea 
la  organización  y  ejercicios  que  él  mismo  había  in- 
troducido en  el  regimiento  de  granaderos  á  caballo, 
dos  escuadrones  del  cual  unidos  al  ejército  servían 
de  modelo ,  y  en  el  número  7  de  infantería  man- 
dado por  el  coronel  don  Toribio  de  Luzuriaga  é  ins- 
truido también  en  la  táctica  y  reglas  que  habían 
prevalecido  en  los  ejércitos  europeos  después  de  las 
guerras  con  el  imperio  francés.  Con  esa  labor  in- 
sistente que  hace  fructíferos  los  trabajos  de  los 
hombres  de  voluntad,  y  se  puede  decir  que  con 
poca  cooperación  de  la  capital,  San  Martín  logró 
remontar  el  ejército  hasta  el  número  de  3,000  hom- 
bres más  ó  menos,  proporcionándose  hombres  re- 
clutados  por  las  autoridades  locales  de  Santiago 
del  Estero,  de  Catamarca  y  de  la  Rioja :  jinetes 
consumados  de  que  pensaba  sacar  gran  partido,  si 
los  realistas  trataran  de  penetrar  en  Tucumán. 

Con  el  fin  de  hacer  operar  libremente  en  la  cam- 
paña á  las  masas  del  país,  y  de  mantener  un  punto 
asegurado  para  sus  pertrechos,  capaz  de  resistir  un 
ataque  repentino  ó  un  sitio  transitorio,  de  dar  abri- 
go á  su  infantería  y  de  ocupar  al  enemigo,  empren- 
dió la  construcción  de  un  campo  fortificado  con  ar- 
tillería, muros  ó  trincheras,  idea  acertadísima  con 
la  que  se  propuso  sacar  partido  de  la  luz  que  habían 
arrojado  en  su  espíritu  las  casualidades  y  perifK?- 
cias  de  la  victoria  de  Tucufnán.  Nada  más  admira- 
blemente concebido  como  plan  de  campaña,  dadas 
las  condiciones  del  país,  que  la  construcción  de  un 


Y    DESALOJO    DE    SALTA  ^         45 

punto  de  seguridad,  libre  de  todas  las  aflicciones 
y  conflictos  que  una  ciudad  padece  en  tales  casos 
donde  asegurar  todos  sus  bagajes,  contener  el  avan- 
ce del  enemigo,  y  maniobrar  entre  tanto  alrededor 
de  él  con  cuerpos  de  caballería  locales,  diestros, 
irreducibles,  que  inflamados  en  ardor  belicoso  des- 
de Salta  á  Tucumán,  Catamarca  y  la  Rioja,  debían 
ocupar  todo  el  país,  interrumpir  en  los  caminos  los 
convoyes  del  enemigo,  privarlo  de  los  recursos,  y 
obligarle  á  estrellarse  además  contra  un  campo  for- 
tificado antes  de  aventurarse  á  dejar  todo  eso  á 
su  espalda.  Lo  que  fué  casual  en  la  victoria  de  Tu- 
cumán vino  á  ser  regularizado  y  reducido  á  perfec- 
to sistema  en  el  plan  de  San  Martín,  con  una  admi- 
rable previsión  y  sin  ninguno  de  los  riesgos  y  err'o- 
res  que  entonces  pudieron  ser  fatales. 

En  medio  de  estas  serias  y  acertadísimas  pre- 
visiones, San  Martín  tenía  tiempo  todavía  para  em- 
plear las  traviesas  sugestiones  de  su  talento' YiVilitar 
en  pegarle  tremendos  sustos  á  los  cuatro  rnil  hoín- 
bres  de  tropas  veteranas  con  que  el  general  de  la 
vanguardia  enemiga  don  Juan  Ramírez  Orozcó  ocu- 
paba á  Salta,  en  espera  del  general  en  jefe  don  Joa- 
quín de  la  Pezuela  que  con  mayores  tropas  venía 
á  ponerse  á  la  cabeza  de  la  grande  invasión,  con- 
tando con  amenazar  á  la  capital  por  el  río  Paraná, 
y  ponerse  al  habla  con  la  guarnición  de  Monte- 
video.   . 

Preferimos  presentar  este  curiosísimo  incidente 
en  la  narración  genuina  de  un  general  realista,  pa- 
ra darle  mayor  viveza  y  lucidez  que  la  que  tendría 
en  la  nuestra,  naturalmente  inclinados  como  s<'  nos 
había  de. suponer,  á  exagerar  el  colorido  de  los  su- 


46  NUEVA    OCUPACIÓN 

cesos  y  la  inquietud  extraordinaria  que  produjeron 
en  el  enemigo.  El  general  realista  García  Camba 
lo  refiere  así:  «En  este  año  de  1814  comenzaron  las 
operaciones  del  ejército  del  rey  por  el  movimiento 
de  la  vanguardia  sobre  Jujuy  y  Salta  á  las  órdenes 
del  general  Ramírez.  El  coronel  Castro  ocupó  á 
Salta  estableciéndose  Ramírez  en  Jujuy.  Con  este 
motivo  el  cuartel  general  se  trasladó  de  Potosí  á 
Tupiza  el  8  de  febrero,  dándose  el  general  Pezuela 
con  toda  actividad  á  consolidar  la  pacificación  de 
las  provincias  que  había  ocupado,  y  á  la  organiza- 
ción y  aumento  de  su  numeroso  ejército  para  em- 
prender sus  marchas  sobre  la  de  Tucumán.  En  los 
primeros  días  de  abril  recibió  Pezuela  en  Tupiza 
comunicaciones  del  general  Ramírez  fechadas  en 
Jujuy  en  las  que  le  participaba  que  próximo  á  tras- 
ladarse á  Salta  había  suspendido  este  movimiento 
por  las  voces  que  corrían  de  que  los  enemigos,  en 
número  de  4,000  hombres,  la  mayor  parte  monta- 
dos, se  acercaban  en  dos  divisiones  con  seis  piezas 
de  artillería,  una  por  el  camino  del  Pasaje  y  la  otra 
por  Guachipas,  en  cuyo  concepto  pedía  algunas 
municiones  de  que  carecía.  Coincidía  la  circunstan- 
cia de  que  por  este  tiempo  había  sido  atacada  una 
gruesa  parte  del  escuadrón  Castro,  quedando  en 
poder  de  Güemes  45  prisioneros.  Al  recibir  esta 
alarmante  noticia,  Pezuela  ordenó  que  el  coronel 
Marquiegui  practicase  un  esmerado  reconocimiento 
f)or  el  camino  de  Cobos  hasta  el  río  Pasaje,  y  re- 
forzó inmediatamente  á  Ramírez  con  el  batallón 
Centro  á  las  órdenes  del  teniente  coronel  Na- 
vas» (11). 

(ir)     García  Camba,  Memorias,  tomo  I,  pág.   113. 


Y    DESALOJO    DE    SALTA  47 

Entre  tanto,  esta  falsa  alarma  con  que  se  había 
contenido  ventajosamente  la  marcha  invasora  de  la 
vanguardia  realista,  no  era  otra  cosa  que  un  efecto 
de  las  hábiles  estratagemas  y  ardides  de  guerra  en 
que  el  general  San  Martín  era  un  artista  consu- 
mado. Tenía  la  costumbre  de  permitir  á  inmedia- 
ciones suyas  espías  enemigos,  que  figurándose  en- 
cubiertos cuando  á  su  vez  eran  constantemente  ob- 
servados y  vigilados,  transmitían  á  los  jefes  rea- 
listas noticias  é  informes  de  lo  que  decían,  ejecu- 
taban ó  preparaban  los  patriotas  de  Tucumán ; 
cuando  no  eran  en  verdad  sino  movimientos  falsos 
y  aparentes  con  que  el  general  los  alucinaba  para 
engañar  á  su  vez  á  los  que  recibían  estos  avisos, 
hasta  el  momento  en  que  le  convenía  apoderarse  de 
ellos,  cortar  sus  relaciones,  y  aprovecharse,  así  de 
los  errores  á  que  había  inducido  á  sus  adversarios. 
Aparentando  grande  reserva  y  misterio,  se  servía 
del  campo  atrincherado  en  que  tenía  encerrada  su 
tropa,  para  hacer  movimientos  simulados  y  noc- 
turnos, entradas  de  nuevas  tropas,  de  artillería,  ca- 
balladas, que  eran  siempre  el  mismo  grupo,  la  mis- 
ma fuerza,  pero  que  los  extraños  tomaban  como 
una  poderosa  y  oculta  concentración  de  tropas  nue- 
vas, y  como  preparativos  de  marcha  contra  el  ene- 
migo. 

Otras  causas  más  serias  habían  contribuido  tam- 
bién á  paralizar  las  operaciones  de  Pezuela.  El  co- 
ronel don  Juan  Antonio  Alvarez  de  Arenales,  en- 
cargado por  el  general  Belgrano,  antes  de  sus  de- 
sastres, de  ir  á  tomar  el  gobierno  de  la  patriota 
provincia  de  Cochabamba,  unido  con  Cárdenas,  el 
caudillo  prestigioso  de  los  quichuas  de  Chayanta, 


48  NIKVA    OCUPACIÓN" 

se  había  retirado  con  numerosos  grup>os  de  natu- 
rales á  Valle-Grande,  desde  donde  hacía  correrías 
por  el  país  adyacente  sorprendiendo  piquetes  y 
guardias  realistas,  manteniendo  la  insurrección  po- 
pular y  causando  estorbos  alarmantes  á  la  retaguar- 
dia del  ejército  del  rey.  No  habría  sido  prudente 
en  el  ánimo  de  Peztiela  comprometerse  á  fondo  en 
una  campaña  sobre  las  provincias  argentinas  tan 
poderosamente  levantadas  contra  su  frente,  y  dejar 
á  su  espalda  los  elementos  vigorosos  de  otra  insu- 
rrección muy  capaz  también  de  tomar  proporciones 
generales,  si  no  la  sofocaba  y  castigaba  previamen- 
te extirpando  los  gérmenes  de  ese  levantamiento. 
Por  eso  fué  que  manteniéndose  en  Tupizay  hizo 
organizar  una  nueva  columna  con  partes  tomadas 
de  las  .guarniciones  de  Oruro,  de  Chuquisaca  y  de 
Cochabamba.  La  puso  á  las  órdenes  del  coronel 
Blanco  con  orden  de  internarse  en  busca  de  Are- 
nales, y  de  deshacer  los  grupos  con  que  este  bravo 
y  firme  patriota  operaba  todavía  en  las  provincias 
del  Este  después  de  los  dos  desastres  de  Belgrano. 
Chocó  esta  columna  con  los  insurrectos  patrio- 
(    .;r  )  tas  en   San   PedriUo   el  3   de   fe- 

:  •:;  :   1814  brcro  y  logró  arrollarlos,  aunque 

•i:  Febreros  no  someterlos.  Arenales,  con  los 
Marzo  24  dispersos,  en  número 'de  tres  mil 
y  tantos  hombres,  logró  retirarse 
por  él  río  de  Pulquina,  y  entró  en  la  provincia  de 
Santacruz  de  la  Sierra,  donde  el  gobernador  coro- 
nel Warnes,  no  menos  enérgico  y  denodado,  se 
mantenía  ventajosamente  en  armas  contra  los  rea- 
listas. Considerándose  débil  para  emprenderla  con- 
tra^ Warnes  v  Arenales,  Blanco  se  detuvo  en  Valle- 


Y    DESALOJO    DE    SALTA  49 

Grande,  limitándose  á  observar  á  sus  enemigos ; 
pero,  como  era  probable  que  Arenales,  rehecho  y 
reforzado  por  fuerzas  de  Warnes,  volviese  sobre 
Cochabamba,  donde  bullía  el  espíritu  insurreccio- 
nario  con  extraordinaria  vivacidad,  pidió  que  se  le 
aumentase  la  fuerza  de  su  columna  para  operar  de- 
cididamente, y  doblar  la  tenaz  resistencia  que  le 
oponían  aquellos  dos  jefes  patriotas.  Pezuela  le  en- 
vió 600  hombres  veteranos  y  tres  piezas  más  de  ar- 
tillería, con  lo  que  esa  columna  expedicionaria  del 
Rste  quedó  levantada  á  la  fuerza  de  mil  y  cuatro- 
cientos soldados;  fuerza  no  sólo  suficiente  sino  ex- 
cesiva, al  entender  del  general  español,  para  aven- 
tar y  someter  los  grupos  populares  y  mal  armados 
que  iba  á  atacar. 

Mientras  se  concentraba  esa  fuerza  y  se  prepa- 
raba á  abrir  su  campaña,  tenían  lugar  por  el  lado 
de  las  fronteras  y  del  Río  de  la  Plata  sucesos  que 
cambiaron  completamente  el  aspecto  y  la  condición 
militar  de  las  cosas.  Confiando  en  que  Blanco  no 
estaba  expuesto  á  sufrir  ningún  contratiempo  dada 
la  fuerza  de  que  disponía  y  la  importancia  del  triun- 
fo de  San  Pedrillo,  Pezuela  se  trasladó  de  Tupiza 
á  Jujuy  en  mayo  llevando  todas  sus  fuerzas,  que 
con  dos  gruesos  batallones  de  nueva  creación  for- 
maban un  cómputo  general  de  6,000  hombres  con 
17  piezas  de  campaña.  «Era  entonces  su  pensa- 
miento dominante,  dice  el  escritor  realista  García 
Camba,  hacer  una  poderosa  diversión  en  auxilio 
de  la  apíura'da  plaza  de  Montevideo».  Decidido  pues 
á  operar  con  la  urgencia  del  caso,  mandó  que  el 
coronel  de  ingenieros  Mendizábal,  protegido  por 
300  hombres  al  mando  del  coronel  Antonio  María 

HIST.    DE    LA    REP.    ARGENTINA.    TOMO   V.— 4 


50  NUEVA    OCUPACIÓN 

Aharez,  hiciese  un  prolijo  reconocimiento  del  te- 
rreno intermedio  de  Salta  á  Tucumán.  Pero  se  en- 
contraron con  los  denodados  gauchos  de  Güemes 
en  Somalao,  que  ((favorecidos,  dice  García  Camba, 
del  bosque  y  de  los  callejones  intrincados  que  lo 
cruzan  en  cien  sentidos»,  envolvieron  y  destroza- 
ron tres  compañías  enteras  del  batallón  de  cazado- 
res reales.  Al  mismo  tiempo  Alvarez  recibía  un  ofi- 
cio del  coronel  Castro,  jefe  de  la  caballería,  noti- 
ciándole que  600  hombres  del  batallón  de  Libertos 
de  Buenos  Aires  marchaban  próximos  ya  al  encuen- 
tro de  la  columna  realista;  lo  que  hizo  que  sus  je- 
fes tuvieran  por  más  prudente  retirarse  á  toda  prisa 
por  la  orilla  del  río  Chicuana  hasta  tomar  el  camino 
de  la  Isla  y  regresar  á  Salta, 

Mas,  como   Pezuela  estaba   bien   informado   de 

todo  lo  que  hacía  el   enérgico  y 

1814  activo  gobierno  de  la  capital  por 

Mayo  13         someter  de  una  vez  á  Montevideo, 

y  urgido  también  por  órdenes  in- 
sistentes del  virrey  de  Lima,  resolvió  abrir  inme- 
diatamente su  campaña  sobre  Tucumán.  Se  tras- 
ladó personalmente  á  la  ciudad  de  Salta,  y  comen- 
zó á  hacer  allí  la  concentración  de  todas  las  fuerzas 
y  pertrechos  con  que  contaba  para  la  empresa.  Po- 
cos días  habían  pasado  cuando  recibió  la  inespe- 
rada n(3ticia  de  que  Blanco,  después  de  algunos 
encuentros  felices  contra  el  coronel  Warnes,  go- 
bernador de  Santacruz,  acababa  de  ser  completa- 
mente derrotado  y  muerto  en  un  reñidísimo  y  glo- 
rioso combate  que  había  tenido  lugar  el  25  de  mayo 
con  la  división  de  Arenales  en  la  Florida  (12).  El 

(12)     Esta  victoria  es  la  que  conmemora  la  calle  cen- 
tral  de  Buenos  Aires  que  lleva  es€  nombre.   Pero  también 


V    DESALOJO    DE    SALTA  51 

jefe  patriota  después  de  este  señaladísimo  triunfo 
había  recuperado  la  completa  posesión  de  las  dos 
provincias  de  Cochabamba  y  de  Santacruz.  Los 
restos  de  la  célebre  expedición  de  Blanco,  dice 
García  Camba,  procuraron  salvarse  como  pudieron: 
los  más  tomando  por  el  valle  de  Somaipata;  y  la 
guarnición  de  Santacruz  salió  por  el  partido  de 
Chikhuitos,  único  que  le  quedaba  libre  por  haberse 
puesto  en  combustión  toda  la  provincia  (13). 

Con  el  triunfo  de  Arenales  en  la  Florida  y  con 
la  nueva  insurrección  de  Cochabamba,  volvía  á  que- 
dar bastante  comprometida  la  retaguardia  de  Pe- 
zuela.  Su  posición  an  Salta,  era  mala;  porque  ro- 
deado de  una  insurrección  general,  y  la  más  vigo- 
rosa entre  las  que  le  estorbaban  sus  operaciones, 
Oruro,  Cochabamba  y  Chuquisaca  volvían  á  estar 
amenazadas  por  Arenales.  Desde  que  este  intrépido 
é  incansable  patriota  reorganizase  el  estado  militar 
de  sus  provincias,  quedaban  completamente  rotas 
las  comunicaciones  entre  Salta  y  el  Perú,  que  era 
la  base  de  las  operaciones  de  Pezuela. 

Pero  era  tan  notoria  y  tan  urgente  la  necesidad 
de  salvar  á  Montevideo,  que  el  virrey  Abascal  in- 
sistió en  que  á  pesar  de  todo  invadiese  á  Tucumán 
y  tratase  de  ocupar  á  Córdoba  con  toda  brevedad, 
encargándose  él  de  volver  á  poner  libres  las  comu- 

es  menester  decir  que  se  le  puso  recientemente  en  1826, 
cuando  resistiendo  algunas  provincias  á  la  presidencia  irre- 
gular que  se  erigió  al  señor  Rivadavia,  el  general  Arena- 
les, gobernador  de  Salta,  se  declaró  su  sostenedor  en  el 
norte;  y  para  agradecérselo  se  consignó  en  ese  recuerdo  su 
glorioso  triunfo  de  doce  años  antes. 

(i'^)     García  Camba,  Memorias,  tomo  I,  pág.    114. 


52  NUKVA    OCUPACIÓN 

nicaciones  del  ejército  y  de  contener  ó  destruir  á 
Arenales,  con  los  recursos  y  reclutamientos  que  ha- 
cía por  todo  el  Perú. 

En  consecuencia  de  estas  órdenes,   Pezuela  co- 
menzó  á    poner    en    marcha    sus 
1814  fuerzas.  Había  avanzado  hasta  los 

Julio  17  Cerrillos    una    fuerte    vanguardia 

de  las  tres  armas,  cuando  á  me- 
diados de  julio  le  llegaron  rumores  alarmantes  de 
que  había  caído  Montevideo  en  manos  del  gobierno 
de  Buenos  Aires.  García  Camba  dice  «que  al  prin- 
cipio se  tomó  esto  como  un  ardid  empleado  sagaz- 
mente por  los  disidentes  para  detener  los  progresos 
de  las  armas  que  mandaba  Pezuela  y  mantener  en 
esperanza  el  espíritu  de  insurrección  de  los  pue- 
blos». Sin  embargo,  Pezuela  creyó  más  prudente 
suspender  su  marcha,  antes  que  internarse  expo- 
niéndose á  que  fuese  cierto  el  triunfo  de  los  pa- 
triotas, y  que  tuviese  él  que  hacer  una  retirada  de- 
sastrosa, envuelto  por  las  masas  sublevadas,  y  per- 
seguido por  el  ejército  de  la  capital,  que,  puesto  en 
libertad  de  acción  por  la  toma  de  Montevideo,  ha- 
bría de  ocurrir  necesariamente  con  toda  rapidez  á 
reunirse  con  el  que  estaba  estacionado  en  Tucumán. 
Los  rumores  siguieron  acentuándose  por  mo- 
mentos y  llegaban  contestes  al  cuartel  general  de 
los  realistas  por  diversas  vías.  El  coronel  Marquie- 
gui  había  interceptado  en  Oran  comunicaciones  del 
gobierno  de  Tucumán  dirigidas  á  los  comandantes 
patriotas  de  Pintos  y  del  Río  del  Valle,  que  ratifi- 
caban oficialmente  la  noticia  con  los  partes  y  pro- 
clamas del  general  Alvear  y  con  circunstancias  ven- 
tajosísimas para  los  independientes.  A  los  realistas 


Y    DESALOJO    DE    SALTA  53 

les  parecía  imposible  semejante  cosa.  Hacía  muy 
poco  tiempo  que  el  navio  de  guerra  Asia,  proce- 
dente de  Cádiz  había  llegado  al  Callao  y  comuni- 
cado al  virrey  la  salida  de  fuertes  remesas  de  tropas 
veteranas  con  destino  á  reforzar  la  guarnición  de 
Montevideo  (14).  Ellos  no  podían  suponer  que  una 
guarnición  tan  poderosa,  amurallada  en  la  plaza 
de  armas  más  fuerte  de  la  América  del  Sur,  y  do- 
tada de  cerca  de  cuatrocientas  bocas  de  artillería 
hubiera  tenido  que  rendirse  á  las  tropas  de  la  nueva 
República. 

A  pesar  de  esas  dudas,  Pezuela  se  detuvo.  Por 
un    expreso   urgente   consultó   su 
1814  posición  al   virrey  Abascal ;   pero 

Febrero  3  antes  de  tener  la  contestación  su- 
po de  una  manera  incontroverti- 
ble el  desastre  de  las  armas  del  rey  en  la  margen 
oriental  del  Río  de  la  Plata.  «(Bastábale  calcular 
(dice  Camba)  la  temible  influencia  que  necesaria- 
mente había  de  ejercer  en  el  país  la  pérdida  de  Mon- 
tevideo, y  los  mayores  medios  de  que  podría  dis- 
poner el  gobierno  de  Buenos  Aires  para  que  el  ge- 
neral Pezuela  comprendiera  las  dificultades  con  que 
tendría  que  luchar  si  se  empeñaba  en  mantenerse 
en  la  provincia  de  Salta  hasta  recibir  nuevas  ór- 
denes del  virrey  de  Lima ;  pero  la  muerte  del  bravo 
coronel  Blanco  en  la  Florida  y  la  derrota  de  su  co- 
lumna en  Santa  Cruz  de  la  Sierra,  las  pérdidas  ex- 
perimentadas en  Vallegrande  de  que  daba  parte  el 
comandante  Barra,  la  retirada  precipitada  que  el  co- 
ronel Valle  había  tenido  que  hacer  en  la  Laguna 

(14)     García  Camba,  tomo  I,  pág.   n6. 


54  NUEVA    OCUPACIÓN 

de  Tarabuco,  la  insurrección  genera]  del  departa- 
mento de  Cinti  poblado  de  gentes  belicosas,  y  el 
aumento  considerable  que  tomaban  á  vista  de  ojos 
las  guerrillas  de  los  gauchos  saltEíÑos  decidieron 
afortunadamente  al  general  en  jefe  á  replegar -el 
ejército  á  Suipacha. 

))La  retirada  se  verificó  en  el  mejor  orden  (con- 
tinúa diciendo)  aunque  experimentando  grandísi- 
mas penalidades  no  sólo  por  el  rigor  de  la  estación, 
sino  por  la  escasez  de  los  forrajes» ;  resultado,  agre- 
gamos nosotros,  de  las  acertadas  correrías  y  de  la 
persecución  que  les  hacían  los  terribles  milicianos 
de  Güemes.  (cEl  general  en  jefe  realista  dejó  á  Ju- 
juy  el  3  de  agosto.  Encargó  á  su  segundo  el  ge- 
neral Ramírez  que  cubriera  la  retirada  con  las  tro- 
pas ligeras,  y  se  replegó  á  Suipacha  el  21  del  pro- 
pio mes.  No  tardó  mucho  el  general  Pezuela  en 
recibir  la  contestación  del  virrey  á  la  consulta  que 
le  había  hecho.  Lo  autorizaba  plenamente  en  ella 
para  replegarse  hasta  donde  fuera  menester,  ron 
tal  de  que  sólo  en  un  último  evento,  cediese  la  línea 
del  Desaguadero  después  de  haber  defendido  el  te- 
rreno palmo  á  palmo,  y  por  partes»  (15). 

Fueron  tales  y  tan  grandes  los  apuros  y  las  an- 
siedades en   que  la  toma   de  Montevideo  puso  al 


(15)  García  Camba,  Memorias,  tomo  I,  pág.  111  á  117. 
Hemos  preferido  seguir  en  este  período  la  obra  del  gene- 
ral realista,  porque  además  de  haber  sido  actor  en  los  su- 
cesos, los  considera  en  el  terreno  en  que  tuvieron  lugar, 
y  en  el  recinto  oficial  en  que  producían  sus  consecuencias  ; 
todo  lo  cual  da  á  su  narración  mayor  autoridad  y  preci- 
sión que  la  que  pudiera  haber  tenido  la  nuestra  de  simple 
historiador  de  un  pasado  en  que  no  hemos  actuado. 


Y    DESALOJO    DE    SALTA  55 

virrey  de  Lima,  que  no  sólo  se  declaró  impotente 
para  reforzar  á  Pezuela,  como  éste  se  lo  exigía  con 
urgencia  temiendo  el  rápido  avance  de  las  fuerzas 
argentinas,  sino  que  formó  Consejo  de  guerra  en 
Lima  el  30  de  agosto.  Se  acordó  en  él  aprobar  la 
precipitada  retirada  de  Pezuela;  oficiar  inmediata- 
mente al  general  don  Mariano  Osorio,  comandante 
de  las  fuerzas  realistas  que  operaban  en  Chile,  que 
en  el  caso  de  haber  triunfado  de  los  patriotas  de  esa 
gobernación,  despachara  á  Arica  el  fuerte  regi- 
miento Talaveras,  compuesto  de  viejos  soldados 
europeos,  y  los  dos  batallones  de  ChUoe  que  tenía 
allí  á  sus  órdenes;  y  por  fin,  (cque  si  el  estado  de 
la  guerra  en  Chile  no  era  tan  lisonjero  como  se  es- 
peraba, celebrase  con  los  independientes  un  con- 
venio cualquiera  cuyas  estipulaciones  le  permitie- 
sen dirigirse  con  todas  sus  fuerzas  al  Perú  para 
ayudar  á  salvar  este  vasto  país,  y  su  ejército  de 
operaciones,  de  los  complicados  peligros  que  le  amc- 
nazahann. 

He  aquí,  pues,  como  fué  que  la  victoria  marí- 
tima del  almirante  Brown,  el  éxito  brillante  de  las 
operaciones  del  general  Alvear,  y  los  actos  de  la 
política  altamente  inspirada  de  los  ilustres  prohom- 
bres del  8  de  octubre  de  181 2,  produjeron  conse- 
cuencias continentales  en  toda  la  parte  austral  de 
la  América  del  Sur.  ¡Y  de  cierto  que  Pezuela  y 
Abascal  no  se  engañaban !  Si  nuestro  estado  social 
no  se  hubiera  hallado  fatalmente  envenenado  en 
ese  mismo  momento,  como  lo  vamos  á  ver,  por  el 
torrente  de  la  anarquía  bárbara  que  se  desató  sobre 
las  provincias  litorales,  alrededor  de  la  capital,  azu- 
zado y  enardecido  por  Artigas,    la   nueva  expedí- 


56  NUEVA    OCUPACIÓN 

ción  al  Alto  Perú  que  el  general  Alvear  debía  ha- 
ber llevado  inmediatamente  después  de  la  toma  de 
Montevideo,  hubiera  coronado  en  Lima  en  1815  la 
obra  de  la  Revolución  de  Mayo  de  1810.  Pero...  no 
nos  adelantemos  con  sugestiones  dolorosas  á  los 
tiempos  posteriores. 

Al  correr  de  estos  sucesos,  y  cada  vez  más  des- 
alentado por  la  falta  de  medios  en 
1814  que  se  le  tenía  y  por  la  evidente 

Marzo  10  sospecha  de  que  se  le  mantenía 
en  una  posición  insubsistente, 
precaria,  que  se  reservaba  para  aumentar  las  glo- 
rias del  general  Alvear,  San  Martín  había  conse- 
guido en  marzo  de  18 14  que  se  le  exonerase  del 
mando  del  cuerpo  de  ejército  acuartelado  en  Tucu- 
mán ;  y  retirado  á  Córdoba,  solicitaba  la  obscura 
gobernación  de  Mendoza,  puesto  demasiado  humil- 
de entonces,  para  que  pudiera  despertar  los  celos 
del  vencedor  de  Montevideo  que,  como  una  águila 
recientemente  salida  del  nido  al  alto  vuelo,  fijaba 
ya  sus  ojos  en  la  región  luminosa  del  sol  peruano. 
Más  reflexivo  y  más  cauto  en  sus  propias  obser- 
vaciones, San  Martín  preveía  serias  dificultades  á 
los  pasos  atrevidos  é  intemperantes  de  su  antiguo 
y  joven  amigo.  Conocía  el  estado  de  los  ánimos  en 
el  ejército  de  Tucumán,  los  resabios  localistas  de 
las  poblaciones,  las  prevenciones  desfavorables  que 
germinaban  contra  la  índole  imperante  é  impetuo- 
sa de  la  oligarquía  del  8  de  octubre  y  de  su  bri- 
llante é  inexperto  caudillo.  Ligado  por  matrimonio 
con  una  hija  de  la  rica  é  influyente  familia  de  los 
Escalada,  adversarios  decididos  del  orden  de  cosas 
establecido,  v  muy  mal  avenidos  con  el  torrente  de 


Y    DESALOJO    DK    SALTA  57 

novedades  en  que  aquella  oligarquía  echaba  á  la 
Revolución,  advertía  también  el  desarrollo  latente 
pero  poderoso  que  en  la  capital  tomaba  el  espíritu 
público  contra  el  gobierno  y  contra  la  concentra- 
ción militar  del  poder  en  manos  de  un  partido  in- 
transigente, tan  infatuado  y  tan  atrevido  como  el 
joven  que  lo  encabezaba.  Convencido  de  todo  esto 
San  Martín,  tenía  una  convicción  completa  de  que 
la  nueva  tentativa  que  iba  á  hacerse  para  entrar  por 
tercera  vez  al  Perú  por  las  provincias  argentinas 
del  norte,  estaba  muy  expuesta  á  fracasar  como  ha- 
bían fracasado  la  de  1811  en  Huaqui,  y  la  de  1813 
en   Vilcapugio  y  Ayamna. 

Al  solicitar,  pues,  con  aparente  modestia  pero 
con  cauta  sagacidad  la  humilde  gobernación  de 
Mendoza,  San  Martín  se  proponía  eludir  respon- 
sabilidades personales  en  los  movimientos  convul- 
sivos que  temía  y  preveía,  y  ver  si  conseguía  el 
mando  de  una  división  argentina  que  á  las  órde- 
nes del  coronel  don  Marcos  Balcarce  y  del  coman- 
dante don  Juan  Gregorio  de  Las  Heras  operaba  en 
el  ejército  de  Chile  como  cuerpo  auxiliar ;  porque 
sabía  que  aquel  jefe  estaba  resuelto  á  retirarse  á 
Buenos  Aires,  después  de  haber  prestado  allí  ser- 
vicios importantes  en  varias  acciones  de  guerra. 
\iste  puesto  le  ofrecía  una  ocasión  para  salir  del 
influjo  de  las  facciones  argentinas,  cuyos  hombres 
y  confusos  movimientos  le  inspiraban  profundo  te- 
dio y  desaliento,  muchísimo  temor,  porque  no  ha- 
bía nacido  para  esas  turbulentas  luchas,  ni  contaba 
con  medios  de  genio,  de  palabra  y  de  audacia  para 
figurar  y  predominar  sobre  ellas.  Sus  calidades  y 
sus  talentos  corrían  por  otros  senderos;   y   decían 


NIEVA    OCUPACIÓN' 


algunos  que  en  su  triste  desencanto  estaba  conven- 
cido de  que  se  había  alucinado  desgraciadamente 
dejándose  entusiasmar  en  Europa  por  la  indepen- 
dencia de  la  tierra  en  que  había  nacido  ( i6) . 

Puesto  en  Chile  y  sin  las  rivalidades  que  que- 
ría eludir  en  la  República  Argentina,  pensaba  te- 
ner una  acción  más  libre  para  su  genio  militar,  v 
premeditaba  ya  como  una  consecuencia  de  las  vic- 
torias que  se  alcanzaran  una  expedición  marítima 
sobre  las  costas  del  Perú,  que  levantase  y  sostu- 
viera allí  el  espíritu  de  insurrección.  Pero  todo  esto 
lo  transmitía  privadamente  á  sus  amigos  particu- 
lares como  proyectos  y  como  ventajas  que  podía 
ofrecer  una  hábil  gobernación  de  la  provincia  de 
Mendoza,  que  la  constituyera  en  cuartel  general  de 
la  insurrección  y  emancipación  de  Chile. 

En  aquel  momento  no  se  hacía  gran  caso  de  las 
ideas  de  San  Martín.  Se  tachaban  de  ilusorias,  de 
poco  prácticas,  de  demasiado  remotas  en  sus  re- 
sultados para  que  conviniese  tomarlas  en  cuenta. 
Todo  el  prestigio,  todo  el  brillo  y  todas  las  espe- 
ranzas se  cifraban  en  la  campaña  definitiva  que  los 
vencedores  de  Montevideo  debían  abrir  y  llevar  á 
cabo  sobre  Lima  por  las  provincias  y  por  los  ca- 
minos del  Norte.  Los  enemigos  mismos  temblaban 
al  anuncio  de  esta  operación  como  hemos  visto;  y 
el  supremo  director  del  Estado  don  Gervasio  Po- 
sadas, sin  consultar  quizás  el  parecer  del  general 
Alvear,  dio  la  gobernación  de  la  provincia  de  Cuyo 

(i6)  Algunas  veces  nos  ha  dicho  el  doctor  Tagle  á  nos- 
otros mismos:  «San  Martín  nunca  le  tuvo  cariño  ni  afecto 
personal  á  Buenos  Aires:  nos  tenía  miedo  y  no  se  intere- 
saba por  nosotros». 


Y    DESALOJO    Dlí    SALTA  59 

(Mendoza,  San  Juan  y  San  Luis)  al  general  San  . 
Martín,  de  cuya  obra  en  ese  terreno  nos  ocupare- 
mos á  su  tiempo :  pues  ahora,  después  de  haber  de- 
tallado las  grandes  consecuencias  que  produjo  la 
toma  de  Montevideo  en  la-  guerra  continental  de 
la  independencia  argentina,  tenemos  que  estudiar 
las  que  produjo  en  los  sucesos  políticos  de  la  ca- 
pital, y  en  las  convulsiones  con  que  comenzaron 
á  alterarse  las  bases  orgánicas  del  orden  social. 

Por  un  error  de  cálculo  de  que  no  pocas  veces 
son  víctimas  las  ambiciones  precipitadas,  Alvear, 
que  había  suplantado  á  Rondeau  con  justicia  y  con 
ventaja  en  Montevideo,  influyó  para  que  el  director 
Posadas  lo  consolase  con  el  mando  del  ejército  de 
Tucumán.  Alvear  contaba  con  que  la  escasa  im- 
portancia personal  y  la  flemática  ó  traposa  resig- 
nación con  que  el  nuevo  general  tenía  costumbre 
de  avenirse  á  todo,  le  daban  la  seguridad  de  que 
llegado  el  caso  próximo  de  tomar  ese  puesto  para 
sí,  ningún  trabajo  le  ofrecería  la  separación  de  un 
hombre,  como  ese,  desprovisto  de  calidades  polí- 
ticas, notoriamente  incompetente  para  dirigir  y  lle- 
var á  cabo  la  grande  campaña  que  preparaba.  Pe- 
ro esa  figura  boba  y  avenida  que  Alvear  y  los  hom- 
bres influyentes  de  su  partido  tomaban  por  un  ma- 
niquí cómodo  para  suplir  faltas  momentáneas  (y 
que  en  efecto  no  hizo  otra  carrera  ni  desempeñó 
otro  papel  que  ese  durante  toda  su  vida),  tenía  de- 
bajo de  su  callada  y  paciente  mansedumbre  una 
calidad  que  casi  nunca  falta  á  los  de  su  especie,  la 
beata  hipocresía  que  se  aprovecha  de  las  circuns- 
tancias, y  que  se  deja  poner  siempre  en  buen  lugar 


6o  NUEVA    OCUPACIÓN 

abandonando   á  otros  las   responsabilidades   de   lo 
que  ellos  mismos  desean  y  fomentan  (17). 

Lo  peor  era  que  todo  en  el  ejército  del  Norte  es- 
taba fatalmente  preparado  para  que  se  colmasen 
los  efectos  dañinos  y  ruinosos  que  debía  producir 
Rondeau  por  sus  mismas  calidades  negativas  y  por 
su  misma  insignificancia.  Los  jefes  antiguos  esta- 
ban acostumbrados  á  una  vida  arbitraria  y  capri- 
chosa; á  una  independencia  incorrecta  y  soberbia. 
Ensimismados  también  por  la  fama  de  bravos  y 
de  insubordinados  de  que  gozaban,  habían  tomado 
profundas  prevenciones  contra  los  hombres  nuevos 
que  habían  comenzado  á  figurar  en  la  capital  con 
Alvear,  y  contra  el  orden  de  innovaciones  que  pre- 
tendían introducir  en  los  cuerpos  y  en  la  discipli- 
na del  ejército.  Agregábase  á  esto,  que  habiéndose 
retirado  del  ejército  algunos  oficiales  superiores  co- 
mo Díaz-Vélez,  Viamonte,  Balcarce,  Dorrego  y 
otros,  se  les  había  suplido  con  oficiales  casi  des- 
conocidos, de  una  escuela  dudosa  al  menos,  como 
Pagóla  y  los  demás  que  veremos  figurar  después. 
La  composición  de  ese  ejército  lo  tenía,  pues,  per- 
fectamente dispuesto  á  anarquizarse  así  que  las  cir- 
cunstancias ó  el  soplo  de  los  partidos  políticos  vi- 
niesen á  inflamar  los  malos  elementos  que  germi- 
naban en  su  seno. 

(17)  Al  escribir  así,  nos  fundamos,  como  se  verá,  en 
los  juicios  exactísimos  que  en  sus  Memorias  Postumas  for- 
mula el  general  don  José  María  Paz,  confirmados  por  todos 
los  contemporáneos  del  general  Rondeau.  á  quienes  mil 
veces  hemos  oído  lo  mismo,  además  de  estar  justificados 
por  sus  propios  hechos,  y  por  una  nulidad  que  no  se  des- 
mintió jamás. 


V    DKSALOJO    1)K    SALTA  6l 

Rondeau,  por  su  propia  insignificancia  era  pues 
el  general  mejor  adaptado,  el  más  aceptable  para 
los  jefes  que  en  vez  de  tener  que  obedecerle,  lo  en- 
contraban más  bien  obediente,  solícito,  ó  apático 
ante  todos  los  desacatos  y  la  anarquía  que  había 
prevalecido  después  de  la  separación  de  San  Mar- 
tín ;  y  su  misma  hipocresía  para  condescender  con 
sus  subalternos,  debía  coincidir,  por  un  efecto  ne- 
cesario, con  el  interés  de  éstos  en  preferirlo  á  Al- 
vear,  costase  lo  que  costase. 

Veamos  ahora  la  situación  de  los  negocios  en 
las  márgenes  del  Río  de  la  Plata,  para  que  quede 
completo  el  cuadro  de  la  situación  en   1814. 


CAPITULO  ÍI 

LA    Ri:STAURAClÓN    DE    FERNANDO    VII 
INGLATERRA    Y    PORTUGAL 


St'mariO:  Fernando  VII  vuelto  á  la  libertad  por  Napoleón. 
— Cambio  radical  en  la  faz  diplomática  de  la  Revolución 
Argentina. — Previsiones  y  consejos  de  lord  Strangford. — 
Cautelosa  neutralidad  de  Inglaterra.  — Poderosos  presti- 
gios de  España  sobre  el  ánimo  de  los  insurgentes. — Go- 
biernos transitorios  sin  régimen  conocido  y  de  pura  anar- 
quía electoral.  —  Ni  república  ni  monarquía. — Descrédito 
natural  de  la  Revolución  de  Mayo. — Simpatías  retros- 
pectivas del  monarquismo. — Vacilaciones  aparentes  y 
mérito  persistente  en  la  obra  regeneradora. — Concordan- 
cias naturales  de  las  ideas  y  propósitos  de  lord  Strang- 
ford con  las  de  los  hombres  políticos  de  la  Revolución 
Argentina. — Carácter  soberbio  y  hostil  del  gabinete  bri- 
tánico.— Dificultades  de  su  posición. — Odio  de  Fernan- 
do VII  contra  la  nación  inglesa. — Su  resistencia  tenaz 
á  acordarle  un  tratado  formal  de  comercio. — Sus  medi- 
das contra  las  manufacturas. — Su  espantosa  y  bárbara 
tiranía  en  el  interior.  —  Naturaleza  reaccionaria  y  retró- 
grada de  su  gobierno.  —  Indignación  del  parlamento  in- 
glés y  de  la  prensa. — Política  reservada  y  taciturna  del 
ministerio.— El  teniente  general  Dyer.— Los  grandes  ora- 
dores ingleses  y  Fernando  VII.— Acusación  universal  del 
carácter  pérfido  y  bajo  del  rey  de  España.— Votos  pú- 
blicos porque  se  Ife  expulsara  del  trono. — La  orden  del 
Garter. — La  entrega  de  los  patriotas  de  la  Nueva  Espa- 
ña.— Asentimiento  del  ministerio  á  las  quejas  de  la  opi- 
nión pública. — Vivas  simpatías  del  Parlamento  por  la 
independencia  del  Río  de  la  Plata.  — Comparación  de  los 
intereses  ingleses  en  América  ó  en  España. — Protestas  y 


INGLATERRA    Y    PORTUGAL  63 

seguridades  del  ministerio  sobre  su  absoluta  neutrali- 
dad.—Opinión  unánime  de  los  grandes  diarios,  de  los 
comerciantes,  de  los  banqueros  y  de  los  industriales. — 
Iracundo  desquite  que  toma  Fernando  VII  prohibiendo 
los^algodones  ingleses. — Reclamaciones  del  ministerio  in- 
glés.—Obstinada  negativa  de  Fernando  VIL — Tratado 
respectivamente  ilusorio  y  vano  para  ambas  partes. — Es- 
tado vidrioso  de  las  relaciones. — Complicación  gravísima 
de  las  relaciones  entre  Portugal  y  España. — Esfuerzos  de 
Fernando  VII  por  aparejar  prontamente  la  grande  ex- 
pedición contra  Buenos  Aires  al  mando  del  general  Mo- 
rillo.—  Maniobras  reservadísimas  de  Inglaterra  y  de  Por- 
tugal.—La  rendición  de  Montevideo.  —  Primer  contra- 
tiempo de  la  expedición. — Cambio  de  rumbo  cuidadosa- 
mente ocultado.  —  Sospechas  y  agravios  de  Fernando  VII 
por  los  procederes  ambiguos  y  solapados  de  Inglaterra. — 
Empeños  del  gabinete  inglés  y  de  su  embajador  en  Río 
Janeiro  para  que  el  gobierno  de  Buenos  Aires  entre  en 
negociaciones  de  arreglo  con  el  rey  de  España. — Formas 
alternativas  del  arreglo. — Dificultades  insuperables  de  la 
negociación.— Acuerdo  del  Directorio  sobre  esto.— Mi- 
sión de  Sarratea. — Misión  del  general  Belgrano  y  Riva- 
davia.— Los  dos  motivos  del  cuadro  general  trazado  en 
este  capítulo. 

La  rendición  de  Montevideo  y  una  vivísima  in- 
surrección que  casi  al  mismo  tiempo  estalló  en  el 
Cuzco  extendiéndose  por  todo  el  centro  del  Perú, 
fueron  dos  acontecimientos  de  la  mayor  importan- 
cia que  parecían  abrir  á  las  tropas  argentinas  una 
ancha  y  fácil  entrada  para  ir  á  ventilar  la  cuestión 
de  la  independencia  allí  mismo  dondi'  tenía  su  tro- 
no el  más  poderoso  de  los  virreyes  coloniales.  Pe- 
ro, como  en  la  historia  de  las  naciones  no  hay 
acontecimientos  simples,  coincidió  con  esos  felices 
sucesos  la  noticia  de  que  Napoleón  había  puesto 
repentinamente   en   libertad  á  Fernando  Vil,    por 


64  FERNANDO    VII 

un  tratado  firmado  el  ii  de  diciembre  de  1813.  De 
manera  que  con  la  vuelta  al  trono  del  legítimo  mo- 
narca de  España  y  de  las  Indias,  caía  el  telón  con 
que  se  había  pretendido  disimular  hasta  entonces 
los  fines  verdaderos  de  la  Revolución  Argentina; 
y  de  allí  adelante  se  hacía  imposible  que  ella  con- 
tinuase invocando,  como  base  de  sus  poderes  pro- 
pios para  gobernarse,  la  cautividad  de  su  rey. 

Desde  algunos  meses  antes,  lord  Strangford  ha- 
bía previsto  en  Río  Janeiro  la  variación  radical  en 
que  por  este  suceso  iban  á  entrar  los  asuntos  polí- 
ticos americanos. 

El  fracaso  de  Napoleón  en  Rusia;  el  alzamiento 
de  todas  las  naciones  del  norte ;  el  agotamiento  de 
Francia,  y  la  expulsión  casi  total  de  los  franceses 
de  España,  reducidos  á  fuerzas  muy  inferiores  de- 
lante de  los  ejércitos  vencedores  con  que  Welling- 
ton  los  arrollaba  al  centro  del  territorio  francés, 
habían  dado  al  embajador  de  Río  Janeiro  la  certi- 
dumbre de  que  en  muy  pocos  meses  más,  Bona- 
parte  se  vería  reducido  á  abdicar,  ó  á  tratar  cuando 
menos  contentándose  con  fronteras  reducidas;  y 
que  tendría  que  devolver  su  natural  soberanía  á 
los  reyes  de  España  y  de  Portugal.  Sentado  eso, 
que  para  el  embajador  y  para  su  gobierno  era  ya 
como  un  hecho  consumado  cuyo  cumplimiento  de- 
bía efectuarse  en  muy  poco  tiempo,  el  noble  lord 
sabía  bien  que  Inglaterra  no  podría  esquivar  jamás 
los  estrechos  compromisos  que  la  ligaban  á  Espa- 
ña. Si  antes,  durante  el  cautiverio  de  Fernando  VII, 
el  gobierno  británico  se  había  escudado  de  las  exi- 
gencias españolas  con  su  falta  de  derecho  para  pro- 
nunciarse entre  las  Juntas  de  la  Península   y   las 


INGLATERRA   Y   PORTUGAL  65 

Juntas  de  América,  creadas  y  sostenidas  en  nombre 
del  mismo  rey  y  de  la  misma  nacionalidad,  resta- 
blecido ahora  en  su  trono  el  soberano  legítimo,  no 
le  era  posible  seguir  tergiversando  los  principios 
monárquicos,  ni  desconocer  los  exclusivos  y  regios 
derechos  que  Fernando  VII  tenía  al  gobierno  de  sus 
colonias,  cuya  resistencia  desde  ese  momento  no 
podía  ya  tener  otro  carácter  que  el  de  una  abierta 
rebelión  contra  el  legítimo  soberano  con  quien  ella 
estaba  aliada. 

Temiendo  pues  que  la  situación  viniese  á  ser 
desesperada  para  los  independientes  del  Río  de  la 
Plata,  el  embajador  inglés  de  Río  Janeiro  repetía 
aviso  sobre  aviso  al  gobierno  de  Buenos  Aires, 
con  un  interés  que  nunca  se  desmintió.  Su  viví- 
simo deseo  era  que  los  patriotas  enviasen  á  Europa 
comisionados,  que  protestando  su  vasallaje  á  los 
pies  del  trono,  procurasen  obtener  del  gobierno  es- 
pañol la  erección  de  una  monarquía  templada  en 
cabeza  de  alguno  de  los  infantes  hijos  de  Car- 
los IV,  que  á  la  vez  que  garantizase  la  perfecta 
unión  de  intereses  con  la  madre  patria,  por  el  ha- 
bla común,  por  las  costumbres,  por  la  raza  y  por 
la  religión,  salvase  los  derechos  fundamentales  de 
la  causa  de  la  independencia;  y  que  si  esto  fuera 
imposible  volviesen  las  provincias  del  Río  de  la 
Plata  al  vasallaje  de  su  legítimo  rey,  con  tal  que 
se  les  otorgase  un  nuevo  régimen  colonial  basado 
en  el'gobierno  propio  interno,  aunque  políticamen- 
te quedase  sumiso  á  la  corona,  que  era  lo  que  nues- 
tros publicistas  y  estadistas  llamaban  entonces  un 
gobierno  de  libertad  civil.  Creyendo  ilusoriamente 
que  pudiera  llegarse  á  la  segunda  forma,   cuando 

m'ST.    DE   LA   REP.    ARGENTINA.    TOMO   V.  — 5 


66  FERNANDO    VII 

menos,  si  se  veía  que  la  primera  fuera  de  todo  pun- 
to imposible,  lord  Strangford  insistía  por  cuantos 
medios  tenía  á  su  alcance  por  conseguir  que  el  di- 
rector Posadas  nombrase  agentes  caracterizados 
que  abriesen  esta  negociación ;  y  aseguraba  tam- 
bién que  el  gabinete  inglés,  sin  ampararlos  7nam- 
fiestamente  bajo  su  mediación,  haría  todo  lo  nece- 
sario para  que  fuesen  oídos  y  se  tomasen  en  cuenta 
las  proposiciones  qu€  hicieren  en  uno  ó  en  otro  de 
los  dos  sentidos  mencionados;  y  como  los  hom- 
bres políticos  del  Directorio  y  de  la  Asamblea,  ade- 
más de  las  dudas  y  ansiedades  que  les  inspiraba  la 
anarquía  republicana. en  que  se  hallaban  envueltos 
por  la  fuerza  de  las  cosas,  le  conservaban  á  Es- 
paña no  solamente  respeto,  sino  profundo  miedo, 
coincidían  en  las  mismas  ideas  del  embajador  in- 
glés; y  á  pesar  de  que  no  esperaban  que  España 
tuviese  la  sensatez  y  la  sabiduría  de  tomarlas  por 
base  de  una  negociación  seria,  creían  que  Ingla- 
terra, por  sus  intereses  comerciales,  podría  darles 
un  apoyo  eficaz  para  consolidar  su  emancipación 
■económica  sobre  alguna  de  esas  dos  bases. 

Si  quisiéramos  juzgar  de  lo  que  ofuscaba  enton- 
ces el  ánimo  de  los  patriotas  argentinos,  por  la 
manera  en  que  hoy  se  nos  presenta  el  cúmulo  ma- 
ravilloso de  las  coincidencias  y  de  los  esfuerzos 
heroicos  que  nos  salvaron,  cometeríamos  una  ver- 
dadera necedad.  No  es  después  de  salvar  los  terro- 
res de  un  momento  supremo  y  crítico,  que  se  puede 
juzgar  de  las  ansiedades  y  de  las  tribulaciones  que 
sufrieron  los  que  pasaron  por  ellos.  La  España  que 
hoy  se  nos  presenta  á  la  vista,  no  es  la  España 
cuyo  gigantesco  fantasma  pesaba  sobre  las  ideas 


INGLATERRA    Y   PORTUGAL  67 

tradicionales  de  nuestros  padres,  cuando  nada  co- 
nocían ellos  del  mundo,  sino  la  vasta  y  poderosí- 
sima monarquía  que  tenía  en  sus  manps  una  gran 
parte  de  Europa,  América  entera  y  otra  parte  no 
menos  opulenta  de  Asia.  Verdad  es  que  inespera- 
damente la  habían  visto  caída  en  las  garras  de  Na- 
poleón. Pero  ¿con  qué  sublime  esfuerzo,  con  qué 
prepotencia  no  había  dado  ella  el  ejemplo  de  la 
energía  á  los  pueblos  de  Europa?  ¿y  con  qué  ro- 
bustez no  había,  ella  sola,  trozado  la  cadena  con 
sus  heroicos  brazos?  Retemplada  y  victoriosa  vol- 
vía á  levantar  su  viejo  trono.  Un  monarca  popular, 
pero  bárbaro,  descargaba  los  furores  de  su  saña 
contra  los  progresos  revolucionarios  de  su  siglo, 
y  armado  con  el  poder  de  la  vieja  nación,  se  apron- 
taba ya  á  pedir  cuenta  á  los  rebeldes  americanos, 
en  su  propio  suelo,  de  los  ultrajes  que  habían  he- 
cho á  su  corona.  ¡Quos  cgo...! 

Suponer  que  tan  terrible  amenaza  no  debió  pre- 
ocupar á  los  que  tenían  que  defender,  contra  ella, 
su  independencia,  sus  personas  y  sus  familias,  es 
no  conocer  la  naturaleza  aprehensiva  y  febril  de  los 
pueblos  conmocionados,  cuando  sacados  de  los 
asientos  tradicionales  en  que  había  reposado  su 
orden  social  y  político,  sobrenadaban  como  náu- 
fragos en  el  desorden  de  la  borrasca. 

Por  lo  demás,  el  movimiento  confuso  de  gobier- 
nos transitorios  y  eventuales  en  que  los  partidos 
se  hallaban  arrojados  sin  criterio  político  propio, 
no  era  un  régimen  político  sino  un  fenómeno  es- 
pontáneo que  no  tenía  de  república  sino  su  forma 
electoral  anárquica  y  tumultuosa.  Nadie  que  tuvie- 
ra un  ápice  de  sentido  común,  un  sentimiento  algo 


68 


FERNANDO    VII 


Vivaz  siquiera  de  las  exigencias  del  patriotismo  y 
del  orden  social,  podía  prever  ó  esperar  con  la  cal- 
ma  de   un   fatalista   ascético,    que   aquel  primitivo 
desquiciamiento  fuera  un   medio  razonable  de  lle- 
gar á  constituir  y  consolidar  los  grandes  fines  eco- 
nómicos y   políticos    de    la    Revolución   de    Mayo, 
harto  desacreditada  ya  por   la   ruina  de  todas  las 
ilusiones  que  la  habían  prestigiado  en  los  primeros 
días,   y  de  cuyas  consecuencias  nadie  sabía  cómo 
salir;  pues  para  saberlo  habría  sido  preciso  tener 
en  la  mano  el  hilo  de  los  secretos  de  la  providencia, 
y  verlos  antes  que  se  produjeran.  Exigir  que  hom- 
bres tan  cabalmente  instruidos  y  tan  capaces  como 
los  hombres  políticos  de  la  Revolución,  pensaran 
y  creyeran  que  era  república  y  forma  definitiva  de 
gobierno  aquel  movimiento  descabellado  y  sin  fre- 
no que  los  llevaba  arrebatados  en  alas  del  tiempo, 
sería  precisamente  negarles  las  virtudes,  la  previ- 
sión, y  la  actitud  con  que  trataban  de  salvar  la  pa- 
tria de  acuerdo  con  los  elementos  de  orden  cientí- 
fico que  imperaban  en  su  tiempo.  Y  de  que  busca- 
ran una  monarquía  constitucional  y  parlamentaria 
como  término  de  sus  tribulaciones,  no  puede  hacér- 
seles cargo  ninguno;  porque  además  de  que  eso  era 
eminentemente  patriótico  en  su  tiempo,  aunque  hoy 
nos  aparezca  como  ilusorio,  ellos,  aunque  arrastra- 
dos por  esa  ilusión,  no  economizaron  tampoco  los 
deberes  ni  los  esfuerzos  que  les  imponía  la  salva- 
ción de  la  patria;  y  supieron  triunfar  al  fin  por  sí 
solos,    sin    sacrificar   esos   deberes,    ni    economizar 
esos  esfuerzos  gigantescos,  al   influjo  de  aquellos 
fines  ilusorios,  que  si  han  dejado  un  simple  recuer- 
do entre  las  eventualidades  de  su  tiempo,  no  han 


INGLATERRA    Y    PORTUGAL  69 

dañado,  con  rastro  ninguno  que  sea  perjudicial  é 
incurable,  el  organismo  progresivo  con  que  á  pesar 
de  todo,  vamos  marchando  desde  entonces  y  cuyo 
fin  complementario  será  el  régimen  republicano 
parlamentario,  sin  el  cual  no  hay  verdadera  liber- 
tad, ni  honra,  en  la  vida  de  las  naciones  modernas 
que  aspiran  á  ser  verdaderamente  libres. 

Ofuscados,  pero  no  descorazonados,  nuestros 
hombres  de  entonces  no  podían  menos  que  ver  con 
terror  la  resurrección  del  trono  absoluto  en  España, 
y  la  exaltación  en  él  de  un  monarca  bárbaro,  per- 
verso y  reaccionario  como  ese  que  desde  esa  altura 
soberana,  semidivina,  amenazaba  descargar  sus 
fuerzas  iracundas  al  tiempo  mismo  en  que  el  des- 
orden interno  parecía  inhabilitarlos  para  tentar  una 
resistencia  eficaz  y  bien  organizada.  El  fantasma 
de  la  reacción  se  levantaba,  pues,  formidable  y  ame- 
nazante delante  de  ellos.  España  tenía  todavía  fuer- 
zas y  elementos,  tan  vivos  como  consistentes,  en  el 
suelo  colonial.  Nadie  había  que  fuera  capaz  de  con- 
tar con  otra  cosa  que  con  una  lucha  larga,  san- 
grienta, tenaz,  y  de  un  éxito  sumamente  problemá- 
tico. Todo  pues — las  ideas  políticas  que  profesa- 
ban, las  circunstancias  desfavorables  y  apremiantes 
que  pesaban  sobre  ellos,  las  exigencias  del  patrio- 
tismo, la  necesidad  suprema  de  hacer  servir  toda 
su  actividad  á  salvar  el  orden  social  para  poner  á 
la  patria  á  cubierto  de  un  desastre  final, — contribuía 
á  que  los  hombres  eminentes  del  Directorio  de  1814 
y  de  la  Asamblea  General  Constituyente,  acepta- 
ran con  un  perfecto  acuerdo  las  indicaciones  del 
embajador  inglés,  resueltos  á  todo  <(antes  que 
aceptar  el  vi'GO  colon'lal  absoluto  que  imperaba 


70  FERNANDO    Vil 

en    España  con    toda    la    fiereza    de  un    monstruo 
brutal». 

Haciendo  esta  salvedad,  fué  que  el  Supremo  Di- 
rector del  Estado  accedió  á  nombrar  á  don  Manuel 
de  Sarraíca  para  que  se  trasladase  á  Río  Janeiro 
é  informase  desde  allí  sobre  los  medios  prácticos 
de  establecer  esa  negociación  con  el  gobierno  es- 
paíiol  á  que  con  tantas  instancias  quería  llegar  el 
embajador  .de  Su  Majestad  Británica. 

Pero  unido  á  Fernando  VII  en  virtud  de  unos 
mismos  intereses  políticos,  y  aún  de  los  principios 
dinásticos  contra  las  insurrecciones  provocadas  por 
el  espíritu  liberal  y  democrático,  que  no  bien  so- 
metido agitaba  todavía  á  los  pueblos  europeos  y 
levantaba  su  poderosa  cabeza  en  la  América  del 
Norte,  el  gabinete  tory  se  había  apoderado  del  po- 
der con  elementos  vigorosísimos  de  duración ;  y  no 
disimulaba  el  rencoroso  menosprecio  con  que  mi- 
raba estas  republiquetas  del  Occidente,  que  sin  for- 
ma de  gobierno  conocida,  ni  regla  alguna  orgá- 
nica, guerreaban  en  medio  de  un  verdadero  y  ver- 
gonzoso caos,  por  una  independencia  de  la  que  se 
mostraban  completamente  incapaces  é  indignas. 

Y  sin  embargo,  este  altivo  y  potente  coloso,  que 
nada  habría  deseado  tanto  como  ayudar  á  España 
con  sus  escuadras,  su  dinero  y  sus  soldados,  á  ba- 
rrer de  la  haz  de  la  tierra  americana  la  insolente 
canalla  que  pretendía  constituir  en  ella  repúblicas 
independientes  y  rebeldes,  tenía  trabados  sus  pasos 
y  enredadas  sus  piernas  en  los  valiosísimos  inte- 
reses comerciales  de  esos  mismos  pueblos  que  odia- 
ba. La  cuestión  de  los  mercados  de  consumo,  que 
jamás  había  tenido  un  interés  más  absorbente  para 


INGLATERRA    Y    PORTUGAL  7  I 

SUS  fábricas  y  sus  enjambres  de  proletarios,  eran 
amarraduras  que  no  sabía  cómo  romper  ese  Eolo 
forzado  á  mantenerse  encerrado  en  los  antros  tor- 
tuosos de  su  diplomacia,  sin  poder  dar  salida  á  sus 
furores  contra  nosotros,  porque  la  primera  conse- 
cuencia habría  sido  arruinar  sus  propias  industrias 
y  ahogarlas  en  su  mismo  lecho  privándolas  de  los 
mercados  que  las  consumían  y  de  los  retornos  que 
las  alimentaban.  El  arbitro  que  en  fuerza  de  sus 
opulentas  riquezas  rugía  en  las  alturas  de  la  diplo- 
macia europea,  tenía  que  doblar  su  cerviz,  por  in- 
terés de  esas  mismas  riquezas,  ante  la  soberanía 
comercial  del  Río  de  la  Plata;  y  de  ahí  sus  vaci- 
laciones, sus  rencores  impotentes,  sus  dobleces  con 
España  y  por  último  su  prudencia  para  no  mal- 
quistarse con  la  opinión  pública  de  su  mismo  país 
y  con  los  intereses  del  comercio  que  eran  prepo- 
tentes en  su  Parlamento. 

Lo  curioso  es  que  Fernando  VII,  libertado  por 
acto  de  Napoleón,  antes  de  que  Inglaterra  lo  hu- 
biese previsto,  había  regresado  á  España  animado 
de  la  más  violenta  aversión  y  enojo  contra  los  in- 
gleses. El  círculo  que  lo  inspiraba,  compuesto  del 
duque  de  San  Carlos,  de  Escóiquiz,  de  Chamorro, 
y  de  todo  aquello  que  el  partido  reaccionario  y  ser- 
vil tenía  de  más  virulento  y  perverso,  emponzoña- 
ba con  chismes  y  reminiscencias  el  ánimo  preve- 
nido del  rey  contra  los  ingleses.  Atribuíanles  todas 
las  novedades  liberales,  de  Constituciones  y  Cor- 
tes introducidas  en  el  reino  durante  el  cautiverio, 
no  sólo  por  el  ejemplo  pervertidor  de  sus  institucio- 
nes libres,  sino  por  los  influjos  directos  de  los  per- 
sonajes,  dedicados  á  conseguir  que  España,   dan- 


72  FERNANDO    VII 

dose  instituciones  libres,  asegurase  sus  vínculos  so- 
ciales con  la  política  comercial  y  con  los  intereses 
ingleses  ( i).  Aunque  taciturno  é  insistente  en  man- 
tener su  papel  de  aliado  de  España,  por  cuanto  no 
podía  hacer  otra  cosa  en  el  concierto  de  las  poten- 
cias europeas  reunidas  en  Viena  después  de  la  caí- 
da de  Napoleón,  el  gabinete  inglés  se  sentía  ofen- 
dido y  perjudicado  por  la  mala  voluntad  con  que 
Fernando  V^II  ponía  estorbos  á  los  intereses  de  su 
comercio  de  importación,  y  á  sus  pretensiones  á 
gozar  del  comercio  sud-americano,  precisamente  en 
unos  momentos  de  crisis  manufacturera  aterrante, 
en  que  no  tenía  otro  medio  que  ese  con  que  resar- 
cirse de  las  enormes  erogaciones  que  le  costaba  la 
emancipación  misma  de  España,  y  en  que  la  sal- 
vación de  su  industria,  la  reposición  de  su  tesoro 
y  el  alivio  de  su  espantoso  proletariado  reducido  á 
una  miseria  desesperante,  dependían  de  que  sus  fá- 
bricas encontraran  mercados  de  consumo  (2), 

Apenas  pisó  Fernando  VII  la  península,  en 
marzo  de  1814,  comenzó  el  embajador  inglés  á  ges- 
tionar la  formalización  del  tratado  de  comercio  que 
venía  ofrecido,  proyectado,  pero  nunca  concluido, 

(O  Véase  el  cuadro  palpitante  que  de  esta  enemistad 
hace  Gebhardt  en  su  Historia  General  de  Es-paña,  volu- 
men VI,  pág.  640,  643  y  pág.  39,  especialmente  esta  última. 
((Le  vemos  igual  deseo  de  estrechar  alianza  con  el  empe- 
rador de  los  franceses  conservando  aún  miedo,  ciega  admi- 
ración por  su  persona  ;  y  este  afán  era,  en  su  nueva  situa- 
ción, robustecido  por  el  odio  que  sentía  hacia  los  ingleses, 
de  quienes  suponía  que  eran  invenciones  las  reformas,  et- 
cétera,  etc.» 

(2)  Spencer  Walpole,  Hist.  of.  Eng.  from  the  conclu- 
sión of  the  Great  7var  in  /SiS- 


INGLATERRA    Y    PORTUGAL  73 

desde  el  ajuste  del  año  de  1809.  La  cuestión  de  la 
introducción  de  las  mercaderías  inglesas,  de  los  al- 
godones y  ferretería  sobre  todo,  en  los  puertos  de 
la  Península  y  en  los  de  América,  había  sido  hasta 
entonces  un  escollo  insalvable  para  el  buen  éxito 
de  la  negociación.  A  pretexto  de  que  ausente  y 
cautivo  el  rey  no  tenía  poderes  para  variar  en  esa 
parte  las  leyes  del  reino,  pero  no  tanto  por  eso, 
cuanto  por  el  influjo  con  que  dominaban  en  su  seno 
los  monopolistas  del  comercio  de  Cádiz,  la  Regen- 
cia primero,  y  el  mismo  rey  después  que  recobró 
su  f>oder  absoluto,  rehusaron  pertinazmente  alte- 
rar el  orden  comercial  establecido  de  antiguo  en  los 
puertos  de  la  Península  y  de  América;  porque  ((Con 
la  facilidad  de  introducir  mercaderías  inglesas  en 
la  Península,  de  donde  se  difundían  á  América, 
volvía  á  Inglaterra  el  dinero  anticipado  á  los  espa- 
ñoles, ó  invertido  en  el  pago  de  sus  propias  tro- 
pas» (3). 

Otra  de  las  razones,  y  quizás  la  más  fundada, 
que  España  oponía  á  las  pretensiones  del  gabinete 
inglés,  ávido  de  obtener  la  apertura  legal  de  los 
puertos  americanos,  era  la  de  que,  para  obtenerla, 
se  hacía  menester  que  Inglaterra  cumpliera  con  sus 
deberes  de  aliada,  y  ayudase  á  someter  á  los  insur- 
gentes á  fin  de  que  los  resultados  económicos  de 
las  franquicias  que  pedía  entraran  en  el  tesoro  real, 
V  no  en  el  de  los  gobiernos  rebeldes  que  hacían  la 
guerra  á  su  soberano.  Inglaterra  contestaba  á  eso 
(|ue  una  alianza  entre  dos  potencias  no  arrastraba 

(3)  Gebhardt,  Historia  General  de  España  y  de  sus 
Indias,  tomo  VI,  pág.   529  y   530. 


74 


FERNANDO    Vil 


consigo  la  ciega  obligación  de  inmiscuirse  en  las 
guerras,  civiles  ó  en  las  cuestiones  de  gobierno  in- 
terior que  pudieran  suscitarse  entre  las  provincias 
de  un  reino  y  su  legítimo  gobierno,  porque  si  así 
fuese  tendría  que  hacerlo  con  criterio  propio,  ó  sin 
criterio :  si  lo  primero,  tendría  el  derecho  de  optar 
por  uno  de  los  partidos;  y  si  lo  segundo,  tendría 
que  convertirse  en  instrumento  ciego  de  otro  poder 
extraño  con  pérdida  de  su  propia  soberanía.  En  ese 
caso,  contestaban  los  consejeros  de  Fernando,  In- 
glaterra no  puede  tampoco  exigir  franquicias  con 
derogación  de  usos  antiguos  que  vendrían  a  redun- 
dar en  beneficio  de  los  rebeldes. 

Pero  lo  que  ponía  el  colmo  á  la  embarazosa  si- 
tuación del  gabinete  británico,  era  la  política  vio- 
lenta y  tiránica  que  Fernando  había  adoptado  des- 
de el  momento  mismo  en  que  había  pisado  el  te- 
rritorio español.  Su  primer  acto  había  sido  resta- 
blecer por  un  real  decreto  el  régimen  absoluto  de 
la  vieja  monarquía,  restaurar  el  tribunal  de  la  In- 
quisición con  todas  sus  antiguas  facultades  para 
perseguir  opiniones,  libros  y  escritores  que  ofen- 
diesen en  algo  la  unidad  de  las  doctrinas  consagra- 
das por  el  Trono  y  el  Altar;  para  encarcelar,  dar 
torturas  y  quemar,  en  público  auto  de  fe,  á  los  que 
hubiesen  tenido  la  audacia  de  imprimirlas  ó  de  pro- 
palarlas en  asambleas  ó  pretendidas  Cortes  de  la 
nación. 

Abolió  también  por  igual  decreto  la  Constitu- 
ción. Mandó  disolver  las  Cortes  por  la  fuerza;  de- 
claró nulas  todas  las  leyes  orgánicas  y  administra- 
tivas que  hubieran  sancionado,  y  declaró  crimina- 


INGLATERRA    Y    PORTUGAL  75 

les  de  lesa  m'ajestad  á  todos  los  diputados  señalados 
como  liberales. 

Ocho  mil  personas,  y  entre  ellas  lo  más  hono- 
rable y  distinguido  de  las  clases  ilustradas,  fueron 
aherrojadas  en  las  cárceles,  en  los  castillos  y  en  las 
plazas  fuertes  de  la  Península  y  de  África.  Otros 
muchos  fueron  fusilados  por  haber  hablado  de  des- 
obedecer los  mandatos  inicuos  del  rey.  Como  quin- 
ce mil  ciudadanos,  ocultos  los  unos,  huyendo  des- 
pavoridos los  otros,  vagaban  perseguidos  como  bes- 
tias de  cacería  en  el  afán  de  ganar  las  vecinas  fron- 
teras para  salvarse  de  la  espantosa  tiranía  desatada 
por  la  rabia  fría  y  cruel  de  aquel  monstruo  exacer- 
bado con  el  loco  deseo  de  exterminar  jacobinos, 
como  llamaba  éí  á  los  liberales  que  habían  luchado 
por  libertar  la  patria  del  yugo  de  los  franceses  y 
reponerlo  á  él  en  el  trono  de  sus  abuelos. 

Lo  más  grave  era  que  las  masas  abyectas,  los 
frailes,  la  bruta  aristocracia  de  los  campesinos  y 
lugareños,  los  gremios,  los  curas,  las  aldeas,  y  al- 
gunos de  los -generales  más  señalados  en  el  servicio 
militar,  como  Elío,  Calderón,  La  Bisbal,  acompa- 
ñaban al  rey  en  su  bárbaro  desenfreno.  Con  esto 
se  aumentaba  su  poder  personal ;  y  el  incontrasta- 
ble impulso  de  sus  perversas  pasiones  allanaba  toda 
especie  de  garantías,  sin  estorbos  ante  la  voluntad 
de  este  Soberano  Absoluto  por  la  gracia  de 
Dios,  cuyas  opiniones  é  intereses  eran  mandatos 
de  la  autoridad  divina  consustanciada  en  el  alma 
de  un  animal  privado  de  conciencia  y  de  honra, 
que  en  el  trono  y  fuera  del  trono  no  era  ni  más  ni 
menos  que  un  facineroso  depravado,  tenido  y  de- 
clarado por  tal  á  ¡a  jas  de]  mundo  como  lo  vamos 


76  FERNANDO    VII 

á  ver,  por  los  hombres  más  eminentes  y  honorables 
del  Parlamento  inglés,  sin  que  nadie  osase  allí  le- 
vantar la  voz  para  atenuar  en  lo  más  mínimo  el 
tétrico  y  repugnante  perfil  que  hacían  del  rey  de 
España. 

Fernando  VII  proponía  á  Inglaterra  hacer  un 
tratado  especial  de  alianza  bélica  contra  los  insur- 
gentes de  América,  y  en  remuneración  de  su  coo- 
peración, le  concedería  un  arreglo  de  franquicias 
comerciales.  Pero  el  gabinete  inglés  no  podía  acep- 
tar semejantes  bases.  El  estado  de  la  opinión  en  el 
Parlamento  y  en  la  generalidad  del  país  era  resuel- 
tamente favorable  á  los  americanos,  al  mismo  tiem- 
po que  la  persona  y  el  gobierno  de  Fernando  VII 
eran  mirados  por  toda  la  prensa  como  una  de  esas 
abominaciones  indignas  de  la  época  y  de  la  civili- 
zación. Tales  fueron  los  actos  inicuos,  la  mala  fe, 
las  atrocidades,  el  salvajismo  y  las  proscripciones 
á  que  se  abandonó  desde  el  primer  día  en  que  reasu- 
mió el  poder,  que  el  escándalo  de  su  conducta  pro- 
vocó el  horror  de  la  opinión  pública  de  Inglaterra, 
é  hizo  estremecer  á  las  clases  políticas  y  comercia- 
les de  un  extremo  del  reino  á  otro.  El  ilustre  ge- 
neral Thomas  Dyer,  uno  de  los  héroes  del  ejército 
que  había  arrojado  á  los  franceses  de  España,  y 
que  por  sus  altos  hechos  había  merecido  que  el  go- 
bierno de  la  Regencia  lo  condecorase  con  cien  cru- 
ces y  con  el  grado  de  teniente  general  español,  in- 
dignado de  los  atentados  del  gobierno  de  Fernando, 
escribió  al  secretario  de  guerra  de  Madrid  devol- 
viendo todas  las  cruces  y  grados  (4). 

(4)  No  habiendo  obtenido  respuesta,  reiteró  su  renun- 
cia en  estos  términos:  «...y  ruego  por  segunda  vez  á  Vues- 


INGLATERRA    Y    PORTUGAL  77 

Estas  ideas,  y  los  cargos  más  tremendos  contra 
Fernando  Vil  y  contra  las  contemporizaciones  del 
gabinete  inglés,  tenían  un  eco  general  y  apasiona- 
dísimo en  el  Parlamento :  y  no  pocas  veces  queda- 
ron mal  parados  los  ministros,  que  inhabilitados 
para  defender  sus  obscuras  relaciones  con  el  go- 
bierno español,  se  escurrían  de  las  dificultades  con 
reservas  y  breves  disculpas  de  su  política.  Los  ora- 
dores más  respetados  y  más  populares  aprovecha- 
ban cuanto  se  les  venía  á  la  mano  para  presentar 
al  gabinete  inglés  como  cómplice  y  manchado  en 
todas  las  infamias  y  torpezas  que  cometía  el  rey  de 
España.  El  famoso  orador  Mr.  Mackintosh  decía 
en  una  de  las  más  ardientes  sesiones  á  que  dio  lu- 
gar este  estado  de  cosas :  ((El  ministerio  debe  hacer 
una  declaración  que  libre  á  Inglaterra  de  la  graví- 
sima imputación  de  haber  tomado  parte  contra  los 
patriotas  americanos.  Desde  el  momento  en  que 
entró  en  España  Fernando  VII  ha  prevalecido  la 
impresión  (algo  justificada  sin  duda)  de  que  In- 
glaterra aprueba  y  auxilia  las  maldades  de  ese  nue- 
vo rey.  Todos  sabemos  que  el  general  Withingham, 

tra  Excelencia  que  mi  nombre  sea  borrado  cié  la  lista  de 
los  generales  del  ejército  español,  porque  jamás  puedo  con- 
sentir en  aceptar  rango  alguno  de  un  gobierno  que  priva 
á  su  nación  del  derecho  de  representaci(5n,  pero  especial- 
mente no  puedo  aceptarlo  del  gobierno  español  que  ha  re- 
cibido tantas  pruebas  del  afecto  de  sus  subditos  en  los  es- 
fuerzos que  han  hecho,  y  de  que  yo  mismo  soy  testigo, 
para  el  restablecimiento  de  la  independencia  de  la  monar- 
quía. Me  parece  que  los  ministros,  al  regreso  de  S.  M.  de- 
bían haber  aconsejado  á  su  soberano  que  confirmase  todos 
los  antiguos  derechos  de  la  nación,  que  para  sostenerlo, 
ha  ofrecido  tan  nobles  y  gloriosos  sacrificios». 


78 


FERNANDO    VII 


oficial  inglés  pagado  por  este  país,  mandaba  el 
ejército  que  en  su  marcha  hacia  Madrid  destruyó 
el  gobierno  de  las  Cortes  para  establecer  una  tira- 
nía más  horrible  y  feroz  que  el  reinado  sanguinario 
de  Robespierre ;  señalándose  así  la  felonía  más 
odiosa  con  que  la  historia  puede  estigmatizar  á  un 
rey  ingrato». 

Entrando  el  orador  en  la  narración  de  algunos 
hechos  recientes  lanzaba  estas  durísimas  palabras: 
«A  no  ser  que  estas  atrocidades  se  desaprueben  ca- 
tegóricamente por  el  gobierno  británico,  no  sólo 
por  palabras,  sino  por  actos  ejemplares,  él  será  con- 
siderado como  un  cómplice  en  el  restablecimiento 
en  España  de  aquel  orden  de  cosas,  del  que  si  bien 
hay  algunos  ingleses  (los  ministros)  que  hablan 
con  cuidadosa  reserva,  es  el  objeto  de  una  general 
detestación  y 'horror  en  toda  la  Europa,  Es  en  ver- 
dad profunda  la  degradación  que  ha  sufrido  nues- 
tra patria.  Antes  éramos  la  esperanza  y  el  refugio 
de  los  oprimidos;  y  nuestra  influencia  se  fundaba 
en  nuestro  carácter  moral  y  en  nuestro  honor. 
Pero  ¡  quién  se  atreverá  ahora  á  decir  que  i^uestro 
■  honor  permanece  sin  mancha  cuando  un  cónsul 
britáijico  se  ha  rebajado  hasta  el  punto  de  conver- 
tirse en  alguacil  del  Santo  Oficio,  y  cuando  un 
general  inglés  se  ha  constituido  en  carcelero  de  un 
Fernando  VII!  (Rumor:  ¡Oigan!  ¡ Oigan !))^  (5). 


(5)  Otros  oradores  de  no  menos  peso,  sostuvieron  la 
discusión  con  igual  vehemencia  en  medio  del  silencio  del 
ministerio.  Un  miembro  obscuro  del  partido  ministerial  osó 
decir  que  estaba  muy  lejos  de  justificar  les  hechos  que  se 
relacionaban,  pero  que  creía  'impropia  la  manera  con  que 
se  hablaba  de  un  rey  aliado  de  Inglaterra.  uVút  mi  parte, 


INGLATERRA   Y   PORTUGAL  79 

El  ministerio  inglés,  empeñado  en  atraerse  el 
ánimo  de  Fernando  VII  hasta  obtener  el  tratado  de 
comercio  que  miraba  como  una  consecuencia  indis- 
pensable de  los  sacrificios  y  esfuerzos  que  le  cos- 
taba la  guerra  de  la  Península,  había  incurrido  en 
debilidades  que  la  oposición  le  reprochaba  como 
crímenes,  casi  con  evidente  raz(3n.  La  una  era  ha- 
ber entregado  al  gobierno  español  los  patriotas  de 
Colombia,  general  Miranda  y  otros  que  habiendo 
logrado  evadirse  del  buque  en  que  iban  presos,  se 
habían  asilado  en  Gibraltar,  y  que  el  gobernador 
de  esta  plaza,  asesorado  por  su  secretario,  había 
vuelto  á  prender  y  entregado  á  las  autoridades  es- 
pañolas, á  la  primera  reclamación.  El  otro  era  ha- 
ber conferido  á  Fernando  VII   la  orden  especialí- 


le  .contestó  Mr.  Horner,  opino  qtie  así  es  como  debe  ha- 
blarse en  el  Parlamento,  de  los  malvados;  y  no  juzgo  que 
la  alianza  de  Fernando  VII  sea  de  tal  importancia  que  la 
Cámara  deba  suprimir,  por  respeto  á  él,  su  indignación 
contra  sus  procedimientos».  A  eso  agregó  Mr.  Grant,  u*o 
de  los  miembros  más  influyentes  de  la  gentry:  ((Tal  es  el 
aborrecimiento  y  el  desprecio  que  tengo' por  Fernando  VII, 
que  no  puede  haber  un  motivo  tan  fuerte  que  sea  capaz  de 
contenerme.  Yo  espero  qué  ese  odioso  tirano  sea  expul- 
sado del  trono». — ((En  efecto,  contestó  Mr.  Whitbrcad,  ha- 
bría sido  muy  de  desear  que  Fernando  VII  hubiese  pasado 
todo  el  resto  de  su  vida  como  vivió  en  Valencey,  bordando 
por  sus  manos  un  manto  -para  la  Virgen  Santísima.  (Risas 
prolongadas.)  Fernando  VII  (agregó  el  orador)  entró  en 
la  capital  de  su  reino  con  banderas  desplegadas,  pero  á  un 
lado  de  ellas  estaba  escrito  perfidia  y  en  el  otro  tiranía; 
y  por  eso  hago  notar  á  la  Cámara  que  en  las  cuentas  que 
el  ministerio  ha  puesto  en  la  mesa,  hay  un  ítem  de  53  mil 
libras  esterlinas  para  el  pago  del  ejército  que  entró  en  Ma- 
drid con  esas  banderas.  (¡Oigan!  ¡oigan!) 


8o  FERNANDO    VII 

sima  del  Garter  que  Inglaterra  no  había  conferido 
hasta  entonces  sino  á  muy  pocos  v  muy  ilustres 
reyes.  Ambos  actos  tuvieron  una  repercusión  ruido* 
sísima  en  la  Cámara,  «Por  lo  que  respecta  al  Nue- 
vo Mundo,  dijo  Mr.  Mackintosh,  los  actos  de  nues- 
tros ministros  han  confirmado  plenamente  los  re- 
celos de  los  amigos  de  la  libertad  de  España  y  de 
sus  colonias,  si  es  que  pueden  llamarse  colonias 
unas  regiones  que  inevitablemente  serán  indepen- 
dientes, si  son  eficaces  los  esfuerzos  y  los  votos  de 
todos  los  hombres  de  bien.  Ellos  recelan  con  fun- 
damento que  Inglaterra,  lejos  de  mantenerse  neu- 
tral en  la  contienda  entre  las  dos  Españas,  ha  au- 
xiliado á  la  Península  con  armas,  municiones  y 
vestuarios  para  una  expedición  que  España  prepara 
contra  América  y  que  sin  esos  auxilios  no  podía 
moverse.  Los  oficiales  ingleses  Smith  y  Duff  que 
han  entregado  á  los  patriotas  de  la  Nueva  España 
asilados  en  Gibraltar  han  manchado  su  nombre  y 
las  banderas  inglesas  con  .una  infamia  eterna,  y  la 
Cámara  debe  dirigirse  al  príncipe  regente  con  su 
más  severa  reprobación  de  semejantes  actos  para 
que  Su  Alteza  Real  dirija  la  más  severa  reprensión 
á  esos  oficiales  con  las  consecuencias  represivas  que 
son  del  caso». 

((La  Cámara  entera,  dice  el  Morning  Chronicle, 
ha  convenido  en  que  semejantes  actos  eran  tanto 
más  deformes  cuanto  que  había  coadyuvado  á  las 
miras  injustas  y  ((atroces»  de  un  gobierno  ((tiránico 
y  bárbaro».  Pero  los  ministros,  después  de  haber 
asegurado  que  esos  oficiales  habían  sido  reprendi- 
dos severa  y  ásperamente,  explicaron  que  si  no  ha- 
bían sido  castigados  con  mayor  pena,  era  porque 


INGLATERRA    Y    PORTUGAL  8 1 

habían  procedido  por  equivocación  y  por  falsos  in- 
formes.» 

Tomando  la  palabra  Mr.  Bennett,  dijo:  «Señor, 
el  gobierno  inglés  se  ha  deshonrado  á  sí  mismo 
confiriendo  la  orden  del  Garter  á  un  rey  como  Fer- 
nando VII,  y  yo  desearía  saber  cuál  es  el  ministro 
de  la  Corona  que  se  ha  atrevido  á  aconsejar  seme- 
jante acto  al  príncipe  regente».  «Y  en  efecto,  agre- 
gó Mr.  Whitbread,  la  Cámara  debería  saber  cómo 
es  que  una  orden  tan  esclarecida  se  ha  conferido  á 
un  hombre  que  no  es  otra  cosa  que  un  usurpador 
de  los  derechos  de  su  pueblo.  Es  necesario  que  se- 
pamos por  qué  se  ha  degradado  tanto  la  orden  of 
the  Garter  que  ha  llegado  á  conferirse  al  actual  rey 
de  España  cuando  tantas  otras  veces  se  ha  negado- 
este  honor  á  grandes  monarcas  que  lo  han  solici- 
tado. Yo  espero  que  los  ministros  nos  lo  expli- 
quen». (Rumores  de  aprobación.)  Levantándose 
entonces  el  primer  ministro  lord  Castlreagh,  dijo 
que  el  derecho  de  conceder  esa  decoración  pertene- 
cía exclusivamente  á  las  prerrogativas  de  la  Coro- 
na; que  no  podía  ser  materia  de  discusión  en  la 
Cámara,  y  que  el  asunto,  por  otra  parte,  no  era  de 
bastante  importancia  para  ello.  «Lo  sé,  contestó 
Mr.  Whitbread,  pero  como  estoy  viendo  que  la  opi- 
nión de  la  Cámara  se  halla  justamente  ofendida  con 
semejante  concesión,  insisto  en  hacerlo  notar  para 
que  el  rey  de  -España  comprenda  que  no  es  digno 
de  este  honor,  y  devuelva  esa  orden  á  Inglaterra, 
así  como  el  ilustre  general  Dyer  le  devolvió  sus  tí- 
tulos é  insignias  de  teniente  general  español,  que 
tan  lejos  de  honrarlo  siendo  rey  Fernando  VIU 
creyó  que  lo  deshonraban». 

HIST.    DE    LA   REP.    ARGENTINA.    TOMO   V.  — 6 


82  FERNANDO    VII 

«Con  este  motivo  deseo  saber  si  el  señor  minis- 
tro ha  dado  algún  paso  para  detener  la  efusión  de 
sangre  en  Sud-América.  Yo  puedo  asegurarle  que 
en  aquellos  infelices  países  han  perecido  ya  por  la 
espada  un  millón  de  hombres,  y  me  horrorizo  de 
pensar  lo  que  les  espera  si  un  Fernando  VII  vuelve 
á  imponerles  su  yugo.  De  lo  que  ha  hecho  en  Es- 
paña se  puede  ya  decir  lo  que  hará  en  América». 
El  orador  entró  en  detalles  sobre  las  matanzas  de 
México  y  otros  puntos,  donde  sin  embargo  de  las 
capitulaciones  y  promesas  de  amnistía  miles  de  je- 
fes V  oficiales  habían  sido  degollados  traJdoramen- 
te,  repitiéndose  por  todas  partes  iguales  escenas  de 
devastación  y  sangre.  «(Acabo  de  saber  que  está 
por  salir  de  Cádiz  una  expedición,  que  ojalá  pe- 
rezca toda  entera  en  las  costas  del  Nuevo  Mundo. 
Nuestros  ministros  deben  examinar  si  es  más  con- 
veniente mantener  relaciones  amistosas  con  nueve 
Tnillones  de  esclavos,  que  es  la  población  de  la  Pe- 
nínsula, ó  con  die^  y  ocho  millones  de  hombres  li- 
berales que  luchan  heroicamente  por  ser  libres  y 
que  están  ofreciendo  á  Inglaterra  su  comercio  y 
alianza  al  mismo  tiempo  que  el  rey  de  España,  con- 
decorado por  el  ministerio,  se  los  niega  obstinada- 
mente (¡oigan!  ¡oigan!).  Se  nos  dice  que  el  gobier- 
no de  Su  Majestad  conserva  una  perfecta  neutra- 
lidad con  los  dos  mundos;  pero  no  es  cierto,  por- 
que á  nuestra  costa  España  ha  remitido  armas  y 
tropa  contra  América ;  y  al  mismo  tiempo  que  esas 
armas  y  tropas  se  recibían  y  repartían  á  los  realis- 
tas en  nuestra  isla  de  la  Trinidad,  se  negaba  hos- 
pitalidad á  los  patriotas,  y  se  les  obligaba  á  buscar 
refugio  en  Haití,  donde  Petion,  un  negro  lleno  de 


INGLATERRA    Y    PORTUGAL  83 

sabiduría  y  de  virtudes  que  adornarían  á  un  prín- 
cipe, los  recibía,  y  aliviaba  sus  .desgracias». 

El  ministerio  negó  categóricamente  la  verdad 
de  los  hechos  que  se  referían,  y  aseguró  á  la  Cá- 
mara que  desde  mucho  antes  había  hecho  empeños 
por  mediar,  tratando  siempre  de  conservar  su  amis- 
tad con  los  americanos  sin  perjudicar  la  alianza  con 
España,  que  además  de  ser  una  consecuencia  de  los 
grandes  sucesos  pasados,  era  un  medio  de  conse- 
guir en  más  ó  menos  tiempo  un  ajuste  sólido  y  con- 
veniente entre  España  y  las  provincias  de  América 
rebeldes  contra  su  gobierno.  «La  Cámara  puede 
estar  cierta  que  el  gobierno  de  Su  Majestad  no  ha 
tenido  jamás  la  intención  de  intervenir  en  las  con- 
tiendas de  España  y  sus  colonias». 

Sin  embargo,  contestó  Mr.  Mackintosh,  (ces 
tiempo  muy  oportuno  para  que  el  gobierno  de  Su 
Majestad  examine  atentamente  el  estado  de  Amé- 
rica. Suceda  lo  que  suceda,  á  nadie  puede  ocultár- 
sele que  estamos  en  víspera  de  abrir  un  comercio 
general  y  libre  con  sus  puertos  y  comarcas,  puesto 
que-  á  eso  tiende  la  abolición  de  la  Compañía  del 
mar  del  Sud.  Pero  con  respecto  al  abominable  go- 
gierno  de  España,  yo  deseo  que  los  ministros  ex- 
pongan sus  sentimientos  con  más  claridad,  y  que 
refuten  la  acusación  de  haber  ayudado  á  España 
contra  los  patriotas  de  América.  La  cuestión  de 
mayor  importancia  es  que  sepamos  una  vez  por  to- 
das qué  conducta  piensa  seguir  el  gobierno  de  Su 
Majestad,  si  felizmente  América  sacude  su  odioso 
yugo.  ¿  Puede  concebirse  que  sigamos  indiferentes 
á  la  subyugación  de  unos  países  con  quienes  espe- 
ramos poder  entablar  el   más  extenso  y  ventajoso 


§4  FERNANDO   VII 

comercio?»...  Lord  Ponsomby  agregó  que  Sud- 
América  era  de  la  rnayor  importancia  para  Inglate- 
rra por  su  comercio;  que  no  había  país  con  el  que 
debiera  conservarse  más  estrecha  amistad,  y  que 
el  pueblo  británico  esperaba  de  su  gobierno  que 
ni  directa  ni  indirectamente  ayudase  á  su  subyuga- 
ción. Eso  es  al  menos,  observó  Mr.  Whitbread, 
lo  que  exige  la  opinión  de  todo  nuestro  país  in- 
clusa la  de  los  miembros  que  toman  asiento  detrás 
de  los  señores  ministros;  así  es  que  espero  también 
que  ninguna  parte  de  esta  suma  de  treinta  millones 
de  libras  que  hemos  acordado  para  los  gastos  de 
la  nación,  se  entregue  á  España  para  asistirla  en 
sus  expediciones  contra  la  América  del  Sur ;  y  lo 
digo  porque  algunos  de  aquellos  patriotas  perse- 
guidos hoy,  que  contribuyeron  antes  al  restableci- 
miento de  su  presente  opresor,  dan  suma  impor- 
tancia al  rumor  de  que  el  gobierno  tenía  intención 
de  prestar  ese  auxilio.  Yo  creo  infundada  tal  sos- 
pecha, y  la  he  traído  á  consideración  tan  sólo  para 
dejar  satisfechos  á  los  que  la  han  tenido.  Mr.  Ben- 
nett  dijo  entonces  que  esperaba  que  el  noble  lord 
se  negaría  á  la  idea  de-asistir  con  armas  ó  dinero 
á  los  españoles  contra  los  americanos;  y  lord  Castl- 
reagh  repitió,  breve  pero  categóricamente,  las  se- 
guridades que  había  dado  de  no  faltar  á  la  más  es- 
trict-a  neutralidad. 

Pero  como  la  oposición  creyese  que  no  era  eso 
lo  bastante  y  que  lo  que  á  Inglaterra  le  convenía 
era  obligar  á  España  á  que  pusiese  á  sus  colonias 
en  la  posesión  .de  franquicias  comerciales  bien  ga- 
rantidas, insistió  en  que  se  elevase  al  príncipe  re- 
gente una  exposición  de  las  miras  y  de  los  deseos 


INGLATERR.\   Y    PORTUGAL  85 

de  la  Cámara,  y  obtuvo  56  votos  contra  67  :  lo  cual 
en  un  asunto  de  este  carácter  era  ya  un  síntoma 
muy  serio  para  los  ministros. 

Todos  los  grandes  diarios  casi  sin  excepción, 
el  Times,  el  Morning  Chronicle  Advertiscr,  etcé- 
tera, etc.,  acreditaban  y  propagaban  en  el  público 
las  mismas  opiniones  favorables  á  la  causa  de  los 
independientes  de  Sud-América,  hasta  que  Fer- 
nando VII,  irritadísimo,  y  sin  disponer  de  voces 
autorizadas  que  pudieran  amenguar  el  oprobio  que 
echaban  sobre  él  las  discusiones  del  Parlamento  y 
los  periódicos  comentados  y  aplaudidos  por  el  po- 
deroso gremio  de  los  comerciantes  y  de  los  fabri- 
cantes ingleses,  lanzó  un  decreto  prohibiendo  la 
entrada  en  España  y  en  América  de  los  algodones 
ingleses  y  artículos  de  ferretería.  Fácil  es  compren- 
der la  irritación  que  produjo  esta  medida  (6). 

(6)  «La  conducta  del  gobierno  español,  decía  el  Ti- 
mes, en  pFohibir  un  ramo  tan  considerable  de  nuestras  ma- 
nufacturas como  el  de  los  algodones,  ha  excitado  una  fuer- 
te sensación  en  el  mundo  comercial,  y  no  poca  ansiedad 
por  saber  qué  conducta  adoptará  nuestro  gobierno  en  este 
caso.  Que  los  ministros  ingleses  sufran  y  vean  humilde- 
mente sacrificados  los  intereses  vitales  del  imperio,  es  lo 
que  nadie  puede  creer  ni  esperar.  Hay  medidas  que  distan 
muy  poco  de  la  hostilidad,  y  por  las  cuales  podemos  hacer- 
nos una  amplia  justicia.  Prescindiendo  de  los  millares  de 
vidas  y  millones  de  dinero  prodigados  por  Inglaterra  para 
reponer  á  Fernando  en  el  trono,  nos  limitaremos  á  señalar 
el  olvido  en  que  se  pone  la  obligación  de  pagarnos.  Por  el 
tratado  de  enero  de  1809  España  se  obligó  á  proceder  con 
la  posible  brevedad  al  ajuste  de  un  tratado  de  comercio, 
abriéndonos  mientras  tanto  un  comercio  libre  con  sus  sub- 
ditos. En  vez  de  esto  recibimos  sobre  el  rostro,  como  un 
acto  hostil,   un  nuevo  decreto  prohibitivo.   Los  americanos 


86  FERNANDO    VII 

Renováronse  con  nueva  virulencia  los  ataques 
de  toda  la  prensa  contra  Fernando  Vil.  Dentro  del 
Parlamento  se  le  atacó  como  un  tirano  sin  que  los 
ministros  pudieran  disimular  la  indignación  que 
les  había  causado  un  acto  tan  agresivo  como  el  de 
la  prohibición  de  la  entrada  en  España  de  los  al- 
godones ingleses,  asegurando  que  acto  continuo  ha- 
bían hecho  las  reclamaciones  convenientes,  y  que 
tenían  la  esperanza,  así  como  también  los  m,edios, 
de  llegar  muy  pronto  al  ajuste  de  un  tratado  que 
sin  violar  los  derechos  propios  de  la  monarquía 
española,   ni   intervenir  en   sus  contiendas  con   los 


del  Sur  que  componen  17  millones  solicitaron  con  ansia 
por  repetidas  veces  el  comercio  libre  con  nosotros  desde 
1809.  El  distinguido  político  que  representaba  á  este  país 
como  embajador  cerca  de  la  corte  de  España  (el  marqués 
de  Wellesley),  solicitó  del  modo  más  urgente,  pero  en  v-ano, 
que  se  hiciese  esta  justa  concesión  á  los  americanos.  Es- 
paña era  entonces,  como  es  hoy,  enteramente  inca-paz  de 
surtir  á  sus  necesidades,  y  de  aumentar  por  su  propia  pro- 
ducción (que  no  la  tiene)  los  recursos  y  riquezas  de  los 
americanos  del  Sur  :  semejante  al  perro  del  hortelano,  ha 
rehusado  tercamente  acceder  á  nuestras  insinuaciones ;  y 
las  medidas  violentas  que  se  tomaron  contra  el  comercio 
de  las  provincias  americanas,  es  lo  que  ha  movido  á  algu- 
nas de  ellas  á  defender  su  independencia.  Desde  entonces, 
nos  están  ofreciendo  y  aun  nos  solicitan  con  el  mayor  an- 
helo que  participemos  de  su  comercio,  no  habiéndonos  atre- 
vido á  hacerlo  por  una  delicada  consideración  á  las  pre- 
ocupaciones de  nuestros  aliados  los  españoles  europeos. 
Quizás  esa  delicadeza  haya  sido  excesiva  contra  los  justos 
derechos  que  tienen  los  americanos  del  Sur  á  nuestra  aínis- 
tad.  Acaso  una  conducta  tnás  firme  y  decidida  de  nuestra 
parte  hubiera  sido  mejor  para  España,  para  la  América 
del  Sud,  y  para  nosotros  mismos.» 


INGLATERRA    Y    PORTUGAL  87 

americanos  del  Sur,  daría  plena  satisfacción  á  Ids 
intereses  comerciales  de  Inglaterra,  que  era  cuanto 
se  f>odía  esperar  y  pedir  á  su  gobierno  en  momen- 
tos en  que  los  más  graves  intereses  europeos  obli- 
gaban á  todas  las  potencias  á  seguir  una  política 
sabia  y  prudente. 

Y  sin  embargo  de  todo  eso,  Inglaterra  no  pudo 
doblar  el  ánimo  hostil  y  terco  de  Fernando  VII,  y 
lo  único  que  obtuvo  fué  un  tratado  indeciso  para 
ella,  algo  más  satisfactorio  para  Fernando,  pero  que 
en  nada  alteraba  lo  fundamental  del  estado  en  que 
se  hallaban  las  cosas  desde  fines  de  1813.  En  ese 
tratado,  España  se  limitó  á  ofrecer:  «Que  en  el 
caso  que  el  comercio  con  las  posesiones  españolas 
de  América  fuese  abierto  á  las  naciones  extranje- 
ras. Su  Majestad  Católica  'prometía  que  la  Gran 
Bretaña  sería  admitida  á  comerciar  con  dichas  po- 
sesiones á  la  par  de  la  nación  más  favorecida».  Pe- 
ro en  cambio  de  esta  promesa  harto  intítil,  pues 
era  bien  sabido  que  España  no  abriría  á  ninguna 
nación  extranjera  los  puertos  de  América,  Ingla- 
terra hacía  á  España  otras  promesas  no  menos  ilu- 
sorias y  ridiculas.  Parecía  que  una  y  otra  potencia 
estuvieran  burlándose  mutuamente.  «Deseando  Su 
Majestad  Británica  (decían  los  artículos  adiciona- 
les de  1814)  que  las  discordias  que  se  han  susci- 
tado en  los  dominios  de  Su  Majestad  Católica  en 
América,  cesen  enteramente,  y  que  los  subditos  de 
estas  provincias  vuelvan  á  la  obediencia  de  su  so- 
berano, Inglaterra  se  compromete  á  tomar  las  me- 
didas más  eficaces  para  impedir  que  sus  siibditos 
proporcionen  armas,  municiones  ú  otro  articulo  de 


OO  FERNANDO    VII 

guerra  de  cualquier  género  que  fuese  á  los  insur- 
gentes de  América»  (7). 

A  nadie  se  le  puede  ocultar  que  en  un  estado  de 
cosas  como  éste,  las  relaciones  entre  España  é  In- 
glaterra eran  de  un  carácter  enojosísimo,  y  tan  vi- 
driosas que  por  todas  partes  se  auguraba  un  rom- 
pimiento. La  misma  prensa  española  puesta  bajo 
la  más  severa  censura,  y  sin  poder  abrir  los  labios 
para  nada  que  no  fuese  previamente  acordado,  atri- 
buía á  Inglaterra,  como  veremos,  influjos  y  medi- 
das favorables  á  los  americanos  y  hostiles  á  las  em- 
presas españolas. 

Aunque  guardándose  hasta  entonces  una  reser- 
va que  fué  impenetrable,  totalmente  impenetrable 
durante  cuatro  años,  Portugal  sostenía  también 
con  España  una  gravísima  cuestión  que  había  pro- 
ducido entre  las  dos  Cortes  un  entredicho  que  por 
momentos  hubo  de  amenazar  entre  ellas  un  rom- 
pimiento. 

Cuando  Bonaparte  obligó  á  Carlos  IV  á  que  hi- 
ciera la  guerra  del  iSoS  y  que  invadiera  á  Portugal, 
acongojado  y  aterrado  el  pobre  rey  de  España  Car- 
los IV,  cumplió  las  órdenes  de  su  opresor;  pero 
convencido  de  que  cometía  una  iniquidad  contra 
los  derechos  de  su  yerno  y  de  su  hija,  así  que^ob- 
tuvo  algunas  ventajas  se  apresuró  á  hacer  el  tra- 
tado de  Badajoz  sin  conocimiento  de  Bonaparte. 

Indignado  éste  de  que  el  rey  de  España  no  hu- 


(7)  Tan  poco  satisfactorio  era  este  insignificante  tra- 
tado para  Inglaterra,  que  después  de  tres  meses  se  le  con- 
serv^aba  en  la  mayor  reserva,  y  nadie  lo  conocía,  como 
puf-de  verse  en  el  Times  de  8  de  octubre  de  1814. 


INGLATERRA    Y    PORTUGAL  89 

biera  despojado  al  de  Portugal  de  las  plazas  fuer- 
tes de  la  frontera  en  que  tenía  la  intención  de  poner 
guarniciones  francesas  para  apoderarse  en  seguida 
de  Portugal,  procedió  como  si  no  existiera  el  tra- 
tado ;  y  al  celebrar  la  paz  de  Aniiens  hizo  que  las 
plazas  portuguesas  de  Olivenoa  y  Jurunienha,  con 
sus  respectivos  territorios,  quedasen  desprendidos 
del  reino  de  Portugal  y  adjudicadas  al  de  España, 
como  le  convenía  para  guarnicionarlos   (8). 

Pero  cuando  los  franceses  arrollados  por  We- 
llington  y  por  los  aliados  portugueses  y  españoles, 
hicieron  desalojar  las  fronteras  de  Portugal  y  Es- 
paña en  1813,  la  regencia  de  Portugal  reclamó  de 
la  de  España  la  devolución  de  los  territorios  de 
Olivensa  y  Jurumenha,  como  procedentes  de  una 
usurpación  á  que  la  mism^^  corte  de  Madrid  había 
sido  forzada  por  el  déspota  continental.  La  regen- 
cia española  se  negó  á  resolver  por  sí  misma  en 
este  asunto  antes  de  la  restauración  de  Fernando. 
Fueron  iniítiles  las  insinuaciones  que  el  embajador 
inglés  y  el  mismo  gabinete  hicieron  para  que  se 
acordase  á  Portugal  esa  justa  devolución.  Resta- 
blecido Fernando  VII,  la  corte  de  Río  Janeiro  re- 
novó su  reclamación  en  febrero  de  18 14;  mas  como 
el  rey  español  lo  rehusara  redondamente  y  persis- 
tiera en  sostener  la  estabilidad  del  tratado  de  Bada- 
joz, el  gobierno  portugués  insistió  duramente  en  su 
derecho,  protestando  que  si  no  se  le  hacía  justicia, 
tomaría  compensaciones  en  la  política  y  en  los  te- 
rritorios de  Sud-América  que  tenía  próximos  á  sus 
fronteras   del    Brasil,   sobre  lo  cual   guardaría   por 

(8)     Véase  el  vol.  I,  pág.  459-461  de  esta  obra. 


90  FERNANDO    VII 

el  momento  la  más  estricta  y  religiosa  reserva  en 
la  esperanza  de  que  Su  Majestad  Católica  volviese 
á  más  justos  pareceres.  Lo  que  es  indudable  es  que 
en  esta  reserva  no  estaba  incluido  el  gabinete  in- 
glés; y  que  por  el  contrario,  sin  descubrirse  en  lo 
más  mínimo  ni  alterar  la  severa  y  taciturna  neutra- 
lidad en  que  parecía  encastillado,  se  entendía  se- 
cretamente con  el  gobierno  portugués,  y  protegía 
sus  miras  en  el  Río  de  la  Plata,  desquitándose  así 
de  las  hostilidades  de  Fernando  VII, 

Ambos  gobiernos,  inglés  y  portugués,  se  ha- 
llaban pues  en  un  casi  entredicho  con  Fernan- 
do VII,  cuando  éste,  haciendo  esfuerzos  desespe- 
rados y  sobreponiéndose  á  la  espantosa  miseria  en 
que  se  hallaba  España,  y  á  las  angustias  de  un 
erario  exhausto,  se  había  dado  con  un  afán  iracun- 
do á  la  tarea  de  formar  y  hacer  salir  de  Cádiz  sobre 
el  Río  de  la  Plata  una  expedición  de  15  mil  solda- 
dos aguerridos,  pertrechada  y  provista  de  todo,  co- 
mo para  dar  cima  pronto  y  rápidamente  á  la  sumi- 
sión ó  exterminio  completo  de  los  insurgentes.  Por 
lo  que  Fernando  el  Amado  estaba  haciendo  con 
los  liberales  de  España,  puede  conjeturarse  lo  que 
sus  sicarios  habrían  hecho  en  Buenos  Aires  y  en 
las  demás  provincias  argentinas  el  día  que  hubie- 
ran pisado  en  ellas.  Habíase  puesto  á  la  cabeza  del 
formidable  armamento  á  don  Pablo  Morillo,  el 
hombre  de  guerra  más  duro  y  más  experto  que  ha- 
bía salido  formado  de  la  tremenda  y  larga  lucha  de 
españoles  y  franceses.  Sus  formas  eran  toscas  y  at- 
léticas.  No  era  ni  un  cumplido  caballero  como  Abas- 
cal,  Goyeneche  ó  Pezuela,  ni  un  hombre  entera- 
mente brutal.  Su  educación  era  deficientísima,  pe- 


( 


INGLATERRA    Y    PORTUGAL  9I 

ro  se  había  modificado  un  tanto  al  roc€  con  los 
generales  ingleses  de  Wellington  y  con  los  nobles 
portugueses  que  comandaba  Beresford.  En  el  fon- 
do era  cruel  y  desapiadado:  tenía  el  corazón  de 
godo  bárbaro,  pero  sabía  hacerse  tratable  cuando 
preveía  que  un  acto  inclemente  podía  traerle  malas 
consecuencias.  Hombre  de  guerra  y  nada  más  que 
hombre  de  guerra,  todo  lo  sometía  al  interés  ó  á  la 
ley  de  la  guerra,  sin  poner  escrúpulos  ó  delicade- 
zas en  el  empleo  de  los  medios,  ó  en  la  rigurosa 
barbarie  de  las  represiones  y  de  los  castigos. 

Cuando  se  ponía  ese  armamento  en  estado  de 
zarpar,  con  la  mira  de  reconcentrar  22  mil  hombres 
en  Montevideo,  caer  sobre  la  capital  y  abrir  el  ca- 
mino al  ejército  de  Pezuela  concentrado  en  Salta, 
era  también  cuando  Buenos  Aires  bajo  las  lumi- 
nosas inspiraciones  del  general  Alvear  preparaba 
su  escuadra  y  su  ejército,  ponía  en  movimiento  á 
la  primera,  triunfaba  con  ella,  y  fuertemente  refor- 
zado el  segundo,  se  hacía  abrir  las  puertas  de  la 
plaza,  y  privaba  á  España  del  baluarte  más  pode- 
roso que  debía  haber  sido  el  sólido  punto  de  sus 
operaciones. 

Inglaterra  y  Portugal,  interesadísimos  en  que 
España  tropezara  con  grandes  estorbos,  por  las 
conveniencias  comerciales  y  por  las  miras  territo- 
riales de  la  corte  de  Río  Janeiro,  permanecían  in- 
móviles á  la  vista  de  los  acontecimientos ;  y  lejos 
de  sentirse  dañados,  escondían  debajo  de  su  neu- 
tralidad una  verdadera  satisfacción  al  ver  alejado 
así  el  conflicto  con  España,  que  de  otro  modo  ha- 
bría sido  irremediable  porque  Portugal  habría  te- 
nido que  oponerse  á  la  ocupación  de  los  españoles 


9^ 


FERNANDO    VII 


en  las  riberas  orientales  del  Río  de  la  Plata,  mien- 
tras no  se  le  devolviesen  en  Europa  las  plazas 
de  Olivenca  y  Jiirumenha,  é  Inglaterra  no  hubiera 
podido  contener  la  irritación  de  su  comercio,  si  la 
expedición  de  Fernando  VII  venía  á  cerrarle  el 
puerto  de  Buenos  Aires,  antes  de  haberle  acordado 
las  franquicias  comerciales  que  reclamaba.  Ambas 
potencias  lo  habían  protestado  así,  haciendo  pre- 
ver medidas  más  eficaces  y  directas  si  la  expedición 
de  Morillo  salía  con  rumbo  al  Río  de  la  Plata.  Fer- 
nando había  contestado  que  á  cualquier  acto  de 
la  corte  del  Brasil  en  la  América  del  Sur  respon- 
dería invadiendo  Portugal.  Pero  Inglaterra  le  ha- 
bía hecho  entender  que  ella  no  lo  consentiría,  y 
que  las  potencias  del  Congreso  europeo  no  le  con- 
sentirían tampoco  que  obrase  de  por  sí,  sin  haber 
entablado  previamente  la  cuestión  ante  su  arbi- 
traje. De  manera  que  la  caída  de  IMontevideo  en 
manos  de  los  argentinos  aplazó  por  algún  tiempo 
el  estallido  del  grave  conflicto  que  amenazaba  pro- 
ducirse entre  las  tres  potencias. 

La  noticia  de  la  toma  de  Montevideo  encendió 
en  ira  el  ánimo  de  Fernando  VII.  Pero  más  terco 
que  nunca  insistió  en  que  la  expedición  se  dirigiese 
al  Río  de  la  Plata,  costase  lo  que  costase.  En  vano 
fué  que  se  le  observara  las  enormes  dificultades  con 
que  debía  encontrarse,  privada  de  un  punto  fuerte 
de  desembarco  y  de  apoyo,  en  medio  de  un  país  in- 
surrecto del  uno  al  otro  extremo;  donde  en  tiempos 
menos  favorables  para  sus  habitantes  habían  tenido 
que  capitular  doce  mil  ingleses;  donde  el  desierto 
y  las  masas  de  jinetes  que  lo  poblaban  debían  im- 
poner á  las  fuerzas  realistas  un  fraccionamiento  ex- 


INGLATERRA    Y    PORTUGAL  93 

cesivo  en  larguísimas  distancias.  Sólo  cuando  el 
gobierno  inglés  hizo  sentir  su  influjo  mediando 
con  insistente  solicitud  y  con  el  supremo  interés 
de  que  no  se  rompiese  la  paz  europea  ni  se  provo- 
case tan  grave  conflicto  con  Portugal,  que  estaba 
(Jecidido  á  resarcirse  preventivamente  de  la  pér- 
dida de  Olivenza  con  el  territorio  oriental  del  Río 
de  la  Plata,  fué  que  Fernando  VII  consintió,  aun- 
que indignado,  en  deferir  el  litigio  al  arbitraje  del 
Congreso  de  las  potencias  y  en  variar  el  rumbo  de 
la  expedición  de  Morillo,  echándola  sobre  Tierra 
Firme  y  Veneranda,  donde  al  fin  pereció  á  manos 
de  Piar,  de  Bolívar  y  de  Páez  como  habría  pere- 
cido en  el  suelo  argentino  á  manos  de  San  Martín, 
de  Alvear  y  de  Güemes. 

Al  variar  el  rumbo  de  la  expedición  de  Morillo, 
Fernando  VII  y  sus  ministros  no  se  dejaron  alu- 
cinar por  las  protestas  y  solicitudes  pacíficas  de  In- 
glaterra, entendiendo  perfectamente  que  si  Portu- 
gal era  el  que  de  modo  manifiesto  manejaba  el 
asunto,  el  capital  de  verdadera  fuerza  ó  de  influjo 
con  que  obraba,  era  el  poder  y  los  intereses  de  la 
Gran  Bretaña.  Con  este  motivo  el  Morning  Chro- 
nicle  publ'icaba  una  carta  procedente,  según  decía 
(y  debía  ser  cierto),  de  un  personaje  altamente  co- 
locado en  el  gabinete  espa'ñol.  ((La  misteriosa  con- 
ducta de  Inglaterra  nos  llena  de  inquietudes...  y 
si  nuestra  península  está  libre  de  una  invasión, 
nuestras  vastas  posesiones  ultramarinas  no  son  in- 
vulnerables, particularmente  en  el  estado  en  que 
se  hallan».  Pero  la  parte  de  esta  carta  que  muestra 
toda  la  importancia  de  la  persona  que  la  escribe  es 
esta:  ((Nuestra  expedición  para  América  está  para 


94  FERNANDO    VII 

darse  á  la  vela,  pero  su  destino  se  ha  variado  con 
motivo  de  las  noticias  más  ó  menos  fundadas  sobre 
las  disposiciones  del  gabinete  de  Saint-James».  Así 
pues,  el  cambio  del  rumbo  de  la  expedición  de  Mo- 
rillo fué  por  mucho  tiempo  un  secreto  de  Estado, 
que  no  se  reveló  sino  por  los  pliegos  cerrados  que 
se  abrieron  á  la  altura  de  las  islas  de  Cabo  Verde ; 
de  modo  que  para  que  la  persona  que  escribía  esa 
carta  transcrita  en  el  Morning  Chronicle  conociese 
ese  secreto  y  acusase  á  Inglaterra  del  hecho,  era 
menester  que  estuviese  muy  bien  informada  en  los 
negocios  políticos  de  España. 

I.ord  Strangford  acababa  de  recibir  instruccio- 
nes en  que  se  le  ordenaba  que  no  incurriese  en  el 
menor  acto  público  que  pudiera  favorecer  á  los  ame- 
ricanos del  Río  de  la  Plata,  dar  la  menor  queja  á 
España,  ó  hacer  suponer  que  Inglaterra  tuviese 
otra  mira  cualquiera  que  la  de  conservar  la  más  es- 
tricta neutralidad,  ó  mediar  si  acaso  España  se  lo 
pedía :  no  de  otra  manera.  Con  estas  instrucciones 
coincidía  la  negociación  antes  mencionada,  en  que 
Inglaterra  ofrecía  impedir,  por  todos  los  medios  á 
su  alcance,  que  los  independientes  recibieran  co- 
mercialmente  armas,  municiones  y  artículos  de 
guerra  de  cualquier  género  que  fuesen  ;  y  coincidía 
también  la  circunstancia  de  que  España  preparaba 
con  afanosa  actividad  la  expedición  del  general 
Morillo.  El  embajador  inglés  sabía  todo  lo  que  Por- 
tugal é  Inglaterra  hacían  para  estorbar  que  ese  ar- 
mamento tomase  el  rumbo  del  Río  de  la  Plata. 
Pero,  dudoso  del  éxito,  y  temiendo  mucho  la  terca 
y  dura  política  de  Fernando  VII,  comisionó  pri- 
vadamente á  don  Saturnino  Rodríguez  Peña  para 


INGLATERRA    V    FORTLGAL  95 

que  hiciera  presente  al  gobierno  de  Buenos  Aires 
que  no  bastaba  la  agencia  de  observación  que  se 
le  había  dado  á  Sarratea,  sino  que  era  indispensa- 
ble, urgentísimo  también,  que  se  nombrase  agentes 
en  Europa,  autorizados  para  negociar  con  el  go- 
bierno español  directamente,  y  hombres  escogidos 
entre  los  que  fuesen  de  peso  y  de  influjo  notorio  en 
las  opiniones  del  país.  Era  probable  que  esta  mis- 
ma indicación  procediese  del  gabinete  británico,  en 
la  esperanza  de  que  España,  agobiada  por  la  mi- 
seria, dilacerada  y  palpitante  bajo  las  garras  de  la 
tiranía,  sin  fuerzas  ni  medios  para  abrazar  el  vasto 
conjunto  de  la  rebelión  colonial,  y  contrariada  por 
los  estorbos  que  le  oponía  Portugal  de  un  lado,  é 
Inglaterra  del  otro,  asintiese  al  fin  á  oir  proposi- 
ciones respetuosas  y  conociera  que  sus  intereses 
mismos  le  hacían  forzoso  y  útil  un  arreglo  consti- 
tucional con  sus  colonias.  Tener  esta  esperanza  era 
no  conocer  á  Fernando  VII,  ni  á  España  misma. 

Sin  embargo  la  necesidad  de  mostrar  su  respe- 
tuosa consideración  á  los  consejos  del  embajador 
inglés,  hizo  que  el  Supremo  Director  del  Estado  re- 
uniese en  su  gabinete  á  sus  ministros  con  diez 
miembros  influyentes  de  la  Asamblea;  y  después 
de  oir  atentamente  á  Rodríguez  Peña,  se  acordó 
que  pasaran  á  Europa  los  señores  general  Belgrano 
y  don  Bernardino  Rivadavia  á  llenar  los  fines  acon- 
sejados por  la  benevolencia  sincera  del  embajador 
inglés  (9).  Tal  fué  la  nueva  faz  que  tomó  la  diplo- 
macia argentina,  y  cuyos  actos  y  peripecias  en  el 

(g)     Tradición   doméstica   del    autor. 


96  FERNANDO   VII 

viejo  mundo  y  en  el  Brasil,  expondremos  especial 
y  detenidamente  á  su  tiempo. 

Dos  grandes  y  poderosos  motivos  nos  han  mo- 
vido á  trazar  este  prolijo  cuadro  de  los  negocios 
políticos  de  Europa  en  1814.  El  uno  es  que  sin  los 
datos  que  él  suministra,  sería  imposible  compren- 
der bien  la  activa  diplomacia  que  el  gobierno  ar- 
gentino puso  en  acción  durante  esa  época:  no  po- 
drían comprenderse  tampoco  los  actos,  las  negocia- 
ciones, el  patriotismo,  las  ilusiones,  los  errores,  ni 
los  eminentes  servicios  de  los  comisionados  á  quie- 
nes el  gobierno  argentino  dio  el  difícil  encargo  de 
promover  los  intereses  nacionales  y  la  causa  de  la 
independencia  entre  las  potencias  del  viejo  mundo. 
El  otro  motivo  es'  que  se  vea  por  las  discusiones 
del  Parlamento  inglés,  y  por  las  manifestaciones 
de  la  opinión  pública  que  la  Revolución  Argen- 
tina tiene  también  sus  grandes  títulos  de  naturali- 
zación y  de  nobleza  en  la  historia  política  de  Eu- 
ropa, y  sobre  todo  en  la  historia  parlamentaria  del 
más  libre  de  los  pueblos  modelos.  Nuestras  leyes 
sobre  el  comercio  libre,  sobre  la  libertad  de  vien- 
tres, sobre  la  emancipación  de  los  esclavos  y  per- 
secución del  tráfico  de  negros,  merecieron  la  más 
honorable  mención  y  aplausos  por  todo  el  mundo 
civilizado. 

Dejemos  decir  cuanto  se  quiera  sobre  las  difi- 
cultades y  los  tropiezos  en  que  hemos  dado  en  el 
largo  y  áspero  camino  de  nuestra  regeneración  or- 
gánica. A  todos  esos  cargos  podemos  contestar  que 
desde  los  primeros  días  de  nuestro  nacimiento  fui- 
mos honrados  y  vitoreados  por  los  buenos  y  por 


INGLATERRA    Y    PORTUGAL  97 

los  libres,  como  acabamos  de  verlo;  y  que  aquello 
de  que 

«Y  los  libres  del  mundo  responden 
— al  gran  pueblo  argentino — ¡Salud!» 

no  es  una  hipérbole  sino  una  verdad  de  la  que  da 
testimonio  Mackintosh,  y  con  él  los  más  grandes 
liberales  de  Inglaterra.  De  modo  que  cuando  en  lo 
remoto  de  algún  siglo  futuro  lleguemos  á  ser,  como 
es  de  esperar,  la  Grande  República  Parlamentaria 
del  Sur,  nuestros  descendientes  podrán  recordar 
con  honra  nuestros  dolores,  y  repetir  el  Tantas  wo- 
lis  erat...  del  poeta. 


HIST.    DE    LA   REP.    ARGENTINA.    TOMO    V. 


CAPITULO  III 

EFECTOS    DE    LA    TOMA    DE    MONTEVIDEO    SOBRE    EL 
ESPÍRITU    PÚBLICO    DE    LOS    PUEBLOS    DEL    PERÚ 

Sumario:  Anhelos  del  general  Alvear  poi  hacer  su  expe- 
dición al  Perú. — Brillante  perspectiva  de  su  situación  po- 
lítica.— Su  prestigioso  y  eminente  partido. — Las  facili- 
dades que  se  ofrecían  á  su  obra.— Evoluciones  sociales 
y  políticas  de  los  partidos  peruanos  en  aquel  momento. — 
Peruanos,  "porteños  y  realistas. — Influjo  de  la  situación 
del  Plata  en  la  emulación  de  los  peruanos. — Descontento 
popular  que  produjo  en  el  centro  del  Perú  la  separación 
de  Goyeneche  y  de  los  jefes  americanos. — Aparición  y 
predominio  en  el  mando  de  las  tropas  del  partido  y  de 
los  jefes  europeos. — Síntomas  de  descomposición  interna, 
y  aprehensiones  del  virrey. — El  pánico  del  gobierno  de 
Lima. — Los  grandes  rumores  de  un  descalabro  definitivo. 
— Grande  insurrección  del  Cuzco.  —  El  cacique  Puma- 
cahua,  brigadier  general  realista,  pasado  á  la  insurrec- 
ción.— Proposiciones  de  ajuste  hechas  al  general  argen- 
tino.—Ocupación  de  Huanianga,  de  Arequipa,  de  Puna 
y  de  la  Paz.  —  Situación  azarosa  y  comprometida  de  Pe- 
zuela. — Conjuración  del  coronel  don  Saturnino  Castro. — 
Cúmulo  asombroso  de  circunstancias  felices  para  la  Re- 
volución hispano-americana.  —  Fatídicos  misterios  del 
porvenir. —Dos   hombres    funestos. 


Anheloso  por  llevar  cuanto  antes  sus  armas  ven- 
cedoras y  la  merecida  gloria  de  su  nombre  en  busca 
del  ejército  de  Pezuela,  Alvear  se  dio  con  una  ac- 
tividad propia  de  su  carácter. brio.so  y  de  su  inquie- 


ENT    LOS    PUEBLOS    DEL    PERÚ  99 

ta  juventud  (i)  á  la  tarea  de  trasladar  á  Buenos 
Aires  con  urgencia  el  crecido  armamento  que  había 
tomado  en  ¡NTontevideo  y  la  mayor  parte  del  ejér- 
cito vencedor,  remontado  al  doble  de  su  fuerza  con 
los  mismos  cuerpos  del  ejército  vencido,  diestra  y 
oportunamente  repartidos.  Todo  le  sonreía  á  este 
niño  precoz  para  que  le  deslumhrara  una  esplén- 
dida visión  en  esos  días  de  su  apogeo.  El  poder 
militar  y  político,  desde  las  márgenes  del  Plata 
hasta  el  Rimac  y  el  Orinoco,  la  gloria,  quizás  sin 
igual  en  el  mundo  moderno,  de  emancipar  y  de 
reunir  en  una  sola  mano  las  diversas  y  vivaces  na- 
ciones de  liabla  y  raza  hispano-americana  que  po- 
blaban el  opulento  continente  que  iba  á  ser  el  tea- 
tro de  sus  hazañas,  eran  proyectos  demasiado  gran- 
diosos, para  que  no  tuvieran  en  ebullición  las  natu- 
rales aspiraciones  de  su  alma ;  tanto  más  cuanto  que 
para  realizarlos,  contaba  con  medios  positivos,  pro- 
pios y  poderosísimos,  de  que  nadie  había  dispuesto 
hasta  él  y  de  que  nadie  dispuso  después  de  él.  Man- 
daba el  ejército  más  numeroso  y  más  militarmente 
organizado  que  pisaba  en  las  tierras  americanas. 
Con  él  tenía  los  medios  de  hacerlo  subir  á  medida 
que  progresase  en  sus  marchas  hacia  el  norte  hasta 
veinte  ó  veinticinco  mil  soldados  americanos,  celo- 
sos partidarios  todos  de  la  causa  de  la  independen- 
cia. La  escuadrilla  que  al  mando  de  Brown  había 
triunfado  en  las  aguas  del  Plata,  estaba  reorgani- 
zándose y  aumentándose  para  doblar  el  Cabo  de 
Hornos,  operar  en  las  vastas  aguas  del  mar  Pací- 
fico, cortar  las  comunicaciones  de  las  tropas  realis- 

(i)     Tema  veinticuatro  años. 


lOO  EFECTOS    DE    LA    TOMA    DE    MONTEVIDEO 

tas  de  Chile  con  las  del  Perú,  y  romper  al  mismo 
tiempo  las  relaciones  del  Perú  con  España.  Un 
partido  político  sólidamente  constituido,  adherido 
á  su  persona  y  á  sus  intereses  con  entusiasmo  y  con 
sincera  lealtad,  compuesto  de  los  hombres  más  dis- 
tinguidos del  país  por  sus  talentos,  su  saber,  su  al- 
curnia, su  posición,  su  moralidad,  y  por  sus  altas 
miras  rodeaba  al  joven  héroe  y  lo  aclamaba  por  su 
jefe. 

Después  de  su  triunfo,  pocos  días  le  habían  bas- 
tado al  impetuoso  joven  para  poner  en  la  capital 
la  base  de  una  concentración  de  diez  mil  soldados 
prontos  á  marchar  á  las  fronteras  del  norte  y  llevar 
la  empresa  con  el  empuje  de  un  torrente  hasta  los 
lejanos  confines  que  sólo  la  imaginación  podía  en- 
tonces prever. 

El  camino  estaba  ya  despejado;  abierto  estaba 
el  cauce  por  donde  toda  esa  masa  de  fuerzas  debía 
entrar  vencedora  en  el  país  enemigo. 

Pezuela,  previendo  acertadamente  sus  peligros, 
había  retrocedido  literalmente  despavorido;  gran 
parte  de  su  ejército  le  había  •  desertado  (2).  El 
triunfo  de  Arenales  en  la  Florida  dejaba  al  habla 
con  el  ejército  argentino  las  fuerzas  y  las  poblacio- 
nes de  Cochabamba,  de  Chayanta  y  de  Santa  Cruz 
de  la  Sierra,  comprometiendo  todo  el  flanco  izquier- 
do y  la  retaguardia  de  los  realistas,  sin  dejarles 
más  recurso  que  el  de  retroceder  hasta  la  línea  del 
Desaguadero  y  abandonar  en  libertad  las  populo- 
sas provincias  de  la  Paz  y  de  Charcas  donde  el 

(2)  García  Camba,  Memorias,  etc.,  etc.,  tomo  I.  pági- 
nas I )6-ii7. 


EN    LOS    PUEBLOS    DEL    PERO  IOI 

sentimiento  de  la  independencia  era  general  y  pro- 
nunciadísimo (3).  Por  el  frente  no  hay  que  hablar: 
Tupiza  y  Potosí  no  podían  ofrecer  ni  la  tentativa 
siquiera  de  resistencia.  ¡Y  aún  había  más  todavía! 
la  insurrección  sacudía  ya  los  cimientos  seculares 
del  virreinato  de  Lima.  Al  solo  eco  de  que  Monte- 
video, la  inexpugnable  fortaleza  que  hasta  enton- 
ces había  tenido  en  jaque  las  fuerzas  y  los  bríos  de 
los  comuneros  de  Buenos  Aires,  había  caído  en  ma- 
nos de  las  armas  independientes,  quedando  garan- 
tida y  completa  la  emancipación  de  las  aguas  y  de 
las  entradas  del  Plata,  se  conmovieron  los  patrio- 
tas del  Cuzco,  de  Arequipa  y  de  Tacna,  y  el  levan- 
tamiento brotó  embravecido  en  el  centro  mismo  de 
los  dominios  del  altivo  virrey  de  Lima. 

Varias  otras  causas  habían  concurrido  allí  poco 
á  poco  á  preparar  contra  el  régimen  colonial  un 
profundo  descontento,  que  era  natural  que  esta- 
llase así  que  las  circunstancias  favorecieren  un  tan- 
to el  sentimiento  de  los  pueblos  por  hacerse  inde- 
pendientes. Del  poder  soberano  que  los  regía  desde 
España,  ellos  poco  ó  nada  más  conocían  que  el  or- 
den disciplinario,  administrativo  y  jurídico  que  las 
leyes  les  imponían,  y  cuyo  mérito  notorio  somos 
nosotros  los  primeros  en  acatar  y  defender  de  una 
manera  decidida  y  reflexiva.  El  mal  no  estaba  ahí, 
sino  en  que  este  orden  se  hallaba  exclusivamente 
servido  por  funcionarios  forasteros,  venidos  al  azar 
de  un  país  lejano,  no  sólo  arbitrarios,  sino  rapaces 
insolentes  é  ineptos  en  su  mayor  parte;  sobre  todo 
en  el  Perú,  cuyas  riquezas  minerales  exuberantes 

(3)     García  Camba,   Memorias,  tomo   I,   pág.    117. 


I02  EFECTOS    DE    LA    TOMA    DE    MONTEVIDEO 

presentaban  un  cebo  codiciado,  solicitado  y  explo- 
tado sin  descanso,  por  la  oficinocracia  y  la  teocra- 
cia española,  con  absoluta  prescindencia  de  los  na- 
cidos en  el  país,  en  quienes  nada  recaía  ni  siquiera 
el  poder  municipal. 

En  los  primeros  momentos  de  la  revolución  de 
Buenos  Aires  y  de  la  invasión  que  sus  tropas  hi- 
cieron en  el  Alto  Perú,  prodújose  en  el  Cuzco  un 
primer  sentimiento  de  repulsión  contra  los  porte- 
ños, de  que  participó  espontáneamente  el  vecinda- 
rio de  Arequipa.  Y  como  los  jefes  superiores  Goye- 
neche,  Tristán,  los  Barredas,  con  muchos  otros, 
eran  hijos  de  esas  localidades  y  miembros  conspi- 
cuos de  las  familias  más  ricas  y  aristocráticas  de 
aquella  región,  las  poblaciones  urbanas  se  afiliaron 
en  las  banderas  realistas,  obedeciendo  por  lo  pronto 
á  un  primer  impulso  instintivo  de  rivalidad  y  de 
independencia  contra  el  predominio  de  Buenos  Ai- 
res que  evidentemente  les  llevaba  el  ejército  de  in- 
vasión. Pero,  el  influjo  poderoso  de  las  ideas  por 
un  lado,  los  prestigios  morales  y  políticos  con  que 
la  Revolución  Argentina  propagaba  sus  deslum- 
brantes principios  en  el  corazón  de  todos  sus  co- 
marcanos, el  efecto  de  la  emulación  que  se  desper- 
taba en  ellos  al  ver  á  Buenos  Aires  cabeza  de  una 
nación  independiente,  esforzada,  poderosa  por  las 
armas  y  por  los  talentos,  en  donde  todos  sus  hijos 
figuraban  en  el  poder  soberano  y  revolucionario 
como  entidades  propias  y  libres,  sin  amos  extraños 
en  su  propio  suelo;  y  en  fin,  todos  esos  elementos 
unidos  al  amor  de  la  patria  nativa  y  al  sentimiento 
natural  de  la  independencia  local,  de  la  vida  pro- 
pia, de  sus  afanes  y  de  sus  intereses,  fué  levantando 


EN    LOS    ITKBLOS    DEL    PERÚ  I03 

los  espíritus  de  los  peruanos  á  una  región  de  as- 
piraciones más  elevada,  más  americana,  y  más  pro- 
gresiva hacia  la  destrucción  del  tutelaje  colonial, 
que  al  principio  habían  defendido. 

En  el  seno  de  las  familias  que  hemos  mencio- 
nado se  levantaban  como  hemos  visto  voces  auto- 
rizadas que  revelaban  ya  los  sentimientos  patrios 
que  se  incubaban  en  el  ánimo  predispuesto  de  los 
pueblos  (4).  Las  victorias,  las  fuerzas  y  la  indo- 
mable actitud  de  la  Revolución  Argentina  había 
introducido  en  ellos  la  convicción  de  que  sus  pro- 
gresos eran  irremediables,  de  que  su  triunfo  podía 
ser  retardado,  pero  no  contenido.  Volviéndose, 
pues,  las  preocupaciones  del  espíritu  á  la  otra  faz, 
comenzó  á  pensarse  que  en  vez  de  ser  dominadoras 
del  Perú,  las  fuerzas  argentinas  podían  y  debían 
ser  protectoras  de  su  independencia.  El  general 
Belgrano  les  había  insinuado  y  prometido  todo  esto 
á  los  juramentados  de  Salta ;  y  desde  que  los  espí- 
ritus comenzaron  á  entrever  el  porvenir  bajo  esta 
nueva  perspectiva,  las  ideas  y  los  anhelos  tomaron 
el  m.ismo  camino,  convirtiéndose  con  viveza  en  pa- 
sión y  en  amor  de  la  causa  de  su  independencia. 

Precisamente  cuando  el  espíritu  público  de  los 
pueblos  del  Perú  tomaba  este  declive  amistoso  ha- 
cia la  causa  de  la  Revolución  de  Mayo,  fué  cuando 
Goyeneche,  desalentado  y  convencido  de  su  im- 
potencia, atemorizado  también  de  la  suerte  que  le 
hacía  presumir  la  victoria  de  Salta  y  la  caída  de 
su  primo  y  amigo  el  general  Tristán  en  manos  de 
los  argentinos,  persistía  de  una  manera  rara  y  eno- 

{4)     Véase  el  vol.   IV.  pág.  207  de  esta  obra. 


I04  liFlíCroS    DE    LA    TOMA    DÉ    MONTEVIDEO 

josa  en  abandonar  la  causa  del  rey  y  su  suerte,  se- 
parándose del  ejército  español  y  poniéndose  á  cu- 
bierto de  todos  los  riesgos  y  conñictos  que  preveía 
para  ella  y  sus  sostenedores.  Si  hemos  de  dar  cré- 
dito á  las  insinuaciones  que  se  notan  en  la  corres- 
pondencia particular  de  sus  más  próximos  parien- 
tes y  amigos,  parece  que  aún  antes  de  nuestras 
victorias  de  Tucumán  y  de  Salla  era  voz  y  acuerdo 
más  ó  menos  formal  entre  ellos  de  que  cuando  hu- 
bieran triunfado  de  las  pretensiones  absorbentes 
•que  atribuían  á  Buenos  Aires,  y  rechazado  su  in- 
flujo dominador,  levantarían  también  la  bandera 
de  su  independencia  por  sí  propios  y  para  su  pro- 
pia jerarquía  política  (5). 

El  mismo  virrey  Abascal,  á  cuyos  elevados  ta- 
lentos y  certero  criterio  no  se  ocultaban  los  peligros 
que  corría  la  lealtad  de  los  pueblos  del  Perú,  es- 
taba advertido  de  que  el  contagio  revolucionario 
podía  estallar  de  un  momento  á  otro  en  todos  ellos, 
sin  excluir  á  la  misma  ciudad  de  Lima,  que  si  se 
mantenía  en  sumisa  quietud,  -era  sólo  por  el  peso 

'5)  Véaáe  el  tomo  IV  de  esta  obra,  página  207. — Don 
José  Tristán,  hermano  del  general  de  la  vanguardia  rea- 
lista y  primo  hermano  de  los  Goycneches  y  de  los  Barre- 
das, le  escribía  á  su  hermano,  el  general  de  esa  vanguar- 
dia, con  fecTia  de  abril  de  181 1:  ((La  América  toda  ha  con- 
cebido la  idea  de  su  libertad:  está  bastante  ilustrada  sobre 
•esto,  y  "Hetesta  todo  lo  que  no  conduce  á  este  objeto.  Si  us- 
tedes se  contemplan  invencibles,  ¿-por  qué  no  declaran  ya 
sus  froyectos?  Háganlo,  y  tendrán  no  sólo  la  opinión  pú- 
blica, sino  también  la  ayuda  y  sostén  de  los  pueblos.  Bue- 
nos Aires  mismo  se  uniría  á  ese  ejército  (el  lealista)  y  for- 
marían una  constitución  justa  y  arreglada».  (Gaceta  del  22 
de  mayo  de  1812  ) 


KN    LOS    PUEBLOS    DEL    PERÚ  IO5 

enorme  de  armas,  de  recursos  y  de  tradiciones  ad- 
ministrativas consolidadas  en  su  gobierno  metro- 
politano durante  un  período  autoritario  y  cuasi  re- 
gio de  tres  siglos. 

Temiendo  con  razón  que  si  Goyeneclje  y  los 
Tristanes  se  separaban  del  ejército  realista  y  del 
mando  político  de  esas  provincias,  de  que  eran  na- 
turales, se  rompieran  los  vínculos  que  las  unían 
á  la  causa  del  rey,  hizo  esfuerzos  de  todo  género,  y 
llegó  hasta  las  súplicas,  para  conseguir  que  Goye- 
neche  no  insistiese  en  su  renuncia,  y  que  don  Pío 
Tristán  reasumiese  el  mando  de  la  vanguardia.  Pe- 
ro el  primero  se  mostró  inflexible,  y  el  segundo  se 
negó  del  mismo  modo  á  eludir  el  juramento  que 
había  prestado  en  Salta.  Los  efectos  que  esa  sepa- 
ración debían  producir  comenzaron  á  condensarse 
lentamente,  pero  con  aquella  persistencia  de  mar- 
cha anónima  y  latente  que  lleva  toda  situación  po- 
lítica á  su  crisis  indispensable  el  día  que  circuns- 
tancias imprevistas,  eventuales,  vienen  á  poner  en 
evidencia  la  fuerza  incontrastable  de  las  cosas.  Con 
la  separación  de  los  jefes  realistas  americanos  co- 
menzó á  predominar  con  Ramírez,  Orozco  y  Pe- 
zuela,  la  personalidad  política  y  militar  de  los  eu- 
ropeos ;  más  recia,  mejor  preparada  sin  duda  para 
el  servicio  de  guerra,  pero  que  era  extraña  y  anti- 
pática á  los  influjos  del  sentimiento  local  qué  antes 
habían  ejercido  el  mando;  y  comenzó  así  á  formar- 
se un  partido  popular  criollo  en  contraposición  á  la 
dominación  española:  partido  que  poco  á  poco,  por 
interés  propio,  por  pasión  y  por  necesidad  de  pro- 
tección para  echarse  en  la  lucha,  comenzó  á  dirigir 
sus  miradas  y  sus  esperanzas  hacia  el  triunfo  de  las 


io6 


EFECTOS    DE    LA    TOMA    DE    MONTEVIDEO 


armas    argentinas    como    medio    indispensable    de 
emancipar  su  patria. 

Fué  por  eso  que  la  caída  de  Montevideo  tuvo 
tan  grande  repercusión  en  el  centro  del  Perú.  Las 
órdenes  apuradas  y  extremosas  que  el  virrey  le 
transmitió  al  general  Osorio  para  que  abandonase 
á  Ohile  haciendo  si  podía  un  convenio  con  los  in- 
surgentes cuyas  ventajosas  estipulaciones  le  per- 
mitiesen ocurrir  con  todas  sus  fuerzas  al  Perú  para 
ayudar  a  salvar  este  vasto  -país  y  su  ejército  de  ope- 
raciones de  los  complicados  peligros  que  le  ame- 
nazaban (6)  ;  la  prisa  inquieta  del  ir  y  venir  de 
los  expresos ;  el  público  pánico  que  se  notaba  en 
todas  las  oficinas  de  Guerra  y  Hacienda  al  reunir 
recursos,  habilitar  armamentos,  reforzar  las  guar- 
niciones que  debían  defender  el  virreinato  contra 
la  entrada  de  los  argentinos,  fueron  causas  alar- 
mantes, que  de  día  en  día  fueron  exagerándose  en 
la  imaginación  de  los  pueblos,  propensa  siempre  á 
exaltarse  á  la  idea  que  se  formaban  del  estado  ruino- 
so de  los  negocios  públicos.  Los  partidarios  de  la  in- 
dependencia, que  ya  eran  considerablemente  nume- 
rosos, comenzaron  á  inquietarse.  La  inquietud  ganó 
terreno  por  momentos,  y  por  momentos  también 
desapareció  la  sensatez,  el  cuerdo  juicio  sobre  las 
noticias  corrientes,  sucediéndole  esa  facilidad  apa- 
sionada que  en  estos  casos  hace  que  se  acepten  cie- 
gamente como  hechos  consumados  todos  aquellos 
que  favorecen  la  imaginación  ó  el  interés  de  los 
partidos  agitados.  l 


(6)     Relación  del  marqués  de  la  Concordi;i  don  José  de 
Abascal,  virrev  del   Perú. 


K.V   LOS    I'l'KBLOS    DEL    PERÚ  I07 

Acreditóse  así,  como  cosa  fuera  de  toda  duda, 
una  especie  que  aunque  procedente  de  fuentes  anó- 
nimas se  hizo  general  en  todo  el  país :  los  patriotas 
la  creían  y  la  imponían  con  la  sinceridad  de  su  con- 
vicción ;  los  realistas  la  creían  también  porque  es- 
taban en  una  completa  obscuridad  sobre  lo  que  su- 
cedía en  las  fronteras  argentinas,  y  todos  repetían 
que  Pezuela  había  sido  completamente  derrotado 
en  Tucumán,  que  había  caído  prisionero  y  que  su 
ejército  había  tenido  que  capitular  (7).  Claro  era, 
se  decía,  que  el  virrey  ocultaba  la  noticia;  pero  que 
no  por  eso  era  menos  cierta ;  y  se  hacía  figurar  co- 
mo testimonio  el  informe  dado  con  mucha  reserva, 
por  personajes  de  conspicua  posición  en  el  go- 
bierno. 

La  verdad  era  que  había  causa  suficiente  para 
que  esos  rumores  se  acreditasen.  Pezuela  se  había 
encontrado  tan  asediado  y  comprimido  en  Salta  por 
las  hábiles  y  poderosas  guerrillas  de  los  gauchos 
de  Güemes,  que  había  tenido  que  retirarse,  azarea- 
do por  ellas,  aún  antes  de  recibir  contestación  á  la 
consulta  que  le  había  hecho  al  virrey.  En  esa  reti- 
rada se  le  había  desertado  una  parte  considerable 
de  sus  batallones.  Seguido  por  un  enjambre  de 
guerrilleros  que  le  cortaban  los  recursos  de  todo 
género,  había  tenido  que  hacer  una  marcha  lenta, 
constantemente  obligado  á  concentrarse  y  defen- 
derse. Al  entrar  en  las  tierras  del  Alto  Perú,  los 
montoneros  de  Cinti,  y  más  allá  las  rápidas  incur- 
siones que  las  partidas  de  Arenales  hacían  desde 
Cochabamba   y   Chayania  hasta   Chuquisaca  é   in- 

(7)     García  Camba.  Memorias,  tomo   I,  pá;,'.    118. 


Io8  liFECTüS    DE    LA    TOAÍA    DE    MONTEVIDEO 

mediaciones  de  Oruro,  habían  interrumpido  com- 
pletamente las  comunicaciones  del  cuartel  general, 
establecido  en  Cotagaita,  con  los  centros  y  ciuda- 
des del  norte  (8). 

El  virrey  se  hallaba,  pues,  en  una  completa  ig- 
norancia de  la  suerte  que  hubiera  corrido  Pezuela. 
Lo  único  que  conocía  era  la  nota  de  junio  en  que 
este  general  le  había  pintado  con  colores  lúgubres 
el  estado  peligrosísimo  en  que  se  hallaba  después 
de  la  pérdida  de  Montevideo,  y  pedídole  autoriza- 
ción para  abandonar  la  tentativa  de  invadir  el  te- 
rritorio argentino,  y  reconcentrarse  al  Alto  Perú  en 
actitud  meramente  defensiva.  Después  de  esto,  com- 
pleto silencio,  completo  misterio.  La  natural  zozo- 
bra de  su  vigoroso  espíritu,  advertida  por  cortesa- 
nos y  funcionarios  menos  bien  templados  los  unos, 
de  lealtad  dudosa  ó  de  ánimo  hostil  los  otros,  había 
dado  lugar  á  las  hablillas  misteriosas  y  alarmantes 
de  palacio,  cundido  así  el  primer  rumor,  y  después 
la  grave  certidumbre  para  todos  de  que  no  sólo  ha- 
bía caído  Montevideo,  sino  que  había  caído  también 
Pezuela;  y  que  todo  el  Alto  Perú,  de  Tupisa  á  la 
Paz,  se  hallaba  ya  emancipado  y  ocupado  por  las 
armas  argentinas. 

El  Cuzco,   la  segunda  y  la  más  importante  de 

las  ciudades  del  Perú,  en   donde 

[814  meses  antes  se  habían  sentido  ya 

Agosto  3         algunos  síntomas  de  inquietud  (9) 

fué  la  primera  en  convulsionarse 
al  influjo  de  estf)s  rumores,  contando  con  el  próxi- 

(8)  Relación  gubernativa  del  marqués  de  la  Concor- 
dia, Memoria  de  García  Camba,  tomo  I,  pág.  113  y  1 16-17, 
y  Torrente,   Revolución  Hispano -Americana. 

(q)     García  Camba,   'Memorias,  tomo  I,  pág.    122. 


KN    L(JS    I'UEBLOS    DEL    PERÚ  IO9 

mo  y  decisiva  auxilio  del  ejército  argentino.  En 
muy  pocos  días  la  insurrección  se  hizo  general  en 
toda  la  provincia,  adhiriéndose  á  ella  «la  tropa  de 
la  guarnición  y  las  muchedumbres  de  la  ciudad  y 
de  la  campaña»,  según  los  asertos  del  general  rea- 
lista García  Camba.  El  brigadier  don  Martín  Con- 
cha, presidente  gobernador,  fué  sorprendido  y  re- 
ducido á  prisión;  se  erigió  una  Junta  Gubernativa 
compuesta  de  vecinos  influyentes,  á  cuyas  bande- 
ras se  adhirió  el  famoso  indígena  Pomacahua  á 
quien  el  virrey  había  elevado  al  grado  de  brigadier 
general  por  su  bravura  y  anteriores  servicios  á  la 
causa  española.  ((Con  una  sorprendente  actividad, 
dice  aquel  historiador,  se  prepararon  y  marcharon 
expediciones  contra  las  provincias  de  Huamanga, 
Arequipa,  Puno  y  la  Paz.  Este  levantamiento  puso 
en  aflictivos  conflictos  al  virrey  en  Lima  y  al  ge- 
neral Pezuela  en  Cotagaita» ;  separados  por  340  le- 
guas y  por  la  insurrección  de  todas  las  provincias 
intermedias,  Pezuela  se  consideró  tan  probablemen- 
te perdido  que  tratando  de  aprovechar  con  suma 
reserva  la  ignorancia  en  que  se  hallaba  el  general 
Rondeau  de  lo  que  sucedía  tras  del  -ejército  rea- 
lista, le  hizo  proposiciones  de  ajustar  un  convenio 
suspendiendo  todas  las  hostilidades  ((hasta  que  el 
benigno  monarca  (Fernando  VII)  restituido  á  esta 
sazón  al  trono  de  sus  mayores  tomase  disposiciones 
decisivas  sobre  la  suerte  de  esta  parte  de  Améri- 
ca» (10),  proposiciones  que  fueron  desechadas, 
porque  en  el  cuartel  general  argentino,  adelantado 

(10)     Torrente,    Revolución    Hispano- Americana,    tomo 
II,  página  18. 


iro  KFK(  TOS    DE    LA    TOMA    DE    MONTEVIDEO 


ya  á  Jujuy  y  á  Javi,  si  no  se  conocían  bien  las  con- 
mociones del  centro,  se  sabía  al  menos  la  esplén- 
dida victoria  de  Arenales  en  la  Florida  y  los  levan- 
tamientos de  Cochabamha,  de  Santacruz  y  de  Cin- 
ti,  que  bastaban  para  poner  en  amargos  conflictos 
á  Pezuela  y  para  hacer  inconveniente  todo  ajuste 
que  permitiese  á  los  realistas  emplear  sus  fuerzas 
en  suprimir  las  convulsiones  populares  de  esas  pro- 
vincias, con  cuya  cooperación  poderosa  se  contaba 
para  la  próxima  campaña. 

«La  terrible  Revolución  de  Cuzco»,  como  la  lla- 
ma el  virrey  Abascal  en  su  relación  gubernativa, 
puso  al  gobierno  colonial  del  Perú  en  las  condi- 
ciones más  azarosas  y  difíciles  en  que  se  hubiera 
hallado  después  de  la  Revolución  de  Mayo  de  1810. 
Los  revolucionarios  de  Cuzco,  obrando  con  una  ac- 
tividad extraordinaria,  levantaron  numerosos  cuer- 
pos entusiastas  aunque  bisónos  y  demasiado  colec- 
ticios para  que  pudieran  medirse  ventajosamente 
con  tropas  disciplinadas  sin  el  apoyo  de  un  ver- 
dadero ejército  de  invasión. 

Aprovechándose  de  la  sorpresa  y  del  pánico  que 
produjo  el  levantamiento,  se  dirigieron  resuelta- 
mente sobre  Huaynanga,  punto  intermedio  entre 
el  Cuzco  V  Lima,  que  una  vez  tomado  dejaba  cor- 
tadas las  comunicaciones  del  gobierno  con  el  Sur 
v  el  Oriente  de  todo  el  país  que  tenía,  que  defender. 

Trató  el  virrey  de  evitarlo  enviando  prontamen- 
te fuerzas  europeas  del  regimiento  de  Talaveras ; 
pero  no  lo  logró,  y  ese  importante  punto  cayó  en 
manos  de  los  insurrectos.  El  doctor  Muñecas,  vir- 
tuosísimo sacerdote  nacido  en  Tucumán  y  exalta- 
dísimo patriota  que  á  la  sazón  era  cura  de  Sicuani, 


EN    LOS    PUEBLOS    DEL    PERÚ  I  I  I 

se  puso  á  la  cabeza  de  todos  sus  parroquianos,  se- 
dujo é  insurreccionó  doscientos  hombres  de  la 
guarnición,  levantó  á  su  costa  quinientos  partida- 
rios, marchó  incontinenti  sobre  Puno,  se  posesionó 
de  este  punto,  desde  el  cual  puso  en  abierto  levan- 
tamiento la  populosa  ciudad  de  la  Paz,  y  después 
de  un  reñido  combate  con  la  guarnición  realista, 
que  comandaba  el  marqués  de  Valdehoyos,  los  pa- 
triotas la  tomaron  á  viva  fuerza  el  24  de  octubre 
de  1814. 

Ei  acreditado  general  Picoaga,  una  de  las  pri- 
meras figuras  del  ejército  realista  de  entonces,  fué 
completamente  destrozado ;  y  la  imperial  ciudad  de 
Arequipa  cayó  también  el  10  de  noviembre  en  po- 
der de  cinco  mil  patriotas,  que,  aunque  pésima- 
mente armados  y  mal  organizados,  eran  sin  em- 
bargo temibles  por  el  empuje  de  su  número  y  por 
el  violento  entusiasmo  de  que  estaban  animados. 

En  el  ejército  mismo  de  Pezuela,  amagado  de 
frente  por  una  invasión  argenti- 
[814  na,  que  si  no  se  realizó  fué,  como 

Noviembre  i ."  como  veremos,  por  la  criminal 
conducta  de  los  que  lo  mandaban  ; 
amenazado  en  los  flancos  por  Arenales;  cortadas 
en  la  Paz,  en  el  Desaguadero  y  en  Puno,  sus  co- 
municaciones con  Lima;  acosado  de  cerca  por  las 
guerrillas  de  Güemes  lanzadas  tras  de  él  y  por  las 
montoneras  de  Cinti,  con  las  provincias  inmediatas 
de  Chuquisaca  y  Chayanta  bullendo  ya  en  espera 
de  un  apoyo  argentino  para  levantarse;  en  el  mis- 
mo ejército  realista,  decíamos,  estaba  armada  una 
decisiva  rebelión  de  los  mejores  cuerpos  que  lo 
componían.    La   encabezaba  el   joven    coronel    don 


112  EFECTOS    DE    LA    TOMA    DE    MONTEVIDEO 

Saturnino  Castro,  el  oficial  de  caballería  más  bravo 
y  audaz  con  que  contaba  el  ejército  realista.  Bra 
nativo  de  Salta ;  y  aunque  él,  con  otro  hermano  me- 
nor se  habían  adherido  á  la  causa  del  rey,  los  de- 
más miembros  de  su  familia,  y  entre  ellos  su  ilustre 
hermano  el  jurisconsulto  y  venerable  magistrado 
don  Manuel  Antonio  Castro,  actuaban  entre  los 
personajes  más  distinguidos  é  influyentes  de  la 
causa  argentina.  El  coronel  Castro  había  salvado 
al  ejército  realista  en  Vilcapugio.  Derrotado  y  en 
fuga  estaba  ya  Pezuela,  y  su  derecha  se  defendía 
desesperadamente,  cuando  Castro  entró  en  el  cam- 
po de  batalla  arrollando  los  cuerpos  argentinos,  en 
un  mal  movimiento  que  hacían,  según  hemos  vis- 
to, y  sosteniendo  la  derecha  decidía  la  victoria  de 
sus  banderas.  No  menor  había  sido  su  arrojo  y  efi- 
cacia en  Ayauma,  y  en  la  entrada  reciente  á  Salta. 
Pero  ya  fuese  que  tocado,  según  se  dijo,  por  el  in- 
flujo de  una  bellísima  joven  con  quien  se  amaban, 
que  dominado  su  espíritu  por  la  posición  encum- 
brada de  su  hermano  mayor,  ó  que  su  conciencia 
se  afectase  de  verse  sirviendo  la  causa  de  una  do- 
minación forastera,  intransigente  é  incómoda  para 
los  hijos  del  país,  que  eran  en  su  suelo  los  únicos 
en  darse  el  título  noble  y  prestigioso  de  patriotas, 
el  hecho  fué  que  la  victoria  de  Montevideo,  la  re- 
tirada desastrosa  de  Pezuela,  la  brillante  figura  de 
Güemes,  el  entusiasmo  y  bravura  indómita  que  sus 
comprovincianos  de  Salta  estaban  desplegando,  la 
gloria  de  Arenales,  y  el  espíritu  dominante  en  todo 
el  país  á  favor  de  la  independencia  nacional,  ga- 
naron el  corazón  del  joven  jefe,  y  que  acongojada 
su  conciencia  al  considerar  el  doloroso  papel  que 


EX    LOS    PIKHLOS    DEL    PERÚ  I  F^ 

hacía  sacrificando  su  bravura  y  su  patriotismo  al 
servicio  de  la  perpetuación  del  vasallaje  colonial, 
regresó  de  Salta  en  las  filas  de  Pezuela,  decidido 
va  á  dar  un  gran  golpe  y  encabezar  el  pronuncia- 
miento de  los  cuerpos  americanos  que. actuaban  en 
las  filas  realistas. 

La  causa  del  rey  y  del  ejército  de  Pezuela  pare- 
cía, pues,  irremisiblemente  perdida  en  el  Perú  cuan- 
do el  vencedor  de  Montevideo  se  agitaba  en  el  afán 
de  concentrar  cuanto  antes  en  Jujuy  diez  mil  ve- 
teranos de  primer  orden  para  entrar  por  allí  como 
un  torrente  y  marchar  sobre  Lima  aclamado  por  la 
coofKiración  y  por  el  ardiente  entusiasmo  con  que 
á  su  paso  le  esperaban  los  pueblos  todos,  convul- 
sionados ya  para  seguir  sus  banderas. 

¡Cómo  prever  entonces  que  un  ciímulo  de  cir- 
cunstancias tan  felices  había  de  evaporarse,  y  con- 
vertirse en  negra  tormenta  los  luminosos  arrebo- 
les del  cielo  patrio,  por  la  obra  insidiosa  y  perversa 
de  dos  hombres:  Rondeau  y  Artigas!...  Demasiado 
inconsciente  el  uno,  por  su  propia  nulidad,  aún 
para  ser  tenido  por  criminal;  demasiado  malvado 
y  bárbaro  el  otro  para  comprender  y  respetar  las 
leyes  de  la  moral  política,  ó  para  inspirarse  en  las 
necesidades  del  patriotismo,  ni  aún  restringido  que 
fuera  al  mero  afecto  ¡ocal.  Ya  lo  veremos. 


HIST.    DE    LA   REP.    ARGENTINA.    TOMO   V.— í 


CAPITULO  IV 

KI.    ORGANISMO     POLÍTICO    DE     LA    CAPITAL 
Y    SUS    ADVERSARIOS 


Sumario;  Tipo  etnológico  y  social  de  las  masas  urugua- 
yas.—Su  contacto  con  la  Revolución  de  Mayo. — Su  natu- 
ral inclinación  á  la  independencia  bárbara  y  al  desorden. 
— Artigas  y  sus  transformaciones.  —  Uniformidad  de  bar- 
barie y  de  situación  en  Entrerríos,  Corrientes  y  Banda 
Oriental. — El  imperio  bárbaro  y  guerrero  de  Artigas.  - 
Antagonismo  de  la  barbarie  uruguaya  y  del  régimen  or- 
gánico de  la  capital. — Artigas,  rebelde  y  proscripto  en  el 
desierto. — La  clase  culta  y  política  de  Montevideo. — 
Compromisos  fatales  de  la  Revolución  Argentina  con  las 
cuestiones  orientales. — Estorbos  que  ellas  ponen  á  la  ca- 
rrera de  Alvear  y  á  las  grandes  operaciones  de  la  guerra 
de  la  Independencia.  —  Irrupciones  de  las  montoneras  de 
Artigas  en  Entrerríos. — Derrota  y  prisión  del  coronel 
Holrtlíerg. — Grande  interés  y  tentativa  de  Alvear  por  re- 
conciliar á  Artigas  con  el  gobierno  nacional. — Exigen- 
cias de  Artigas. — Contestación  ambigua  de  Alvear. — Ad- 
mirable rapidez  y  precisión  de  su  campaña  contra  el 
caudillo  intransigente.  —  Derrota  de  Otorgues  y  de  Ri- 
vera.—Retroceso  de  Artigas  al  Alto  Uruguay.  —  Trabajos 
políticos  del  gobierno  nacional  y  de  la  Asamblea. — Crea- 
ción de  nuevas  provincias. — Ventajas  y  defectos  del  or- 
ganismo gubernativo  é  institucional  establecido. — Cultu- 
ra progresiva  del  trato  y  de  las  costumbres  sociales.— 
(iraves  faltas  de  la  oligarquía  gubernativa  y  del  jefe 
que  la  sostenía.— Caracteres.— Adversarios.— La  burgue- 
sía rica  y  tradicional.  — Sus  ideas  acerca  de  la  Revolu- 
ción de  Mayo  y  de  la  reforma  social.— Su  respetabilidad 


Y    SUS    ADVKRSARIOS  II5 

y  su  influjo  en  el  vecindario.  —  Su  antagonismo  con  la 
oligarquía  gubernativa.  —  Su  declive  inconsciente  hacia 
los  propósitos  de  Artigas  y  del  desorden  social.  —  El  pu- 
rismo y  las  m-ezclas  de  baja  ley  que  se  adhieren  á  los 
partidos.  —  Las  calumnias  y  la  credulidad  que  perturban 
las  conciencias  en  los  tiempos  de  anarquía. — La  diplo- 
macia y  las  traiciones  que  se  le  atribuían. — Estado  mo- 
ral del  ejército  del  Norte.  —  Hipocresía  y  nulidad  de  Ron- 
deau. — Preparativos  del  general  Alvear  para  ir  á  tomar 
el  mando  de  ese  ejército. 

Tomadas  en  su  sombrío  conjunto,  las  masas  in- 
cultas y  haraposas  que  en  1814  ocupaban  las  dos 
márgenes  del  río  Uruguay,  se  componían  de  las 
antiguas  tribus  güenoas  y  charrúas,  guavcurúes  v 
tapes,  mezcladas  con  gauchos  mestizos,  tan  salva- 
jes como  ellas,  que  nada  ofrecían  de  común  con  el 
tipo  europeo  introducido  por  la  conquista.  Hasta 
i8io  las  leyes  civiles  y  administrativas  del  régimen 
colonial  no  habían  tenido  tiempo  de  penetrar  en 
e.sas  vastísimas  y  enmarañadas  regiones  (harto  in- 
cultas hoy  todavía),  que  forman  las  fronteras  de 
Corrientes,  Entrerríos  y  Estado  Oriental,  con  el 
Paraguay  y  con  el  Brasil.  Sus  habitantes  no  cono- 
cían otra  cosa  del  poder  público  que  el  brazo  tre- 
mendo del  preboste  ó  justiciero  del  rey  que  de  vez 
en  cuando  aparecía  por  las  sendas  y  encrucijadas, 
del  país,  ahorcando  bandidos  y  salteadores,  según 
su  buen  entender  y  juzgar.  La  propiedad  civil  no 
existía,  no  era  respetada,  ni  conocida  siquiera  por 
alguien.  Los  terrenos  estaban  ilimitados,  las  escri- 
turas mismas  (salvo  dos  ó  tres)  se  hallaban  en  tal 
estado  de  ambigüedad,  que  no  eran  títulos  reales, 
ni  podían  serlo,  desde  que  la  autoridad  y  las  leyes 
carecían  de  medios  para  hacerlas  efectivas,  ó  para 


Il6  EL    ORGANISMO    DE    LA    CAPITAL 

ubicarlas  con  límites  insalvables.  Pero,  como  el 
hombre  es  siempre  social,  aún  en  su  estado  más 
completo  de  barbarie,  busca  á  su  modo  la  sombra 
de  las  autoridades  más  análogas  á  su  condición  mo- 
ral;  y  de  ahí  la  facilidad  con  que  los  malvados  y 
los  arteros  se  hacen  jefes  naturales  de  una  masa 
bárbara  abandonada  á  sus  propios  instintos  en  la 
vida  del  desierto. 

Si  las  masas  uruguayas  habían  permanecido  du- 
rante el  período  colonial  encerradas  en  el  recóndito 
desorden  de  sus  hábitos  y  de  sus  crímenes  priva- 
dos, no  era  posible  que  continuasen  del  mismo  mo 
do  después  que  la  Revolución  de  Mayo,  propagán- 
dose  por  las   provincias   cultas   del    virreinato,    se 
había  convertido  en  insurrección  nacional  y  en  gue- 
rra de  la  Independencia.  Conmovidos  por  esa  pro- 
funda perturbación  los  cimientos  del  régimen  tra- 
dicional, y  trastornado  el  orden  público  en  tan  vio- 
lenta transición,   esas  masas  informes  y  groseras, 
brutales  por  hábito  y  por  instinto,  venían  pues  fa- 
talmente preparadas  á  tomar  su  parte  propia  en  el 
movimiento  de  la  insurrección  ;  y  su  primer  arran- 
cjue  debió  ser  la  repulsión  de  las  autoridades  polí- 
ticas  que   no   fuesen    análogas   á   su    índole,    para 
echarse  en  la  anarquía  y  en  el  salteo,  único  estado 
de  libertad  y  de  independencia  que  en  su  ignoran- 
cia y  en  su  miseria  podían  comprender  y  apreciar 
romo  derecho  político  y  natural  (i). 


(i)  Si  este  cuadro  pareciere  recargado,  suplicaríamos 
al  lector  que  pasase  su  vista  por  las  transcripciones  conte- 
nidas en  .las  pág.  571  á  574  del  vol.  III ;  pág.  83  y  84  del 
vol.  IV,  y  pág.   66  de  ia  Historia  de  la  Dominación  Es-pa- 


Y    SUS    ADVERSARIOS  II7 

Desde  su  más  temprana  juventud,  Artigas  ha- 
bía vivido  y  actuado  en  el  seno  de  esas  tribus  y  del 
gauchaje  que  formaba  cuerpo  con  ellas.  Jefe  de 
contrabandistas  por  la  desierta  campaña  y  bando- 
lero por  consiguiente,  hubo  de  ser  perseguido  por 
la  justicia  del  rey,  y  tuvo  que  vivir  en  rebelión, 
campando  por  sus  respetos  sin  ley  ni  sujeción  al 
orden  social  en  las  sombrías  y  apartadas  soledades 
del  país.  En  esa  vida,  su  alma  perversa  se  conna- 
turalizó con  el  desaliño  grosero  y  con  los  hábitos 
de  la  violencia  que  son  indispensables.  Sus  talentos 
naturales  y  su  astucia  le  granjearon  una  superio- 
ridad absoluta  sobre  las  tribus  y  los  bandidos  que 
había  reunido  á  su  alrededor. 

Hizo  famoso  su  nombre  entre  ellos  y  terrible  su 
fama  por  la  audacia  y  el  éxito  de  sus  correrías, 
hasta  que  amnistiado  por  influjos  de  familia  y  por 
la  necesidad  de  atraerlo  al  servicio  de  la  justicia 
misma  que  se  había  mostrado  impotente  contra  él, 
fué  hecho  preboste  del  rey,  á  su  vez,  con  el  título 
de  capitán  de  blandengues,  pero  independiente  de 
autoridad  alguna  política  ó  militar  que  pudiera  re- 
gularizar ó  controlar  sus  actos  en  el  ejercicio  de  su 
nueva  autoridad.  Desde  luego,  fué  con  esto  el  ver- 
dadero y  absoluto  señor,  por  no  decir  monarca,  de 
las  dilatadas  comarcas  puestas  bajo  su  mando.  Ha- 
ciéndolo después  coronel,  teniente  gobernador  de 
Tapeyú  y  comandante  general  de  las  milicias  del 
Uruguay   movilizadas  para  operar  contra  los  rea- 


ñoLa  en  el  Uruguay,  de  don  Francisco  Bauza,  el  más  in- 
genuo y  decidido  entre  los  pocos  panegiristas  de  la  barba- 
rie uruguaya  y  de  su  tétrico  caudillo. 


I  l8  EL    ORGANISMO    DE    LA    CAPITAL 

listas,  la  Revolución  de  Mayo  y  sus  mismos  go- 
biernos vinieron  á  consumar  la  transformación  del 
gaucho  malo  y  montaraz  en  personaje  político  y 
en  caudillo  nato  de  las  masas  bárbaras  que  muy 
pronto  debían  seguirlo  en  su  rebelión  y  en  su  lucha 
contra  el  organismo  culto  y  liberal  establecido  en 
la  capital. 

Sería  un  gran  error  tomar  el  caudillaje  de  Arti- 
gas como  un  accidente  limitado  al  territorio  orien- 
tal del  Uruguay.  Los  gérmenes  de  su  poder  se  ex- 
tendían del  mismo  modo  en  las  provincias  de  En- 
trerríos  y  de  Corrientes,  por  el  carácter  uniforme 
que  presentaban  sus  masas,  compuestas  de  los  mis- 
mos elementos  y  movidas  por  los  mismos  instintos 
en  todas  estas  provincias. 

Lejos,  pues,  de  circunscribir  los  límites  de  su 
poder  y  de  su  ambición  á  los  del  territorio  oriental, 
Artigas  abrazaba  con  su  influjo  todas  las  regiones 
de  una  y  otra  banda  del  río  Uruguay  unificadas  en 
las  mismas  condiciones  sociales,  y  aspiraba  á  cons-. 
tituir  con  esas  tres  provincias  un  Estado  bárbaro  y 
guerrero  bastante  fuerte  para  extenderse  hasta  las 
bocas  del  Río  de  la  Plata,  para  sojuzgar  bajo  su 
imperio  la  capital  de  la  margen  occidental,  la  Roma 
cuyas  riquezas  y  prestigios  enardecían  la  codicia  y 
los  odios  de  este  nuevo  Alarico  y  de  sus  hordas. 

Erigido  el  gobierno  nacional  en  defensa  de  la 
causa  de  la  independencia,  nada  más  correcto  ni 
legal  que  las  medidas  que  debió  tomar  para  asegu- 
rar el  orden  civiF  sobre  todos  los  pueblos  de  su  obe- 
diencia, y  para  levantar  las  fuerzas  con  cjue  debía 
hacer  frente  al  poder  militar  de  los  realistas.  En 
este  empeño,  que  por  otra  parte  era  un  deber  im- 


Y    SUS    ADVERSARIOS  lig 

prescindible,  debía  chocar  desgraciadamente  con 
el  espíritu  rebelde  y  animoso  de  las  masas  lejanas 
que  hasta  entonces  habían  vivido  fuera  del  orden 
colonial,  y  que  por  lo  mismo  circunscribían  su  pa- 
triotismo á  su  estado  rebelde  y  al  influjo  local  de 
sus  caudillos.  Hemos  visto  á  Artigas  tomar  resuel- 
tamente este  partido ;  traicionar  el  puesto  que  ocu- 
paba en  las  líneas  del  sitio  de  Montevideo;  hosti- 
lizar al  ejército  nacional ;  completarse  con  los  ene- 
migos de  la  patria  para  destruirla;  huir  á  lo  más 
recóndito  de  los  bosques  interiores,  buscando  el 
centro  y  la  guarida  desde  donde  se  proponía  fo- 
mentar el  alzamiento  de  aquellas  masas  contra  el 
orden  constituido  de  la  capital,  y  sustituirlo  con  el 
imperio  bárbaro  y  guerrero  que  pretendía  recons- 
truir con  ellas  bajo  su  mando. 

Entre  tanto,  sucedía  entonces  en  la  provincia 
oriental  lo  que  no  pocas  veces  se  ha  repetido  des- 
pués. Montevideo  y  algunos  pueblos  cercanos  de 
su  campaña,  como  Canelones  y  San  José,  abriga- 
ban una  clase  culta  y  distinguida  que  no  quería 
caer  en  manos  de  Artigas ;  y  que,  como  ya  hemos 
visto,  resistía  en  cuerpo  y  alma  la  dominación  es- 
pantosa que  él  y  sus  hordas  pretendían  establecer 
sobre  ella.  Ese  conjunto  de  resistencias  no  estaba 
limitado  á  un  partido  político,  era  toda  una  clase, 
más  bien  dicho,  toda  la  burguesía  decente  y  culta 
de  los  pueblos  orientales,  la  que  reclamaba  la  pro- 
tección del  gobierno  nacional  contra  las  amenazas 
de  la  barbarie  atroz  é  inclemente  que  Artigas  pro- 
movía contra  el  orden  social  que  esa  clase  miraba 
como  garantía  de  su  cultura  y  de  sus  intereses.  Al 
reclamar  entonces  esa  protección,  lo  hacía  con  una 


]  20  Kl.    ORGANISMO    DK    LA    CAPITAL 

justicia  y  con  un  derecho  que  no  han  tenido  otras 
veces  al  buscar  el  mismo  apoyo;  porque  no  sola- 
mente eran  entonces  argentinos  sino  personajes  in- 
fluyentes y  comprometidos  en  la  política  del  go- 
bierno nacional,  como  Obes,  Herrera,  Vázquez, 
Vidal,  Ellauri,  Gelly,  Alvarez,  Cavia,  Haedo,  Du- 
ran y  cien  otros  de  los  principales  y  más  conspicuos 
vecinos  de  aquel  país. 

Bien  hubiera  querido  el  general  Alvear  y  la  oli- 
garquía porteña  de  su  partido  dejar  librada  la  suer- 
te de  los  orientales  á  sus  masas  y  á  su  caudillo,  á 
trueque  de  marchar  inmediatamente  al  Perú  con  la 
gloria  y  con  el  esplendor  de  sus  armas.  Pero  la 
cuestión  social  del  oriente  uruguayo,  triste  y  fu- 
nesta cuestión  desde  entonces  para  todos,  vino  á 
poner  sus  garras  sobre  la  carrera  continental  del 
joven  general  que  había  arrancado  la  plaza  de  Mon- 
tevideo á  las  armas  del  rey  de  España,  y  amarrado 
por  ella  como  un  nuevo  Prometeo  sobre  la  mon- 
taña, estaba  fatalmente  condenado  á  ver  fracasar 
sus  arrogantes  esperanzas,  mientras  el  amigo  de 
quien  había  hecho  un  rival  irreconciliable,  más  len- 
to, más  seguro  y  mejor  servido  por  los  sucesos,  era 
el  que  debía  cumplir  la  obra  definitiva,  que  iba  á 
escapársele  de  las  manos  en  el  momento  más  pro- 
picio para  realizarla. 

Los  que  se  figuran  que  el  general  Alvear  y  los 
hombres  ilustres  de  la  Asamblea  General  Consti- 
tuyente tuvieran  empeño  alguno  en  dominar  el  te- 
rritorio oriental,  incurren  en  un  error  que  sólo  pue- 
de atribuirse  á  la  ignorancia  de  las  cosas  y  de  los 
inmensos  intereses  que  extendían  hacia  el  Perii  las 
grandes  miras  del  general  \  su  partido.  Ellos  que 


< 


Y    SUS    ADVERSARIOS  121 

consideraban  ya  en  sus  manos  todo  el  Alto  y  el 
Bajo  Perú,  desde  Potosí  hasta  Lima,  y  desde  Lima 
á  Quito,  si  es  que  no  pensaban  en  algo  más  allá, 
¿qué  importancia  pedían  dar  á  la  posesión  de  la 
pobrísima  plaza  de  Montevideo,  ó  á  la  de  las  cestas 
asoladas  del  Uruguay,  si  no  hubiera  concurrido  la 
necesidad  fatal  de  proteger  á  los  orientales  mismos 
del  partido  liberal,  y  de  contener  la  irrupción  van- 
dálica que  las  hordas  de  Artigas  hicieron  por  En- 
trerríos  con  la  mira  de  cortar  la  comunicación  del 
ejército  y  de  amenazar  la  capital  por  Santafé  ? 

Pero  desgraciadamente  para  el  general  Alvear 
y  para  su  partido,  los  orientales  que  actuaban  en' 
él  eran  hombres  de  mérito  notorio  y  de  eminentes 
servicios  desde  1810.  Su  influjo  en  ol  gobierno  de 
la  nación  hacía  imposible  que  pudiese  abandonarse 
á  la  barbarie  y  al  crimen  la  provincia,  el  pedazo  de 
la  patria  común  en  que  habían  nacido,  en  que  te- 
nían sus  intereses,  sin  tratar  de  defenderla  y  de  ase- 
gurarles la  vida  culta  indispensable  á  la  clase  de 
que  eran  miembros.  Todas  estas  eran  circunstan- 
cias que  hacían  imposible  que  el  gobierno  nacional 
pudiese  consentir  en  que  un  alzado  feroz,  servido 
por  indiadas  y  por  bandas  desorganizadas  que  atre- 
pellaban todos  los  respetos  sociales,  viniese  á  roni- 
p;'r,  á  su  placer,  la  integridad  del  territorio  nacio- 
nal y  las  bases  de  su  organismo  político.  A  nadie 
contrariaban  tanto  como  al  general  Alvear  los  es- 
torbos que  esta  malhadada  situación  le  ponía  en  el 
camino  de  su  gloria  y  de  su  brillante  porvenir.  Pe- 
ro, respetuoso  y  leal  á  los  compromisos  personales 
y  políticos  que  le  imponían  su  posición  y  su  par- 
tido, trató  de  ver  si  obtenía  una  solución  rápida, 
ya  fuese  por  las  negociaciones,  ya  por  las  armas. 


122  Kl-    ORGANISMO    DE    LA    CAPITAL 

Situado  en  Belén,  y  por  decirlo  así,  á  caballo 
sobre  Entrerríos  y  la  Banda  Oriental,  Artigas  ha- 
bía avanzado  sus  partidas  por  la  margen  derecha 
del  Uruguay  y  al  mando  de  un  asesino  llamado 
Blas  Bazualdo,  al  mismo  tiempo  que  dos  fuertes 
divisiones  al  mando  de  Fructuoso  Rivera  y  de  Otor- 
gues operaban  en  las  costas  de  Santa  Lucía  con  la 
mira  de  hacer  apurada  y  angustiosa  la  situación  del 
gobierno  provincial  establecido  en  Montevideo.  Lo 
primero  era  garantir  la  provincia  de  Entrerríos  para 
mantener  expeditas  las  comunicaciones  con  Mon- 
tevideo ;  y  al  efecto  salió  de  Buenos  Aires  una  co- 
lumna al  mando  del  coronel  Holmberg,  con  la  or- 
den de  situarse  en  el  Arroyo  de  la  China,  y  de  po- 
nerse al  habla  con  las  fuerzas  que  el  mismo  Alvear 
debía  mover  de  Montevideo  para  caer  y  arrollar  las  « 
bandas  que  Artigas  había  desprendido.  Pero  el  co- 
ronel Holmberg,  por  descuido  ó  por  impericia,  se 
dejó  arrebatar  las  caballadas  por  los  montoneros 
que  observaban  v  seguían  sus  marchas ;  y  parali- 
zado así  en  las  orillas  del  Gualeguay,  fué  atacado 
por  Otorgues,  completamente  destrozada  su  fuerza, 
V  él  mismo  fué  hecho  prisionero  y  llevado  al  cam- 
pamento de  Artigas,  donde  con  motivo  del  título 
de  barón  que  había  traído  de  Alemania,  fué  objeto 
de  infames  ultrajes  en  manos  de  los  bárbaros  que 
disponían  de  su  persona. 

Este  contratiempo  fué  para  el  general  Alvear  un 
golpe  doloroso,  no  tanto  porque  creyese  difícil  res- 
tablecer la  autoridad  de  sus  armas,  cuanto  porque 
interesado  en  no  comprometer  de  un  modo  formal, 
en  esa  obscura  guerra,  el  brillante  ejército  que  que- 
ría llevar  á  más  altas  empresas,  se  veía  obligado  á 


V    sus    Al)\ERSARIOS  123 

demorarlo  en  un  terreno  estéril  que  ya  era  entera- 
mente enojoso  para  él  y  perjudicial  para  la  causa 
americana. 

Sin  conocer  bien  todavía  el  carácter  del  caudillo 
con  quien  tenía  que  habérselas,  el  general  Alvear 
creyó  que  dándole  satisfacción  por  las  ofensas  que 
pretextaba  haber  recibido,  obtendría  deshacerse  de 
este  incómodo  estorbo  que  trababa  la  libertad  de  sus 
movimientos,  cimentar  la  tranquilidad  de  las  pro- 
vincias litorales,  y  dejar  avenida  la  ambición  per- 
sonal de  Artigas  con  la  autoridad  nominal  del  go- 
bierno. Empeñado  en  transigir  así  la  lucha,  obtuvo 
ó  hizo  que  el  Supremo  Director  levantase  espontá- 
neamente por  un  decreto  la  proscripción  que  pesaba 
sobre  el  traidor  del  sitio  de  Montevideo;  que  se  ex- 
plicase esa  proscripción  como  uno  de  aquellos  erro- 
res lamentables  é  injustos  que  muchas  veces  ocu- 
rren en  el  conflicto  de  los  partidos;  que  se  le  rein- 
tegrase en  el  grado  de  coronel  del  cuerpo  de  blan- 
dengues, y  que  se  le  socorriese  con  treinta  y  ocho 
mil  pesos,  si  sobre  estas  bases  aceptaba  su  recon- 
ciliación con  el  gobierno  nacional.  Creíase  que  con 
estas  concesiones  se  le  ponía  en  una  posición  tan 
honorable  como  digna  para  tratar  con  el  gobierno, 
y  se  le  propuso  que  nombrase  comisionados  bas- 
tantemente autorizados  con  quienes  pudiese  forma- 
lizarse un  ajuste  amistoso.  Artigas  nombró  al  efec- 
to á  los  señores  don  Tomás  García  Ziiñiga,  don  Mi- 
guel Barreiro  y  don  Manuel  Calleros,  quien  re- 
unidos con  Alvear  en  el  campamento  de  Canelones, 
hicieron  presente  que  sus  instrucciones  eran  tan 
precisas  y  terminantes  que  no  podían  negociar,  sino 
proponer  lisa  y  llanamente  su  aceptación.  La  pri- 


124  EL   ORGANISMO    DE    LA   CAPITAL 

mera  de  estas  instrucciones  era  que  se  le  recono- 
ciese al  general  Artigas  en  el  carácter  de  goberna- 
dor comandante  de  la  Banda  Oriental  y  de  todos 
sus  pueblos,  incluso  Montevideo.  Que  se  le  recono- 
ciese igualmente  como  Protector  y  Jefe  Supremo 
de  las  provincias  de  Entrerrios  y  de  Corrientes,  que 
libre  y  espontáneamente  se  habían  puesto  bajo  su 
autoridad ;  y  como  si  todo  esto  fuese  poco  todavía, 
sus  comisionados  agregaron  la  condición  sine  qua 
non,  de  que  se  le  remitiesen  á  su  campamento  de 
Belén  los  nueve  mil  fusiles,  los  trescientos  cincuen- 
ta cañones,  la  escuadrilla  menor,  los  parques  y  per- 
trechos de  todo  género  que  el  ejército  argentino  ha- 
bía tomado  á  los  realistas  rendidos  en  Montevideo 
por  el  esfuerzo  y  por  los  sacrificios  de  la  capital  y 
de  su  gobierno. 

Alvear  disimuló  con  suma  habilidad  la  impre- 
sión causada  por  tan  absurdas  pretensiones.  Aceptó 
como  cosa  que  no  ofrecía  serias  dificultades  el  re- 
conocimiento de  Artigas  como  jefe  independiente 
v  soberano  de  la  provincia  oriental ;  pero  disculpán- 
dose en  cuanto  á  lo  demás  con  falta  de  instruccio- 
nes, y  ponderando  mucho  el  deseo  que  él,  y  que  el 
mismo  gobierno  tenían  de  reconciliarse  con  el  ge- 
neral Artigas  para  dedicar  sus  esfuerzos  á  la  gue- 
rra de  la  Independencia,  les  dijo  que  pasaría  inme- 
diatamente á  la  capital  á  recabar  mayor  amplitud 
de  las  facultades  que  se  le  habían  dado,  y  los  des- 
pidió prometiendo  darles  muy  pronto  una  contes- 
tación categórica.  Para  asegurar  más  la  confianza 
de  los  comisionados  y  del  caudillo,  hizo  publicar 
noticias  oficiales  de  que  todo  estaba  arreglado  y  aun 
se  dio  una  proclama  en  Montevideo  por  la  que  apa- 


V    SIS    .\I)\I-RS.\R1()S  125 

recia  que  se  habían  hecho  ya,  ó  se  iban  á  hacer,  to- 
das las  concesiones  que  Artigas  había  exigido. 
Entre  tanto,    muy  distintos  eran   los   propósitos 
que  había  formado  al   ver  la   im- 
T814  pudente  insolencia   de  semejantes 

Octubre  6        pretensiones,    inmediatamente    se 
trasladó  á  Buenos  Aires.  Rápido 

V  resuelto  como  siempre,  preparó  en  pocas  horas 
una  división  de  1,300  hombres.  Le  dio  orden  al  ge- 
neral don  Miguel  E.  Soler,  gobernador  intendente 

V  militar  de  Montevideo,  que  el  2  de  octubre  hiciese 
marchar  al  coronel  Dorrego  con  800  hombres  sobre 
San  José.  En  el  mismo  día  bajaba  Alvear  con  su 
división  en  la  Colonia.  El  coronel  Valdenegro  ha- 
bía salido  también  de  la  Bajada  con  400  hombres 
para  caer  sobre  Blas  Basualdo,  ocupar  la  margen 
derecha  del  Uruguay  y  marchar  sobre  Artigas  á 
Belén.  Combinadas  así  las  tres  fuerzas,  Dorrego 
derrotó  completamente  á  Otorgues  el  6  de  octubre. 
Al  querer  retirarse  en  busca  de  Basualdo  le  encon- 
tró también  derrotado  por  Valdenegro,  y  no  le  que- 
dó otro  recurso  que  ganar  en  completa  desbandada 
las  fronteras  brasileñas  detrás  del  Río  Chuy.  Ri- 
vera, perseguido  á  su  vez,  corrió  á  incorporarse 
con  Artigas ;  pero  éste,  en  completo  desorden  por 
la  prisa  con  que  tuvo  que  levantar  su  campamento, 
retrocedió  hasta  los  bosques  y  fragosidades  del  Are- 
runguá. 

Con  esta  contestación  categórica  dejó  Alvear 
cumplida  la  respuesta  que  les  había  prometido  á 
los  comisionados  de  Artigas,  y  puso  en  alta  evi- 
dencia sus  poderosas  y  habilísimas  facultades  como 
estratégico  y  como  militar  de  alta  escuela. 


120  KL    ORGANISMO    DE    LA    CAPITAL 

Tenemos  ahora  que  ver  lo  que  pasaba  del  lado 
de  la  capital  y  de  las  provincias  del  interior. 

El  gobierno  directorial  y  la  Asamblea  seguían 
entre  tanto  dando  formas  á  sus  trabajos  adminis- 
trativos necesarios  al  progreso  y  estabilidad  del  or- 
den institucional  de  las  provincias  en  que  estaba 
dividida  la  nación.  El  sistema  establecido,  que  ade- 
más de  ser  tradicional  era  indispensable  para  llenar 
las  exigencias  de  la  guerra  de  la  Independencia  y 
de  los  conflictos,  muchas  veces,  extremos  que  ella 
provocaba  en  el  exterior,  hacía  necesario  que  la  au- 
toridad estuviese  concentrada  en  la  oligarquía  de 
la  capital ;  de  modo  que  las  provincias,  por  esa  mis- 
ma necesidad  inevitable,  constituían  entidades  su- 
balternas, dotadas  de  cabildos,  pero  regidas  í>or 
gobernadores  intendentes  nombrados  por  el  gobier- 
no central,  y  agentes  suyos  para  dar  cumplimiento 
á  las  órdenes  y  á  las  medidas  de  un  carácter  nacio- 
nal. Tomado  teóricamente  v  bajo  el  aspecto  de  los 
principios,  este  organismo,  irreprochable  en  sí  mis- 
mo, era  bastante  para  garantir  la  naturaleza  culta 
del  país  y  de  su  gobierno.  Pero  las  necesidades 
apremiantes  y  eventuales  de  la  guerra  social,  y  la 
insubsistencia  del  espíritu  público,  alborotado  y 
alarmado  siempre  por  la  índole  subversiva  y  anár- 
quica de  los  partidos,  hacían  que  ese  mecanismo 
gubernativo  se  alterase  en  los  procederes  irregula- 
res de  cada  momento,  y  la  intervención  irremedia- 
ble de  lo  arbitrario  se  substituía  de  una  manera  fa- 
tal y  frecuente  en  cada  uno  de  los  accidentes  de  la 
vida  pública  y  revolucionaria.  No  era  que  el  país 
estuviese  criminal  y  deliberadamente  mal  gober- 
nado, sino  que  pasaba  por  uno  de  esos  períodos 


Y    SUS    ADVERSARIOS  \2J 

críticos  y  febriles  de  su  transformación  social,  en 
que  todo  el  organismo  vacilaba  y  se  resentía  de  la 
enfermedad  endémica  de  los  tiempos. 

El  gobierno  directorial  había  entrado  de  lleno 
en  la  sensata  política  de  crear  y  consolidar  las  en- 
tidades provinciales,  emancipando  las  fracciones 
autonómicas  de  la  autoridad  central  en  que  sólo 
habían  figurado  como  simples  territorios  y  distritos 
policiales. 

De  la  misma  manera  en  que  se  había  creado  ia 
provincia  de  Cuyo  separando  sus  territorios  de  la 
gobernación  de  Córdoba,  se  crearon  también  las 
provincias  de  Entrerríos  y  de  Tucumán  en  septiem- 
bre y  en  octubre  de  1814.  Los  intendentes  que  el 
Supremo  Director  puso  á  su  cabeza  no  podían  ser 
hombres  más  honorables  ni  más  virtuosos.  Bastaría 
nombrar  entre  ellos  al  teniente  coronel  don  Blas 
Pico  para  probarlo,  un  hombre  que  en  su  larga 
vida  fué  dentro  de  su  país  y  de  su  familia  un  mo- 
delo acabado  de  cuanto  puede  presentar  de  perfecto 
en  su  misma  modestia  el  ciudadano  de  un  país 
culto  y  libre. 

La  Banda  Oriental,  después  de  rendido  Monte- 
video, fué  también  levantada,  desde  mero  territorio 
dependiente  del  preboste  policial  de  Buenos  Aires, 
á  la  categoría  de  provincia  jurisdiccional  y  de  go- 
bierno propio  municipal,  exactamente  como  todas 
las  otras  que  constituían  él  cuerpo  de  la  nación  y 
su  organismo  político  y  electoral.  Su  primer  inten- 
dente fué  nada  menos  que  don  Nicolás  Rodríguez 
Pena,  y  su  secretario  don  Manuel  Moreno.  El  pri- 
mero, uno  de  los  caracteres  más  elevados  y  conspi- 
cuos de  la  Revolución  de  Mayo ;  patriota  acendra- 


128  Kl.    ORGANISMO    DE    LA    CAPITAT. 

do,  vecino  acaudalado,  político  serio,  justiciero,  y 
de  una  honorabilidad  que  ha  sido  su  timbre  per- 
sonal en  Chile  donde  vivió  largos  años,  hasta  su 
muerte,  y  donde  su  nombre  no  pasaba  por  los  la- 
bios de  nadie  sin  que  se  le  rindiera  el  homenaje  res- 
petuoso que  merecía :  vivos  están  los  que  pueden 
atestiguarlo.  Don  Manuel  Moreno  era  desde  enton- 
ces una  figura  culminante  del  país ;  y  la  verdad  es 
que  dos  hombres  más  distinguidos  no  presentará 
la  historia  administrativa  de  ninguna  de  las  pro- 
vincias del  litoral.  El  gobierno  de  1814  hacía,  pues, 
lo  que  humanamente  era  posible  hacer  en  el  sen- 
tido de  la  cultura  y  de  la  regularización  del  orga- 
nismo social  que  encabezaba. 

La  época  de  la  Asamblea  General  Constituyente 
y  del  gobierno  del  director  Posadas,  es  también  una 
época  de  transformación  en  las  costumbres,  en  la 
vida  interior  de  la  familia,  y  en  el  carácter  de  los 
negocios  comerciales.  Aseguróse  entonces  un  sen- 
timiento espontáneo  de  que  el  país  tenía  ganada 
su  independencia.  Cierta  alegría  pública  y  comu- 
nicativa comenzó  á  poner  lucida. é  inspirada  á  la 
buena  sociedad.  Abriéronse  algunos  salones,  y  en- 
tre ellos  el  de  Lasala  y  el  de  la  señora  doña  María 
Sánchez  de  Thompson  (de  Mandeville  después), 
donde  Alvear,  Larrea,  Monteagudo,  Rodríguez  Pe- 
ña, Lafinur,  fray  Cayetano  Rodríguez,  algunos 
médicos  y  publicistas  extranjeros  como  Carta  Mo- 
lina, Gaffarot,  Belmar  (el  padre  y  el  hijo),  Lorei- 
lle,  el  físico  Lozier,  el  botánico  Ciarinelli,  Wilde, 
el  iniciador  de  los  estudios  económicos,  el  pintor 
Gould  y  otros  se  reunían  allí  animados  de  la  más 
exquisita  galantería,   á   pasear  su   espíritu   por  las 


Y    SUS    ADVERSARIOS  I 29 

grandes  novedades  del  tiempo  y  por  los  azares  de 
la  causa  del  país.  Mientras  Belmar  lucía  su  intimi- 
dad con  Benjamín  Constant,  y  trazaba  los  carac- 
teres de  su  talento  y  de  sus  doctrinas  ante  la  aten- 
ción encantada  de  los  liberales  que  lo  escuchaban, 
Lozier  y  Ferrati  amenizaban  la  culta  tertulia  con 
pruebas  de  física  y  de  química  que  iniciaban  en  los 
conocimientos  naturales  á  sus  contertulianos,  y  que 
hacían  del  salón  de  la  Sala  Thompson  una  verda- 
dera academia  de  progreso  y  de  cultura.  Alvear  y 
Larrea  primaban  entre  todos  por  la  rapidez,  la  ori- 
ginalidad y  la  audacia  de  sus  concepciones,  y  eran 
los  galanes  más  favorecidos  de  las  damas  que  acu- 
dían á  hacer  estrado  alrededor  de  la  dueña  de  aquel 
templo  un  tanto  profano  en  que  todos  abrían  su 
espíritu  á  las  luces  del  siglo.  Allí  leía  López  sus 
estrofas,  y  algunas  veces  un  niño,  Juan  Cruz  Vá- 
rela, declamaba  sus  loas  á  la  patria  y  á  la  victoria 
en  que  Júpiter  hacía  el  primer  papel  entre  los  pro- 
tectores que  nuestra  causa  tenía  en  el  cielo.  Don 
Saturnino  de  la  Rosa,  el  más  inocente  y  satisfecho 
de  los  hombres  que  han  manejado  consonantes,  lle- 
vaba las  inspiraciones...  ¡qué  inspiraciones!...  los 
acomodos,  más  bien,  de  su  candida  fantasía : — 
África  inundada  de  gratitud  besaba  los  píes  de 
América; — Asia  ruborizada  lloraba  sus  cadenas,  y 
Europa  sorprendida  no  sabía  que  pensar  de  que 
su  esclava  de  poco  ha — América — fuese  ahora  su 
modelo. 

La  dueña  de  aquel  salón,  en  cuya  cabeza  en- 
traban todas  las  reminiscencias  é  imitaciones  de  los 
salones  del  Directorio  y  del  Consulado  francés,  pro- 
digaba su  inmenso  caudal  en  el  delicado  placer  de 

HIST.    DE    LA   REP.    ARGENTINA.    TOMO    V.— 9 


130  EL    ORGANISMO    DE    LA    CAPITAL 

reunir  en  su  casa  adornos  exquisitos  y  curiosos  de 
la  industria  y  del  arte  europeo;  porcelanas,  graba- 
dos, relojes  mecánicos  con  fuentes  de  agua  perma- 
nentes figuradas  por  una  combinación  de  cristales, 
preciosidades  de  sobremesa,  antojos  fugaces  si  se 
quiere,  pero  que  eran  novedades  encantadoras  para 
los  que  nada  de  eso  habían  visto  hasta  entonces 
sino  los  productos  decaídos  y  burdos  que  el  mo- 
nopolio colonial  les  traía.  Después  de  eso,  banque- 
tes, servicio  francés,  y  cuanto  la  fantasía  de  una 
dama  rica  entregada  á  las  impresiones  y  á  los  estí- 
mulos del  presente,  sin  amargas  ni  perturbadoras 
previsiones  del  porvenir,  podía  reunir  en  torno  de 
su  belleza  proverbial,  con  la  vivacidad  de  uno  de 
los  espíritus  más  animados  que  pueden  poner  alas 
al  cuerpo  de  una  mujer.  Era  también  poetisa,  y 
prosista  llena  de  ingenio  y  de  oportunidad. 

Las  mismas  causas  habían  producido  fenóme- 
nos paralelos  en  esferas  más  prácticas  y  más  utili- 
tarias si  se  quiere  de  la  vida  social.  El  espíritu  im- 
pulsivo y  la  reproducción  económica  del  crédito 
habían  comenzado  á  introducir  el  valor  del  plazo 
y  el  mecanismo  del  papel  de  comercio  en  las  tran- 
sacciones. Las  estancias  y  la  faena  de  las  haciendas 
se  habían  vivificado  por  el  valor  de  las  pieles  y  por 
la  necesidad  de  representar  en  los  retornos  el  cre- 
ciente aumento  de  los  consumos.  Varias  casas  in- 
glesas de  bastante  importancia  surtían  el  mercado 
con  un  cúmulo  no  visto  hasta  entonces  de  merca- 
derías ;  y  haciendo  de  agentes  bancarios  para  con 
el  gobierno,  le  suplían  numerario  y  armas,  burlán- 
dose de  las  convenciones  de  su  gobierno  con  Fer- 
nando VII.  En  menos  de  año  y  medio  las  rentas 


Y    SUS    ADVERSARIOS  131 

tupieron  un  aumento  de  dos  millones  y  medio  de 
pesos  fuertes.  Si  á  todo  esto  se  le  pone  por  com- 
plemento la  formación  de  la  escuadra  y  del  ejército 
que  expulsó  las  tropas  españolas  del  Río  de  la 
Plata,  será  difícil  negar  ante  la  notoriedad  histó- 
rica los  grandes  méritos  de  la  Asamblea  General 
Constituyente  y  del  gobierno  directorial,  que  dio 
su  espíritu  y  sus  luces  á  la  obra  fecunda  del  año 
de  1814. 

Pero,  por  desgracia  del  país  y  del  partido  ilus- 
tre que  había  levantado  la  fortuna  de  la  Revolución 
Argentina  hasta  esa  altura,  el  joven  general  que 
lo  encabezaba  tenía  graves  defectos  de  carácter  y 
de  escuela.  La  imitación  y  los  ejemplos  de  Bona- 
parté  ofuscaban  su  razón  y  le  hicieron  perder  el 
sentimiento  justo,  sensato,  del  terreno  en  que  pri- 
vaba y  de  la  sociedad  que  tenía  bajo  su  influjo.  La 
petulancia  exorbitante  de  sus  maneras,  la  belleza 
arrogante  y  audaz  de  su  persona,  sus  grandes  ga- 
lopes á  caballo  por  el  medio  de  la  ciudad,  seguido 
en  tropel  por  un  numeroso  estado  mayor,  y  las  for- 
mas imperiosas  que  daba  á  los  actos  de  su  autori- 
dad á  medida  que  crecía  la  infatuación  de  su  or- 
gullo, le  habían  ido  creando  enemigos,  que  ya  em- 
bozados, ya  descubiertos,  aunaban  sus  esfuerzos 
contra  él.  Siempre  franco,  y  siempre  espontáneo,  ó 
confiado,  aún  en  esas  mismas  demasías  de  su  ge- 
nio, Alvear  carecía  de  aquellas  dobleces  de  la  hi- 
pocresía política,  que  paciente  al  hacer  su  camino 
oculto,  va  regimentando  con  calma,  y  acomodando 
á  su  servicio,  en  los  países  sin  instituciones,  los 
elementos  subalternos  y  perniciosos  que  han  de 
apoyar  su  poder  personal.  Tenía  un  gran  partido 


132 


EL    ORGANISMO    DE    LA    CAPITAL 


en  1814,  pero  ese  partido  era  demasiado  elevado  y 
noble  por  la  distinción  notoria  de  sus  miembros, 
para  componer  un  cuerpo  compacto  de  sicarios  ó 
de  favoritos  que  pudiera  servirle  á  consolidar  el 
yugo  personal  y  estable  de  las  opiniones  movedi- 
zas que  se  engendraban  en  el  movimiento  revolu- 
cionario. Los  déspotas  no  tienen  jamás  en  derredor 
suyo  partido  político,  sino  agentes  serviles  que  no 
dejan  rastro  ninguno  señalado  en  la  historia.  No 
está  en  ese  caso  la  Asamblea  General  Constituyente. 

Sin  darse  cuenta,  pues,  de  lo  que  en  más  ó  me- 
nos tiempo  produce  la  animadversión  popular, 
cuando  los  hechos  se  van  condensando  en  el  ánimo 
prevenido  de  los  pueblos,  Alvear  se  entregaba  de 
una  manera  imprudente  á  lo  que  podríamos  llamar 
la  glorificación  de  su  nombre  y  de  su  imporfancia 
militar.  Contribuyeron  á  ponerlo  ciego  en  ese  fatal 
declive  muchas  y  variadas  circunstancias.  Su  ex- 
tremada juventud,  la  natural  altivez  de  su  tempe- 
ramento, fomentada  por  la  conciencia  de  sus  ser- 
vicios, la  admiración  de  su  partido,  y  el  verse  he- 
cho como  el  centro  de  todas  las  esperanzas,  de  to- 
dos los  fines  y  de  todas  las  fuerzas  morales  y  ma- 
teriales de  la  Revolución  de  Mayo,  lo  tenían  como 
endiosado  en  sus  sueños  juveniles  de  gloria;  y  se 
miraba  ya  como  el  Bonaparte  de  la  América  del 
Sur,  como  el  hombre  providencial  que  tenía  en  sus 
manos  la  solución  definitiva  de  la  guerra  de  la  In- 
dependencia, la  emancipación  del  continente  y  la 
fortuna  de  las  ideas  liberales,  ó,  como  entonces  se 
decía,  de  las  luces  del  siglo,  en  el  Nuevo  Mundo. 

Mirándolo  á  la  luz  del  liberalismo,  pocos  hom- 
bres y  pocos  partidos  han  sido  más  sinceramente 


Y    SUS    ADVERSARIOS  1 33 

liberales  que  los  que  tuvieron  el  gobierno  y  la  ad- 
ministración en  1814.  Pero  impulsados  por  sus  pro- 
pósitos y  con  poco  respeto  á  las  preocupaciones  de 
que  suponían  animados  á  los  que  no  profesaban 
sus  mismos  fines,  se  figuraban  ser  liberales  porque 
con  el  empuje  de  su  dominación  se  esforzaban  por 
limpiar  el  sucio  de  los  elementos  reaccionarios  ó 
incómodos  del  pasado  con  una  verdadera  pasión 
del  progreso  y  de  la  reforma  social.  Ese  era  el  ras- 
go capital  de  la  Asamblea  General  Constituyente; 
y  claro  es  que  con  el  uso  de  esos  medios  al  servicio 
del  filosofismo  político  y  liberal  que  dominaba  en 
sus  ideas,  no  podía  evitarse  que  ese  conjunto  de 
hombres  ilustres  é  ilustrados  cayera  en  el  molde  fa- 
tal de  una  oligarquía  brillante,  pero  exclusiva  y  ar- 
bitraria en  su  ambición  y  en  sus  fines.  Así  es  que 
aunque  desde  ese  punto  de  vista,  el  partido  y  su 
jefe  estaban  en  perfecta  concordancia  de  propósi- 
tos, y  aún  de  defectos,  con  la  Revolución  de  Mayo, 
estaban  también  en  el  camino  de  su  ruina,  porque 
fuera  de  sus  líneas  se  había  formado,  no  diremos 
un  partido,  sino  una  agrupación  anónima  de  opo- 
sitores, que  tenía  su  base  principal  en  las  clases 
antiguas  del  municipio:  especie  de  aristocracia  co- 
lonial que  había  entrado  en  la  Revolución  con  un 
fuerte  sentimiento  de  americanismo,  pero  con  el 
ánimo  de  mantenerla  circunscrita  y  prudente  bajo 
su  influjo,  sin  darse  cuenta  de  los  fines  propios  y 
nuevos  que  ella  entrañaba.  Altivos  y  caballeros,  por 
la  tradición  y  por  la  acendrada  honorabilidad  de  su 
viejo  y  rico  hogar,  los  hombres  que  componían  esa 
elevada  burguesía  conservaban  en  sus  perfiles  pa- 
tricios algo  del   pater-farnitias.   Reaccionarios  por 


134  EL   ORGANISMO    DE   LA   CAPITAL 

consiguiente  en  cuanto  al  desarrollo  político  de  la 
Revolución,  miraban  con  profundo  enojo  que  ella 
se  extraviara  en  manos  de  una  oligarquía  joven  que 
los  humillaba  por  la  audacia  de  sus  talentos,  y  que 
manejaba  el  poder  público  en  nombre  de  ideas  y  de 
intereses  abiertamente  contrarios  al  influjo  perso- 
nal y  colectivo  de  sus  antecedentes. 

Pero,  como  sucede  casi  siempre,  en  el  ardiente 
embate  de  las  pasiones  políticas  que  los  lleva  á  es- 
trellarse unos  contra  otros,  los  partidos  pierden  la 
conciencia  clara  de  sus  principios  y  de  sus  propios 
antecedentes.  Un  ejemplo  curioso  de  esta  verdad, 
y  hasta  cierto  punto  humillante,  ofreció  entre  nos- 
otros esta  arrogante  y  soberbia  colectividad  de  la 
burguesía  aristocrática  que  nos  había  dejado  el  ré- 
gimen colonial.  Por  odio  á  la  oligarquía  ilustrada 
que  en  la  Asamblea  y  en  el  Directorio  tenía  la  di- 
rección de  los  negocios  nacionales,  y  no  viendo  otro 
modo  de  derrocarla  que  atacar  ó  arruinar  el  orga- 
nismo político  sobre  que  reposaba  su  poder  legal, 
el  honorable  y  aristocrático  partido  de  los  ricos  ve- 
cinos del  municipio  de  la  capital  vino  á  entrar,  sin 
haberlo  previsto  ni  buscado,  en  las  mismas  miras  y 
teorías  subversivas  de  Artigas ;  del  caudillo  bárba- 
ro que  agitaba  las  masas  incultas  del  desierto  li- 
toral ;  del  bandolero  montaraz  que  había  traicio- 
nado delante  del  enemigo  las  banderas  de  la  Re- 
volución ;  del  alzado  sin  ley  ni  señor  que  estaba 
desolando  las  riquezas  y  el  orden  civil  en  la  fértil 
región  de  los  grandes  ríos;  del  exterminador  cuya 
pasión  frenética  y  exclusiva,  era  reducir  á  cenizas 
la  capital  misma  en  que  esos  hombres  de  fortuna  y 
de  antecedentes  tenían  sus  cuantiosos  intereses  y  la 
base  de  su  mismo  influ^'o  social. 


Y    SUS    ADVERSARIOS  135 

No  hay  partido,  cualquiera  que  sea  el  carácter 
simple  de  su  origen  y  de  sus  elementos  primitivos, 
que  pueda  evitar  que  se  le  adhieran  y  formen  cuer- 
po con  él  los  rezagados  que  el  movimiento  revolu- 
cionario va  dejando  en  condiciones  flotantes,  y  que 
por  sus  miras  particulares  buscan  el  apoyo  del  nú- 
cleo principal  trayéndole  su  contingente  en  las  lu- 
chas por  el  poder.  Esa  masa  de  bajos  cooperantes 
se  compone  generalmente  de  hombres  mediocres, 
contrariados  en  sus  aspiraciones,  ó  movidos  por  la 
envidia  que  provoca  en  ellos  el  prestigio  de  los 
hombres  que  sirven  de  guía  y  de  enseña  á  los  par- 
tidos verdaderamente  ilustres  v  liberales.  Anhelo- 
sos de  agarrar  por  algún  lado  un  retazo  siquiera  de 
la  vida  pública  separando  de  su  paso  las  superiori- 
dades que  brillan  en  ella,  tratan  de  hacer  el  vacío 
para  colocarse  en  evidencia,  y  tomar  un  desquite 
de  baja  ley  humillándolas,  y  persiguiéndolas  tam- 
bién, con  pasión  propia,  pero  en  servicio  servil  de 
los  que  le  dan  su  patronato.  Así  fué  como  todos  los 
hombres  de  reputación  indecisa,  de  color  gris,  de 
espíritu  atrasado,  de  ambiciones  impacientes,  anhe- 
losos de  especular  en  provecho  propio,  vinieron  á 
enrolarse  entre  los  enemigos  de  la  Asamblea  Gene- 
ral Constituyente;  y  la  aristocracia  vecinal,  pura 
al  principio,  recibió  con  esos  elementos  y  con  el  pa- 
ralelismo político  de  Artigas  aquella  mezcla  de  ca- 
nalla sin  la  que  no  se  pueden  llevar  á  cabo  movi- 
mientos subversivos. 

La  Revolución  Argentina,  como  la  Revolución 
Francesa  estuvo  por  mucho  tiempo  soñando  y  es- 
peculando con  las  traiciones  y  con  las  intrigas  de 
los  gobiernos  para  entregar  el  país  al   rey  de  Es- 


136  Kl,    ORGANISMO    DE    LA    CAPITAL 

paña,  ó  á  otra  testa  cualquiera  coronada.  Todos  los 
partidos  se  acusaron  sucesivamente  unos  á  otros 
de  haber  estado  tramando  estas  conjuraciones;  y 
nada  puede  igualar  las  necias  invenciones  y  las  ca- 
lumnias que  echaban  á  vuelo  con  pruebas  fragua- 
das con  el  más  grande  descaro.  Muchas  de  ellas,  co- 
mo la  famosa  revelación  que  fraguó  el  doctor  Pe- 
dro José  de  Agrelo  en  1816,  andan  todavía  en  ma- 
nos de  algunos  bobos  encantados  de  tener  en  ella 
como  difamar  el  grande  partido  centralista  que  go- 
bernó al  país  de  1812  á  1819.  Pero  lo  que  hoy  nos 
parece  inconcebible  y  ridículo  producía  entonces 
perniciosísimos  efectos,  no  tanto  en  la  opinión  bien 
informada  de  los  hombres  políticos,  cuanto  en  la 
candorosa  credulidad  del  pueblo,  y  en  las  malignas 
apreciaciones  con  que  la  doblez  innoble  de  los  par- 
tidos acreditaba  esas  arterías  inventadas  y  propa- 
ladas nada  más  que  para  volcar  las  autoridades  que 
no  respondían  á  sus  miras  del  momento. 

í.a  sanción  del  2()  de  agosto  y  el  nombra- 
miento de  los  señores  Belgrano  y  Rivadavia  para 
que  como  comisionados  de  las  Provincias  Unidas  se 
trasladaran  á  Europa  y  abrieran  negociaciones  con 
la  corte  de  Madrid,  sirvieron  de  poderoso  pretexto 
para  que  los  descontentos  hicieran  ruido  y  propa- 
gasen rumores  subversivos  en  el  ánimo  inquieto  y 
espantadizo  de  los  pueblos.  En  las  miras  reserva- 
das del  gobierno  esta  negociación  había  sido,  ante 
todo,  un  medio  de  ganar  tiempo.  Lo  que  se  propo- 
nía era  obtener  con  ella  la  mediación  protectora  de 
la  Gran  Bretaña,  demorar  ó  desviar  la  expedición 
de  Morillo,  y  retemplar  la  autoridad  en  el  interior 
mientras  ponía  sus  dos  ejércitos  en  aptitud  de  de- 


Y    SUS    ADVERSARIOS  137 

fender  la  capital  con  el  uno,  y  de  subir  rápidamente 
con  el  otro  hasta  el  Perú,  en  caso  de  que  no  se  pu- 
diese obtener  el  reconocimiento  de  la  independencia, 
bajo  la  forma  de  una  monarquía  constitucional  que 
no  sólo  era  única  base  aceptable  de  momento,  sino 
la  que  en  el  ánimo  de  todos  contenía  la  solución  in- 
dispensable y  definitiva  de  la  Revolución  de  Mayo. 

Cubriendo  su  actitud  diplomática  con  una  apa- 
rente sinceridad,  calculada  para  captarse  la  benevo- 
lencia de  Inglaterra  y  escudarse  con  ella  de  las  mi- 
ras de  España,  el  gobierno  argentino  trató  de  hacer 
servir  la  pública  notoriedad  que  había  dado  á  ese  • 
negociado,  como  un  medio  de  que  Pezuela  en  el 
Perú  y  Osorio  en  Chile  suspendieran  las  operacio- 
nes contra  los  patriotas  de  aquellas  provincias,  y  se 
descuidasen  hasta  que  fuesen  sorprendidos  cuando 
menos  lo  esperaran.  Con  este  fin  se  dieron  poderes 
al  coronel  don  Ventura  Vázquez  }■  al  doctor  don 
Juan  José  Passo.  El  primero  se  dirigió  al  campa- 
mento de  Pezuela,  protestando  la  necesidad  de  ne- 
gociar un  armisticio  hasta  conocer  el  resultado  de 
las  misiones  enviadas  á  Europa;  y  el  segundo  pasó 
acreditado  cerca  del  gobierno  independiente  de  San- 
tiago de  Chile,  encargado  de  cooperar  "de  todos  los 
modos  posibles  al  progreso  de  la  causa  y  á  la  esta- 
bilidad del  gobierno  establecido  allí,  que  encabe- 
zaba el  respetable  señor  don  Manuel  de  la  Lastra 
con  el  apoyo  del  partido  del  general  O'Higgins. 

A  todos  estos  elementos  morales  con  que  se  di- 
señaba el  movimiento  subversivo  contra  la  oligar- 
quía liberal  en  1814,  es  menester  agregar  los  que 
se  habían  agrupado  en  el  ejército  que  mandaba  don 
José  Rondeau  en  Jujuy.  Tenían  el  mando  de  sus 


138  EL    ORGANISMO    DE    LA    CAPITAL 

diversos  cuerpos  porción  de  oficiales  que  ya  hemos 
visto  figurar  en  las  victorias  y  derrotas  del  gerieral 
Belgrano,  como  el  coronel  Forest  y  otros  de  la  vie- 
ja escuela,  que  ya  por  la  ufanía  de  sus  antiguos 
servicios,  ya  por  el  hábito  en  que  estaban  de  no  te- 
ner por  superiores  hombres  de  fuerte  voluntad,  de 
pensamiento  decisivo,  de  autoridad  propia,  de  ta- 
lentos superiores  y  de  temple,  se  habían  hecho  di- 
fíciles de  manejar  y  de  obedecer  al  mando  de  hom- 
bres nuevos  y  dominantes  como  el  general  Alvear, 
y  como  los  coroneles  de  su  predilección  que  debían 
venir  con  él.  A  esos  malos  elementos  del  viejo  cua- 
dro se  habían  adherido  algunos  otros  jefes  del  tiem- 
po antiguo,  como  el  general  don  Martín  Rodríguez. 
Inútil  es  hablar  de  su  mérito  y  de  su  honorabilidad 
personal ;  pero  es  preciso  decir  que  su  incompeten- 
cia como  militar  de  línea  y  la  bondad  de  su  trato 
familiar  con  los  subalternos  y  compañeros  lo  hacían 
incapaz  de  contribuir  á  la  disciplina,  inclinándolo 
más  bien  casi  siempre  al  descuido  y  á  la  laxitud  de 
sus  reglas  más  elementales.  Natural  era  que  por  su 
índole,  por  su  grado,  por  su  escuela  y  por  los  ser- 
vicios que  á  su  modo  venía  haciendo  desde  tiempos 
anteriores,  estuviese  poco  predispuesto  á  sufrir  la 
supremacía  de  Alvear,  que  por  su  extremada  juven- 
tud, suficiencia  y  genio  imperioso,  humillaba  con 
imprudencia  á  todos  los  que  habían  sido  algo  antes 
de  él. 

Entre  las  tropas  enviadas  á  Jujuy  había  mar- 
chado el  regimiento  de  infantería  número  9.°,  fuer- 
te de  900  plazas,  al  mando  de  un  cierto  coronel  Pa- 
góla, oficial  díscolo  é  insubordinado,  nacido  en  la 
Banda  Oriental,   que  había  pertenecido  al  ejército 


V    sus    ADVERSARIOS  139 

sitiador  de  Montevideo  antes  de  que  Rondeau  hu- 
biera sido  substituido  por  Alvear,  Este  coronel,  que 
aunque  bravo  carecía  de  antecedentes  y  era  hombre 
recio,  se  había  elevado  y  obtenido  el  mando  del  nú- 
mero 9.°  por  influjos  de  Artigas  y  favoritismo  de 
Rondeau.  Ocultando  sus  predilecciones  había  con- 
seguido conservar  su  puesto  y  ser  destinado  al  ejér- 
cito de  Jujuy,  en  donde  se  reunió  con  su  anterior 
general,  deseoso,  por  supuesto,  de  contribuir  al  re- 
chazo del  general  Alvear,  que  era  en  efecto  poco  in- 
clinado á  sufrir  los  desmanes  y  las  insolentes  licen- 
cias de  los  subalternos  como  Pagóla. 

A  causa  de  su  misma  insignificancia,  y  precisa- 
mente por  la  apatía  indolente  y  pajiza  de  su  perso- 
na, don  José  Rondeau  era  el  general  en  jefe  más 
adecuado,  hasta  por  las  hipocresías  de  su  necia  am- 
bición, para  mantenerse  en  el  mando  aparente  de 
este  conjunto  de  oficiales  insubordinados  y  altane- 
ros, á  quienes  su  debilidad  dejaba  entero  campo 
para  obrar  á  su  antojo  en  sus  cuarteles,  y  aún  en  el 
campo  de  batalla  como  lo  hemos  de  ver.  A  trueque 
de  gozar  él  las  satisfacciones  de  la  vanidad  y  las 
propinas  de  segundo  orden  que  el  mando  propor- 
ciona, Rondeau  se  puso  ocultamente  de  acuerdo  con 
sus  coroneles  para  que  lo  sostuvieran  contra  cual- 
quiera orden  que  el  gobierno  pudiera  darle  de  en- 
tregar á  otro  general  el  mando  del  ejército. 

Este  era,  en  el  interior  y  en  el  exterior,  el  estado 
verdaderamente  crítico  en  que  los  negocios  políti- 
cos del  Río  de  la  Plata  se  hallaban  al  terminar  el 
año  de  1814, 


CAPITULO  V 

SUBLEVACIÓN    DEL   EJÉRCITO   DEL  NORTE 
Y  MODIFICACIÓN  INTERNA  DE  LA  OLIGARQUÍA  LIBERAL 

SttmariO:  Inconvenientes  que  impidieron  la  pronta  y  defi- 
nitiva destrucción  de  Artigas. — La  barbarie  del  desierto 
y  la  barbarie  de  las  grandes  capitales  como  París  y  Lon- 
dres.— Reorganización  liberal  de  la  Provincia  Oriental 
del  Uruguay. — Grandes  miras  sobre  el  Perú. — Ilusiones 
y  errores  del  general  Alvear. — Descontento  y  temores 
que  inspira  su  viaje  entre  los  hombres  de  su  partido. — 
Expedición  de  Morillo. — Gérmenes  de  anarquía  interna. 
— Debilidad  orgánica  de  los  poderes  fuertes. — Alvear  en 
Córdoba.— Noticia  de  la  sublevación  del  ejército  de  Ju- 
juy. — Testimonio  inapelable  del  general  don  José  María 
Paz  sobre  el  escándalo  y  las  consecuencias  funestas  de 
ese  atentado. — Hipocresía  criminal  y  baja  de  Rondeau. — 
Sanción  y  vituperio  de  la  historia  contra  los  criminales 
políticos. — La  mancha  indeleble  de  su  nombre. — El  inep- 
to manifiesto  de  los  sublevados. — Su  comentario. — Sus 
calumnias  y  sus  falsedades. — El  coronel  don  Ventura 
-  Vázquez. — Profunda  sensación  en  la  capital. — La  sesión 
de  la  Asamblea  Nacional. ^Su  Manifiesto. — La  vindica- 
ción del  Director  Supremo.  —  Desgraciados  sucesos  de  la 
provincia  de  Corrientes. ^El  teniente  gobernador  Cal- 
van.— Asonada  de  Méndez  y  proclamación  de  Artigas. — 
Reacción  inmediata  de  la  clase  culta  en  favor  del  go- 
bierno nacional.  —  Fernández  Blanco.  —  Jenaro  Perugo- 
rría. — Descalabro  de  estos  generosos  patriotas. — Atroci- 
dades de  Artigas. — Tormento  de  Perugorría. — Testimo- 
nios elocuentes  sobre  los  bárbaros  hechos  de  Artigas. — 
Deportación   del   coronel    Bauza. — La  nueva  invasión   de 


MODIFICACIONES    INTF.RNAS  I4I 

Artigas. — Triunfo  de  Fructuoso  Rivera  sobre  el  coronel 
Dorrego.  —  Irrupción  de  las  montoneras  por  Entrerríos  y 
riberas  del  Paraná.— Peligro  de  Santafé.  — Situación  de 
los  negocios  al  regresar  Alvear  á  la  capital.  —  Su  resenti- 
miento.— Sus  nuevos  propósitos. — Alteración  neutral  de 
sus  sentimientos. — Reanimación  de  su  espíritu.  —  Fecun- 
didad de  sus  expedientes. — Declive  natural  hacia  la  dic- 
tadura.—  Necesidades  y  exigencias  de  fortificar  los  actos 
del  poder  con  leyes  y  facultades  represivas. — Concordan- 
cia del  partido.— Resistencia  del  director  supremo  Po- 
sadas.— Insistencia  categórica  de  Alvear.— Renuncia  no- 
table de  Posadas.  —  Sesión  de  la  Asamblea. — Elección  de 
Alvear  al  puesto  de  Director  Supremo  del  Estado. 

Si  el  general  Alvear  hubiera  podido  detenerse 
en  la  otra  banda  del  Uruguay  con  nada  más  que 
con  las  cortas  fuerzas  que  había  empleado  en  su 
rápida  y  habilísima  campaña,  está  fuera  de  toda 
duda  que  la  insurrección  de  las  indiadas  y  del  gau- 
chaje feroz  que  Artigas  comenzaba  á  remover  en 
el  remoto  del  desierto  oriental,  hubiera  sido  pronta 
y  eficazmente  sofocada.  Esa  breve  campaña,  del  2 
al  10  de  octubre,  le  había  bastado  para  romper  la 
primer  tentativa  y  arrojar  sus  fragmentos  comple- 
tamente deshechos  al  otro  lado  de  las  fronteras  del 
Brasil.  Una  severa  policía,  de  que  harto  necesita- 
ban aquellas  regiones,  hubiera  bastado  también  pa- 
ra aplastar  á  los  indios  y  facinerosos  que  hacían  la 
única  fuerza  militar  y  civil  de  ese  alzamiento  de 
la  barbarie,  que  no  sólo  en  los  desiertos  argentinos, 
sino  en  el  centro  mismo  de  París  y  de  Londres 
suele  á  veces  poner  en  serios  peligros  la  cultura  de 
las  naciones,  y  seis  años  antes,  el  funesto  caudillo 
de  aquel  negro  desorden  hubiera  fugado,  como  fugó 
después,  en  busca  del  fraternal  asilo  que  le  dio  en 


142  SUBLEVACIÓN    MILITAR 

1820  el  gobierno  de  su  propio  tipo  inaugurado  por 
el  doctor  Francia,  que  hizo  tan  feliz  y  tan  libre  al 
Paraguay  ( ) ) . 

Pero  ya  fuese  que  se  equivocara  en  la  idea  que 
se  formaba  de  la  situación  interna  del  país,  ya  que 
no  quisiera  examinarla  con  prolijo  estudio,  para 
darse  todo  entero  á  los  propósitos  de  la  gloriosa 
campaña  que  pensaba  abrir  inmediatamente  sobre 
el  Perú,  Alvear  creyó  que  había  hecho  en  la  Banda 
Oriental  cuanto  el  gobierno  y  su  partido  podían  exi- 
girle, y  que  con  muy  pocas  fuerzas  bastaba  para 
mantener  quieta  la  provincia  mientras  se  le  daba 
el  régimen  institucional  que  debía  unificarla  en  el 
seno  de  las  demás  de  la  Unión  Argentina. 

De  acuerdo  pues  con  las  leyes  orgánicas  san- 
cionadas por  la  Asamblea  General 
1814  Constituyente  que  constituían  el 

Octubre  24  régimen  interior,  el  Poder  Ejecu- 
tivo nombró  al  general  don  Mi- 
guel E.  Soler  gobernador  intendente  en  substitu- 
ción del  señor  Rodríguez  Peña,  y  designó  los  once 
miembros  que  debían  formar  el  Ayuntamiento,  Ca- 
bildo y  corporación   municipal  de  Montevideo,  en 

(1)  Cuando  los  extranjeros  se  pasman  con  aspavientos 
poco  sinceros  y  no  pocas  veces  con  un  desprecio  conven- 
cional, ante  los  errores  de  nuestra  vida  revolucionaria,  de- 
bieran pensar  también  en  la  barbarie  que  ellos  mismos  co- 
bijan en  el  seno  de  sus  opulentas  y  cultas  capitales,  ya 
que  tampoco  pueden  borrar  de  su  historia  pasada,  ni  ex- 
tirpar de  la  presente,  las  lúgubres  épocas  del  siglo  xvni,  de 
la  Comuna  en  el  xix  y  de  la  dinamita  con  que  por  allá  se 
hace  volar  monumentos  y  se  sacrifica  centenares  de  vidas ; 
suum  cuique.  Nuestros  bárbaros  no  han  llegado  á  ese  grado 
de  desarrollo. 


Y    MODÍFICACIONES    INTERNAS  I43 

la  misma  forma  en  que  se  hacía  entonces  para  to- 
das las  provincias  de  la  Unión.  Al  Cabildo  de  las 
capitales  de  la  provincia  correspondía  nombrar  co- 
misiones municipales  y  autoridades  de  distrito  en 
los  pueblos  y  vecindarios  de  la  campaña,  cosa  de 
no  fácil  ejecución  y  arreglo  en  los  incultos  campos 
de  la  Banda  Oriental.  Le  correspondía  también 
componer  é  integrar  las  juntas  ó  mesas  electorales 
de  los  miembros  de  la  Asamblea  General  Consti- 
tuyente ;  y  el  de  Montevideo  llenó  su  cometido  le- 
gal el  24  de  octubre  nombrando  por  diputados  suyos 
en  esa  soberana  corporación  á  don  Pedro  Fabián 
Pérez  y  á  don  Pedro  Feliciano  Cavia  (2). 

(2)  Las  instrucciones  con  que  se  les  recomendó  el  des- 
empeño de  su  carácter  no  pudieron  ser  más  sana^  ni  más 
propias  de  una  época  y  de  un  organismo  culto  y  liberal. 
Por  ellas  debían  propender  en  la  Asamblea:  i.°,  á  que  la 
nación  indemnizara  las  pérdidas  y  sacrificios  hechos  por 
los  vecinos  de  la  provincia,  según  estaba  ordenado  ya  por 
la  Asamblea ;  2.°,  que  los  inmensos  terrenos  aglomerados 
sin  título  y  completamente  incultos  en  manos  de  algunos 
detentadores,  se  repartiesen  entre  los  padres  de  familia 
pobres  y  hacendosos  que  los  quisieran  utilizar,  abonándose 
á  los  poseedores  ó  propietarios  el  justo  valor  de  los  exce- 
sos que  se  les  tomasen ;  3.°,  que  las  grandes  estancias  de- 
nominadas del  rey,  se  repartiesen  del  mismo  modo,  ó  se 
permitiese  la  ocupación  de  algunas  de  sus  porciones,  sin 
remuneración,  á  las  familias  pobres  que  no  tuviesen  terre- 
nos de  otra  clase  en  que  fijar  su  residencia;  4.°,  que  se 
creasen  nuevas  villas  y  centros  de  población,  dándoles  las 
autoridades  locales  y  tenientes  gobernadores  que  mantu- 
vieran la  seguridad  individual  y  la  propiedad;  5.°,  que  se 
fomentase  el  cabotaje  y  el  comercio  marítimo  de  las  costas 
con  beneficios  y  concesiones  halagadoras  y  habilitación  de 
puertos  ;  6.°,  que  se  hiciese  el  plano  general  de  la  provin- 
cia,  señalando  sus  límites,  tomando  medidas  para  conser- 


144 


SUBLEVACIÓN    MILITAR 


Cerrando  los  ojos  á  todo,  y  sin  otro  interés  ó 
ahinco  que  el  de  abrir  inmediatamente  su  gloriosa 
campaña  sobre  el  Perú,  Alvear  no  atendía  á  otra 
cosa  (mientras  el  gobierno  se  ocupaba  de  las  me- 
didas necesarias  al  orden  gubernativo  de  la  Banda 
Oriental)  que  á  preparar  su  ejército.  Apenas  re- 
gresó á  Buenos  Aires  concentró  todas  las  tropas  en 
el  campamento  de  los  Olivos.  Allí  se  entregó  día  y 
noche  á  completar  el  equipo,  á  formar  la  caja  y  la 
administración,  á  dar  cohesión  á  las  distintas  re- 
particiones, y  formar  el  espíritu  de  cuerpo  que  de- 
bía animar  al  poderoso  conjunto  de  medios  que  ha- 
bía centralizado  en  sus  manos.  Comenzó  por  man- 
dar á  Jujuy  (donde  estaba  Rondeau  con  los  cuer- 
pos que  San  Martín  le  había  entregado  en  Tucu- 
mán),  tres  regimientos  de  infantería.  Salió  tam- 
bién para  el  mismo  destino  el  coronel  don  Ventura 
Vázquez  á  tomar  el  mando  del  número  i.°  aquel  fa- 
moso regimiento  de  la  Sublevación  de  las  Trenzas, 


var  los  bosques  que  forman  parte  de  su  riqueza,  y  que  se 
estaban  destruyendo  por  falta  de  policía ;  7.",  y  por  últi- 
mo, que  todas  las  tierras  de  propiedad  desconocida  ó  aban- 
donada se  repartiesen  y  diesen  á  los  vecinos  que  las  solici- 
taran para  vivir  y  trabajar  en  ellas,  dejando  á  los  pueblos 
de  campaña  las  suficientes  extensiones  para  su  beneficio 
común  y  comodidad  de  la  vida.  Para  adulterar  el  sentido 
honrosísimo  de  todos  los  actos  con  que  la  Provincia  Orien- 
tal del  Uruguay  se  unificó  en  el  seno  de  las  demás  de  la 
Unión  Argentina,  don  Francisco  Bauza  (pág.  154-155)  los 
pone  como  anteriores  á  la  campaña  de  Alvear  en  octubre, 
y  como  medios  pérfidos  de  ocultar  las  operaciones  de  gue- 
rra que  se  iban  á  abrir  contra  Artigas,  siendo  así  que  son 
posteriores  á  esa  campaña  y  un  resultado  orgánico  de  la 
limpieza  de  policía  hecha  con  ella. 


Y    iMODIFlCACIONES    INTERNAS  I45 

que  había  estado  á  las  órdenes  del  general  Belgra- 
no,  y  que  por  ser  el  cuerpo  más  fuerte  en  el  campa- 
mento de  Jujuy,  convenía  que  fuera  encargado  á 
un  jefe  de  carácter  y  de  importancia  como  el  coro- 
nel Vázquez.  Este  oficial,  brillante  por  las  calida- 
des militares,  por  los  talentos,  por  el  distinguidí- 
simo nacimiento,  y  para  complemento  de  méritos 
por  lo  exquisito  de  sus  maneras  habituales  y  de  su 
porte,  merecía  de  todo  punto  la  estimación  excep- 
cional con  que  lo  miraba  el  general  en  jefe  y  el 
partido  ilustre  en  que  figuraba.  Quizás  fué  un  gra- 
ve error  de  AJvear  no  haber  dado  al  coronel  Váz- 
quez el  mando  del  niimero  2.°  de  que  el  coronel 
era  propietario,  ó  de  algún  otro  de  los  cuerpos 
procedentes  del  ejército  de  la  capital,  en  vez  de 
aquel  otro  regimiento  que  á  más  de  ser  nuevo 
para  él,  no  podía  dejar  de  estar  afectado  del  mal 
espíritu  que  prevalecía  en  el  campamento  de  Jujuy, 
En  estos  casos  poco  se  prevé  :  se  ven  los  hechos  des- 
pués de  consumados;  y  al  obrar  así,  contaba  el  ge- 
neral que  con  los  regimientos  que  había  enviado  y 
con  el  coronel  Vázquez  al  mando  del  número  i,  se 
aseguraba  la  sumisión  de  las  otras  tropas  y  sus  je- 
fes, por  muy  mal  dispuestos  que  contuvieran  á  po- 
nerse bajo  sus  órdenes.  Después  de  haber  arreglado 
la  salida  sucesiva  de  los  cuerpos  concentrados  en 
los  Olivos  hasta  el  número  de  siete  mil  veteranos, 
el  general  se  adelantó  á  ellos  con  un  numeroso  Es- 
tado Mayor  de  cerca  de  cien  oficiales  entre  edeca- 
nes, empleados  militares  y  civiles,  acompañantes  y 
agregados;  y  dejó  la  capital  el  16  de  noviembre  de 
1815  en  dirección  á  Jujuy,  contando  con  ponerse 
muy  pronto  sobre  las  tropas  del  virrey  del  Perú, 
que  bien  apuradas  se  veían  por  la  fermentación  ge- 

HIST.    DE    LA    RP:I'.    ARGENTINA.    TOMO   V.  — lO 


146  SUBLEVACIÓN    MILITAR 

neral  en  que  se  hallaban  todas  las  provincias  cen- 
trales de  ese  virreinato. 

La  salida  del  general  Alvear  había  descontenta- 
do mucho  al  supremo  director  don  Gervasio  Posa- 
das y  á  los  más  expertos  entre  los  miembros  de  su 
partido.  Eran  momentos  aquellos  en  que  todos  ase- 
guraban que  la  expedición  del  general  Morillo  se 
hallaba  ya  pronta  á  zarpar  contra  el  Río  de  la  Pla- 
ta. Nadie  conocía  los  secretos  diplomáticos  que  se 
habían  atravesado  con  toda  reserva  entre  España, 
Portugal  é  Inglaterra;  y  día  por  día  llegaban  con- 
firmaciones categóricas  y  oficiales  de  que  Buenos 
Aires  era  el  punto  en  que  Morillo  debía  hacerse  sen- 
tir con  su  formidable  armaniento.  Los  hombres 
amenazados  no  se  tranquilizaban  con  las  segurida- 
des que  les  había  dado  Alvear  de  que  esa  expedi- 
ción era  incapaz  de  operar  sobre  Buenos  Aires;  de 
que  bastaba  la  ciudad  y  sus  bravos  cívicos  para  re- 
chazarla, y  de  que,  en  todo  caso,  antes  de  tres  me- 
ses, podía  él  ocurrir  en  su  auxilio  con  un  ejército 
vencedor  y  doble  del  que  sacaba.  Sin  embargo,  el 
peligro  era  real  para  todos;  las  esperanzas  y  ofer- 
tas bastante  ilusorias;  y  lo  que  todos  percibían  en 
el  fondo  era  que  una  gigantesca  ambición  de  gloria 
lo  empujaba  hacia  el  norte  por  los  opulentos  y  des- 
lumbrantes prestigios  de  que  el  Perú  había  gozado 
desde  los  primeros  tiempos  del  régimen  colonial.^ 

Se  pensaba  también  que  por  muy  expeditiva  y 
feliz  que  hubiese  sido  la  campaña  contra  Artigas, 
no  era  claro  ni  probable  que  en  diez  días  hubiesen 
sido  anonadados  y  extirpados  los  gérmenes  vivaces 
v  contagiosos  de  esa  epidemia  moral ;  y  se  dudaba 
con  razón  de  que  con  las  milicias  de  los  pueblos  de 


Y    MODIFICACIONES    INTERNAS  I47 

la  campaña  Oriental  y  de  Entrerríos  sin  más  apoyo 
que  dos  batallones  diminutos  de  cazadores,  que  era 
todo  lo  que  Alvear  había  dejado  en  manos  de  Soler 
y  de  Dorrego,  fuera  lo  bastante  para  hacer  frente 
á  la  propagación  de  las  montoneras  de  Artigas,  si 
la  debilidad  y  la  escasez  de  las  fuerzas  gubernati- 
vas les  daban  tiempo  y  ocasión  de  rehacerse. 

Rl  general  Alvear,  como  todos  los  militares  po- 
líticos que  fían  la  solidez  de  su  poder  á  la  cohesión 
é  inmutalidad  de  la  fuerza  armada,  no  comprendió 
á  tiempo  que  por  lo  mismo  que  esa  cohesión  es  un 
nudo  cerrado  sobre  elementos  vivos  y  expansivos, 
llega  un  día  en  que  se  rompe  sin  haber  resuelto 
ninguno  de  los  problemas  sociales  que  se  habían 
formulado  al  concentrarse  en  los  primeros  días  de 
su  formación.  Las  reacciones  se  producen  y  todo 
vuelve  al  círculo  vicioso  de  su  principio.  Es  cues- 
tión de  días,  de  meses,  de  años  quizás,  pero  de  años 
muy  rápidos  y  muy  fugaces  para  los  que  se  hunden. 
;  Cuánto  cuentan  los  veintiiin  años  de  Rosas,  los 
quince  años  del  primer  Napoleón,  los  quince  años 
del  segundo  Napoleón  ?  ¿  Cuentan  acaso  más  que 
veintiiín  días  de  buen  gobierno  bien  aprovechados? 
En  Córdoba,  Alvear  recibió  con  profusión  todas 
aquellas  manifestaciones  ruidosas, 
1814  aturdidoras  é  incensantes,  con  que 

Diciembre  7  la  adulación  oficial  y  la  puerili- 
dad curiosa  de  los  pueblos  rodea 
y  agasaja  á  los  hombres  que  aparecen  como  dueños 
eternos  del  poder  político  en  una  época  dada;  y.  sin 
embargo  había  allí  un  partido  iracundo  contra  Bue- 
nos Aires,  que  aunque  impotente  para  conseguir  sus 
propósitos,   habría  deseado  ver  trasladado  el  cam- 


148 


SUBLEVACIÓN    MILITAR 


pamento  de  Artigas  á  los  claustros  de  la  Universi- 
dad ó  llevar  la  Universidad  con  sus  colegios  y  has- 
ta con  su  Catedral  á  la  corte  de  Arerunguá,  para 
vivir  en  libertad  federal  (3).  Embriagado  todavía 
con  tantos  festejos  y  bailes,  banquetes  y  pintores- 
cos paseos  por  los  bellos  alrededores  de  la  cíiüdad, 
el  joven  y  elegante  general  corría  como  una  flecha 
por  el  camino  de  la  posta,  y  de  la  gloria  á  su  en- 
tender, cuando  en  la  tarde  del  10  de  diciembre  re- 
cibió la  triste  noticia  de  que  en  la  madrugada  del  7 
el  ejército  de  Jujuy  se  había  puesto  en  armas  contra 
él ;  de  que  el  coronel  Vázquez  con  los  otros  oficia- 
les tenidos  por  afectos  á  su  persona  y  á  la  discipli- 
na, habían  sido  sorprendidos,  aprisionados  y  de- 
portados bajo  custodia  á  Catamarca  y  la  Rioja;  de 
que  Pagóla,  á  la  cabeza  del  número  9,  el  mayor  Ra- 
món Rosendo  Fernández  á  la  cabeza  del  número  2.", 
cohechados  con  favores,  se  habían  adherido  al  mo- 
vimiento; y  de  que  Rondeau  —  «el  imbécil  Ron- 
deau»  —  como  él  le  llamaba,  había  aceptado  el  man- 
do del  ejército,  no  ya  por  haberlo  recibido  del  go- 
bierno, sino  por  habérselo  acordado  los  jefes  suble- 
vados, con  el  encargo  de  dar  cuenta  de  'los  motivos 
que  ios  habían  ((obligado»  á  dar  este  paso  y  á  exi- 
gir ((Con  las  armas»  que  el  general  Rondeau  fuese 
conservado  en  su  puesto. 

Antes  de  hacer  el  examen  de  los  documentos, 
absurdos  los  unos,  de  melancólica  y  justa  vindica- 
ción los  otros,  que  provocó  este  funesto  suceso,  el 

(.3)  Parece  imposible  que  aún  después  de  muchos  años 
hayan  hallado  eco  favorable  estas  ideas  en  Córdoba,  como 
puede  verse  en  un  pequeño  libro  de  historia  y  de  política 
local  publicado  por  Cárcano  hacia  el  1885. 


Y    MODIFICACIONES    INTERNAS  149 

más  protervo  y  dañino  de  cuantos  habían  tenido  lu- 
gar hasta  entonces,  conviene  que  reproduzcamos  el 
juicio  que  formó  de  él  un  testigo  digno  de  todo  cré- 
dito. El  general  don  José  María  Paz  hallábase  en 
el  ejército  que  dio  este  abominable  escándalo.  Nin- 
guna circunstancia  ó  interés  lo  ligaban  al  general 
Alvear;  nunca  lo  había  conocido  ni  tratado,  y  más 
bien  podía  haberse  esperado  de  él  que  por  antiguo 
compañerismo,  por  afectos  de  familia,  ó  por  la 
amistad  que  lo  unía  con  algunos  de  los  jefes  suble- 
vados, hubiera  podido  afectarse  en  contra  del  nue- 
vo general.  Sin  embargo,  escribiendo  sus  Memo- 
rias en  los  últimos  años  de  su  carrera,  da  un  testi- 
monio ciiya  verdad  y  valor  no  puede  rechazar  la 
historia.  «A  principios  de  diciembre  se  hallaban  en 
el  cuartel  general  de  Jujuy,  el  regimiento  núme- 
ro I ."  y  el  número  9,  cuyo  coronel,  don  Manuel  Vi- 
cente Pagóla,  se  había  declarado  abiertamente  por 
Rondeau,  y  además  llegó  el  número  2°  en  los  mo- 
mentos de  estallar  la  conspiración  de  que  voy  á  ocu- 
parme. El  arribo  del  número  2°  de  infantería  de 
que  era  coronel  el  general  Alvear,  á  quien  como  á 
tal  le  profesaba  grande  afección,  puso  en  serios  cui- 
dados á  los  conjurados,  y  les  aconsejó  apresurar  el 
golpe  que  se  verificó  en  los  pritneros  días  de  diciem- 
bre (en  la  noche  del  6).  El  hubiera  fallado  sin  la 
condescendiente  conducta  del  comandante  don  Ra- 
món Rosendo  Fernández  que  lo  mandaba,  y  sin  la 
sorpresa  del  coronel  Vázquez,  quien  con  sus  ma- 
neras populares,  con  sus  halagos,  y  con  una  gene- 
rosidad que  sus  adversarios  no  podían  imitar  por 
falta  de  medios,  iba  ganando  tanto  terreno,  que  á 
más  tardar  hubiera  sido  difícil  removerlo». 


150,  SUBLEVACIÓN    MILITAR 

«Una  noche,   los  coroneles  Rodríguez  y   Pago-.  1 
la,  los  .comandantes  Forest  y  Martínez  (don  Beni-. 
to)  se  pusieron  en  armas,  y  comisionaron  al  mayor, 
don  Rudecindo  Alvarado  para  que  con  una  partida 
de  tropa  arrestase  al  coronel  Vázquez,  sargento  ma- , 
yor  Peralta  (4)  y  mayor  Regueral  que  eran  los  je-^ 
fes  de  quienes  temían  que  se  opusiesen  á  su  proyec- 
to por  ser  partidariíjs  de  Alvear.  En  seguida  se  di-:; 
rigieron  á  casa  de  R ondean  que  «aparentaba  igno- 
rar»   lo  que    pasaba,    y   lo  encontraron    reposando 
tranquilamente  en  cama.  Le  dieron  parte  de  lo  su- 
cedido,  y  le  intimaron  á   nombre  del  ejército  que. 
continuase  con  el  mando  resistiendo  su  entrega  á, 
Alvear  y  desobedeciendo  por  supuesto  al  gobierno, 
que  se  lo  había  confiado...  Todo  el  país,  y  hasta  losi 
mismos   enemigos,    habían   creído   (|ue    la   tqma   de 
Montevideo  nos   daba    una   superioridad  decidida,  , 
pues  además  de  su  importancia  moral  nos  dejaba 
disponible  un  ejércitíj  numeroso  y  aguerrido.  Los; 
españoles   temblaban,    los  patriotas  del    Perú,   que, 
estaban  oprimidos,   se  habían  reanimado;  y  todos ^ 
creíamos  cercano  el  término  cíe  nuestros  afanes  )  , 
peligros.  ¡Qué  error!...  nunca  estuvimos  más  dis ■ , 
tantes...  ¡y  todo  debido  á  nuestras  divisiones  y  par- 
tidos!...  E\  coronel   Vázquez,    Peralta  y    Regueral 
fueron  deportados  á  un  pueblo  de  la  campaña  bajo  ^ 
la  custodia  del  oficial  Sevilla.  Vázquez  corrompió 
á  Sevilla  y  se  marchó  c-on  él  y  Peralta  (Villalta)  á; 
Buenos  Aires.  Regueral  rehusó  seguirlo,  y  se  agre- 
gó á  las  tropas  irregulares  de  Güemes.  donde  sir-; 
vio  hasta  la  muerte.» 

{4)     Léase  Villalta.  i 


Y    MOUIFICAÍ  IONES    LNTKRNAS  15! 

«Ksta  fué  la  primera  vez  que  el  ejército  descxj- 
noció  la  autoridad  del  gobierno,  advirtiendo  ^(que 
fué  por  un  motivo  puramente  personal)).  Los  jefes 
promotores  de  la  asonada  vieron  que  iban  á  perder 
su  influencia,  y  que  sus  puestos  iban  á  ser  dados 
á  los  adictos  al  general  Alvear :  el  nombramiento 
del  coronel  Vázquez  se  citaba  como  una  prueba  in- 
dudable de  esos  cambios ;  y  aún  para  decidir  á  otrt)s 
se  les  hizo  creer  que  habían  decretado  destierros  y 
proscripciones.  Recuerdo  que  al  honrado  coronel 
don  Diego  Balcarce  (5)  le  hicieron  consentir  que 
estaba  destinado  á  ir  á  Guandacol,  pueblo  lejano  de 
la  Rioja,  Cíjmo  lugar  de  su  destierru,  lo  que  estoy 
persuadido  que  era  una  invención  de  los  principa- 
les conjurados.  El  papel  que  en  todo  esto  hizo  el 
general  Rondeau  fué  de  una  refinada  hipocresía  ; 
pues  sabía  mejor  que  nadie  lo  que  iba  á  ejecutarse, 
y  sus  ayudantes,  entre  quienes  estaba  mi  hermano, 
fueron  activos  agentes  empleados  en  toda  esa  no- 
che»  (6). 

He  ahí  la  conducta  de  Rondeau  en  ese  escan- 
daloso atentado  que  fué  la  causa  de  que  la  guerra 
de  la  Independencia  y  las  perturbaciones  civiles  no 
hubieran  terminado  en  1815  con  un  éxito  glorioso 
y  con  el  ahorro  de  la  sangre  y  de  los  tesoros  que 
después  se  prodigaron.  Y  cuando  se  reflexiona  que 
ese  crimen  vulgar  é  indecoroso  no  le  sirvió  al  que 
lo  cometió  sino  para  ir  á  perder  todo  el  ejército  na- 
cional en  la  jornada  de  Viluma,  y  dar  allí  un  tes- 

(5)  Este  calificativo  de  «honrado»  tiene  su  a^udo  st-n- 
tido  en  el  maliciosísimo  estilo  qvie  es  habitual  del  autor. 

(6)  Memorias  postumas  del  general  don  José  María 
Paz,   vol.    I,   pág.    iqo. 


}^2  SUBLKXACION    MILITAR 

timonia  vergonzosísimo  de  su  ineptitud  (nunca  des- 
mentida en  lo  de  antes  ni  en  lo  de  después),  no  se- 
puede  ni  se  debe  hacer  callar  el  severo  veredicto  de 
la   Historia,    para   que   los   que  por   bajo  egoísmo; 
obran   mal  y  pérfidamente  contra  sus  deberes  pú- 
blicos,  teman  al  menos  la  justicia  futura  y  sepan 
que   jamás  conseguirán    que   su    nombre   escajDe  á ' 
ella. 

Después  del  grave  juicio  con  que  el  general  Paz 
ha  caracterizado  política  y  militarmente  el  acto  cri- 
minoso de  los  jefes  sublevados,  y  el  chocante  pro- 
ceder de  Rondeau,  nada  puede  decirse  de  más  se- 
vero. Su  imparcial  verdad  se  halla  perfectamente 
comprobada  por  los  documentos  mismos  con  que 
los  sublevados  pretendieron  explicar  y  justificar  su 
atentado,  y  por  aquellos  con  que  Rondeau  trans-. 
mitió  la  noticia  al  gobierno  á  quien  acababa  de  ul-. 
trajar.  Con  esa  doblez  que  el  general  Paz  llama 
«refinada  hipocresía»,  le  decía  al  gobierno:  ((A  las 
tres  de  la  madrugada  (día  7)  se  me  dio  parte  verbal 
de  lo  ocurrido,  y  en  el  instante  salí  á  la  plaza,  me 
informé  de  la  alarma  en  que  se  hallaban  aquellos 
cuerpos,  v  con  el  fin  de  evitar  cualesquiera  resul- 
tas desgraciadas  mandé  que  inmediatamente  se  res- 
tituyesen las  tropas  y  la  artillería  á  sus  respectivos; 
cuarteles,  como  se  verificó  antes  de  amanecer». 

Cualquiera,  juzgando  correctamente,  creería  que 
esta  pronta  y  oportuna  intervención  del  general  en 
jefe,  ((Cuyos  ayudantes,  según  Paz,  habían  andado- 
como  activos  agentes  de  la  sublevación»,  había  te- 
nido por  objeto  y  resultado  restablecer  y  mantener, 
la  autoridad  legítima  del  gobierno  nacional.  Pero 
lejds  de  eso,  Rondeau  salió  á  la  plaza  para  consu- 


V    MODIFICACIONES    INTKKNAS  153 

mar  el  escándalo  con  la  sanción  de  la  autoridad  que' 
investía;  y  si  las  tropas  regresaron  á  sus  cuarteles, 
él  mismo  dice  que  lo  ordenó  «manteniendo  en  arres- 
to al  coronel  del  número  i.°  don  Ventura  Vázquez, 
al  sargento  mayor  Villalta,  al  de  igual  clase  Re- 
gueral,  y  al  auditor  de  guerra  doctor  don  Antonio 
Alvarez  Jonte»,  miembro  de  la  Asamblea  y  del  go- 
bierno, que  tenía  en  esa  división  el  alto  carácter  de 
delegado  del  Ejecutivo  Nacional.  «En  seguida  dis- 
puse, agrega,  á  solicitud  de  los  mismos  jefes  (!), 
que  saliesen  de  este  cuartel  general  los  primeros, 
destinándolos  á  la  estancia  de  Pongo,  donde  se 
mantendrán  hasta  la  suprema  resolución  de  Vues- 
tra Excelencia».  Con  este  final  la  refinada  malicia 
se  convierte  -en  refinada  insolencia.  El  general  se 
lisionj^a  en  seguida  con  un  aplomo  asombroso,  de 
haber  logrado  restablecer  la  tranquilidad,  de  haber 
precavido  todo  motivo  de  ulteriores  novedades,  y 
felicita  al  gobierno  por  haber  mantenido  al  ejército 
en  su  respetuosa  obediencia...  ¿Qué  era  este  hom- 
bre, por  Dios? 

El  parte  ó  sea  manifiesto  con  que  los  jefes  die- 
ron cuenta  á  su  ((digno  general»  de  lo  que  habían 
hecho,  ((es  un  papel  inepto,  lleno  de  frases  y  de 
conceptos  hinchados  y  calumniosos,  que  por  todo 
fundamento  se  toma  de  los  pasquines,  de  los  anó- 
nimos y  de  los  rumores»  que  habían  dado  el  toque 
de  alarma  á  los  jefes  y  puéstolos  en  el  duro  caso  de^ 
((salvar  la  causa  de  la  patria,  la  suerte  del  ejército 
y  la  disciplina»,  sublevándose  para  mantenerse  en 
sus  puestos,  cosa  que  confiesan  allí  con  el  más  des- 
vergonzado cinismo.  Entre  tanto,  de  una  carta  in- 
terceptada por  ellos  y  adjunta  al  manifiesto,  resulta' 


154'  SUBLliVACIÓN    MILITAR 

que    la  conjuración   estaba   organizada   contra   Al- 
vear  desde  mucho  tiempo  antes  (7). 

kNo,  ignora  Vuecencia,  decían  los  sublevados:  á 
Rondeau  en  el  manifiesto,  que  de  la  misma  capi- 
tal de  Buenos  Aires  se  han  escrito  innumerables 
cartas  anunciando  al  ejército  y  á  todos  estos  pue-. 
blos  operaciones  clandestinas  contra  el  sagrado  ob- 
jeto de  la  gran,  causa  que  á  costa  de  tanta  sangre 
y  de  tanto  sacrificio  hemos  sostenido  y  sostenemos 
aún».  Después  de  esta  atrevida  alusión  á  las.  ca- 
lumnias con  que  se  pintaban  como  horrorosas  trai- 
ciones los  actos  diplomáticos  con  que  el  gobierno 
trataba  de  captarse  la  protección  de  Inglaterra  y 
de  Portugal  contra  las  expediciones  que  se  prepa- 
raban en  España,  alusión  no  sólo  atrevida  sino  al- 
tamente criminal  en  boca  de  jefes  militares  que  la 
invocaban  para  sublevarse,  agregaban  que  en  el 
empeño  de  mantener  el  crédito  del  ejército,  y  de 
conservar  la  ciega  obediencia  que  debían  al  gobier- 


(7)  En  esa  carta,  dirigida  por  un  oficial  del  núme- 
ro I .°  al  coronel  Vázquez,  se  le  decía :  «Mi  querido  jefe : 
no  extrañe  usted  la  letra;  he  recibido  su  apreciable  del  3 
d^l  corriente,  por  la  que  veo  que  no  tiene  novedad  ;  el 
tiempo  y  las  circunstancias  no  me  permiten  extenderme; 
lo.  haré  en  teniendo  el  gusta  de  verlo,  que  deseo  mucho  sea 
cuanto  antes ;  no  se  descuide,  pues  lo  de  por  acá  no  está 
bueno;  una  porción  de  picaros  instan  al  general  Rondeau 
que  se  sostenga  ;  se  lo  aviso  para  su  noticia.  En  esta  tiene 
uno  que  observar  una  conducta  maquiavélica;  no  obstante, 
los  buenos,  que  no  hay  tres,  están  á  la  mira.  Deseo  saber 
su  destino  para  continuar  mis  avisos  ;  venga  con  precau- 
ción, y  en  el  ínter  remitiré  por  el  mismo  conducto  otras.— 
Al  señor  coronel  de  ■patricios  (número  i.°)  don  Ventura 
V ázques.^^wyxy ,   26  de  noviembre  de   1814». 


Y    MOUIFlCAClONliS    INTKRNAS  155 

rvo,  «habían  disimulado  en  silencio  su  alarma  por 
largo  tiempo,  á  pesar  de  las  murmuraciones  y  de 
los  pasquines  (!)  que  circulaban  con  profusión  en 
la  capital,  en  Córdoba,  en  Tucumán,  en  Salta,  y 
hasta  en  el  mismo  cuartel  general.  Pero  la  destitu- 
ción de  algunos  jefes  beneméritos  de  la  capital,  la 
postergación  de  otros  cuyos  ascensos  reclama  el 
voto  público  de  los  pueblos,  el  restablecimiento  de 
las  banderas  españolas  en  varios  cuerpos  de  este 
ejército...  (8)  y  en  fin  el  sensible  descontento  que 
se  causa  con  innovaciones  tan  frecuentes  en  las  re- 
laciones entabladas  con  las  fuerzas  y  pueblos  del 
interior,  todo  junto,  y  mil  otras  consideraciones  y 
noticias  que  omitimos  por  abreviar,  nos  habían  re- 
ducido al  mudo  contraste  de  un  amargo  é  insopor- 
table desasosiego,  que  más  de  una  vcc-  nos  obligó 
á  insinuar   á    Vuecencia    la    urgente    necesidad    de 

(8)  Ebta  falsedad  provenía  de  que  en  el  ejército  de  La 
capital  no  se  habían  usado  hasta  entonces  más  banderas 
que  las  españolas,  desde  1810,  por  causas  que  hemos  ex- 
plicado, y  de  que  no  podía  prescindir  el  gobierno  mientras 
tuviese  que  esperar  ó  que  negociar  la  protección  de  Ingla- 
terra y  de  Portugal,  que  á  fines  de  1814  era  tan  necesaria 
ó  más  que  lo  que  lo  había  sido  en  1812.  No  era,  pues, 
exacto  que  «s^e  hubieran  restablecido  en  los  cuerpos  de  Ju- 
juy  las  banderas  españolas»  ;  lo  único  cierto  era  que  los 
cuerpos  recientemente  llegados  de  la  capital  traían  las  ban- 
deras que  siempre  habían  usado;  las  banderas  con  que  ha- 
bían sitiado  á  Montevideo,  bajo  el  mando  de  Rondeau 
mismo ;  las  banderas  con  que  Brovvn  había  batido  y  des- 
truido la  escuadra  española,  con  que  Alvear  había  tomado 
la  plaza.  Así  es  que  ese  cargo,  el  único  que  por  la  ambi- 
güedad y  la  falacia  del  concepto  tendría  hoy  una  cierta 
apariencia  de  verdad,  no  era  otra  cosa  que  una  argucia 
desnuda  de  valor  y  de  justicia. 


^50 


SUBLEVACIÓN    MILITAR 


adoptar  medidas,  ó  de  hacer  alguna  explicación  que 
tranquilizase  á  los  pueblos  y  sofocase  el  régimen 
funesto  de  la  disolución  que  empezaba  á  dejarse  en- 
trever en  este  ejército,  ó  que  al  menos  se  separase 
de  él  á  los  que  considerados  como  agentes  de  la 
intriga  fomentaban  los  celos,  la  inquietud  y  la  des- 
confianza general».  ;,y 

Hasta  aquí  el  manifiesto  de  los  sublevados  no : 
dice  nada  que  no  confirme  el  juicio  severo  del  ge-, 
neral  Paz.  Todo  él  se  reduce  á  declarar  con  impu- 
dencia que  la  única  causa  del  atentado  había  sido 
el  interés  personal,  y  el  temor  de  que  el  nuevo  ge- 
neral, conociendo  como  conocía  por  notofiedjía  el 
viciosísimo  estado  de  ese  ejército  y  la  incorregible 
desmoralización  de  sus  jefes  y  oficiales  (9J,  viniese 
decidido  con  la  energía  y  la  firmeza  conocida  de  su 
carácter  á  reformar  fundamentalmente  ese  desor- 
den, y  á  dar  á  las  tropas  el  temple,  la  unidad  y  la 
sumisión  que  son  de  absoluta  necesidad  para  obte- 
ner éxito  y  victorias  en  las  campañas  militares. 

No  son  menos  pérfidos  los  demás  cargos  con 
que  termina  esa  pieza  que  produjo  en  breve  tiempo 
las  más  funestas  consecuencias.  El  coronel  Váz- 
quez se  dirigía  á  Jujuy.  Desde  Salta  le  ofició  al  co- 
mandante del  número  2.°  don  Ramón  Rosendo  Fer- 
nández, que  hiciese  alto  en  Cobos,  y  que  lo  espera- 
se para  entrar  en  el  campamento  en  buena  combina- 
ción contra  lo  que  pudiera  ocurrir.  Fernández,  que 
Vil  estaba  complotado,  amortizó  la  orden,  «y  obe- 

(9)  Véase  los  informes  que  Dorrego  le  dio  al  general 
San  Martín  sobre  todos  ellos,  en  la  pág.  34  de  este  vol.  y 
en  las  Memorias  del  general  Paz,  vol.  I,  pág.  218  y  si- 
Sfuientes. 


Y    MODIFICACIONES    INTKRNAS  I57 

deciendo  la  que  Rondeau  le  dio  á  su  vez)),  continuó 
hasta  Jujuy.  Grande  fué  la  contrariedad  del  coro- 
nel Vázquez  al  llegar  á  Cobos  y  conocer  esta  con- 
trariedad ;  pero  ya  fuese  porque  creyera  que  el  nú- 
mero 2.°,  cuya  adhesión  al  general  Alvear  era  co- 
nocida (10),  había  de  mantenerse  fiel,  ya  por  la  en- 
tereza de  su  carácter  ó  por  el  respeto  de  sus  debe- 
res militares,  continuó  hacia  el  campamento  sin 
más  fuerzas  que  un  piquete  de  escolta  y  tres  ayu- 
dantes, naturalmente  dispuesto  á  tomar  la  actitud 
que  le  correspondía ;  y  que  si  hubiera  tenido  tiempo 
de  llegar  como  lo  cree  el  general  Paz,  habría  des- 
baratado todo  el  complot.  Pero  el  motín  estalló  en 
la  madrugada  del  7,  hallándose  Vázquez  á  legua  y 
media  del  campamento,  y  la  primer  medida  de  los 
amotinados  fué  mandar  una  partida  de  tropa  al 
mando  del  mayor  don  Rudecindo  Al  varado,  ofi- 
cial de  algún  mérito,  pero  siempre  inclinado  á  las 
malas  intrigas  y  á  la  chismografía  de  los  campa- 
mentos, con  la  comisión  de  sorprender  y  de  prender 
á  Vázquez. 

En  estos  hechos  fundan  los  sublevados  el  últi- 
mo de  sus  cargos.  Haciéndole  á  Vázquez  «un  cri- 
men» de  la  acertada  previsión  con  que  había  orde- 
nado á  Fernández  que  lo  esperara  en  Cobos,  dicen  : 
((Anoche  (el  6)  supimos  con  asombro  que  el  coro- 
nel del  número  i.°,  don  Ventura  Vázquez,  había 
oficiado  desde  el  camino  al  teniente  coronel  y  co- 
mandante del  número  2.°,  don  Ramón  R.  Fernán- 
dez, que  lo  esperase  para  que  entrasen  operando 
como  si  se  dirigiesen  á  un  campo  enemigo:  lo  que 

(10)     Paz,  Memorias,  pág.    187,   tomo   I.  ; 


15S  SUBLKVACIÓN    MILITAR 

se  le  frustró  por  orden  reiterada  que  le  dio  V .  E.  que 
siguiese  inmediatamente  su  marcha  á  este  cuartel 
general».  Los  sublevados  acriminaban  á  Vázquez 
de  lo  que  más  bien  le  honraba  como  militar  preve- 
nido; y  lo  curioso  es  que  al  mismo  tiempo  revela- 
ban la  confabulación  anterior  de  Rondeau  con  los 
ejecutores  del  atentado,  y  la  repugnante  falsía  de 
las  si'guientes  palabras:  «Aturdidos  con  una  nó- 
vedad  de  tanto  bulto,  y  con  una  precaución  tan  alar- 
mante, nos  cercioramos  de  la  intriga  por  la  adjunta 
carta  (n),  injuriosa  en  supremo  grado  al  notorio 
honor  y  delicadeza  de  los  jefes,  oficiales  y  demás 
personas  que  forman  este  ejército :  comprendimos 
en  el  momento  que  la  salud  pública  era  nuestra  su- 
prema ley...  y  corrimos  á  las  armas  para  restable- 
cer el  orden  y  sofocar  el  germen  de  la  discor- 
dias ( 12) . 

Súpose  este  suceso  en  la  capital  el  4  de  enero  de 
T815,  y  como  puede  comprender- 
íais se,  produjo  un  profundo  pavor  en 
Enero  4          el  partido  gubernativo,  al  mismo 
tiempo  que  avivó   las  esperanzas 
y  la  actividad  subversiva  de  los  partidos  contrarios, 
que  por  obra  de  las  circunstancias  habían   venido 
á  concordar  en  el  mismo  interés  sin  tener  entre  sí 


(11)  Es  la  misma  que  hemos  transcrito. 

(12)  Firmaban  este  manifiesto  los  coroneles  Martín 
Rodríguez,  Diego  González  Balcarce,  Manuel  Vicente  Pa- 
góla, Carlos  Forest,  Juan  José  Quesada,  Pedro  Luna,  ma 
yor  Rudecindo  Alvarado  y  mayor  Domingo  Soriano  Aré- 
valo:  los  mismos  que  con  su  digno  general  hicieron  tan 
triste  papel  en  la  subsiguiente  campaña  del  Perú,  y  en  la 
lúgubre  jornada  de  Viluma  (Sipe-Sipe).- 


Y    MODIFICACIONES    INTERNAS  '\  $L) 

la  menor  analogía  de  ideas,  de  principios  ó  de  pro- 
pósitos propios.  La  conducta  del  Director  Supremo 
filé  eñ  este  tremendo  caso  cuanto  puede  verse  de 
más  digno  y  de  más  correcto  en  un  gobierno  parla- 
mentario. Pidió  la  convocación  inmediata  de  la 
Asamblea  para  que  su  secretario  de  Estado  y  del 
despacho  genera)  de  Gobierno  diese  una  explica- 
ción detallada  ((de  todos  los  progresos  y  actos  de 
su  administración,  y  muy  particularmente  del  es- 
tado de  las  relaciones  exteriores»,  que  como  se  ha 
vivSto  eran  el  gran  tema  de  las  calumnias  y  de  los 
chismes  con  que  se  atacaba  sus  procederes.  Des- 
pués de  haberlo  oído,  la  Asamblea  asumió  por  una 
ley  la  responsabilidad  conjunta  de  todo  lo  hecho: 
resolvió  dar  un  Manifiesto  y  declarar  que  cuanto 
se  había  ejecutado  había  sido  con  su  previo  cono- 
cimiento y  aprobación.  Como  esta  declaración  re- 
caía en  favor  de  un  magistrado  que  nr  era  militar, 
que  no  tenía  fuerza,  partido  propio,  ni  medio  al- 
guno de  imponer  su  voluntad  ó  sus  intereses,  ya 
fueran  inmediatos,  ya  como  esperanzas  de  favori- 
tismo ó  ventajas  para  lo  sucesivo,  honra  á  la  vez 
al  Tmagistrado  que  la  obtuvo  y  á  los  diputados  que 
la  acordaron,  responsabilizándose  con  él  ante  el 
país  y  ante  los  partidos  cuyo  furor  afrontaban  sin 
más  defensa  que  la  justicia  y  la  honorabilidad  de 
sus  procederes  (13). 

(.13)  La  Asamblea  General  declara  que  la  conducta  del 
Supremo  Director  en  el  manejo  de  los  intereses  sagrados 
de  la  patria  que  se  le  han  confiado  para  la  seguridad'y  H- 
bvertad  del  Estado  es  de  toda  su  soberana  aprobación  ;  y  que 
á  efecto  de  conservaren  todo  su  vigor  la  confianza  que  de- 
ben   tener    los    pueblos   de   las    PROVINCIAS  UNIDAS,  en    las 


1 6o  SUBLEVACIÓN    MILITAR 

El  Manifiesto  encargado  á  uno  de  los  hombres 
más  sensatos  y  moderados  de  la  Asamblea  mantu- 
vo en  su  estilo  y  en  sus  conceptos  el  tono  elevado, 
aunque  triste  y  melancólico,  que  convenía  á  un  do- 
cumento destinado  á  dejar  su  huella  en  la  memoria 
de  un  atentado  que  era  el  principio  de  una  serie 
larga  de  desgracias  fáciles  de  prever.  Después  de 
los  crueles  desastres  de  Vilcapugio  y  Ayaiima,  el 
gobierno,  decía,  había  tomado  el  encargo  de  res- 
tablecer la  confianza  y  la  fortuna  de  la  Revolución. 
En  menos  de  cinco  meses  había  rendido  á  Monte- 
video á  pesar  de  los  seis  mil  veteranos  españoles 
que  lo  guarnecían  ;  había  destruido  por  completo 
la  escuadra  enemiga,  apresado  sus  mejores  buques 
é  incendiado  los  demás;  había  hecho  retroceder  á 
Pezuela  desde  Salta,  adonde  había  venido  con  el 
propósito  de  seguir  marchando  sobre  Buenos  Ai- 
res, hasta  Potosí,  literalmente  espantado  con  el  res- 
tablecimiento de  los  bríos  y  de  las  fuerzas  físicas 
y  morales  que  el  gobierno,  del  12  de  octubre  de  181 2 
había  logrado  dar  á  la  Revolución  de  Mayo:  ha- 
bíase reorganizado  y  puesto  en  buen  pie  de  guerra 
el  ejército  del  norte  que  poco  antes  había  sido  des- 
calabrado en  la  desgraciada  campaña  del  general 
Belgrano.  En  la  capital  se  había  creado,  ooipo  por 
encanto,  una  escuadrilla  que  aseguraba  la  libertad 
de  la  navegación  exterior  é  interior;  y  estaba  en 
marcha  sobre  el  Perú  un  ejército  capaz  por  su  nú- 
mero y  su  contextura  militar  de  llevar  sin  obstáculo 

deliberaciones  sucesivas  del  Gobierno  Supremo,  s€  extien- 
da y  publique  por  esta  soberana  corporación  un  matiifiesto 
dirigido  á  este  propósito.— Firmado. — Nicolás  Lagvnn, 
Presidente. — Hipólito  Vieytes,  Secretario. 


Y    MODIFICACIONES    INTERNAS  l6l 

alguno  las  banderas  de  la  independencia  por  toda 
ía  América  del  Sur.  Cuando  pues  era  de  esperar 
(cque  el  homenaje  de  la  gratitud  universal  felicitara 
y  apoyara  á  las  autoridades  por  el  feliz  éxito  de  sus 
tareas  administrativas,  se  veía  por  el  contrario,  que 
el  celo  de  algunos  ciudadanos  prevenidos  por  la  ig- 
norancia de  los  sucesos,  y  exaltados  por  el  odio  de 
la  tiranía  (14)  convierte  en  crímenes  las  aparien- 
cias, ENCUENTRA  MISTERIOS  quc  Sugieren  dudas,  y 
hace  que  la  desconfianza  del  destino  público  invo- 
r^ue  la  necesidad  de  salvar  la  patria  armando  contra 
la  autoridad  los  mismos  brazos  que  debían  soste- 
nerla» ,  y  dando  crédito  á  rumores  absurdos,  que 
sólo  después  de  oírlos,  puede  creerse  que  se  profie- 
ran y  que  se  propaguen.  Con  esos  medios  es  que 
se  ha  sorprendido  el  celo  de  algunos  oficiales  del 
ejército  del  Perú,  que  se  ha  puesto  en  peligro  la 
seguridad  de  la  patria  y  perturbado  la  disciplina 
militar.  «El  aciago  suceso  de  la  noche  del  7  de  di- 
ciembre ha  consternado  el  corazón  de  la  Asamblea, 
y  la  pone  en  la  necesidad  de  ilustrar  el  celo  de  las 
Provincias  Unidas  para  precaver  el  alucinamiento 
de  los  hombres  honorables  y  confundir  á  los  per- 
versos». 

Tomando  en  su  verdadero  punto  de  vista  con 
ingenua  dignidad  el  carácter  gravísimo  que  en  aquel 
momento  se  imponía  de  suyo  á  las  Reales  Exce- 
lencias del  país,  decía  el  Manifiesto  •.  ((Pacificada  la 
Europa,  y  restituidos  los  tronos  y  sus  antiguas  di- 
nastías después  de  los  sucesos  del  31   de  marzo  de 

(14)  Es  decir,  <(al  gobierno  colonial»,  con  el  cual  se. 
suponía  que  el  Directorio  estuviera  en  malos  tratos. 

HIST.    DE   LA    REP.    ARGENTINA.    TOMO   V.  — 11 


1.62 


SUBLEVACIÓN    MILITAR 


1814  (caída  y  alejamiento  ide  Bonaparte),  cavihió 
éntefá/ménte  nuestra  situación  folHica,  y  fué  nece- 
sario no  abandonar  del  todo  nuestros  intereses  al 
éxito  dudoso  de  las  batallas.  El  horror  y  la  ruina 
que  trae  de  suyo  lá  guerra,  el  deseo  de  evitar  de 
riüestrá  parte  toda  responsabilidad  ante  la  patria, 
y  el  interés  de  manifestar  al  mundo  que  nuestras 
pretensiones  no  se  fundan  en  ideas  abstractas,  sino 
en  principios  prácticos  de  moderación  y  de  justi- 
cia, sugirió  al  gobierno  la  prudente  medida  de  en- 
viar diputados  a  la  Península,  que  garantidos  por 
la  Gran  Bretaña,  expusiesen  á  Su  Majestad  Cató- 
lica el  estado  de  estas  provincias,  la  necesidad  de 
que  oyese  siis  reclamaciones,  y  de  que  conociese  el 
interés  recíproco  de  satisfacerlas.  Mas  no  por  esto 
se  há  dejado  de  poner  en  actividad  todos  los  recur- 
sos convenientes  para  rechazar  las  agresiones  con 
que  los  jefes  enemigos  pudieran  atreverse  á  violar 
nuestro  territorio.  Los  grandes  refuerzos  enviados 
al  ejército  del  Perú  (el  sublevado)  y  los  Jíotorios 
progresos  que  se  han  realizado  en  todos  los  ramos 
de  nuestro  sistema  militar,  prueban  muy  bien  que 
el  gobierno,  al  paso  que  emprendía  negociar  la  paz, 
no  olvidaba  que  la  guerra  es  el  último  tribunal  en 
que  se  deciden  los  derechos  de  los' pueblos».  Pero 
los  impostores  han  sacado  provecho  y  motivos  pa- 
ra propagar  alarmas,  de  la  misma  circunspección 
que  el  gobierno  tenia  que  observar  én  tan  delicado 
negocio.  Los  unos  veían  grandes  perfidias  en  esas 
negociaciones  harto  difíciles,  y -por  desgracia  harto 
necesarias  para  el  gobierno  y  para  el  país.  Los  otros 
desconfiaban  de  sus  verdaderos  'fines ;  y  .exagerán- 
dose las  absurdas  cavilaciones,  con  evidente  malí- 


Y   MODIFICACIONES    INTERNAS  163 

cia  y  falsedad,  se  ha  logrado  que  el  ejército  del 
Perúírompa  los  sagrados  lazos  de  la  subordinación 
por  la  violencia  de  las  armas. 

«El  gobierno,  que  conoce  toda  la  trascendencia 
de  este  funesto  suceso,  y  que  siente  con  el  más  pro- 
fundo dolor  la  injusticia  de  semejantes  imputacio- 
nes, ha  invocado  sin  demora  el  fallo  inexorable  de 
los  representantes  de  los  pueblos ;  y  para  dar  una 
prueba  perentoria  de  S'U  conducta  pública,  ordenó 
á  Su  secretario  de  Estado  que  nos  presentase  (habla 
la  Asamblea)  todos  los  documentos  originales  que 
se  refieran  á  las  negociaciones  entabladas.  La  Asam- 
blea, que  ha  observado  siempre  tan  de  cerca  los 
pasos  del  Director  Supremo,  y  que  nunca  ha  tenido 
motivo  para  desaprobar  su  administración,  acaba 
de  ver  plenamente  justificada  la  confianza  que  le 
mereció  este  benemérito  ciudadano  cuando  concen- 
tró en  su  persona  la  potestad  de  ejecutar  las  leyes». 

La  Asamblea  decía  en  seguida  que  después  de 
haber  examinado  prolijamente  todo  lo  relativo  á 
las  Reales  Excelencias  tenía  la  más  completa  cer- 
tidumbre que  el  Director  Supremo  y  sus  ministros 
se  habían  mantenido  en  los  límites  estrictos  del  de- 
creto de  29  de  agosto,  por  el  cual  se  le  puso  expe- 
dito para  las  contestacioiies  y  negociados  que  se 
ofreciesen  con  la  corte  de  España,  quedando  sievi- 
pre  cuanto  tratare  en  este  orden  sujeto  á  la  sanción 
de  lá  Asamblea.  «Una  marcha  tan  conforme  á  los 
derechos  del  pueblo,  y  tan  propia  de  la  prudencia 
que  exigen  las  circunstancias  actuales,  nos  ha  in- 
demnizado de  la  angustia  que  causó  en  nuestro  áni- 
mo el  suceso  del  7  de  diciembre». 

Todo  el  mundo  sabe  que  una  vez  <que  los  par- 


164  SUBLEVACIÓN    MILITAR 

tidos  se  lanzan  en  combinaciones  subversivas,  no 
hay  medio  ninguno  de  hacer  que  presten  un  oído 
justo  y  desaherado  á  la  verdad  de  los  hechos,  ni 
de  que  aprecien  las  circunstancias  que  los  explican. 
Tomado  en  ese  sentido,  poco  era  el  Manifiesto  de 
la  Asamblea  para  alterar  el  curso  fatal  que  llevaban 
los  negocios.  Pero  eso  no  le  quita  un  ápice  de  su 
importancia  y  de  su  honorable  veracidad  ante  el 
juicio  de  la  Historia. 

Para  colmo  de  contrastes,  malas  nuevas  vinie- 
ron de  la  parte  de  Artigas,  y  sobre  todo  de  Corrien- 
tes. En  esta  provincia  se  habían  sentido  síntomas 
de  desorden.  El  teniente  gobernador,  coronel  don 
Elias  Calvan,  había  sido  depuesto  por  un  tal  Mén- 
dez, hombre  de  bajos  antecedentes  é  indigno  de 
toda  estimación,  que  al  usurpar  el  gobierno  local 
había  proclamado  su  adhesión  y  sumisión  á  la  per- 
sona y  autoridad  de  Artigas.  Pero  inmediatamente 
se  había  producido  una  reacción ;  y  dos  jóvenes  de 
grande  influjo,  muy  respetable  el  uno,  bravísimo 
y  bien  dotado  el  otro,  habían  restablecido  el  vínculo 
legal  de  la  provincia  con  la  capital,  y  puéstose  en 
defensa  armada  contra  el  caudillo  que  promovía  el 
alzamiento  de  los  bárbaros  é  indios  de  aquellos. te- 
rritorios. Don  Ángel  Fernández  Blanco  tomó  el  go- 
bierno, y  don  Jenaro  Perugorría,  un  héroe  de  vein- 
titrés años,  se  puso  á  la  cabeza  de  la  fuerza  militar 
con  que  pensaba  llevar  á  cabo  sus  nobles  propósi- 
tos. La  desgracia,  que  parecía  descargar  por  una 
fatal  coincidencia  sobre  el  organismo  culto  estable- 
cido por  la  Asamblea,  quiso  que  no  fueran  auxi- 
liados á  tiempo,  por  causas  difíciles  hoy  de  apre- 
ciar; y  los  dos  patriotas,  con  el  pequeño  círculo  de 


Y    MODIFICACIONES    INTERNAS  165 

hombres  cultos  que  pensaban  como  ellos,  fueron 
derrotados  por  dos  ó  tres  de  los  más  facinerosos  y 
brutos  entre  los  tenientes-  de  Artigas.  A  Perugo- 
rría  lo  llevaron  amarrado  el  cuello  con  un  lazo,  á 
la  manera  con  que  se  arrastran  los  toros  bravios,  y 
á  pie,  por  supuesto,  hasta  el  Arerunguá  donde  Ar- 
tigas tenía  el  campamento  de  sus  hordas.  Allí  per- 
maneció seis  días  atado  de  pies  y  manos,  y  del  cue- 
llo á  una  morruda  estaca,  á  diez  varas  del  toldo  que 
ocupaba  el  caudillo  mismo,  al  rayo  del  sol  del  día, 
y  sin  abrigo  alguno  contra  el  frío  de  la  noche,  de 
la  humedad  del  suelo  y  de  los  enjambres  de  mos- 
quitos, moscas  y  hormigas  bravas  que  se  solazaban 
y  saciaban  sobre  sus  carnes. 

Podríamos  aducir  sobre  esto  muchos  testimo- 
nios concordantes;  pero  nos  limitaremos  á  dos:  el 
uno  completo ;  el  otro  atenuado,  pero  transparente 
y  tanto  más  valioso  cuanto  que  procede  de  un  pa- 
negirista para  quien  Artigas  es  el  tipo  de  todas  las 
perfecciones.  El  escritor  correntino  don  Manuel  F. 
Mantilla,  dando  cuenta  así  del  desastre  de  Corrien- 
tes, en  aquella  fecha,  dice  que  huir  y  salvarse  fué 
la  voz  de  orden,  pero  que  nadie  pudo  escapar  y  que 
todos  cayeron  en  poder  de  un  tal  Antoñazo,  feroz 
bandolero  de  los  que  comandaban  las  bandas  de 
Artigas.  Todas  las  casas  fueron  saqueadas.  Anaz- 
co, el  noble  Anazco  fué  fusilado  en  la  plaza  de  San 
Cosme.  El  gobernador  Blanco  y  el  doctor  Cossio 
fueron  remitidos  en  persona  á  poder  de  Artigas. 
El  primero,  que  era  uno  de  los  hombres  más  ricos 
de  Corrientes,  no  podía  pagar  4,000  pesos  que  se 
le  impusieron  como  condición  para  no  ser  fusilado; 
y  lo  habría  sido  si  su  hermano  don  José  Vicente 


1 6^  SUBLEVACIÓN   MILITAR 

Blanco  no  los  hubiera  pagado  por  él.  No  se  salvó 
jasí  Perugorría :  llegado  al  campamento  de  Artigas 
fué  mantenido  atado  y  encadenado  del  cuello  como 
un  perro,  hasta  que  por  piedad  se  le  fusiló  el  íy  de 
enero  de  1815  (15). 

El  otro  testimonio  lo  vamos  á  tomar  de  don 
Francisco  Bauza,  el  más  ingenuo,  aunque  el  más 
impertérrito  de  los  panegiristas  orientales  de  Ar- 
tigas. Invocando  éste  el  grave  testimonio  de  su 
propio  padre  el  respetable  coronel  don  Rufino  Bau- 
za, «casi  al  mismo  tiempo,  dice,  que  llegaba  el  pri- 
sionero Perugorría  al  cuartel  general  de  Arerun- 
guá,  llegaba  Bauza  con  su  tropa  vencedora  en  el 
Guayabo...  Perugorría  se  había  rendido  mediante 
una  capitulación ;  y  Basualdo  lo  había  mandado  al 
campamento  de  Artigas  diciendo  en  el  parte  de  la 
victoria:  «Que  para  obtener  el  triunfo  le  había  sido 
preciso  ofrecer  á  Perugorría  y  á  su  tropa  la  segu- 
ridad de  sus  personas».  ((El  porte  del  prisionero  era 
sereno;  el  valor  que  se  le  conocía,  la  condición  de 
haber  sido  un  reciente  compañero  de  causa,  su  bra- 

(15)  Estudios  Biográficos  de  Patriotas  Correntinos,  por 
M.  F.  Mantilla,  págs.  34  y  35.  Otro  panegirista  de  Artir 
gas,  separándose  de  la  respetable  tradición  de  sus  antepa- 
sados, el  doctor  don  Carlos  Ramírez  y  Alvarez,  brillante 
escritor  por  cierto,  eludiendo  la  cuesticán  del  bárbaro  y 
atroz  tormento,  que  es  la  que  caracteriza  á  su  héroe,  nos 
dice  que  Perugorría  fué  bien  muerto,  pues  «al  cabo  ,era  un 
traidor».  Difícil  sería  comprender  cómo  pudo  ser  traidor 
á  un  caudillo  oriental  un  ciudadano  argentino,  nacido  en 
Corrientes,  que  defendía  la  integridad  de  su  nación.  Y  si 
Perugorría  mereció  ese  tormento  y  muerte  por  traidor,  ¡  qué 
habría  merecido  Artigas,  dados  los  antecedentes  de  su  ca- 
rrera y  sus  tráiciories  á  las  banderas  que  sfervía  |       ¡    , 


Y    MODIFICACIONES    INTERNAS  167 

vura  antes  de  caer  vencido,  todo  ello  predisponía 
los  ánimos  en  favor  suyo»  (17).  El  escritor  pasa 
aquí  por  alto  lo  del  tormento;  y  continúa:  <(Sin 
embargo,  al  día  siguiente  un  ayudante  de  Artigas 
circuló  orden  á  los  cuerpos  de  formar  para  presen- 
ciar la  ejecución  del  prisionero  (18).  Bausa,  indig- 
nado por  el  hecho,  dio  parte  de  enfermo.  Inmedia- 
tamente de  fusilado  Perugorría,  y  sin  que  todavía 
se  hubiesen  retirado  las  tropas  del  cuadro,  el  ayu- 
dante don  Manuel  Lavalleja  trajo  orden  á  Bauza 
de  salir  inmediatamente  del  campamento  y  de  ir  á 
esperar  nueva  resolución  escrita;  dos  días  más  tar- 
de don  José  Monterroso  (19)  le  entregó  una  comu- 
nicación para  el  comandante  de  la  guardia  de  Cu- 
ñapirú,  teniente  de  blandengues  don  Domingo  Gua- 
tell,  á  cuyas  órdenes  iba  confinado  á  aquel 
punto»  (20). 

(17)  Perugorría  había  servido  con  Artigas  cuando  éste, 
en  la  batalla  de  las  Piedras  y  en  el  sitio  de  Montevideo 
figuraba  en  las  líneas  argentinas.  Cuando  Artigas  desertó, 
Perugorría,  cjue  era  subalterno,  tuvo  que  marchar  con  él 
por  no  exponerse  á  ser  castigado ;  pero  usando  de  su  dere- 
cho de  correntino,  es  decir,  como  argentino,  se  separó  de 
Artigas,  exactamente  lo  mismo  que  se  separó  Bauza  poco 
después,  cuando  se  trasladó  al  servicio  de  su  provincia 
natal  resuelto  á  defender  la  integridad  nacional  argentina 
y  el  gobierno  culto  establecido  en  la  capital. 

(18)  Esto  de  ayudantes  y  de  cuerpos  es  demasiado  clá- 
sico y  poco  exacto  tratándose  de  un  campamento  de  bár- 
baros donde  no  había  nada  que  tuviese  carácter  militar, 
sino  seides,  agentes  eventuales  y  bandas. 

(19)  El  fraile  apóstata,  que  le  servía  de  secretario  á 
Artigas. 

(20)  Cuñapirú  era  entonces  uno  de  los  puntos  de  la 
frontera  de   Tacuarembó  más   salvajes  y  desiertos.    El    te- 


l68  SUBLEVACIÓN    MILITAR 

Adherida  á  su  causa  la  provincia  de  Corrientes, 
con  las  numerosas  y  valientes  masas  de  indios  y  de 
gauchos  mestizos  que  pululaban  en  sus  campos, 
Artigas  formó  una  poderosa  división  que  puso  á 
las  órdenes  de  Fructuoso  Rivera  y  que  batió  com- 
pletamente el  pequeño  cuerpo  con  que  Dorrego  tra- 
tó de  arrojarlo  otra  vez  á  las  fronteras.  Con  este 
triunfo  sus  bandas  volvieron  á  enseñorearse  del 
país:  se  aproximaron  vencedoras  á  Montevideo,  al 
mismo  tiempo  que  con  la  noticia  de  la  sublevación 
del  ejército  del  norte  en  Jujuy,  Artigas  mismo  sa- 
lía de  sus  abrigos,  extendía  sus  partidas  por  todo 
Entrerríos,  y  abría  comunicaciones  con  los  santa- 
fecinos,  tocados  ya  en  gran  parte  por  el  movimien- 
to anárquico  de  las  masas  provinciales  contra  el  go- 
bierno de  la  capital. 

Esta  era  la  situación  de  las  cosas  cuando  el  ge- 
neral Alvear  volvía  á  Buenos  Aires  rechazado  por 
el  ejército  que  debía  haberse  puesto  á  sus  órdenes. 

Cualquiera  que  comprenda  los  secretos  del  co- 
razón humano  y  que  pueda  apreciar  las  borrascas 
recónditas  que  en  él  producen  los  despechos  de  la 
ambición  y  el  derrumbamiento  de  las  grandes  es- 
peranzas, puede  también  comprender  cómo  es  que 

Tíiente  que  comandaba  la  guardia  era  un  indio  mestizo  de 
los  más  bárbaros,  que  por  sus  hechos  atroces  ha  dejado  fa- 
ma en  los  fastos  de  la  frontera  brasileña.  Ya  se  comprende 
la  suerte  que  iba  á  caberle  al  comandante  Bauza,  si  don 
Miguel  Barreiro,  el  gran  favorito  y  ministro  general  en- 
tonces de  Artigas  no  se  hubiera  compadecido  de  él,  y  lle- 
vádoselo  á  Montevideo  donde  le  confió  la  creación  del  re- 
gimiento de  Libertos  con  el  que  Bauza  y  los  demás  oficia- 
les prefirieron  pasar  á  servir  en  Buenos  Aires,  como  lo  va- 
mos á  ver,  antes  que  continuar  á  las  órdenes  de  Artigas. 


V    MODIFICACIONES    INTERNAS  169 

el  carácter  de  los  hombres,  y  su  misma  índole  mo- 
ral, se  alteran  profundamente  en  el  embate  de  esas 
conmociones  del  alma,  y  cómo  después  de  haber- 
las experimentado  cambian  en  su  espíritu  las  sanas 
condiciones  en  que  antes  lo  tenían.  Así  es  que  por 
mucho  que  lo  disimulara  con  la  vigorosa  reserva 
de-  su  dignidad,  Alvear  regresaba  á  la  capital  ofen- 
dido en  lo  más  vivo  de  su  orgullo  militar ,  contra- 
riado en  las  grandes  aspiraciones  de  su  carrera,  é 
indignado  también  (¡y  vive  Dios,  que  tenía  ra- 
zón!) de  la  inicua  injusticia  de  sus  enemigos,  que 
si  bien  le  cerraban  el  paso  á  su  fortuna,  se  lo  ce-^ 
rraban  también  á  las  glorias  de  la  patria,  y  á  la 
terminación  inmediata  de  la  guerra  de  la  Indepen- 
dencia. El  juicio  del  general  Paz  es  inapelable. 

Con  estas  terribles  causas  de  resentimiento  y  de 
despecho,  era  natural  que  viniese  resuelto  á  defen- 
derse á  todo  trance  con  el  poderoso  ejército  con  que 
todavía  contaba  en  la  tapital.  De  ahí  á  la  dictadura 
no  había  sino  un  paso;  y  ese  paso  estaba  en  la  na- 
turaleza de  las  cosas.  Pasado  el  primer  momento  de 
estupor,  reapareció  en  su  espíritu  esa  vivacidad 
imaginativa  que  daba  un  carácter  y  un  temple  tan 
especial  á  su  persona  y  á  sus  actos.  Fecundo  de 
ingenio,  de  una  claridad  tan  asombrosa  en  sus  pro- 
pósitos como  en  la  actividad  de  su  ejecución,  res- 
tablecióse pronto  el  equilibrio  de  sus  facultades 
mentales,  y  recobró  pronto  la  fortuna  y  el  predo- 
minio oligárquico  de  su  partido.  El  ejército  de  la 
capital  estaba  aún  intacto  en  sus  manos:  podía, 
pues,  contar  con  ocho  mil  hombres  aguerridos,  li- 
gados por  la  disciplina  á  la  situación  política  del 
país  y  á  las  glorias  adquiridas  en  común.   Pero, 


170 


SUBLEVACIÓN   MILITAR  ; 


para  salvar  el  régimen  constituido  era  indispensa-r 
ble  armarse  de  un  poder  fuerte  y  represivo;  vigo- 
rizarlo con  leyes  de  excepción  necesarias  al  mante- 
nimiento del  orden  público,  y  templarlo  de  modo 
que  fuese  inexorable  en  la  aplicación  de  los  casti- 
gos con  que  era  menester  contener  la  audacia  y  las 
maquinaciones  de  los  enemigos  internos  y  de  los 
anarquistas. 

Todos  sabemos  que  esta  es  la  última  ilusión, 
el  error  supremo  de  los  gobiernos  oligárquicos  y 
dictatoriales  en  que  vienen  á  concretarse; los  desór- 
denes revolucionarios  de  un  pueblo  libre.  Desde 
entonces,  la  disolución  y  la  caída  es  cuestión  de 
tiempo  ó  de  complicaciones  imprevistas  qiie  pueden 
tardar  ó  no  tardar  en  producirse.  BaSta  la  mera 
torcedura  de  uno  de  los  eslabones  para  que  la  ca- 
dena se  desgonce  toda  entera,  y  caiga  en  fragmen- 
tos todo  lo  que  ella  comprimía. 

La  parte  central,  por  decirlo  así,  y  política  del 
partido  que  estaba  comprometida  con  el  general, 
y  por  el  general,  participaba  de  sus  mismas  ideas, 
y  aceptaba  la  transformación  intrínseca  de  las  con- 
diciones del  gobierno.  El  interés  que  tenía  en  ello 
se  vigorizaba  con  las  fascinaciones  de  lOs  nuevos 
cuadros  y  de  los  grandes  medios  de  éxito  que  el 
general  les  exponía  al  favor  de  aquella  admirable 
y  radiante  palabra  con  que  lo  había  dotado  la  na- 
turaleza, tan  pródiga  para  él  en  dones  preciosos 
como  avara  de  templanza  y  de  prudencia  en  sus 
impetuosas  manifestaciones.  Pero  el  director  supre- 
mo don  Gervasio  A.  Posadas,  y  los  miembros  más 
juiciosos  y  moderados  de  la  Asamblea  y  del  par- 
tido reprobaban  la   transformación   del  ¡poder  pú- 


Y   MOl^IFICACIONES    INTERNAS  IJI 

blico  eri;  :pK)de!r.^dictatorial,  y  el  uso  de  los  medios 
de  rigurosa  represión  con  que  el  futuro  dictador  »<í 
proponía  defender  el  organismo  constituido.  El,  sin 
embargo,  más  entero  que  sus  templados  amigoá 
para  hacer  frente  á  una  lucha  de  muerte  como  1^ 
que  le  amagaba,  sostuvo  la  necesidad  suprema  que 
lo  sometía  á  obrar  así,  para  contener  la  destrucción 
del  orden  social  amagado  por  la  anarquía  y  por  la 
barbarie,  por  medio  de  la  fuerza  y  del  rigor  de  los 
castigos.  Cuando  Posadas  vio  que  no  le  era  posi- 
ble hacer  carftbiar  las  enérgicas  resoluciones  del  ge- 
neral y  que  el  grupo  más  influyente  y  numeroso 
del  partido  lo.  apoyaba  en  esas  miras,  resolvió  pre- 
sentar su  renuncia  y  dejar  toda  la  responsabilidad 
de  los  hechos  futuros  sobre  los  hombros  del  único 
que  podía  tomarla  con  fe  y  con  decisión. 

Reunida  la  Asamblea  Nacional  el  9  de  enero  á 
las  nueve  de  la  mañana,  su  secretario  don  Vicente 
López  (21)  hizo  presente  que  acababa  de  recibir  un 
pliego  con  calidad  de  urgentísimo,  y  á  primera 
hora.  Abierto  que  fué  se  dio  lectura  de  sü  conte- 
nido, que  era  la  renuncia  del  Director  Supremo.  Por 
la  altura  y  la  verdad  de  sus  conceptos,  por  la  digna 
moderación  y  cordura  de  su  tono  es  un  papel  que 
merece  ser  conocido  y  honrado  en  la  historia  ar- 
gentina (22). 

(21)  La  secretaría  lufnaba  entre  los  miembros  de  la 
Asamblea. 

(22)  ((Nombrado  Director  Supremo  de  las  Frovincias 
Unidas  del  Rio  de  la  Plata,  he  desempeñado  este  grave  y 
delicado  encargo  por  espacio  de  un  año,  superando  difi- 
cultades y  venciendo  escollos  hasta  poner  al  Estado  en  un 
pie  floreciente  como  el  que  tiene  en  el  día  comparado  ron 


172  SUBLEVACIÓN    MILITAR 

A  pesar  de  las  razones  que  dieron  en  contra  al- 
gunos pocos  miembros  de  la  Asamblea  que  tenían 
miedo  de  la  impetuosidad  natural  de  Alvear,  y  que 
hubieran  deseado  verlo  contenido  en  sus  extremos 
por  el.  juicio  tranquilo  y  sagaz  de  Posadas,  la  re- 
nuncia fué  admitida,  y  en  el  mismo  día  fué  nom- 
brado director  supremo  del  Estado  el  general  don 
Garlos  de  Alvear. 

aquel  que  tenía  cuando  se  me  confió  el  mando.  En  la  di- 
rección de  los  negoóios  de  alto  gobierno  (las  Relaciones 
Extranjeras)  me  he  comportado  con  la  mayor  pureza  sin 
desviarme  en  un  ápice  de  la  confianza  que  me  dispensó 
vuestra  soberanía  para  entablarlos.  De  todo  ello  he  dado 
ia  debida  cuenta  y  noticia  á  vuestra  soberanía  por  medio 
de  mi  secretario  de  Estado  y  del  despacho  general  de  go- 
bierno don  Nicolás  Herrera,  y  he  merecido  su  soberana 
aprobación.  En  premio,  pues,  de  mis  cortos  servicios  á  la 
patria,  y  de  la  comportación  pública  y  privada  que  he  cb- 
servado  en  el  desempeño  de  mis  deberes,  sólo  pido  y  res- 
petuosamente suplico  á  Vuestra  Soberanía  que  en  justa 
consideración  á  mi  edad  avanzada  y  achacosa  (*)  se  digne 
admitirme  la  espontánea  renuncia  que  hago  del  año  que 
resta  á  mi  empleo  á  fin  de  poder  retirarme  á  mi  casa  á  pen- 
sar en  la  nada  del  hombre  y  preparar  consejos  que  dejar 
por   herencia    á   mis   hijos». 

(*)    Tenía  48  años  ó  muy  poco  más;  y  en  cuanto  á  esos  achaques,  ha 
vivido  sino  y  l/eno  de  vivacidad  hasta  su  miierte. 


CAPITULO  VI 

DICTADURA    Y   CAÍDA    DE    LA    OLIGARQUÍA    LIBERAL 

Sumario;  Fases  diversas  de  este  período. — Renuncia  del 
señor  Posadas.  —  Elección  del  general  Alvear. — Adhesio- 
nes.— Evolución  dictatorial. — Las  miras  del  nuevo  Di- 
rector.—  Su  plan  de  campaña  contra  Artigas. — Misión  del 
ministro  Herrera. — Evacuación  de  Montevideo. — Usurpa- 
ciones y  ataques  de  Artigas  sobre  las  provincias  argen- 
tinas.— Carácter  extranjero  y  bárbaro  de  sus  agresiones. — 
Composición  y  procederes  de  las  hordas  de  Artigas. ~E1 
padre  Castañeda  y  la  fisonomía  política  de  Artigas.— 
Sucesos  de  Santafé. — Grande  inquietud  en  la  capital.— 
La  oligarquía  gubernativa. — Las  medidas  de  represión. 
— Artigas  hipócrita,  y  nuevamente  traidor  á  la  causa  de 
la  independencia.— Debilidad  real  de  Artigas. — Marcha 
de  la  división  Alvarez-Thomas  sobre  Santafé.  —  La  su- 
blevación de  Fontezuelas.  —  Alboroto  y  trastornos  en  la 
capitaL— Exigencias    de    Artigas. — Convenio    de    Alvear 

.  con  el  Cabildo. — Don  Félix  Ignacio  Frías. — Correspon- 
dencia y  relaciones  de  Artigas  con  las  nuevas  autorida- 
des.— Elección  irregular  de  dos  directores  supremos. — 
Erección  de  una  Junta  de  Observación. — Orden  de  formar 
un  estatuto  provisional  para  el  gobierno  del  Estado. — 
Convocación  de  un  Congreso  General  en  Tucumán.— In- 
compatibilidad de  las  posiciones  y  de  los  propósitos. — 
Síntomas  de  rompimiento  con  Artigas.  —  Situación  de  San- 
tafé bajo  las  hordas  de  Artigas.  —  La  caída  de  Al- 
vear en  las  Provincias.  —  San  Martín  en  Cuyo.  —  San  Mar- 
tín y  Alvear. — Revelaciones  sobre  la  diplomacia  y  las 
misiones  extranjeras  del  gobierno  caído. — Examen  crí- 
tico del  valor  de  los  hechos  y  del  significado  de  los  do- 
cumentos.— El  enviado   don   Manuel  José  García. — Lord 


1 74  DICTADURA 

Strangford  y  García. — El  enviado  don  Bernardino  Riva- 
davia. — Parangón    de    sus    operaciones    con    las    de    Gar- 
cía.— Ejecución  del   capitán   Ubeda. — Antecedentes   sobre 
ella.— Proceso  de  los  miembros  de  la  Asamblea  General 
Constituyente   y   de   los   ministros   del    gobierno   caído.— 
Los    jueces. — Los    reos.  —  Iniquidades    de    la   sentencia. — 
Ejecución    del    teniente    coronel    Paillardell.  —  Funestas 
consecuencias   de   que   fueron   víctimas   los   patriotas   del 
Perú  por  la  caída  de  Alvear. — Retroceso  doloroso  de  la 
causa  de  la  independencia.  —  Necedad  suprema  de  querer 
'■  juzgar  en  el   presente  como  crímenes   los   actos  políticos 
^  del   pasado.  —  El  nuevo   Congreso. — Garantías  y  propósi- 
■   tos  del  orden  provincial  adoptado  por  Buenos  Aires  con- 
'    tra  los  influjos  nacionales  ó  de  las  demás  provincias. 


Para  comprender  bien  el  período  histórico  co- 
iiocido  generalmente  como  Época  de  la  Asamblea 
General'  Constituyente,  es  menester  no  confundir 
las  diversas  fases  que  él  ofreció  desde  su  estable- 
oiraiento  hasta  su  caída.  El  movimiento  del  8  de 
octubre  (1812)  inspirado  y  dirigido  evidentemente 
por  los  restos  del  partido  primitivo  de  Moreno,  en 
los  rnomentos  de  las  grandes  ansiedades  que  pre- 
cedieron á  la  sorprendente  victoria  ■  de  Tucumán 
produjo  la  concentración  del  p>oder  en  una  oligar- 
quía joven,  liberal  y  militar  á  la  vez,  qué  era  in- 
dispensable para  cambiar  las  condiciones  desfavo- 
rables en  que  se  hallaba  la  guerra  de  ía  Indepen- 
dencia. Pero  restableciendo  la  confianza  pública  y 
la  energía  de  la  Revolución,  las  victorias  de  Tucu- 
mán y  de  Salta  modificaron  por  lo  pronto  las  ten- 
dencias originales,  y  crearon  una ^tuaciÓn  nueva 
en  la  que  el  elemento  civil  y  constitutivo  lomó  la 
faz  prominente.  Se  vio  entonces  esa  expansió^n  de 
¡deas  generosas,  de  reformas  progresivas,: y  de  me- 


Y  caída  de  la  oligarquía  liberal         175 

didas  tendentes  á  establecer  un  gobiernb  esencial- 
mente constitucional  y  ponderado,  con  que  los  con- 
tinuadores;  de  Moreno  dieron  tanto  lustre,  tanta 
gloría  verdadera,  y  tanta  honra  á  la  restauracióh 
de  su  influjo  en  el  gobierno  del  país  (i).  No  era 
menos  cierto,  sin  embargo,  que  á  causa  de  las  cir- 
cunstancias mismas  que  habían  precedido  á  la  nue- 
va forma  y  composición  con  que  ella  se  había  apo- 

(i)i  Uno  de  los  más  importantes  pet-iódicos  de  Inglate- 
rra, publicado  en  Glasgow  con  el  título  de  Glasgow  Chro- 
nicle',  decía:  «La  Asamblea  de  Buenos  Aires  ha  declarado 
que  todos  lós'  esclavos  que  pisan  su  territorio  en  adelanta 
sean  libres.  También  ha  decretado  la  libertad  de  todos  lo.^ 
que  nacieren  de  esclavos,  formando  planes  para  su  educa- 
ción y  asegurándoles  propiedad  territorial.  En  las  fiesta? 
cívicas  se  ^an  establecido  loterías  por  las  que  un  cierto 
número  de  esclavos  recibe  su  libertad  ;  y  en  las  fiestas  de 
mayo,  celebradas  él  25  de  aquel  mes  en  conmemoración  de 
-íu  regeneración  política,  se  concede  la  libertad  de  otros  á 
la  suerte.  Aáí  obra  en  favor  de  la  humanidad  aquel  pueblo 
de  la  /América  Española  al  mismo  tiempo  que  se  ocupa  de 
.su  propia  defensa  y  pelea  por  sacudir  el  yugo  opresor  que 
ha  sufrido  por  300  años.  En  medio  de  sus  más  grande- 
aflicciones  y  calamidades,  como  si  obrasen  simpáticamente, 
sus  directores  vuelven  sus  ojos  de  compasión  hacia  sus  se- 
mejantes, y  penetrados  de  justicia  y  de  humanidad  procu- 
ran contener  la  avaricia.  Sin  embargo,  parece  que  aquí  en 
Europa  se  ignorasen  estos  hechos,  y  que  ni  aun  en  los  pe- 
chos de  los  ingleses  hubiesen  excitado  un  calor  simpático 
estas  nobles  y  generosas  acciones,  á  vista  de  las  desgra- 
<^^as  de  aquéllos,  y  de  la  afinidad  de  sus  sentimientos  por 
la  naturaleza  de  la  lucha  en  que  están  empeñados;  ¿por 
qué  no  se, propondrían  estos  ejemplos  á  la  imitación  de 
Francia,  ejemplos  más  respetables  por  el ,  modo  desintere- 
sado, y  por  las  circunstancias  que  los  acompañan.**  Los  do- 
cumentos originales  que  contienen  estos  hechbs  están  en 
manos  de  Xz: Sociedad  Africana».  i        :    , 


176  DICTADURA 

derado  del  poder,  esa  oligarquía  liberal  contenía 
siempre  en  su  seno,  y  mancomunados  con  sus  as- 
piraciones constitucionales  los  gérmenes  de  un  mi- 
litarismo vigoroso,  que  por  eventuales  coinciden- 
cias podía  desenvolverse,  hacerse  necesario  y  do- 
minar al  fin  en  el  espíritu  del  conjunto.  Por  lo 
pronto,  este  grave  riesgo  parecía  completamente  re- 
moto cuando  no  imposible.  La  exclusiva  y  domi- 
nante ambición  del  general  Alvear  después  de  la 
toma  de  Montevideo,  era  marchar  al  Perú  con"  todo 
el  poder  militar  de  que  disponía;  y  desde  luego  su 
mayor  interés  era  por  lo  mismo  que  quedase  sóli- 
damente establecido  el  organismo  culto  y  regular 
que  con  una  labor  asidua  y  sincera  se  había  logra- 
do dar  al  gobierno  de  la  capital  y  de  las  provincias. 
Esta  segunda  faz  fué  indudablemente  la  más  glo- 
riosa y  fecunda  de  la  Asamblea  y  del  Directorio 
Supremo  en  cuyas  manos  puso  ella  el  Poder  Eje- 
cutivo, moderado  y  controlado  por  un  Consejo  de 
Estado,  y  por  el  poder  cooperativo  que  la  Asam- 
blea misma,  como  lo  hemos  visto,  ejercía  en  el  go- 
bierno. A  cualquiera  luz  que  se  mirase  el  organis- 
mo era  unitario  y  conveniente  al  país  y  á  las  cir- 
cunstancias. De  haberlo  permitido  el  estado  con- 
vulsivo creado  fatalmente  por  la  Revolución  de 
Mayo,  ese  organismo  habría  perdurado,  y  con  él 
habríamos  heredado  un  gobierno  libre  y  liberal. 
Pero  estas  esperanzas  y  tendencias  propias  del  li- 
beralismo de  los  medios,  hubieron  de  ceder  al  libe- 
ralismo de  los  fines,  cuando  la  indisciplina  y  la 
anarquía  de  Rondeau  y  Artigas  pusieron  en  terri- 
bles conflictos  al  gobierno  constituido  y  constitu- 
cional, interrumpiendo  los  progresos  de  la  guerra 


Y  caída  ue  la  oligarquía  liberal  177 

de  la  Itidependencia  y  poniendo  en  peligro  inme- 
diato, no  ya  el  orden  público  y  político,  sino  los 
más  caros  intereses  y  garantías  del  orden  social. 
Vino  pues  la  tercera  faz— la  dictadura, — esa  odiosa 
forma  de  los  organismos  moribundos  que  á  pesar 
de  ser  casi  siempre  una  ilusión,  es  la  última  trin- 
chera de  los  gobiernos  que  se  defienden,  la  tabla 
que  sobrenada  en  el  naufragio:  y  salió  Posadas,  el 
representante  de  la  segunda  faz,  para  que  entrase 
Alvear,  el  brazo  fuerte  de  la  primera,  el  apoyo  de 
la  segunda  y  la  esperanza  final  de  la  tercera.  Esta 
triple  distinción  es  capital,  y  necesaria,  no  sólo  á 
la  verdad  de  la  historia,  sino  á  su  justicia;  porque 
con  sólo  hacerla,  la  responsabilidad  de  los  males, 
de  la  ruina  y  de  los  crímenes  que  sobrevinieron,- 
cae  sobre  la  cabeza  y  sobre  el  nombre  odioso  de  los 
hipócritas  y  de  los  bandoleros  que  fueron  sus  pro- 
motores. 

Dadas  las  circunstancias  alarmantes  en  que  vino 
á  encontrarse  el  partido  gubernativo,  la  separación 
de  Posadas  y  la  elección  de  Alvear  fueron  recibi- 
das con  general  aprobación;  porque  el  primero  no 
correspondía  como  éste  á  los  medios  de  defensa  qué 
era  menester  emplear,  ni  podía  imponer  temor  in- 
mediato á  los  conspiradores  que  trabajaban  con  en- 
cono por  volcar  la  situación. 

La  recepción  del  nuevo  Director  Supremo  tuvo 

lugar  con  una  ostentación  y  con 

18 1 5  un  ruido  tan  exagerados,  que  pa- 

Eneroi.'         recia  se  hubiese  tenido  por  objeto 

imponer  ó  disimular  las  amargas 
inquietudes  que  preocupaban  los  ánimos  con  te- 
mores aciagos  y  próximos  trastornos.  Se  engaña- 

HIST.    DE    LA    REP.    ARGENTINA.    TOMO   V.  — 12 


1 78  DICTADURA 

rían  los  que  creyesen  que  Alvear  tomaba  el  poder 
como  una  ruina,  y  sin  esperanzas  de  un  éxito  com- 
pleto :  sería  no  conocerlo.  Las  personas  que  lo  fre- 
cuentaban le  oían  repetir  á  cada  instante  con  una 
confianza  inquebrantable  las  miras  y  operaciones 
con  que  iba  á  desbaratar  á  sus  enemigos  hasta  vol- 
ver á  tomar  el  mando  del  ejército  del  Perú. 

Las  Provincias  Unidas,  decía,  no  tienen  interés 
-de  ningún  género  en  traer  á  su  seno  á  la  Banda 
Oriental.  Conviene  si  se  puede,  eludir  esa  cuestión 
■estéril,  para  emplear  las  fuerzas  vitales  y  los  teso- 
ros de  la  patria  en  empresas  más  elevadas  y  glo- 
riosas. Es  necesario  pues  desalojar  á  Montevideo, 
dejar  aquella  región  librada  á  su  propia  suerte  por 
■el  momento  é  incorporar  en  la  capital  todas  las 
fuerzas  de  que  el  gobierno  puede  disponer.  Hecho 
•esto,  su  objeto  era  ocupar  inmediatamente  á  San- 
tafé  con  una  división  de  tres  mil  hombres;  hacerla 
pasar  en  seguida  al  otro  lado  del  Paraná,  al  mismo 
tiempo  que  él  personalmente  con  otro  cuerpo  de 
■ejército  desembocaría  en  el  Arroyo  de  la  China,  y 
combi liando  los  dos  movimientos  en  breves  días 
limpiaría  de  montoneras  los  dos  lados  del  Guale- 
guay,  y  se  adelantaría  con  toda  rapidez  hasta  el 
Curuzumatia  para  restablecer  en  Corrientes  la  au- 
toridad del  gobierno  nacional.  Si  Artigas  aceptaba 
la  paz  bajo  la  condición  de  quedar  independiente 
«en  su  provincia,  trataría  con  él ;  si  no  la  aceptaba 
y  se  obstinaba  en  seguir  anarquizando  las  provin- 
cias argentinas,  el  ejército  entraría  por  el  norte  de 
la  Banda  Oriental  persiguiéndolo  sin  tregua  hasta 
echarle  mano  ó  arrojarlo  fuera  del  país.  Con  un 
ejército  como  el  que  tenía,  la  campaña  no  era  difí- 


V  caída  de  la  oligarquía  liberal  179 

Gil  ni  larga,  sino  una  simple  operación  estratégica 
contra  masas  bárbaras  é  incapaces  de  mantener  el 
terreno  contra  las  tropas  que  él  llevase. 

A  fin  de  fijar  sus  ideas,  y  de  prepararse  á  ope- 
rar según  conviniese,  dio  amplios 
1815  poderes  á  su  ministro  don  Nico- 

Febrero  25  las  Herrera  con  orden  de  que  se 
trasladase  inmediatamente  á  Mon- 
tevideo, y  de  que  por  medio  del  Cabildo  abriera  ne- 
gociaciones con  Artigas  sobre  la  base  de  la  abso- 
luta independencia  de  la  Banda  Oriental ;  y  si  ni 
aún  así  se  conseguía  que  aquel  empecinado  anar- 
quista quedase  satisfecho  y  quieto,  Herrera  debía 
hacer  que  el  general  Soler  desalojase  inmediata- 
mente la  plaza  de  Montevideo  replegándose  á  la 
capital  con  las  fuerzas  que  mandaba,  el  armamento, 
la  artillería,  las  municiones  y  los  demás  pertrechos 
que  pudiese  transportar.  Artigas  rehusó  ponerse  en 
paz;  Montevideo  fué  inmediatamente  desalojado  el 
día  25  de  febrero  de  1815;  la  Banda  Oriental,  in- 
dependiente de  hecho  y  de  derecho,  quedó  comple- 
tamente desligada  de  todo  vínculo  político  con  las 
demás  provincias  de  la  Unión  Argentina.  Con  su 
estúpida  terquedad.  Artigas  iba  ahora  á  encauzar 
á  su  país  por  una  pendiente,  que  si  no  era  su  pen- 
diente natural,  era  fatal  al  menos,  hacia  el  predo- 
minio protector  y  culto  del  Brasil.  Orientales  y  ar- 
gentinos iban  á  verse  forzados  á  pasar  por  ese  do- 
loroso sacrificio. 

Desde  entonces  la  guerra  contra  el  caudillo 
oriental  había  dejado  de  ser  una  guerra  civil,  ó  una 
contienda  de  organismo  político  interno.  Se  había 
convertido  en  guerra  defensiva  contra  un  usurpa- 


l8o  DICTADURA         '       r'.O    :' 

dor  bárbaro  y  extranjero,  que  sin  tener,  derecho  al- 
guno de  nacimiento  ó  de  comunidad  política  con 
los  argentinos,  pretendía  mantener  su  ingerencia 
en  provincias  y  en  negocios  que  por  ningún  título 
le  pertenecían.  Esto  es  capital  para  que  se  aprecien 
y  se  comprendan  los  actos  posteriores  de  la  diplo- 
macia argentina,  cuyas  negociaciones  recayeron  so- 
bre un  territorio  independiente  y  enemigo  que  no 
conservaba  ningún  vínculo  con  las  Provincias  Uni- 
das ni  con  su  gobierno;  y  que,  por  consigiiiente, 
no  era  ya  parte  de  la  nación. 

A  medida  que  se  había  extinguido  la  autoridad 
del  gobierno  nacional,  en  las  provincias  litorales  se 
había  extendido  la  de  los  indios  de  Artigas.  Un 
tal  Ilereíiú,  caudillejo  campesino  que  se  había  al- 
zado en  Entrerríos  como  lugarteniente  de  Artigas, 
se  había  posesionado  de  la  Bajada,  y  obligado  al 
general  don  Juan  R.  Balcarce  á  replegarse  áeste 
lado  del  Paraná  delante  de  las  niasas  barbarás  in- 
surrectas. Desde  allí,  Artigas  promovía  el;  alza- 
miento de  los  indios  salvajes  en  Santafé.  Contar 
las  depredaciones,  las  matanzas,  rapios,  ^  cautive- 
rios y  la  horrenda  devastación  que  llevaron  á  cabo, 
nos  obligaría  á  reproducir  los  menudos  y  lúgubres 
detalles  de  una  crónica  que  apenas  podría  ser  creí- 
da hoy  si  no  estuviera  consignada  en  los  apuntes 
de  testigos  oculares,  y  no  sólo  oculares  sino  afec- 
tados de  ideas  tocadas  también  por  el  espíritu  de 
la  disolución  social.  ,  r 

Don  Urbano  Iriondo,  el  santafecino  mástarüdo- 
roso  é  inocente  de  cuantos  sin  saber  por  qué,  sim- 
patizaban con  Artigas  y  repetían  las  vulgares  ca- 
lumnias de  los  partidos  contra  el  influjo  y. los. gOr 


Y   CAÍDA    DE    LA   OLIGARQUÍA    LIBERAL  l8l 

biernos-.de  la  capital,  ha  dejado  unos  Apuntes  que 
á  pesar  de  lo  ramplón  y  desmanerado  de  su  estilo, 
y  del  atraso  de  sus  ideas  políticas,  contienen  infor- 
mes de  viiiii  que  á  veces  son  preciosos  para  descu- 
brir él  carácter  de  los  hechos.  Este  manso  y  me- 
diocre artiguistá  nos  dice  sobre  su  héroe  nada  me^ 
nos  que  esto,  en  la  página  20:  «El  general  Artigas 
estaba  sin  duda,  de  antemano  en  relación  con  los 
indios,  y  de  acuerdo  que  estuviesen  reunidos  para 
cuando  pasase  á  Santafé.  Así  fué  que  el  20  de  marzo 
apareció  inopinadamente  á  inmediaciones  de  la  ciu- 
dad, cuanta  indiada  pudo  traer ;  de  modo  que  luego 
que  llegaron  empezaron  á  llevarse  cuanta  hacienda 
encontraron  desde  la  quinta  de  Larramendi ;  arra- 
saron la  chaicra  de  Crespo  y  la  de  José  García,  ma- 
tando á'éstc,  al  viejo  Valena  y  otros  varios:;  y  aun- 
que quedaron  algunos  indios  con  el  coronel  Arti- 
gas (hermano  del  caudillo)  otros  arrasaban  los 
campos  de  éste  y  del  otro  lado  del  Salado,  matando 
y  cautivando  á  los  que  tomaban.  En  la  posta  del 
Viejo  Vilches  (alias  Chuchi)  á  inmediación  del 
Monte  de  los  Padres,  donde  llegaron,  mataron  á 
este  viejo  y  se  llevaron  cautivas  todas  las  familias». 
...¡  No/ por  Dios!  ;  De  semejante  monstruo  no  pue- 
de hacerse  humanamente  el  héroe  de  la  emancipa- 
ción política  y  social  de  un  pueblo  moderno!  Eso 
sería  denigrar  la  honra  del  pueblo  uruguayo ;  sería 
enfermar  en  él  el  desarrollo  de  Iíis  instituciones  y 
de  los  principios  cultos;  y  si  á  pesar  de  todo  vemos 
que  se  le  levantan  ó  que  se  pretenden  levantarle  es- 
tatuas (harto  difíciles  de  vestir  decentemente,  por 
cierto),  lo  único  que  eso  probaría  es  que  la  bara- 
tura de  esa  industria  permite  estas  fáciles  aberra^ 


1 82  DICTADURA 

ciónos  al  capricho  de  los  partidos  ó  de  las  pasiones 
personales  retrospectivas.  Más  verdadero  que  todas 
las  paladas  del  bronce  en  que  se  vacie  el  adulterado 
molde  de  Artigas,  ha  de  vivir  el  retrato  acerado 
con  que  el  padre  fray  Francisco  de  Castañeda  buriló 
para  siempre,  no  sólo  el  perfil  del  hombre,  sino  el 
de  toda  su  especie ;  y  estamos  seguros  que  aquel 
que  lo  relea  ha  de  admirar  la  pasmosa  sagacidad 
con  que  el  grotesco  fraile  dejó  allí  trasuntada  la 
filiación  entera  de  toda  esa  familia  que,  como  decía 
Fox,  sin  ser  de  parientes  se  suceden  como  de  pa- 
dres á  hijos  con  una  identidad  característica  y  abo- 
rrecible á  la  vez  (2). 

El  conflicto  era  pues  inminente:  el  20  de  marzo 
de  1815  se  presentaron  á  este  lado  del  Paraná  las 
indiadas  y  el  gauchaje  de  Artigas  al  mando  de  su 
teniente  Andrés  Latorre  y  de  su  hermano  Manuel 
Artigas.   Habían  sido  llamados  por  el  mismo  go- 

(2)  Para  completar  el  contenido  de  la  anterior  cita, 
puede  leerse  todavía  muchos  otros  detalles  aterrantes  que 
el  mismo  cronista  de  Santafé  cuenta  en  las  págs.  17,  18,  y 
principalmente  en  la  21.  Lo  curioso  es,  que  culpa  al  go- 
bierno de  Buenos  Aires  de  no  haber  ocurrido  con  sus  tro- 
pas  á  la  defensa  de  Santafé  (pág.  .18)  y  que  confiesa  que 
cuando  esas  tropas  se  presentaron  salvaron  una  vez  de  una 
matanza  general  á  la  mitad  de  la  juventud  decente  de  San- 
tafé (pág.  16)  ;  que  pusieron  cantones  en  varios  puntos  de 
la  campaña  con  los  que  contuvieron  por  algún  tiempo  á 
los  indios  (pág.  24),  hasta  que  los  mismos  santafecinos  los 
arrojaron  de  su  provincia,  y  llamaron  á  Artigas  para  que 
viniera  con  sus  indiadas  á  -protegerlos  contra  Buenos  Ai- 
res (pág.  21).  A  sus  otros  muy  notorios  méritos,  Artigas 
reunía  el  de  ser  un  consumado  hipócrita  ;  así  es  que  el  can- 
dido cronista  de  Santafé  dice  que  lo  conoció  «hombre  co- 
mo de  50  años,  de  un  aspecto  agradable  y  popular». 


V    CAÍDA    DE    LA    OLIGARQUÍA    LIBERAL  183 

bernador  de  Santafé  don  Francisco  Antonio  Can- 
dioti,  contra  las  pequeñas  fuerzas  que  el  director 
supremo  Posadas  había  estacionado  allí  á  las  ór- 
denes del  general  don  Eustoquio  Díaz-Vélez,  en 
observación  de  los  movimieatos  de  Artigas  y  para 
defensa  de  la  frontera  (3).  Mientras  Latorre  y  el 
hermano  de  Artigas  levantaban  las  indiadas  guay- 
curúes  de  las  Reducciones  de  San  Javier,  San  Pe- 
dro, Ispin  y  de  más  al  norte  en  las  tribus  de  tos 
abipones,  Hereñú,  puesto  al  habla  con  el  goberna- 
dor Candioto  cayó  sobre  Santafé  el  24  de  marzo,  y 
apovó  la  insurrección  de  la  plebe  y  de  los  gauchos 
del  vecindario.  Sorprendido  Díaz-Vélez,  tuvo  tiem- 
po apenas  de  cerrar  su  cuartel,  decidido  á  defen- 
derse con  los  doscientos  hombres  escasos  de  que 
disponía,  pero  convencido  de  que  no  tenía  otra  sa- 
lida que  obtener  una  capitulación  que  le  permitiera 
retirarse  á  la  capital.  Su  actitud  notoriamente  re- 
suelta y  desesperada  impuso  á  la  multitud  y  á  las 
bandas  que  lo  rodeaban  sin  atreverse  á  afrontar  el 
fuego  de  sus  soldados.  A  poco  rato  vino  á  verlo  el 
gobernador  Candioti,  ofreciéndole  lo  mismo  que  él 
deseaba  obtener;  y  como  Candioti  era  hombre  hon- 
rado y  de  palabra,  se  ajustó  fácilmente  la  retirada 
con  las  debidas  garantías.  Los  artiguistas  logra- 
ron, pues,  desalojar  de  Santafé  á  la  guarnición  na- 
cional. Pero  en  su  roce  con  el  elemento  nativo  de 
la  provincia,  es  decir,  con  los  santafecinos.  se  pro- 

(3)  Iriondo,  Apuntes,  pág.  19.  Para  comprobación  de 
este  hecho  debe  notarse  que  Iriondo  era  hijo  político  de 
Candioti,  y  que  al  escribir  sus  Apuntes  poseía  todo  el  ar- 
chiv'o  de  aquel  pasado  en  sus  manos  como  marido  de  la 
hija  única  y  heredera  que  había  dejado. 


i84 


DICTADURA 


diijo  una  complicación  de  entidades  opuestas  entre 
la  concentración  del  poder  bárbaro  que  buscaba 
Artigas,  y  el  sentimiento  que  desde  el  primer  día 
comenzó  á  marcar  un  antagonismo  irremediable  en- 
tre ellos  y  que  debía  estallar  cuando  hubiera  caído 
el  régimen  cuyo  predominio  hacía  la  mancomuni- 
dad aparente  y  momentánea  de  sus  fines  (4). 

Profunda  fué  por  supuesto  la  impresión  que 
produjo  en  la  capital  la  sublevación  de  Santafé  y 
la  aparición  de  las  bandas  de  Artigas  en  las  riberas 
occidentales  del  Paraná.  Comenzó  á  sentirse  aquel 
sordo  rumor  que  transpira  siempre  de  las  conspi- 
raciones por  secretas  que  sean,  y  que  echa  en  alar- 
mas enojosas  y  febriles  á  los  partidos  y  á  los  go- 
biernos que  sienten  vacilar  el  suelo  en  que  pisan. 
La  política  del  rigor  es  casi  siempre  el  recurso  pri- 
mero á  qué  ponen  mano  ios  que  tienen  que  defen- 
derse. Pero  la  política  del  rigor  es  como  los  reme- 
dios heroicos  en  las  grandes  enfermedades :  surte 
efecto  si  la  naturaleza  del  enfermo  conserva  todavía 
fuerzas  reactivas,  y  fracasa  en  el  caso  contrario.  La 
oligarquía  liberal  de  1812  había  vivido;  había  dado 
de  sí  cuanto  de  fuerte  había  tenido  en  su  propia 
naturaleza;  su  cuerpo  mismo  estaba  en  disolución, 
y  los  remedios  heroicos  del  rigor  en  vez  de  favo re- 


(4)  Hay  un  empeño  tan  tonto  en  ciertos  escritores  por 
hacer  aparecer  todas  las  miserables  escaramuzas  como 
triunfos  gloriosos  de  los  orientales,  que  conviene  restable- 
cer la  verdad  de  las  cosas,  y  hacer  notar  que  aún  en  su 
ridicula  pequenez,  esos  hechos  no  son  obra  de  Artigas,  ni 
de  los  orientales,  sino  de  los  anarquistas  internos,  y  que 
si  son  trivmfos  lo  son  de  entrerriands  y  safttafecinos,  que 
son  y  fueron  siempre  tan  argentinos  corno  loi  porteños^, 


Y   CAÍDA    DE    LA   OLIGARQUÍA    LIBERAL  185 

cer  SU jC^ape^ÓFi  debían  precipitar  su  firi.  Kadie  la 
amabia.;:  Je.' había  lli?gado  un  momento  en  que  sus 
glorias  mismas  y  su  poder  aparente  eran  un  obs-- 
táculo  á  las  átnbiciones  de  todos  los  que  nó  forma- 
ban en  su  reducidísimo  centro.  Apeló  pues  al  rigor 
de  la  fuerza;  yi entre  las  medidas  tomadas  para  man- 
tener su  influjo,  publicó  aquel  lamentado  decretó 
de'  28  de  marzo  de  1815,  por  el  que  se  imponía  la 
pena  de  ser  pasados  por  las  armas  á  todos  aquellos 
que  intentaran  seducir  tropas,  que  asistieran  á  con- 
ciliábulos secretos,  que  divulgaran  especies  contra 
el  gobierno  para  excitar  el  descontento  y  la  alarma 
de  los  ciudadanos,  ó  que  callasen  lo  que  supieren 
de  conspiraciones  y  trabajos  subversivos.  El  error 
y  el  mal  de  estas  medidas  retumbantes  es  que  no 
se  toma  én  cuenta  su  esterilidad,  ni  se  prevé  el  pe- 
ligro de  <5U  ejecución  en  las  horas  extremas  del  po- 
der (5).  De  modo  que  con  esto  y  con  el  peso  de  los 
nuevos  inipuestos  necesarios  á  la  conservación  de 
fuerzas  militares  en  pie  de  guerra,  se  hacía  más 
tirante  por  horas  el  estado  interno  de  la  capital.  El 
huracán  rugía  en  ios  cercanos  horizontes,  y  la  lu- 
cha por  la  vida  era  ya  la  preocupación  absorbente 
del  día. 

Tomando  la  voz  de  la  justicia,  de  la  razón  y  de 
la  patria,  el  Supremo  Director  hizo  que  su  ministro 
Herrera  dirigiese  una  circular  á  los  demás  pueblos 
y  autoridades  de  lá  Unión,  llena  de  verdad  sobre 
los  horribles  propósitos  con  que  Artigas  compli- 
caba mortalmentc  la  suerte  común  de  la  patria,  y 
la  acompañó  con  una  proclama  en  que  él  mismo, 

(5)     Gaceta  Ministerial  del  i.°  de  abril;  de.  181 5. 


1 86  DICTADURA 

revelando  lo  angustioso  de  la  situación,  mostraba 
la  necesidad  de  que  todos,  tan  interesados  como  él 
en  defenderse  de  la  barbarie  y  del  desorden  espan-. 
toso  que  parecía  pronto  á  enterrar  la  Revolución  en 
las  ruinas  de  un  verdadero  cataclismo,  concurrie- 
ran á  mantener  el  estado  culto  del  país,  y  los  re- 
sultados gloriosos  sobre  que  ese  estado  reposa- 
ba (6).  Y  de  cierto  que  si  el  espíritu  público  no 
hubiera  estado  envenenado  por  el  curso  fatal  en  que 
las  pasiones  anárquicas  habían  echado  á  los  par- 
tidos personales  que  se  disputaban  el  poder  con  la 
imprudente  ceguedad  que  se  muestra  siempre  en 
las  agitaciones  subversivas  del  organismo  social, 
nadie  debía  haber  quedado  sin  sentir  que  el  deber 
y  la  suerte  del  porvenir  exigían  de  todos  dar  una 
cooperación  rápida  y  generosa  á  la  acción  defen- 
siva de  un  gobierno  ilustrado  al  que  el  país  ningún 
cargo  serio  tenía  que  hacerle,  antes  bien  grandes 
servicios  que  lo  habían  salvado  en  uno  de  sus  mo- 
mentos más  aciagos,  dándole  lustre  y  simpatías  en 
el  exterior. 

Con  todas  sus  maldades,  sus  fechorías,  y  natural 
perversidad,  Artigas  cometía  en  estos  mismos  mo- 
mentos la  más  negra  traición  contra  la  existencia 
misma  de  las  Provincias  Unidas  del  Río  de  la 
Plata.  Y  si  ese  criminal  intento  no  estuviera  docu- 
mentado con  su  misma  firma,  seríamos  incapaces 
de  presentar  á  este  monstruo,  ((abominación  de  abo- 
minaciones», tal  cual  era  á  la  luz  rojiza  y  siniestra 
de  ese  caos,  en  que  se  agitaba  con  él  la  sabática 

(6)  Véanse  estos  (documentos  en  el  Apéndice  Artigas  y 
el  artiguisjiw,  al  fin  del  volumen  IV. 


Y    CAÍDA    DK    LA    OLIGARQUÍA    LIBERAL  xHy 

ronda  de  las  indiadas,  del  gauchaje  haraposo,  y  de 
los  más  duros  bandoleros  que  en  vez  alguna  levan- 
taron la  cuchilla  del  exterminio  en  las  desoladas 
provincias  que  dominó.  Según  sus  propias  pala- 
bras, toda  su  fortuna,  sus  medios  de  acción  y  la 
consolidación  de  su  poder,  dependían  de  que  los 
realistas  del  Perú,  los  vencedores  de  Chile,  los  que 
pudieran  venir  con  Morillo,  y  la  invasión  de  los 
indios  del  desierto,  al  sur,  al  norte  y  al  oeste,  le 
ayudaran  á  arrasar  cuanto  antes  á  Buenos  Aires, 
para  dejarle  á  él  la  lucha  y  la  creación  del  imperio 
bárbaro  y  guerrero  con  que  deliraba.  Y  no  pocos 
son  todavía...  los  que  como  él  no  se  habían  dado 
cuenta  de  que  esos  locos  desvarios  no  eran  más  que 
los  rugidos  de  una  fiera  incapaz  de  consumar  esa 
obra,  impotente  para  detener  el  brazo  de  la  Provi- 
dencia cuyas  leyes  provocaba,  y  que  un  día  cual- 
quiera tenía  que  alzarse  para  decirle:  a¡ Retro  Sa- 
tanás! la  civilización  es  la  única  y  legítima  señora 
de  estas  tierras  que  tú  pretendes  barbarizar». 

Los  que  se  figuran  que  Artigas  podía  haber  sido 
por  sí  solo  bastante  poderoso  para  luchar  con  el 
gobierno  del  general  Alvear,  tienen  que  cerrar  los 
ojos  al  testimonio  de  su  propio  héroe,  y  no  oir  ó 
no  leer  siquiera  lo  que  él  les  ha  dejado  dicho  y  con- 
fesado sobre  los  auxilios  que  constituían  su  única 
fuerza  en  esa  contienda.  Que  si  no  hubiera  sido  por 
estas  complicaciones  él  sabía  bien  que  no  le  hu- 
biera quedado  un  palmo  de  terreno  en  las  incultas 
campañas  donde  asilar  su  persona.  La  obra  de  Por- 
tugal en  1817  á  1820,  la  hubieran  consumado  los 
argentinos  en  tres  meses  de  1815  :  y  si  no  véase  có- 
mo juzgaba  él  mismo  su  situación  y  las  bases  de 


fo^  i.'}.-;:i!j  DICTADURA       •    r/:.^::)  •■. 

su  poder  en  carta  particular  del  28  de  diciembre  de 
18 1 4  dirigida  á  su  favorito  y  confidente  don  Miguel 
Barreiro :  «Usted  advertirá  el  nuevo  semblante  (*) 
de  nuestros  negocios...  El  gobierno  (**)  se  halla 
apuradí) :  además  de  las  convulsiones  pasadas,  tie- 
ne usted  que  Chile  en  octubre  fué  tomado  nueva- 
mente por  los  (dimenos»,  con  cuyo  motivo  han  man- 
dado (***)  todos  los  artilleros  y  mucha  artillería  á 
Mendoza:  Pezuela  (según  noticias)  ha  derrotado 
en  Tupiza  la  Banguardia  (sic)  á  Rondeau,  y  cargó 
sobre  él  hasta  Tucumán  donde  se  hallaban  ya  en 
guerrillas.  Alvear  ha  salido  para  arriba  á  fines  del 
pasado.  Los  caciques  guaicuruces  que  vinieron  á 
presentárseme,  y  á  quienes  di  mis  instrucciones,  les 
hacen  nuevamente  la  guerra  sobre  Santafé  según 
noticias  de  un  pasado  que  hacen  diez  días  salió  de 
aquel  pueblo.- — El  Paraguay  se  ha  decidido  á  nues- 
tro favor.  Ya  ha  tomado  á  Misiones  y  apresado  á 
Matiandia  y  demás  que  obraban  por  Buenos  Aires. 
Espero  por  momentos  respuesta  de  ese  gobierno. 
-Los  oficios  del  comandante  de  Fronteras  encarga- 
do por  su  gobierno  de  darme  parte  son  satiáfacto- 
rios,  pero  no  llenan  todo  el  blanco  de  mis  ideas 
mientras  el  gobierno  no  delibere  (7).  Entré  tanto 
me  dice  dicho  comandante  seguía  sus  marchas  por 
el  Paraná  así  á  (sic)  Corrientes  según  las  insi- 
nuaciones de  mi  primer  oficio  á  fin   de  obrar  de 

(*)     CoBÍesión   evidente,   de   que   el    anterior  había   sido 
bien  malo  para  él. 

(**)     De  Buenos  Aires. 
(***)     De  Buenos  Aires. 
7)     Lo  que  él  pedía  eran  fuerzas  armiadas,' 


Y   CAÍDA    DE    LA   OLIGARQUÍA    LIBERAL  1 89 

acuerdo  con  nuestras  tropas  sobre  Corrientes»  (8). 

Así  pues,  los  verdaderos  auxiliares  de  este  sin- 
gular iniciador  y  defensor  de  la  independencia 
oriental,  de  este  federal  indio  y  montonero  émulo 
de  Washington  (¡proh  pudor!)  eran  las  tropas 
realistas  que  defendían  el  poder  colonial  del  rey  de 
España,  las  que  acababan  de  subyugar  á  Chile, 
las  que  habían  invadido  á  Tucumán  arrollando  á 
los  patriotas,  mientras  los  indios  guaycuTUces  les 
limpiaban  el  camino  según  sus  propias  instruccio- 
nes para  que  cuanto  antes  pusieran  la  mano  sobre 
la  capital  y  sobre  la  plaza  de  Mayo...  ¿Qué  más 
para  dejar  justificados  los  actos  y  las  medidas,  los 
edictos  y  los  decretos  que  contra  él  había  dado  el 
gobierno  legal  de  1814  y  1815?  ¿  No  era  bandolero 
y  enemigo  del  sosiego  público?  ¿No  renegaba  de 
las  banderas  de  la  patria  como  contrarias  á  su  am- 
bición? ¿  Por  el  mismo  hecho  de  no  ser  sino  orien- 
tal, no  era  un  filibustero,  un  depredador,  un  sal- 
teador en  las  provincias  argentinas?  ¿No  estaba, 
pues,  fuera  de  la  ley  de  las  naciones? 

Así  que  el  general  Alvear  supo  que  Santafé  se 
había  sublevado  y  que  habían  aparecido  allí ;  los 
caudillos  de  Artigas,  puso  en  movimiento  sus  tro- 
pas; y  de  £w:uerdo  con  el  plan  general  de  operacio- 
nes que  tenía  meditado,  hizo  marchar  una  vanguar- 
dia de  1,600  hombres  al  mando  del  coronel  Ignacio 
Alvarez-Thomas,  un  oficial  á  quien  tenía,  si  no  por 
el  mejor,  por  el  más  grato  al  menos  de  sus  amigos. 

(8)  Tomamos  este  precioso  documento  de  la  pág.  132 
del  Bosquejo  Historia  del  Uruguay  por  el  doctor  don  Fran- 
cisco Berra  (Montevideo,  1884).  Si  no  estamos  mal  infor- 
mados, pertenece  al  Archivo  Mitre. 


IQO  DICTADURA 

Como  esta  columna  era  más  que  suficiente  para 
tomar  posesión  del  punto  á  que  se  dirigía,  su  jefe 
llevaba  órdenes  de  reunir  allí,  con  toda  reserva  y 
prisa,  caballadas,  lanchas  y  todos  los  medios  de 
transporte  para  su  tropa  y  para  otra  columna  de 
igual  número  con  que  debía  marchar  en  seguida  el 
coronel  Vázquez.  Una  vez  aquietado  y  bien  guar- 
necido Santafé,  el  coronel  V^ázquez  debía  pasar  el 
Paraná  con  2,000  hombres  y  barrer  toda  la  parte 
occidental  del  río  Gualeguay.  El  Director  Supremo 
en  persona  ocuparía  á  la  vez  el  Arroyo  de  la  China 
con  mil  quinientos  hombres,  haría  igual  limpieza 
de  montoneros  en  el  lado  oriental  del  Gualeguay  y 
buscaría  en  Corrientes  la  incorporación  de  Vázquez 
para  tomar  la  Banda  Oriental  del  Uruguay  por 
el  Norte. 

l.a  columna  del  coronel  x\lvarez-Thomas,  situa- 
da con  algunos  días  de  anticipación  en  el  Puente 
de  Márquez,  sobre  el  río  de  las  Conchas,  recibió  ór- 
denes el  29  de  marzo  de  dirigirse  á  marchas  forza- 
das sobre  Santafé,  mientras  queden  la  capital  y  en 
el  campamento  de  Los  Olivos,  donde  quedaba  con- 
centrado el  resto  del  ejército,  se  aprontaba  con  es- 
mero todo  lo  necesario  para  que  las  operaciones 
combinadas  y  estratégicas  que  iban  á  desenvolverse 
no  sufrieran  ningún  entorpecimiento.  En  esto  el 
genio  y  las  previsiones  militares  de  Alvear  eran 
realmente  muy  notables,  y  en  nada  inferiores  á  las 
de  San  Martín  (9) . 

(9)  La  prueba  es  su  preciosa  campaña  de  1826  á  1827 
en  la  Banda  Oriental  y  en  el  Brasil.  En  esta  fecha  el  ge- 
neral San  Martín  estaba  en  Europa;  y  hablando  de  la  nue- 
va guerra,   según  se  lo  he  oído  referir  á  don  Juan  García 


Y  caída  de  la  oligarquía  liberal         igi 

Marchaban,   pues,   los  sucesos  en   la  pendiente 
agitada  3^  escabrosa  en  que  los  po- 
1815  nían    las    circunstancias    difíciles 

Abril  15  del    momento,    cuando    el    11    de 

abril  cayó  como  una  bomba  en 
los  acuerdos  reservados  del  gobierno,  la  noticia  de 
que  el  día  3  se  había  sublevado  el  coronel  Alvarez- 
Thomas  con  toda  su  columna  en  el  punto  de  las 
Fontezuelas,  distante  diez  y  seis  leguas  de  la  ca- 
pital (10).  Con  este  rudo  golpe  era  ya  imposible 
salvar  el  orden  establecido.  Veíase  con  sólo  eso  que 
el  ejército  estaba  seducido  ó  desmoralizado,  que 
tanto  vale.  Alvear  asumió  sin  embargo  el  mando 
directo  de  los  cuerpos  acampados  en  Los  Olivos  en 
la  esperanza  todavía  de  que  con  ellos  le  fuera  po- 
sible conservar  sujeta  á  la  capital.  Pero  del  día  12 
al  14  todo  se  puso  en  ebullición.  Se  recibió  una 
nota  de  Alvarez-Thomas  participándole  al  Cabildo 
que  había  oficiado  al  Director  con  fecha  10  intimán- 
dole que  inmediatamente  renunciara  el  mando  y  lo 
delegase  en  el  Ayuntamiento;  que  «el  general  Ar- 
tigas» había  pasado  á  Santafé,  y  adelantado  la  di- 
visión de  Hereñú  hasta  San  Nicolás ;  que  estaba  en 

del    Río,   decia;   «Alvear  ganará   indudablern-ente   una  bata 
lia,    pero    no    podrá    retener    las    provincias   brasileñas   que 
ocupe,   y  tendrá  que  dejarlas   sin  grandes   resultados».    Lo 
que  prueba  que  conocía  bien  al  hombre  y  al  país. 

(10)  Esta  es  la  fecha  exacta,  y  no  la  del  13  que  algu- 
nos otros,  consignan.  Resulta  así  de  los  documentos  oficia- 
les insertos  en  la  Extraordinaria  (sin  fecha)  mandados  pu- 
blicar por  el  Cabildo  en  el  número  de  la  Gaceta  de  Buenos 
Aires  del  6  de  mayo ;  de  la  comunicación  de  Artigas  fe- 
cha 6  de  abril  y  de  todos  los  demás  documentos  sin  ex- 
cepción. 


ig?  DICTADURA         i      ■  ' 

correspondencia  amigable  con  aquel . caudillo,  y  que 
en  caso  de  que  Alvear  nó  oyera  la  voz  del  patrio- 
tismo y  del  interés  público,  volvería  con  siis  fuer- 
zas unidas  á  las  de  Artigas  «á  proteger  á  Buenos 
Aires  contra  la  tiranía  del  que  lo  avasallaba». 

El  alboroto  tomó  creces  en  las  calles^  de  la  ciu- 
dad. El  general  Soler  se  puso  á  ía  cabeza  de  los 
chicos  y  reorganizó  de  pronto  sus  antiguos  tercios, 
restos  de  los  patricios  de  1807  á  i8iói  La  multitud, 
encabezada  por  la  burguesía  nobiliaria  de  las  épo- 
cas anteriores,  se  agolpó  al  Ayuntamiento  pidiendo 
Cabildo  abierto  inmediato.  En  ese  tumulto  él  Ca- 
bildo asumió  el  mando  de  la  capital  el  día  15  de 
abril  y  c|ió  la  comandancia  general  : de  armas  al 
general  Soler.  .- .   .. 

A  los  primeros  síntomas  de  la,  disolución,  Al- 
vear intentó  sofocarla  y  apoderarse  militarmente  de 
la  capital.  Despachó  con  ese  fin  al  escuadrón  de 
húsares  de  su  escolta  que  mandaba  el  teniente  co- 
ronel don  Antonio  Díaz  y  al  regimiento  de  grana- 
deros á  las  órdenes  todos  del  coronel, Vázquez.  Pe- 
ro al  llegar  al  arroyo  Maldonado,  en  uu,mpmento 
en  que  se  daba  descanso  á  la  tropa  para  copier.,  al- 
gunos oficiales  completados  de  antemarib  se  echa- 
ron sobre  las  armas,  prendieron  á  los  jefes,  y  todas 
las  filas  se  disolvieron,  marchándose  unos  grupos 
á  la  ciudad  y  fraccionándose  otros  por  los  subur- 
bios. Este  suceso  se  comunicó  el  16  y  17  al  resto 
de  tropas  que  quedaba  con  el  Director  en  Los  Oli- 
vos, las  que  sin  sublevarse  en  conjunto  contra  él, 
comenzaron  á  desertarse  con  una  confianza  desca- 
rada.      ,  , 

Entre  tanto,  erigiéndose  Artigas  en  jefe,  supe- 
rior y  en  vencedor,  le  indicaba  al  general  Alvarezr 


Y  caída  dk  la  oligarquía  liberal  igj 

Thomas  la  conveniencia  y  la  necesidad  de  que  se 
le  incorporase  en  Santafé  y  le  entregase  la  persona 
de  Alvear  y  la  del  ministro  de  la  Guerra  el  general 
don  Francisco  Javier  de  Viana  para  tenerlas  bajo 
su  custodia  y  prevenir  el  influjo  que  aún  pudieran 
conservar  en  su  favor.  Hipócrita  y  prevenido  siem- 
pre para  imponer  torcidamente  sus  voluntades,  te- 
mía que  lo  de  la  entrega  de  Alvear  provocara  resis-- 
tencias;  y  para  huir  por  lo  pronto  las  consecuen- 
cias de  un  desaire,  dio  encargo  á  Herefíú  que  la 
exigiera  verbalmente  con  amenazas  de  que  la-  ne- 
gativa pondría  al  general  Artigas  en  la  necesidad 
de  romper  y  de  hacer  sentir  su  autoridad.  «Mi  co- 
mandante de  vanguardia  don  Eusebio  Hereñú  que- 
da instruido  y  al  cabo  de  mis  deseos».  En  cuanto 
á  Viana,  decía:  «Trátese  de  sorprender  á  Viana  y 
de  quitarle  esa  fuerza  al  gobierno :  lo  creo  fácil  en 
virtud  del  descontento  general.  Lo  que  sí  no  me 
parece  tan  oportuno  es  que  dicho  señor  brigadier 
vaya  confinado  á  Córdoba.  Puede  sernos  perjudi- 
cial en  aquel  pueblo.  Yo  me  daría  por  más  satisfe- 
cho que  ustedes  me  lo  remitiesen ;  pero  si  esto  ar- 
guye en  mí  alguna  venganza,  yo  soy  generoso  (¡oh 
sombra  mártir  de  Perugorría  y  de  mil  otros!)  y 
con  que  ustedes  lo  pongan  en  seguridad  para  que 
responda  de  sus  operaciones  á  tiempo  oportuno, 
quedo  gustosísimo»  (n).  Algunos  han  pretendidf» 
negar  que  Artigas  hubiera  pedido  la  persona  de  Al- 
vear, que  era  el  hombre  que  le  inspiraba  mayores 
temores,  y  el  único  que  él  tenía  por  capaz  de  ano- 


(ii)     Nota  del    6  de   abril  en   la  Extraordinaria  ya  ci- 
tada. 

HIST.    DE    LA   REP.    ARGENTINA.    TOMO    V.  — 13 


11^4  I  '  .;•  DICTADURA  , 

^ijiiadagclio.i^i  ;la  fortuna  lo  rest^blecipr^.  Entre  tanto 
^^q  .|u,4  (de  un,  rumor  ¡y.  iíío-z  corriente  en  aqiiellos 
i<jiíja,s ;  y  ¡so^  muchos  los  que  en  1826,:  al  tenerse  nóí- 
.íic.ia  de]  |la  espléndida  victoria  de  Itusaingó,  le  oye- 
ji^^n  ,deQjir|jen  el  Congreso ,  al  señor  Félix  Ignacio 
Fría,s,  secretario  del  Cabildo  en  1815,  que  él  mismo 
había  ll^v^do  al  campamento  de  Lqs  Olivos  la  no- 
ticia (^e  633.  exigencia,  y  Iqs  ruegos'  que  los  muni- 
cipaljes.  le, enviaban  á  Alyear  por:  gu  conducto,  de 
que  no  ¡persistiera  en  resistir  ¡y  de  que  aceptara  el 
salvoconducto  ó  permiso -que  le, remitían  para  em- 
l;)arcarse  como  resulta,d'0  de  un  formal  con venio!  an- 
terior (,12).  Ppr  lo  dern^S)  ;el  que ¡gin^ser  argentino, 
ni  ,terie,r  papel  alguno  en  los  negocios  internos  de 
1^,  na.ci(^nj  tenía  el  hipócrita  cinismo  y  ,'la.  de$vet"r 
güenza.  dje  reclamar  por, una;  iKp'lia,, la  persona  déjun 
ministro  de  Estado  nada  menos,  que  no  er,a  ni  sub- 
dito ni  prisionero  suyo,,  pzetextandp:  que'su  influjo 
pQdia,:sejle  per  judicial,,.  i.^~  creíble  que,  r^o  reclá- 
masela del  jefe  del  gobierno,  que  había,  sido  y  que 
era  ^\x  efi[emigo  capital?...,  «Hereñúestá  insitruído 
por  mi -y;  conoce  mis  d'^sea^'».,  Los  qye  quisieran  vin- 
dicar á.  Arlágas  de  estc-d^seo,  ¿cóniOilo  ^vindicarían 
del  que:  nianifestó  acerca  del  ¡brigadier  Viana-,;  que 
jamás  habría :podido  tener  ,ui>.i influjo  niás  decisivo 
q,ue  el  del  ,jiaisnio  Alyear  ?.,,)-;;<      •  ••, 

¡  El  G^l?ildp  no  quedó  tranqu^lQ  del  todo  después 
de  haberse  negado  indirecta(riiente.áiías  torpea  exi- 
gencias que  Artigas  le  habíajhechq  pon  el  deseo  de 
vengarse  de  Alvear  y  ;de  Viana;,  y,  se  apres 


(.i¿),,i.^E.ncre  los  que  se,  Ip  oyeron', se  qontalianiin^rfi^jros 
de  mi  familia,   de  quienes  lo  he  sabido.  .. <■:,';.' 


V   CAÍDA    DE    L^, .  pi^iaARQUÍA    LIBERAL  1 95 

^sincerarse,  e^n  una  Circtilar^^  que  habí^,  d^rigidio;  con 
fecha   18  de  abril  á  los  gOjbernadores  intendentes, 
genérale^  de  ejército,  teniíentes  gobernadores  v  Ca- 
bildos provinciales.  Después  de  dar  cuenta  suma- 
ria de,,, Iq  acaecido,   decía:  «El  Ayuntamiento,   sin 
perder  instantes  y  en  uso  de  las  facultades  que-se 
le  habían  conferido,  que  ni  es  necesario  referir  por 
ahora,  ni  pueden  traerse  á  la  memoria  sin  conster- 
nación  ni,  amargura,   pjivó  de .  todo  m^ñdo  á  don 
(Parios  .  Al vear' reconceiitrándolo  en   sí   provisoria- 
menta  entrétatito  sie  ordenan  los  medios  de  que  los 
los  ciudadanos  libremente  nombren  del  modo  más 
conforme 'ti n   gobierno  ^ue  en.  la" premura  dé  las 
círquiistaricias  atienda  á  la, conservación,  etc.,  etc. 
No  sólo  privó  del  mando  á  don  Carlos  Alvear,  sino 
que  habiéndola  garantido  su  persona  y  bienes  por 
ei)ifar  la  efusión  de  la' preciosa  sangre  argentina, 
lóhaxórífinado.  (?)  en  la  fragata,  de, Su  Majesiad 
Brjtáaic;a,,cqn  la  precisa  condición  de  que  en  ningún 
tiempo-  pueda  pisar  los  pueblos  de  las -Provincias 
Unidas;  ha  puesto  en  segura  prisión  á  los  secreta- 
rios Herrera  y  Larrea  después  que  lo  había  sido  el 
secretgirió  de,  Guerra  don  Javier  Viana  pór'el'  Ejér- 
cito,Libe;rtador  (es  deeiriporja  división  de  Alyarez- 
Thomas)  >  rara  formarles  causa  y  juzgarlos,  ha- 
biendo"Tomado    IGUAL   medida, 'Y    PARA    PROCEDER 
EÑ'  LA  '"liíTsMA    FORlkÁ    CON    LOS    DEMÁS    -DÉ    ÍÍA    FAC- 
CIÓN», (■!  3)'.  '.    ',  ,    ,\    „    ^,      -       •       ^  ,,/í    -..^v 
,       ■       .  , ■  .,.■,,,.,,.,,  /,.    "^'     ... 
.,;  .(13.);,  ;.Bíemo5  p,uesto^do^e, subr,ayador,4  fista  últma  cláu- 
sula porque,  ella  viene  á  hacerpos  dudar  de  qu.p  se,a  exacta 
un^  especie  consignada.,  en. ^\a  .Colección  l^ffniis,.  .qu^-x^w.- 
chos;  habíamos  aceptado"! aníjcs,  de  que  el  Cabildo  había  .rp- 
raitido  41^  carripamento,  de  Artigas  seis  pf^cial^^s  del,  partido 


196  DICTADURA 

El  Cabildo  promulgó  por  bando  del  18  de  abril 

que  el  20  del  mismo  mes  concu- 

18 1 5  rriera  el  pueblo  al  Salón  Capiru- 

Abril  20         lar  á  fin  de  determinar  cómo  y  en 

qué  manera  debían  ser  creadas  las 

autoridades   públicas   que  habían   de  substituir  el 


de  Alvear  (pág.  185)  incluso  el  coronel  Vázquez.  Supone- 
mos que  el  aserto  del  señor  Lamas  tiene  por  origen  la  bio- 
grafía del  coronel  Vázquez  que  muchos  años  después  de 
los  sucesos  escribió  su  hermano  don  Santiago  Vázquez 
para  el  señor  Lamas.  Ni  conocemos  ni  hemos  encontrado 
otro  origen  de  ■semejante  hecho.  No  hay  un  documento,  que 
nosotros  conozcamos  al  menos,  en  que  eso  se  justifique:  no 
hemos  encontrado  ningún  rastro,  ningún  apunte,  ningiín 
recuerdo  de  un  hecho  que  de  haber  sido  cierto,  debía  ha- 
ber tomado  inmensa  gravedad,  y  ser  hoy  de  una  notorie- 
dad abrumadora ;  y  como  esto  nos  parece  sumamente  raro, 
nos  inclinamos  á  creer  que  esa  fué  una  especie  levantada 
contra  el  Cabildo  (que  harto  vil  se  había  mostrado)  por 
los  partidarios  de  Alvear,  entre  los  que  don  Santiago  Váz- 
quez había  sido  uno  de  los  más  ardorosos,  y  que  se  había 
convertido  en  tradición  para  ellos,  por  lo  mismo  que  in- 
famaba á  aquel  Cabildo  y  á  la  burguesía  representada  en 
él,  que  los  había  derrocado  y  perseguido  Concurre  tam- 
bién á  ponernos  en  esta  convicción  la  circular  del  Cabildo 
que  transcribimos,  en  la  que  él,  lejos  de  eludir  el  juicio  y 
el  castigo  de  los  partidarios  de  Alvear,  toma  una  actitud 
de  juez  propio  y  exclusivo  que  parece  evidentemente  cal- 
culada para  proteger  á  los  reos  de  las  reclamaciones  que 
pudiera  formular  Artigas,  declarando  que  era  él  mismo 
quien  iba  á  mandar  que  se  les  formara  causa  y  se  les  jun- 
gara. Y  como  en  efecto  se  les  formó  á  todos  ellos  esa  causa 
sin  que  aparezca  ninguna  interrupción  en  el  procedimiento 
observado  individualmente  contra  cada  uno,  hasta  su  sen- 
tencia respectiva,  inclusos  Vázquez,  Vidal,  Figueredo,  Do- 
nad'p  y  los  demás,  parece  de  toda  evidencia  que  no  hubo 
ni  pudo  haber  tal  remesa  de  sangre  expiatoria,  ni  tal  ge- 


Y   CAÍDA    DE    LA    OLIGARQUÍA    LIBERAL  ig; 

orden  que  acababa  de  ser  destruido  con  la  destitu- 
ción del  general  Alvear  y  con  la  disolución  de  la 
Asamblea  General  Constituyente.  Proclamado  el 
Cabildo  abierto,  el  pueblo,  que  por  de  contado  no 
era  otro  pueblo  que  los  corifeos  y  actores  del  re- 
ciente sacudimiento,  resolvió  elegir  allí  mismo  una 
Junta  de  cinco  miembros  que  viniesen  en  el  actOj 
después  de  electos,  á  elegir  ellos  el  Supremo  Direc- 
tor del  Estado ;  y  que  con  el  nombre  de  Junta  de 
Observación  quedase  actuando  no  sólo  con  el  ca- 
rácter de  corporación  de  vigilancia,  para  control 
del  Poder  Ejecutivo,  sino  con  el  encargo  de  formar 
y  promulgar  un  Estatuto  Provisional,  ó  Constitu- 
ción provisoria,  en  que  se  fijasen  las  facultades  de 
las  nuevas  autoridades  y  las  reglas  de  su  despacho 
hasta  la  elección  del  Congreso  General  de  las  pro- 
vincias que  se  mandaba  convocar  é  instalar  en  la 
ciudad  de  Tucumán,  sobre  las  bases  y  reglas  elec- 
torales que  debía  dar  el  mencionado  Estatuto  para 
las  provincias  que  quisiesen  aceptarlas,  dejando  á 
las  demás  en  libertad  de  adoptar  otras  si  así  lo  pre- 
ferían. 

Electos  allí  mismo  los  miembros  de  esa  Junta, 
se  les  hizo  concurrir  al  Cabildo  en  asamblea,  para 
que  llenasen  el  encargo  que  les  daba  el  pueblo;  y 
una  vez  reunidos  nombraron  Director  Supremo  del 
Estado  á  Rondeau  porque  no  era  posible  ni  conve- 

nerosidad  ó  magnanimidad  de  parte  de  Artigas  en  rehu- 
sarse á  castigar.  Esto  resulta  plenamente  probado,  á  nues- 
tro modo  de  ver,  en  el  procedimiento  y  en  la  sentencia  de- 
tallada que  se  publicó  en  la  Gaceta  Extraordinaria  del  2  de 
agosto  de  181 5,  salvo  la  aparición  de  documentos  categó- 
ricos que  no  conocemos. 


iyS  i'.::'  ■    DICTÁOURA 

riiérife  'afrontar  la  oposición  del  ejército  del. Norte 
qué' lo  rnánteñía  á  su  cabeza.  Mas,  como  por  está 
hiismá  razón  el  electo  no  podía  venir  á,  ejérqér  ¿1 
riíándÓ  en  la  capital,  se  eligió  Director  suplente  al 
jefe  del  motín  de  las  Fontezuelas,  que  por  razón  dé 
su 'inmediación  y  de  sli  posición  en  la  ¿ápitáli  ve- 
nia á  ser  por  el  momento  el  único  y  yerdaderó  go- 
bernante, ds  decir,  el  jefe  de  la  provincia  de  Blienos 
Aires,  constituida  de  este  modo  en  entidad  local 
dé  si  misfna,  y  en  centro  natural  é  indispensable  de 
los' negocios  generales;         '  '       . 

Lo  regular  habría  sido,  puesto  que  Roridéaü  eirá 
Director  Siipremo  del  Estado,  que  se  le  hubiese  de- 
jado la  facultad  de  nombrar  el  delegado  qu€  en  su 
nombre  debía  ejercer  en  Buenos  Aires  el  poder  ad-^ 
rninistr^tivo  y  local.  Pero  esta  renuíicia  de  áu  pro- 
pio poder  no  entraba  en  las  concesiones?  del  pair- 
tido  vecinal  que  acababa  de  volcar  el  orden  pre- 
eJíistente;  y  muy  lejos  de  eso,  se  aprovechaba  de  ¡la 
ocasión  para  separar  á  Buenos  Aires  de  las  otras 
influencias  provinciales;  y  á  pretexto  de  dejarles  li- 
bres el  campo  á  sus  desórdenes,  sus  caprichos  y 
sus  ambiciones  internas,  s^  retraía  de  ell^S,  y?4aba 
origen  á  esa  rara  dualidad  de  dos  directores  supre- 
mos; él  uno  poder  iridependiente  y  soberano; ¡en  el 
ejército  y  en  las  provincias  del  norte ;  el  otro  po- 
der independiente  y  local  de  la  capi,tal;,nq  era  esQ 
tóáávía  lo  más  curioso,  sino  que  tanto  valía  el  uno 
como  el  otro;  aquél  era  ludibrio  y  juguete  de  los 
subalternos,  y  éste  juguete  y  ludibrio  de  los  <:írcu,- 
los  y  de  los  cabecillas  de  la  capital;  porque*  ni  ést^ 
ni  aquél  tenían  calidad  alguna  que  los  hiciera  ca- 
paces de  contener  el  total  desquiciamiento  á  que 
corrían  las  cosas. 


V    caída    I)K    la    oligarquía    liberal  ](.)g 

':  En  cuanto  á  dar  armazón  y  regularidad  al  go- 
bierno interior  y  á  los  procederes  de  su  despacho, 
\a  Junta  Electoral  y  de  Observación  hizo  presente 
que  no  le  era  posible  improvisar  ese  organismo  en 
tan  breves  instantes:  que  era  menester  que  se  diese 
tiempo,  y  que  en  el  ínterin  quedase  el  Cabildo  vi- 
gilando como  poder  moderador  de  los  actos  del  Di- 
rector suplente,  mientras  ella  con  más  reposo  y  en 
el  más- breve  tiempo  posible  estudiaba  y  redactaba 
el  Estatuto  Provisional  con  que  debía  quedar  cons- 
tituido el  nuevo  gobierno. 

En  el  primer  momentOj  todo  fué  felicitacidrieá 
y  plácemes  entre  Artigas,  situado  en  Santafé,  y 
entre  el  nuevo  director  Alvarez-Thomas,  el  Cabil- 
do y  el  general  Soler,  comandante  general  de  las 
armas  de  la  capital.  Pero  en  el  fondo  todos  ellos 
estaban  profundamente  inquietos  sobre  las 'respec- 
tivas intenciones  y  cálculos  reservados  de  cada:  taño. 
En  lo  que  rrienos  pensaba  Alvarez-Thomas,  el  Ca- 
bildo; Soler,  y  la  burguesía  porteña,  era  en  entre- 
gar á  Artigas  facultades  ni  medios  de  ninguna 
clase  que  pudieran  hacerlo  predominar  del  lado 
derecho  del  Paraná :  en  lo  que  menos  pensaba  Ar- 
tigas, era  en  contentarse,  sin  eso,  con  aspavientos 
y  satisfacciones  ilusorias. 

Él  Cabildo  creyó  amansar  la  fiera  mandando 
que  el  verdugo  queriiara  en  medio  de  la  plaza  los 
(íecretos,  edictos,  proclamas  y  demás  papeles  qu& 
se  habían  dado  tratando  á  Artigas  de  lo  que  era  y 
de  lo  que  merecía.  Lo  declaró  hombre  puro  y  emi- 
nente patriota,  jefe  nato  y  heroico  de  los  orienta- 
les—nada más ; — y  le  tributó  su  eterna  gratitud  por 
haber  contribuido  á  libertar  á  Buenos  Aires  de  la 


200  DICTADURA 

tiranía  ominosa  y  bárbara  de  la  Asamblea  General 
Constituyente  y  de  Alvear.  Artigas  contestó  con 
más  franqueza;  pues  al  elogiar  la  actitud  del  Ca- 
bildo— <(contra  el  tirano» — le  ponía  al  frente  esta 
salvedad:  ((Yo  quedo  esperanzado  de  que  Vuestra 
Señoría  sabrá  llenar  sus  deberes,  y  que  con  sus  ul- 
teriores providencias  afianzará  la  libertad  de  estos 
-pueblos  que  tengo  el  honor  de  proteger». 

Sobre  estos  halagos  trataron  ambas  partes  de 
ver  si  podían  entenderse.  Alvarez-Thomas  mandó 
á  su  secretario  militar  á  que  conferenciase  con  Ar- 
tigas sobre  un  convenio  de  paz  que  le  contentase : 
le  ofrecía  que  Buenos  Aires  reconocería  la  inde- 
pendencia absoluta  de  la  Banda  Oriental;  que  En- 
trerríos  y  Corrientes  fuesen  dejados  en  libertad  de 
tomar  su  partido;  que  se  le  daría  un  considerable 
número  de  armas,  y  que  llegado  el  caso  de  correr 
algún  peligro  por  tropas  españolas  ó  portuguesas, 
se  darían  recíprocamente  toda  clase  de  auxilios  y 
de  suministros  para  resistir.  Artigas  aceptó  en  par- 
te algunas  de  estas  cláusulas,  pero  exigió  que  se 
le  reconociese  protector  de  los  pueblos  libres,  in- 
clusos Entrerríos,  Corrientes,  Santafé  y  Córdoba, 
cuyo  gobernador  intruso  don  José  Javier  Díaz  le 
acababa  de  oficiar  pidiéndole  su  protección  contra 
la  capital,  como  lo  había  hecho  Candioti  en  San- 
tafé. Exigía  también  que  se  le  remitiesen  tres  ba- 
tallones de  los  que  figuraban  en  el  ejército  de  la 
capital,  que,  según  él,  se  habían  formado  con  re- 
clutas del  litoral  y  de  Córdoba.  No  contento  con 
esto  pedía  un  número  de  fusiles  igual  al  tomado  por 
Alvear  en  Montevideo,  toda  la  artillería  sacada  de 
esa  plaza  que  estuviera  en  uso,  y  200  mil  pesos  co- 


V    CAÍDA    DE    LA    OLIGARQUÍA    LIBERAL  20I 

líio  indemnización  de  los  perjuicios  que  las  tropas 
de  Buenos  Aires  habían  ocasionado  en  la  Banda 
Oriental  y  Montevideo,  sin  contar  todavía  la  escua- 
drilla surta  en  las  bocas  del  Paraná.  Alvarez-Tho- 
mas,  posesionado  del  mando,  contestó  que  no  es- 
tando organizada  aún  la  capital,  ni  presente  el  di- 
rector supremo  Rondeau,  que  era  el  único  que  po- 
día resolver  sobre  tan  graves  exigencias,  tenía  que 
aplazar  su  respuesta  hasta  consultarlo  y  pedirle  ins- 
trucciones y  facultades.  Pero,  para  todo  evento 
confirmó  al  general  don  Juan  José  Viamonte  en  el 
mando  de  la  división  que  había  tenido  á  sus  órde- 
nes; la  reforzó  con  un  cuerpo  de  húsares  y  con  dos 
batallones  más,  y  lo  adelantó  hasta  San  Nicolás, 
en  observación,  obligando  así  indirectamente  á  He- 
reñú  á  retirarse  del  territorio  de  Buenos  Aires. 

Entre  tanto,  la  invasión  de  indios  salvajes  y  de 
bandoleros  cjue  había  caído  sobre  Santafé  en  com- 
pañía de  Artigas,  robando  y  matando  de  su  cuenta, 
había  levantado  en  el  vecindario  un  clamor  de  eno- 
jo y  de  indignación  contra  semejantes  auxiliares: 
y  como  en  la  clase  decente  quedaba  un  fuerte  par- 
tido que  por  ideas  é  intereses  estaba  ligado  al  go- 
bierno y  al  influjo  de  la  capital,  Artigas  comenzó 
á  sentir  que  allí  existía  un  poderoso  sentimiento 
local,  propio  de  la  provincia  misma,  que  no  acep- 
taba su  imperio  y  que  de  un  momento  á  otro  podía 
pronunciarse  y  poner  en  peligro  su  persona  con 
tanta  mayor  facilidad  cuanto  que  las  bandas  é  in- 
diadas que  había  traído  lo  habían  dejado  casi  solo 
desparramándose  en  saqueos,  y  alejándose  con  el 
botín  que  habían  hecho.  «Se  retiró  á  los  pocos  días 
llevando  á  su  hermano  don  Manuel,  á  los  caciques 


i 62  . !  A  ■  V       DICTAEÍUR'A  •  •  ■ 

íXíarqüi'hi'  y 'otrds  indios  que  consigui-ó  qué' lé 'Si- 
guiesen';' pero  los  demás  andaban  arrasando-  los 
estábléciimiehtos  de  las  Prusianas,  Siete- Arh oles, 
Sdüce  y  \ái  Puntas  de  ¡as  Saladas.  Mataron  dié-z  6 
doce'vecirió¿,  entre  ellos  á  la  mujer  de  don  Roque 
Zárafe-y  se  llevaron  muchas  cautivas»' ('i"4) .  '  '^'' 
^  /Vlejósé  pues  de  Buenos  Aires  lá  influeftciá' d^e 
Arstigas ;  y  por  más  que  con  su  petulancia  habitual 
hubiera  tratado  de  atribuirse  como  una  victoi'iá 
éuyá  la  caída  de  Alvear  y  las  consecuencias  déén- 
grandecimiento  personal  que  se  imaginó  "qué  iba 
á- darle  ese  suceso,  hubo  de  regresar  desengañado 
á  la  toldiería  que  con  él  nombre  atroz  de  PitH/ica- 
c'ídn,-  liigar  de  tormentos  bárbaros  y  de  éjécü~ci*d- 
rié's'  desapiadadas,  había  establecido  cerca  de  í^ajy- 
sandúv'  '   "  '•'"■•  •'    '■'■■''' 

TódOs  los  cabildos  y  gobernadores  intendentes 
de  las  provincias  del  interior  aplaudieron  la  cdída 
de  la  Asamblea  y  del  Directorio.  En  Santafé  poi- 
que predominaban  los  separatistas  qué  áspifaban 
á  sacudir  er  imperio  del  régimen  íiacionál,  nó  para 
corístituirlo  en  forma  federal  como  podrík' creerse 
por  el  hombre  inexacto  que  ellos  se  dábáh^'  áitio 
para  absorber  el  mandó  local  sin  reato  vatgürio, 
éonstitúyértdose  en  Republiqueta  anárquica"  y  de- 
solada al  capricho  de  cada  atrevido  que  diér¿'iin 
golpe  y  se  alzara  con  el  poder  como  lo  váihós  á 
Ver.    ■     ■    ■  ■-.■:■'•■     i)  (■■-■]; 

■'  '  óótdoba  se  había  movido  en  el  mismo  áefítidó 
áj^róvéchando  la  caída  del  gobierno  próvisión'álié 
Invocando  la  protección  de  Artigas ;  pero  poeó  tái- 

'■'   '  (ií4)"''Apu^tes  de  Iriondb,  pág.  21.  .~    ;■';"■•/.";  ■ 


Y    CAIUA    Dli    LA    OLIGARgUIA    LIBERAL  203 

daroii  los  anarquistas  en  conocer  que  allí  Vió'teníán 
medios  ni  fuerza  para  mantenerse  sobre  sus 'pro- 
pios pies.  Colocados  entre  Cuyoyeí 'ejército  déí 
norte,  vitalmente  interesados  ambos  en'  mantenerse 
ligados  á  la  capital,  hubieron  de  rebajaf  sus 'aspí- 
racioneis  ((soberanas))  y  de  entregar  la  provincia  á 
su  posición  natural  entre  los  demás  de  la  UntÓh' 
Argentina.  '  ' ''   -  ■■■^  "      " 

El  general  San  Alartín,  gobernador  ititéViden te 
de  Cuyo,  tuvo  motivos  personales  para  ■  feficitár:^ 
de  que  el  generar  Al vear  hubiera  sido  saóacíó' 'del 
gobierno.  Complicaciones  que  sobrevinieron  a  íá 
derrota  de  los  chilenos  en'  Rancagua,  y  cüyá' ex- 
posición no  entra  por  ahora  en  este  cuadro,  pusie- 
ron en  pugna  á  San  Martín  con  el  general  cbileno 
don  José  Miguel  Carreras;  y  Alvear,  ya  porque  lo 
creyeáe  necesario  y  político,  ya  porque  le  conviniese 
como  pretexto,  cometió  el  error  de  tomar  bajó  su 
protección  los  resentimientos  y  los  intereses  del 'jefe 
chileno,  y  de  destituir  á  San  Martín  'para 'que  lá  go- 
bernación de  Mendoza  pudiera  servirle  á  Cafrera's 
y  á  su  partido  de  puntó  de  apoyo  á  los  esfuerzos  y 
tentativas  con  que  creían  poder  conmover  á  Chile 
de  nuevo  y  restablecer  su  lucha  por  la  indepérídeti- 
cia.  ¿Fué  error  de  concepto  producido  por  üñ  hió- 
tivo  serio  y  justificado  como  pudo  serlo  eSé  que  él 
general  invocaba  después,  ó  fué  una  resolución  apa- 
sionada y  poco  sincera  para  separar  de  Mendoza 
con  un  motivo  cualquiera  á  su  gobernador'  inten- 
dente? Nadie  podría  hoy  decirlo  Con  Una  concien- 
cia segura  dé  que  no  propalaba  una  calumnia. 

Lá  gloria  posterior  de  San  Martín,  los  innieft- 
sds'  tesuítados  que  supo  sacar  de  su  goberriac'ióh 


204  DICTADURA 

de  Mendoza,  han  hecho  que  el  cargo  de  su  desti- 
tución haya  venido  á  pesar  sobre  las  responsabili- 
dades de  Alvear  de  una  manera  abrumadora.  Pero 
si  se  reflexiona  que  en  aquel  momento  nada  de  eso 
podía  preverse,  porque  los  hombres  no  tienen  el 
deber  de  gobernar  por  adivinaciones;  que  los  car- 
gos retrospectivos  son  tan  absurdos  y  tan  chocan- 
tes á  los  ojos  de  la  Historia  como  lo  es  la  retroacti- 
vidad  de  las  leyes  por  iguales  principios,  nadie  que 
trate  de  formar  un  juicio  sincero,  podrá  dejar  de 
convenir  en  que  por  reprensible  que  quiera  hacerse 
ese  acto  del  general  Alvear,  pudo  ser,  si  se  quiere, 
un  error,  una  inspiración  poco  elevada,  el  cálculo 
de  una  ambición  egoísta  (pecado  venial  entre  hom- 
bres políticos),  pero  no  un  crimen  ni  un  atentado 
político,  porque  la  facultad  de  nombrar  y  de  se- 
parar intendentes  provinciales  estaba  entre  las 
atribuciones  constitucionales  y  legítimas  que  ha- 
bían tenido  siempre  todos  los  gobiernos  generales 
de  la  capital  después  y  antes  de  la  Revolución 
de  1810. 

Al  saberse  esta  resolución  en  Mendoza,  la  pro- 
vincia entera  se  alzó  contra  ella,  y  su  Cabildo  de- 
claró que  no  consentiría  la  separación  del  general 
San  Martín.  El  sucesor  nombrado  —  coronel  don 
Gregorio  Perdriel  —  se  hallaba  ya  en  San  Luis. 
Pero  el  pueblo  le  prohibió  pasar  adelante,  y  las 
cosas  se  mantenían  en  esta  crítica  situación  cuando 
ocurrió  el  sacudimiento  de  abril  que  puso  fin  al 
gobierno  del  8  de  octubre. 

Rácesele  otro  cargo  al  general  y  á  la  ilustre  oli- 
garquía de  la  Asamblea  General  Constituyente,  y 
se  le  recarga  con  tales  tintas  que  parece  que  no  se 


Y    CAÍDA    DE    LA    ÜLIGAROUÍA    LIBERAL  205 

quisiera  otra  cosa  que  presentarlos  como  traidores 
á  su  carácter  público  y  á  sus  deberes  como  ciuda- 
danos argentinos. 

Sublevado  el  ejército  del  norte,  y  puesto  en  ma- 
nos de  Rondeau  con  la  completa  indisciplina  y 
anarquía  en  que  se  hallaban  sus  jefes  (15),  era  casi 
seguro  que  sería  derrotado  por  Pezuela  en  los  pri- 
meros encuentros,  y  que  las  fronteras  del  norte  que- 
darían otra  vez  abiertas  (como  en  efecto  quedaron 
al  poco  tiempo)  á  una  invasión  más  poderosa  aun 
y  mejor  combinada  que  las  anteriores.  Todo  con- 
curría á  justificar  ese  temor  (16).  Se  esperaba  tam- 
bién que  en  los  primeros  meses  de  1815  apareciese 
en  el  Río  de  la  Plata  el  formidable  armamento  pró- 
ximo á  zarpar  de  Cádiz  al  mando  del  general  Mo- 
rillo. Los  realistas  del  Perú  acababan  de  someter 
á  Chile  en  octubre  (1814).  Y  desde  que  entrasen 
fuerzas  españolas  por  el  Río  y  por  Salta,  las  de 
Chile  quedaban  en  aptitud  de  pasar  la  cordillera  y 
de  buscar  la  incorporación  general  de  todas  ellas 
en  el  centro  mismo  de  las  Provincias  Unidas. 

A  esta  perspectiva  aterradora  se  unía  la  feroci- 
dad de  las  bandas  bárbaras  y  anárquicas  de  Arti- 
gas, y  la  intransigencia  de  este  caudillo  á  entrar  en 
el  acuerdo  de  la  defensa  común  de  la  patria,  de 
otro  modo  que  asolando  á  Buenos  Aires  y  some- 
tiendo la  nación  al  sistema  salvaje  que  era  su  na- 
tural y  único  elemento  de  gobierno  y  de  poder. 

En  medio  de  este  mar  embravecido,  Buenos  Ai- 

(15)  Memorias  del  general  Paz,  tomo  T,  pág.  193  á  203  ; 
218  á  230;  260  á  268. 

(16)  Véase  Documentos  inéditos,  etc.,  etc.,  por  el  doc- 
tor don  M.  R.  García,  pág.  13  del  primer  cuaderno  (1883). 


3o6 


DICTADURA 


re.s.'CStajba  solo  como  un  islote  por  cuyos  qosta;dos 
subía,  cada  ,y.ez  más  la  m^area,' amenazando  tragár- 
selo todo  y  llevárselo  al  fondo  del  ahíisuio.  No,  ha- 
bía, ,^Qri.ci,er,to,  que  desesperar  de  la  energía  na- 
.cipnarini,  del  hado.  Pero  quedaban  otrag  esperan- 
jzas,  ,.aunqu,e,  fueran  remotas,  á  las  ,  que  coíi venía 
asixse.     .,,■., 

,,.,,  Imppsi|3l'e  les  parecíai  á  los  hcjmbres  políticos 
,q^ '  Iniglaterra  y  Portugal,  por.  sus  propios  inte- 
.^•■leses,;.  de, 'posición  el  uno,  de  comercio  el  otro,  se 
.líiegaran.'^n  tan  horrible  naufragio  á  alargar  su  ,ma- 
no  generosa  á, una  parte  del  mundo  cuyos  merca- 
dos tarvto  les  interesaban,  y  cuya  cultura- y  salva- 
ción era)  uno ,  de  los  ínás  vivos  clamores '  de  la  ppde- 
rd^ia 'prBíJsa  de  Londres;.  Eira  pues  indispensable, 
erá  urgeriteíacudir  á  lellós.  La  , Banda  .Orieíntal  se 
'había  hech<3  independiente..  Como  poder  irídépen- 
dietité  effii  extranjero,  tenia  su  bandera  propia:,  su 
"gobierno  absoluto  ,^  y  como  independiente  y:  «xtran- 
jefó  también,  había  '  ocupado  :  y  cóniquistado  dos 
provincial' 'argentinas  eh  donde-  itti^tierabá  mJlitar- 
"¡"nente.'  Convenía,  pues,  contra  ése  poder  extraño 
y  'úsuí-páílóf  'de  lo  ajeáo,  büiscaf  una  aHan2^  en  el 
5>bdier  limítrofe  de  Portugal,  cóñsintierido  que  á  sti 
vez  conquistase  ía  Banda  Oriental  á  tt-uéque  de 
anonadar  las  agresiones  de  su  caudillo  y  de  su  bar- 
barie', y  de  poder  recuperar  lá  íntiegridad  legítima 
v. natural  der territorio  argentino.  Pero  era  mieries- 
ter  además  contener,  por  lo  pronto  ál  menos,  los 
armamentos  de  España  contra  fel  Río  de  la  Pl^ta; 
y  eso  sólo  podía  hacerlo  Inglaterra,  movida  poV  las 
(^ij§^s,j.quélietnos  indicado.  Mas  ^  qué  fk>díá_,ofre- 


Y   caída    de    LA-pupARiQUIA    LIBERAL  207 

,c^rqele,á  jlnglaterra  que  pudiera  inclip^rla  .á  .con,- 
cedernos  es^e;  inmenso  servicio?  Pedirlp.su.aUapza 
.^lalpría.sjdo  absurdo.  Lo  único  que  podría  hacerse 
.fsraiporíerse  bajo  su  protectorado.  Nadie,  ignoi^alp.a 
fifue^; Inglaterra  no  aceptaría  la  verdad  de  la-pos^.; 
j)e¡r9,  sei>creia  que  haciéndole  la  oferta  espontánea,- 
.qii^i>tq¡^  1^  ponía  en  el  compromiso  y  en  el.  derecho 
.d!©:  pedirle  á  España  que  respetase  su  mediación  en 
f^yor -de;  su^  protegidos,  oyéndolos  antes  derprpcer 
deí  cOjníra  ellos,  que  era  todo  lo  que  el  ,gqbi^Tn9 
de, j,8\4;á  1815  quería  obtener  para;  g^nar  ;tien]pp 
.y  isalir':  de  las  circunstancias  apremiantes:  y  fatales 
en  iqti€  sé;  veía  envuelto.  i  Tí  ?.  n(j::;i:::, /ji    -I; 

1  i  vAlvéar- le  encargó  ésta  doble  misión  al  hoínbre 
dC' Estado  iiíás  ágil  y  sagaz  que  tenía  el  :país):'horaV 
brei  que  podía  pasar  por  an  modelo  de'cultuua  cláí- 
sítía-¡eh  :ctíal4uiera  parte  del  mundo ;  formaíl ¡y-amei- 
'fiísíitiO  al'^'misjmo  tiempo,  serio  y  profundo  ^en  él 
OohíáéliOjV  amabilísimo  sin  interrupcionc's  rií  ¡c^pri"- 
chos  en  el  trato  social;  de  bonita  figurá'y'álmpá^ 
tíco'serríbíánte;  honorable,  discreto,  y  p'üríiimb  en 
áuS  dostumbres;  correcto  en  sus  principios  rhora- 
íés;  dé  uria  prudencia  franca,  sin  reticencia^  ni  fin- 
gidas reye'rvas,  que  en  vez  de  r^cbncjeritfarse  cÓmb 
hacen  los  necios  para  parecer  profundos,  mostraba 
su  cordura  éh  la  lucidez  del  juicio  y  en  la  apropia- 
ción de  la  frase,  calculada  para  no  traspasar  el  lí- 
mite convehieñte,  ni  dejar  incompiletó  ,et  concepto. 
Además,  de  que  su  educación  literaria  Kabíar^ido 
complet^á,  éli  la  había  extendido  y  cultivador,  con 
vastas  lecturas  y  con  un  gusto  exquisito!  Por 'todo 
ésto  dóh  Manuel  José' García  era  ütí  idiplórháVicó 


208  DICTADURA 

consumado  que  sabía  hacerse  querer  y  buscar.  Para 
la  corte  de  Río  Janeiro  era  especial  (17).. 

Las  relaciones  oficiales  del  rey  de  Portugal  con 
el  de  España  hacían  imposible  que  García  fuese 
admitido  en  Río  Janeiro  con  carácter  público;  y 
por  eso  sus  documentos  lo  acreditaban  sólo  como 
agente  confidencial  y  privado.  Pero  muy  pronto  se 
hizo  tan  notoria  su  misión  y  su  persona,  que  era 
tenido  y  recibido  por  todos  como  un  miembro  re- 
conocido y  apreciadísimo  del  cuerpo  diplomático, 
y  en  relación  hasta  con  los  ministros  de  España. 

No  es  de  este  momento  la  interesante  historia 
de  la  misión  á  Río  Janeiro;  pero  vamos  sin  embar- 
go á  ocuparnos  de  un  incidente  que  ha  dado  lugar 
á  cargos  posteriores  contra  el  general  Alvear  y  con- 
tra su  enviado ;  incidente  que  estudiaremos  aisla- 
damente, porque  tomado  en  su  verdad  no  fué  parte 
de  esa  misión,  no  figuró  en  ella,  ni  entró  jamás  en 
los  sucesos  tratados  por  la  diplomacia  argentina  de 
que  luego  hablaremos. 

Al  partir  entregáronsele  al  señor  García  dos  no- 
tas reservadas  con  el  cargo  de  consultar  al  emba- 
jador inglés  si  no  podría  hacerse  que  Inglaterra, 
invocando  un  derecho  propio,  abriese  con  España 
una  negociación  seria  y  formal  de  avenimiento  con 
el  Río  de  la  Plata.  Una  de  esas  notas  iba  dirigida 

(17)  Su  influjo  llegó  á  tanto  en  esa  corte  que  muchas 
veces  el  rey  don  Juan  VI  encargó  á  sus  ministros  que  con- 
sultasen con  García  asuntos  graves  de  su  política  interna, 
referentes  á  las  relaciones  del  Brasil  y  Portugal,  en  nada 
ligados  con  los  del  Río  de  la  Plata.  Documentos  inéditos 
acerca  de  la  misión  del  doctor  don  Manuel  José  García 
en  la  corte  de  Rio  Janeiro,  pág.  43. 


Y   CAÍDA    DK    LA  :OLl(3;\RQUÍA    LIBERAL  209 

al  'mism'O  embajador   inglés  de  Río  Janeiro,   y  la 
otra  al  ministro  de  Relaciones   Extranjeras  de  la 
Gran  Bretaña.  Se  les  decía:  <(Cinco  aíids  de  repe- 
tidas experiencias  han  hecho  ver  de  un  rriodo  indu- 
dable á  todos  los  hombres  de  juicio  y  de  opinión 
que  este  país  no  está  en  edad  ni  en  estado  de  gober- 
narse por  sí  mismo,  y  que  necesita  una  mano  exte- 
rior que  lo  dirija  y  contenga  en  la  esfera  del  orderí, 
arites  que  se  precipite  en  los  horrores  de  la  anar- 
quía. Pero  también  ha  hecho  conocer  el  tiempo  la 
imposibilidad  de  que  estas  provincias  vuelvan  á  la 
antigua  dominación,  porque  el  odio  á  los  españo- 
les, qjué  ha  excitado  su  orgullo  y  aprensión  desde 
el  tiempo  de  la  conquista,  ha  subido  despuntó  con 
los  sucesos  y  los  desengaños  de  su  fiel^eza  durante 
la  revolución.  La  sola  idea  de  composición  con  los 
españoles  los  exalta  hasta  el  fanatismo,  y  todos  ju- 
rarán en  público  y  en  secreto  morir  antes  que' su- 
jetarse á  la  metrópoli.   Ha  sido   necesaria  toda  la 
prudencia- política  y  ascendiente  del' gobierno  ac- 
tual para  contener  la  irritación  que  ha  causado  en 
la  masa  de  los  habitantes  el  envío  de  diputados' 'ál 
rey».   '  '  ■'■''  '-  '    ■  ' ' 

Los  conceptos  que  acabamos  de  tráóscnb i  i-  tie- 
nen una  importancia  decisiva  para  qué  se  penetre 
en  la  artería  verdaderamente  sagaz  con  que  se  ha- 
bía concebido  y  con  que  se  debía  practicar  ésta  in- 
triga, pues  en  el  fondo  de  nada  más  sé  trataba  que 
de  -una  intriga  necesaria  para  ganar  tiertipo.  La 
Gran  Bretaña,  como  se  debe  recordar,  insistía  por 
medio  de  lord  Strangford  en  que  el  gobierno  ar- 
gentino mandase  comisionados  que  propusieran  y 
formalizaran  con  España  un  pacto  que  pusiei'a  tér- 

HIST.    DE    LA   REP.    ARGENTINA.    TOMO   V.  — 14 


2ÍO  DICTADURA 

mino  á  la  revolución  y  que  sin  violar  los  derechos 
legítimos  del  rey,  consagrara  las  franquicias  y  li- 
bertades que  se  hacían  necesarias  en  la  nueva  si- 
tuación de  las  colonias.  El  gobierno  argentino  aca- 
baba de  prestarse  á  dar  ese  paso,  enviando  á  Ingla- 
terra á  los  señores  Belgrano  y  Rivadavia  con  el  en- 
carg"o  de  ver  si  esta  nación  podía  abrirles  paso  y 
hacerlos  oir  del  gobierno  español.  Pero  al  prestar 
esa  obsecuencia  á  un  gobierno  de  cuya  protección 
directa  ó  indirecta  se  esperaban  actos  de  política, 
cuando  menos,  que  contuviesen  por  algún  tiempo 
las  expediciones  armadas  de  España  sobre  el  Río 
de  la  Plata,  ó  más  bien  dicho  un  ataque  á  fondo 
sobre  Buenos  Aires,  que  era  la  fuente  y  la  fuerza 
de  la  gu-erra  de  la  Independencia,  el  gobierno  del 
general  Alvear  protestaba  en  esa  nota  contra  su 
propia  docilidad,  y  le  representaba  al  gobierno  in- 
glés la  imposibilidad  en  que  se  hallaba  de  hacer  que 
el  país  cumpliera  un  pacto  ó  arreglo  que  dejara 
subsistentes  los  vínculos  coloniales  de  España, 
cualquiera  que  fuese  la  forma  en  que  se  ajustara. 
Todos  los  que  estén  animados  de  un  juicio  recto 
y  despreocupado  comprenderán  que  con  esta  sola 
salvedad,  que  con  esta  sola  indicación,  el  Director 
y  sus  ministros  ¡mostraban  que  en  ningún  caso  se 
prestarían  á  eso ;  pues  aun  cuando  se  prestaran,  el 
país  los  habría  de  renegar  y  castigar,  «porque  es- 
taba resuelto  á  su  propia  destrucción  antes  que  vol- 
ver á  la  antigua  servidumhren.  Véase,  pues,  con 
toda  evidencia  que  hasta  absurda  sería  la  idea  de 
acusar  á  ese  gobierno  de  haber  querido  traicionar 
á  la  patria  entregándola  de  nuevo  al  yugo  colonial. 
Sentada  la  incompatibilidad  absoluta  de  volver 


Y   caída    de    la   oligarquía    liberal  211 

4  entrar  en  el  gobierno  español  bajo  forma  alguna, 
el  gobierno  de  Buenos  Aires  decía  que  otra  cosa 
sería  si  la  generosa  Inglaterra  ((quisiese, poner  un 
remedio  eficaz  á  tantos  males  acogiendo  en  sus  bra- 
zos á  estas  provincias  que  obedecerán  su  gobierno 
y  recibirán  sus  leyes,  y  que  sería  el  único  medió  de 
esperar,  de  la  sabiduría  de  esa  nación,  una  existen- 
cia pacífica  y  dichosa». 

Los  hombres  que  hacían  esta  sorprendente  in- 
dicación en  secreto  y  sin  que  nadie  la  conociera, 
no  tenían  un  pelo  de  inocentes  ni  de  candorosos. 
Sabían  perfectamente  que  Inglaterra  no  aceptaría 
ni  podía  aceptar  semejante  anexión  al  frente  de  las 
potencias  reunidas  en  el  Congreso  de  Viena.  ((El 
único  inconveniente  de  parte  de^  Inglaterra  sería 
aquel  que  ofrece  la  delicadeza  del  decoro  nacional 
por  las  consideraciones  debidas  á  la  alianza  y  rela- 
ciones con  el  rey  de  España.  Pero  no  hay  razón 
para  que  este  sentimiento  de  pundonor  haya  de  pre- 
ferirse al  grande  interés  que  puede  permitirse  In- 
glaterra de  la  posesión  exclusiva  de  este  conti- 
nente, y  á  la  gloria  de  evitar  la  destrucción  de  una 
parte  tan  considerable  del  Nuevo  Mundo,  especial- 
mente si  se  reflexiona  que  la  resistencia  á  ésta  so- 
licitud, tan  lejos  de  asegurar  á  ¡os  españoles  la  re- 
conquista de  estos  países,  no  haría  más  que  auto- 
rizar una  guerra  civil  interminable,  que  los  haría 
inútiles  para  la  metrópoli  en  perjuicio  de  todas  las 
naciones  europeas^.  El  gobierno  había  estudiado, 
pues,  perfectamente  las  condiciones  sociales  del 
país,  y  veía  lo  que  hoy  es  claro  para  todos.  Si  una 
fuerte  expedición  española  hubiera  desembarcado 
en  el  Río  de  la  Plata  no  había  otra  lucha  posible 


212  DICTADURA 

que  la  insurrección  general  de  las  masas.  La  gue- 
rra bárbara  tenía  pues  que  entrar  necesariamente  á 
ocupar  el  vacío  que  habría  dejado  la  guerra  culta 
y  regular  que  sostenía  el  gobierno  orgánico  y  civi- 
lizado de  la  capital. 

Suponer  que  el  gobierno  y  el  partido  que  inicia- 
ba esta  negociación,  había  premeditado  y  resuelto 
ya  hacerse  colonia  inglesa  y  renunciar  á  la  inde- 
pendencia, sería  partir  muy  de  ligero  é  incurrir  en 
un  error  claro  por  no  darse  el  trabajo  de  penetrar 
en  la  naturaleza  misma  del  negocio  en  cuestión. 
Esos  hombres  sabían,  hemos  dicho,  que  Inglate- 
rra no  podía  aceptar  semejante  propuesta,  ni  como 
anexión  ni  como  protectorado;  y  por  lo  mismo  que 
lo  sabían  es  que  se  la  presentaban.  Lo  que  ellos 
creían  posible  (y  los  hechos  lo  justificaron  como 
lo  hemos  de  ver)  era  que  Inglaterra  hiciese  valer 
el  acto  espontáneo  con  que  el  gobierno  argentino 
se  ponía  bajo  su  protectorado,  como  un  acto  que 
le  daba  personería  propia  para  abrir  una  negocia- 
ción con  España,  contener  por  lo  pronto  sus  es- 
fuerzos militares,  y  tratar  de  un  ajuste  sobre  la 
base  de  la  independencia  y  de  la  creación  de  una 
monarquía  constitucional  en  cabeza  de  algún  prín- 
cipe español  ó  de  otra  familia  real  europea.  Como 
esto  era  muy  largo  de  hacerse  creía  el  Director  Su- 
premo, y  creían  también  sus  ministros,  que  logrado 
que  fuese  el  primer  paso,  había  tiempo  de  sobra 
para  salir  de  todas  las  dificultades  que  se  suscita- 
ran y  quedar  en  libertad  de  obrar  según  las  cir- 
cunstancias. Creían  que  lord  Strangford,  de  acuer- 
do con  sus  antecedentes  y  con  la  política  comer- 
cial de  su  gobierno,  tomaría  esta  propuesta,  pres- 


Y   CAÍDA    DE    LA   OLIGARQUÍA   LIBERAL  ?I3 

cindiendo  del  fondo,  como  una  ocasión  de  mediar 
y  de  conseguir  un  tratado  que  por  su  misma  natu- 
raleza viniese  á  consolidar  aquellos  grandes  inte- 
reses de  mercado  que  Inglaterra  miraba  como  de 
primera  importancia  para  su  industria,  para  las 
graves  cuestiones  sociales  del  pauperismo,  y  de 
otros  problemas  tan  inminentes  y  serios  como  és- 
te (i8).  Y  la  prueba  de  que  nuestros  hombres  te- 
nían razón,  es  que  Inglaterra  hizo  todo  lo  que  ellos 
le  pedían,  aunque  usando  de  otros  medios  más  di- 
simulados que  le  permitieron  mantenerse  irrepro- 
chable en  las  formas  (19). 

(18)  Véase  las  págs.  236,  245,  331,  525,  543,  546  del  vo- 
lumen III  y  las  págs.     79,   127,    131,   145  del  vol.   IV. 

(19)  En  conversación  del  señor  García  con  nuestro  pa- 
dre, que  estaba  unido  á  él  por  una  amistad  verdadera- 
mente fraternal,  recordando  aquellos  tiempos  le  decía  que 
él  había  sido  opuesto  á  este  paso  porque  lo  consideraba 
inútil  desde  que  tenía  por  imposible  que  Inglaterra  to- 
mase semejante  actitud  dada  la  situación  de  las  potencias 
en  el  Congreso  de  Viena.  Pero  que  Alvear  y  Herrera,  creían 
que  la  opinión  pública  y  el  Parlamento  influirían  sobre  el 
gabinete  para  obligarlo  á  tomar  en  cuenta  el  ofrecimiento 
y  dar  pasos  que  redujeran  á  España  á  transigir ;  que  él 
recibió  las  notas  con  ánimo  de  no  hacer  uso  sino  en  el  caso 
de  que  lord  Strangford  opinase  que  para  algo  pudieran 
servir  ;  pero  que  como  Rivadavia  se  mostrase  deseosísimo 
de  llevar  la  que  iba  dirigida  al  ministro  de  Relaciones  Ex- 
tranjeras, se  la  entregó.  Las  notas  aludidas  no  se  han 
mantenido  hasta  1842  en  la  reserva  absoluta  que  se  pre- 
tende. Notable  es  á  este  propósito  la  carta  de  Sarratea  don- 
dedice:  (cEl  pliego  no  podía  perjudicar  á  nadie...  Tampoco 
era  secreto,  pues  lo  sabían  muchos:  era  uno  de  los  objetos 
de  mi  venida,  entre  los  consejeros  íntimos».  Mi  padre  co- 
nocía la  existencia  de  esas  notas  probablemente  por  haber 
estado  en  intimidad  con  los  negocios  públicos  y  secretos 
durante  los  dos  periodos  de  Posadas  y  de  Alvear. 


2Í4  DICTADURA 

Para  saber  lo  que  un  documento  oficial  tiene  ó 
no  tiene  de  verdadero,  sobre  todo  si  participa  de 
cierto  carácter  diplomático,  es  menester  no  tomarlo 
á  ciegas,  por  lo  que  en  él  se  diga,  sino  compararlo 
cuidadosamente  con  las  circunstancias  del  tiempo, 
con  la  índole  de  los  sucesos  y  de  los  hombres  que 
lo  produjeron  y  con  otros  documentos  que  le  sean 
relativos  en  esas  mismas  circunstancias  y  tijempos. 
Así  el  ministro  Herrera  se  dirigía  al  doctor  Passo, 
ministro  residente  en  Chile,  y  sobre  el  envío  de 
diputados  para  negociar,  le  escribía  con  carácter 
reservado :  «Todo  esto  es  con  el  objeto  de  retardar 
sus  operaciones  (habla  de  Pezuela),  paralizar  sus 
movimientos  y  adelantar  nosotros  las  medidas  que 
tomamos  para  despedirlo  con  la  fuerza  de  nuestro 
territorio  y  en  todo  caso  para  justificar  con  un  re- 
conocimiento indirecto  los  derechos  del  señor  don 
Fernando.  Su  Excelencia  me  ha  ordenado  que  se 
lo  comunique  á  usted,  como  lo  verifico,  para  que 
se  insinúe  con  ese  gobierno,  á  efecto  de  que  dé  el 
mismo  paso  con  el  general  Gainza  (20)  y  logre  por 
este  medio  los  mismos  fines  que  nosotros  nos  he- 
mos propuesto».  Así  pues  á  los  realistas  se  les  po- 
nía á  la  vista  el  reconocimiento  de  los  derechos  de 
don  Fernando  VII;  á  los  ingleses  la  absoluta  im- 
posibilidad de  aceptar  los  derechos  antiguos  de  ese 
rey  y  de  preferir  la  destrucción  y  la  barbarie  antes 
que  caer  de  nuevo  en  el  yugo  colonial. 

Llegado  á  Río  Janeiro  el  señor  García  tuvo  una 
conferencia  con  lord  Strangford.  Es  de  creer  que 
el  embajador  inglés  no  la  mirara  como  un  incidente 

(20)     General  en  jefe  de  los  realistas  en  Chile. 


Y    CAÍDA    UK    LA    OLlGARyUIA    LIBERAL  215 

eventual,  sino  como  un  acto  serio,  puesto  que  pi- 
dió al  agente  argentino  que  tuviese  la  deferencia 
de  ponerle  por  escrito  todo  lo  que  había  expresado 
en  ella.  Evidente  es  que  con  esto  quería  decir  que 
se  consideraba  obligado  á  transmitirlo  á  su  gobier- 
no ;  y  si  hemos  de  buscar  el  rastro  de  estas  circuns- 
tancias en  la  prensa  oficial  ó  bien  informada  de 
Londres,  creemos  que  ,1o  hemos  encontrado,  con 
resultados  positivos  en  favor  de  nuestra  indepen- 
dencia, como  lo  expondremos  cuando  tratemos  de 
los  trabajos  diplomáticos  de  la  Revolución,  pues 
por  ahora  tratamos  sólo  de  la  justicia  ó  injusticia 
de  los  cargos  hechos  con  este  motivo  á  la  adminis- 
tración y  á  la  diplomacia  del  general  Alvear  y  de 
sus  cooperadores.  Tomada  en  este  sentido  la  con- 
ferencia del  señor  García  con  lord  Strangford,  nos 
da  una  prueba  valiosísima  de  que  el  contenido  de 
las  notas  aludidas  no  era  sino  un  medio  diplomá- 
tico propuesto  para  justificar  la  oferta  de  una  me- 
diación. 

En  esa  conferencia  no  se  habló  una  sola  pala- 
bra, no  se  indicó  siquiera  la  propuesta  de  anexión, 
ni  se  dejó  entrever  en  ella  otra  cosa  que  la  solici- 
tud de  una  mediación  amistosa,  en  nombre  de  la 
protección  que  Inglaterra  debía  á  las  provincias 
del  Río  de  la  Plata.  Se  trajeron  á  colación,  es  ver- 
dad, los  antecedentes  de  1806  y  la  política  de 
Mr.  Pitt;  pero  no  como  incitaciones  á  conquista  y 
dominación,  sino  como  pruebas  del  interés  vital 
con  que  Inglaterra  había  procurado  siempre  abrirse 
las  fuentes  del  comercio  sud-americano.  Y  si  algo 
más  se  quisiera  deducir,  sería  que  para  los  hombres 
de  aquel  tiempo  nada  hubiera  sido  tan  satisfacto- 


2i6  ;    ■,  DICTADURA 

rio  como  la  cireación  de  una  monarquía  constitución 
nal  bajo  el  patronato  de  Inglaterra.  EL  que  no*  se 
hubiescj  c-pnseguido  no.es  prueba  de-  que  no  hubiera 
sido  )P)  rnejor.  Sería  menester  ser  muy'  obcecado  en 
preoG!Lipa:GÍone$  políticas  para  pretender  menospre- 
ciar al  Brasil,  por  ejemplo,  de  no  ser  una  repúbli- 
ca. Ea^quel  tiempo  todos  los  patriotas  argentinos 
perjsal^ían  jqomo  pensaron  los  patriotas  brasileños 
que  once  años,  después  formaron  su  in(;lependencia 
bajo  la  forma  constitucional  de  su  monarquía.  ((En 
el;;p^ís  (esscribía  Sarratea  á  García)  no  se  tenía  por 
traición  cualquier  sacrificio  en  favor  de  los  ingle- 
ses, ni  aún  la  completa  sumisión  antes  que  perte- 
necer otra  vez  á  España».  ¡Y  es  claro!  el  alto  y 
grandiosísimo  fin  de  los  hombres  de  aquellos  días 
era  ser  Ubres,  porque  ser  libres  era  ser  indepeín- 
dientes.         '  .      . 

Si  dé  esto  se  pudiera  hacer  un  cargo  á  la  Asarn- 
blea  General  Constituyente  y  al  gobierno  que  ella 
sostuvo,  sería  un  cargo  que  debería  recaer  sobre 
todo  el  partido  y  no  sobre  García,  que  no  fué  sino 
uñó  de  los  representantes  del  pensamiento,  general, 
f^ara  nosotros,  si  hubo  pecado, fué  un  pecado  de  in- 
triga cuando  más,  ((Con  el  objeto  de  retardar  las 
operaciones  del  enemigo,  de  paralizar  sus  movi- 
njiientoSy  y  de  adelantar  las  medidas  que  s^  toma- 
ban para  repelerlo  por  la  fuerza»,  como  decía  He- 
rrera en  su  comunicación  reservada  á  Passo.  ■ 

Otros  personajes  que  obraron  entonces  también, 
con  menos  cordura  y  tino,  y  que  por,  haber  actuado 
después  como  jefes  en  la  guerra  activa  de  los  par- 
tidos  más  que  por  sus  verdaderos  seryic,k)S,^  han 


Y   CAÍDA    DE    hA   QU,QAB.QUÍA    LIBERAL  2I7 

logrado  ut^  pedestal  más  Siagíado  y  reverenciado  en 
la,. adoración  idolátrica  de  :susí  adeptos  (¿r).-:  ;;  1  :j 
.  D.ejiandp  para  su  tierppo  el  estudio  detenido  de 
la  ^isióar  del  sefíor  Rivadavia,  aquí  diremos  sola^ 
mpn^t^eque- si  sus  actos  se  justifican  ante  sus  admi4 
radores  con  la  necesidad  de  ganar  tiempo,  ¿  quién 
es  el  qvie  podrá  sostener  que  no  llevaban  el, mismo 
finias  notas  entregadas  á  García?...  Y  si  se  optara 
poif  .Inculpabilidad  de  arnbos,  habría  que  reparar 
que  en   un   caso  las   notas  no  fueron   presentadas 

•i.  ■  ' 

(21)'.  Don  Bernardino  Rivadavia  entre  ellos;  que  de  sii 
propia  cuenta  j  en  esa  misma'  época,  se  presentaba  en  Ma^ 
drid  dirigiéndose  en  esto§;  términos  al  ministro:  de,  Fer- 
nando VII,  don  Pedro  de  Ceyallos :  «Madrid  28  de  mayo 
de  1815:  — Excmo.  Señor;  Él  27  del  corriente  tuve  la  sa- 
tisfacción de  presentarme  á  V.  í^.  en  cumplimiento  de  la 
Real  ■  Orden  de  diciembre  de  1815,  de  poner  en  sus  manos 
la  credencial  de  mi  comisión  (*)  y  de  explicarle  él  objeto 
de  ^lla  así  ,como  los  incidentess  que  pueden  influir  más 
substancialmente  en  el  asunto.  Como  la  misión  de  los  pue- 
blos que  me  han  diputado  se.  reduce  { ¡)  á  cuni-plir  con  la 
sagrada  obligación  de  -presentar  á  los  fies  de  Su  Majestad 
las  más  sinceras  frotesias  de  reconocimiento  de  su  vasa- 
llaje., felicitándolo  por  su  venturosa  y  deseada  restitución 
al  ¡trono,  y -suplicarle  humildemente  el  que  se  digne  cóm<) 
p^^rjS  de,  svjis  pueblos,  darles  á  entender  los  términos  que 
hajn  de  regl,ar  su  gobierno  y  administración,  V.  E.  me  per- 
mitirá' que  sobre  tan  interesantes  antecedentes  le  pida  una 
contestación,  cual  la  desean  los  indicados  pueblos,  y  de- 
rrianda  la  situación  de  aquella  -parte  de  la  monarquía..— 
Bernardino  Rivadavia».  (Documentos  inéditos  acerca  de  la 
misión  del  doctor  don  Manuel  ¡osé  Garda,  diputado  de 
las  Provincias  Unidas  en  la  corte  de  Rio  Janeiro,  página 
26.  Imp.  de  J.  k.  Alsiná,  1883). 

o    Que  le  había  sido  retirada.  .'..'.., 


2l8  DICTADURA 

sino  retenidas;  que  no  han  jugado  papel  alguno 
en  los  incidentes  de  la  misión  á  Río  Janeiro,  mien- 
tras que  en  el  otro  caso  los  procederes  dei  señor 
Rivadavia  fueron  notorios,  y  sinceros  también  si 
hemos  de  tomar  en  cuenta  su  carácter  incapaz  de 
malicias,  por  no  decir  otra  cosa.  A  los  ojos  de  la 
razón  y  de  la  patria,  la  falta  que  se  le  reprocha  al 
director  supremo  don  Carlos  de  Alvear  y  á  su  en- 
viado el  señor  García,  sería  mucho  menor.  A  ellos 
se  podría  cuando  más  acusárseles  de  haber  pen- 
sado (sin  haberlo  tentado)  en  poner  al  país  bajo  el 
protectorado  de  un  gobierno  libre  que  daba  garan- 
tías eficaces  á  todos  los  progresos  y  medios  de 
prosperidad  que  hacen  cultos  y  felices  á  los  pue- 
blos. El  señor  Rivadavia  había  ido  mucho  más  le- 
jos :  sin  anuencia  ni  consentimiento  de  su  gobier- 
no (22)  había  llevado  el  vasallaje  argentino  á  los 
pies  de  un  tirano  retrógrado  y  atroz  que  tenía  es- 
candalizada á  Europa  y  martirizado  su  propio  país 
con  atentados  sanguinarios,  y  que  en  caso  de  ha- 
ber restaurado  ese  vasallaje  habría  consumado  el 
exterminio  y  la  ruina  del  Río  de  la  Plata. 

Pero  si  volviésemos  al,  terreno  de  la  verdad  y  de 
la  justicia^  nos  convenceríamos  de  que  en  uno  y  en 
otro  caso  no  había  habido  tales  culpas  ni  tales  in- 
tenciones de  traicionar  la  causa  del  país.  Se  trataba 
de  cosa  muy  distinta.  La  cuestión  vital  era  ganar 
tiempo;  y  los  mismos  documentos  lo  prueban  de 
una  manera  incontrovertible. 

Más  digna  de  lamentarse  fué  por  cierto  la  im- 

(22)  Documentos  inéditos  del  señor  García,  pág.  4' 
del   segundo  cuadeírnó. 


Y    caída    de    la    oligarquía    liberal  2\í) 

premeditación  (no  osamos  decir  la  injusticia)  con 
que  se  procedió  contra  un  desgraciado  oficial,  que 
hubo  de  sufrir  el  peso  tremendo  de  las  circunstan- 
cias y  de  la  justicia  febril  en  que  los  sucesos  tenían 
al  gobierno  en  aquellos  días,  los  próximos  á  su 
caída.  Don  Marcos  Cbeda  era  un  oficial  subalterno 
de  cuyo  carácter  y  situación  en  el  ejército  no  esta- 
mos bien  informados.  Díjose  entonces  que  el  sar- 
gento mayor  don  Antonio  Díaz,  comandante  de  la 
escolta  del  Director  Supremo  (hombre  de  viva  in- 
teligencia, que  sabía  estar  alerta),  ya  sobre  aviso 
anterior,  había  sorprendido  al  capitán  Übeda  den- 
tro de  su  cuartel  en  el  empeño  de  seducir  oficiales 
de  su  cuerpo  para  echarse  sobre  el  Director  y  ase- 
sinarlo. A  las  treinta  horas  de  habérsele  tomado, 
Cbeda  era  fusilado  dentro  de  la  cárcel  en  la  madru- 
gada del  domingo  7  de  abril,  y  puesto  inmediata- 
mente en  una  horca  levantada  en  medio  de  la  pla- 
za. Cuadró  la  fatal  coincidencia  de  que  aquel  día 
fuese  Domingo  de  Pascuas.  Las  gentes  que  acu- 
dían de  mañana  á  oir  misa  en  la  Catedral,  al  ver 
aquel  espantajo,  lo  tomaron  por  la  festiva  armazón 
de  un  Judas;  convirtiéndose  su  engaño  en  horror 
y  en  espanto  cuando  al  acercarse  se  encontraron  con 
el  lívido  cadáver  de  un  hombre. 

Las  familias  y  mujeres  se  echaron  azoradas  á 
correr  por  las  calles ;  y  bien  puede  comprenderse  el 
pavor  con  que  la  lúgubre  novedad  cundió  de  grupo 
en  grupo  y  de  casa  en  casa  por  toda  la  ciudad.  Este 
hecho,  cuya  pública  impresión  se  agravó  de  un 
modo  extraordinario  por  la  fatal  coincidencia  que 
hemos  mencionado,  ha  dejado  en  los  recuerdos,  y 
en  las  páginas  de  la  historia  también,  una  mancha 


a?Q  .,,  ,;  DICTADURA        i 

de;  sangre, como  aquella  que  en  la  sublime  parábala 
4e  J.^m^rtine  hacía  brotar  una  línea  roja  en  la  fren- 
te de  :B£)naparte  cada  vez  que  se  pasaba  la  mano 
sobre  ella.:  la  sangre  del  duque  d'Enghiens. 
.  El.npmbre  humilde  y  melancólico  de  Übeda  ha 
pesado  así  de  por  vida  sobre  el  nombre  histórico 
del  .vencedor  de  Montevideo  y  d^  Ituzaingó.  Por- 
que la  -humanidad  es  siempre  más  severa  en  los 
cargos  que  hace  á  los  hombres  ilustres  que  en  la 
abominación  con  que  mira  los  crímenes  de  los  mal- 
vados de  baja  estofa,  que  viven  y  obran  al  nivel 
de  la^  fieras.  ¿  Qué  crimen,  qué  atrocidad  hay  que 
pudiera  infamar  á  un  Artigas^  á  un  Rosas,  á  un 
Quiroga,  á  un  fraile  Aldao?  ¿Cuál  sería  la  fecho- 
rija  que  sobresaliera  en  la  serie  horrible  de  las  que 
cometieron  ?  ¿  Pueden  contarse,  pueden  clasificarse 
en  más  ó  menos  altas  categorías? 

Los  hijos  del  general  Alvear,  movidos  por  un 
sentimiento  piadoso  y  por  el  justo  deseo  de  sacar 
de  la  ilustre  memoria  de  su  padre  la  responsabili- 
da^d  ipersonal  de  este  hecho,  han  obtenido  de  hom- 
bres irreprochables  por  su  probidad  y  por  el  digno 
carácter  que  siempre  mantuvieron,  como  el  coronel 
dor)  .Rías  José  Pico,  un  testimonio  que  regulariza 
al  menos  el  proceder  con  que  Úbeda  fué  ejecutado. 
Cogido  infraganti,  Úbeda  fué  entregado  á  un  con- 
sejo de  guerra  ó  comisión  militar;  y  como  resul- 
tara convicto  y  confeso  de  haber  tentado  la  seduc- 
ción de  oficiales  y  soldados,  fué  condenado  á  ser 
pasado  por  las  armas  y  puesto  en  la  horca  de  acuer- 
do con  la  ley  común  y  con  el  proceder  establecido 
en  aquel  tiempo.  Traída  la  sentencia  á  la  mesa  del 
Director  como  era  de  regla,,  le  puso  el  «cúmplase» 


Y  caída  de  la  oligarquía  liberal         '221 

en'  el  acto,  sin  notar  la  coincidencia  del  día'  éh'que 
debía  ser  ejecutado  el  reo;  lo  que  puede  admitirse 
porque  el  general  Alvear  no  era  hombre  de  estar 
al  cabo  de  fiestas  religiosas  y  mucho  menos  de  te- 
nerlas presentes  en  momentos  como  los  que  pesa- 
ban sobre  su  espíritu  en  aquellos  días  de  extrema 
agitación. 

Hay  otra  razón  para  deducir  que  si  en  '  la  eje- 
cución de  Übeda  concurrió  esta  coincidencia  fatal, 
sus  conatos  criminales  quedaron  por  lo  menos  jus- 
tificados, y  que  fué  fusilado  convicto  y  confeso.  Los 
reaccionarios  hicieron  desaparecer  el  proceso ;  y  fué 
creencia  común  entonces  que  fusilaron  en  seguida 
al  teniente  coronel  don  Enrique  Paillardell  sin  más 
causa  que  la  de  haber  sido  presidente  ó  fiscal  del 
Consejo  ó  Comisión  de  Guerra  que  sumarió  y  sen- 
tenció á  Obeda  (23).  Esta  prueba,  aunque  indirec- 
ta, contribuye  á  la  probable  suposición  de  que  el 
proceder  seguido  en  la  causa  de  Übeda  había  sido 
regular  y  común. 

Para  terminar  el  estudio  de  una  época  como 
ésta  que  merecía  todo  nuestro  interés,  vamos  á  ha- 
blar del  proceso  que  se  abrió  contra  los  hombres 
de  notoriedad  y  de  lustre  que  habían  figurado  en 
la  Asamblea  General  Constituyente,  en  el  Minis- 
terio, en  el  Ejército,  ó  como  decían  sus  adversa- 
rios, en  la  Facción  de  Alvear. 

Si  esos  hombres  tuvieran  hoy  que  vindicarse 
ante  la  justicia  de  la  Historia,  no  tendrían,  necesi- 
dad de  otra  cosa  que  de  presentar  íntegro  el  pro- 

(23)  Atribuyóse  este  acto  á  la  venganza  de  un  jefe  in- 
fluyente entonces,  que  además  de  haber  sido  ei  instigador 
de  Übeda,  tenía  agravios  personales  contra  Paillardell. 


222  DICTADURA 

ceso  y  la  sentencia  que  se  les  impuso.  Les  bastaría 
dejar  á  la  conciencia  de  sus  futuros  jueces  que  re- 
solviese sobre  la  iniquidad  de  los  hombres  que  los 
condenaron.  Entonces  fué  cuando  inutilizados  poco 
á  poco,  hombre  por  hombre,  los  actores  ilustres  de 
ios  primeros  días  de  mayo,  por  los  golpes  y  por  el 
áspero  roce  de  los  movimientos  tumultuarios  que 
de  cuatro  años  atrás  venían  descomponiendo  el  gru- 
po primitivo,  comenzaron  á  introducirse  en  el  claro 
de  las  filas,  figuras  mediocres  y  sombrías,  de  esas 
que  con  el  deseo  de  figurar  al  favor  del  desorden,  y 
con  una  alma  dañada  por  el  sentimiento  de  su  pro- 
pia mediocridad,  introducen  en  el  movimiento  po- 
lítico la  fatal  y  conocida  tendencia  de  las  democra- 
cias á  expulsar  del  poder  social  todo  lo  que  excita 
su  envidia,,  por  lo  mismo  que  brilla  y  que  se  eleva 
sobre  el  nivel  común.  Preguntad  quiénes  fueron 
en  Francia  después  de  cada  sacudimiento  democrá- 
tico, los  sucesores  de  Mirabeau  ó  de  Guizot.  Pre- 
guntad quiénes  fueron  los  jueces  que  condenaron 
á  los  miembros  de  la  Asamblea  General  Consti- 
tuyente en  Buenos  Aires,  y  veréis  subir  al  dosel  de 
la  jiusticia  nacional,  hombres  ofendidos  por  la  su- 
perioridad de  los  que  ahora  caían  -en  sus  manos  por 
la  revuelta;  hombres  sin  carácter  propio,  movidos 
por  la  conveniencia  de  servir  los  intereses  del  mo- 
mento para  ocupar  posiciones  vacantes;  militares 
de  la  vieja  escuela,  algunos  honorables  por  cierto 
y  llenos  de  antiguos  y  buenos  servicios,  pero  ofen- 
didos también  en  su  amor  propio  por  las  fases  nue- 
vas que  se  había  dado  á  la  guerra  y  á  la  organiza- 
ción militar,  que  no  podían  convencerse  de  que  ha- 
bían ya  llenado  su  papel,  y  de  que  empeñarse  en  pro- 


Y   caída    de    la    OLIGARguÍA    LIBERAL  223 

iongarlo  era  buscar  deseng^años  y  contratiempos  pa- 
ra ellos  mismos. 

En  semejantes  momentos  y  con  semejantes  cir- 
cunstancias no  hay  tribunal  político  alguno  que 
pueda  escapar  á  la  iniquidad  de  sus  resoluciones; 
porqu-e  no  es  tanto  en  los  jueces  mismos  en  quienes 
debe  buscarse  el  vicio  de  los  actos,  cuanto  en  el  con- 
junto alborotado  y  enardecido  con  pasiones  bajas 
y  bravias,  que  opera  en  derredor  de  ellos,  y  que  les 
impone  la  obligación  de  castigar  como  una  cláu- 
sula substancial  de  su  mismo  mandato,  sin  cuyo 
cumplimiento  habrían  faltado  á  su  deber  y  negado 
la  satisfacción  que  debían  haber  dado  al  encono  del 
partido  que  les  confirió  su  triste  misión. 

He  ahí  el  carácter  jurídico  de  las  dos  comisio- 
nes, una  CIVIL  y  otra  militar,  que  el  partido 
triunfador  nombró  para  que  juzgasen  á  la  «Facción 
DE  Alvear».  Una  vez  clasificados  de  facciosos,  el 
cri-men  estaba  ya  señalado  é  impuesto  en  el  man- 
dato mismo.  La  Asamblea  General  Constituyente, 
el  Directorio,  sus  ministros,  los  militares  que  ha- 
bían triunfado  en  Montevideo,  los  magistrados  que 
habían  reorganizado  el  país,  sentado  las  bases  y 
reformas  de  su  administración  civil  y  militar,  á  fal- 
ta de  crímenes  individuales  eran  en  conjunto  Fac- 
ciosos ;  es  decir,  «gente  amotinada  que  había  usur- 
pado el  poder  público  en  fuerza  de  armas»,  según 
la  voz  del  pueblo.  El  delito  estaba,  pues,  clasifi- 
cado y  plenamente  probado  por  los  puestos  pú- 
blicos que  los  reos  habían  desempeñado.  ¿  Qué  otra 
cosa  les  quedaba  por  hacer  á  los  jueces  que  aplicar 
las  viejas  leyes  de  Roma  ó  de  España  sobre  faccio- 
sos y  amotinados?    Prender,   encarcelar,   expatriar 


¡224  '"  DICTADURA       '      'V 

y  multar  á. los  más  señalados  en  los  actos  del  |iár* 
tido  caído,  y  apercibir  seriamente  á  los  inocentes 
si  reincidieren...  i curiosa'  ¡ocurrencia \  Cortio  si  los 
inocentes  pudieran  reincidir  '■  en  lo  que  nó  habían 
delinquido.  Pero  nó  era  eso  literalmente  lo  qiie  se 
quería  decir,  sino  algo  peor  todavía,  es  decir,  si 
volvían  á  tomar  parte  en  la  vida  pública,  de  la  cual 
reincidencia  quedaban  inhibidos  :  y  por -consiguien- 
te, sin  haber  delinquido  se  les  privaba  de.  siis  dere- 
chos políticos.  Y  si  esto  se  hacía  con  hombres  ilus- 
tres á  quienes  la  misma  sentencia  declaraba  libres 
de  cargos,  y  compurgada  su  falta  (  ?)  con  los  me- 
ses de  prisiones  que  habían  sufrido,  ¿  qué  «o  se 
haría  con  los  que  tenían  el  cargo  de  haber  actiiado 
en  la  política  activa  del  gobierno  caído?  (24). •  ' 

(24)  Los  primeros  rayos  fueron  fulminados  én ' la  sen- 
tencia, con  una  copia  violenta  de  meras  palabras  y  dicte- 
rios, sin  mencionar  acto  ninguno  criminal  que)  hubieran 
cometido  individualmente,  contra  cuatro  patriotas  d.e^  un 
mérito  excepcional  en  la  historia  argentina— Posadas,  ^on- 
teagudo,  Vieytes  y  Gómez  (don  José  Valentín.— Después 
de  llamárseles  facciosos,' íí'i^m^í  la  vos  -pública  y  lei  voW  ge- 
neral, caudillos  de  facción,  aborrecidos  por  la  opinión  Ige- 
neral  y  defraudadores  de  la  confianza  pública  sin  decir 'en 
qué,  ni  por  qué,  se  les  expatriaba  á  puntos  de- ultramar 
bajo  partida  de  registro  que  acreditase  su  expulsión.  Por 
equidad  se  mandaba  desembargarles  los  bienes;  y  no'ob?- 
tante  de  que  á  Posadas  se  le  ordenaba  que  reintegrase  en 
las  cajas  las  cantidades  en  que  había  quedado  descubierto, 
resultaba  después  que  no  había  tal  descubierto ;  y  por  una 
nota  se  decía  que  quedaba  en  suspenso  la  sentencia, .  con 
un  pretexto  pueril  arrancado  por  la  conciencia  de  la  ini- 
quidad misma.  A  don  Nicolás  Rodríguez-Peña  -se  lé  hiaft- 
daba  separarse  de  la  Capital,  por  razón  de  la  tranquMidad 
piíblica.  Había  sido  presidente  del  Consejo  de  Estado/;  «na 


Y  caída  df-  la  oligarquía  liberal         225 

La  Comisión  militar  fué  igualmente  pródiga  de 
destituciones  y  destierros,  ¡  y  ojalá  que  hubiera  li- 
mitado el  furor  inicuo  de  la  reacción  á  esa  clase  de 
castigos  que  pueden  resarcirse  cuando  el  tiempo  y 
la  pasión  satisfecha  traen  la  fría  modificación  de 
las  iras  de  los  partidos!...  ¿Pero  por  qué  fué  con- 
de las  primeras  figuras  del  Directorio:  nada  resultaba  con- 
tra él.  A  Herrera  se  le  concedía  salir  libre  al  exterior  por 
haber  oblado  tres  mil  pesos  en  las  cajas  para  las  necesi 
dades  del  Estado.  Y  por  último,  óigase  esto:  Habiendo 
otros  reos  (se  agrega)  de  menor  consideración  que  del  pro- 
ceso aparecen  agentes  secundarios  de  los  principales  fau- 
tores de  la  facción...  se  les  expulsaba  de  la  capital  á  di- 
versos pueblos  de  la  campaña.  El  doctor  don  Pedro  José 
Agrelo,  acusado  y  condenado  por  el  crimen  de  ser  exal- 
tado, era  expulsado  al  interior  del  Perú.  Contra  don  Vi- 
cente López,  don  Tomás  A.  del  Valle,  don  Manuel  Luzu- 
riaga,  don  Pedro  Cavia  y  otros,  uñada  resulta  (dice  la  --en- 
tencia)  sino  las  vehementes  sos-pechas  con  que  el  puebla 
recela  que  han  cooperado  á  los  designios  de  la  Facción  Cri- 
,minal  como  Miembros  de  la  Asamblea^  y  la  Comisión  de- 
clara que  á  pesar  de  lo  que  les  favorece  el  dictamen  fiscal, 
se  han  excedido  de  un  modo  notable;  pero  que  compur- 
gado con  el  arresto  que  han  sufrido  se  les  alza,  advirtién- 
doseles  que  en  lo  sucesivo,  etc.,  etc.» 

Don  Juan  Larrea,  ministro  de  Hacienda,  y  don  Gui- 
llermo White,  quedaban  en  prisión  hasta  que  se  les  termi- 
nase por  separado  la  inicua  cuenta  de  cargos  que  se  les  ha- 
cía por  lo  gastado  en  la  formación  y  equipo  de  la  escuadra 
con  que  Brown  había  destrozado  y  apresado  la  escuadra 
realista;  cargos  que  buscados  y  formulados  con  la  chocan- 
te y  miserable  parcialidad  de  que  dan  testimonio  los  ítem 
anteriores,  ascendían  apenas  á  una  suma  de  treinta  mil  pe- 
sos ;  que,  aunque  no  hubiera  podido  ser  descargada,  no  era 
de  atribuirse  á  otra  causa  que  á  la  manera  breve,  expedi- 
tiva, con  que  se  había  procedido  en  esa  grande  y  gloriosa 
empresa.  Tal  fué  la  sentencia  de  la  Comisión  Ciinl  de  /ns- 

HIST.    DE    LA    REP.    ARGENTINA.    TOMO    V.— lí 


220  DICTADURA 

denado  y  ejecutado  el  teniente  coronel  don  Enrique 
Paillardell,  oficial  distinguidísimo  que  desde  mu- 
cho antes  venía  sirviendo  á  la  Independencia  con 
calidades  dignas  de  grande  estimación?  En  la  Co- 
misión militar  que  le  impuso  esta  bárbara  pena  ha- 
bía hombres  de  bien  y  de  carácter  moderado  como 
Viamonte  y  Vedia,  que  hasta  entonces  habían  sido 
siempre  rectos  é  incapaces  de  cometer  tropelías  de 
tanta  magnitud,  y  que  después  han  seguido  mere- 
ciendo el  respeto  de  todos  los  partidos.  Quedó  so- 
bre este  hecho  cruel  y  sangriento  un  impenetrable 
misterio  que  la  tradición  oral  procuraba  aclarar  di- 
ciendo que  Paillardell  fué  sacrificado  por  el  influjo 
de  un  jefe  militar  de  quien  Cbeda  había  sido  agente 
en  sus  tentativas  contra  la  persona  del  general  Al- 
vear ;  jefe  que  con  este  sacrificio  se  vengó  de  que 
la  víctima  hubiese  sido  presidente  del  Consejo  de 
Guerra  que  había  condenado  y  mandado  ejecutar 
á  Cbeda. 

Entre  tanto,  lo  substancial  para  la  oligarquía 
brillante  y  gloriosa  que  había  tomado  el  poder  en 
los  aciagos  momentos  de  1812,  y  que  lo  perdía  en 
los  momentos  mismos  en,  que  acababa  de  allanar 
las  entradas  del  Río  de  la  Plata  con  una  victoria 
memorable,  y  en  que  arrojaba  desde  Salta  á  Potosí 
el  ejército  invasor  de  Pezuela,  es  que  de  ese  mons- 

ticia  que  firmaron  Manuel  Vicente  Maza,  Bartolomé  Cueto 
y  el  doctor  Juan  García  Cossio. 

La  voz  general  atrilsuyó  toda  la  responsabilidad  del 
proceder  y  de  la  sentencia  al  servilismo  primero  ;  lo  que 
parece  confirmarse  por  el  oficio  final  del  nuevo  gobierno, 
que  dándoles  las  gracias  á  los  dos  últimos  los  separa  de  la 
Comisión,  y  pone  todo  lo  pendiente  al  cargo  de  aquél. 


Y  caída  de  la  oligarquía  liberal         227 

truoso  proceso  no  había  resultado  un  solo  cargo 
verdadero  que  fuese  desfavorable  á  su  honor,  á  su 
política,  ó  á  su  glorioso  patriotismo.  Cayeron  pu- 
ros y  pobres  bajo  el  peso  mismo  de  su  importan- 
cia, de  su  altivez  y  de  sus  servicios.  Ese  solo  había 
sido  su  crimen ;  esa  sola  la  causa  del  odio  de  las 
facciones  reaccionarias  que  la  arrojaron  del  poder. 
El  general  Alvear  salió  con  su  tierna  familia  á  pe- 
regrinar en  el  destierro  en  medio  de  las  dificultades 
de  la  más  triste  situación  personal.  El  que  tanto 
y  tan  cumplidamente  había  servido  al  suelo  de  su 
nacimiento  en  los  dos  años  de  su  influjo;  el  que 
por  servirlo  había  abandonado  en  España  una  ca- 
rrera segura  y  lucida  en  la  que  contaba  con  el  apo- 
yo de  su  noble  padre  y  de  su  influyente  familia, 
era  ahora  en  Buenos  Aires  el  hombre  más  odiado 
y  perseguido  de  cuantos  habían  figurado  en  la  Re- 
volución Argentina.  ¿  Y  cuál  era  el  que  hasta  en- 
tonces había  hecho  más  que  él  por  ella?...  Es  de 
creerse  que  su  extremada  juventud,  y  que  la  sufi- 
ciencia, la  petulancia  imprudente  de  sus  manifes- 
taciones, la  confianza  altanera  de  sus  dotes,  que  él 
no  sabía  disimular,  la  infatuación  natural  de  su 
fortuna  y  de  su  posición,  tuvieran  la  parte  princi- 
pal, por  no  decir  única,  en  la  tremenda  impopula- 
ridad que  se  había  levantado  contra  él.  Puede  eso 
justificar  su  caída  en  los  momentos  convulsivos  en 
que  los  partidos  posponen  los  intereses  de  la  patria 
á  la  satisfacción  de  sus  pasiones  tumultuarias.  Pero 
si  echáramos  la  vista  ahora  á  las  consecuencias  in- 
mediatas que  produjo  ese  ciego  movimiento  que 
dio  en  tierra  con  la  oligarquía  del  12  de  octubre,  y 
con  el  jefe  que  la  encabezaba,  tendríamos  que  cu- 


228  DICTADURA 

brirnos  los  ojos  con  las  manos  ante  el  doloroso  es- 
pectáculo que  presentaron  los  negocios  públicos. 
Nada  era  que  Artigas  y  la  barbarie  se  hubiesen 
adueñado  de  todo  el  litoral  y  que 
1814  tuviesen    bajo    su    influjo   á   San- 

Noviembre       tafé  y  á  Córdoba,  porque  eso  po- 
á  día  remediarse  al  fin   salvando  á 

Diciembre  la  capital.  Pero  lo  que  era  irre- 
mediable, era  lo  que  había  acon- 
tecido en  el  PeriJ,  Apenas  sabida  por  Pezuela  la 
sublevación  del  ejército  de  Rondeau,  había  respi- 
rado; sus  angustias  desaparecieron;  desprendió 
una  división  de  tres  mil  hombres  al  mando  de  Ra- 
mírez Orozco  sobre  la  Paz;  destrozó  á  los  revolu- 
cionarios que  ocupaban  la  ciudad  y  la  provincia; 
ahogó  en  lagos  de  sangre  patriota  los  gérmenes 
generosos  que  en  aquellas  desgraciadas  provincias 
se  habían  levantado  con  la  esperanza  de  ser  soco- 
rridos por  el  ejército  argentino.  Fueron  fusilados 
todos  los  jefes  independientes  y  con  ellos  el  vir- 
tuoso y  entusiasta  cura  Muñecas.  El  bravo  coronel 
Castro,  contando  con  que  le  venían  auxilios,  des- 
cubrió sus  propósitos;  y  al  sublevar  el  cuerpo  que 
mandaba  fué  sorprendido,  preso  y  fusilado  inme- 
diatamente. El  jefe  realista  pasó  el  Desaguadero, 
cayó  sobre  Puno,  y  se  puso  en  comunicación  con 
las  fuerzas  del  virrey  de  Lima:  combinados  domi- 
naron-la insurrección  de  Giiamanga  y  de  Arequipa; 
sometieron  al  Cuzco ;  y  mientras  los  reaccionarios 
de  Buenos  Aires  se  daban  la  gloria  de  perseguir  la 
Facción  de  Alvear,  de  adular  á  Artigas  para  pro- 
piciárselo, todo  el  centro  del  Perú  caía  otra  vez  pos- 
trada y  escarmentado  á  los  pies  del  poder  colonial 


V  caída  dk  la  oligarolia  liberal         229 

para  no  levantarse  más.  Quedaba  Rondeau.  Sí... 
Rondeau  quedaba  preparándonos  la  vergonzosa  de- 
rrota de  Sipe-Sipe  que  nos  cerró  para  siempre  tam- 
bién las  entradas  de  aquellas  provincias  que  de  otro 
modo  jamás  habrían  dejado  de  ser  argentinas.  Ta- 
les fueron  los  melancólicos  resultados  que  dio  la 
caída  de  la  Asamblea  General  Constituyente  y  del 
primer  Directorio.  Sunt  lacriniíc  rerum... 

Sin  embargo,  los  hombres  del  15  de  abril  que 
arrebatados  por  las  pasiones  políticas  que  se  engen- 
draban de  suyo  en  el  movimiento  convulsivo,  ha- 
bían echado  á  tierra  un  orden  de  cosas  necesario 
V  adaptado  á  las  exigencias  imperiosas  del  momen- 
to, como  lo  hemos  de  ver,  no  se  olvidaron,  al  ver 
cumplidos  sus  deseos  y  satisfechos  sus  enojos,  de 
que  eran  argentinos,  y  de  que  ahora  venía  á  pesar 
sobre  sus  hombros  la  tarea  ardua  pero  ineludible  de 
reconstruir  el  organismo  gubernativo  en  una  forma 
que  k)  hiciera  capaz  de  defender  la  cultura  social 
contra  la  invasión  de  la  barbarie,  y  la  indepen- 
dencia contra  las  invasiones  del  poder  colonial.  Sin 
poderlo  evitar  tuvieron  que  entrar  desde  luego  en 
la  vía  que  debía  llevarlos  á  la  restauración  de  las 
mismas  bases  orgánicas  sobre  que  habían  reposado 
las  autoridades  recientemente  derrocadas,  para  en- 
contrar á  su  paso  los  mismos  problemas,  las  mis- 
mas resistencias,  la  misma  lucha,  que  decían  haber 
querido  evitar.  La  Asamblea  General  Constituyen- 
te* había  caído;  pero  no  había  cómo  eludir  la  nece- 
sidad de  substituirla  con  un  Congreso  General 
Constituyente  para  encontrar  los  mismos  enemigos 
que  aquélla  había  combatido.  El  directorio  de  Po- 
sadas V  de  Alvear  había  caído;  pero  no  habla  cómo 


230  DICTADURA 

salvar  la  necesidad  de  concentrar  otra  vez  en  Bue- 
nos Aires  el  Poder  Ejecutivo  y  toda  la  actividad 
administrativa  que  demandaba  la  guerra  de  la  In- 
dependencia, en  una  forma  igualmente  concentra- 
da, en  otro  Directorio  igualmente  dotado  de  facul- 
tades bastantes  para  repeler  á  la  barbarie  por  un 
lado,  y  á  los  realistas  por  el  otro.  La  presunta  tira- 
nía de  Alvear,  iba  pues  á  reproducirse  por  la  fuerza 
de  las  cosas  en  la  presunta  tiranía  de  Pueyrredón, 
de  acuerdo  con  las  pasiones  nuevas  y  con  los  nue- 
vos intereses;  y  por  más  que  hubiera  habido  entre 
porteños  y  provincianos  la  más  cordial  concordan- 
cia en  que  de  allí  adelante  quedase  Buenos  Aires 
exonerado  de  ser  la  capital  de  las  Provincias  Uni- 
das del  Río  de  la  Plata,  y  de  continuar  con  los  sa- 
crificios y  con  las  responsabilidades  que  eso  le  im- 
ponía, no  había  de  tardar  mucho  el  momento  en 
que  los  provincianos  mismos  agrupados  y  domi- 
nantes en  el  nuevo  Congreso  instalado  en  una  le- 
jana provincia,  cambiasen  de  modo  de  pensar  y 
resolviesen  que  no  era  posible  gobernar  el  país  sino 
desde  la  capital  consagrada  por  la  tradición  y  por 
el  orden  natural  de  las  cosas.  El  Directorio  pri- 
mero, el  Congreso  después,  arrastrados  así  por  le- 
yes naturales  y  forzosas,  tuvieron  que  regresar  á  la 
capital  histórica  á  desempeñar  el  mismo  organismo 
que  habían  desempeñado  la  Asamblea  General 
Constituyente  y  los  dos  directores  que  habían  ejer- 
cido el  Poder  Ejecutivo  en  el  brillante  y  glorioso 
período  de  1814.  Lo  más  singular  es  que  á  poco 
tiempo,  y  con  muy  pocas  excepciones,  volvieron  á 
la  superficie  gubernativa  los  mismos  hombres  y  los 
mismos  grupos  de  la  época  anterior.  Verdad  es  que 


Y  caída  dk  la  oligarquía  liberal         231 

el  país  no  contaba  con  muchos  otros  que  fueran 
capaces  de  desempeñar  con  prestigio  y  competen- 
cia las  elevadas  y  difíciles  funciones  de  su  go- 
bierno. 

Desde  el  primer  momento  en  que  el  pueblo  del 
15  al  18  de  abril  resolvió  la  manera  de  crear  y  de 
instalar  las  nuevas  autoridades  necesarias  al  orden 
público,  pudo  preverse  la  tendencia  reparadora  Cjue 
los  sucesos  iban  á  tomar  espontáneamente,  sin  c|ue 
nadie  en  particular  fuese  otra  cosa  que  agente  del 
conjunto  mismo  que  por  instinto  buscaba  su  propia 
salvación  en  ese  camino  lento  hacia  el  restableci- 
miento de  la  unidad  fundamental  de  la  nación. 

La  inmediata  convocación  de  un  Congreso  Ge- 
neral de  las  Provincias  Unidas  del  Río  de  la  Plata, 
que  debía  instalarse  en  Tucumán,  resuelta  v  pro- 
clamada por  el  bando  del  18  de  abril;  de  un  Con- 
greso que  debía  legislar  desde  allí  como  cuerpo  so- 
berano, y  nombrar  las  autoridades  públicas  y  gu- 
bernativas de  la  nación,  no  era  como  podría  creerse 
una  renuncia  generosa  que  hacía  Buenos  Aires  de 
la  jerarquía  que  hasta  entonces  había  ocupado,  sino 
muy  al  contrario  una  garantía  que  la  populosa  y 
rica  ciudad  se  tomaba  de  que  no  la  gobernarían  los 
hombres,  los  influjos,  ni  los  intereses  de  los  de  afue- 
ra de  su  recinto  urbano.  Obrando  así,  Buenos  Ai- 
res manifestaba  que  no  quería  romper  los  vínculos 
nacionales ;  pero  declaraba  también  tácitamente  que 
no  quería  continuar  siendo  el  yunque  de  la  nación, 
ni  la  colmena  de  unas  provincias  que  mal  avenidas 
con  el  régimen  de  agrupación  constitucional,  echa- 
ban á  cada  instante  la  suerte  del  país  en  funestos 
y  complicadísimos  conflictos,  como  si  estuviese  en 


232  DICTADURA 

SUS  manos  el  poder  de  violar  las  leyes  de  la  Natu- 
raleza, de  la  Necesidad  y  de  la  Historia,  Y  entre 
tanto,  en  el  instante  mismo  en  que  los  hombres  del 
partido  triunfante  resolvían  retraerse  á  su  propio 
suelo,  descubrían  su  convicción  de  que  fuera  de  él 
no  había  en  la  nación  dónde  concebir  y  plantear  las 
bases  indispensables  del  orden  social;  y  dominados 
por  esa  realidad  ordenaban  que  se  formara  un  Es- 
tatuto para  el  Gobierno  general  del  Estado,  y  una 
Junta  de  Observación  que  mantuviese  y  contro- 
lase su  cumplimiento  contra  los  avances  y  las  usur- 
paciones, ((á  que  era  muy  inclinado  el  Poder  Eje- 
cutivo, según  la  experiencia  dejada  por  los  hechos 
pasados». 


CAPITULO   Vil 

KSFUERZOS    DEL    ESPÍKITI      PÚBLICO    CONTRA 

LA    INMINENTE    DISOLUCIÓN    DE    LOS 

VÍNCULOS    NACIONALES 

Si'.\[ARlO:  Desconfianzas  y  temores  de  Artigas  acerca  de 
Santafé.— Su  protectorado  nominal  y  nulo  en  la  margen 
occidental  del  Paraná.  —  Hostilidad  necesaria  entre  él  y 
sus  propios  aliados.  —  Federalismo  occidental  y  artiguis- 
mo  oriental.  — Partido  santafecino  y  partido  nacionalista 
en  Santafé.  — Disyuntuva  inevitable  del  gobierno  de  Bue- 
nos Aires.  —  Dos  oposiciones. — Evolución  de  los  intereses 
de  San  Martín  y  de  Rondeau. — Cambio  radical  en  el  ca- 
rácter político  y  en  el  poder  de  los  dos  directores.  —  Na- 
turaleza é  índole  moral  de  las  nuevas  corporaciones. — 
La  Junta  de  Observación.  —  Revelaciones  del  Preámbulo 
del  Esíatuto  Provisional.  —  índole  consiguiente  de  la 
Junta  de  Observación.  —  Ilusiones  del  primer  momento 
acerca  de  su  conveniencia. — Ofuscamiento  del  Cabildo. — 
Anulación  teórica  del  Director  Supremo.  — El  Teto  ab- 
soluto.--Cuerpo  monstruoso  de  facultades  y  de  atribu- 
ciones soberanas.— Acumulación  de  todos  los  poderes  or- 
gánicos.—El  sistema  electoral.  — La  definición  de  la  li- 
bertad.—Necesidad  de  un  antagonismo  virtual  entre  la 
Junta  y  el  Cabildo.— Las  dos  imprentas.— Los  dos  pe- 
riódicos.^—Nulidad  y  sujeción  servil  de  los  secretarios 
del  Director  á  lá  voluntad  de  la  Junta.— Propósitos  y 
confusión  de  ideas.  —  Intereses  unitarios  de  las  provin- 
cias del  interior.  —  índole  provincialista  de  la  Junta. -- 
Situación  difícil  y  divergente  del  Director,  de  sus  secre- 
tarios y  del  Cabildo  ante  el  veto  omnímodo  y  absoluto 
de    la   Junta.— La  Junta  y  el    futuro    Director   que   debía 


234  RELACIÓN    DEL    ESPÍRITU    PÚBLICO 

elegir  el  Congreso  de  Tucumán. — Problema  grave.  — Ele- 
vada prudencia  y  patriotismo  de  San  Martín,  de  Belgra- 
no  y  de  Güemes.  —  Influjo  moderador  de  la  guerra  de  la 
Independencia  sobre  e)  separatismo  de  Buenos  Aires.— 
Situación  apremiante,  en  Sántafé.  —  Otras  tentativas  de 
negociación  con  Artigas. — Absurdas  é  insolentes  propo- 
siciones.—  Informe  doloroso  de  los  comisionados  porte- 
ños.— La  intransigencia  del  caudillo  retempla  el  espí- 
ritu público  de  la  capital. — Amenaza  de  un  imperio  bár- 
baro y  guerrero.  —  Su  influjo  en  la  moral  de  la  capital  y 
de  las  provincias  libres. — Reorganización.  —  Necesidad  de 
ocupar  á  Santafé.  —  Movimientos  del  ejército  de  obser- 
vación al  mando  de  Viamonte. — Ajustes  previos  con  el 
Cabildo  de  Santafé. — Oposición  de  Candioti. — Estado  y 
opiniones  de  esta  provincia. — Alarmas  y  precauciones  de 
Artigas.  — Envía  sus  diputados.  —  Nulidad  de  la  tentati-. 
va.— Abstención  caiUelosa  de  la  Junta  de  Observación. 

Desconfiado  y  asustadizo  como  son  siempre  to- 
dos los  bárbaros,  no  bien  puso  sus  pies  Artigas  en 
Santafé,  cuando  advirtió  c[ue  el  estado  de  la  pro- 
vincia no  le  ofrecía  seguridad  para  permanecer  en 
ella ;  y  regresando  de  prisa  á  las  márgenes  selvá- 
ticas del  Uruguay,  llevóse  su  título  de  Protector, 
que  bien  examinado  no  era  más  que  un  espantajo 
nominal  debajo  del  que  dominaban  por  sí  mismos, 
con  toda  independencia,  los  caudillos  locales  de 
cada  territorio,  ó  distrito,  sin  más  vínculos  con  el 
tal  Protectorado  que  el  interés  de  la  común  resis- 
tencia á  las  tentativas  que  pudiera  hacer  Buenos 
Aires  para  sujetarlos  al  gobierno  general  de  la  na- 
ción. 

En  Santafé,  como  también  algo  más  tarde  en 
Entrerríos,  el  espíritu  disolvente  y  de  soberanía  lo- 
cal absoluta  no  era  artiguista,  sino  santafecino  ó 
entrcrriano.  De  modo  que  el  caudillo  oriental,   in- 


CONTRA    LA    DISOLUCIÓN    NACIONAL  235 

teresado  por  un  lado  en  mantener  la  complicidad 
externa  de  sus  propósitos,  estaba  fatalmente  conde- 
nado á  estrellarse  contra  sus  propios  cooperadores 
el  día  que  de  aliado,  ó  mejor  dicho,  que  de  cóm- 
plice quisiese  pasar  á  ser  dominador. 

Esto  es  lo  que  no  han  visto,  ni  eran  capaces  de 
ver  ciertos  panegiristas  apasionados  y  ciegos,  que 
quisieran  levantar  la  vulgar  estatura  de  un  simple 
gaucho  malo  hasta  las  proporciones  colosales  de 
un  monstruo.  En  Artigas  no  podía  dejar  de  ve- 
rificarse el  inexorable  axioma  de  que  los  gobiernos 
irregulares  ó  incorrectos  están  fatalmente  condena- 
dos á  exagerar  el  principio  que  les  sirvió  de  par- 
tida. Exagerándolo  al  extremo  es  que  esos  gobier- 
nos se  desacreditan  y  que  marchan  á  su  ruina.  Ar- 
tigas se  había  levantado  invocando  la  falsa  doc- 
trina de  la  soberanía  y  de  la  independencia  abso- 
luta de  los  territorios  parciales  contra  el  gobierno 
general  necesario  á  la  integridad  de  las  naciones. 
Y  este  principio,  adoptado  á  su  vez  por  las  parcia- 
lidades que  él  trataba  de  reunir  en  su  mano  para 
dar  cohesión  y  cuerpo  al  jx)der  personal  que  había 
usurpado,  debía  producir  al  fin  como  consecuencia 
forzosa  la  resistencia  de  esas  mismas  parcialidades 
á  esa  nueva  concentración  que  era  esencialmente 
contraria  al  derecho  y  á  la  bandera  con  que  ellas 
habían  entrado  en  el  movimiento  de  segregación. 

Al  dejar  á  Santafé,  Artigas  pudo  ya  prever  que 
los  caudillejos  locales  cuyo  alzamiento  había  pro- 
vocado, aspiraban  nada  menos  que  á  ser  también 
soberanos  é  independientes  en  sus  provincias,  y  de- 
bió presentir  que  serían  sus  adversarios  el  día  en 
que  pretendiese  gobernarlos,  ó  hacerlos  servir  co- 


236  RELACIÓN    DEL    ESPÍRITU    PÚBLICO 

mo  agentes  sumisos  de  sus  intereses  personales. 
Ahí  fué  donde  comenz/S  á  marcarse  la  línea  de  pro- 
funda separación  que  debía  dividir  al  Federalismo 
Occidental  del  Artiguismo  Oriental.  Al  dejar  á 
Santafé  y  atravesar  por  Entrerríos,  Artigas  debió 
sentir  que  allí  obraba  también  una  causa  argentina 
en  antagonismo  necesario  con  la  suya;  y  que  cuan- 
do del  seno  de  la  primera  se  levantasen  Francisco 
Ramírez  ó  Estanislao  López,  quedaba  decretada  su 
decadencia  y  su  muerte  debajo  de  los  escombros  de 
la  unidad  nacional  que  él  mismo  había  querido  de- 
rrumbar sobre  su  cabeza. 

Así  pues,  la  situación  de  Santafé  era  compleja. 
Había  un  partido  particular  que  sin  ser  artiguista 
era  provincialmente  santafecino,  y  que  al  hacer  cau- 
sa común  con  Artigas  entendía  que  aceptaba  su 
cooperación,  mas  no  su  vugo  ni  el  peso  directo  de 
su  persona.  Pero  había  también  otro  partido,  que 
aunque  más  circunscrito,  se  componía  de  hombres 
más  respetables  y  distinguidos  dentro  del  vecinda- 
rio urbano,  que  repudiaban  el  influjo  del  caudillo 
oriental,  y  que  clamaban  por  no  caer  en  sus  manos 
ni  en  poder  de  las  indiadas  ó  del  gauchaje  que 
constituían  sus  fuerzas  y  sus  medios  de  gobierno. 
Sinceramente  nacionalista,  este  partido  estaba  re- 
suelto á  proclamar  la  restitución  de  la  provincia 
al  seno  de  las  demás,  que  unidas  á  la  capital  bus- 
caban lealmente  la  solución  de  las  dificultades  pre- 
sentes en  las  resoluciones  del  nuevo  Congreso  Ge- 
neral Coñstituvente  convocado  en  la  ciudad  de  Tu- 
cumán  ;  y  pedía  que  el  gobierno  instalado  á  la  caída 
del  general  Alvear  apoyase  con  algunas  tropas,  co- 
mo éste  iba  á  hacerlo  cuando  fué  derrocado,  el  mo- 


CONTRA    LA    DISOLUCIÓN    NACIONAL  237 

vimiento  que  creía  necesario  realizar  para  separar 
del  gobierno  al  anciano  Candioti,  de  cuyo  ánimo 
débil  é  inconsciente  se  habían  apoderado  los  sepa- 
ratistas para  ligar  á  la  provincia  por  sorpresa  con 
Artigas.  Lo  que  contenía  por  lo  pronto  el  propó- 
sito de  hacer  ese  movimiento  era  el  fundado  temor 
de  que  las  indiadas  guaycurúes  que  rodeaban  la 
ciudad,  se  alborotaran  y  se  echasen  de  asalto  en  el 
saqueo  con  el  gauchaje  de  los  alrededores,  no  me- 
nos agreste  y  bárbaro  que  ellas.  Contra  esta  terri- 
ble amenaza,  todos,  amigos  y  enemigos,  necesita- 
ban el  apoyo  de  las  fuerzas  regulares  de  Buenos 
Aires,  tínico  medio  eficaz  de  poner  en  respeto  á  los 
salvajes,  y  de  asegurar  la  tranquilidad  de  los  ve- 
cinos pacíficos  y  trabajadores  que  habitaban  los  su- 
burbios ó  la  limitadísima  campaña  en  que  hacían 
pacer  sus  escasos  ganados. 

Esta  situación  interna  era  causa  de  que  el  par- 
tido santafecino  aliado  de  Artigas,  mirase  con  mar- 
cada desconfianza  la  actitud  del  gobierno  de  Bue- 
nos Aires,  y  de  que  se  mantuviese  fuera  de  su  in- 
flujo á  pesar  del  cambio  de  cosas  que  había  tenido 
lugar.  Pero  esa  situación  era  por  lo  mismo  una 
amenaza  constante  de  que  al  menor  incidente  re- 
pitiese Artigas  otra  irrupción  en  la  margen  derecha 
del  Paraná,  y  de  que  interceptase  el  tínico  camino 
que  Buenos  Aires  tenía  para  comunicarse  con  el 
interior,  embarazando  la  remesa  de  tropas  y  de 
pertrechos  con  que  era  menester  reforzar  las  fuer- 
zas nacionales  de  Cuyo  y  de  Jujuy  en  momentos 
en  que  los  realistas  de  Chile  y  del- Alto  Perií  pare- 
cían resueltos  á  operar  sobre  ellas.  La  ocupación  de 
Santafé  presentaba,   pues,   en  aquel  momento  una 


238  RELACIÓN    DEL    ESPÍRITU    PÚBLICO 

disyuntiva  sumamente  grave.  Abandonarla  era  re- 
nunciar á  las  relaciones  administrativas  con  las 
provincias  del  oeste  y  del  norte  y  circunscribirse 
á  defender  la  ciudad  de  Buenos  Aires  contra  mon- 
toneros ó  realistas,  según  fuesen  los  que  la  ataca- 
sen. Ocuparla  era  reabrir  la  lucha  anterior  con  to- 
dos sus  problemas. 

Si  Artigas  conseguía  dominar  la  margen  dere- 
cha del  Paraná,  San  Martín  en  Cuyo  y  Rondeau 
en  Jujuy  quedaban  cortados.  Sin  los  recursos  de 
la  capital,  ni  ellos  ni  las  demás  provincias  del  cen- 
tro podían  defenderse  de  los  realistas;  el  Congreso 
de  Tucumán  se  hacía  imposible ;  y  día  más  ó  día 
menos,  no  sólo  Buenos  Aires,  sino  todo  el  país 
tenía  que  caer  estrangulado  entre  las  garras  de  la 
barbarie.  No  había  remedio :  era  necesario  conse- 
guir un  ajuste  ó  una  situación  que  dejase  libre  los 
movimientos  del  gobierno  argentino  en  sus  pro- 
vincias interiores,  ó  sostener  resueltamente  el  par- 
tido nacionalista  de  Santafé  antes  de  que  cayese  en 
manos  del  caudillo  oriental.  En  este  último  caso  la 
lucha  era  fatal  é  inevitable. 

Curiosa  es  por  cierto  la  evolución  que  al  influjo 
de  estas  causas  se  realizaba  en  el  conjunto  del  par- 
tido predominante.  Era  natural  que  Rondeau  y  que 
San  Martín  tuvieran  ahora  un  interés  vital  en  res- 
tablecer, y  aún  en  fortalecer  más  si  fuera  posible, 
la  unidad  administrativa  y  política  de  Buenos  Ai- 
res con  las  provincias  que  ellos  gobernaban'.  De 
esa  vinculación  dependían  los  suministros  de  tro- 
pas, de  dinero  y  demás  recursos  de  que  necesitaba 
el  uno  para  formar  su  ejército  de  ¡os  Andes,  y  el 
otro  para  ponerse  en   marcha  sobre  el  Alto  Perú. 


'      CONTRA    LA    DISOLUCIÓN    NACIONAL  239 

Así  es  que  al  tener  que  ligar  otra  vez  sus  vínculos 
administrativos  con  Buenos  Aires,  y  al  ver  que 
para  ello  era  indispensable  ocupar  militarmente  á 
Santafé,  los  mismos  hombres  que  habían  derro- 
cado á  la  Asamblea  y  al  general  Alvear,  'se  erícon- 
traban  dominados  al  día  siguiente  por  el  doble  pro- 
blema que  sus  antecesores  habían  querido  resolver, 
y  tenían  que  dar  testimonio  no  sólo  de  su  acierto 
sino  de  la  injusticia  con  que  los  habían  combatido. 
En  esa  evolución,  que  por  sí  sola  prueba  la  nece- 
sidad de  los  hechos,  Buenos  Aires  comenzaba  á 
restablecer  su  natural  supremacía  por  un  movimien- 
to gradual  que  poco  á  poco  se  extendía  á  todas  las 
esferas  del  gobierno ;  y  el  director  suplente  xAlvarez- 
Thomas  se  convertía,  del  mismo  modo  y  como  de 
suyo,  en  el  verdadero  y  único  Director  del  Estado, 
porque  á  lo  de  ser  gobernante  de  elección  propia 
y  local  en  su  poderosa  provincia,  se  juntaba,  que 
por  el  hecho  solo  de  tener  en  sus  manos  la  antigua 
capital,  con  los  recursos  indispensables  á  la  vida 
política  y  militar  de  las  otras  provincias,  venían  á 
pesar  sobre  él  todas  las  responsabilidades  pasadas 
y  la  solución  de  los  mismos  problemas  económicos 
y  administrativos  de  la  situación  anterior. 

Mientras  esta  evolución  se  hacía  partido  en  uno 
de  los  grupos  del  15  de  abril,  en  los  otros  grupos 
las  ideas  y  las  opiniones  tomaban  diverso  giro.  Los 
contratiempos  y  los  desengaños  producidos  por  las 
anomalías  y  por  la  anarquía  del  movimiento  revo- 
lucionario, habían  introducido  en  los  ánimos  un 
profundo  desaliento,  con  la  duda,  asaz  ¿dolorosa, 
de  que  la  capital,  abatida  y  destrozada  como  estaba 
por  las  facciones  comunales,  conservase  aún  bastan- 


240  RliLAClÓN    DEL    ESPÍRITU    PÚBLICO 

tes  fuerzas  y  energía  moral  para  llevar  de  frente,  y  al 
mismo  tiempo,  los  dobles  azares  de  la  guerra  civil 
contra  los  anarquistas  litorales,  y  de  la  guerra  na- 
cional contra  España.  Formáronse  sobre  esto  dos 
opiniones  destinadas  k  ir  excitándose  poco  á  poco 
con  aquella  exuberancia  de  pasión  que  asumen  las 
divergencias  en  tiempos  agitados.  Los  unos  ante- 
ponían á  todo  los  intereses  de  la  nación.  Recupe- 
rar como  provincias  argentinas  las  del  Alto  Perú, 
y  guarnecer  á  Mendoza  con  un  nijmero  de  tropas 
bastante  á  poner  esa  frontera  al  abrigo  de  toda  in- 
vasión, y  aún  de  trastornar  la  cordillera  y  libertar 
á  Chile,  eran  á  los  ojos  de  este  grupo  los  deberes 
más  importantes  y  substanciales  del  nuevo  gobier- 
no. Una  vez  movidos  en  este  sentido,  los  hombres 
de  este  grupo  se  hacían  ardorosos  sostenedores  del 
Congreso  que  iba  á  instalarse  en  Tucumán.  Ponían 
en  él  todas  sus  esperanzas,  y  creían  que  Buenos 
Aires  debía  acatarlo  como  el  representante  y  único 
depositario  de  la  unidad  y  de  la  suerte  de  la  patria. 
Si  ahora  se  les  hubiera  preguntado  por  qué  era  en- 
tonces que  habían  combatido  y  derrocado  la  Asam- 
blea General  Constituyente  y  el  Directorio,  habrían 
tenido  que  reconocer  que  habían  obrado  por  pa- 
sión, por  intereses  personales,  ó  por  el  fatal  influjo 
de  la  anarquía. 

La  otra  fracción  pensaba  de  distinto  modo;  y 
aunque  no  tan  bien  inspirada,  era  más  lógica  con 
las  causas  y  con  los  fines  que  habían  originado  y 
consumado  el  funesto  trastorno  del  15  de  abril. 
Para  ella  era  menester  tomar  serias  precauciones 
contra  el  influjo  y  contra  las  pretensiones  del  nuevo 
Congreso.  No  debía  consentírsele  que  restableciera 


CONTRA    LA    DISOLUCIÓN    NACIONAL  24 1 

la  capital  en  Buenos  Aires,  ni  que  viniese  á  impe- 
rar con  las  mismas  facultades  reconcentradas  con 
que  las  Asambleas  anteriores  la  habían  agotado  de 
hombres  y  de  recursos  en  servicio  de  las  demás  pro- 
vincias, que,  no  obstante  eso,  no  hacían  más  que 
maldecirla  y  conjurarse  para  su  ruina.  Pues  que 
Buenos  Aires,  decían,  no  ha  recogido  sino  ingra- 
titud y  odio  en  compensación  de  sus  sacrificios  y 
esfuerzos  por  defender  la  causa  común,  reduzcámo- 
nos á  nuestro  propio  orden  provincial ;  que  los  de- 
más se  entiendan  y  resuelvan  sus  conflictos  como 
puedan,  hasta  que  el  desengaño  les  haga  sentir  sus 
errores  y  la  monstruosa  perversidad  de  sus  cau- 
dillos. 

¿  Entre  estas  dos  tendencias,  cuál  era  la  inclina- 
ción del  director  Alvarez-Thomas  ?  Veamos,  para 
saberlo,  cuál  era  su  situación. 

Hay  en  las  corporaciones  políticas  ó  sociales 
una  índole  propia  que  pertenece,  por  decirlo  así, 
al  alma  del  cuerpo  mismo  tomado  en  su  conjun- 
to, y  que  no  sólo  se  connaturaliza  con  las  ideas  de 
sus  miembros,  sino  que  acaba  por  imponerles  su 
genio  y  por  apasionarlos  en  su  servicio. 

La  Junta  de  Observación  había  salido  del  Cabil- 
do abierto  del  i8  de  abril,  con  un  carácter  peculiar 
que  iba  á  señalarse  en  la  marcha  de  los  sucesos.  Ha- 
bía sido  concebida  y  erigida  en  el  plebiscito  de  ese 
día,  con  el  fin  de  que  en  lo  futuro  estorbara  la  con- 
centración del  poder  ejecutivo  nacional ;  así  es  que 
en  el  preámbulo  con  que  promulgó  el  Estatuto, 
decía:  «La  Junta  de  Observación  ha  sido  encargada 
de  formar  un  Estatuto  Provisional  para  el  régimen 
y  gobierno  del  Estado,  que  lo  precava  del  escan- 

HIST.    DE    LA   REP.    ARGENTINA.    TOMO   V.— 16 


242  RELACIÓN    DEL    ESPÍRITU    PÚBLICO 

daloso  desorden  á  que  le  había  conducido  la  im- 
propiedad de  los  anteriores  Reglamentos,  y  que  le 
ponga  á  cubierto  del  criminal  abuso  que  se  había 
hecho  en  ellos,  en  razón  de  la  indiscreta  franqueza 
que  otorgaron  á  los  administradores  del  sagrado 
depósito  de  los  intereses  públicos,  como  lo  tiene 
demostrado  una  reciente  y  dolorosa  experiencia... 
Deseando  corresponder  á  tan  honrosa  confianza, 
ella  está  penetrada  de  la  necesidad  de  reforzar  los 
eslabones  de  la  cadena  que  debe  ligar  los  robustos 
brazos  del  despotismo  para  que  no  pueda  etc.,  etc.» 
Era  pues  imposible  que  una  corporación  creada 
por  un  plebiscito  para  tales  fines,  y  armada,  como 
lo  vamos  á  ver,  con  facultades  propias,  no  se  creye- 
se con  la  seria  obligación  de  Observar,  es  decir, 
de  Vigilar  los  procederes  de  los  magistrados,  y  es- 
pecialmente los  del  Director  Supremo  y  de  sus  mi- 
nistros, que  como  ella  misma  .lo  indicaba,  eran  los 
que  por  la  naturaleza  de  sus  funciones  estaban  más 
expuestos  á  pecar.  Esta  presunta  fragilidad  era  la 
que  hacía  indispensable  que  se  comenzara  por  re- 
machar bien  «los  eslabones  de  la  cadena  á  los  ro- 
bustos brazos)^  del  director  Alvarez-Thomas,  dés- 
pota presunto,  á  quien  la  Junta  de  Observación 
tenía  que  vigilar  de  cerca,  para  cumplir  con  el  en- 
cargo popular  que  se  le  había  dado.  Con  esto  sólo 
se  puede  ver  ya  que  esta  Junta  había  nacido  con 
dos  propensiones  características  que  debían  darle 
una  individualidad  acentuada  en  el  juego  de  los 
intereses  políticos  y  de  los  sucesos  en  que  necesa- 
riamente había  de  tomar  parte.  Por  un  lado  era 
naturalmente  separatista  por  egoísmo  provincial, 
y  por  el  otro  adversaria  del  Poder  Ejecutivo,  por 
egoísmo  de  autoridad. 


CONTRA    LA    DISOLUCIÓN'    NACIONAL  243 

Lo  raro  es  que  en  esta  concepción  primitiva  de 
la  Junta  Observadora  todos  estuvieran  conformes 
en  la  idea  de  que  habían  encontrado  un  resorte  ma- 
ravilloso con  que  asegurar  la  libertad  y  quedar  ga- 
rantidos de  que  no  se  repetirían  los  abusos  y  desór- 
denes anteriores.  Nadie  reparó  que  un  estorbo  ab- 
soluto puesto  á  los  malos  procederes  del  gobierno, 
es  también  un  estorbo  á  los  buenos  procederes,  y 
un  elemento  arbitrario  en  ambos  casos  no  puede 
obrar  sino  de  acuerdo  con  el  parecer  personal  de 
los  que  manejan  sus  resortes. 

El  que  más  ciego  anduvo  en  la  creación  de  esta 
Junta  y  de  sus  atribuciones,  fué  el  Cabildo.  No 
comprendió  que  faltando  un  orden  superior,  pro- 
vincial ó  nacional,  levantaba  sobre  su  propia  ca- 
beza, con  poder  absoluto  y  convencional,  otra  cor- 
poración municipal,  cualquiera  que  fuese  su  forma 
externa ;  y  que  á  causa  de  darle  las  facultades  ex- 
tensas de  una  autoridad  soberana,  tendría  que  con- 
vertirse en  un  rival  suyo,  y  ser  un  tropiezo  insu- 
perable en  todo  lo  concerniente  al  gobierno  inte- 
rior, á  la  recíproca  relación  de  los  poderes  públicos, 
de  las  medidas  de  urgencia,  y  aún  de  los  actos  di- 
plomáticos que  en  aquel  momento  suscitaban  la 
alarma  y  las  desconfianzas  de  los  partidos. 

En  cuanto  al  Director,  claro  es  que  amarrados 
«sus  robustos  brazos  por  los  fuertes  eslabones  de 
la  cadena  que  habían  de  contener  sus  instintos  des- 
póticos» quedaba  anulado,  ya  fuese  por  el  veto  ab- 
soluto, ya  por  la  venia  de  la  Junta  que  debía  ob- 
servarlo. En  el  primer  caso  no  podía  gobernar;  en 
el  segundo  no  era- más  que  una  expresión  pasiva 
de  las  id^as  v   de  las  resoluciones  de  un   Comité, 


244  RELACIÓN    DEL    ESPÍRITU    PÚBLICO 

que  resolvía  y  gobernaba  en  secreto  sin  debate  pú- 
blico y  sin  vínculos  con  la  opinión.  Por  muy  mo- 
derados y  sensatos  que  fueran  sus  miembros,  era 
imposible  que  no  sobrevinieran  choques,  no  sólo 
de  opiniones,  sino  de  responsabilidades,  que  era 
lo  más  grave  y  lo  más  difícil  de  transigir. 

En  los  primeros  días  de  la  conmoción  del  15  de 
abril  de  1815,  muy  inferior  por  cierto  en  inspira- 
ciones y  propósitos  á  la  del  8  de  octubre  de  181 2, 
nada  de  eso  se  tuvo  presente;  y  como  la  Junta  de 
Observación,  que  podríamos  llamar  más  bien  Con- 
sejo de  Veto,  no  tenía  pauta  alguna  para  desem- 
peñar su  cometido,  se  incurrió  todavía  en  el  mons- 
truosísimo error  de  hacinar  entre  sus  facultades, 
estas  otras:  formar  un  Estatuto  del  Estado,  san- 
cionarlo, promulgarlo  y  mantenerlo  en  vigencia; 
es  decir,  hacer  una  Constitución,  declararla  por  51 
y  ante  sí  ley  orgánica  del  Estado,  otorgarla,  ha- 
cerla cumplir  como  Poder  Legislativo,  <(y  comple- 
mentarla por  Reglamentos  Provisionales  para  los 
objetos  necesarios  y  urgentes»  ( i ) .  Que  el  Esta- 
tuto y  sus  resoluciones  fueran  provisionales,  era  una 
circunstancia  que  no  alteraba  el  fondo  de  sus  in- 
compatibilidades ;  porque  en  lo  provisional  era  pre- 
cisamente en  lo  que  reposaba  todo  el  gobierno  con 
todas  las  dificultades  del  momento  y  con  las  solu- 
ciones del  porvenir.  Todo  estorbo  absoluto  ó  veto 
puesto  en  un  orden  gubernativo,  provisional  ó  ab- 
soluto, á  los  malos  procederes  de  una  autoridad, 
es  también  estorbo  de  los  buenos  procederes,  según 

(i)     Estatuto  ProTtMcial  de  mayo  de  7á'/5.   Sección  2.". 
artículo  dnico. 


CONTRA    LA    DISOLUCIÓN    NACIONAL  245 

sea  la  opinión  particular  de  los  que  la  ejercen,  por- 
que fuera  del  régimen  electoral  permanente  y  del 
debate  parlamentario  no  hay  orden  público  libre 
ni  control  posible  de  los  actos  gubernativos  que  no 
sea  absolutismo  contra  absolutismo. 

Entre  tanto,  el  plebiscito  del  i8  de  abril  había 
creado  la  Junta  de  Observación  para  controlar  y  vi- 
gilar al  Poder  Ejecutivo  como  su  nombre  lo  dice 
y  como  ella  misma  lo  repetía  en  su  exposición  de 
motivos.  Pero  como  no  existían  reglas  positivas 
para  el  cumplimiento  y  ejercicio  de  este  cometido, 
el  mismo  plebiscito  en  que  fueron  electos  los  cinco 
miembros  de  la  Junta,  los  autorizó,  como  acaba- 
mos de  decir,  para  formar  y  otorgar  la  Constitu- 
ción provisional  del  Estado  sin  autorización  ni 
anuencia  de  las  demás  provincias  que  lo  compo- 
nían. La  Junta  entró  en  esta  obra  convencidísima 
de  su  autoridad  soberana  dentro  de  la  provincia  de 
Buenos  Aires,  y  de  la  necesidad  de  que  su  obra 
fuese  propuesta  como  simple  proyecto  á  la  libre 
aceptación  de  las  otras  provincias  de  la  Unión.  Im- 
buida en  esta  idea  fraguó  de  prisa  una  de  las  Cons- 
tituciones más  extensas  y  completas  que  se  hayan 
producido  en  el  curso  de  nuestros  ensayos;  que  si 
bien  contiene  errores  garrafales,  consignó  también 
algunos  principios  y  detalles  administrativos  que 
es  lástima  que  no  se  hayan  mantenido  en  lo  suce- 
sivo. En  la  altura  de  autoridad  con  que  ella  se  con- 
sideró, la  Junta  de  Observación  extendió  su  come- 
tido á  dar  la  organización  y  los  procederes  con  que 
debían  ser  electos  los  miembros  del  Congreso  Na- 
cional, los  directores  supremos  del  Estado,  los  mi- 
nistros de  su  despacho,   los  gobernadores  de  pro- 


2J\.b  RELACIÓN    DEL    ESPÍRITU    PÚBLICO 

vincia,  los  Tribunales  de  Justicia,  los  Cabildos,  y 
demás  funcionarios  públicos.  Dio  las  bases  todas 
de  la  ley  de  ciudadanía,  de  la  ley  de  habeas  corpus 
ó  seguridad  individual,  de  la  organización  del 
Ejército,  de  la  Armada  y  de  las  milicias ;  de  la  li- 
bertad de  imprenta,  y  hasta  de  lo  que  concernía  á 
la  religión  del  Estado,  á  los  derechos  naturales,  y 
á  todo  el  orden  público  y  constitucional  por  fin. 

De  todo  este  fárrago  de  resoluciones  generales 
y  mandatos  de  detalle  llevados  á  lo  ínfimo  (pues 
todo  se  quiso  prever  y  fijar)  copiado  sin  origina- 
lidad, y  extractado  á  la  ligera  de  textos  más  ó  me- 
nos conocidos,  y  en  especial  de  las  exposiciones  de 
la  Constitución  inglesa  de  Delolme,  nada  podía 
tener  aplicación,  sino  dos  disposiciones:  i.',  lo 
concerniente  al  poder  controlador  de  la  Junta  so- 
bre el  Director  actual  y  local  de  Buenos  Aires ; 
y  2.^,  el  proceder  á  seguir  en  la  elección  de  los  di- 
putados que  habían  de  formar  el  Congreso  de  Tu- 
cumán.  Lo  primero  era  de  graves  consecuencias; 
porque  como  antes  hemos  observado,  ese  Director, 
suplente  en  el  orden  nacional  era  permanente  en 
el  orden  provincial,  y  por  consiguiente  verdadero 
y  Supremo  Director  á  causa  de  la  importancia  su- 
prema de  la  ciudad  y  de  la  provincia  que  gober- 
naba. De  modo  que  al  someterlo  á  su  veto  abso- 
luto, la  Junta  de  Observación  supeditaba  también 
los  intereses  y  la  vida  pública  de  las  demás  pro- 
vincias al  Concejo  silencioso  de  sus  cinco  miem- 
bros que  se  había  metido  en  el  bolsillo  las  llaves 
del  Erario  y  de  los  negocios  generales.  Lo  segun- 
do, la  elección  é  instalación  del  Congreso  General 
en  Tucumán,  podía  no  ser  del  agrado  de  la  Junta 


CONTRA    LA    DISOLUCIÓN    NACIONAL  247 

y  del  grupo  provincialista  que  pensaba  como  ella, 
pero  era  cosa  irremediable  dejar  á  las  provincias 
que  aceptasen  el  método  que  se  les  proponía  ó  que 
adoptasen  el  que  mejor  quisiesen,  porque  como  eso 
provenía  del  plebiscito  de  abril  que  formaba  la  base 
de  todo  el  nuevo  orden  de  cosas,  no  podía  ser  con- 
trariado; y  contaba  además,  en  el  seno  mismo  de 
Buenos  Aires,  con  el  decidido  y  fuerte  apoyo  del 
partido  nacionalista,  con  el  poderoso  influjo  que  la 
familia  del  general  San  Martín  ejercía  en  el  Ca- 
bildo, y  con  los  compromisos  personales  que  el  di- 
rector Alvarez-Thomas  había  tomado  en  ese  asun- 
to, previendo  ó  no  previendo  las  consecuencias  pró- 
ximas á  desarrollarse. 

Bastaría  fijarse  un  momento  en  la  idea  que  el 
Estatuto  se  hacía  de  lo  que  es  la  libertad,  para  ver 
que  sus  autores  no  tenían  ni  siquiera  la  más  ele- 
mental noción  de  su  verdadera  y  única  naturaleza. 
((Es  la  facultad,  decían,  de  obrar  cada  uno  á  su  ar- 
bitrio^ (sicj  siempre  que  no  viole  las  leyes,  ni  dañe 
los  derechos  de  otro».  De  modo  que  dado  ese  acuer- 
do con  las  leyes,  tan  libres  eran  los  siábditos  de 
Fernando  VII,  ó  del  zar  de  Rusia,  ó  del  rey  de  Ña- 
póles, como  los  del  rey  de  Inglaterra,  ó  como  los 
ciudadanos  de  los  Estados  Unidos  de  iVmérica  (2). 
No  se  les  había  alcanzado  lo  más  sencillo  de  la 
materia,   á  saber,   (cque  la  libertad  consiste  en  las 

(2)  Y  como  prueba  véase  el  art.  2°,  del  cap.  II:  uTodo 
hombre  deberá  respetar  el  culto  público  y  la  Religión  Santa 
del  Estado:  la  infracción  de  este  artículo  será  mirada  como 
una  violación  de  las  Leyes  Fundamentales  del  país».  ]  Na- 
da menos!  Crimen  por  consiguiente  de  alta  traición.  ¿Qué 
distancia  había  de  esto  al  Santo  Oficio? 


240  RELACIÓN    DEL    ESPÍRITU    PÚBLICO 

LEYES  LIBRES»,  es  dccir  en  el  poder  electoral  y  en 
el  poder  parlamentario.  Verdad  es  que  en  cuanto  á 
esto  último,  por  sencillo  que  sea,  estamos  vergon- 
zosamente atrasados  todavía. 

Por  lo  que  hace  á  la  ciudadanía,  aunque  con  al- 
guna confusión,  el  Estatuto  adelantaba  las  bases 
del  registro  cívico  y  del  valor  substancial  del  censo 
como  fundamento  del  orden  electoral,  tanto  en  lo 
relativo  al  sufragio  popular,  ó  mejor  dicho  veci- 
nal, cuanto  en  lo  perteneciente  á  los  miembros  del 
Congreso,  á  los  magistrados.  Cabildos  y  otros  je- 
fes de  los  ramos  administrativos.  Lo  singular  es 
que  con  una  reserva  manifiesta,  para  lo  futuro,  y 
pensando  ya  quizás  en  alguna  oposición  ó  nega- 
tiva á  los  actos  del  Congreso  de  Tucumán,  la  Junta 
se  abstenía  de  decir  cómo  había  de  ser  electo  el  Di- 
rector Supremo  ó  jefe  del  Poder  Ejecutivo,  y  lo 
dejaba  á  los  reglamentos  que  se  proponía  dar  des- 
pués «para  asegurar  el  libre  consentimiento  de  las 
provincias,  y  la  más  exacta  conformidad  á  Iqs  de- 
rechos de  todas  ellas». 

Entre. las  novedades  dignas  de  llamar  la  aten- 
ción como  un  síntoma  político  del  tiempo  más  que 
por  su  propio  valor,  debe  contarse  la  estrafalaria 
ocurrencia,  que  fué  quizás  una  fundada  intuición, 
de  suponer  un  antagonismo  necesario  y  genial  en- 
tre ella  misma  y  el  Cabildo:  antagonismo  que  real- 
mente debía  provocarse  en  el  desarrollo  de  los  su- 
cesos, y  ordenar  en  consecuencia  que  el  Cabildo 
comprase  una  imprenta,  que  diese  en  ella  un  pe- 
riódico semanal  con  el  título  de  Censor,  porque  al 
Cabildo  le  correspondía  censurar,  en  calidad  de 
agente  vecinal,   todo  lo  quf  encontrase  censurable 


CONTRA    LA    DISOLUCIÓN"    NACIONAL  249 

en  el  gobierno;  y  para  que  la  censura  fuese  apre- 
ciable  por  el  público,  la  Junta  tendría  también  su 
periódico  semanal  con  el  título  de  Gaceta  en  que 
discutiría  y  defendería  los  actos  y  medidas  censu- 
radas. En  el  fondo,  ésta  no  era  sino  una  ridicula 
novedad,  aunque  bien  intencionada  manera  de  su- 
plir el  debate  piíblico  parlamentario  que  carecía  de 
organismo  y  de  procederes  en  el  extenso  Estatuto 
de  1816.  Y  si  insistimos  en  estos  detalles,  es  sólo 
por  poner  en  parangón  ese  régimen  bastardo,  sa- 
lido del  pueblo  y  de  la  insubordinación  militar, 
con  el  régimen  orgánico  en  cuyo  seno  había  bri- 
llado con  sus  leves,  con  sus  victorias  y  con  su  sa- 
biduría la  Asamblea  General  Constituyente  de  1813 
á  1814. 

El  poder  que  la  Junta  de  Observación  se  reser- 
vaba por  el  Estatuto  sobre  los  secretarios  del  Di- 
rector era  no  sólo  absoluto,  sino  inaudito.  En  pri- 
mer lugar  "limitaba  su  carácter  y  sus  funciones  á 
las  de  meros  subalternos))  (cap.  III,  art.  2.°)  y  los 
declaraba  amovibles  ((cuando  la  Junta  de  Obser- 
vación lo  exigiese»,  no  sólo  á  ellos  sino  también  <(á 
los  oficiales  de  dichas  secretarías»  (cap.  III,  ar- 
tículo 4.").  Esta  cláusula  era  á  la  vez  que  una  reac- 
ción contra  el  carácter  verdaderamente  ministerial 
y  gubernativo  que  habían  tenido  los  ministros  en 
el  Directorio  de  Posadas  y  de  Alvear,  una  absurda 
confusión  de  la  amovilidad  de  los  ministerios  par- 
lamentarios al  influjo  de  las  mayorías  en  el  régi- 
men inglés;  pero  que  colocada  aquí  en  la  manera 
arbitraria  que  se  le  daba,  independientemente  del 
debate  y  de  la  opinión  pública,  era  un  instrumento 
de  despotismo  y  de  mal  gobierno  monstruosísimo 
al   último  grado. 


250  RELACIÓN    DEL   ESPÍRITU    PÚBLICO 

De  acuerdo  con  la  índole  separatista  que  le  ve- 
nía de  su  origen,  la  Junta  de  Observación  dejaba 
'á  las  provincias  el  pleno  derecho  de  que  sus  pro- 
pios electores  eligiesen  el  gobernador  de  cada  una 
de  ellas.  Pero  lo  inconcebible  era  que  les  dictaba 
el  régimen  de  que  habían  de  servirse  para  esa  elec- 
ción, y  hasta  el  número  de  los  electoras  con  que 
la  habían  de  hacer  (cap.  V).  Al  desentenderse  de 
la  elección  de  los  gobernadores  de  provincia,  la 
Junta  no  entendía  hacer  un  acto  de  obsecuencia  ó 
de  cordialidad  en  favor  de  las  otras  provincias,  co- 
mo podría  creerse,  sino  que  obedecía  al  mismo  fin 
con  que  el  Cabildo  abierto  del  18  de  abril  había  se- 
parado de  la  capital  la  instalación  del  Congreso  Ge- 
neral y  relegádola  de  muy  buena  voluntad  á  la 
ciudad  de  Tucumán.  Del  mismo  modo  la  antigua 
capital  les  dejaba  ahora  á  las  provincias  que  hicie- 
ran sus  gobernadores  como  quisieran,  á  trueque  de 
retraerse  ella  también  á  su  propio  régimen  pro- 
vincial, como  dueña  en  absoluto  de  sus  actos  y  de 
lo  que  quisiera  ó  no  hacer  por  los  demás  miembros 
de  la  nación,  que  sin  sus  recursos  y  sin  su  ayuda 
nada  podrían  conseguir  sino  hundirse  en  la  bar- 
barie local  ó  en  la  nulidad.  Equivocar  esta  tenden- 
cia huraña,  propia  de  todas  las  sociedades  embrio- 
narias, de  todas  las  naciones  inorgánicas,  con  los 
principios  del  régimen  federal,  es  ignorar  que  este 
régimen  tiene  por  base  esencialísima  y  vital  la  uni- 
dad nacional  concentrada,  y  que  la  autonomía  que 
él  admite  no  es  política,  sino  meramente  adminis- 
trativa y  municipal. 

San  Martín  en  Cuyo,  Rondeau  en  las  fronteras 
del  Alto  Perú,  Güemes  en  Salta,  estaban  demasía- 


CONTRA    LA    DISOLUCIÓN    NACIONAL  25  I 

do  interesados  en  continuar  participando  de  las  uti- 
lidades y  beneficios  de  su  asociación  con  Buenos 
Aires,  para  que  consintieran  esta  disolución  repen- 
tina de  las  bases  orgánicas  tradicionales:  y  quien 
dice  Cuyo,  dice  Mendoaa,  San  Juan  y  San  Luis; 
como  quien  dice  Salta,  dice  Santiago.  Tucumán, 
CataíYiarca  y  Rio  ja,  dice  todo  el  cuerpo  de  las  pro- 
vincias interiores,  inclusa  la  de  Córdoba,  que  no 
podía  tener  personalidad  propia  para  permanecer 
en  las  veleidades  artiguistas  que  había  querido  lu- 
cir en  momento  harto  efímero.  Así  pues,  San  Mar- 
tín y  Güemes  rechazaron  el  Estatuto,  porque  no 
existiendo  un  orden  nacional  que  pudiera  privar- 
los de  la  autoridad  local  que  ejercían  por  el  voto 
y  por  la  adhesión  de  las  provincias  que  goberna- 
ban, nada  les  importaba  que  el  Estatuto  les  acor- 
dase lo  que  ya  tenían  y  lo  que  el  Estatuto  no  les 
podía  quitar.  Pero  lo  que  sí  les  importaba  y  mu- 
cho, era  que  Buenos  Aires  se  quisiese  retraer  (de- 
jándolos colgados  como  vulgarmente  se  dice)  con 
reservas  contrarias  á  la  autoridad  general,  abso- 
luta y  unitaria  del  próximo  Congreso,  que  debía 
restablecer  y  reatar  vigorosamente  los  vínculos  de 

la    INTEGRIDAD    NACIONAL   y    TERRITORIAL    del   CUerpO 

social,  en  servicio  aunque  más  no  fuese,  de  la  causa 
de  la  independencia,  harto  comprometida  por  el 
desquiciamiento  mismo  que  ellos  acababan  de  fa- 
vorecer. Y  es  cosa  digna  de  notarse  que  todos  es- 
tos accidentes  unitarios  y  reconcentrantes  del  mo- 
vimiento político  argentino  han  procedido  siempre, 
y  sin  excepción,  de  los  influjos  y  tendencias  de  las 
provincias  interiores  y  de  sus  hombres,  siendo  ellas 
y  ellos  los  que  no  obstante  ser  eso  evidente,  han 


252  RELACIÓN    DEL    ESPÍRITU    PÚBLICO 

acusado  á  Buenos  Aires  de  ser  quien  los  ha  pro- 
movido y  fomentado.  Verdad  es  que  casi  siempre 
ha  faltado  altura  y  nobleza  para  concebir  y  respe- 
tar las  exigencias  fundamentales  del  organismo  na- 
cional, y  que  lo  que  ha  prevalecido  en  los  vaivenes 
de  la  marcha  revolucionaria  es  un  sentimiento  se- 
creto de  conquista  y  de  usurpaciones,  que  produce 
reacciones  más  ó  menos  rápidas,  que  deja  sin  solu- 
ción definitiva  los  problemas  esenciales,  y  que  al 
fin  de  cada  período  irregular  torna  las  cosas  y  las 
cuestiones  á  su  primitivo  estado  de  insubsistencia. 
Nada  era  más  natural  en  el  estado  dé  los  espí- 
ritus que  la  enojosa  situación  producida  en  el  áni- 
mo del  Director,  de  sus  secretarios  y  del  Cabildo, 
por  la  promulgación  otorgada  del  Estatuto,  y  por 
la  infatuación  autoritaria  que  la  Junta  de  Observa- 
ción sacaba  con  razón  y  verdad  de  los  términos 
mismos  con  que  el  plebiscito  la  había  erigido  é  im- 
puéstole  las  responsabilidades  y  condiciones  de  su 
autoridad.  Las  opiniones  comenzaron  á  diverger 
entre  los  tres  poderes  que  tenían  la  situación  en 
sus  manos ;  y  á  medida  que  el  Director  y  el  Ca- 
bildo se  inclinaban  gradual  y  espontáneamente  al 
orden  de  los  intereses  nacionales,  si  no  por  opi- 
nión, por  resentimiento  y  por  el  natural  deseo  de 
emancipar  su  autoridad  de  la  opresión,  y  nulidad 
á  que  se  pretendía  reducirla,  más  ofendida  tam- 
bién la  Junta  con  el  rechazo  que  había  sufrido  de 
parte  de  los  jefes  que  imperaban  en  las  provincias, 
procuraba  seguir  en  su  sistema  de  precauciones  y 
de  reservas  locales  contra  las  autoridades  y  resolu- 
ciones que  pudieran  venirle  del  Congreso.  Lo  que 
la  Junta  de  Observación  y  su  partido  temían  sobre 


CONTRA    LA    DISOLUCIÓN    NACIONAL  253 

todo  era  la  elección  del  Director  Supremo  y  per- 
manente que  pudiera  hacer  el  Congreso  de  Tucu- 
mán ;  y  lo  temían  porque  en  efecto  era  lo  más  gra- 
ve, desde  que  fuese  á  prevalecer  el  mal  deseo  de 
conquistar  á  Buenos  Aires  y  de  someterlo  á  ele- 
mentos externos  y  medios  de  gobierno  que  se  te- 
nían por  hostiles  y  por  humillantes.  Y  de  cierto 
que  si  no  hubiera  sido  la  suma  cordura  con  que 
San  Martín,  Belgrano  y  Güemes  influyeron  en  la 
elección  de  Pueyrredón,  las  cosas  hubieran  tomado 
el  camino  fatal  de  una  guerra  irremediable  y  trá- 
gica entre  Buenos  Aires  y  las  provincias  reunidas 
en  el  Congreso  de  Tucumán. 

Todo  estaba  preparado  para  eso,  como  lo  he- 
mos de  ver :  los  ocho  ó  diez  mil  cívicos  de  la  ciu- 
dad, y  los  partidos  que  en  ella  se  agitaban. 

Por  lo  pronto  esta  situación  se  iba  diseñando 
sin  estar  todavía  producida  de  un  modo  abierto. 
Pero  el  sentimiento  público  y  el  de  los  miembros 
de  la  Junta  misma  tenía  en  mucha  cuenta  las  ne- 
cesidades de  la  guerra  de  la  Independencia.  Esa 
era  la  causa  que  ante  todo  apasionaba  á  la  capital ; 
la  que  á  la  vez  que  daba  su  fuerza  real  á  la  auto- 
ridad del  director  Alvarez-Thomas,  imponía  á  la 
Junta  la  necesaria  prudencia  de  no  contrariar  abier- 
tamente lo  que  apoyaba  San  Martín  desde  Cuyo, 
y  el  partido  y  los  parientes  de  San  Martín  en  el 
Cabildo.  El  pueblo  flotaba  todavía,  sin  conciencia 
hecha,  entre  el  sentimiento  local  y  el  patriotismo 
nacional.  No  estaba  aun  bien  advertido  de  lo  que 
pasaba  ó  de  lo  que  se  preparaba  en  los  secretos  de 
la  política  oficial. 

Las  primeras  divergencias  entre  el  Director  y 


254  RKLACIÓN    DEL    ESPÍRITU    PÚBLICO 

la  Junta  provinieron  de  la  necesidad  de  formar  en 
Mendoza  el  fuerte  ejército  de  los  Andes  y  de  la 
situación  de  Santafé.  En  cuanto  á  lo  primero  la 
Junta  no  consentía  de  buena  gana  en  sacar  de  Bue- 
nos Aires  las  tropas  que  la  guarnecían  para  todo 
evento.  Entre  tanto,  eso  era  indispensable  según 
las  exigencias  del  general  San  Martín,  como  lo  era 
tanibién  hacer  una  leva  ó  reclutamiento  general  de 
2,500  á  3,000  hombres,  en  cuyo  reparto  á  Buenos 
Aires  le  tocaba  contribuir  además  con  ochocientos 
reclutas  (3).  La  Junta  de  Observación  intentó  in- 
tervenir en  esto,  pero  la  decisión  del  Cabildo  y  del 
Director,  ayudados  por  la  opinión  pública,  contu- 
vieron su  tentativa. 

En  cuanto  á  Santafé,  el  gobierno  estaba  tam- 
bién resuelto  á  tomar  la  delantera  para  ocuparlo  y 
disputarle  á  Artigas  á  todo  trance  la  posesión  de 
ese  terreno  indispensable  al  comercio  de  la  capital 
con  las  provincias  del  Oeste  y  del  Norte,  y  más  in- 
dispensable todavía  para  el  envío  y  tránsito  de  per- 
trechos, reclutas,  armas,  municiones,  vestuario,  y, 
en  fin,  todo  cuanto  era  necesario  para  habilitar  los 
dos  ejércitos  que  se  quería  poner  en  acción. 

Ese  es  un  principio  fatal,  objetaban  los  unos, 
que  sacará  á  Buenos  Aires  de  la  prescindencia  en 
que  se  ha  colocado,  para  envolverlo  de  nuevo  en  las 
pendencias  de  las  demás  provincias.  Dejemos  á  los 
santafecinos  que  acepten  si  les  conviene  el  yugo  de 

(3)  Buenos  Aires,  800;  Córdoba.  400;  Mendoza,  300; 
San  Luis,  200;  San  Juan,  200;  Santafé,  150;  Salta,  150: 
Tucumán,  200;  Rioja,  150;  Catamarca,  200;  Santiago,  200. 
Los  contingentes  de  Salta,  Tucumán,  Rioja,  Catamarca  y 
Santiago  formaron  el  número  i.°  ó  Cazadores  de  los  Andes. 


CONTRA    LA    DISOLUCIÓX    NACIONAL  255 

Artigas,  ó  que  lo  repelen  si  no  les  conviene.  Es 
que  no  se  trata  de  eso,  contestaban  los  otros,  sino 
de  poner  en  defensa  á  Buenos  Aires  contra  las  ten- 
tativas de  ese  bárbaro  que  es  el  que  nos  ataca  en 
nuestro  propio  territorio  sin  dejarnos  descanso.  No 
lo  vamos  á  buscar,  sino  á  tomar  el  límite  indispen- 
sable para  contenerlo  y  defender  á  nuestros  amigos 
de  esa  y  de  las  demás  provincias. 

Delante  de  estas  observaciones  y  del  temor  efec- 
tivo que  los  hombres  del  gobierno  tenían  de  provo- 
car tan  pronto  las  iras  de  Artigas,  ocupando  á  San- 
tafé,  que  este  caudillo  miraba  ya  indudablemente 
como  la  base  de  su  dominación  futura  en  las  már- 
genes occidentales  del  Paraná,  trataron  de  ensayar, 
antes  de  romper,  si  enviándole  una  nueva  comisión 
de  paz  podría  obtenerse  que  desistiera  de  conturbar 
las  provincias  argentinas  á  trueque  de  quedar  due- 
ño reconocido,  absoluto,  independiente  y  soberano 
en  el  territorio  oriental.  El  gobierno  nombró  para 
llenar  ese  encargo  al  coronel  don  Blas  José  de  Pico 
y  al  presbítero  don  Bruno  de  Rivarola. 

Artigas  recibió  á  los  comisionados  con  las  for- 
mas   de    cordialidad    hipócrita    y 
18 1 5  socarrona  que  le  eran  habituales. 

Junio  i;  Les  dio  grandes  esperanzas  to- 
mando las  cosas  en  general.  Pe- 
ro, como  paso  previo  para  tratar  de  lo  presente, 
volvió  sobre  lo  pasado;  y  sin  ningún  motivo  prác- 
tico ó  útil,  nada  más  que  por  pura  terquedad,  exi- 
gió que  los  comisionados  declarasen  que  en  los 
sucesos  del  Miguelete  en  abril  de  1813,  la  razón  y 
el  derecho  habían  estado  de  su  parte,  y  la  falta  y  el 
delito  de  parte  de  la  Junta  provincial  que  le  había 


256  RHLACIÓX    DKL    ESPÍRITU    PÚBLICO 

desobedecido  y  de  la  Asamblea  General  Consti- 
tuyente que  había  rechazado  los  poderes  que  él  ha- 
bía dado  á  los  diputados  (4). 

Prescindamos  de  este  rasgo  tan  peculiar  de  su 
carácter  que  llevó  después  hasta  el  delirio  de  pre- 
ferir la  pérdida  de  su  país  y  la  suya  misma,  antes 
que  reconocer  sus  errores,  y  veamos  lo  que  exigió 
en  seguida.  Por  el  primer  artículo  Buenos  Aires 
debía  reconocer  que  sus  relaciones  políticas  con 
todas  las  demás  provincias  argentinas  eran  las  de 
una  simple  alianza.  ((Cada  provincia  (decía)  tiene 
igual  dignidad  é  iguales  privilegios  y  derechos,  y 
cada  una  renunciará  al  proyecto  de  subyugar  á  otra. 
Su  pacto  con  las  demás  es  el  de  una  alianza  ofen- 
siva y  defensiva». 

¡  Muy  bien !  Pero  es  que  tratándose  de  él  y  del 
yugo  con  que  había  subyugado  á  Corrientes  y  En- 
trerríos,  del  que  quería  extender  á  Santafé  y  á  Cór- 
doba, este  principio,  que  algunos  toman  candida- 
mente como  base  federal,  cambiaba  radicalmente ; 
y  no  sólo  se  convertía  en  unitario,  sino  en  dictato- 
rial, en  personalísimo  y  en  bárbaro;  pues  en  el  ar- 
tículo 13  exigía  que  se  declarase  que  ((quedaban 
bajo  el  protectorado  y  dirección  del  Jefe  de  los 
Orientales  hasta  que  quisiesen  separarse  (¿cómo?) 
las  provincias  de  Corrientes,  Entrerríos,  Santafé  y 
Córdoba» ;  á  las  cuales  no  alcanzaba,  como  se  ve, 
la  igualdad  de  privilegios  y  de  dignidad  que  esta- 
blecía el  artículo  i .°,  sino  que  debían  permanecer 
en  tutelaje  y  especialmente  retenidas  bajo  la  férula 
del  feroz  y  cínico  caudillo  que  las  tenía  conquista- 

(4)     Véase  el  vol.  IV,  pág.    406  y  sigfuientes. 


CONTRA    LA    DISOLUCIÓN    NACIONAL  257 

das.  Para  mayor  demasía  reclamaba  además  que 
se  le  entregasen  tres  batallones  de  orientales,  que 
no  habían  querido  servir  á  sus  órdenes  (5),  el  ar- 
mamento y  la  escuadrilla  tomadas  por  Alvear  en 
Montevideo,  una  indemnización  de  200  mil  pesos 
fuertes,  instrumentos  de  labranza  para  los  pobla- 
dores de  la  campaña  oriental,  fusiles  á  Santafé  y  á 
Córdoba  con  otro  ctímulo  de  exigencias  de  puro 
capricho  que  sólo  podrían  enunciarse  para  dar  á 
conocer  la  insolencia  estúpida  de  este  bandolero, 
que  no  habría  estado  un  mes  en  el  país  si  Buenos 
Aires  mismo  no  lo  hubiera  salvado  destruyendo  el 
poder  de  la  Asamblea  y  del  general  Alvear. 

En  la  imposibilidad  de  tratar  sobre  bases  como 
éstas,  que  en  resumidas  cuentas  equivalían  á  san- 
cionar y  consumar  el  espantoso  desquiciamiento  en 
que  se  hallaba  el  país,  y  la  destrucción  completa  de 
la  integridad  nacional,  entregada  así  al  arrebato 
y  al  salteo,  ya  realizado,  de  dos  provincias  argen- 
tinas, y  con  amenaza  de  conquistar  otras  dos  por 
los  mismos  medios  de  barbarie  y  de  vandalismo  que 
se  había  echado  sobre  las  dos  primeras,  los  comi- 
sionados adujeron  las  observaciones  del  caso ,  y  pre- 
sentaron otras  bases,  bastante  humildes  y  tímidas 
en  verdad,  en  que  reiteraban  el  reconocimiento  de 
la  absoluta  independencia  del  Estado  Oriental,  re- 
nunciaban á  toda  indemnización  por  los  gastos  de 
escuadras  y  ejércitos  empleados  en  emancipar  ese 
estado,  reducían  al  4  por  100  los  impuestos  del  trá- 
fico recíproco,  y  se  acordaba  todavía  que  las  pro- 
vincias de  Entrerríos  y  Corrientes,   ocupadas  por 

(s)     Véase  el  vol.   IV,  pág.    332. 

HIST.    DE    LA   REP.    ARGENTINA.    TOMO   V.  — 17 


25tS  RELACIÓN    DEL    ESPÍRITU    PÚBLICO 

las  bandas  de  Artigas,  quedasen  en  libertad  de  re- 
solver por  sí  mismas  lo  que  más  les  conviniese. 
;,  Cuál  fué  el  resultado? 

((Todos  nuestros  esfuerzos  para  inspirar  senti- 
mientos de  paz,  dijeron  los  comisionados  en  el  in- 
forme que  pasaron  al  gobierno,  no  han  tenido  otra 
respuesta  sino  que  no  hay  esperanzas  de  concilia- 
ción. Tan  triste  es,  excelentísimo  señor,  el  resul- 
tado de  la  negociación  que  Vuestra  Excelencia  qui- 
so confiar  á  nuestro  celo.  Verhalmente  hemos  ins- 
truido á  Vuestra  Excelencia  de  otros  pormenores 
(¡cómo  serían  ellos!)  y  de  todo  nos  queda  el  sen- 
timiento de  no  haber  podido^  dar  á  nuestra  patria 
sino  nuestros  buenos  deseos».  He  aquí  otra  de  las 
glorias,  otro  de  los  beneficios  honrosos  que  nos 
produjo  la  revuelta  que  dio  en  tierra  con  el  gobier- 
no y  con  la  Asamblea  de  1814.  Si  providencial- 
mente no  hubiéramos  tenido  á  San  Martín  en  Cuyo 
y  á  Güemes,  el  heroico  Güemes,  en  Salta,  las  pro- 
vincias del  Río  de  la  Plata  hubieran  sucumbido 
sin  remedio  en  la  reacción  colonial  y  en  la  barbarie 
á  la  vez. 

La  conducta  intransigente  y  feroz  de  Artigas 
retempló  la  energía  del  movimiento  del  espíritu 
público.  La  desesperación  misma  en  que  ella  puso 
los  ánimos  sirvió  de  poderoso  estímulo  para  que  se 
acentuase  en  la  política  una  tendencia  latente,  y 
bien  recibida  por  la  opinión,  á  reconstruir  con  ma- 
yor vigor  si  era  posible  los  vínculos  de  la  nacio- 
nalidad que  un  momento  antes  habían  amenazado 
desatarse.  Se  echó  mano  otra  vez  de  la  diplomacia, 
ó  más  bien  dicho  se  le  dejó  obrar  con  libertad  para 
que  contuviese  y  anonadase  á  los  enemigos  exte- 


CONTRA    LA    DISOLUCIÓN    NACIONAL  259 

riores  que  amenazaban  la  independencia,  y  á  los 
interiores  que  amenazaban  el  orden  social.  Las  pro- 
vincias cultas  y  libres  de  la  derecha  del  Paraná  se 
agruparon  con  Buenos  Aires  resueltas  á  levantar 
y  consolidar  un  orden  de  cosas  nuevo,  que  por  su 
composición  y  por  sus  medios  fuese  capaz  de  res- 
taurar la  confianza  de  la  nación  y  la  claridad  de  los 
propósitos  que  debían  salvarla.  Avergonzados  de 
su  error,  los  hombres  mismos  que  habían  contado 
con  la  buena  fe,  con  la  sensatez,  y  aun  con  el  egoís- 
mo racional  de  Artigas,  tuvieron  que  convencerse 
de  que  era  un  enemigo  brutal,  intransigente  y  ma- 
niático, de  todo  orden  constituido;  de  que  estaba 
cegado,  ((dementatus)),  y  de  que  en  la  loca  empre- 
sa de  conquistar  una  á  una  las  provincias  argenti- 
nas y  de  hacer  tabla  rasa  en  ellas,  trataba  de  cam- 
biar las  bases  orgánicas  de  la  integridad  nacional 
por  la  erección  de  un  imperio  bárbaro  y  guerrero, 
visión  desastrosa  que  tenía  intoxicada  la  fantasía 
histérica  de  este  ser  indómito,  y  que  en  sus  horas 
de  delirio  era  la  consumación  y  el  modelo  de  lo 
que  él  entendía  por  gobierno  y  por  orden  público. 
Advertidos  ya  de  esto,  sin  que  quedase  hombre 
ni  partido  que  no  se  hubiese  rendido  á  esta  verdad, 
no  había  cómo  poner  en  duda  la  conveniencia  de 
ocupar  cuanto  antes  á  Santafé ;  y  al  ponerlo  en  eje- 
cución el  director  Alvarez-Thomas,  ó  más  bien  di- 
cho su  secretario  el  doctor  don  Gregorio  Tagle, 
que  era  la  mano  política  y  directora  del  gobierno, 
sabía  bien,  que  contrariaba  los  pareceres  secretos 
y  el  amor  propio  de  la  Junta  de  Observación  ;  pero 
sabía  también  que  tenía  de  su  lado  los  intereses 
políticos  y   las  ideas  dominantes  exasperadas  por 


26o  RELACIÓN    DEL    ESPÍRITU    PÚBLICO 

el  proceder  hostil  del  caudillo  oriental.  Decidido 
pues  á  obrar,  el  gobierno  envió  algunos  batallones 
y  grupos  de  reclutas  al  plantel  de  ejército  que  el 
general  San  Martín  organizaba  en  Cuyo,  y  reforzó 
el  cuerpo  de  observación  que  mandaba  el  general 
Viamonte  en  la  frontera  advirtiéndole  que  estuviera 
pronto  á  marchar  á  primera  orden. 

La  causa  de  esta  prevención  era  un  acuerdo  re- 
servado que  Alvarez-Thomas  había  negociado  con 
el  Cabildo  de  Santafé,  cuyos  miembros  principales 
eran  nacionalistas  y  enemigos  decididos  de  Arti- 
gas. Alvarez-Thomas  había  sido  teniente  gober- 
nador de  Santafé  en  el  año  de  1811,  nombrado  por 
la  Junta  Gubernativa.  En  el  desempeño  de  este 
puesto  se  había  hecho  estimar  mucho  por  su  bon- 
dad y  por  su  amable  conducta  con  los  vecinos, 
cuadrando  con  esto  que  en  1815,  los  miembros  más 
influyentes  del  Cabildo  fuesen  sus  amigos  parti- 
culares. La  negociación  se  fundaba  en  que  siendo 
ya  por  el  Estatuto  de  propia  elección  el  gobernador 
y  el  régimen  interno  de  cada  provincia,  no  había 
motivo  de  incompatibilidad  ó  resentimientos  entre 
Santafé  y  Buenos  Aires,  sino  razones  muy  pode- 
rosas de  unión  contra  las  amenazas  opresoras  de 
Artigas  y  contra  las  invasiones  de  las  hordas  de 
indios  que  él  azuzaba. 

En  ese  concepto,    Alvarez-Thomas   había  ofre- 
cido   enviar   tropas    que   protege- 
1815  rían  los  establecimientos  de  cam- 

Junio  24         paña   contra   los   indios   y  la   au- 
tonomía administrativa  de  la  pro- 
vincia contra  Artigas,  con  tal  que  Santafé  resistiese 
las  pretensiones  de  este  caudillo,   que  enviase  sus 


CONTRA    LA    DISOLUCIÓN'    NACIONAL  201 

diputados  al  Congreso  de  Tucumán,  y  que  entre- 
gase el  contingente  de  170  hombres  que  le  corres- 
pondía en  el  reparto  del  reclutamiento  general.  A 
todo  eso  estaba  perfectamente  dispuesto  el  partido 
municipal ;  y  Alvarez-Thomas,  con  el  interés  de  no 
provocar  un  cambio  violento,  le  pasó  una  comuni- 
cación al  gobernador  Candioti  con  fecha  24  de  ju- 
lio advirtiéndole  que  le  era  de  todo  punto  indis- 
pensable cruzar  las  miras  atentatorias  con  que  Ar- 
tigas pretendía  ocupar  á  Santafé,  y  que  con  este 
motivo  se  encargaría  también  de  proteger  la  cam- 
paña con  absoluta  prescindencia  del  orden  interno 
en  todo  lo  que  no  concerniese  á  estos  dos  objetos. 
Estas  promesas  fueron  muy  bien  aceptadas  por  los 
propietarios  de  la  ciudad  y  de  la  campaña,  intere- 
sados en  garantir  y  salvar  sus  bienes ;  pero  la  plebe 
y  los  pilludos  sin  oficio  ni  beneficio,  que  pululaban 
en  la  holgazanería  al  favor  de  los  hábitos  viciosos 
y  desordenados  que  tenían  su  teatro  en  las  taber- 
nas ó  pulperías,  y  sus  relaciones  entre  la  numerosa 
y  miserable  canalla  de  las  calles  y  de  la  región  sel- 
vática de  los  suburbios,  no  estaban  bien  dispuestos 
á  recibir  esa  visita  oficial  de  tropas  militarmente 
regladas.  Verdad  es  que  por  lo  pronto  no  se  les  sin- 
tió síntoma  alguno  de  resistencia  ó  de  agitación 
contradictoria.  Pero  el  gobernador  Candioti,  ó  más 
bien  dicho  su  amigo  y  director  don  Elias  Galisteo 
(pues  Candioti  estaba  ya  agonizando),  contestó  con 
fecha  28  de  julio  oponiéndose  á  la  entrada  de  las 
tropas  de  Buenos  Aires  y  diciendo :  ((Si  á  pesar  de 
esto  Vuestra  Excelencia  nos  quiere  dar  trabajos 
practicando  su  Suprema  determinación,  yo  con  la 
mayor  entereza  y  religiosidad  correspondiente,   no 


2b2  RELACIÓN    DEL    ESPÍRITU    PÚBLICO 

respondo  de  sus  funestos  resultados,  ni  aseguro  de 
alimentos  para  esas  tropas,  ni  de  la  conducta  que 
pueden  tener  estos  moradores». 

Por  supuesto  que  Artigas  no  ignoraba  nada  de 
esto,  pero  comprendía  que  la  situación  de  Santafé 
no  le  ofrecía  ninguna  seguridad  para  transportarse 
á  ella  con  sus  medios  de  acción  y  con  su  persona. 
El  sabía  que  el  partido  separatista  era  santafecino, 
pero  no  artiguista :  que  en  Santafé  los  gauchos  y 
naturales  santafecinos  podían  luchar  contra  Buenos 
Aires  al  favor  de  las  vastas  y  desiertas  pampas  del 
sur  y  de  los  montes  del  norte  y  del  oeste ;  pero  que 
en  este  terreno  él  y  los  suyos  no  tenían  acción  pro- 
pia, porque  si  se  ponían  k  montonerear  serían  me- 
ros instrumentos  auxiliares  de  los  caudillos  santa- 
fecinos, y  si  se  paraban  delante  de  las  tropas  de 
Buenos  Aires,  ni  por  el  número,  ni  por  la  calidad 
podían  contender  contra  ellas.  Además  de  esto,  co- 
mo no  estaba  bien  interiorizado  de  los  propósitos 
de  San  Martín  y  de  Rondeau,  ó  más  bien  dicho, 
del  ejército  que  éste  mandaba,  pues  la  autoridad  de 
Rondeau  era  allí  un  cociente  de  ceros.  Artigas  te- 
mía que  si  él  se  comprometía  en  Santafé,  se  des- 
prendieran algunas  divisiones  de  las  que  Alvarez- 
Thomas  estaba  enviando  á  Cuyo  y  á  Jujuy,  que 
cayendo  á  tiempo  en  combinación  con  Viamonte  y 
con  el  partido  burgués  de  Santafé,  lo  pusieran  en 
serios  peligros.  Algo  de  esto  estaba  ajustado  según 
parece  entre  el  Director  y  San  Martín  por  lo  me- 
nos; y  de  ahí  la  decisión  del  gobierno  y  del  Cabildo 
de  Buenos  Aires  para  lanzarse  á  Santafé  con  tanta 
confianza,  aunque  con  un  número  de  tropas  bas- 
tante diminuto  para  el  objeto. 


CONTRA    LA    DISOLUCIÓN    NACIONAL  263 

Temeroso,  pues,  de  presentarse  en  Santafé  co- 
mo protector  del  gobernador  Candioti  y  de  los  se- 
paratistas, Artigas  prefirió  ver  si  ganaba  tiempo 
iniciando  ahora  una  tregua  de  plazo  indefinido,  y 
mandó  comisionados  con  los  que  á  nada  se  pudo 
arribar  (6)  y  que  se  retiraron  protestando  por  par- 
te de  su  caudillo  que  se  mantendría  en  paz  si  no  lo 
buscaban,  á  lo  que  les  contestó  el  Director  que  él 
no  lo  buscaría,  porque  sobrentendía  que  operar  so- 
bre Santafé  no  era  buscarlo,  como  no  lo  era  en 
efecto. 

La  Junta  de  Observación  se  mantenía  entre  tan- 
to cautelosamente  á  distancia  de  los  actos  políticos 
del  Director,  contando  con  los  malos  resultados  que 
preveía  por  su  mismo  espíritu  de  oposición,  y  re- 
servándose hacer  sentir  su  autoridad  cuando  se  pro- 
dujeran y  le  dieran  razón. 

(6)  Miguel  Barreiro,  José  A.  Cabrera.  Pascvial  Andi- 
no y  José  García  Cossio. 


CAPITULO  VIH 

OCrPACIÓX  DE  SANTAFÉ. — DESASTRE  DE   SIPE-SII'E 

Sumario;  Reorganización  militar. — Ocupación  de  Santafé. 
— Medidas  del  general  Viamonte. — Sus  instrucciones.— 
Disidencias  locales.  —  Los  partidos  de  la  provincia.  - 
Muerte  del  gobernador  Candioti. — Conflicto  entre  la  Jun- 
ta Electoral  y  el  Cabildo.— Conducta  del  general  Via- 
monte.— .A.narquía  y  tumultos  populares.  —  índole  polí- 
tica de  los  partidos. — Artigas.  —  Situación. — Reincorpora- 
ción "de   Santafé  á  la  comunidad  nacional.  —  Sofismas   se- 

•  parañstas  y  nacionalismos  insinceros.  —  La  derrota  de 
■  Sipe-Sipe.  —  Disminución  y  marcha  de  las  guarniciones 
de  la  capital  y  de  Santafé.  —  Situación  miserable  del  ejér- 
cito del  .AlUo  Perú.  -Anarquía.  —  Indisciplina  é  insubor- 
dinación.—  Nulidad  vergonzosa  de  Rondeau. — Bandos  y 
partidos. — El  coronel  Forest. — El  coronel  Pagóla.  —  Des- 
orden y  desbarajuste  en  las  marchas  y  campamentos. — 
Riñas  y  atentados  de  unos  cuerpos  contra  otros.  — Inepcia 
administrativa  y  militar  del  general  en  jefe. — Descalabro 
del  Tejar.— Acción  feliz  del  Puesto. — Deserción  de  Que- 
mes.—  Su  vindicación. — Retirada  estratégica  del  ejército 
realista.— Marchas  indecisas  y  fluctuantes  de  Rondeau.— 
Campamento  en  Chayanta. — Desastre  de  Ventaimedia.- 
Retirada  desde  Chayanta  hacia  Cochabamba. — El  coro- 
nel Arenales.  —  Incidentes  vergonzosos  de  la  marcha. - 
Desquiciamiento  total  del  ejército.— Derrota  desastrosa 
de  Sipe-Sipe  (Viluma).  —  Opinión  de  los  jefes  enemigos 
sobre  la  ineptitud  de  Rondeau.— Opiniones  del  general 
argentino  don  José  María,  Paz.— Mérito  literario  de  sus 
Memorias  Postumas.— .^cútná  de  Quemes.- Las  conse- 
cuencias. 

A  los  cuatro  meses  del  trastorno  de  abril,  Bue- 
nos   Aires    había   consec^uido   reorganizar   algunos 


DESASTRE    DE    SIPK-SIPE  265 

elementos  militares,  en  fuerza  suficiente  al  menos 
para  defender  la  ciudad.  Podía  contar  con  cinco  ó 
seis  mil  cívicos  aguerridos,  resto  de  los  antiguos 
tercios  que  habían  guerreado  en  1807  contra  los  in- 
gleses, y  que  en  el  curso  de  la  revolución,  de  las 
asonadas  y  de  los  conflictos  internos,  se  habían  ha- 
bituado á  la  vida  de  las  armas.  El  precioso  Ejército 
de  la  Capital  organizado  por  Alvear,  se  había  di- 
suelto en  el  desorden  anterior.  Pero  se  había  tra- 
bajado con  empeño  en  reunir  algunos  de  sus  cuer- 
jx)s,  y  se  contaba  ya  con  cinco  batallones  además 
de  la  división  de  mil  setecientos  hombres  que  al 
mando  del  general  Viamonte  se  hallaban  en  el 
Arroyo  del  Medio  pronta  á  entrar  en  Santafé. 

Con  todo  esto,  el  nuevo  gobierno  podía  mirar 
como  asegurada  su  base  de  operaciones ;  y  aunque 
tuviera  la  desgracia  de  sufrir  algún  descalabro  leja- 
no, la  capital,  que  era  el  centro  de  los  recursos,  es- 
taba completamente  salva  de  que  las  hordas  lito- 
rales intentasen  atacarla.  Se  podía  ir,  pues,  con 
confianza  á  disputarles  la  provincia  de  Santafé, 
para  abrir  y  mantener  expedito  el  tránsito  al  inte- 
rior, sobre  todo  á  Mendoza  y  á  Jujuy,  que  era  don- 
de pendían  los  sucesos  más  importantes  á  la  causa 
de  la  independencia. 

Avanzado  va  el  mes  de  agosto  se  dio  orden  al 
general  Viamonte  que  ocupase  de 
1815  improviso  á  Santafé.  En  el  acto 

Agosto  25  puso  en  marcha  la  caballería,  com- 
puesta de  200  dragones  y  de  300 
milicianos;  embarcó  en  San  Nicolás  los  infantes; 
y  el  25  de  agosto  por  la  mañana  desembarcó  en 
Santafé  con   no  poca  sorpresa  de  los  antiporteños, 


266  OCUPACIÓN    DE    SANTAFÉ 

aunque  con  grande  júbilo  de  los  nacionalistas  y  de 
los  propietarios  territoriales,  que  contaron  al  mo- 
mento con  ser  protegidos  contra  las  invasiones  de 
las  indiadas  y  del  gauchaje  con  que  los  caudillejos 
entrerrianos  de  la  parcialidad  de  Artigas  los  tenían 
hostigados. 

La  primera  medida  del  general  Viamonte  fué 
guarnecer  la  frontera,  desde  Añapiré  hasta  Irion- 
do,  asegurando  así  todo  el  departamento  de  Co- 
ronda  con  algunas  leguas  del  norte  y  noroeste  ( i )  ; 
y  para  hacer  más  rápidos  y  efectivos  los  resultados 
de  esta  medida  levantó  y  organizó  militarmente  otro 
pequeño  escuadrón  de  dragones  santafecinos  que 
puso  á  las  órdenes  del  capitán  Estanislao  López, 
joven  campesino  y  oriundo  de  la  misma  provincia, 
muy  enemigo  por  entonces  de  los  artiguistas,  pero 
taimado  y  ambicioso,  que  logró  poco  después  ha- 
cerse ep  ella  caudillo  vitalicio  y  absoluto  por  más 
de  treinta  años. 

El  gobierno  de  Buenos  Aires  le  había  dado  ins- 
trucciones al  general  Viamonte  de 
1815  que  procurase  ponerse  en   íntima 

Agosto  28  confianza  y  concordancia  con  el 
á  gobernador  Candioti ;  que  no  to- 

Septiembre  3  mase  la  más  ligera  participación 
en  la  administración  ni  en  la  po- 
lítica provincial,  y  que  se  limitase  estrictamente  á 
repeler  á  los  indios  y  á  los  salteadores  artiguistas 
que  pretendieran  operar  con  ellos  en  la  margen  de- 
recha del  Paraná.  Pero  por  una  de  esas  coinciden- 
cias fatales  que  no  pueden  preverse,  Candioti  mu- 

(i)     A-puntes  de  Iriondo,  pág.   24. 


Y    DKSASTRE    DE    SIPE-SIPE  267 

rió  el  28  de  agosto,  y  se  produjo  con  esto  un  mo- 
vimiento electoral  que  en  aquellos  momentos,  v  en 
el  estado  de  los  ánimos,  tenía  que  convertirse  en  un 
trastorno  tumultuario  que  no  podía  dejar  de  sacar 
á  la  superficie  las  pasiones  y  las  incompatibilidades 
propias  de  la  ambición  personal  y  del  desquicia- 
miento en  que  el  país  se  hallaba  desde  abril. 

La  discordia  entre  los  partidos  locales  había 
comenzado  á  pronunciarse  en  julio ,  y  por  consi- 
guiente mucho  antes  que  el  general  Viamonte  hu- 
biese entrado  en  Santafé.  Entonces  era  cuando  el 
gobernador  Candioti,  sintiéndose  gravemente  en- 
fermo, había  nombrado  de  su  propia  autoridad  go- 
bernador suplente  interino  á  don  Pedro  Larrachea, 
pasando  por  encima  de  la  Junta  Electoral  ó  Repre- 
sentativa de  quien  había  recibido  .su  carácter  pú- 
blico. Esta  Junta  reclamó  de  la  nueva  delegación 
sosteniendo  que  á  ella  era  á  quien  correspondía  la 
designación  del  suplente,  por  lo  mismo  que  le  co- 
rrespondía la  del  titular,  en  razón  de  que  sus  po- 
deres electorales  no  caducaban  sino  con  el  período 
legal. 

Armóse  con  esto  una  contienda  que  hubo  de  ser 
grave.  Mas,  como  la  Junta  se  componía  de  enemi- 
gos del  partido  artiguista  que  obraba  detrás  de  la 
persona  de  Candioti,  se  limitó  á  protestar  diciendo: 
«que  cerciorada  de  que  se  tramaba  una  conjuración 
contra  ella  cuyos  autores  descubiertos  por  el  mis- 
mo gobernador  habían  quedado  impunes,  declara- 
ba que  á  fin  de  no  exponer  la  salud  y  el  orden  pú- 
blico ponía  en  suspenso  sus  poderes  ultrajados». 
A  lo  que  el  gobernador  había  contestado  que  así 
que  se  restableciera  les  daría  una  completa  satis- 


268  OCUPACIÓN    DE    SAXTAFÉ 

facción.  El  Cabildo  y  el  vecindario  estaban,  pues, 
profundamente  divididos  y  apasionados,  cuando 
acaeció  la  muerte  de  Candioti  el  28  de  agosto.  El 
gobierno  local  continuaba  ocupado  por  Larrachea 
como  delegado  de  Candioti  y  como  alcalde  de  pri- 
mer voto,  lo  cual  era  mirado  por  sus  adversarios 
como  una  triple  ilegalidad,  i  °,  porque  no  había 
sido  nombrado  por  la  Junta  Electoral;  2.°,  porque 
acumulaba  y  despachaba  dos  cargos  incompatibles; 
3.°,  porque  el  influjo  personal  que  estos  dos  empleos 
le  daban,  para  mover  en  provecho  suyo  los  ele- 
mentos oficiales,  era  atentatorio  á  la  libertad  elec- 
toral de  que  debía  gozar  el  partido  contrario. 

.  Pero  cuando  murió  Candioti,  esperanzada  la 
Junta  Electoral  y  el  partido  que  la  seguía  en  que 
el  general  Viamonte  apoyaría  la  justicia  de  su  de- 
recho, se  decidió  á  romper  el  retiro  forzado  ó  pru- 
dente en  que  antes  se  había  puesto,  y  se  dirigió  en 
el  acto  al  dicho  general  diciéndole  que  se  ponían 
bajo  su  protección  para  ejercer  sus  derechos  elec- 
torales ;  que  el  Ayuntamiento  y  el  gobernador  in- 
truso Larrachea  pretendían  desconocerlos  y  que 
ellos  en  consecuencia  de  esos  mismos  poderes  ha- 
bían elegido  por  gobernador  intendente  de  la  pro- 
vincia al  ciudadano  don  Juan  Francisco  Tarrago- 
na. Al  mismo  tiempo  que  la  Junta  Electoral,  se  di- 
rigían también  al  general  V^iamonte,  el  Ayunta- 
miento y  el  delegado,  tratando  de  simples  indivi- 
duos á  los  de  la  Junta  en  razón  de  haber  fenecido 
sus  poderes  con  la  elección  de  Candioti,  y  de  que 
por  estos  y  por  otros  antecedentes  correspondía  al 
Cabildo  tomar  la  gobernación  hasta  que  electa  otra 
Junta  Electoral  fuese  ella  quien  designase  el  nuevo 
gobernador  titular. 


Y    DKSASTRE    DK    SirK-SIPE  269 

La  Junta  que  se  daba  por  dueña  del  poder  elec- 
toral se  componía  por  entero  de  nacionalistas  sin- 
ceros ó  no,  que  deseaban  ante  todo  reanudar  de 
una  manera  sólida  los  vínculos  de  la  provincia  con 
el  gobierno  de  Buenos  Aires.  Pero  esto  era  causa 
de  que  en  el  Cabildo,  salvo  dos  miembros,  se  hu- 
biera formado  una  mayoría  de  separatistas  que  sin 
ser  devotos  sinceros  de  Artigas,  estaban  dispues- 
tos á  aceptar  el  auxilio  de  sus  fuerzas  antes  que  so- 
meterse al  partido  contrario.  Artigas  les  ofrecía  la 
licencia  y  la  anarquía ;  el  orden  nacional  era  la  su- 
misión á  la  ley  común  y  á  los  procederes  orgánicos 
de  la  administración  regular.  Llevaban  la  voz  en- 
tre los  nacionalistas  el  padre  fray  Hilario  Torres, 
'((santafecino  ilustrado  y  metido  en  política,  en  la 
que  había  hecho  papel  en  Buenos  Aires  desde  el 
principio  de  la  Revolución  de  Mayo;  don  Juan 
Francisco  Tarragona,  el  alguacil  de  vara  perpetua 
don  Manuel  Troncoso,  don  Antonio  Echagüe,  don 
Isidro  Cabal,  todos  santafecinos  de  lo  más  distin- 
guido y  acaudalado  del  vecindario,  y  don  Jorge 
Zamborain)),  comerciante  rico,  hijo  de  Buenos  Ai- 
res, á  quien  hemos  visto  figurar  al  lado  de  Liniers 
en  el  desgraciado  encuentro  de  los  Corrales  (2). 

Ambas  facciones,  que  á  no  estar  allí  el  general 
Viamonte  se  habrían  ido  á  las  manos,  tal  era  el  en- 
cono con  que  se  miraban,  creyeron  que  este  gene- 
ral debía  prestar  el  apoyo  de  sus  fuerzas  á  lo  que 
cada  una  de  ellas  miraba  como  su  más  sagrado  de- 
recho. Pero  el  general,  procediendo  con  la  prudente 
moderación  de  su  carácter,  se  negó  á  oir  esas  re- 

(2)     Vol.    II,  pág.   106. 


27(1  OCUPACIÓN    DE    SANTAFÉ 

clamaciones,  pues  no  por  haber  reconocido  (les 
contestó)  las  autoridades  que  había  encontrado  es- 
tablecidas, había  contraído  el  compromiso  ó  la  obli- 
gación de  entrar  á  intervenir  en  sus  discordias.  ((De 
mi  parte,  no  tengo  inclinación  á  nada  que  no  sea 
la  libertad  de  este  pueblo;  y  me  será  altamente  ofen- 
sivo que  se  trate  de  hacer  creer  que  yo  pueda  mez- 
clarme en  particulares  cuestiones.  He  contestado 
al  Cabildo,  y  repito  á  Vuestra  Señoría  que  yo  no 
he  venido  á  establecer  en  Santafé  un  gobierno.  Mis 
hechos  no  traspasarán  los  límites  á  que  mi  comi- 
sión se  dirige...  Estos  son  los  principios  muy  pre- 
cisos á  que  el  Excelentísimo  Director  del  Estado 
ha  circunscrito  mi  comisión...  Jamás  daré  ocasión 
á  que  se  diga  de  mí  lo  que  del  jefe  de  los  orienta- 
les... No  es  á  mí  á  quien  corresponde  analizar  ó 
resolver  cuáles  sean  las  facultades  de  la  Junta  ó  del 
Cabildo». 

Viendo  ambos  bandos  que  no  podían  poner  de 
su  lado  la  fuerza  del  general  Viamonte,  grupos  ar- 
mados comenzaron  á  reunirse  el  i."  de  septiembre 
en  la  plaza  y  en  las  arquerías  altas  y  bajas  del  Ca- 
bildo con  la  evidente  intención  de  apoderarse  de 
las  Casas  Consistoriales  y  de  irse  á  las  manos. 
Mientras  los  unos  se  amurallaban  en  los  salones 
del  Ayuntamiento  dispuestos  á  defenderse,  los  otros 
se  apoderaron  de  la  torre  y  ((comenzaron  á  tocar  á 
rebato  con  la  campana  y  á  dar  gritos  de  alarma  di- 
ciendo que  todo  lo  que  se  hacía  por  dentro  era 
nulo...  de  manera  que  esto  habría  terminado  en 
muchas  desgracias  si  Viamonte  no  viene  con  toda 
su  tropa  á  contener  al  pueblo  y  hacerlo  retirar  de 
la  plaza  después  de  haber  desarmado  y  arrestado 


Y    DESASTRE    DE    SIPE-SIPE  27 1 

á  Troncoso  (3)»,  que  era  en  aquel  momento  el  ca- 
becilla de  los  nacionalistas. 

Aunque  incompleta  y  capciosa,  esta  versión  del 
cronista  separatista  tiene  algo  de  cierto.  Lo  que 
había  sucedido  era  que  al  verse  amenazados  y  con 
peligro  de  sus  vidas,  los  cabildantes  se  habían  di- 
rigido al  general  Viamonte  en  nombre  de  la  comu- 
nidad, diciéndole :  ((El  pueblo  pide  á  Vuestra  Seño- 
ría tenga  la  dignación  de  llegarse  á  esta  Sala  Ca- 
pitular á  presidir  en  consorcio  del  Ayuntamiento 
su  libre  votación,  suplicando  igualmente  se  sirva 
traer  alguna  fuerza  para  contener  cualquiera  aten- 
tado que  pudiera  ocurrir».  Junto  con  esta  misiva 
urgentísima  se  agolpaban  á  la  casa  del  general  gran 
número  de  grupos  de  los  dos  partidos  pidiéndole 
lo  mismo;  y  aunque  vacilara  por  lo  pronto  si  con- 
descendería ó  no,  comprendió  desde  luego  que  su 
deber  era  estorbar  con  su  presencia  que  ocu- 
rriera una  catástrofe,  sin  salir  por  ello  de  la  línea 
estricta  en  que  se  había  mantenido.  El  resultado 
fué  satisfactorio.  Desarmados  los  grupos  y  cabeci- 
llas más  exaltados,  se  trató  de  conciliar  los  intere- 
ses; y  se  convino  en  que  por  medio  de  un  bando 
se  citase  á  la  parte  sana  del  pueblo,  para  que  el 
día  I ."  de  septiembre  ocurriese  á  las  puertas  del  Ca- 
bildo á  determinar  las  condiciones  en  que  debía 
quedar  la  provincia  de  Santafé,  y  elegir  en  conse- 
cuencia el  ciudadano  que  debía  gobernarla. 

I^os  separatistas  conocían  bien  que  entre  el  ve- 
cindario sano,  es  decir,  entre  los  propietarios  y  ve- 
cinos distinguidos,  se  hallaban  en  una  evidente  m¡- 

(^3)     Apuntes  de  Irtóndo,  pág.  23. 


272  OCUPACIÓN    DE    SANTAFÉ 

noria ;  y  para  ganar  la  elección  hicieron  venir  de 
la  frontera  á  los  soldados  y  oficiales  de  blanden- 
gues, con  multitud  de  gauchos,  que  por  sus  con- 
diciones civiles  no  tenían  en  aquel  momento  dere- 
cho de  votar.  Poco  hubiera  sido  esto  mismo,  si  no 
se  hubiesen  dirigido  también  á  Artigas  y  á  sus 
tenientes  en  Entrerríos  pidiéndoles  con  urgencia 
auxilios  contra  Viamonte,  que  por  lo  mismo  que 
garantía  el  orden  era  el  grande  obstáculo  al  des- 
quiciamiento que  buscaban.  Casi  todas  estas  co- 
municaciones cayeron  en  manos  del  general,  y  con 
ellas  á  la  vista  se  dirigió  al  Cabildo  diciéndole: 
((Debe  Vuestra  Señoría  quedar  en  la  inteligencia 
de  que  sin  faltar  yo  á  los  principios  que  he  decla- 
rado no  he  de  tolerar  tampoco  las  especies  de  vio- 
lencias que  se  tratan  de  cometer  con  este  pueblo, 
máxime  cuando  ellas  se  dirigen  directamente  á  in- 
troducir un  plan  hostil  de  que  tengo  en  mi  poder 
documentos». 

Con  esto  se  armó  un  nuevo  alboroto  que  hizo 
necesario  aplazar  la  reunión  para  el  día  2  de  sep- 
tiembre. Pero  convencidos  ya  los  separatistas  de 
que  no  podían  suplantar  con  la  violencia  y  con  el 
fraude  el  proceder  regular  con  que  debía  tener  lu- 
gar el  acto,  abandonaron  su  empeño;  y  reunidos 
en  cabildo  abierto  los  miembros  moderados  de  la 
Corporación  con  el  vecindario,  se  resolvió  que  mien- 
tras Santafé  no  fuese  erigido  en  provincia  como 
debía  serlo  muy  pronto,  se  conservase  en  su  carác- 
ter de  tenencia  y  se  procediese  á  la  elección  de  un 
teniente  gobernador,  que  fué  hecha  inmediatamen- 
te, recayendo  por  mayoría  de  votos  en  don  Juan 
Francisco  Tarragona.  Quedó,   pues,   imperando  el 


Y    DESASTRE    DE    SIPE-SIPE  273 

partido  nacionalista,  que  por  el  hecho  mismo  de 
ser  urbano  estaba  en  una  grande  inferioridad  de 
número  y  de  fuerza  bruta  con  respecto  al  paisanaje 
y  á  las  clases  bajas  del  pueblo,  que  por  su  misma 
ignorancia  y  abyectas  condiciones  eran  natural- 
mente anarquistas  y  dadas  al  desorden  social  como 
sucede  siempre  aún  en  las  naciones  más  cultas. 

El  nuevo  Ayuntamiento  se  dirigió  con  fecha  4 
de  septiembre  al  Director  Supremo  (de  Buenos  Ai- 
res), y  dándole  cuenta  de  lo  ocurrido,  le  decía : 
«La  experiencia  es  la  que  constantemente  muestra 
á  los  pueblos  el  camino  de  fijar  la  opinión  pública 
abjurando  el  error,  y  el  desastre  que  por  sorpresa 
ó  causas  forzosas  llega  alguna  vez  á  prevalecer,  co- 
mo sucedió  en  esta  ciudad  el  2¡  de  marzo  que  las 
tropas  de  Artigas  entraron  en  ella,  ha  producido  en 
este  ilustre  Ayuntamiento  el  saludable  fruto  de  una 
convicción  sincera  para  restituirse  á  la  protección 
de  la  capital». 

A  la  vista  de  estos  hechos,  fácil  es  ver  cuánto 
abusan  de  la  mentira  los  que  todavía  con  pasiones 
rezagadas  y  preñadas  de  gérmenes  dañinos,  pre- 
tenden sostener  la  estúpida  teoría' de  que  en  la  Re- 
pública Argentina  haya  habido  una  causa  provin- 
cial contra  Buenos  Aires,  ni  gérmenes  de  sincera 
libertad  contra  la  supuesta  tiranía  de  la  capital.  Lo 
que  ha  contribuido  á  esa  falsa  y  chocante  ilusión 
es  precisamente  el  desorden  interno  que  removien- 
do el  furor  de  los  partidos  dentro  de  cada  provin- 
cia, ha  hecho  que  ya  unos,  ya  otros,  alternativa- 
mente llamándose  hoy  nacionalistas,  separatistas 
mañana,  unitarios  ó  federales,  sin  ser  en  el  fondo 
nada  de  eso  verdaderamente,  ni  tener  el  menor  in- 

HIST.    DE    LA    KF.P.    ARGENTINA.    TOMO   V— 18 


2  74  OCUPACIÓN    DE    SAXTAFÉ 

teres  efectivo  en  tal  ó  cual  teoría,  en  este  ó  en  aquel 
sistema,  han  tratado  de  cohonestar  en  cada  vaivén 
el  interés  propio  del  momento,  acudiendo  al  víncu- 
lo nacional — ó  al  desconocimiento  de  las  autorida- 
des generales — cuando  les  ha  convenido  esto  ó 
aquello,  y  levantando  una  falsa  bandera  que  en 
épocas  determinadas  ha  pasado  de  las  manos  de 
unos  á  las  manos  de  otros.  De  los  caudillos  pro- 
vinciales no  hay  que  hablar,  pues  siendo  el  interés 
supremo  de  cada  uno  de  ellos  hacerse  absoluto  y 
soberano  en  su  provincia,  es  claro  que  eran  virtual 
y  naturalmente  separatistas  (pero  no  federales)  por 
antagonismo  fundamental  contra  todo  orden  de  go- 
bierno y  administración  colocado  en  una  esfera  su- 
perior á  la  que  ellos  ocupaban. 

Después  de  estos  sucesos  podía  contarse  con 
que  el  territorio  y  la  ciudad  de  Santafé  estaban  per- 
fectamente asegurados  bajo  la  obediencia  del  go- 
bierno nacional.  Por  su  número  y  p>or  su  calidad, 
la  guarnición  de  que  disponía  el  general  Viamonte 
era  suficiente  para  impedir  no  sólo  que  los  anar- 
quistas interiores  alzasen  montoneras,  sino  que  los 
caudillejos  de  Entrerríos  ó  el  mismo  Artigas  se  atre- 
viesen á  pasar  el  Paraná.  En  los  seis  meses  subsi- 
guientes á  la  ocupación,  la  campaña  de  esa  provin- 
cia que  quedaba  dentro  de  las  fronteras  y  al  abrigo 
de  los  fortines  guarnecidos  por  las  tropas  de  Bue- 
nos Aires,  gozó  de  una  tranquilidad  que  hasta  en- 
tonces no  había  conocido.  Las  indiadas  fueron  no 
sólo  contenidas  sino  escarmentadas  y  alejadas,  vol- 
viendo á  poblarse  las  estancias  y  á  fomentarse  sus 
riquezas  naturales. 

Considerando  el  gobierno  que  una  vez  ocupada 


V    DESASTRE    DE    SIPE-SIPE  273 

y  tranquila  la  provincia,  era  innecesaria  tanta  guar- 
nición, dispuso  que  cuatrocientos  hombres  de  ella 
marchasen  inmediatamente  á  engrosar  las  fuerzas 
con  que  el  general  San  Martín  preparaba  en  Men- 
doza el  Ejército  de  los  Andes  y  su  famosa  campaña 
sobre  Chile.  Poco  habría  importado  la  separación 
de  esta  fuerza,  si  no  hubiese  sido  que  en  los  lílti- 
mos  días  de  octubre  se -recibiera  una  nueva  y  pe- 
rentoria orden  de  entregar  cuatrocientos  hombres 
más  al  coronel  don  Domingo  French  que  con  un 
cuerpo  de  tropas  algo  mayor  había  salido  de  la  ca- 
pital y  pasaba  á  toda  prisa  en  dirección  al  Perií 
como  si  algo  de  siniestro  estuviera  pasando  por 
allá. 

En  efecto,  el  país  entero  estaba  lleno  de  rumo- 
res sobre  el  estado  lamentable  de  indisciplina  y  de 
desorden  en  que  iba  ese  desgraciado  ejército  al  en- 
trar en  las  provincias  del  Alto  Perú.  Y  á  fe  que  ha- 
bía razón  de  sobra  para  temer  un  terrible  descala- 
bro, si  hemos  de  atenernos  á  las  revelaciones  pos- 
tumas del  general  don  José  María  Paz,  el  cual  era 
entonces  uno  de  los  oficiales,  aunque  subalterno, 
dotado  de  mayores  talentos  y  competencia  para 
emitir  un  juicio  acertado  y  verídico  acerca  de  lo 
que  veía  en  derredor  suyo.  «¿  Se  creerá,  dice  él,  que 
el  ejército  que  después  de  la  incorporación  de  las 
tropas  últimamente  venidas  de  Buenos  Aires  debía 
contar  con  más  de  cinco  mil  hombres,  apenas  pa- 
saba entonces  de  tres  mil?...»  Una  deserción  es- 
pantosa, tanto  en  el  camino  de  Buenos  Aires  como 
en  el  ejército  mismo,  lo  había  reducido  á  ese  nú- 
mero. Y  es  preciso  decir  que  si  esa  deserción  fué 
á  menos  y  no  acabó  por  una  disolución,  fué  debido 


276  OCUPACIÓN    DE    SANTAFÉ 

á  los  jefes  de  cuerpo,  que  cada  uno  en  el  suyo  tomó 
medidas  más  ó  menos  enérgicas.  El  general  en  jefe 
parecía  un  ente  pasivo  y  casi  indiferente  á  lo  que 
pasaba  á  su  alrededor :  no  se  le  vio  una  sola  provi- 
dencia salvadora,  un  rasgo  que  denotase  un  espí- 
ritu superior,  ni  un  relámpago  de  genio...  (4).  El 
ejército  se  hallaba  en  una  relajación  escandalosa 
que  contaminaba  todas  sus  clases...  (5).  He  de- 
jado escapar  casi  á  pesar  mío  las  palabras  relaja- 
ción escandalosa  y  una  vez  dichas  preciso  es  que 
compruebe  su  exactitud  (6). 

El  señor  Paz  da  en  seguida  detalles  vergonzo- 
sos para  el  general  en  jefe  y  para  muchos  otros  je- 
fes, exceptuando  sólo  de  la  cínica  corrupción  que 
reinaba  impune  y  desvergonzadamente  entre  ellos, 
al  mayor  general  don  Francisco  A.  de  Cruz,  á  los 
coroneles  Rodríguez  y  Diego  Balcarce,  á  los  co- 
mandantes Celestino  Vidal  y  Felipe  Heredia,  cu- 
yas costumbres  dice  que  eran  irreprochables. 

Desde  que  llegó  el  general  Rondeau  (agrega  el 
mismo  escritor)  en  substitución  del  general  San 
Martín,  todo  comenzó  á  resentirse  de  la  flojedad  de 
su  carácter,  y  la  disciplina,  más  que  nada,  empezó 
á  relajarse...  (7).  Los  jefes  que  habían  hecho  el 
movimiento  de  diciembre  para  rechazar  al  general 
Alvear  y  mantener  á  Rondeau  en  el  mando,  creían 
y  propalaban  con  razón  que  el  general  en  jefe  les 
debía  su  autoridad,  y  que  de  consiguiente  era  in- 
ferior á  ellos.  Los  que  tenían  un  carácter  díscolo  ó 

(4)  Memorias,  vol.   I,  pág.  203. 

(5)  Pág.  202. 

(6)  Id.,  id. 

(7)  Pág.    183. 


Y    DESASTRE    DE    SIPE-SIPE  277 

insubordinado  ejercían  en  sus  cuerpos  un  mando 
casi  independiente...  Todog  los  ramos  de  la  admi-v 
nistración  se  resentían  de  los  vicios  inherentes  á  un 
estado  de  cosas  semejante,  de  modo  que  el  ejér- 
cito parecía  encaminarse  á  su  disolución...  El  co- 
ronel Forest  hacía  gala  de  insultar  y  de  mofarse 
del  general  en  jefe ;  fusilaba  de  su  cuenta  y  contra 
la  voluntad  de  éste,  sin  que  se  hiciera  algo  para 
contenerlo;  y  contestaba  á  las  órdenes  que  recibía 
con  tales  denuestos  que  el  ayudante  don  Julián  Paz, 
hermano  del  escritor,  tuvo  que  contestarle:  «El  se- 
ñor coronel  obedecerá  ó  no,  pero  yo  no  soy  órgano 
para  llevar  esas  contestaciones»  (8).  Al  hablar 
así  (dice  el  general  Paz)  declaro  que  ni  entonces 
ni  después  he  tenido  motivo  alguno  de  enemistad 
con  el  general  Rondeau,  antes  le  era  sinceramente 
afecto,  y  me  mortificaban  las  críticas  y  el  despre- 
cio de  que  lo  colmaban.  Los  apodos  con  que  lo  de- 
signaban muestran  la  especie  de  sentimientos  que 
predominaban  en  la  mayor  parte  con  respecto  á 
él :  los  unos  le  llamaban  José  Bueno,  y  otros,  como 
el  coronel  Forest,  le  llamaban  siempre  Mami- 
ta... (9).  Yo  no  escribo  como  poeta  para  cantar 
glorias  disimulando  defectos  y  encomiando  haza- 
ñas... sino  para  hacer  conocer  los  sucesos  que  he 
presenciado  presentándolos  en  su  verdadero  punto 
de  vista  y  con  la  verdad  severa  de  mis  opiniones  y 
de  mis  recuerdos  (10). 

La  mesa  diaria  de  Rondeau  era  una  escena  con- 
tinua y  f)ermanente  de  chacota  y  de  chanzas  vul- 

(8)  Pág.    194. 

(9)  Pág-  210. 

(10)  Pág,  210  y  211. 


2"/ 8  OCUPACIÓN    DE    SAXTAFÉ 

gares.  Se  discutía  teología,  se  hablaba  de  todo, 
pero  sólo  mirándolo  por  el  lado  que  podía  hacer 
reir  y  ser  materia  de  burlas  ( 1 1 ) . 

Y  esto  era  poco  todavía  si  se  vuelve  la  vista  á 
lo  que  pasaba  entre  los  cuerpos  del  ejército  y  al 
modo  como  se  hacían  las  marchas.  En  ellas  «estalló 
con  mayor  violencia  que  nunca  la  discordia  entre 
los  jefes.  El  ejército  estaba  dividido  en  dos  bandos : 
el  uno  sostenía  al  general  en  jefe;  el  otro  le  hacía 
la  oposición.  El  coronel  Forest  estaba  á  la  cabeza 
de  ésta  y  se  creía  que  lo  apoyaba  la  mayor  parte  de 
los  jefes  de  cuerpo ;  el  coronel  Pagóla  estaba  á  la 
cabeza  del  partido  que  apoyaba  al  general.  Ambos 
eran  los  que'  sostenían  la  lucha  más  escandalosa, 
haciendo  que  sus  cuerpos,  que  eran  los  más  impor- 
tantes, participasen  de  sus  sentimientos  hostiles. 
Siempre  campaban  á  distancia,  y  tomaban  entre  sí 
las  precauciones  acostumbradas  entre  dos  cuerpos 
enemigos.  Fué  notorio  que  en  algunas  ocasiones 
colocaron  guardias  avanzadas  para  observarse  mu- 
tuamente: se  aseguró  como  cosa  admitida  que  él 
número  i.°,  que  mandaba  Forest,  tenía  habitual- 
mente  sus  armas  cargadas  recelando  una  sorpresa 
de  parte  del  niímero  9  que  mandaba  Pagóla,  y  éste 
á  su  vez  se  precaucionaba  del  mismo  modo.  Todo 
provenía  de  que  los  unos  temían  urr  movimiento 
revolucionario  contra  el  general  en  jefe,  mientras 
los  otros,  un  golpe  de  autoridad  que  estaban  dis- 
puestos á  resistir  á  todo  trance.  Entre  tanto,  la  con- 
ducta de  Forest  con  respecto  al  general  era  escan- 
dalosa :  no  pasaba  hora  del  día  sin  que  le  lanzase 

(11)     Tág.    219. 


Y    DESASTRE    DE    SIPE-SIPE  279 

censuras  amargas,  dicterios  é  insultos;  y  lejos  de 
precaucionarse  buscaba  él  mismo  oyentes  de  todas 
graduaciones  para  hacer  más  pública  su  insolen- 
cia :  ya  se  comprende  cómo  cumpliría  las  órdenes 
que  se  le  daban»  (12). 

En  las  marchas  y  campamentos  de  los  cuerpos 
prevalecía  el  mismo  desorden,  la  misma  anarquía. 
Al  tener  que  andar  por  las  estrechas  gargantas  de 
las  montañas  de  que  el  país  está  todo  erizado,  los 
cuerpos  trataban  de  ganarse  la  delantera  contra  las 
órdenes  de  marcha  dadas  por  el  cuartel  general, 
para  ocupar  primero  unos  que  otros,  y  con  mayor 
comodidad,  los  limitados  valles  en  que  habían  de 
acampar.  La  falta  de  administración  y  de  regula- 
ridad en  cuanto  á  víveres  era  completa.  En  su  inep- 
titud para  dar  regularidad  á  ese  importantísimo 
ramo,  la  provisión  de  cada  cuerpo  estaba  encomen- 
dada á  su  propio  jefe.  Este  impartía  órdenes,  des- 
tacaba partidas,  y  mandaba  hacer  la  distribución 
como  le  parecía  durante  la  marcha... ;  y  sucedía  fre- 
cuentemente que  mientras  un  cuerpo  estaba  en  la 
abundancia  otro  no  tenía  que  comer.  Entre  todos 
los  jefes  se  distinguía  por  su  solicitud  el  coronel 
Forest,  lo  que  hacía  que  su  regimiento  estuviese 
siempre  mejor  provisto  que  los  demás.  Hubo  vez 
que  el  número  i .°  tenía  una  gruesa  tropa  de  reses 
y  los  demás  regimientos  no  tenían  ninguna.  Una 
vez,  al  pasar  por  delante  del  número  12  le  enlaza- 
ron una  vaca :  lo  que  visto  por  el  coronel  Forest 
que  estaba  inmediato,  hizo  tocar  llamada,  formar 
la  tropa,  cargar  las  armas  y  disp>onerse  á  batir  al 

(12)     Pág.   268. 


28ü  (OCUPACIÓN    DE    SANTAFÉ 

número  12.  En  un  arranque  de  cólera  tomó  él  mis- 
mo un  fusil  y  lo  disparó  sobre  los  cazadores :  pudo 
haber  allí  un  combate  y  una  horrible  desgracia:  se 
evitó  por  la  prudencia  de  los  jefes  del  número  12, 
compuesto  todo  de  cochabambinos  al  mando  del 
entonces  coronel  Arenales.  Otras  veces,  llevando 
un  cuerpo  la  vanguardia  de  la  marcha,  el  mismo 
jefe  mencionado  hizo  madrugar  en  silencio  y  sin 
diana  el  suyo  y  desfiló  de  su  propia  orden  adelan- 
tándose en  el  camino  al  otro  á  quien  correspondía 
ese  orden  de  marcha,  provocando  con  esto  la  có- 
lera de  los  postergados  y  autorizando  á  sus  solda- 
dos no  sólo  á  que  los  burlaran  con  gritos  y  denues- 
tos, sino  á  que  les  arrojaran  piedras  desde  la  al- 
tura en  que  ascendían  (13). 

Estos  hechos  de  cuya  verdad  no  puede  dudarse 
dada  la  autoridad  moral  del  testigo  que  los  ase- 
vera, nos  dan  una  idea  bien  exacta  por  cierto  del 
espíritu  apático,  irresoluto  é  hipocritón  que  for- 
maba el  único  rasgo  acentuado  del  mediocre  gene- 
ral que  llevaba  envuelta  en  su  nulidad  la  suerte  del 
ejército  argentino,  y  que  marchaba  por  el  camino 
que  le  había  abierto  el  enemigo,  sin  saber  adonde, 
sin  plan,  sin  objetivo,  y  lo  que  es  peor,  sin  ser  ca- 
paz de  ejercer  el  mando  nominal  y  ridículo  con 
que  se  adornaba.  Después  de  semejantes  anteceden- 
tes no  hay  para  qué  entrar  en  más  detalles  sobre 
aquella  funesta  campaña,  ni  sobre  el  desastre  final 
del  ejército  en  la  trágica  batalla  de  Sipe-Sipe  (14)» 
en  donde  el  general  dio  pruebas  de  mayor  inepti- 

(13)  Pág.  238  y  239. 

(14)  Con  este  nombre  se  conoce  en  nuestra  historia. 
Los  realistas   la  llamaron  de   Vihima. 


Y    DESASTRE    DE    SIPE-SIPE  28 1 

tud  todavía,   y  los  jefes,  de  mayor  é  inconcebible 
anarquía. 

La  campaña,  según  lo  dice  el  general  Paz,  hom- 
bre hábil  y  consumado  en  el  arte 
1815  de  la  guerra,  use  abrió  sin  com- 

Febrero  lo  binación,  sin  plan,  y  casi  podría 
decir  sin  discernimiento».  Y  á  la 
verdad  que  el  casi  está  de  más  aquí,  porque  una 
campaña  emprendida  sin  plan  ni  combinaciones  es- 
tratégicas, tenía  que  haber  sido  emprendida  sin  dis- 
cernimiento. En  algunos  de  los  encuentros  parcia- 
les que  precedieron  á  la  entrada  del  ejército  argen- 
tino en  la  Quebrada  de  Humahuaca  pudo  ya  cono- 
cerse lo  siniestro  de  los  resultados.  En  una  descu- 
bierta que  trató  de  hacer  el  coronel  Rodríguez  has- 
ta el  Tejar,  fué  sorprendido,  destruida  toda  su  fuer- 
za, y  hecho  él  también  prisionero,  por  las  desacer- 
tadas medidas  con  que  hizo  la  excursión.  Afortu- 
nadamente para  este  jefe,  se  obtuvo  canjearlo  y 
reincorporarlo  al  servicio. 

Una  vez  acentuada  la  marcha,  el  mayor  gene- 
ral Cruz  consiguió  á  su  vez  sor- 
181 5  prender   al   destacamento  realista 

Abril  14  que  vigilaba  el  camino  desde  el 
Puesto  del  Marqués,  y  obtuvo  un 
triunfo  que  según  el  general  Paz  puso  en  mayor 
evidencia  la  falta  de  disciplina  y  de  subordinación 
de  los  jefes  y  de  la  tropa  (15),  sin  que  pudiera 
culparse  de  nada  á  aquel  general  que  era  sin  duda 
alguna  el  hombre  de  mayor  mérito  y  de  más  valer 
en  todo  aquel  ejército;  ((poseía  buenos  talentos  y 

(15)     Fág.    205. 


282 


OCUPACIÓN    DE    SAXTAFÉ 


bastante  capacidad,  dice  Paz  hablando  de  él ;  ha- 
bía desempeñado  el  mismo  puesto  de  mayor  gene- 
ral con  el  general  San  Martín,  y  después  continuó 
siempre  en  él  con  el  general  Belgrano.  Con  todos 
se  condujo  pasivamente,  sin  embargo  de  que  las 
épocas,  las  circunstancias,  los  genios,  los  caracte- 
res, los  principios,  eran  distintos.  Me  es  pues  in- 
dispensable suponerle  una  elasticidad  de  carácter 
que  se  acomodaba  á  todas  las  variaciones.  Esto  lo 
hacía  vivir  tranquilamente,  pero  nunca  le  dio  in- 
fluencia ni  popularidad  en  el  ejército.  Tampoco  ex- 
citaba los  celos,  y  tenía  la  habilidad  de  hacerse  ol- 
vidar cuando  se  agitaba  la  ambición  y  otras  pa- 
siones» (i6). 

Llegando  al  Puesto  del  Marqués  se  supo  que  el 
enemigo  tenía  en  este  punto  una  gruesa  avanzada 
en  observación  del  camino.  El  mayor  general  Cruz 
tomó  la  dirección  de  la  vanguardia  y  sorprendió 
completamente  al  enemigo.  Pero  fué  tal  el  desor- 
den, la  algazara  y  el  tumulto  con  que  la  tropa  efec- 
tuó esta  sorpresa,  que  el  señor  Paz,  actor  en  ese 
encuentro,  dice  con  una  cruda  severidad:  «Más  de 
mil  hombres  de  caballería  golpeándose  la  boca  y 
dando  terribles  alaridos,  se  lanzaron  sobre  trescien- 
tos y  tantos  enemigos  sorprendidos  y  apenas  des- 
piertos :  la  victoria  no  era  difícil,  pero  la  carnicería 
fué  bárbara  y  horrorosa...  Nunca  he  visto,  ni  es- 
pero ver  un  cuadro  más  chocante  ni  una  borrachera 
más  completa  que  la  que  siguió  al  triunfo.  Los  sol- 
dados desconocían  y  amenazaban  á  sus  mismos  je- 
fes, sin  que  éstos  se  atrevieran  á  darse  por  enten- 


dió)    Tomo  I,  pág.  202. 


Y    DESASTRE    DE    SIPE-SIPE  283 

didos»  (i7)'  Tiene  razón  el  general  Paz,  nunca  se 
había  visto  antes  semejante  cosa ;  y  por  fortuna 
nunca  se  volvió  á  repetir  en  los  encuentros  de  la 
guerra  de  la  Indep-endencia. 

AHÍ  fué  donde  el  comandante  don  Martín  Giie- 
mes  desapareció  del  ejército  volviéndose  á  Salta  con 
la  división  de  esa  provincia  que  mandaba.  «El  co- 
mandante Güemes  (dice  el  general  Paz)  cuyo  es- 
píritu inquieto  y  cuyas  aspiraciones  empezaban  á 
manifestarse,  no  podía  estar  contento  en  el  ejér- 
cito, y  sus  gauchos  no  eran  una  tropa  adecuada 
para  la  campaña  del  Perú ;  regresó,  pues,  con  su 
división  desde  el  Puesto  del  Marqués,  y  apenas 
llegó  á  Jujuy  se  quitó  la  máscara  y  se  declaró  in- 
dependiente. El  primer  acto  que  cometió  fué  echar- 
se sobre  el  parque  de  reserva  del  ejército  y  apode- 
rarse de  500  fusiles.  Para  esto  no  tenía  ningún  pre- 
texto, pues  ocupando  nuestro  ejército  las  provin- 
cias de  Potosí  y  de  Chuquisaca  nada  tenía  la  de 
Salta  que  temer  de  los  enemigos».  Precisamente  en 
esto  es  en  lo  que  está  equivocado  el  ilustre  escritor. 
Sincerando  ese  acto  suyo,  Güemes  le  escribía  á  su 
suegro  don  Dionisio  Puche,  que  la  suerte  del  ejér- 
cito iba  á  ser  fatal ;  que  el  desorden  y  la  anarquía 
lo  devoraban  y  que  no  pasarían  muchos  meses  sin 
que  los  enemigos  diesen  cuenta  de  él,  y  marchasen 
sobre  sus  ruinas  hasta  Salta.  Con  esta  previsión, 
agregaba  él,  había  creído  deber  suyo  sacar  íntegros 
sus  soldados,  hacerse  con  armas,  y  evitar  así  que 
los  futuros  contratiempos  sorprendiesen  una  pro- 
vincia como  la  suya  puesta  en  la  picjuera  del  ene- 

(17)     Tomo    I,  pág.   208. 


284  OCUPACIÓN    DE    SANTAFÉ 

migo,  descuidada  y  desarmada.  Rondeau  era  para 
Güemes  la  ineptitud  y  la  estupidez  en  persona :  es- 
taba resuelto  á  no  obedecerlo,  y  á  conducirse  por 
sí  mismo  en  la  defensa  de  Salta,  si  no  se  volvía  á 
dar  el  mando  del  ejército  al  general  San  Martín  ó 
al  general  Belgrano,  que  eran  los  únicos  hombres 
capaces  de  reorganizarlo.  Güemes  conocía  y  des- 
preciaba á  Rondeau  desde  que  en  1813  había  es- 
tado á  sus  órdenes  en  el  sitio  de  Montevideo.  Ha- 
bía sido  testigo  allí  del  motín  escandaloso  perpe- 
trado el  10  de  febrero  de  18 13  por  Rondeau  en 
complicidad  con  Artigas  (18).  Además  de  esto,  la 
autoridad  que  Rondeau  ejercía  ahora  tenía  por  base 
una  usurpación  perpetrada  á  mano  armada  en  la 
noche  del  7  de  diciembre  en  Jujuy  contra  la  auto- 
ridad nacional.  Y  si  lo  uno  justificaba  lo  otro,  no 
debe  desconocerse  tampoco  que  aquellos  que  vio- 
lan las  leyes  y  las  reglas  fundamentales  de  la  or- 
ganización social,  son  más  criminales  por  la  des- 
moralización que  provocan  que  por  el  hecho  mismo 
que  cometen.  Rondeau  sufría,  pues,  en  1816  las 
consecuencias  inevitables  de  hechos  que  sólo  por 
una  benévola  atenuación  pudiéramos  llamar  erro- 
res. 

Incoherente  nos  parece  también  la  observación 
que  de  paso  hace  el  general  Paz  en  aquello  de  que 
((Güemes  y  sus  gauchos  no  eran  una  tropa  ade- 
cuada para  la  campaña  del  Perú».  Dejando  para 
después  hacer  notar  que  de  otro  modo  muy  dis- 
tinto pensaba  el  general  San  Martín,   le  contesta- 

(18)  Véase  la  causa  en  la  pág.  24  de  este  vol.,  y  en  la 
referencia  á  la  346  del  vol.  IV. 


Y    DESASTRE    DE    SIPE-SIPE  285 

riamos  al  señor  Paz  con  sus  propios  asertos.  Si 
como  es  de  una  verdad  notoria,  y  lo  dice  él  mismo, 
el  ejército  de  Rondeau  era  una  masa  informe  de 
desórdenes  y  de  indisciplina,  parece  que  por  el  mis- 
mo disfavor  que  echa  sobre  Güemes  y  sus  gauchos, 
era  allí,  en  esa  triste  campaña  donde  debieron  ha- 
ber tenido  su  terreno  más  adecuado.  Entre  tanto, 
el  severo  general  no  hace  de  ellos  la  más  ligera  in- 
dicación entre  los  díscolos,  los  ladrones,  los  per- 
turbadores de  quienes  habla  hasta  con  nombres 
propios :  de  manera  que  si  los  guerreros  de  Güe- 
mes no  hallaron  allí  ese  terreno,  es  una  prueba 
concluyente  de  que  aquel  benemérito  jefe  y  sus  bra- 
vos milicianos  eran  una  honorable  excepción  en 
todo  lo  que  el  general  refiere  de  los  demás.  Y  no 
es  cosa  de  olvidar  que  él  es  también  el  que  nos  in- 
forma que  Güemes  abandonó  el  ejército  de  Ron- 
deau inmediatamente  después  de  la  acción  del 
Puesto  del  Marqués  que  tanta  indignación  y  vitu- 
perio inspiraron  en  su  ánimo.  ¿  Por  qué  no  había 
de  haber  indignado  también  á  Güemes  ese  brutal 
desorden  ? 

Lejos  pues  de  creer,  como  el  general  Paz, 
que  Salta  nada  tuviera  que  tem.er  de  los  realistas, 
lo  que  se  ve  es  que  Güemes  supo  prever  á  tiempo 
el  tremendo  conflicto  que  iba  á  desatarse  sobre  esa 
provincia ;  y  á  fe  que  los  sucesos  no  tardaron  en 
darle  la  razón,  levantando  su  nombre,'  precisamen- 
te por  esa  previsión,  á  la  primera  línea  entre  los 
guerreros  argentinos,  al  mismo  tiempo  que  el  de 
Rondeau  caía  anulado  y  responsable  de  los  males 
que  había  provocado. 


286  OCUPACIÓN    DE    SANTAFÉ 

A  medida  que  el  ejército  patriota  avanzaba  por 
el  camino  de  Potosí,  el  ejército  realista  se  recon- 
centraba con  método  á  las  estratégicas  posiciones 
de  Oruro,  dando  tiempo  y  confianza  á  que  Ron- 
deau  siguiera  internándose  y  descubriera  el  plan 
y  el  objetivo  de  la  invasión.  Este,  entre  tanto,  mar- 
chaba á  la  ventura,  con  una  indiferencia  a:sombro- 
sa.  Casi  nunca  se  le  veía  salir  de  la  choza  en  que 
se  alojaba,  y  ninguna  medida  se  dejaba  sentir  para 
reprimir  el  desorden  que  amenazaba  hundir- 
nos» (19). 

\'^iendo  abierto  el  camino  por  su  frente  marchó 
automáticamente  por  él  hasta  Potosí,  en  cuya  opu- 
lenta villa  se  estacionó  cuatro  meses  sin  hacer  .nada 
que  denotase  un  propósito  ó  que  complementase 
los  recursos  con  que  debía  operar.  Mas  como  algo 
era  menester  hacer,  oblicuó  su  marcha  hacia  la  pro- 
vincia de  Chayanta,  sin  más  razón  que  la  de  tener 
abundancia  de  víveres  para  estacionarse  en  ella, 
pues  cualquiera  que  fuese  la  posición  que  tomase 
allí,  no  le  daba  ventaja  ni  acción  alguna  sobre  el 
enemigo.  Por  el  contrario,  pudiendo  éste  moverse 
á  su  antojo  y  como  mejor  le  conviniese,  era  ahora 
dueño  de  la  iniciativa,  mientras  que  Rondeau  que- 
daba entumecido  y  en  una  situación  meramente 
defensiva.  Invadir  para  quedar  reducido  á  la  de- 
fensiva es  el  colmo  de  los  absurdos  en  que  puede 
incurrir  un  general ;  porque  supone  una  negación 
completa  de  plan,  de  ideas  y  de  previsión.        j^ 

(iq)      Paz,   pág.  210. 


Y    DESASTRE    DE    SIPE-SIPE  287 

Vegetaba    en    Chayan ta   el    ejército    argentino, 

cuando  á  algunos  jefes  de  cuerpo 

18 1 5  se  les  hizo  bueno  emprender  una 

Febrero  19  sorpresa  sobre  un  grueso  de  ex- 
celentes tropas  que  el  enemigo  te- 
nía avanzadas  en  Ventaimedia.  La  cosa  no  sólo  era 
aventurada,  sino  de  una  imprudencia  notoria.  El 
resultado,  aun  cuando  hubiera  sido  feliz,  no  podía 
ser  de  importancia  decisiva  en  ningún  caso,  ni  pa- 
sar de  un  hecho  aislado,  completamente  desprovis- 
to de  consecuencias  generales  sobre  el  éxito  de  la 
campaña,  y  que  en  todo  caso  debía  ser  tan  inútil 
como  caro  por  las  vidas  que  se  sacrificasen,  sin  que 
ese  sacrificio  respondiese  á  la  prosecución  de  un 
plan  de  operaciones  puesto  en  vía  de  ejecución.  El 
coronel  Rodríguez,  jefe  de  la  vanguardia,  encon- 
tró aceptable  y  divertida  la  empresa.  Consultado 
Rondeau,  la  autorizó  con  ese  avenimiento  apático 
y  constante  que  daba  siempre  á  todo  lo  que  le  pro- 
ponían ó  querían  sus  subalternos.  Pero  todo  aquello 
fué  tan  mal  dirigido,  que  terminó  por  un  sangriento 
y  serio  descalabro. 

El  enemigo  entonces,  aprovechándose  con  des- 
treza y  acierto  de  la  desmoralización  del  ejército 
patriota,  comenzó  sus  movimientos  en  el  sentido 
de  doblar  por  la  derecha  la  posición  de  Rondeau 
para  tomarle  los  caminos  de  Cochabamba  y  Chu- 
quisaca,  que  eran  los  únicos  por  donde  éste  podía 
evadir  un-  encuentro.  Amenazado  así,  Rondeau  tra- 
tó de  salvarse.  Oblicuó  también  sobre  su  derecha 
y  se  apuró  á  salir  de  Chayanta  para  entrar  en  Co- 
chabamba contando  con»  el  resuelto  patriotismo  de 
sus  habitantes  que,  como  hemos  dicho  ya,  habían 
incorporado  al   ejército  un  batallón   con  el   núme- 


288  OCUPACIÓN    DE    SANTAFÉ 

ro  12  formado  y  mandado  por  Arenales.  Por  des- 
gracia, este  bravo  y  experto  jefe  se  hallaba  bas- 
tante enfermo  todavía  de  las  terribles  heridas  que 
había  recibido  en  la  Florida,  y  se  curaba  lejos  del 
ejército  en  el  pueblito  de  Torata. 

Vergüenza  da  hasta  de  transcribir  los  detalles 
que  el  general  Paz  da  sobre  la  manera  con  que  se 
hizo  esta  operación,  que  prescindiremos  de  detallar. 

Este  joven  oficial,  que  había  sido  gravemente 
herido  en  el  brazo  derecho  en  esa  funesta  acción 
de  Ventaimedia,  marchaba  siguiendo  penosamente 
al  ejército.  «Muchos  jefes,  dice,  que  con  el  mayor 
escándalo  llevaban  concubinas,  según  lo  he  indi- 
cado en  otra  parte,  las  habían  hecho  adelantar  con 
los  bagajes,  de  modo  que  el  estrecho  camino  que 
seguíamos  se  vio  atrabancado  de  enfermos,  de  car- 
gas, de  equipajes,  y  de  mujeres  de  distintos  ran- 
gos (permítase  la  expresión)  que  iban  servidas  y 
acompañadas  por  escogidas  partidas  de  soldados. 
La  primera  jornada  después  que  salimos  de  Cha- 
yanta,  fué  en  un  lugarejo  miserable  en  donde  ape- 
n.as  había  dos  ó  tres  ranchos  que  cuando  llegué  es- 
taban atestados  de  gente;  y  cuando  pedí  víveres  y 
forrajes,  me  contestó  el  encargado  de  suministrar- 
los que  no  los  había  porque  todo  lo  habían  tomado 
los  soldados  que  traía  la  Coronela  tal,  la  Teniente- 
Coronela  cual,  etc. 

))Efectivamente,  vi  una  de  estas  prostitutas  que 
además  de  traer  un  tren  que  podría  convenir  á  una 
marquesa,  era  servida  y  escoltada  por  todos  los 
gastadores  de  un  regimiento  de  dos  batallones ;  y 
las  demás  estaban,  poco  más  ó  menos,  en  el  mis- 
mo pie...  Y  eso  que  el  primer  día  no  fué  nada  en 
comparación  del  segundo,  en  que  se  emprendió  la 


V  Di:sAsrRi-:  de  sipe-sipe  28{> 

marcha  temprano...  Agregúese  á  esto  que  no  apa- 
recía ningiín  jefe  ni  encargado  para  arreglar  aque- 
lla turba  que  marchaba  á  discreción  v  en  el  más 
completo  desorden»  (20), 

Eludiendo  al  fin  el  encuentro  con  Pezuela,  Ron- 
deau  consiguió  entrar,  á  tiempo  en  Cochabamba,  y 
se  situó  en  Sipe-Sipe,  que  le  ofrecía  condiciones  ex- 
celentes, si  hubiera  sabido  aprovecharlas. 

Hablar  de  la  ineptitud  de  que  allí  dio  nuevas 
pruebas,  es  casi  inútil.  ((El  ejército  (dice  el  gene- 
ral Paz)  estaba  vencido  antes  de  combatir,  por 
la  anarquía  y  la  insubordinación  en  que  se  ha- 
llaba»  (21). 

El  general  no  se  ocupó  de  estudiar  el  terreno; 
no  supo  preparar  la  defensa  de 
1815  las  asperísimas  y  difíciles  gargan- 

Noviembre  28  tas  que  el  enemigo  tenía  que  ven- 
cer antes  de  desembocar  y  de  des- 
plegar sus  fuerzas  en  el  llano;  dejó  abandonadas 
al  uso  y  provecho  del  enemigo  las  mejores  alturas 
y  situó  sus  guardias  en  las  más  bajas,  de  donde 
fueron  desalojadas  al  instante  con  unos  cuantos  ti- 
ros de  cañón.  Tomó  primero  un  frente  fijo,  como 
si  debiera  ser  mecánica  la  marcha  del  enemigo,  y 
tuvo  que  cambiarlo  al  ver  que  éste  ya  lo  circunva- 
laba. Los  cuerpos  (¡siempre  Forest  y  Pagóla!)  se 
pusieron  á  disputar  y  codearse  sobre  quién  /había 
de  tomar  la  derecha  de  la  nueva  formación  ya  bajo 
los  fuegos  y  fusilazos  del  enemigo.  Así  fué  que 
apenas  iniciado  el  combate  se  pronunció  el  desor- 

(20)  Pág.  253  y  254. 

(21)  Pág.   262. 

HIST.    DE    LA   REP.    ARGENTINA.    TOMO   V.  — IQ 


2gO  OCUPACIÓN    UE    SAXTAFE 

den  y  la  fuga  en  grupos  despavoridos  que  nadie 
trató  tampoco  de  contener.  Sólo  los  granaderos  á 
caballo,  bajo  las  órdenes  del  comandante  don  Juan 
Ramón  Rojas,  animados  por  el  espíritu  que  les 
había  infundido  San  Martín,  hicieron  algo  por  el 
honor  del  soldado  argentino.  Obedeciendo  á  su  pro- 
pia iniciativa  se  corrieron  sobre  uno  de  los  flancos 
de  la  infantería  realista,  la  cargaron  con  denuedo, 
j  contuvieron  el  impulso  con  que  impunemente  se 
lanzaba  á  la  persecución  de  la  derrota,  hasta  que 
abrumados  por  el  número  y  por  el  fuego  tuvieron 
que  ponerse  también  en  retirada.  Baste  decir  que 
esa  espléndida  victoria  de  los  realistas  que  debía 
cerrar  para  siempre  á  los  argentinos  las  puertas 
del  Alto  Perii  no  le  costó  al  vencedor  sino  dos  ofi- 
ciales y  algo  menos  de  cien  hombres.  «¡Ah! — ex-. 
clama  el  general  Paz, — ¡Qué  comparaciones  hacía- 
mos con  esas  retiradas  del  general  Belgrano  en  que 
habiendo  dejado  tres  cuartas  partes  de  su  ejército 
en  el  campo  de  batalla,  salvaba  lo  que  le  quedaba 
conservando  la  disciplina  y  el  honor  de  nuestras 
armas !  ¡  Qué  comparación  con  aquella  fuga,  en  que 
habiéndose  salvado  todo  el  ejército  se  perdió  en 
su  mavor  parte  por  la  inepcia  y  la  más  crasa  inca- 
pacidad!» (22). 

Después  de  la  mención  que  el  escritor  hace  del 
comportamiento  de  los  granaderos  de  á  caballo,  la 
única  excepción  honrosa  que  agrega  es  la  del  co- 
ronel Zelaya,  que  consecuente  siempre  con  la  alta 
reputación  que  merecía  de  todos,  pudo  con  esfuer- 
zos inauditos  reunir  algo  más  de  400  hombres,  (cque 

(22)     Pág.    264. 


Y    DESASTRE    DE    SI  PE-SI  PE  29 1 

fueran   los  únicos  que  llegaron  en   tal  cual   orden 
á  Chuquisaca)). 

¿  Qué  era  entre  tanto  del  general  en  jefe  ?...  Solo 
y  sin  un  solo  asistente  que  se  ocupase  de  su  per- 
sona ó  de  dar  de  beber  y  comer  á  su  caballo,  había 
salido  sin  ser  notado  del  campo  de  batalla.  A  las 
dos  ó  tres  horas  se  le  reunieron,  por  acaso,  en  el 
camino  que  llevaba,  dos  ayudantes  que  siguieron 
con  él. 

Los  mismos  jefes  enemigos  se  quedaron  absor- 
tos de  lo  que  habían  visto.  El  general  García  Cam- 
ba, uno  de  los  más  competentes  entre  ellos,  critica 
acremente  la  formación  y  marcha  de  Pezuela  en  el 
campo  de  batalla.  «Fueron  tan  desacertadas,  dice, 
que  sí  contra  esa  línea  desordenada  por  la  mar- 
cha y  por  los  fuegos  que  al  mismo  tiempo  hacía. 
Hubiese  Rondeau  empleado  una  ó  dos  columnas 
bien  dirigidas,  es  muy  probable  que  el  resultado 
de  la  batalla  hubiese  sido  distinto.  Pero  el  general 
enemigo  (agrega)  acreditó  su  insuficiencia,  y  la 
gente  que  mandaba  su  inferioridad  á  la  nues- 
tra» (23). 

He  aquí  la  índole  de  las  democracias  represen- 
tativas. ¡Sin  conocerla,  nadie  podría  explicarse  que 
se-  hubiera  separado  del  ejército  del  Perú  al  gene- 
ral Alvear  para  dárselo  á  Rondeau !  Pero  es  que 
ellas  tienen  siempre  pacto  virtual  con  la  mediocri- 
dad y  con  la  intriga,  que  son,  la  una  el  tipo  y  la 
otra  el  único  resorte  de  su  gobierno. 

De  cuanto  se  ha  escrito  sobre  esta  vergonzosa 
campaña  nada  es  comparable  con  la  vivida  y  pal- 

(23)     García  Camba,   Memorias^   tomo  I,   pág.    188. 


2g2  OCUPACIÓN    DE    SANTAFÉ 

pitante  narración  que  ha  hecho  de  ella  el  general 
don  José  María  Paz.  Brillan  en  sus  páginas  las 
más  preciosas  dotes  del  estilo  diáfano  y  sencillo 
de  los  clásicos  latinos,  que  como  Quinto  Curcio  y 
Cornelio  Nepote  eran  la  lectura  obligada  cada  día 
de  los  alumnos  del  Real  Colegio  de  Córdoba,  don- 
de el  aventajado  joven  se  educaba  en  1810,  cuando 
á  influjos  del  general  don  Juan  Martín  de  Puey- 
rredón  ((abandonó  los  Instituta  de  Justiniano  por  la 
espada»  (24).  Todo  cuanto  él  dice  y  observa  en 
sus  Memorias  no  sólo  era  de  una  verdad  incues- 
tionable en  su  tiempo,  sino  que  está  justificado,  al 
pie  de  la  letra,  por  el  mismo  parte  detallado  que 
pasó  Rondeau  :  documento  curioso,  ingenuo  y  pue- 
ril en  su  forma  misma,  por  no  decir  otra  cosa,  don- 
de relata  lo  sucedido  de  una  manera  tal,  que  mues- 
tra á  las  claras  su  propia  nulidad  en  el  mando.  Lo 
insertamos  en  uno  de  los  Apéndices  de  este  volu- 
men, y  creemos  no  engañarnos  si  decimos  que  difí- 
cilmente podría  citarse  otro  general  capaz  de  ela- 
borar y  de  firmar  semejante  pieza  llena  de  excusas 
y  de  confesiones  que  sólo  contribuyen  á  reagravar 
los  justísimos  cargos  que  lo  abrumaban. 

La  retirada  de  Rondeau  fué  tan  desastrosa  co- 
mo lo  había  sido  su  campaña.  En  Jujuy  encontró 
la  preciosa  división  con  que  el  general  French  mar- 
chaba apresuradamente  en  su  auxilio.  Pero  se  halló 
también  con  que  Güemes,  sublevado  en  Salta,  es- 
taba no  sólo  decidido  á  cerrarle  el. paso  y  á  impe- 
dirle que  ejerciera  acto  alguno  de  autoridad  en 
aquellas  provincias,  sino  también  á  exigir  que  fue- 

(24)     Nota  de  la  pág.  279. 


V    DKSASTRE    l)K    S!l'i:-S1I'K  293 

.st'  destituido,  exactamente  como  él  lo  había  hecho 
en  1813  con  el  general  Viana  y  con  Sarratea,  y 
como  acababa  de  hacerlo  con  Alvear  en  diciembre 
de  1814.- 

Y  así  se  hizo  afortunadamente  para  la  gloriosa 
defensa  del  suelo  de  la  patria  que  llevó  á  cabo  el 
popular  y  habilidoso  caudillo  de  Salta.  Pero  antes 
de  decir  cómo,  conviene  que  persigamos  las  conse- 
cuencias que  el  grande  desastre,  produjo  en  las  pro- 
vincias litorales  y  en  la  capital. 


CAPITULO  IX 

EFECTOS    POLÍTICOS    DEL    DESASTRE    DE    SIPE-SIPE 

Sumario;  Confianza  del  país  en  la  causa  de  la  indepen- 
dencia á  pesar  del  desastre. — Medidas  de  reparación. — 
Creación  de  recursos  y  de  fuerzas.  —  Inepcia  de  Rondeau. 
— Alborotos  anárquicos  en  la  capital.  —  Fantasías  monár- 
quicas del  g^eneral  Belgrano. — Alarmas  de  los  pueblos  y 
de  los  partidos  sobre  los  negociados  diplomáticos. — Cau- 
sas y  pretextos  de  la  ebullición  de  los  partidos. — Conflic- 
tos de  la  Junta  de  Observación  con  el  Director. — Carác;- 
ter  lamentable  y  peligroso  de  los  negociados  de  Belgrano 
y  Rivadavia  en  Europa.— Cabildo  abierto  sobre  la  re- 
forma del  Estatuto.  —  La  transigencia  momentánea.— Las 
comisiones. — La  proclama  del  Director.  — Burla  y  des- 
precio que  hicieron  de  ella  sus  adversarios.  —  Oposición 
del  Cabildo  á  nuevas  reuniones  populares.  —  Se  difiere 
el  conflicto  al  Congreso  de  Tucumán. — Artigas  y  el  de- 
sastre de  Sipe-Sipe.— Los  panegiristas  de  Artigas.  — Fa- 
tal disminución  de  las  fuerzas  que  ocupaban  á  Santafé. — 
Sublevación  de  los  separatistas  y  del  gauchaje. — El  cau- 
dillo Vera. — Desastre  de  Viamonte.  — Perfidia  y  desleal- 
tad de  los  artiguistas. — Vera  y  Artigas.  — Prisión  de  Ve- 
ra.— Indignación  popular. — Restablecimiento  de  Vera. — 
Conducta  ambigua  del  comandante  Estanislao  López. — 
Llegada  de  Eusebio  Hereñú,  comandante  del  Paraná. — 
Sus  arreglos  con  Verá. — Preparativos  de  una  nueva  ex- 
pedición bajo  el  mando  del  general  Belgrano.— Los  cívi- 
cos de  la  ciudad. — Las  milicias  de  la  campaiía. — El  co- 
mandante Conejo  Amores. — El  mayor  general  Díaz-Vé- 
lez.  — El  tratado  de  Santo  Tomé.— 'La  noticia  de  la  ins- 
talación  del    Congreso   en    Tucumán.— La   jura.— El    Te- 


EFECTOS    DEL    DESASTRE    DE    SIPE-SIPE  295 

Deum. — La  sublevación  del  ejército. — La  Junta  de  Ob- 
servación. —  La  destitución  de  Alvarez-Thomas.  —  La 
elección  del  general  don  Antonio  González  Balcarce. — 
Expedición  marítima  del  almirante  Brown  al  Pacífico. — 
Los  buques  y  el  armamento. — Brown  y  Bouchard.  —  El 
presbítero  Uribe.  —  El  mayor  Freiré. — Las  presas. — Ata- 
que del  Callao.  —  Entrada  y  combate  en  la  ría  de  Guaya- 
quil.—  Derrota  de  Brown.  —  Su  rescate.  —  Separación  de 
Bouchard.— Arribo  de  Brown  á  las  costas  de  Colombia. — 
Retirada. — Refuerzos  al  plantel  del  ejército  de  Mendoza. 

Aunque  la  capital  se  estremeció  á  la  noticia  de 
tan  grande  desastre,  no  fué  tanto  el  pavor  del  es- 
píritu público  como  lo  había  sido  al  saber  el  de 
Huaqui  y  sobre  todo  el  de  Vilcapugio  y  Ayauma. 
La  confianza  nacional  se  había  robustecido  y  afir- 
mado mucho,  después  que  las  armas  del  rey  ha- 
bían sucumbido  en  Montevideo.  Mientras  los  des- 
calabros se  produjeran  como  éste  á  distancia,  la 
capital  confiaba  en  que  el  país  disponía  de  fuerzas 
y  de  recursos  propios  para  repararlos.  Se  había  ha- 
bituado á  la  lucha,  y  sabía  persistir.  «Si  nuestro 
ejército  ha  sufrido  un  quebranto  notable  (decía  el 
periódico  oficial),  que  no  se  gloríe  por  eso  el  ene- 
migo con  la  esperanza  de  sobreponerse  á  nuestro 
glorioso  destino.  La  fortuna  adversa  podrá  poner 
á  prueba  nuestra  constancia,  pero  no  conseguirá 
que  desmayemos.  Al  paso  que  parecen  escasear 
nuestros  recursos,  hemos  de  encontrar  como  siem- 
pre medios  de  organizar  nuevas  formas :  la  nece- 
sidad provee  á  la  necesidad,  y  los  sacrificios  malo- 
grados nos  han  de  estimular  á  repetirlos.  Si  antes 
amábamos  la  independencia  por  lo  que  es  en  sí* 
misma,  más  la  hemos  de  amar  hoy  por  lo  que  nos 
cuesta».  ¡  Y  á  fe  que  tenía  razón! 


2ijb  EFECTOS    POLÍTICOS 

Recibida  apenas  la  noticia  del  fatal  suceso,  todo 
e\  país  se  puso  en  actividad  para  repararlo.  En  re- 
emplazo del  ejército  perdido,  se  resolvió  levantar 
y  equipar  dos  de  mayor  fuerza :  uno,  que  le  cerrase 
el  paso  al  enemigo  en  vSalta  ó  en  Tucumán,  mien- 
tras el  Congreso  «quemando  las  naves»  respondía 
á  la  jactanciosa  algazara  de  los  vencedores  de  Sipe- 
Sipe  con  la  proclamación  de  la  Independencia  he- 
cha al  frente  de  sus  mismas  huestes  invasoras;  el 
í)tro,  para  acechar  las  alturas  de  los  Andes,  caer 
de  improviso  sobre  los  vencedores  de  Rancagua, 
borrar  las  sombras  siniestras  de  Viltima  (i),  escri- 
bir encima  Chacabuco,  y  pasar  á  sacudir  el  solio 
de  los  virreyes  abriéndose  camino  por  las  aguas 
del  Pacífico. 

Si  antes  del  trastorno  de  abril  pasaba  el  erario 
por  escaseces  angustiosas,  á  pesar  de  la  habilidad 
del  ministro  Larrea  y  del  crédito  que  le  daba  al 
gobierno  el  orden  administrativo  que  había  fun- 
dado, bien  puede  comprenderse  á  cuál  estado  de 
agotamiento  había  quedado  reducido  después  de 
aquel  trastorno  y  del  desorden  que  era  consiguien- 
te. Fué  pues  aquejado  por  la  más  completa  desnu- 
dez de  recursos,  que  le  tomó  el  nuevo  desastre ;  y 
como  no  había  medio  alguno  de  eludir  la  necesidad 
de  levantar  nuevas  tropas,  de  armarlas,  de  equi- 
parlas y  de  ponerlas  en  marcha  al  instante,  fué  ne- 
cesario echar  mano  de  aquellos  medios  primitivos 
y  violentos  que  si  bien  dan  inmediatamente  los  re- 
sultados que  se  buscan,  conmueven  á  los  pueblos, 

í  1 )  Kstf  fué  el  nombre  con  que  Ioí;  españoles  consa- 
j^T.iron  su   \  irtoria  de  Sipc-Sipe. 


DEL    DESASTRE    DE    SI  PE-SI  PE  297 

Ó  á  la  parte  de  ellos  á  la  que  se  impone  el  sacrificio, 
V  provocan  el  odio  público  contra  las  personas  del 
gobierno  que  son  las  que  aparecen  como  respon- 
sables y  autores  de  los  males,  de  las  violencias  y 
de  los  dolores  que  se  sufren. 

Puesto,  pues,  en  la  suprema  necesidad  de  re- 
unir medios  para  salvar  la  causa  de  la  independen- 
cia, al  día  siguiente  de  recibir  la  noticia  del  fatal 
acontecimiento,  se  publicó  un  decreto  con  fecha  lo 
de  enero  imponiendo  un  empréstito  forzoso  de  200 
mil  duros  á  los  españoles  propietarios  ó  comercian- 
tes; á  fin  de  repartir  la  erogación,  no  diremos  con 
justicia,  sino  con  eficacia,  se  ordenó  que  el  Consu- 
lado (2)  los  reuniese  inmediatamente,  y  que  nom- 
brase tres  de  ellos  encargados  de  hacer  el  reparto 
en  el  término  perentorio  de  cinco  días  (3).  Con  fe- 
cha 12  del  mismo  mes  se  mandó  suspender  todos 
los  pagos  de  deudas  atrasadas,  sin  excepción;  se 
autorizó  á  las  familias  de  los  militares  que  se  ha- 
llaban en  servicio  á  no  abonar  alquileres,  lleván- 
dolos á  cuenta  del  Estado  con  los  propietarios.  Pa- 
ra contener  el  contrabando  se  adjudicaron  tres  par- 
tes de  los  valores  ó  mercaderías  á  los  delatores ;  se 


(2)  El  Consulado  de  Comercio^  que  funcionó  hasta  laúlti- 
mp  mitad  del  siglo  xix  en  que  fué  abolido,  era  un  Tribunal 
electivo  de  primera  instancia  comercial,  en  donde  tenían  que 
registrarse  y  tomar  patente  todos  los  que  quisieran  comerciar, 
y  cuyos  miembros  eran  electos  cada  uno  por  los  mismos  pa- 
tentados. Procedía  por  un  Código  especial  conocido  con  el 
nombre  de  Ordenatisas  de  Bilbao,  análogo  ó  idéntico  á  las 
conocidas  en  Francia  por  Ordenanzas  de  Valin. 
(3)     Gaceta  del   20  de  enero  de   i(Si6. 


298  EFECTOS    POLÍTICOS 

ordenó  una  expulsión  general  de  todos  los  españo- 
les que  no  tuvieran  carta  de  ciudadano,  señalán- 
doles la  frontera  de  la  Guardia  de  Lujan  por  resi- 
dencia forzosa ;  y  lo  que  es  de  suyo  más  curioso  y 
singular,  el  director  Alvarez,  que  por  su  elección 
no  tenía  carácter  alguno  nacional,  ni  más  que  el  de 
mero  delegado  ó  suplente  en  la  provincia  de  Bue- 
nos Aires,  funcionaba  de  hecho  como  Poder  Eje- 
cutivo General  y  decretaba  medidas  que  debían 
cumplir  los  intendentes,  los  Ayuntamientos  y  de- 
más autoridades  provinciales  (4).  Nadie  reclamó, 
sin  embargo,  y  todo  se  cumplía  como  se  ordenaba : 
tan  sincero  y  tan  resuelto  era  el  sentimiento  que 
animaba  á  todos  por  contribuir  á  la  salvación  de 
la  patria.  Los  sacrificios  y  suministros  de  valores 
que  hizo  Tucumán  desde  el  primer  momento  fueron 
enormes.  Su  gobernador  don  Bernabé  Araoz  re- 
mitió á  toda  prisa  al  ejército  1,300  muías  mansas; 
preparó  otras  mil  en  potreros  por  si  fueran  nece- 
sarias, remitió  monturas,  tejidos  de  lana,  aparejos, 
y  cuanto  podía  dar  la  provincia  en  cosas  de  esta 
especie  que  pudieran  servir  á  la  retirada  y  á  las 
penurias  de  los  fugitivos  (5).  En  la  Rioja,  en  Ca- 
tamarca  y  en  Córdoba  se  hacían  iguales  requisi- 
ciones (6).  San  Martín,  aunque  lejos  por  lo  pronto 
del  peligro  inmediato,  se  aprovechaba  de  la  alarma 
general  del  país  para  tomar  hombres  con  que  au- 
mentar sus  regimientos,  y  para  acumular  á  su  vez 
los  equipos  y  medios  necesarios  á  su  completa  or- 


(4)  Gaceta   del    10   de   febrero   de   1816. 

(5)  Gaceta  Extraordinaria  del  21   de  enero  de   1816. 

(6)  Gaceta  del   27   de  enero,   pág.    162. 


DEL    DESASTRE    DE    SIPE-SIPE  299 

ganización.  La  heroica  provincia  de  Salta  se  había 
levantado  como  un  solo  hombre,  toda  entera,  lo 
mismo  el  vecindario  de  la  ciudad  que  el  del  campo, 
á  la  voz  de  su  ínclito  caudillo  don  Martín  Güemes, 
que  bien  advertido  del  terrible  conflicto  que  iba  á 
caer  pro.nto  sobre  su  provincia  hacía  retirar  los  ga- 
nados de  los  caminos  y  de  los  lugares  que  podían 
quedar  al  alcance  de  los  invasores,  reunía  gran  nú- 
mero de  buenos  caballos  que  eran  el  elemento  ca- 
pital de  la  defensa  y  la  principal  fuerza  de  sus  gau- 
chos (7)  y  los  tenía  reservados  á  potrero  en  lugares 
inaccesibles  para  los  enemigos.  La  energía  vital 
del  país  era  tal  que  no  se  perdió  un  momento;  y  á 
fe  que  era  necesario  obrar  así;  pues  Rondeau,  sin 
capacidad  siquiera  para  tomar  providencias  que  de- 
tuvieran al  enemigo  ni  aun  después  de  estar  por 
incorporársele  los  mil  y  tantos  veteranos  que  lle- 
vaba French,  se  retiraba  siempre  deshecho,  y  lo 
que  es  peor,  despreciado  y  desobedecido  por  los 
jefes'de  cuerpo  (8). 

Mas,  cuando  la  capital  se  daba  con  pasión  al 
empeño  de  aglomerar  recursos  y  fuerzas  al  Oeste 
y  al  Norte  con  que  apoyar  y  robustecer  el  enérgico 
patriotismo  y  la  iniciativa  de  las  provincias  más 
inmediatamente  amenazadas  por  el  enemigo,  su- 
cesos de  otro  orden,  aunque  propios  del  estado  fe- 
bril y  revolucionario  en  que  se  agitaban  los  pue- 
blos, vinieron  á  complicar  la  situación  interna  de 
los  partidos  y  del  gobierno  con  incidentes  mezqui- 

(7)  Llamábanse  gauchos  de  Güemes  no  sólo  los  cam- 
pesinos, sino  todos  los  jóvenes  y  mocetones  de  la  ciudad. 

(8)  Memorias  del  general  Paz,  tomo  I. 


30Ü  EFECTOS    políticos 

nos  quizás,  efímeros  y  triviales  al  menos,  pero  que 
asumieron  entonces  un  ruidosísimo  influjo. 

Habíase  propagado  un  rumor,  sordo  y  falaz  al 
principio  pero  atrevido  y  agresor 
1816  después,  de  que  el  gobierno  tra- 

Febrero  1 1  taba  de  entregar  el  país  á  Fernan- 
do VII,  decían  unos;  á  uno  de 
sus  hermanos,  decían  otros ;  al  rey  de  Portugal 
estos ;  á  la  Gran  Bretaña  aquellos ;  á  un  rey  cual- 
quiera, en  fin,  que  viniese  con  fuerzas  extranjeras 
á  ponerlo  en  orden  y  subyugarlo.  Poco  á  poco  cre- 
cieron las  alarmas ;  y  se  aducían  datos  con  antece- 
dentes tales  que  parecían  no  dejar  duda  de  la  cosa, 
cuando  acertó  á  llegar  el  general  don  Manuel  Bel- 
grano  de  regreso  de  la  famosa  misión  que  había 
llevado  á  Europa  con  Rivadavia  á  fines  de  1814. 
El  general  no  era  hombre  de  reservas  ni  de  un  es- 
píritu cauto  ó  transcendental  en  sus  actos  ó  en  sus 
ideas.  Todo  en  él  era  pura  ingenuidad  y  sincera 
convicción.  Venía  preocupadísimo,  moralmente  en- 
fermo, con  la  manía  de  la  monarquía,  y  aterrado 
con  el  espíritu  reaccionario  que  había  visto  predo- 
minante y  omnipotente  en  Europa.  Creía  que  era 
tal  el  odio  con  que  las  potencias  miraban  los  mo- 
vimientos democráticos,  revolucionarios  y  republi- 
canos de  América,  que  muy  pronto  todos  ellos  iban 
á  ajustarse  con  Fernando  VII  para  derramar  sus 
ejércitos  y  sus  escuadras  en  las  tierras  y  por  las 
aguas  del  Río  de  la  Plata  como  lo  habían  hecho 
contra  Napoleón.  No  había,  pues,  más  salvación 
que  echarse  pronto  en  brazos  de  una  de  esas  coro- 
nas cualquiera ;  que  hacerse  monarquía  para  quitar 
del   medio  ese  monstruoso  escándalo  de  la  Repú- 


ui-:l  desastre  de  .sipe-sii'e  301 

blica,  que  iba  sin  remedio,  y  pronto  ya,  á  provocar 
un  levantamiento  general  de  escudos  y  de  espadas 
en  el  mundo  político  y  civilizado  contra  nosotros. 
Rodeado  á  su  llegada  por  los  hombres  distin- 
guidos de  todos  los  partidos  como  era  consiguiente 
á  su  elevada  posición  social  é  ilustre  nombre,  á  to- 
dos les  predicaba  esta  necesidad,  los  incitaba  á  que 
se  le  uniesen  en  estos  propósitos,  y  hacía  indica- 
ciones peligrosas  sobre  todo  aquello  que  hasta  en- 
tonces había  sido  secretos  de  su  misión,  y  pasos 
secretos  de  sus  actos  propios  ó  de  los  de  Rivadavia, 
El  espíritu  popular  del  país,  de  la  capital  sobre 
todo,  era  completamente  contrario  á  esta  evolución, 
y  la  erección  de  un  trono  ocupado  por  rama  espa- 
ñola, borbónica,  ó  extranjera,  se  miraba  como  un 
atentado  de  alta  traición  para  la  patria.  Y  aún 
cuando  la  cosa  en  sí  no  fuera  tan  chocante  á  los 
ojos  de  la  clase  más  ilustrada  y  sensata,  los  hom- 
bres de  acción  que  daban  el  tono  á  las  pasiones  po- 
líticas y  personales  del  movimiento  revolucionario 
y  callejero,  tenían  en  esto  un  asidero  poderoso  para 
echar  en  contra  de  sus  adversarios  la  violencia  de 
las  acusaciones  y  la  odiosidad  peligrosa  de  las  cla- 
ses emocionadas.  No  tardó,  pues,  el  general  en  ha- 
cerse el  blanco  de  las  críticas  amargas  y  aiín  de  las 
acusaciones  de  leso  patriotismo  por  el  desempeño 
de  su  misión;  comenzó  á  clamarse  que  se  sacaran 
á  luz  todos  los  documentos,  instrucciones  y  comu- 
nicaciones referentes  á  ella  y  á  la  de  don  Manuel 
García  en  Río  Janeiro.  » 

Convencido  y  fanatizado  con  sus  ideas  y  propó- 
sitos, el  general  no  tomaba  en  gran  cuenta  las  alha- 
racas impotentes  de  los  que  lo  estigmatizaban ;  pero 


302  EFECTOS    POLÍTICOS 

el  mal  no  tanto  estaba  en  eso  cuanto  en  el  modo 
como  comprometía  al  infeliz  director  Alvarez-Tho- 
mas,  que  no  tenía  en  su  persona  ni  el  valimiento, 
ni  la  importancia  civil,  ni  los  antecedentes  que 
hacían  incólume  y  respetable  al  general,  cualquie- 
ra que  fuese  el  carácter  y  las  opiniones  que  se  le 
antojase  asumir. 

Por  desgracia  suya,  Alvarez-Thomas,  bastante 
más  joven  que  el  maduro  general,  era  su  deudo; 
como  tal,  un  miembro  subalterno  de  la  familia.  Le 
debía  su  carrera ;  estaba  habituado  á  mirarlo  como 
un  oráculo;  no  era  capaz  de  contrariarlo  en  nada; 
y  tal  era  el  respeto  que  le  profesaba  que  puede 
decirse  que  dejaba  de  ser  persona,  y  mucho  más 
Director  Supremo,  delante  de  la  palabra  ó  de  la 
majestuosa  personalidad  del  ilustre  vencedor  de 
Salta. 

Belgrano,  sin  la  pretensión  de  abusar  de  su  im- 
portancia, sin  ocurrírsele  siquiera  que  se  imponía, 
y  por  pura  ingenuidad  ó  fuerza  de  convicción, 
arrastraba  la  condescendencia  muda  ó  respetuosa 
(concordante  quizás)  del  pariente  Director.  De  ma- 
nera que  las  fuerzas  que  se  estrellaban  sin  efecto 
mayor  contra  el  grande  patriota  de  1810  sacudían 
por  desquite  y  sin  piedad  al  menguado  Director 
que  nada  tenía  en  sí  mismo,  ni  antecedentes,  ni 
naturaleza,  ni  posición,  ni  prestigio  militar  con  que 
dominar  la  tormenta  que  se  levantaba  contra  él. 

Al  favor  de  una  situación  sin  gobierno  como 
ésta,  la  alatma  cundía,  y  los  círculos  agitados  de 
los  que  hacían  política  inquieta  en  las  calles  y  en 
los  cafés  azuzaban  cada  día  más  la  indignación  po- 
pular V  la  algazara  contra  lo  que  ellos  llamaban  la 


UKL    DESASTRE    DK    SIPK-SIIM-:  ,  303 

intriga  y  la  traición  de  los  monárquicos.  En  el  fon- 
do, como  lo  hemos  de  ver  cuando  tratemos  de  la 
diplomacia  revolucionaria,  no  había  nada  en  serio. 
Pero  existía  en  ese  sentido  una  opinión,  un  conato 
en  el  estado  de  mera  teoría  ó  de  lirismo  que  era 
más  ó  menos  acariciado,  como  deseo  al  menos,  por 
una  gran  parte  de  los  hombres  de  elevada  posición 
ó  crédito  :  de  aquellos  sobre  todo  que  habían  to- 
mado una  parte  más  directa  ó  más  consciente  en  la 
Revolución  de  1810.  La  anarquía  y  los  desórdenes 
subsiguientes  habían  avivado  la  idea  de  que  sólo 
una  monarquía  constitucional  {X)día  armonizar  la 
independencia  nacional  con  el  orden  político  y  je- 
rárquico que  requiere  todo  gobierno  para  ser  sólido 
V  libre.  Muchos  de  ellos,  como  Rivadavia  y  Bel- 
grano,  creían  también  que  era  cosa  llana  y  fácil 
traer  de  encomienda  y  bien  evibalado  un  juego  com- 
pleto de  monarquía  con  su  príncipe,  su  trono  y  to- 
das las  demás  piezas  necesarias  para  tornillarlas  y 
armarlas  en  el  Río  de  la  Plata.  Lo  singular  es  que 
la  idea  había  cundido  por  las  esferas  superiores  de 
todas  las  provincias,  y  que  se  sabía  de  una  manera 
incuestionable  que  ella  predominaba  ya  en  el  Con- 
greso que  en  aquellos  momentos  se  estaba  reunien- 
do en  Tucumán.  Por  supuesto  que  traído  esto  á  la 
práctica,  al  modo  de  plantear  la  presunta  monar- 
quía, de  determinar  qué  familia  sería  la  llamada  al 
trono,  dónde  se  tomarían  los  elementos  coherentes 
con  la  deseada  forma,  cómo  se  englobarían  en  ella 
los  que  el  país  contenía,  y  cómo  se  amasaría  todo 
eso  con  los  partidos  militantes,  el  problema  se  con- 
vertía en  algo  de  ridículo  y  de  grotesco  que  saltaba 
á  los  ojos  del  sentido  común ;  y  precisamente  eso 


I 


304  EFECTOS    políticos 

y  la  falta  cardinal  de  persona  ó  de  bandera  dinás- 
tica que  pretendiera  ó  aceptara  ese  trono,  era  lo 
que  le  quitaba  á  la  idea  toda  importancia,  lo  que 
hacía  que  no  pudiera  convertirse  en  partido  polí- 
tico, sino  suponiéndose  que  se  tratara  de  restable- 
cer directa  ó  indirectamente  (con  Fernando  VII  ó 
con  alguno  de  sus  hermanos)  la  influencia  y  él  odio- 
so predominio  de  la  monarquía  española,  y  por 
consiguiente  con  más  ó  menos  disimulo,  el  régi- 
men colonial. 

No  diremos,  pues,  que  mejor  inspirados,  pero 
sí  que  con  mejor  sentido  práctico  para  sus  fines  y 
sus  intereses,  los  adversarios  del  gobierno  que  as- 
piraban á  volcarlo,  ó  que  siguiendo  la  índole  de 
todas  las  facciones  en  tiempos  revolucionarios,  ha- 
llaban malo  y  condenable  cuanto  ese  gobierno  ha- 
cía, tenían  en  ese  monarquismo  insubstancial  un 
arma  tremenda  para  acusarlo  de  estar  traicionando 
á  la  patria,  ya  en  negociaciones  para  entregarla  á 
España,  ya  para  anejarse  al  Brasil  ó  coronar  su 
dinastía  en  el  Río  de  la  Plata.  No  siempre  son  co- 
sas serias  las  que  levantan  hasta  el  paroxismo  las 
alarmas  de  los  pueblos ;  pero  el  ruido  que  los  con- 
mueve va  subiendo  de  tono  como  los  diapasones 
del  Aria  de  la  Calumnia,  hasta  que  estalla  la  nota 
aguda  como  el  trueno  de  la  tormenta ;  y  eso  fué 
precisamente  lo  que  sucedió  en  Buenos  Aires  á  me- 
diados de  febrero. 

La  Junta  de  Observación  se  había  modificado 
completamente  en  su  personal.  Los  cinco  miem- 
bros originarios  habían  sido  todos  electos  para  di- 
putados en  el  Congreso  de  Tucumán,  y  habían  par- 
tido al  desempeño  de  su  puesto  el  7  de  noviembre 


DEL    DESASTRE    DE    SIPE-SIPE  305 

del  año  anterior  (9).  Los  reemplazantes  tenían  más 
señalado  que  aquéllos  si  es  posible,  el  espíritu  lo- 
calista que,  aunque  contenido  en  límites  modera- 
dos ó  expectantes,  estaba  bastante  alarmado  con  el 
rumor  de  las  intrigas  acerca  de  los  negociados  mo- 
nárquicos, y  con  la  tendencia  á  esas  extravagan- 
cias que  se  daban  como  predominantes  entre  los 
constituyentes  de  Tucumán,  y  que  el  general  Bel- 
grano  preconizaba  abiertamente  por  cartas  é  insi- 
nuaciones repartidas  por  todo  el  país.  A  eso  se  agre- 
gaba que  los  más  influyentes  de  los  cinco  miem- 
bros nuevos  de  la  Junta  de  Observación  traían  co- 
nexiones antiguas  con  el  partido  primitivo  de  Saa- 
vedra  y  conservaban  en  su  ánimo  el  poco  resto  ó 
la  poca  estima  con  que  este  partido  miraba  al  ge- 
neral desde  lo  acaecido  en  abril  de  181 1  ;  lo  menos 
que  decían  de  él,  era  clasificarlo  de  tonto  (10). 

Fuese  alarma  verdadera  ó  sólo  un  medio  de  co- 
locarse al  favor  de  la  corriente  popular,  el  hecho 
fué  que  la  nueva  Junta  de  Observación,  invocando 
el  deber  de  no  hacerse  responsable  de  inacción  ó 
descuido  ante  las  exigencias  del  pueblo,  le  dirigió 
al  Director  el  10  de  febrero  una  intimación  peren- 
toria de  que  le  remitiese  inmediatamente,  de  acuer- 


(9)  Fueron  electos  por  Buenos  Aires :  Esteban  A.  Gaz- 
cón,  Pedro  Medrano,  Antonio  Sáenz  y  Tomás  Manuel  An- 
chorena.   Por  Chuquisaca,  Mariano  Serrano. 

Los  reemplazantes  fueron:  Eduardo  R.  Anchoris,  José 
J.  Ruiz,  Juan  José  Anchorena,  José  Miguel  Díaz-Vélez, 
Pedro  Fabián  Gómez  ;  y  como  suplentes.  Antonio  José  Es- 
calada, Felipe  Arana,  José  Gavino  Blanco.  Miguel  Iri- 
goyen  y  Manuel  de  Aguirre. 

(10)     Véase  la  pág.  406  del  vol.   III. 

HIST.    DE    LA   REF.    ARGENTINA.    TOMO   V.— 20 


306.  EFECTOS    POLÍTICOS 

do  con  los  artículos  7  y  lo  áel  Estatuto  Provincial, 
todos  los  documentos  y  correspondencias  relativas 
á  las  misiones  diplomáticas  de  Sarratea,  Belgrano 
V  Rivadavia,  en  Europa,  y  de  García  en  Río  Ja- 
neiro. Es  más  que  probable  que  Alvarez-Thomas 
no  hubiera  tenido  inconveniente  en  comprometer 
ante  la  publicidad  los  actos  de  Sarratea,  de  García, 
v  del  mismo  Rivadavia  quizás.  Pero  lo  muy  grave 
del  caso  consistía  en  que  precisamente  el  general 
Belgrano  era  quien  se  había  engolfado  en  errores 
más  desgraciados  entregándose  inocentemente  á  un 
intrigante  de  corte  y  caballero  de  industria  hijo  del 
conde  de  Cabarrús,  que  lo  había  explotado,  bur- 
lado y  estafado  á  su  gusto  como  lo  veremos  des- 
pués, y  que  por  esto  nada  era  más  delicado  y  peli- 
groso que  dar  en  estos  momentos  aclaraciones  so- 
bre esos  lamentables  incidentes,  y  sobre  la  incon- 
cebible resolución  que  de  acuerdo  con  él  había  to- 
mado el  señor  Rivadavia  de  ir  á  Madrid  á  negociar 
el  restablecimiento  del  vasallaje  colonial.  Mucho  de 
esto  se  repetía  á  voz  en  cuello  por  las  calles;  pero 
la  publicidad  oficial  de  los  detalles  no  era  posible 
sin  que  se  levantara  un  alboroto  difícil  de  sofocar. 
Prefirió,  pues,  el  Director  salir  de  la  dificultad  por 
un  medio  indirecto;  y  amparándose  de  la  circuns- 
tancia de  que  era  imposible  gobernar  el  Estado  bajo 
la  férula  de  una  corporación  de  cinco  miembros 
armada  en  secreto  de  un  veto  arbitrario  y  absoluto 
sobre  todas  las  medidas  del  Poder  Ejecutivo  (lo 
<{ue  hasta  cierto  punto  era  ya  generalmente  reco- 
nocido como  contrario  al  orden  institucional  y  ad- 
ministrativo que  correspondía  á  la  situación  y  á  los 
principios  orgánicos  del  país),  ocurrió  directamen- 


DEI,    DESASTRE    DE    SIPE-SIPE  307 

te  al  pueblo  de  la  capital,  y  mandó  por  medio  de 
un  bando  que  el  gobernador  intendente  de  la  ciu- 
dad convocase  á  Cabildo  abierto  á  fin  de  que  el 
pueblo  mismo,  informado  de  que  el  gobierno  es- 
taba obstruido  por  el  carácter  que  contra  él  asumía 
la  Junta  de  Observación,  deliberase  si  había  de  re- 
formarse ó  no  el  Estatuto  Provisional,  y  principal- 
mente los  artículos  7  y  lo  del  Capítulo  Constitu- 
tivo. 

Habíase  ordenado  que  la  convocación  de  vecin- 
dario (del  pueblo  si  se  quiere)  tuviese  lugar  el  12 
de  febrero  en  el  templo  de  San  Ignacio,  local  que 
después  de  unas  cuantas  misas  de  las  primeras  ho- 
ras de  la  mañana,  quedaba  completamente  vacío,  y 
que  por  su  amplitud  y  por  el  pulpito  que  podía 
servir  de  tribuna  para  las  arengas,  era  á  propósito 
para  los  fines  de  la  reunión. 

Esta  resolución  del  Director  puso  en  alteradí- 
simas condiciones  al  vecindario  y  á  los  partidos  po- 
líticos que  actuaban  en  aquel  momento.  Sus  direc- 
tores comprendieron  que  aquello  tenía  que  terminar 
por  un  tremendo  conflicto,  y  armaron  sus  diversos 
bandos  y  secuaces  para  el  caso  de  irse  á  las  manos, 
que  no  podía  dejar  de  producirse.  La  Junta  de  Ob- 
servación se  indignó  de  que  procediendo  ella  en  el 
cumplimiento  terminante  de  artículos  expresos  con- 
sagrados en  el  Estatuto  que  era  la  base  y  la  razón 
de  ser  constitucional  de  las  autoridades  públicas 
v  de  sus  procedimientos,  el  Director  se  sublevase 
contra  lo  estatuido  y  apelase  á  una  asonada  arma- 
da; porque  al  fin  y"  al  cabo,  nada  menos  que  eso 
era  la  atentatoria  convocación  del  pueblo  á  decidir 
cojno  juez  de  un  caso  administrativo  y  constitucio- 


308  EFKCTOS    POLÍTICOS 

nal  para  reformar  nada  menos  que  las  bases  orgá- 
nicas del  gobierno.  Reunida  en  consejo  con  asis- 
tencia de  los  suplentes  se  promovió  una  acalorada 
discusión.  Los  adversarios  del  gobierno,  enardeci- 
dos á  su  vez  por  la  proximidad  y  por  el  fuego  de 
la  lucha,  le  ofrecían  á  la  Junta  su  audaz  coopera- 
ción y  la  seguridad  de  hacerla  triunfar  sobre  el  Di- 
rector. Una  parte  de  sus  miembros  estaban  por  la 
aceptación  del  conflicto  franca  y  decididamente; 
pero  otros,  más  templados,  por  temor  ó  por  pru- 
dencia, hacían  esfuerzos  desesperados  fx>r  entrar 
en  vías  conciliatorias  que  apaciguasen  los  ánimos 
por  el  momento  y  diesen  tiempo  á  negociar  con 
calma  y  juicio  un  modus  vivendi  que  evitase  los 
choques  sin  agravio  ni  humillación  de  los  poderes 
del  Estado.  Entre  éstos  el  que  más  eficazmente  se 
hacía  oír  de  sus  colegas  era  el  doctor  don  Juan  José 
Ruiz,  cura  rector  de  la  parroquia  de  San  Nicolás, 
presbítero  adornado  de  virtudes,  patriota  probado 
y  respetadísimo  por  las  familias  de  posición  más 
culminante  en  el  municipio.  Era  además  amigo  ín- 
timo del  general  Belgrano,  hombre  de  palabra  te- 
naz, pero  insinuante,  al  mismo  tiempo  que  insis- 
tente ;  y  yendo  y  viniendo  durante  la  tarde  y  la  no- 
che del  día  1 1  de  febrero,  consiguió  que  de  parte 
de  todos  los  directores  de  uno  y  otro  lado  acordaran 
ocupar  el  día  12  en  formular  una  serie  de  resolu- 
ciones que  por  el  momento  llenasen  los  fines  de 
la  convocación  y  delegasen  las  resoluciones  y  el 
dictamen  final  á  dos  Comisiones  convenidas  de  an- 
temano que  serían  nombradas  en  el  acto  de  la  Asam- 
blea. 

El  conflicto  estaba  pues  convencionalmente  sal- 


DEL    DKSASTRr-:    DK    SIPK-SIPE  309 

vado  por  el  momento,  y  era  de  esperar  que  la  re- 
unión tumultuosa  del  día  13  que  se  había  anuncia- 
do como  una  escena  de  violencia  y  de  sangre,  se 
evaporase  en  ruido  y  vocinglería,  terminando  por 
la  aclamación  de  las  resoluciones  que  los  corifeos 
habían  acordado  y  que  se  presentarían  formalmente 
redactadas  á  la  Asamblea.  A  fin  de  que  este  acuer- 
do tuviese  toda  la  fuerza  y  las  garantías  necesarias, 
quedó  también  aceptado  que  presidiese  la  Asaviblea 
del  Pueblo  el  gobernador  intendente  de  la  capital 
don  Manuel  Luis  Oliden,  hombre  de  flema  y  de 
formas  graves,  capaz  de  dirigir  sin  sobresaltos  ni 
excitaciones  aquel  conjunto  incoherente,  díscolo  }' 
travieso  si  se  quiere,  pero  de  ninguna  manera  feroz 
ó  fanático. 

La  reunión  popular  del  día  13  fué  numerosísima 

en  efecto ;  pero  como  todo  estaba 

1 8 16  ya  impulsado  en  el  sentido  de  elu- 

Febrero  [3       dir  el  choque,   pronto  se   vino  á 

la  proposición  de  los  artículos  pri- 
vadamente acordados,  de  los  cuales  el  5.°  daba  al 
Director  mayor  libertad  de  acción,  en  lo  diplomá- 
tico al  menos,  que  la  que  se  le  había  concedido  an- 
tes. I."  Que  la  Junta  de  Observación  debía  perma- 
necer de  presente  en  la  Asamblea;  2°  Que  ésta  tu- 
viese por  objeto  declarar  si  el  Estatuto  Provisional 
había  de  ser  reformado  ó  no;  3.°  Que  la  reforma  se 
haría  por  una  Comisión  directamente  nombrada  en 
esta  Asamblea  por  el  pueblo  soberano;  4.°  Que  una 
vez  proyectada  la  reforma  se  cortvocase  de  nuevo 
al  pueblo  soberano  para  sancionarla  ó  no,  impri- 
miéndose el  proyecto  ocho  días  antes  para  que  el 
pueblo  no  fuese  sorprendido ;  5."  Que  el  Poder  Eje- 


3 JO  EFECTOS    políticos 

cutivo  quedaría  en  el  lleno  y  extensión  de  faculta- 
des que  como  á  tal  le  correspondían ;  6.°  Que  se 
nombrase  incontinenti  tres  individuos  que  velasen 
sobre  la  seguridad  individual,  para  reclamar  del 
Poder  Ejecutivo  el  cumplimiento  de  las  leyes  en  el 
caso  de  transgredir  los  límites  que  le  competían  ; 
7.°  Que  se  procediese  á  nombrar  cinco  miembros 
para  componer  la  Junta  Reformadora  del  Estatuto; 
8."  Que  fuesen  convocados  también  los  habitantes 
de  la  campaña  para  el  acto  de  la  sanción  de  las  re- 
formas; 9.°  Que  se  tuviera  al  Supremo  Director,  in- 
terino por  encargado  de  cumplir  estas  resoluciones 
del  pueblo  soberano. 

Procedióse  en  seguida  á  nombrar  los  cinco 
miembros  que  debían  proyectar  la  reforma  consti- 
tucional del  Estatuto,  y  los  tres  que  debían  cons- 
tituir la  Comisión  de  Vigilancia;  y  resultaron  elec- 
tos para  lo  primero  el  doctor  don  Manuel  Antonio 
Castro,  el  deán  Funes,  don  Tomás  del  Valle,  don 
Luis  de  Chorroarin,  y  el  presbítero  don  Domingo 
Achega;  y  para  lo  segundo,  don  Miguel  Villegas, 
don  Juan  García  Cossio,  y  el  gobernador  intenden- 
te de  policía  don  Manuel  Luis  Olinden. 

El  Director  consiguió,  pues,  no  quedar  entera- 
mente desairado;  pero  los  síntomas  que  prevale- 
cieron bastaban  para  que  comprendiese  que  su  po- 
der estaba  minado  ya,  expuesto  á  volcarse  al  menor 
incidente  desfavorable  que  se  produjese  en  el  in- 
quieto bullir  de  los  ánimos  y  de  los  intereses  de 
partido.  Pensandb  sacar  fuerzas  de  flaqueza,  como 
dice  el  adagio,  lanzó  una  proclama  que  interesa, 
por  cuanto  pinta  bien  la  situación  interna  de  los  ne- 
gocios políticos:  ((¡Compatriotas!  no  seamos  crue- 


DtL    DESASTRK    DK    Sll'K-SIPK  T,\  I 

les  con  nosotros  mismos.  Reconciliémonos  de  bue- 
na fe,  volvamos  á  disfrutar  de  aquellos  días  que 
hacían  alegres  las  amistades ;  y  si  no  dais  cabida 
en  vuesfro  corazón  á  estos  consejos,  huyamos  á  los 
bosques,  ocultemos  allí  nuestra  vergüenza,  y  no 
presentemos  á  las  naciones,  á  donde  llegue  la  no- 
ticia de  nuestras  cosas,  un  cuadro  tan  espantoso  de 
degradación». 

El  Director  daba  gracias  al  pueblo  en  seguida 
por  la  demostración  de  confianza  que  le  había  me- 
recido al  concedérsele  el  ejercicio  de  todas  las  fa- 
cultades propias  del  Poder  Ejecutivo,  Pero  esta 
concesión  había  levantado  en  la  Asamblea  podero- 
sísimas y  violentas  voces  de  oposición  que  habían 
estado  á  punto  de  hacer  fracasar  el  acuerdo  paci- 
ficador de  los  principales  directores,  lo  que  sólo  se 
evitó  con  diligencias  y  con  insinuaciones  calmantes 
llevadas  de  grupo  en  grupo  para  apurar  la  votación 
y  la  disolución  de  la  Asamblea.  vSe  argüía  con  ver- 
dad que  eso  era  consagrar  un  atentado,  germen  de 
abusos  y  de  tropelías  que  debían  ser  su  forzosa 
consecuencia;  y  muchos  habían  dejado  subsisten- 
tes sus  protestas  con  tono  amenazante.  «No  creáis 
que  yo  abuse  de  ellas  (decía  el  Director  en  su  pro- 
clama),  NI   os   DEJÉIS    PREOCUPAR   DE   LOS    PELIGROS 

Á  QUE  ALGUNOS  suponen  que  queda  expuesta  la 
LIBERTAD.  Yo  cspcro  quc  la  comisión  reformadora 
del  Estatuto  concluya  dentro  de  muy  pocos  días 
sus  tareas.  Entonces  volverá  el  soberano  pueblo  á 
reunirse  y  nada  me  será  más  satisfactorio  como  que 
examine  mi  conducta.  Siendo  así,  ¿puede  creer  al- 
guno que  yo  dé  motivos  para  que  sea  condenada?» 
Pero  después  de  esto,  pasaba  el  Director  á  otro 


312  EFFXTOS    políticos 

orden  de  consideraciones  más  práctico,  que  revela- 
ban de  una  manera  más  sería  y  profunda  el  estado 
de  la  opinión  popular,  y  la  situación  difícil  del  go- 
bierno. ((Hay  quienes  le  inspiran  recelos  al  pueblo 
sobre  que  yo  trato  de  adoptar  el  sistema  del  terror 
en  mi  gobierno,  si  no  se  perpetúan  las  trabas  im- 
pui'stas  á  mi  autoridad  en  el  Estatuto  Provisional... 
Si  se  entiende  por  sistema  de  terror  el  perseguir  la 
virtud  y  los  talentos,  el  hacer  un  crimen  de  cada 
palabra,  levantar  patíbulos  para  la  inocencia,  y  ex- 
terminar la  humanidad  invocando  su  santo  nom- 
bre... no  temáis,  ciudadanos,  que  vo,  ni  otro  algu- 
no pueda  adoptar  un  plan  tan  execrable». 

Xadie  dudará  de  que  el  Director  repeliese  esta 
interpretación  de  lo  que  era  sistema  de  terror.  Véa- 
se ahora  lo  que  él  entendía  que  no  era  sistema  de  te- 
rror, sino  uso  legítimo  de  su  autoridad:  ((Pero  si 
por  sistema  de  terror  se  entiende  eí  contener  á  los 
díscolos  y  á  los  perturbadores,  á  los  que  no  se  ocu- 
pan sino  en  sembrar  el  odio  v  las  desconfianzas,  á 
los  que  tí  título  de  igualdad  insultan  al  gobierno,  y 
á  fuer  de  libres  nada  juzgan  ciue  les  sea  prohibido, 
muv  INSENSATOS  deben  ser  los  que  den  á  este  sis- 
tema el  nombre  de  terror,  y  más  insensatos  aUn  los 
que  crean  que  por  temor  de  que  triunfen  los  mal- 
vados algún  día,  deje  yo  de  cumplir  con  los  debe- 
res de  mi  penoso  oficio».  El  Director,  en  conse- 
cuencia de  estas  sutilezas  teológicas  con  que  él  mis- 
mo se  hacía  tribunal  supremo  para  decidir  quiénes 
eran  los  malvados,  y  quiénes  los  inocentes  en  quie- 
nes había  de  respetar  los  fueros  del  derecho  huma- 
nitario, decía  :  ((Tan  lejos  estoy  de  acomodarme  á 
ser   indulgente  con   los   criminales,    ni   de  aprobar 


1)i:l  desastre  de  sipe-sipe  313 

€Sta  vilísima  condescendencia,  que  más  bien  qui- 
siera ser  substituido  en  el  acto  por  otra  persona», 
y  rogaba  que  se  le  exonerase  del  cargo,  pero  con- 
cluía diciendo :  ((Amigos :  mi  resolución  está  toma- 
da. Yo  voy  á  hacer  el  último  sacrificio  en  estos 
días  que  me  obligáis  á  ser  depositario  de  vuestro 
poder.  Se  acabó  la  indulgencia  con  el  criminal: 
el  atentado  no  quedará  impune.  ¿  Creéis  vosotros 
que  en  un  estado  revolucionario  se  pueda  pasar  mu- 
cho tiempo  sin  que  se  cometan  delitos?  Yo  los  he 
tolerado  en  el  silencio;  y  me  acuso  de  esta  tole- 
rancia que  no  ha  producido  como  pensaba  el  arre- 
pentimiento. Carecía,  á  más  de  esto,  de  poder,  pero 
ahora  que  me  lo  habéis  confiado,  mis  condescen- 
dencias no  tendrían  disculpa.  Yo  convido  con  la 
paz  á  todo  el  que  quiera  aceptarla;  el  que  obre  de 
buena  fe,  y  quiera  imitar  mi  franqueza,  cualesquie- 
ra que  hayan  sido  sus  extravíos,  puede  volar  á  mis 
brazos  seguro  de  encontrar  en  ellos  un  olvido  eter- 
no de  los  pasados  disgustos;  pero  si  yo  descubro 
acechanzas  pérfidas  y  designios  criminales,  no  es- 
tará en  mi  mano  el  evitar  terribles  ejemplos». 

i  Qué  sujeto!  decían  todos,  y  se  reían  á  carca- 
jadas. 

La  comisión  encargada  de  proyectar  las  refor- 
mas incidentales  del  Estatuto  avisó  que  se  había 
expedido;  y  el  Director,  insistiendo  en  llevar  ade- 
lante su^propósito  con  ánimo  de  emanciparse  de  la 
Junta  de  Observación,  convocó  á  nuevo  Cabildo 
abierto  para  el  día  4  de  abril  é  hizo  circular  el  lla- 
mamiento á  los  vecinos  de  la  campaña  y  de  la  ciu- 
dad. Nada  tan  imprudente  como  semejante  convo- 
catoria en  aquellos  momentos  en  que  otra  serie  de 


3  «4  EFECTOS    POLÍTICOS 

lamentables  contratiempos  se  había  desatado  en 
Santafé  sobre  la  extenuada  fuerza  militar  con  que 
había  quedado  allí  el  general  Viamonte.  Abrir, 
pues,  un  nuevo  Cabildo  abierto  y  dar  ocasión  á  que 
estallasen  en  él  las  pasiones  furiosas  y  despechadas 
que  se  habían  exacerbado  con  el  nuevo  contratiem- 
po, era  un  acto  de  verdadera  demencia  ó  de  estú- 
pida infatuación.  El  Ayuntamiento  se  opuso  á  que 
se  llevase  á  cabo ;  y  dando  por  razón  de  que  era 
irregular  y  fuera  de  toda  doctrina  que  el  pueblo  ó 
vecindario  de  Buenos  Aires  se  ocupase  de  seme- 
jantes materias  cuando  estaba  convocado  y  á  punto 
de  instalarse  en  Tucumán  un  Congreso  Nacional 
Constituyente,  le  impuso  al  Director  la  revocación 
de  su  llamamiento,  quedando  así  sin  resolverse  el 
conflicto  que  tanto  había  apasionado  á  los  partidos 
en  los  días  anteriores. 

Pero  aunque  todo  parecía  haber  quedado  quieto 
no  tardaron  en  producirse  nuevas  cornplicaciones 
que  al  fin  fueron  funestas  para  el  Director. 

Lo  que  acababa  de  pasar  en  Santafé  era  doloro- 
sísimo  y  muy  grave. 

Puede  decirse  que  el  sentimiento  de  la  defensa 
y  de  la  causa  nacional,  si  no  estaba  muerto  en  las 
provincias  litorales,  estaba  sofocado  al  menos  por 
el  instinto  animal  del  separatismo  con  que  se  fo- 
mentaba el  desorden  y  la  anarquía  en  que  se  ha- 
llaba el  gauchaje  de  los  campos;  y  digo. instinto 
animal  porque  era  un  fenómeno  en  el  que  no  ha- 
bía idea  moral,  ni  principio  político,  ni  cosa  al- 
guna que  no  fuese  el  instinto  que  hace  que  los  ani- 
males ineducados  huyan  en  conjunto  del  gobierno 
del  hombre.  En  cada  una  de  esas  provincias  había 


DEL    DESASTRI-:    DE    SIPE-SIPE  315 

indudablemente  una  burguesía  honorable,  que  to- 
mada en  general  tenía  intereses  y  profesaba  prin- 
cipios que  la  ligaban  á  la  causa  de  la  nación.  Pero 
no  sólo  vivía  oprimida  por  el  terror,  sino  sangui- 
nariamente perseguida  por  cabecillas  feroces  que 
movían  las  indiadas  y  el  gauchaje  de  mestizos  que 
pululaban  en  los  desiertos  de  aquellos  campos,  y 
que  dominaban  el  país  aprovechándose  de  las  crue- 
les urgencias  que  ponían  al  gobierno  nacional  en 
imposibilidad  de  ocurrir  con  fuerzas  suficientes  á 
la  defensa  de  la  cultura  y  de  las  libertades  provin- 
ciales. 

Ha  podido,  pues,  comprenderse  desde  luego  que 
el  desastre  de  Sipe-Sipe  tenía  para  Artigas  la  im- 
portancia de  una  grande  victoria.  Mucho  antes  de 
que  hubiera  tenido  lugar,  Artigas  deseaba  la  de- 
rrota de  los  argentinos  en  el  Perú  como  una  de  las 
mayores  fortunas  que  podía  venirle  del  cielo  (ii). 
La  catástrofe  halagaba  pues,  por  un  lado,  la  saña 
con  que  miraba  el  poder  y  la  elasticidad  virtual  del 
gobierno  argentino ;  y  por  otro,  avivaba  las  espe- 
ranzas frenéticas  que  tenía  de  devorar  á  Buenos 
Aires  ahora  que  un  cúmulo  de  urgencias  aciagas 
iba  á  imponerle  la  dolorosa  necesidad  de  conmover 
los  pueblos  con  levas  violentas  y  exacciones  de  todo 
género,  y  de  hacer  marchar  á  Tucumán  y  Mendoza 
la  mejor  parte  de  las  fuerzas  que  cerraban  á  la  mon- 
tonera el  paso  de  Santafé,  ó  que  guarnecían  la  ca- 
pital. Su  anhelo  era  ver  cuanto  antes  á  Pezuela  y 
á  Osorio  reunidos  en  Córdoba  con  los  dos  ejérci- 
tos que  habían  triunfado  en  Sipe-Sipe  v  Rancagua, 

(11)      Pásjí.    187  á   180  de  este  vol. 


3l6  EFECTOS    POLÍTICOS 

para  que  la  lucha  por  la  indej>endencia  se  convir- 
tiese en  alzamiento  salvaje  y  brutal  de  las  masas 
del  gauchaje  y  de  las  indiadas  güenoas  y  guaycu- 
rúes  que  él  encabezaba.  Así,  y  sólo  así,  era  que  él 
encaraba  el  porvenir  de  los  pueblos  del  Río  de  la 
Plata;  y  por  eso  era  que  las  desgracias  de  los  go- 
biernos cultos  que  mantenían  el  espíritu  y  la  suerte 
de  la  Revolución  de  Mayo,  hacían  subir  de  suyo  el 
influjo  y  las  fuerzas  relativas  del  caudillo  oriental ; 
y  como  este  es  el  sentimiento,  más  ó  menos  velado, 
que  perdura  en  el  corazón  de  sus  panegiristas,  no 
hay  uno  de  ellos  que  no  huya  de  tomar  á  su  proto- 
tipo bajo  esta  faz. 

El  general  Viamonte  había  sido  por  seis  meses 
la  salvaguardia  del  partido  burgués,  ó  mejor  dicho 
del  vecindario  constituido  de  Santafé.  Pero  acababa 
de  ordenársele  que  hiciera  una  leva  de  ciento  trein- 
ta hombres  y  que  los  remitiese  inmediatamente  á 
Tucumán  con  los  piquetes  veteranos  del  número  lo 
y  con  más  el  escuadrón  de  dragones  (12). 

El  general  hizo  presente  que  con  la  fuerza  di- 
minuta que  se  le  dejaba  no  podía  responder  de  la 
seguridad  de  la  provincia,  si,  como  era  más  que 
probable,  se  alzaban  los  indios  y  el  gauchaje  mo- 
vidos y  auxiliados  por  los  caudillejos  de  Entrerríos 
ligados  con  Artigas.  Se  le  contestó  que  inmediata- 
mente iba  á  formarse  en  San  Nicolás  un  nuevo 
campamento  para  apoyarlo,  á  donde  pudiese  reple- 
garse en  ultimo  caso ;  pues  era  preferible  abando- 
nar momentáneamente  á  Santafé  antes  que  dejar 
abiertas  á  los  realistas  las  fronteras  del  norte  y  los 

(12)  Gaceta  del  27  de  enero  de  1816. 


DKL    DKSA.STRK    DE    SIPE-SIPE  317 

boquetes  de  la  Cordillera.  Y  en  efecto  salió  para 
San  Nicolás  el  general  don  Eustoquio  Díaz-Vélez 
con  un  batallón  de  cívicos  y  con  el  4.°  escuadrón  de 
dragones,  destinados  á  servir  de  plantel  á  los  cuer- 
pos de  milicias  de  campaña  que  se  estaban  movili- 
zando para  completar  la  división  encargada  de  pro- 
teger ese  punto. 

La  orden  de  hacer  una  leva  bastaba  para  pro- 
ducir en  Santafé  las  más  funestas  consecuencias. 
El  vecindario  y  el  pueblo  entraron  en  un  doloroso 
desasosiego;  y  fué  necesario  llevarla  á  cabo  con 
violencias  y  hasta  con  prisión  de  algunos  vecinos 
honorables  que  lamentaron  públicamente  la  suerte 
de  los  infelices  condenados  á  las  campañas  del  Perú 
donde  tantas  víctimas  habían  caído  ya  sin  vida  en 
medio  de  miserias  atroces,  según  la  voz  pavorosa 
de  los  pueblos. 

Lo  más  grave  era  que  el  general  Viamonte  ha- 
bía quedado  con  un  esqueleto  de 
181 5  ejército  después  de  haberle  sepa- 

Marzo  13  rado  tan  grande  número  de  sus 
mejores  soldados.'  Su  suerte  de- 
pendía por  completo  de  la  prontitud  con  que  Díaz- 
Vélez  pudiese  formar  la  división  de  reserva  con 
que  había  de  reforzarlo.  Pero  los  anarquistas  no  le 
dieron  tiempo.  Aprovechando  el  buen  momento, 
don  Mariano  Vera  sublevó  en  3  de  marzo  los  mon- 
taraces y  prófugos  de  que  estaban  llenos  los  ma- 
torrales del  Rincón;  y  el  mismo  día  Estanislao  Ló- 
pez se  sublevó  en  Añapiré  con  los  dragones  y  con 
las  milicias  que  el  general  Viamonte  le  había  dado 
para  la  guardia  de  esa  frontera. 

Vera  era  un  joven  animoso,  de  familia  muy  de- 


3l8  EFECTOS    POLÍTICOS 

cente,  pero  que  por  los  hábitos  de  orillero  que  había 
contraído,  era  uno  de  esos  holgazanes  y  corre- 
aventuras  que  nuestro  idioma  popular  llama  com- 
padrones. López  tendía  más  bien  al  buen  tipo  del 
gaucho  honesto  pero  astuto,  con  dotes  especiales 
para  manejarse  entre  las  complicaciones  políticas 
de  su  esfera,  de  las  cuales  no  era  la  menor,  por 
cierto,  un  egoísmo  clarovidente,  moderado  y  sin 
pasiones,  que  le  permitía  ejecutar  oportuna  y  natu- 
ralmente todos  los  cambios  de  detalle  que  conve- 
nían á  su  interés  personal,  sin  salir  de  la  órbita  ar- 
gentina, ó  mejor  dicho  santafecina,  ni  hacerse  in- 
coherente con  la  integridad  nacional. 

La  plebe  de  Santafé,  tanto  en  la  ciudad  como  en 
la  campaña,  se  adhirió  en  masa  á  este  pronuncia- 
miento de  armas  contra  las  fuerzas  de  Buenos  Ai- 
res. Los  revoltosos  sorprendieron  las  caballadas,  y 
momento  tras  momento  redujeron  á  Viamonte  á 
fortificarse  en  la  parte  central  del  pueblo,  cortán- 
dole de  ese  modo  todo  medio  de  comunicarse  con 
las  autoridades  de  Buenos  Aires.  A  pocas  horas 
pasó  de  Entrerfíos  un  tal  Francisco  Rodríguez,  que 
se  titulaba  comandante  de  Artigas,  con  doscientos 
y  tantos  montoneros;  y  el  31  de  marzo,  sin  que  el 
gobierno  de  Buenos  Aires  hubiera  tenido  la  menor 
noticia  de  lo  que  pasaba,  más  de  mil  enemigos  cir- 
cunvalaban la  plaza  de  Santafé,  robaban  é  incen- 
diaban las  casas  de  sus  adversarios,  mataban  sin 
piedad  á  los  que  agarraban,  y  la  causa  del  orden 
estaba  vencida. 

La  situación  del  enérgico  general  era  desespe- 
rada :  pero  su  ánimo  no  decayó,  y  supo  mantenerse 
á  la  altura  del  peligro.  Los  enemigos  le  dieron  un 


niCL    DESASTRE    DE    SIPE-SII'E  319 

furioso  asalto  en  masa.  Los  rechazó  causándoles 
pérdidas  enormes,  dándoles  á  entender  con  esto 
ruán  cara  debía  costarles  la  victoria ;  y  Vera  le  pro- 
puso entonces  que  capitulase  á  condición  jurada 
de  entregar  las  armas  y  de  que  se  retirase  á  la  pro- 
vincia de  Buenos  Aires  con  toda  la  oficialidad  y  los 
soldados  que  le  acompañaban.  El  honrado  general 
aceptó,  confiado  en  la  lealtad  y  en  la  honra  de  su 
onemigo,  Pero  el  teniente  artigueño  se  opuso  re- 
dondamente á  que  Vera  cumpliese  lo  que  había 
pactado.  De  autoridad  propia  se  apoderó  del  ge- 
neral Viamonte  y  lo  remitió  inmediatamente  al  cam- 
pamento, ó  mejor  dicho  al  aduar  que  Artigas  tenía 
en  el  Hervidero,  llamado  la  Purificación,  donde  el 
ilustre  patriota  tuvo  que  pasar,  como  era  de  regla 
allí,  por  la  purificación  de  los  tormentos  y  de  las 
más  crueles  miserias. 

1.0  que  siguió  en  Santafé  no  tiene  nombre:  fué 
horrible.  Los  bandoleros  de  Vera  y  de  Rodríguez 
corrían  las  calles  matando,  saqueando  almacenes  y 
violando  casas  de  familias:  «en  la  de  don  Jorge 
Zamborain  no  dejaron  clavo  ni  estaca  en  pared», 
dice  el  mismo  Iriondo  (13). 

Este  vandálico  desorden  terminó  al  fin,  como 
sucede  siempre,  con  la  entrega  del  gobierno  arbi- 
trario hecha  por  la  turbamulta  al  cabecilla  que  más 
sr)bresalía  del  populacho.  Vera  fué,  pues,  procla- 
mado gobernador  de  Santafé  y  jefe  del  partido  se- 
paratista que  había  triunfado.  La  vocinglería  de 
la  informe  masa  se  declaró  por  él  y  le  dio  el  poder. 
Su  cooperador  Estanislao  López,   disimulando  cxj- 

(13)     Apuntes,  pág.  28. 


320  EFECTOS    POLÍTICOS 

mo  el  gato  doméstico  que  camina  de  soslayo  con 
patas  de  seda  sin  quitar  el  ojo  de  la  presa  que  co- 
dicia, se  replegó  haciendo  lomos  á  la  cercana  y  so- 
litaria frontera  con  los  dragones  y  con  grupos  nu- 
merosos de  gauchos  que  seguían  su  fortuna. 

Natural  era  que  Artigas  procurara  sacar  ventaja 
de  los  sucesos  para  introducir  y  asegurar  su  do- 
minación en  Santafé.  Muy  poco  le  había  compla- 
cido, por  supuesto,  que  el  resultado  de  aquel  alza- 
miento popular  hubiese  sido  el  de  coronar  un  cau- 
dillo local,  con  partido  propio  provincial  y  con  ín- 
fulas naturales  de  soberano  independiente,  igual  á 
él  á  lo  menos,  caudillo  que,  si  bien  aceptaba  por 
lo  pronto  su  alianza,  por  la  conveniencia  cqmún 
del  momento,  no  era  al  fin  teniente  ni  subalterno 
suyo,  por  lo  cual  podía  resistirse  á  entrar  en  su  ser- 
vicio, y  llegado  el  caso  de  que  se  le  empeñase  á 
acatarla,  era  de  temer  que  buscase  protección  adhi- 
riéndose á  la  capital.  El  caudillo  oriental  procuró 
aclarar  la  situación;  y  el  5  de  mayo  -(1816)  apa- 
reció en  el  puerto  de  Santafé  como  llovido  de  im- 
proviso un  oficial  suyo  llamado  Toribio  Fernández 
con  una  fuerte  escolta  al  mando  del  capitán  Za- 
pata. Así  que  desembarcó  ocupó  con  su  tropa  una 
casa  situada  á  inmediaciones  de  la  plaza  y  le  pidió 
á  Vera  una  entrevista  para  informarle  de  los  obje- 
tos y  de  la  comisión  que  le  había  encomendado  «el 
general  Artigas».  Vera  concurrió  inmediatamente; 
pero  como  las  exigencias  que  le  hizo  Fernández 
eran  tales  que  lo  reducían  á  ser  un  agente  ciego  de 
Artigas,  las  rechazó  de  una  manera  terminante. 
Convencido  Fernández  de  que. el  nuevo  goberna- 
dor de  Santafé  no  era  artiguista  sino  santafecino, 


DEL    DESASTRE    DE    SIPE-SIPE  32 1 

y  nada  más  que  santafecino,  trató  de  llenar  la  se- 
gunda parte  del  plan  que  traía,  é  insistió  en  que 
repitieran  la  conferencia  á  las  ocho  de  la  noche  en 
la  casa  que  ocupaba  con    su   escolta.   Después  de 
discutir  largamente  y  viendo  Fernández  que  Vera 
era  intransigente,  le  declaró  que  allí  mismo  lo  to- 
maba preso;  y  en  efecto,  se  apoderó  de  él  con  los 
soldados  de  la  escolta  y  lo  hizo  meter  en  una  canoa 
que  lo  trasladó  al  Paraná.  Como  se  ve,  los  proce- 
deres del    Patriarca   de    la   Federación    Uruguaya, 
Protector  de  los  Pueblos  Libres,   eran   más  análo- 
gos á  los  del   doctor  Francia  y  á  los  de  Fernan- 
do VII  que  á  los  de  Washington;  porque  las  pa- 
labras no  son  siempre  lo  que  dicen,  sino' lo  que  son 
las  cosas  á  que  se  aplican.  Federación  en  la  boca 
de  un  montaraz  malvado  como  Artigas  era  un  or- 
ganismo de  libertades  de  que  podían  dar  testimo- 
nio Perugorría,  gobernador  de  Corrientes,  Bernar- 
do Planes,  gobernador  de  Misiones,  Bauza,  Vera» 
y  muchísimos  otros  de  los  protegidos  por  ese  pa- 
triarca. 

No  bien  se  corrió  lo  que  acababa  de  suceder 
cuando  estalló  un  grande  alboroto  en  el  pueblo. 
Las  gentes  se  reunieron  y  se  armaron  en  diversos 
puntos :  numerosas  partidas  de  caballería  se  apo- 
deraron de  los  alrededores,  de  las  barrancas  y  del 
puerto.  Apenas  amaneció  el  día  lo,  los  grupos  ar- 
mados, y  hasta  las  mujeres  entre  ellos,  rompieron 
de  todas  partes  en  un  estado  de  excitación  violen- 
ta. Ocupada  la  plaza,  abocaron  un  cañón  cargado 
á  metralla  á  la  casa  en  que  Fernández  estaba  alo- 
jado. Las  fuerzas  entrerrianas  que  habían  pasado 
antes  se  habían  desgranado,  llevándose  el  botín  que 

HIST.    DE    LA   REP.    ARGENTINA.    TOMO   V.— 21 


322  EFECTOS    POLÍTICOS 

cada  uno  había  podido  agarrar:  la  escolta  era  di- 
minuta para  el  caso  y  andaba  embriagándose  y  ro- 
bando ;  de  manera  que  Fernández  tuvo  que  ren- 
dirse y  que  firmar  una  orden  para  que  Vera  fuese 
devuelto,  quedando  en  rehenes  con  algunos  de  los 
suyos  hasta  que  se  cumpliese  lo  pactado.  Partió  al 
instante  una  comisión  encargada  de  recibir  y  de 
conducir  al  gobernador,  que  algunas  horas  más 
tarde  desembarcó  entre  los  vivas  y  aclamaciones 
del  populacho.  Se  creía  que  don  Estanislao  López 
no  había  sido  extraño  al  rapto  de  Vera.  Que  le  con- 
venía en  efecto  deshacerse  por  mano  ajena  de  un 
rival  adelantado  á  su  camino,  no  hay  duda.  Pero 
también  es  cierto  que  cuando  vio  la  actitud  impo- 
nente en  que  se  había  manifestado  el  pueblo  de 
Santafé,  se  abstrajo  y  se  quedó  esquivo  en  la  fron- 
tera. 

Apenas  reinstalado.  Vera  arrojó  de  su  provin- 
cia al  agente  de  Artigas,  y  como  las  cosas  se  po- 
nían así  en  peligro  de  un  rompimiento,  al  mismo 
tiempo  que  el  gobierno  de  Buenos  Aires  reunía 
fuerzas  en  el  Arroyo  del  Medio  y  en  San  Nicolás, 
vino  del  Paraná  el  caudillejo  Hereñú,  que  hasta 
entonces  seguía  las  banderas  de  Artigas,  y  logró 
arreglarse  amistosamente  con  Vera.  Algo  de  se- 
creto pasó  allí,  porque  como  lo  veremos,  Hereñú 
trató  también  de  sacudir  un  poco  más  tarde  el  yugo 
de  Artigas  y  acudió  á  la  protección  del  gobierno 
de  Buenos  Aires.  Así  es  que  Artigas,  que  había 
invocado  el  derecho  de  la  insurrección  local  contra 
la  integridad  y  soberanía  del  gobierno  nacional, 
comenzaba  á  sentir  un  momento  después  que  la 
fuerza  dé  su  principio  obraba  también  eficacísima- 


DEL    DESASTRE    DE    SlPE-SIPE  323 

mente  contra  su  pretensión  á  substituir  con  su  per- 
sona ej  imperio  de  las  autoridades  políticas  y  ci- 
viles que  tenían  su  centro  en  la  capital. 

Pero  el  gobierno  nacional  no  estaba  resignado 
tampoco  á  contemporizar  con  el  desquiciamiento 
moral  que  amenazaba  envolver  el  orden  político  de 
la  nación.  Creía  que  era  menester  que  el  país  en^ 
tero  concurriese  á  contener  á  los  realistas  que  ven- 
cedores y  poderosos  se  aprontaban  á  entrar  ya  por 
Jujuy.  Al  saber  pues  el  contratiempo  sufrido  ^en 
Santafé,  temió  que  las  bandas  de  Artigáis  pasasen 
el  río  Paraná  y  viniesen  á  convulsionar  no  sólo  las 
fronteras  sino  las  campañas  también  de  Buenos  Ai- 
res, removiendo  los  elementos  incultos  y  semibár- 
baros que  no  escaseaban  por  allí.  Para  prevenir 
ese  peligro  se  dio  al  general  Belgrano  el  mando  en 
jefe  del  ejército  que  á  toda  prisa  se  mandó  reunir 
en  el  Arroyo  del  Medio  sobre  la  división  de  Díaz- 
Vélez,  quedando  éste  como  segundo  general.  Se 
ordenó  que  se  incorporasen  al  campamento  las 
guardias  de  la  frontera  que  mandaba  el  coronel  don 
Francisco  Pico,  y  que  un  numeroso  regimiento  de 
milicias  de  caballería  compuesto  de  los  chacareros 
y  labriegos  inmediatos  á  la  capital,  marchase  á  las 
órdenes  del  comandante  Conejo  y  Amores,  jefe 
obscuro,  simple  lugareño  que  no  era  apto  ni  se- 
guró tampoco  para  semejante  campaña. 

Como  era  de  esperar  en  una  situación  semejan- 
te, habían  comenzado  á  agitarse  de  nuevo  dentro 
de  la  ciudad  los  elementos  personales  y  políticos 
que  mal  avenidos  ó  sinceramente  alarmados  por 
los  propósitos  monárquicos  que  con  verdad  ó  no 
se  atribuían  al  Director,  al  general  Belgrano,  y  al 


324  EFKCTOS    POLÍTICOS 

partido   que   los  apoyaba,    proclamaban    la,  nec^sir 
dad  de  hacer  un  cambio  inmediato  que  fuera  vio^ 
lento.    El   general    Belgrano  estaba   mal   mirado  y 
mal  obedecido  en  el  ejército.  Las  acusaciones  que 
se  le  hacían  con  verdad,  no  de  estar  vendido,  sino 
de  estar  fanatizad<j  con   la  idea  de  una  evolución 
monárquica,  habían  cundido  entre  la  oficialidad,  y 
desmoralizado  el  respeto  y  la  obediencia*  que  se  le 
debía.  A  eso  se  agregaba  que  su  segundo  el  gene- 
ral don  Eustoquio  Díaz-Vélez  era  hermano  del  doc- 
tor don  José  Miguel  Díaz-Vélez,  miembro  impor- 
tante é  influyente  de  la  Junta  de  Observación,  que 
nptoriamente  indispuesta  con  el  Director  y  con  su 
círculo,  se  mostraba  alarmada  también  con  la  pré- 
dica monárquica  del  general   Belgrano,  y  con  los 
propósitos  análogos  que  se  atribuían  á  los  miem- 
bros del  Congreso  próximo  á  reunirse  en  Tucumán. 
Un  cuidado  no  menos  grave  inquietaba  mucho 
también   al   Director  del  lado  de  los  Cívicos,   en 
cuya  organización  y  espíritu   tenía   raíces  profun- 
das y  naturales  el  partido  local  y  provincialista  de 
la  capital.  Los  dos  cuerpos  veteranos  que  manda- 
ban los  coroneles  Dorrego  y  Pintos  se  mantenían 
en  perfecta  disciplina  y  orden;  pero  no  era  lo  mis>- 
mo  en  los  cuarteles  urbanos  donde  algunos  jóvenes 
de  genio  díscolo  y  travieso  hacían  por  primera  vez 
el  ensayo  de  su  influjo,  y  tenían  conmovido  el  áni- 
mo de  los  cívicos.  Por  las  noches  la  ciudad  que- 
daba envuelta  en  una  lobreguez  absoluta  á  causa 
de    las   condiciones   escasísimas    y    primitivas    del 
alumbrado  que  al  menor  viento  se  apagaba.  Cen- 
tenares de  cívicos,   unos  en  grupos,  otros  sueltos, 
pero  todos  con  fusil  y  con  las  cartucheras" bien  pro- 


DEL    DESASTRE    DE    SU'E-SIPE  325 

vikas,  atravesaban  las  calles  obscuras  y  solitarias 
con  aire  alzado  y  demagógico,  ó  pasaban  la  noche 
de  su  cuenta  en  la  casa  de  algún  compañero,  de 
algún  oficial,  prontos  á  acudir  en  el  momento  ne- 
cesario á  donde  los  llamase  el  partido  ó  el  bando 
en  que  estaban  enrolados.  De  aq(uí  y  de  allí  par- 
tían tiros  cóntifiuos,  y  el  silbido  estridente  de  las 
balas  que  atravesaban  por  encima  de  los  tejados,- 
aumentaba  la  pavorosa  inquietud  del  vecindario, 
dando  á  las  tinieblas  de  la  ciudad  ese  aspecto  fiero 
y  sombrío  de  los  momentos  que  preceden  á  las  mar 
tanzas  humanas  (14). 

A  toda  esta  gente  se  le  hacía  creer  que  el  go- 
bierno estaba  vendiendo  el  país  á  un  rey  extranje- 
ra', f  con  este  rumor  se  producía  una  indignación 
que  tomaba  por  días  el  carácter  de  un  violento  sa- 
cudimiento próximo  á  estallar.  «No  falta  quienes 
me  imputen  (decía  el  Director  en  una  proclama  en 
que  procuraba  sincerarse)  el  proyecto  de  desarmar 
las;  milicias  cívicas  con  el  objeto  de  hacer  sospecho- 
sas mis  intenciones...  ¡Infame  imputación!...  El 
establecimiento  de  las  Brigadas  Cívicas  lo  he  con- 
siderado siempre  como  uno  de  los  prirneros  ele- 
mentos de  la  pública  felicidad;  los  ciudadanos  alis- 
tados en  los-  TERCIOS  han  sido  por  este  solo  título 
el  objeto  de  mis  distinciones ;  he  consultado  siem- 
pre don  particular  esmero  sus  adelantamientos;  mi 
Conducta  y  mis  expresiones,  han  sido  notorias, 
¿y  hay  aún  quien  se  atreva  á  calumniarme?» 


(14)  ISÍo  había  en  toda  la  ciudad  sino  diez  y  seis  casas 
de  altos,  bastante  mezquinos  por  cierto,  y  de  treinta  á  cua- 
renta casas  de  azotea  en  el  centro. 


326  EFECTOS    POLÍTICOS 

El  exceso  de  la  lisonja  basta  para  comprender 
el  grado  de  la  alarma  que  la  producía. 

El  general  Belgrano  podía  afrontar  el  efímero 
enojo  de  la  opinión,  porque  no  había  quien  no  res- 
petara su  ilustre  persona.  Todos  reconocían  la  ino- 
cencia de  su  alma  y  la  lealtad  de  su  patriotismo,  al 
mismo  tiempo  que  lamentaban,  sin  rencor,  la  ex- 
travagancia insubstancial  de  sus  nuevas  ideas.  Pero 
no  era  lo  mismo  tratándose  de  Alvarez-Thomas,  que 
ya  era  objeto  de  menosprecio  público  más  acabado 
y  de  apodos  que  rebajaban  hasta  su  propia  virili- 
dad, con  pretexto  de  la  voz  poco  eufónica  que  le 
había  concedido  la  naturaleza.  La  Junta  de  Obser- 
vación en  la  capital,  y  el  general  Díaz-Vélez  en  el 
ejército,  estaban  entendidos  y  resueltos  á  desti- 
tuirlo. 

Díaz-Vélez  había  resuelto  hacer  con  Alvarez- 
Thomas  lo  que  Alvarez-Thomas  había  hecho  con 
el  general  Alvear :  lo  que,  por  otra  parte,  no  podía 
tener  las  desastrosas  consecuencias  del  atentado  co- 
metido entonces  por  el  actual  Director. 

El  primer  síntoma  de  la  próxima  descomposi- 
ción se  produjo  en  el  regimiento  de  milicias  que 
mandaba  Conejo  y  Amores.  Apenas  reunidos  en 
Santos  Lugares  (15)  hubo  ya  motivos  para  cono- 
cer la  mala  voluntad  con  que  esos  milicianos  se 
resignaban  al  servicio  que  se  les  imponía.  Había 
sido  menester  fusilar  desertores ;  y  aunque  en  aquel 
tiempo  las  ejecuciones  capitales  eran  en  todas  par- 
tes un  medio  ordinario  de  disciplina,  entre  nosotros 
se  provocaba  siempre  con  ellas  un  sentimiento  re- 

(15)     Hoy  pueblo  San  Martin. 


DKL    DESASTRE    DE    SIPE-SIPE  327 

pulsivo  contra  esas  saciedades  del  poder  ó  de  las 
leyes  que  exigen  la  efusión  de  sangre  como  castigo. 
Todas  estas  causas  formaban  en  derredor  del  go- 
bierno una  atmósfera  pesada  y  sofocante  en  que  se 
asfixiaba  la  autoridad  harto  endémica  ya  del  Di- 
rector. 

Conejo  y  Amores  trató  poco  después  de  suble- 
var su  regimiento  y  de  pasarse  al  enemigo.  Pero 
la  gente  se  desbandó  y  regresó  á  sus  hogares,  te- 
niendo él  que  asilarse  al  lado  de  Díaz-Vélez,  que 
no  sólo  lo  amparó,  sino  que  lo  hizo  absolver  de 
culpas  abusando  de  la  débil  hombría  de  bien  del 
general  Belgrano  y  acarreándole  al  Director  una 
rehabilitación  que  solamente  un  poder  perdido  y  hu- 
millado podía  conceder  en  semejante  caso  (16). 

(16)  Este  comandante,  próximo  ya  al  teatro  de  los  su- 
cesos, reunió  los  oficiales  de  su  cuerpo  y  les  exigió  que  fir- 
masen un  papel  subversivo  en  el  que  decía  «que  había  lle- 
gado el  momento  de  que  se  hicieran  justicia  ellos  mismos 
con  la  espada;  que  todas  las  provincias  marchaban  unidas 
contra  el  gobierno  de  la  ciudad,  y  que  ellos  debían  hacer  lo 
mismo.  La  ocasión  era  favorable  para  defender  los  dere- 
chos de  la  campaña,  y  el  regimiento  debía  ilustrarse  cas- 
tigando el  desprecio  que  siempre  se  había  hecho  de  él.  El 
gobierno  (decía)  está  dirigido  por  DOCTORES  y  FRAILES  á 
quienes  se  debe  recoger  y  mandar  al  frente  de  Pezuela, 
pues  uno  de  ellos,  fray  Ignacio  Grela,  se  había  permitido 
una  vez  injuriarlo  y  decirle  que  toda  la  gente  de  la  cam- 
■paña  no  valía  nada.  Estas  ofensas  era  preciso  castigarlas 
yéndose  al  Rosario  y  juntándose  con  el  coronel  Carranza 
que  ya  venía  con  300  hombres  de  la  Esquina  (Córdoba).  De 
allí  desapareció,  comprendiendo  que  sus  incitaciones  no 
tenían  eco.  Tal  era  la  declaración  que  daba  en  el  campa- 
mento del  general  Belgrano  don  Juan  Manuel  de  la  Serna, 
uno  de  los  comandantes  de  escuadrón  que  en  vista  de 
la  dispersión  del  cuerpo  se  dirigió  á  ese  campamento. 


32<H  EFECTOS    POLÍTICOS 

Hl    Director  anhelaba  que   llegara  cuanto  antes 
la    noticia    de    la    instalación    del 
t8i6  Congreso  Nacional  en  Tucumán. 

'     -Vbril  r5'y  i6      Forjábase   la    ilusión   de   que  con 
ella  los  ánimos  habían  de  calmarse 
y  entrar  en  orden  con  la  esperanza  de  que  regulari- 
zados los  medios,  volverían  los  negocios  y  los  in- 

Coriejo  y  Amores  se  asiló  en  la  vanguardia  que  man- 
daba Díaz-Vélez,  y  trató  de  vindicarse  con  un  oficio  en  que 
•decía:  ((Habiendo  tenido  noticias  muy  malas  de  V.  S.,  prin- 
cipalmente sobre  el  foco  número  de  tro-pas  con  que  mar- 
chaba, y  ser  aquéllas  sin  armatnento  alguno,  he  dado  este 
paso,  que  lo  hubiera  advertido  antes  al  Supremo  Director, 
si  ese  conocimiento  no  lo  hubiera  adquirido  después  de  mi 
salida,  en  Morón.  Tenga  V.  S.  la  bondad  de  DISIMULAR 
UNA  FALTA  TAN  NOTABLE,  persuadido  de  que  la  causan  MO- 
TIVOS QUE    HARÉ   PRESENTE». 

Adulterando  visiblemente  las  fechas,  para  que  el  go- 
bierno apareciese  como  instruido  de  antemaño,  y  no  como 
sometido  á  la  imposición  de  lo  ocurrido,  se  le  pasó  un  ofi- 
cio al  general  Belgrano  diciéndole:  «El  gobierno  consi- 
dera que  la  conducta  del  sargento  mayor  don  Manuel  Co- 
nejo y  Amores  en  el  movimiento  de  las  milicias  auxiliares 
de  las  tropas  de  línea,  ha  procedido  Únicamente  de  celo 
í>OR  EL  MEJOR  SERVICIO;  pero  presentando  este  paso  un 
acto  voluntario  y  subversivo  del  orden...  el  gobierno  le 
manda  al  señor  general  que  reconvenga  al  culpable  por  no 
haberle  dado   aviso». 

La  proclama  que  con  este  motivo  expidió  el  general  Bel- 
grano, es  característica  del  tiempo  y  de  las  circunstancias. 
Se  percibe  bien  en  ella  cuánto  había  descendido  el  nivel  de 
las  cosas  y  dé  los  hombres,  delante  de  la  borrasca  que  ya 
rugía  y  ensayaba  su  violencia  en  el  mar  profundo  de  las 
masas.  ((¡Os  habéis  cubierto  DE  gloria!  (les  decía  el 
vencedor  de  los  realistas  en  Tucumán  y  en  Salta,  á  los 
campesinos  de  Buenos  Aires),  y  sois  dignos  hijos  de  la  pa- 
tria», etc:,  etc. 


DEL    DESASTRE    DE    SIPE-SIPE  329 

tef eses  públicos  á  tomar  sus  quicios  naturales.  El 
13  de  abril  se  recibió  al  fin  la  anhelada  noticia:  el 
Congreso  se  había  instalado  con  toda  soletnnidad 
el  24  de  marzo.  Inmediatamente  se  publicó  un  ban- 
do convocando  á  las  autoridades  civiles,  militares, 
y  religiosas,  á'que  concurrieran  el  día  15  de  abril 
á  jurar  el  reconocimiento  del  Congreso  Nacional 
en  la  Casa  del  Ayuntamiento.  Al  día  siguiente  se 
celebró  tin  solemne  Te-Deum  y  acción  de  gracias 
en  la  iglesia  Catedral,  al  que  asistió  el  Supremo 
Director  con  el  numeroso  cortejo  de  los  tres  Orde- 
nes del  Estado,  según  el  rito  colonial,  y  de  todos 
los  empleados  que  los  desempeñaban.  Notóse  sin 
embargo  con  suma  extrañeza  que  la  Junta  de  Ob- 
servación no  hubiera  concurrido  al  Juramento  del 
Congreso  ni  á  la  fiesta  religiosa  con  que  se  cele- 
braba su  instalación. 

Después  de  la  fiesta,  regresaba  el  señor  Alvarez- 
Thomas  al  palacio  de  gobierno  acompañado  de  la 
comitiva  oficial  y  del  concurso  de  gente  que  se  ha- 
bía aglomerado  en  derredor  suyo,  cuando  al  entrar 
en  su  despacho  se  le  acercó  el  alcalde  de  primer 
voto  don  Francisco  Antonio  de  Escalada,  y  le  dio 
una  fatal  noticia  entregándole  las  comunicaciones 
que  por  expreso  acababa  de  recibir  de  Santafé.  He 
aquí  lo  que  había  sucedido: 

El  general  Belgrano,  justamente  alarmado  con 
ia  desmoralización  de  las  milicias  que  formaban, 
no  diremos  el  cuerpo,  sino  el  bulto  de  su  división, 
había  preferido  tentar  un  arreglo  pacífico  con  los 
jefes  revolucionarios  de  Santafé  y  con  el  coman- 
dante artiguista  Francisco  Rodríguez  que  había  pa- 
sado en  auxilio  de  éstos  con    un   número  relativa- 


330  EFECTOS    POLÍTICOS 

mente  considerable  de  montoneros  aguerridos.  Con 
este  propósito,  el  general  Belgrano  había  comisio- 
nado al  jefe  de  la  vanguardia  general  Díaz-Vélez 
que  hiciera  indicaciones  de  paz  á  los  jefes  enemi- 
gos; y  como  estas  indicaciones  fueran  aceptadas, 
se  convino  que  Díaz-Vélez  se  reuniría  en  la  Capilla 
del  paso  de  San  Bartolomé  con  don  Cosme  Maciel, 
autorizado  al  efecto  por  la  otra  parte, 

A  lo  que  se  ve  por  el  convenio  que  allí  celebra- 
ron, Díaz-Vélez  concedió  de  pla- 
1816  no  «que  con  el  más  sincero  deseo 

Abril  9  de  hacer  la  paz,  de  consolidar  la 

unión,  y  de  cortar  de  raíz  la  gue- 
rra civil  en  que  el  despotismo  y  arbitrariedad  del 
director  de  Buenos  Aires  don  Ignacio  Alvarez  ha- 
bía envuelto  las  dos  provincias...»  acordaban:  i.°» 
separar  del  mando  de  las  tropas  al  general  Belgra- 
no; 2.°,  que  el  general  Díaz-Vélez  fuese  reconocido 
como  general  en  jefe  de  los  dos  ejércitos,  ya  fuese 
para  retirarse  al  otro  lado  del  Carcarañáa,  si  era 
perseguido,  ya  para  marchar  con  ellas  sobre  Bue- 
nos Aires,  á  destituir  al  director  mencionado  y  au- 
xiliar al  pueblo  á  fin  de  que  se  diese  un  nuevo  go- 
bernante (17). 


(17)  En  los  años  de  1846  á  1848,  el  señor  don  Esteban 
Echevarría  y  yo  nos  ocupábamos  en  Montevideo  en  hacer 
estudios  de  la  Revolución,  recogiendo  informes  y  testimo- 
nios de  los  actores,  como  puede  verse  en  la  Colección  de 
¿os  escritos  de  Echeverría^  formada  y  regularizada  por  el 
señor  don  Juan  María  Gutiérrez  (imprenta  de  Casavalle). 
Encargóse  Echeverría  de  hablar  con  su  amigo  el  general 
Díaz-Vélez  sobre  el  episodio  de  Sanio  Tomé,  y  éste  le  di- 
j-p  que  su  conducta  había  procedido  de  que  Vera  y  Hereñú 


DKL    DESASTRK    DE    SIPE-SIPE  33 1 

De  creer  es  que  al  proceder  de  esta  manera  el 
general  Díaz-Vélez  estuviese  ya  anticipadamente  de 
acuerdo  con  los  oficiales  y  los  jefes  de  su  división ; 
pues  en  el  acto  de  comunicarles  lo  acordado,  die- 
ron su  conformidad;  y  el  general  Belgrano  des- 
pués de  unos  momentos  de  arresto,  se  puso  en  ca- 
mino para  Tucumán  en  la  esperanza  de  influir  so- 
bre el  Congreso,  en  cuyo  seno  tenía  antiguos  y  res- 
petuosísimos amigos,  así  como  extensa^  populari- 
dad en  toda  esa  provincia  y  la  de  Salta,  donde  po- 
día contar  con  toda  la  adhesión  del  mismo  Güemes 
que  las  tenía  ahora  en  sus  manos. 

Al  tener  conocimiento  de  todo  esto,  que  el  al- 
calde de  primer  voto,  con  solemne  disimulo,  pero 
visiblemente  complacido  le  comunicaba  en  voz  baja, 
Alvarez-Thomas  perdió  la  tranquilidad;  y  dirigién- 
dose al  concurso  que  había  entrado  con  él  en  el 
despacho  ó  que  andaba  pK)r  las  galerías,  les  comu- 

habían  acordado  secretamente  con  él  emanciparse  de  Ar- 
tigas, y  quitarle  toda  influencia  sobre  Entremos  y  Santafé, 
si  se  les  hacía  las  concesiones  aparentes  de  ese  tratado, 
concesiones  que  les  habían  de  servir  para  prepararse  con- 
tra el  usurpador  oriental,  y  para  quitarle  todo  pretexto  ó 
necesidad  de  que  enviase  fuerzas  propias  á  esas  provin- 
cias. Agregaba  el  señor  Díaz-Vélez  que  esto  no  pudo  ha- 
cerse tan  pronto  como  se  había  esperado ;  pero  que  al  fin 
Vera  y  Hereñtí  habían  cumplido.  Lo  cual  es  verdad,  como 
lo  veremos  á  su  tiempo.  Otros  creían  que  Díaz-Vélez  había 
obrado  con  la  esperanza  de  calzarse  el  gobierno  de  la  ca- 
pital, y  hacerse  fuerte  en  él  contra  el  Congreso  con  el  apo- 
yo de  Santafé  y  del  poderoso  partido  localista  que  se  agi- 
taba en  Bwenos  Aires  con  motivo  de  la  intriga  monárquica 
que  según  se  decía  prevalecía  descaradamente  en  Tucu- 
mán, fomentada  por  el  general  Belgrano  y  por  sus  corres- 
ponsales. 


332  EFECTOS    políticos 

nicó  que  había  sido  destituido  por  el  ejército ;  y 
que  como  él  no  quería  gobernar  ni  un  minuto  más,í 
sino  que  se  respetase  su  persona,  desde  aquel  mo-. 
mentó  renunciaba  y  se  trasladaba  á  su  hogar  para 
que  los  circunstantes  nombraran  su  sucesor  como 
quisieran.  En  medio  de  la  sorpresa  y  del  asombro, 
en  que  todos  quedaron,  el  Director  repetía  varias 
veces:  <(Sí,  señores,  me  voy,  me  voy:  nombren  us- 
tedes á  quien  quieran»,  y  hacía  ademanes  de  reco- 
ger papeles  y  otras  cosas  que  le  pertenecían.  Es- 
taba visiblemente  con  miedo.  El  presidente  del  Tri- 
bunal de  Justicia  doctor  don  Manuel  Antonio  Cas- 
tro, le  llamó  la  atención  y  le  dijo  que  aquel  concur- 
so, por  numeroso  y  notoriamente  distinguido  que 
fuese,  no  tenía  el  carácter  de  pueblo,  por  falta  de 
convocación  legal,  y  que  por  consiguiente  no  ha- 
bía allí  persona  ó  corporación  alguna  que  tuviese 
facultades  para  admitirle  la  renuncia  y  mucho  me- 
nos para  darle  un  sucesor.  Muchos  otros  se  adhi- 
rieron á  este  parecer,  mientras  que  la  parte  más 
numerosa  del  concurso  se  agolpaba  más  y  más  á 
medida  que  la  novedad  circulaba  de  grupo  en  gru- 
po hasta  la  plaza  y  las  calles  con  la  rapidez  natural 
del  caso.  A  las  observaciones  del  doctor  Castro, 
.Mvarez-Thomas,  cada  vez  más  febril  y  visiblemen- 
te más  alarmado  por  la  bulla  y  el  alboroto  que  se 
aumentaba  por  allí,  protestaba  que  él  no  era  ya 
nada,  que  nada  quería  sino  garantías  individuales 
y  que  los  demás  hicieran  lo  que  quisieran.  Pero 
juntándose  el  señor  Castro,  el  alcalde  de  primer 
voto,  el  deán  de  la  Catedral  y  muchas  otras  per- 
sonas de  respeto,  le  convencieron  de  que  no  podía 
proceder  como  decía  sin  arrostrar  serios  compromi- 


DEL    DESASTRE    DE    SIPE-SIPE  ,^33 

SOS  que  le  traerían  graves  responsabilidades,  y  lo- 
graron al  fin  que  accediese  á  llamar  á  la  Junta  de 
Observación  que  era  la  única  autoridad  que  por  el 
Estatuto  vigente  podía  aceptar  la  renuncia,  é  in- 
tegrarse en  seguida  con  el  Cabildo  para  nombrar 
el  sucesor.  Un  momento  después  llegaban  uno  á 
uno  los  miembros  de  la  Junta  de  Observación.  Pe- 
ro, informados  de  lo  que  había  ocurrido,  su  presi- 
dente en  turno  don  Felipe  B.  Arana  observó  que 
dudaba  si  se  podía  proceder  como  se  les  indicaba, 
pues  la  Junta  no  había  prestado  juramento  al  So- 
berano Congreso  Nacional  porque  el  Director  Su- 
premo no  se  había  dignado  citarla  particularmente. 
El  Director  procuró  levantar  este  cargo  diciendo 
que  á  ninguna  de  las  otras  corporaciones  del  Es- 
tado se  le  había  hecho  más  citación  que  la  del  bando 
de  fecha  13.  A  lo  que  el  presidente  contestó  seca- 
mente que  no  era  eso  lo  regular.  Tal  era  el  ánimo 
contrariado  y  hostil  en  que  se  hallaban  las  dos  au- 
toridades. Pero,  como  era  menester  salir  de  aquél 
conflicto  se  acordó  que  la  Junta  prestase  el  jura- 
rpento  requerido  ante  el  Director.  Hecho  así,  ad- 
mitió la  renuncia;  é  integrada  con  el  Ayuntamien- 
to, fué  nombrado  el  general  don  Antonio  Gonzá- 
lez Balcarce  Director  interino  del  Estado,  ó  mejor 
dicho  de  la  capital,  pues  con  respecto  á  la  nación 
su  carácter  era  completamente  indeterminado,  even- 
tual y  subsidiario  apenas. 

Así   naufragó  la  ambición   impotente  y   dañina 
del  fautor  de  la  sublevación  de  Fonteztielas  (18). 


(18)     El    señor  Arana,  que  ejercía  la  presidencia  en  el 
turno  de  tres  meses,  de  acuerdo  con  el  Estatuto  Provisio- 


334  EFECTOS  políticos 

Durante  el  período  de  AIvarez-Thomas  tuvo  lu- 
gar el  audaz  crucero  del  almirante  Brown  por  los 
puertos  y  costas  del  mar  Pacífico,  desde  el  Sur  de 
Chile  hasta  Colombia ;  crucero  que  á  la  vez  que 
fué  uno  de  los  episodios  de  nuestra  Revolución  de 
más  vivo  interés,  nos  da  la  primacía,  de  tiempo  al 

nal,  era  entonces  un  hombre  de  33  años,  á  quien  se  le  su- 
ponía dotado  de  talento  é  instrucción  ;  pero  como  carecía 
completamente  de  instrucción  literaria  y  científica,  era  aje- 
no á  toda  curiosidad  ó  inclinación  de  aquellas  que  extien- 
den los  horizontes  del  espíritu  y  que  dan  elevación  y  ame- 
nidad á  sus  manifestaciones  sociales.  Había  estudiado  bien 
el  idioma  latino ;  pero  en  vez  de  servirse  de  él  como  me- 
dio de  pulir  su  talento  con  el  trato  de  los  clásicos,  había 
dejado  enmohecer  ese  precioso  instrumento  en  la  jerga  teo- 
lógica y  pseudo-metafísica  del  padre  Altieri,  y  en  las  ex- 
posiciones pálidas  y  ramplonas  de  los  Instituta  de  Sala, 
de  Vinnios  y  de  Heinecio.  Era  por  consiguiente  un  hombre 
bien  informado  dentro  de  ciertos  límites ;  pero  de  tenden- 
cias atrasadas,  y  que  por  su  propia  inferioridad,  quizás, 
miraba  con  antipatía  todo  lo  que  era  movimiento  expan- 
sivo y  moderno  en  la  filosofía  y  en  la  sociabilidad  del  si- 
glo. A  pesar  de  su  índole  empecinada  y  renitente,  es  de 
presumir  que  carecía  de  carácter,  porque  nunca  pudo  ni 
trató  de  hacerse  valer  por  sí  mismo,  sino  amparándose 
siempre  entre  personas  de  posición  más  fuerte  y  de  temple 
más  predominante  que  el  suyo.  Ya  por  esto,  ya  por  paren- 
tesco, ó  más  bien  por  una  y  otra  cosa,  anduvo  siempre  á 
remolque  de  los  hermanos  Anchorena,  aunque  muy  esti- 
mado y  respetado  entre  ellos  como  hombre  importante  de 
su  partido,  hasta  que  por  ese  camino  cayó  en  manos  del 
atroz  y  bárbaro  tirano  Juan  Manuel  Ro^as,  que  lo  hizo  ob- 
jeto material  de  su  servicio  en  uno  de  sus  •  f arsáicos  mi- 
nisterios reduciéndolo  al  sumiso  papel  de  simple  firmante 
de  documentos  oficiales  que  se  le  daban  hechos.  Pero  no 
es  poco  decir  en  honra  suya,  que  aún  en  esta  triste  y  des- 
airada posición  conservó  íntegras  todas  las  condiciones  de- 


DEL    DESASTRE    DE    SIPE-SIPE  335 

menos,  y  de  no  menos  arrojo,  sobre  las  mentadas 
hazañas  que  lord  Cochrane  realizó  algunos  años 
después,  con  medios  mucho  más  poderosos.  No 
sólo  por  eso  merece  contarse,  sino  porque  es  tam- 
bién una  prueba  palpitante  de  la  vigorosa  elasti- 
cidad que  la  Revolución  había  comunicado  al  mo- 
viinrento  social  y  á  los  hombres  envueltos  en  su 
fortuna. 

Un  crucero  en  el  mar  Pacífico  con  un  pequeño 
•grupo  de  tropas  que  pudiera  hacer  desembarcos  y 
ataques  parciales  en  las  costas  del  Perú,"  combi- 
nado con 'la  "invasión  del  ejército  que  había  de 
abrirse  camino  por  Oruro  y  por  él  Cuzco,  era  uno 
de -los   proyectos   que   más  habían'  preocupado  lá 


centes  de  un  hombre  de  bien.  No  hizo  ni  procuró  hacer 
mal  á  nadie.  No  creemos  tampoco,  como  alguno  ha  dicho, 
que  hiciera  servicio  alguno  á  los  perseguidos  por' el  tirano, 
porque  en  el  fondo  era  egoísta  y  tímido,  y  porque  es  más 
probable  que  se  mantuviera  en  el  papel  inútil  y  secunda- 
íio  que  ese  tirano  le  había  impuesto,  sin  permitirse  inicia- 
tiva en  nad^,  ni  hacerse  valer.  Por  el  contrario,  su.  cui- 
dado fué  esconder  y  anular  su  talento:  tal  vez  para  evitar 
que  se  le  infamara,  ó  por  miedo  de  dar  ocasión  á  inciden- 
tes que'  pudieran  enojar  al  amo  que  lo  tenía  supeditado. 
Sus  costumbres  privadas  fueron  siempre  puras  é  intacha- 
bles como  su  honradez :  nunca  faltó  á  la  estricta  decencia 
de  la  conducta  personal,  corno  algún  detractor  poco  escru- 
puloso ha  querido  imputárselo ;  y  en  los  afectos  del  hogar 
fué  un  modelo  de  delicadeza  y  dé  ternura.  Blasonaba  con 
razón  de  ser  nieto  del  noble  Andonáeguí,  gobernador  del 
Río  de  I  la  Plata  en  1745,  cuyas  ideas  liberales  y  antijesuí- 
tas no  cultivó  sin  embargo,  porque  era  beato  :  beato  más 
que  creyente  ;  y  de  ahí  el  apodo  de  Cajnpanillero  que  le 
valió  él  manejo  de  esa  sonaja  en  su  asidua  asistenciaá  las 
procesiones  de  los  santos.  '       '  ' 


2S^  EFECTOS    POLÍTICOS 

atención  del  general  Alvear  y  los  trabajos  de  su 
hábil  ministro  de  Hacienda  el  señor  Larrea.  No 
sólo  era  de  importancia  estratégica  y  política,  sino 
que  se  creía  con  razón  que  se  tomarían  caudales 
considerables  que  sirvieran  para  compensar  y  sos- 
tener los  gastos  de  la  guerra,  pues  el  Perú  conti- 
nuaba con  España  un  comercio  de  bastante  valor 
en  artículos  de  guerra,  armas,  mercaderías,  y  re- 
torno de  metales  preciosos.  En  1814  la  marina  de 
guerra  española  estaba  en  tal  decadencia  que  se 
puede  decir  con  estricta  verdad  que  no  existía.  Una 
gran  parte  de  sus  viejos  buques  le  habían  sido  usur- 
pados por  Napoleón  ;  otra  se  hallaba  en  manos  de 
los  ingleses,  y  lo  que  quedaba  armado  y  disponible 
en  las  costas  de  Sud-América  no  era  como  para 
imponer  respeto  á  un  marino  experto  y  atrevido 
como  Brown,  capaz  de  moverse  y  de  caer  por  sor- 
presa en  donde  más  conviniera  á  las  armas  argen- 
tinas^ que  por  el  lado  de  tierra  debían  llamar  toda 
la  atención  de  las  autoridades  realistas  en  momentos 
de  pavor  para  ellas.  Débese  á  los  señores  Rondeau 
y  Alvarez-Thomas  (no  hablemos  de  Artigas  que 
estaba  en  su  papel)  la  triste  gloria  de  haber  hechp 
fracasar  estos  propósitos  que,  como  dice  el  gene- 
ral Paz,  estaban  en  el  camino  de  su  fácil  é  inme- 
diata realización   (19). 

Desbaratados  en  abril  los  medios  que  se  iban 
reuniendo  con  este  fin,  quedó  sin  embargo  la  idea ; 
y  algunos  particulares  trataron  de  ver  si  les  era  po- 
sible reorganizar  la   correría  como  empresa  parti- 

(19)     Véase  la  cita  textual  en  la  página.  150  de  este  vo- 
lumen. .íOÍJ'.'V.   í-.ol   il'. 


DEL    DESASTRE    DE    SIPE-SIPE  337 

cular.  El  doctor  don  Vicente  Anastasio  Echevarría, 
hombre  rico,  de  genio  tranquilo,  como  dado  al  pla- 
cer de  aventurar  su  fortuna  en  especulaciones  de 
proporciones  indefinidas,  se  hallaba  emparentado 
de  cerca  con  el  marino  francés  don  Hipólito  Bou- 
chard,  á  quien  le  sonreía  la  esperanza  de  hacer  un 
corso  reproductivo  en  el  mar  Pacífko,  cerrado  has- 
ta entonces  á  las  marinas  de  las  demás  naciones,  y 
donde  sin  peligro  de  ser  contenido  podía  entregar- 
se á  todos  los  excesos  de  ese  género  de  guerra  (20) . 
Aunque  demasiado  decente  para  caer  en  el  ni- 
vel de  un  simple  pirata,  Bouchard  era  todo  un  cor- 
sario de  pies  á  cabeza  á  la  manera  de  su  tiempo. 
Armado  en  guerra  y  pudiendo  levantar  una  ban- 
dera legítima,  se  permitía  todos  los  excesos  que  esa 
guerra  irregular  autorizaba,  con  un  carácter  duro 
y  desapiadado,  hasta  los  límites,  harto  vagos  en 
verdad,  que  separaban  el  corso  de  la  piratería.  No 
buscaba  como  Brown  el  combate  legítimo  y  glo- 
rioso por  las  emociones  del  combate  mismo ,  ni  ser- 
vía la  causa  argentina,  como  éste,  por  amor  á  la 
patria  adoptiva,  sino  con  aspiraciones  á  la  opulenr 
cia  material  más  que  á  la  gloria,  y  midiendo  el  es- 
fuerzo por  el  provecho  pecuniario  que  pudiera  pro- 
ducirle. Brown,  por  el  contrario,  amaba  la  hazaña 
por  la  hazaña  misma,  y  se  tenía  por  compensado 
con  los  aplausos  de  Buenos  Aires  y  de  sus  hijos, 
sin  que  haya  variado  jamás  de  móviles  ni  de  reso- 


(20)  Es  el  mismo  que  hemos  visto  figurar  como  marino 
en  el  combate  naval  de  San  Nicolás,  tomo  III,  pág.  339  y 
341  ;  y  como  capitán  de  granaderos  á  caballo  en  el  de  San 
Lorenzo,  tomo  IV,  pág.   250, 

HIST.    DE    LA   REP.    ARGENTINA.    TOMO   V.  — 22  ' 


33^^  EFECTOS    POLÍTICOS 

luciones  desde  que  pisó  en  su  juventud  -el  suelo  de 
su  segunda,  más  bien  dicho,  de  la  única  patria  que 
tuvo  desde  entonces,  hasta  que  murió  en  su  última 
vej-ez,  siempre  honrado  y  siempre  querido  en  ella. 

Habíanse  unido  en  un  mismo  deseo  el  doctor 
Echevarría,  el  capitán  Bouchard,  y  el  presbítero 
Uribe,  emigrado  chileno  y  ardoroso  patriota  que 
quería  aventurar  también  los  recursos  pecuniarios 
con  que  contaba  en  la  expedición  marítima  á  ias 
costas  del  Pacífico.  Entre  ellos  y  algunos  otros  es- 
peculadores habían  reunido  los  fondos  necesarios 
para  aparejar  los  buques  y  tripularlos;  pero  nece- 
sitaban armas  y  cañones ;  y  sobre  todo  una  guar- 
nición de  infantería  nacional  para  cada  buque,  que 
les  diese  un  medio  efectiva  y  seguro  de  contener 
bajo  la  autoridad  de  cada  capitán  la  tripulación  co- 
lecticia y  desalmada  de  extranjeros  que  habían  de 
tomar  y  que  habían  de  emplear  en  sorprender  al- 
gunos puntos  de  la  costa.  En  solicitud  de  esto  y 
de  la  autorización  para  llevar  la  bandera  legal  ocu- 
rrieron al  gobierno.  El  director  Alvarez-Thomas 
aceptó  la  idea,  proporcionó  dos  buques  más,  pero 
puso  por  precisa  condición  que  la  expedición  fuese 
á  las  órdenes  de  Brown  y  no  con  el  simple  carác- 
ter de  un  corso,  sino  con  el  de  un  crucero  regular, 
conviniendo  también  que  la  fuerza  de  infantería 
que  había  de  dar,  fuese  á  las  órdenes  del  teniente 
coronel  de  Chile  don  Ramón  Freiré,  joven  de  ele- 
vado carácter,  de  notoria  probidad,  de  valor  no  me- 
nos notorio,  y  que  fué  algo  después  uno  de  los 
hombres  más  señalados  en  la  historia  de  5U  país. 

Hallábase  muy  adelantado  el  armamento  de  la 
expedición,  y  embarcada  alguna  tropa,  en  número 


DEL    DESASTRE    DE    SIPE-SIPE  33^) 

de  cerca  de  300  cazadores,  cuando  llegó  á  Buenos 
Aires  la  noticia  de  que  el  general  Morillo  había 
zarpado  de  Cádiz  con  rumbo  reservado,  pero  que 
se  suponía  ser  el  del  Río  de  la  Plata.  Con  la  alarma 
consiguiente  á  este  temor,  se  le  ordenó  á  Brown  que 
se  mantuviese  en  la  rada  hasta  tener  un  conocimien- 
to exacto  de  los  sucesos  que  se  preparaban.  Pero 
Brown  y  sus  compañeros,  provistos  ya  de  los  pa- 
peles y  patentes  que  autorizaban  su  carácter  pú- 
blico en  ese  crucero,  desestimaron  la  prudencia  del 
gobierno,  y  el  15  de  octubre  (18 15)  se  hicieron  á  la 
vela  con  dirección  á  los  mares  del  Sur. 

Componíase  la  escuadrilla  de  cuatro  buques :  la 
fragata  Hércules  y  el  bergantín  Trinidad,  pertene- 
cientes al  gobierno;  el  bergantín  Halcón,  armado 
por  Echevarría  y  Bouchard,  bajo  el  mando  de  éste, 
y  el  queche  Uribe,  armado  por  el  presbítero  del 
mismo  nombre  que  hemos  mencionado,  y  que  no 
contento  con  aventurar  su  dinero  se  embarcó  en  él 
V  aventuró  también  su  persona. 

El  punto  de  reunión  era  la  isla  de  la  Mocha,  al 
otro  lado  del  Cabo  de  Hornos  enfrente  de  la  costa 
de  Arauco.  Brown  con  el  Hércules  y  con  la  Trini- 
dad llegó  á  la  isla  con  aquella  felicidad  habitual  de 
todas  sus  operaciones,  que  era  quizá  un  efecto  de 
su  pericia  y  de  su  admirable  talento.  Pero  Bou- 
chard, que  no  tuvo  igual  suerte,  arribó  con  bas- 
tantes días  de  retardo,  trayendo  al  Halcón  con  se- 
rias averías,  y  habiendo  sucumbido  la  goleta  Uribe 
con  toda  su  tripulación  bajo  la  bravura  de  las  olas. 
Que  fuese  ó  no  por  no  haber  sabido  conducirse  con 
la  debida  previsión,  le  sucedió  también  encontrarse 
con  la  fragata  norteamericana  Indus,  que  no  bien 


340  EFFXTOS    POLÍTICOS 

llegó  á  Valparaíso  dio  noticia  de  su  aparición  en 
aquellos  parajes,  y  fué  causa  de  que  Valparaíso 
y  las  costas  de  Chile  no  hubiesen  sido  sorpren- 
didos. 

A  costa  pues  de  algunos  días  preciosos  y  per- 
didos, se  recompuso  el  Halcón  y 

1815  pudieron  hacerse  á  la  vela  los  tres 
Diciembre  6      buques.  Con  la  mira  de  aumentar 

y  reforzar  las  tripulaciones,  Brown 
ordenó  al  capitán  Freiré  que  fuese  con  el  Trinidad 
á  la  isla  de  Juan  Fernández  y  levantase  todos  los 
patriotas  chilenos  que  los  realistas  habían  confina- 
do en  ese  islote  solitario,  é  hizo  rumbo  inmediata- 
mente hacia  el  Callao  con  el  Hércules  y  con  el  HaU 
con.  En  ese  camino  apresaron  la  goleta  Mercedes, 
que  echaron  á  pique,  reduciendo  á  servicio  la  tri- 
pulación, compuesta  de  algunos  marineros  chile- 
nos, y  se  pusieron  á  cruzar  en  seguida  detrás  de  la 
isla  de  las  Hormigas  sin  que  nadie  los  hubiera  sen- 
tido en  el  Callao. 

Allí  se  les  incorporó  el  bergantín  Trinidad  con 
algunos  oficiales  y  soldados  saca- 

18 16  dos  de  Juan  Fernández;  apresaron 
Enero  20  á  28     dos  preciosas  fragatas,  la  Conse- 
cuencia y  la  Gobernadora.  En  la 

primera  hicieron  la  importante  captura  del  general 
Mendiburu  que  iba  á  Guayaquil  con  el  carácter  de 
presidente  y  gobernador  de  la  provincia,  acompa- 
ñado de  varios  edecanes  de  graduación  con  muchos 
otros  empleados  civiles.  Y  como  el  buque  era  muy 
fino  y  bastante  velero  lo  armaron  en  guerra  con  el 
nombre  de  la  Argentina.  En  la  segunda  tomaron 
mercaderías  evaluadas  en  cerca  de  un  millón  de  pe- 


DEL    DESASTRE    DE    SIPE-SIPE  34 1 

SOS  y  lo  llevaron  consigo  hasta  tomar  un  puerto  en 
que  pudieran  venderla  como  buena  presa. 

Sabe  Dios  todo  lo  demás  que  habrían  conse- 
guido si  uno  de  aquellos  descuidos  que  no  se  pue- 
den prever,  no  hubiera  venido  á  poner  en  noticia 
de  las  autoridades  de  Lima  la  proximidad  del  cru- 
cero. Habían  apresado  también  un  bergantín  de 
poca  importancia,  que  siendo-  aparente  para  pon- 
tón fué  desarbolado,  embicado  á  la  costa  de  la  isla 
de  las  Hormigas  y  destinado  á  depósito  de  prisio- 
neros comunes  que  no  podían  ni  convenía  man- 
tener á  bordo.  Entre  éstos  se  hallaba  el  carpintero 
del  dicho  bergantín,  que  seriamente  alarmado  por 
el  abandono  en  que  los  habían  dejado,  se  decidió 
á  todo  antes  que  permanecer  allí,  y  se  puso  á  res- 
taurar un  bote  despedazado  que  había  quedado  en 
la  ribera.  El  hecho  fué  que  logró  ponerlo  en  estado 
de  flotar,  y  que  con  alguno  de  sus  compañeros  atra- 
vesó con  felicidad  las  siete  leguas  que  lo  separaban 
de  Chancay.  «Si  Dios  no  le  inspira  este  heroico 
arrojo  (decía  la  Gaceta  oficial  de  Lima)  hubiera 
sobrevenido  una  gran  ruina,  pues  estaban  para  sa- 
lir gran  número  de  buques  para  España  y  para 
otros  destinos...  Luego  que  el  malvado  Brown  supo 
la  fuga  de  los  prisioneros  entró  en  furor  y  tomó  la 
descabellada  resolución  de  atacar  el  Callao.  El  20 
de  enero  por  la  noche  entraron  hasta  la  inmedia- 
ción de  los  buques  que  estaban  dentro  de  la  bahía 
tirando  balas  que  cayeron  dentro  de  la  población, 
y  se  retiraron.  El  21  cuatro  de  sus  buques  (*)  fon- 


(*)     Hércules,    Halcón,    Argentina    (ó    Gobernadora)    y 
Trinidad. 


342  ■  EFECTOS    POLÍTICOS 

dearon  con  toda  impavidez  en  la  misma  bahía,  ti- 
raron cañonazos  como  por  burla,  se  les  contestó 
desde  los  Castillos  y  anduvieron  bordeando  hasta 
la  media  noche,  hora  en  que  volvieron  á  entrar  en 
el  puerto  y  lograron  echar  á  pique  la  fragata  Fuen- 
te Hermosa.  Siguieron  en  estas  tentativas  y  ama- 
gos hasta  que  el  27  por  la  noche  desembarcaron  en 
la  isla  de  Los  Barcos,  hicieron  grandes  fogatas  y 
tuvieron  el  insolente  arrojo  de  echar  cinco  botes 
dentro  del  puerto  por  sotavento  de  nuestros  buques 
y  de  abordar  una  lancha  de  guerra  en  que  por  for- 
tuna se  encontraron  con  50  soldados  del  batallón  de 
.Extremadura  recientemente  llegado  de  España:  que 
si  no  es  eso  se  la  llevan.  El  28  apresaron,  la  fragata 
Candelaria  y  desaparecieron,  suponiéndose  que  hu- 
bieran tomado  para  las  costas  de  Chile.  Pero  se 
supo  después  que  se  habían  dirigido  á  Guayaquil». 

Brown  esperaba  tener  mayor  fortuna  en  Guaya- 
quil, cuyo  gobernador  y  cortejo  llevaba  prisioneros 
á  bordo,  ya  para  obtener  un  valioso  rescate,  ya  otra 
ventaja  de  grande  consideración. 

El  8  de  febrero  entró  de  sorpresa  por  la  ría  y  se 
ocultó  en  la  isla  de  la  Puna,  donde  habría  conse- 
guido tomar  los  buques  que  estaban  de  salida,  si  el 
pailebot  Correo  de  Panamá  no  hubiese  descubierto 
los  buques  argentinos  á  tiempo  para  virar  y  poner- 
se en  salvo  por  su  buen  andar  y  poco  calado. 

El  aviso  comunicado  á  la  ciudad  por  este  inci- 
dente llegó  á  las  once  y  media  de  la  noche.  Se  apo- 
deró de  la  población  un  tremendo  pavor.  Las  fa- 
milias abandonaban  sus  casas  en  desnudez  buscan- 
do salvarse  en  las  campañas  y  cerros  vecinos.  Todo 
era  desorden  cuando  el  día  9  por  la  mañana  se  sin- 


DKI.    DESASTRE    DE    SIPE-SIPE  343 

tió  un  nutrido  cañoneo  y  fuego  de  fusilería  que 
puso  el  colmo  al  espanto  del  vecindario.  Era  que 
el  bravo  comandante  Freiré,  echado  á  tierra,  ata- 
caba el  Castillo  de  las  Piedras  al  mismo  tiempo  que 
Brown  con  el  Hércules  puesto  á  medio  tiro  de  fusil 
lo  abrumaba  con  su  artillería,  hasta  lograr  que  la 
guarnición  lo  abandonara  y  que  flameara  en  sus 
almenas  la  bandera  argentina.  Enardecido  con  este 
triunfo  y  animado  además  con  la  incontrastable  bra- 
vura de  Freiré,  creyó  el  almirante  que  aquél  era 
el  momento  de  entrar  hacia  adelante  y  de  posesio- 
narse de  Guayacjuil.  Pero  á  pesar  de  c^ue  la  ría  se 
presentaba  crecida  y  con  bastante  agua,  de  los  bu- 
ques que  tenía,  el  único  aparente  para  la  operación 
era  el  Halcón,  que  como  hemos  dicho  le  pertenecía 
á  Bouchard.  El  almirante  solicitó  que  éste  se  lo  ce- 
diera, pero  Bouchard  se  negó,  sosteniendo  que  era 
una  locura  arriesgarse  en  un  riacho  expuesto  á  mu- 
danzas de  fondo  repentinas.  Brown  le  ofreció  com- 
pensación; pero  no  había  tiempo  ni  medios  de  tras- 
bordar los  armamentos  y  pertrechos  que  el  buque 
contenía,  antes  de  cederlo;  y  como  el  tiempo  fuera 
precioso,  Brown  se  trasbordó  al  Trinidad  y  entró 
á  correr  de  su  cuenta  la  aventura. 

El  fuerte  de  San  Carlos  defendía  el  puerto. 
Brown  fué  audazmente  hacia  él,  y  puesto  á  medio 
tiro  de  fusil  rompió  el  fuego  de  cañón  sobre  él.  Si 
en  ese  momento  hubiera  tenido  el  apoyo  del  Hal- 
cón el  fuerte  se  hubiera  rendido  como  el  de  las  Pie- 
dras,  y  la  ciudad  hubiera  capitulado,  pues  quedaba 
completamente  dominada  por  la  artillería  del  Tri- 
nidad. Pero  de  pronto  el  buque  comenzó  á  tocar  en 
el  fondo,  y  un  cuarto  de  hora  después  se  tumbó, 


344  EFECTOS    POLÍTICOS 

quedando  la  artillería  imposibilitada  de  continuar 
sus  tiros.  Las  multitudes  que  por  diferentes  luga- 
res de  la  ciudad  veían  el  combate  advirtieron  al  ins- 
tante el  descalabro,  y  se  lanzaron  con  algazara  y 
furor  á  la  playa  en  donde  el  Trinidad  estaba  tum- 
bado. Sin  perder  su  ánimo  Brown  toma  un  lanza 
fuego  y  les  grita  que  va  á  hacer  volar  el  buque, 
precipitándose  á  la  santabárbara  al  mismo  tiempo 
que  la  multitud  hacía  irrupción  en  él.  Un  alarido 
de  terror  y  el  grito  de  «el  buque  salta,  el  buque 
salta»  pone  en  desorden  y  en  fuga  á  los  asaltantes. 
El  almirante  vuelve  á  presentarse,  sin  abandonar 
la  terrible  tea,  toma  y  hace  flotar  un  pañuelo  blan- 
co pidiendo  la  aproximación  de  personas  capaces 
y  habilitadas  para  capitular.  Pocos  momentos  tar- 
dó en  presentarse  el  coronel  Meléndez,  hombre  de 
años,  con  cinco  ó  seis  personas  de  distinción.  Brown 
comenzó  por  declararles  que  no  teniendo  medios 
de  defensa  ni  de  retirada  se  consideraba  prisionero, 
pero  que  no  pedía  cuartel,  porque  él  también  tenía 
prisioneros  en  los  buques  que  le  quedabart  afuera : 
el  general  Mendiburu  con  un  crecido  número  de 
personajes  y  empleados,  los  que  habían  de  ser  fu- 
silados, según  las  órdenes  que  había  dejado,  si  él 
no  regresara  en  libertad  al  entrar  la  noche ;  y  que 
como  sabía  que  ejecutado  esto  á  él  no  le  quedaba 
más  suerte  que  ésta  misma,  estaba  resuelto  á  hacer 
volar  el  buque  y  morir  con  más  honra,  como  marino 
y  como  militar.  Añadió  que  si  querían  cerciorarse 
de  la  verdad,  les  daría  un  pasavante  para  ir  á  con- 
ferenciar con  Mendiburu. 

Después  de  las  verificaciones  y  diligencias  con- 
siguientes,  Brown  obtuvo  su  libertad  y  la  de  los 


DEL    DESASTRE    DE    SIPE-SIPE  345 

suyos,  canjeándola  por  la  de  Mendiburu  y  la  de 
todos  sus  empleados.  Pero  además  de  esto  el  al- 
mirante conservó  bastante  energía  para  imponer 
otras  ventajosísimas  condiciones,  como  fueron:  i.*, 
retirar  la  bandera  argentina  del  Trinidad,  que  que- 
daba perdido;  2.^,  recibir  22,000  pesos  por  la  fra- 
gata Candelaria  y  devolverla  á  su  armador  el  señor 
Jado  por  gratitud  de  que  en  el  primer  asalto  hu- 
biera cubierto  con  su  persona  la  de  Brown  que  la 
multitud  quería  sacrificar,  y  130,000  pesos  por  la 
devolución  de  la  fragata  Gobernadora. 

El  20  volvió  Brown  al  Hércules,  y  se  dirigió 
con  la  escuadrilla  á  la  isla  de  Galápagos. 

Sobrevino  allí  un  rompimiento  con  Bouchard 
que  venía  preparándose  de  largo  tiempo.  El  uno 
entendía  el  crucero  de  una  manera  muy  distinta  del 
otro ;  y  no  siendo  posible  que  pudieran  marchar  de 
acuerdo,  resolvieron  separarse.  Brown  le  cedió  á 
Bouchard  la  fragata  Argentina  (antes  Consecuen- 
cia), diez  mil  pesos  en  efectivo  y  una  proporción 
convencional  en  los  demás  valores.  Bouchard  cedió 
el  Halcón,  y  regresó  de  allí  con  rumbo  á  Buenos 
Aires  á  donde  llegó  el  23  de  junio  de  1816.  Brown 
siguió  hacia  el  Norte  con  ánimo  de  recorrer  las 
costas  occidentales  de  México.  Pero  como  el  Halcón 
mostró  necesitar  serias  reparaciones  antes  de  em- 
prender esa  larga  correría,  Brown  tomó  puerto  en 
San  Buenaventura,  provincia  de  Chucú  en  la  Nue- 
va Granada,  que  estaba  en  poder  de  los  patriotas. 
Allí  se  hizo  de  víveres,  y  envió  al  doctor  Hamp- 
ford,  cirujano  del  Hércules,  á  negociar  que  el  go- 
bierno de  Popayan  lo  reforzase  con  dos  ó  tres  bu- 
ques más  y  alguna  tropa  con  que  volver  sobre  el 


34Í>  EFECTOS    POLÍTICOS 

Callao.  Mientras  se  trataba  de  esto,  se  hizi)  de  fon- 
dos y  tumbó  el  bergantín  Halcón  para  componer- 
lo. Pero  en  esos  días  las  tropas  de  Morillo  habían 
trasmontado  la  cordillera  y  ocupado  victoriosamen- 
te á  Bogotá.  El  general  Pía  entró  en>  Chucen;  y 
Brown  se  vio  obligado  á  incendiar  á  toda  prisa  el 
Halcón  y  á  tomar  con  el  Hércules  la  vuelta  del  Sur 
para  volver  á  Buenos  Aires  (21). 

Es  menester  también  que  antes  de  cerrar  este 
período  le  hagamos  la  debida  justicia  al  director 
Alvarez-Thomas  por  la  constante  decisión  con  que 
cooperó,  á  costa  de  muchos  disgustos  y  sacrificios, 
á  poner  en  manos  del  general  San  Martín  las  fuer- 
zas, los  recursos,  y  cuanto  demás  necesitaba  para 
j>on€r  el  ejército  de  Mendoza  en  estado  de  tras- 
montar los  Andes  y  de  pasar  á  Chile  á  disputar  la 
posesión  de  aquel  país  á  los  realistas  que  lo  habían 
reconquistado  en  Rancagua;  y  esto  sin  olvidar  los 
refuerzos  de  que  el  ejército  de  Tucumán  necesitaba 
para  detener  las  fuerzas  de  Pezuela  que,  triunfado- 
ras en  Viluma,  se  preparaban  á  abrir  una  nueva  y 
formidable  campaña  sobre  Salta  y  Tucumán  con 
las  tropas  y  los  jefes  que  acababan  de  llegar  de 
España,  y  que  traían  un  orgullo  militar  tan  elevado 
de  su  propio  mérito  como  despreciativo  de  los  sol- 
dados y  jefes  argentinos  con  quienes  tenían  que 
combatir. 

(21)  Las  demás  contingencias  no  son,  estrictamente  ha- 
blando, asunto  de  la  Historia  política  de  la  República  Ar- 
gentina. Pero  son  de  suyo  muy  interesantes  bajo  su  aspecto 
jurídico  por  el  pleito  á  que  dio  lugar  él  arribo  y  la  cap- 
tura del  Hércules  en  las  Barbadas  por  un  buque  de  guerra 
inglés,  y  por  la  magistral  sentencia  con  que  lo  falló  á  fa- 
vor de  Brown  el  famoso  jurisconsulto  Sir  O.  W.  Scott. 
Todo  lo  cual  puede  verse  en  el  Apéndice  respectivo. 


CAPITULO   X 

EL   CONGJIESO    DE   TUCUMÁN    Y    EL    ESTADO    GENERAL 
DE    LAS    PROVINCIAS 

Sumario:  La  misión  del  Congreso  de  Tucumán. — La  Re- 
pública Patricia. — Lo  que  entendía  Jefferson  por  demo- 
cracia.— El  Contrato  Social  y  el  Esfiritu  de  las  Leyes. — 
Vida  y  muerte  del  Congreso  de  Tucumán.  —  Su  instala- 
ción.— Situación  difícil  de  sus  miembros. — Problenías 
complicados  de  su  misión. — El  primer  estallido  de  los 
antagonismos  de  la  situación.— Rondeau  y  Güemes. — 
TemoresJ  precauciones  y  desconfianzas  recíprocas. — Ca- 
rácter público  de  Rondeau. — Patriotismo  y  resoluciones 
de  Güemes. — Los  explotadores  de  la  situación. — Opinión 
de  Rondeau  sobre  Belgrano.— Medidas  de  Güemes  para 
la  defensa  de  Salta. — Dudas  sobre  el  verdadero  fin  de 
estas  medidas.— Reaparición  del  nombre  y  del  influjo  del 
coronel  Moldes. — Aparición  y  pasaje  de  la  columna  del 
general  French. — Alarma  y  precauciones  defensivas  de 
Güemes. — Acuerdo  amistoso. — Renovación  de  la  enemis- 
tad.—  Influjo  maligno  de  Pagóla. — Motivos  respectivos 
de  una  y  otra  parte. — Los  gauchos^  los  maturrangos. — 
Situación  insostenible  del  ejército  de  Rondeau. — Su  cam- 
paña contra  Güemes. — La  capitulación. — La  Mangncha. 
—Ef  regreso  á  Jujuy.  —  Entrega  de  300  reclutas  al  mando 
de  Zequeira. — El  noble  patriotismo  de  Güemes  y  su  nota 
de  comunicación  al  gobierno  de  Buenos  Aires. — Opinio- 
nes del  general  San  Martín.— Carta  de  don  Tomás  Gui- 
do.—^Contrariedad  é  inquietud  del  coronel  Moldes. — Ac- 
titud impenetrable  y  patriótica  conducta  de  Güemes.— 
El"  doctor  Castro  Barros.  —  Su  entrevista  con  Güemes. — 
Retrato  moral  del   hombre.— Las  consecuencias  de  su  in- 


34^  EL   CONGRESO    DE   TUCUMÁN 

tervención. — La  acusación  del  Cabildo  de  la  Rioja. — Güe- 
mes  y  Artigas.  —  Opinión  de  Güemes  sobre  Artigas.— 
Nuevo  rompimiento  con  Santafé. — Repercusión  respec- 
tiva de  los  tumultos  de  la  capital  en  el  interior,  y  de  los 
del  interior  en  la  capital. — Anuncios  de  la  invasión  por- 
tuguesa.—  Indignación  del  partido  popular.  —  Incitación 
general  á  la  guerra  contra  Portugal. — Acusación  contra 
los  monárquicos. — Connivencia  supuesta  del  Congreso.— 
Conatos  de  autonomía  completa. — Alarma  del  Congre- 
so. —  Dos  medidas  radicales.  —  Elección  de  Pueyrredón 
para  Director  Supremo  del  Estado. 

El  Congreso  de  Tucumán  fué  la  única  de  nues- 
tras primeras  asambleas  que  alcanzó  á  ver  resuelto 
el  arduo  problema  de  los  tiempos  en  que  había  sido 
convocada  la  consolidación  de  la  Independencia 
por  la  ley  y  por  las  armas.  Así  es  que  después  de 
haber  vivido  en  gloria  y  majestad  al  lado  del  gran- 
de hombre  de  Estado  á  quien  puso  á  la  cabeza  de 
la  nación  en.iSió,  murió  de  muerte  natural  en  1819, 
cuando  terminada  su  primera  evolución,  el  país  se 
veía  arrastrado  por  los  vicios  de  su  vieja  sociabili- 
dad á  tomar  caminos  harto  diversos  de  aquellos  en 
que  los  patriotas  de  1810  habían  querido  ponerlo. 
El  gobierno  de  Mayo  había  sido  concebido  por  sus 
fundadores  como  república  de  patricios  y  para  pa- 
tricios, á  la  manera  de  la  que  Washington  y  sus 
amigos  habían  tratado  de  fundar  al  Norte ;  y  al 
transformarse,  después  del  triunfo,  en  democracia 
absoluta  é  inorgánica,  las  eventualidades  del  tiem- 
po se  llevaron  consigo  la  última  palabra  del  espí- 
ritu primitivo  pronunciada  por  el  Congreso  de  Tu- 
cumán en  la  Constitución  Patricia  y  Conservadora 
de  1819,  que  no  pudo  vivir,  pero  que  es  la  más  sen- 
sata y  la  mejor  adaptada  á  nuestras  libertades  poli- 


Y    ESTADO    GENERAL    DE    LAS    PROVINCIAS         349 

ticas  de  cuantas  se  han  ensayado  antes  y  después 
entre  nosotros. 

No  decimos  con  esto  que  los  fundadores  de  la 
República  del  Norte  y  los  fundadores  de  la  Repú- 
blica del  Sur  hubiesen  concebido  esa  fórmula  de 
la  República  Patricia,  en  el  sentido  de  crear  ó  de 
consolidar  una  nobleza  de  raza;  sino  que  creían 
haber  adoptado  las  mejores  instituciones  para  man- 
tener en  el  gobierno  el  influjo  permanente  y  exclu- 
sivo de  aquellas  clases  honorables  y  distinguidas 
((Sobre  cuyo  carácter  y  principios  morales,  jamás 
por  jamás  (decía  Jefferson)  habían  de  ejercer  in- 
flujo los  perdularios  ni  la  canalla  colecticia  que  pu- 
lulaban dentro  de  las  ciudades  europeas»  ( i ) . 


(i)  «La  aristocracia  natural  es  á  mis  ojos  el  don  más 
precioso  que  puede  hacernos  la  naturaleza,  tanto  para  la 
enseñanza  de  la  sociedad  como  para  la  dirección  y  el  ma- 
nejo de  los  negocios...  Tengo  por  la  mejor  forma  de  go- 
bierno aquella  que  consigue  con  eficacia  hacer  que  las  fun- 
ciones públicas  sean  exclusivamente  confiadas  á  estos 
aristoi  naturales ;  y  creo  que  el  mejor  medio,  es  dejar  á 
los  ciudadanos  el  cuidado  de  separar  por  elecciones  libres 
á  los  aristoi  verdaderos  de  los  -pseudo  aristoi.  Los  hombres 
de  nuestros  Estados  pueden  con  seguridad  reservarse  para 
sí  mismos  un  control  saludable  sobre  los  negocios  públi- 
cos y  un  grado  de  libertad  que  en  manos  de  la  canalla  de 
las  ciudades  europeas,  se  convertiría  muy  pronto  en  ruina 
de  los  intereses  públicos».  (Papeles  y  Escritos,  tomo  II, 
pág.  213  á  220).  Es  asombroso,  por  cierto,  que  un  hombre 
tan  ilustre  como  éste,  que  además  de  ser  un  gran  publi- 
cista era  un  político  de  tradición  y  de  raza  inglesa,  estu- 
viera tan  ofuscado  sobre  el  porvenir  de  su  país  y  sobre  el 
carácter  del  régimen  gubernativo  que  había  adoptado,  que 
no  comprendiera  que  esos  propósitos  á  que  aspiraba  eran 
de  todo  punto  imposibles  con  el  simple  régimen  electoral 


.vS<> 


KI.    CONGRESO    DK    TUCÜMÁN 


El  Congreso  de  Tucumán,  que  iba  á  ser  en  1816 
la  expresión  genuina  del  espíritu  patricio  que  en 
Buenos  Aires  y  en  las  otras  provincias  había  he- 
cho y  cooperado  á  la  Revolución  de  i8io,  recibía 
á  la  patria  casi  cadáver.  La  reacción  colonial  venía 
triunfante  y  poderosa  por  su  frente.  Los  vencedo- 
res de  Rancagua  y  de  Viluma  se  habían  dado  cita 


y  fuera  del  régimen  ministerial  parlamentario.  Verdad  es 
que  allá,  como  aquí,  había  que  contar  con  el  influjo  tatal 
que  dos  libros  del  siglo  xviii— el  Contrato  Social  y  el  Es- 
píritu de  las  Leyes — han  ejercido  sobre  el  organismo  cons- 
titucional de  los  pueblos  americanos  del  Norte  y  al  Sur. 
Fundado  el  uno  en  el  falsísimo  sofisma  de  la  Soberanía 
ficticia  del  número,  y  el  otro  en  el  sofisma  no  menos  ilu- 
sorio de  la  DÍ7'isiÓ7t  de  los  Poderes  en  categorías  guberna- 
tivas, ha  dado  origen  el  primero  á  la  impudente  mentira 
del  sufragio  universal,  que  no  es  en  lo  práctico  sino  la  co- 
rrupción electoral ;  y  el  otro  al  absolutismo  virtual  del  Po- 
der Ejecutivo,  que  en  lo  práctico  es  la  obstrucción  y  el  ano- 
nadamiento de  los  influjos  de  la  opinión  pública,  es  decir, 
la  negación  de  las  libertades  políticas.  Lo  peor  en  es'to,  es 
que  los  vicios  del  uno  se  corroboran  y  se  fortifican  con  Ioí; 
vicios  del  otro ;  porque  el  pretendido  sufragio  popular  se 
vuelve  propiedad  é  instrumento  venal  del  poder  personal 
y  arbitrario  de  los  gobernantes,  y  porque  con  este  instru- 
mento, la  pretendida  y  burlesca  división  de  los  poderes 
excluye  á  la  opinión  pública  de  todo  control  en  la  adminis- 
tración y  en  el  gobierno  de  las  naciones,  que  por  el  acto 
mismo  quedan  sin  libertades  políticas.  Entre  el  período  de 
una  delegación,  y  el  período  de  otra  delegación,  ambus 
personales,  con  que  se  hace  mofa  del  principio  electoral, 
no  le  queda  al  espíritu  público  más  último  término  que  la 
fuerza;  pero  la  fuerza  no  altera  el  fondo  de  la  cuestión  ni 
hace  otra  cosa  que  trocar  personas,  sin  remediar  el  vicio 
radical  del  sistema  presidencial  ;  porque  fuera  del  organis- 
mo ministerial  parlamentario  no  hay  vida  ni  acción  para 
las  libertades   populares. 


Y    KSrADt)    GKNERAL    OK    LAS    PRO\INCIAS         35 1 

para  ahogar  la  independencia  argentina  en  el  te- 
rreao  que  la  nación  había  escogido  para  procla- 
marla. El  alzamiento  tumultuario  de  las  masas  in- 
cultas y  menesterosas  en  el  litoral,  amenazaba  en- 
volverlo todo  en  el  desafuero  de  la  barbarie ;  y  no 
sólo  comprimía  la  energía  de  la  capital  obligándola 
á  precaverse  de  tan  tremendo  peligro,  sino  que 
substrayendo  esas  fuerzas  populares  al  conjunto  de 
los  esfuerzos  comunes,  privaba  al  gobierno  de  gran 
parte  de  los  recursoí  que  se  necesitaban  para  de- 
fender y  salvar  la  causa  nacional.  Contra  todo  eso, 
la  misión  del  Congreso  era  reincorporar  el  país, 
reanimar  sus  fuerzas  exhaustas,  quemar  las  na- 
ves (2),  armar  de  prisa  sus  brazos  extenuados,  y 
volverlos  á  los  campos  de  batalla  contra  el  tirano 
brutal  que  ocupaba  el  trono  de  España  y  que  ade- 
más del  triunfo  de  sus  bravos  soldados  contaba  con 
las  decididas  simpatías  de  la  Santa  Alianza,  para 
aglomerar  todo  el  peso  de  sus  armas  sobre  la  re- 
belde capital  del  Río  de  la  Plata,  único  centro  po- 
lítico y  administrativo  que  tenía  vida  propia  y  enér- 
gica iniciativa  al  Sur  del  Ecuador. 

¡  Un  año  después  todo  había  cambiado!...  Cuan- 
do San  Martín  libertaba  á  Chile,  cuando  Güemes 
arrojaba  del  patrio  suelo  los  soberbios  soldados  del 
Gerona,  del  Extremadura,  del  Talaveras,  que  co- 
mandaban l>aserna,  Canterac,  Espartero,  Valdés, 
Tacón  ;  cuando  más  tarde  se  aprontaba  en  los  puer- 
tos de  Chile  la  escuadra  y  la  expedición  que  iban 
á  desprender  á   Lima  de  la   regia  corona  de   Fer- 

(2)  Palábias  del  Manifiesto  con  que  el  Congreso  de- 
claró la   [ndependencia. 


352  EL    CONGRESO    DE    TUCUMÁN 

nando  VII,  la  guerra  de  la  Independencia  había 
terminado  para  el  Río  de  la  Plata.  (cEl  carro  de 
Marte,  como  decía  Rivadavia,  se  había  hundido  en 
el  Océano» ;  el  organismo  republicano  estaba  con- 
solidado por  la  ley  y  por  las  armas;  y  el  Congreso 
de  Tucumán,  que  había  contribuido  á  consumar  la 
obra  para  que  había  sido  convocado,  podía  morir 
á  la  sombra  de  los  laureles  cosechados  en  Salta,  en 
Chile  y  en  el  Perú.  Que  aunque  abandonado  en 
1820  por  los  hijos  que  le  daban  la  espalda,  tiempo 
había  de  venir  en  que  las  futuras  generaciones  re- 
habilitaran su  memoria  con  la  gratitud  de  la  pa- 
tria. 

Saludemos,  pues,  su  glorioso  pasaje  sobre  nues- 
tra tierra,  y  entremos  á  estudiar  su  época  y  sus  he- 
chos. 

Una  vez  instalado,  sus  miembros  se  hallaron  en 
una  de  las  situaciones  más  raras  en  que  puede  ha- 
llarse una  colectividad  de  su  especie.  Todos  ellos 
pertenecían  indudablemente  á  la  clase  más  cono- 
cida y  mejor  relacionada  de  la  nación.  Tenían  el 
mismo  espíritu  patrio,  iguales  propósitos,  iguales 
intereses  generales.  Pero  acababan  de  salir,  uno  á 
uno,  de  sus  diversas  provincias,  y  se  hallaban  en  el 
lugar  designado,  sin  haberse  puesto  en  contacto  ó 
de  acuerdo  en  las  cuestiones  orgánicas  del  momen- 
to, sin  conocerlas,  sin  traer  ideas  comunes  de  la  in- 
tención ó  de  la  marcha  á  seguir,  y  sin  más  criterio 
sobre  lo  interno  que  el  que  les  había  inspirado  el 
espíritu  local  de  la  provincia  que  los  había  esco- 
gido. Los  de  las  provincias  habían  sido  electos  bajo 
el  espíritu  de  un  sacudimiento  como  el  de  abril,  que 
respondía  sin  tino  ni  reflexión  al  deseo  de  destruir 


Y    ESTADO    GKXKRAL    DE    LAS    PROVINCIAS         353 

-el  influjo  de  Buenos  Aires  en  los  negocios  nacio- 
nales. Los  de  Buenos  Aires,  con  una  tendencia  aná- 
loga y  acentuadísima,  aspiraban  también  á  librar 
á  esta  provincia  del  peso  enorme  que  le  imponían 
los  celos,  la  pobreza,  las  rencillas,  la  incómoda  mal- 
querencia de  las  demás.  Pero  esta  analogía  era  me- 
ramente aparente.  La  intención  solapada  de  domi- 
nar á  la  capital  que  ocultaban  los  hombres  de  las 
provincias,  y  la  de  rechazar  esa  dominación  que  te- 
nían los  de  la  capital,  hacía  imposible  encontrar 
una  forma  orgánica  y  práctica  que  los  conciliase  en 
un  terreno  común  ;  y  sólo  quedaba  la  de  la  fuerza 
bruta  y  material  del  caudillaje  representado  enton- 
ces por  Artigas  que  pudiera  lograrlo,  haciendo  im- 
posible el  ejercicio  de  todo  derecho  político,  de  toda 
función  gubernamental  de  parte  de  los  ciudadanos 
porteños.  Nihil  novum  sub  solé. 

Ante  esta  situación,  el  primer  problema  práctico 
que  inquietaba  el  espíritu  reservado  y  poco  sincero 
con  que  los  miembros  del  Congreso  se  trataban  en 
los  primeros  días,  era  bastante  grave. — ¿Dónde  es- 
tablecer el  centro  del  organismo  administrativo  y 
del  poder  gubernativo  de  la  nación  ?  Restablecerlo 
en  Buenos  Aires  era  reproducir,  contra  ambas  ten- 
dencias, las  causas  mismas  del  desquiciamiento  an- 
terior. Para  los  unos  eso  era  devolver  á  Buenos  Ai- 
res el  predominio  que  le  daban  sus  recursos  mili- 
tares, económicos  y  políticos.  Para  los  otros  era 
volver  á  imponerle  el  enorme  peso  de  la  causa  co- 
mún, que  no  sólo  le  era  odioso  por  los  celos  y  la 
malquerencia  que  le  suscitaba,  sino  por  las  rencillas 
y  los  conflictos  con  que  á  cada  paso  lo  envolvían  los 
intereses  anárquicos  de  cada  provincia.  Los  unos  no 

HIST.    DE   LA  REP.    ARGENTINA.   TOMO   V.  — 23 


334  EL    CONGRESO    DE    TUCTMAN 

encontraban  cómo  resolver  el  problema  sino  impo- 
niendo un  hombre,  un  gobernante  enemigo  noto- 
rio de  Buenos  AireSj  que  la  usase  en  el  sentido  de 
los  intereses  y  de  los  hombres  de  las  demás  provin- 
cias. A  eso  llamaban  nacionalismo,  sin  ver  que  era 
por  el  contrario  la  forma  más  inicua  del  ajeno  pro- 
Aincialismo.  Los  otros  rechazaban  por  consiguien- 
te esta  fórmula  y  decían  que  salvarían  su  autono- 
mía, abstrayéndose,  dándose  autoridades  propias, 
y  abandonando  el  resto  á  la  suerte  de  cada  uno  sin 
más  obligación  que  la  de  dar  sus  contingentes  res- 
pectivos al  gobierno  que  se  estableciera  en  cual- 
quiera otra  parte. 

El  primer  problema  producía,  pues,  este  otro: 
,/  de  dónde  ha  de  ser,  y  á  qué  condiciones  locales  ha 
de  responder  el  hombre  público  á  quien  el  Congre- 
so ha  de  encargar  el  Poder  Ejecutivo  como  Direc- 
tor Supremo  de  las  Provincias  Unidas  del  Río  de 
la  Plata  ?  Si  este  hombre  era  hostil  y  ajeno  á  la  opi- 
nión pública  de  Buenos  Aires,  era  indispensable 
conquistarle  la  capital  por  la  fuerza  ó  prescindir  de 
ella.  Para  lo  primero  era  menester  adoptar  las  ban- 
aderas de  Artigas  como  las  había  adoptado  Córdoba, 
y  barbarizar  el  país.  Lo  segundo  era  perder  la  ca- 
pital v  precipitar  en  su  ruina  á  la  nación. 

Otros  á  quien  abrumaba  el  peso  de  estos  dos 
problemas  creían  candorosamente  que  reducido 
Buenos  Aires  á  no  ser  más  que  una  provincia  como 
las  otras,  quedaban  completamente  resueltos  los 
conflictos  de  la  política  y  de  la  sociabilidad  revolu- 
cionaria, sin  prever  que  en  esa  situación  negativa, 
de  mera  entidad  provincial,  Buenos  Aires  quedaba 
inhabilitada  para  llevar  la  dirección  de  la  causa  de 


V   ESTADO    GENERAL    DE    LAS    PROVINCIAS        355 

la  independencia,  y  que  suprimir  su  iniciativa  era 
poner  á  la  nación  en  la  imposibilidad  de  hacer  fren- 
te á  los  realistas. 

El  primer  estallido  en  que  se  manifestó  este 
complicadísimo  conflicto  de  intereses  y  de  pasiones, 
,  fué  la  gravísima  disidencia  que  de  antemano  se  ve- 
nía preparando  entre  Güemes  y  Rondeau.  Güemes 
se  había  separado  del  ejército,  como  antes  dijimos, 
en  el  Puesto  del  Marqués.  Al  pasar  por  Potosí  y 
Jujuy  echó  mano  de  las  armas,  de  las  municiones 
y  de  los  repuestos  que  Rondeau  había  dejado  allí 
como  innecesarios  y  que  ya  no  podían  servir  al 
ejército  porque  no  era  posible  transportarlos  á  la 
enorme  distancia  que  había  avanzado.  Provisto  de 
ese  armamento  que  en  sus  manos  debía  ser  precio- 
so, retrocedió  hasta  Salta  preocupadísimo  de  que 
muy  pronto  iba  á  verse  obligado  á  defenderla  de 
los  enemigos.  No  es  exacto  que  al  llegar  Güemes 
hubiese  usurpado  el  poder  político  de  la  provincia, 
pues  hacía  más  de  un  año  que  era  gobernador  in- 
tendente y  cabeza  del  Ayuntamiento  en  ella.  Así 
es  que  lo  que  hizo  fué  reasumir  ese  puesto  que  du- 
rante su  ausencia  había  quedado  interinamente  en 
manos  del  alcalde  de  segundo  voto  don  Miguel 
Francisco  Araoz  (3). 

Como  en  su  regreso  á  Salta  Güemes  no  había 
hecho  otra  cosa  que  reinstalarse  en  su  puesto  sin 
perturbar  el  orden  interno  de  la  provincia  ni  sus 
relaciones  administrativas  con  el  gobierno  general, 
nadie  reclamó  contra  él,  ni  él  tuvo  por  qué  ponerse 
de  punta  ó  en  entredicho  con  ese  gobierno.  Siguió 

(3)     Gaceta  de  Buenos  Aires  de  10  de  junio  de  181 5. 


350         '  EL    CONGRESO    DE    TUCIMAK 

pues,'' aparentemente  al  menos,  la  buena  armonía. 
Pero  la  toma  del  armamento  y  del  parque  de  Jujuy, 
sobre  lo  que  se  guardaba  un  silencio  sospechoso, 
pertu'rbaba  un  poco  la  conciencia  de  Güemes  v  le 
sugería  desconfianzas  de  que  los  amigos  de  Ron- 
deau,  á  quienes  por  allá  se  llamaba  los  porteños, 
anduviesen  premeditando  y  preparando  algo  con- 
tra éí. ; 

Su  temor  no  era  del  todo  infundado.  Rondeau 
venía  resuelto  á  mantenerse  en  el  mando  absoluto 
del  ejército  y  de  las  provincias  del  norte,  aunque 
fuera  contrariando  á  las  autoridades  de  la  capital. 
Esta  era,  al  menos,  la  resolución  con  que  regresa- 
ban los  jefes  amigos  de  Rondeau  que  explotaban 
su  nulidad,  mientras  él,  naturaleza  de  corcho,  se 
dejaba  flotar  cómodamente  en  el  interés  de  ellos. 
Aunque  impotentes  contra  el  enemigo  común, 
traían  todavía  fuerzas  que  por  su  niimero  y  su  ca- 
lidad podían  ejercer  un  poderoso  influjo  en  una  pro- 
vincia que  para  defenderse  no  contaba  sino  con  su 
propio  vecindario.  Rondeau  y  sus  afiliados  estaban 
al  cabo  del  lamentable  estado  en  que  se  hallaba  la 
capital.  Sabían  que  el  gobierno  se  mantenía  allí  va- 
cilante;  que  no  tenía  autoridad  ni  medios  para  ha- 
cerse obedecer  en  el  ejército  ó  en  las  provincias  que 
éste  ocupara.  Rondeau  se  tenía  además  por  único 
y  legítimo  Director  Supremo  de  las  Provincias  Uni- 
das del  Río  de  la  Plata,  en  razón  de  haber  sido 
elevado  á  ese  puesto  por  el  plebiscito  de  abril,  y  de 
haber  sido  reconocido  por  los  Cabildos  y  por  los. 
gobernadores  intendentes  de  todas  las  provincias, 
inclusos  San  Martín  y  Güemes  mismo.  Venía  tan 
infaiitado  con  la  autoridad  que  se  atribuía  que  no 


V    ESTAD*)    GEXKRAL    DK    LAS    PROXINCIAS 


oD/ 


se.  le  ocurría  siquiera  pensar  en  el  desprecio  de  que 
se  hizo  digno  por  el  modo  con  que  había  respon- 
dido, no  diremos  á  la  confianza  pública,  sino  á  la 
usurpación  atentatoria  con  que  se  había  apoderado 
de  una  autoridad  que  no  merecía  ni  era  capaz  de 
ejercer  en  ventaja  del  país. 

El  Congreso  no  le  inspiraba  respeto  ni  ciiida- 
dos.  Sus  miembros  habían  sido  electos  en  ausencia 
del  ejército,  v  estaban  llegando  recientemente  al  lu- 
gar de  su  convocación.  El  cuerpo  mismo  se  presen- 
taba como  una  colectividad  híbrida  sin  ninguna 
autoridad  moral  ó  positiva  sobre  los  sucesos  ó  so- 
bre los  intereses  del  momento.  Se  decía  que  Bel- 
grano  llegaría  muv  pronto  á  Tucumán ;  que  á  su 
sombra  se  iba  á  organizar  un  nuevo  orden  de  cosas ; 
y  aunque  no  dejaba  de  hacer  cierto  ruido  el  renom- 
bre del  ilustre  patriota,  ((Belgrano,  en  el  concepto 
de  Rondeau,  no  era  sino  un  abogado,  que  de  se- 
cretario del  Consulado  de  Comercio  había  pegado 
un  salto  al  generalato  de  los  ejércitos  argenti- 
»nos))  {4).  San  Martín  no  era  de  contarse,  porque 
fuera  de  que  jamás  había  querido  disputarle,  á  na- 
die el  mando  supremo,  estaba  consagrado  á  otros 
fines.  De-  modo  que  no  había  quien  estorbara  la 
inepta  y  vanidosa  ambición  del  general  José.I^iieno 
ó  Mamita,  como  le  decía  Forest  (5),  sino  el  ani- 
moso caudillo  de  Salta,  que  se  había  propuesto  ex- 
pulsar de  la  escena  á  «este  posma  amigo  de.me^ 

{4)     Palabras  de  Rondeau  mismo  on   su  Biografía','  tV- 
lección  Lamas,  pág.  94. 

(5)     General   Paz,  Memorias,  tomo  1,   pág.   210.        . , 


358  EL   CONGRESO    DE   TUCUMÁN 

terse  en  lo  que  no  sabía,  para  echarlo  todo  á  per- 
der» (6). 

Si  todos  habían  tenido  antes  una  opinión  tan 
triste  de  Rondeau,  fácil  es  deducir  la  que  tendría 
Güemes  después  que  se  recibió  la  noticia  de  la  ver- 
gonzosa derrota  de  Sipe-Sipe.  Toda  la  responsabi- 
lidad directa  é  indirecta  del  desastre  recaía  sobre 
el  general.  Por  un  acto  subversivo,  que  no  tenía 
el  derecho  de  condenar  en  otros,  Rondeau  había 
autorizado  la  sublevación  del  ejército  contra  el  go- 
bierno nacional,  y  no  sólo  había  repelido  sino  man- 
dado prender  al  general  Alvear,  que  iba  legítima- 
mente nombrado  para  substituirlo  en  el  mando. 
Aquel  hecho  que  habría  sido  escandaloso  bajo  cual- 
quier aspecto  que  se  mirase,  no  habría  podido  jus- 
tificarse sino  con  una  espléndida  victoria,  Pero, 
traer  la  derrota  y  la  humillación  de  nuestras  armas 
después  de  semejante  atentado,  era  un  crimen  im- 
perdonable en  un  hombre  de  juicio,  que  debió  ha- 
ber conocido  que  sus  fuerzas  y  sus  aptitudes  no 
eran  para  tomar  por  asalto  tan  elevada  posición. 

Güemes,  que  había  regresado  á  Salta  conven- 
cido de  que  tendría  que  defender  la  provincia  con- 
tra los  realistas,  tenía  no  pocas  sospechas  también 
de  que  tendría  que  aventar  á  Rondeau ;  y  se  con- 
sagró día  y  noche  á  organizar  y  disciplinar  todos 
los  habitantes  de  su  jurisdicción  capaces  de  mon- 
tar á  caballo  y  de  tomar  armas.  Reunió  excelentes 
caballadas  y  preparó  potreros  donde  mantenerlas 
con  vigor ;  organizó  la  población  viril  en  grupos  de 
veinte  hombres  mandados  por  dos  oficiales,  y  cada 

(6)     Carta  de  Güemes  al  señor  Puche,  su  suegro. 


Y    ESTADO    GEXIÍRAL    DE    LAS    PROVINCIAS         359 

cuatro  grupos  bajo  un  jefe  de  los  más  expertos  que 
había  en  cada  distrito ;  les  distribuyó  armas  de  fue- 
go, y  les  hacía  hacer  evoluciones  rápidas,  sorpre- 
sas, correrías  dentro  de  los  bosques,  acorazados  con 
guardamontes  que  producían  un  ruido  atronador  al 
golpear  de  las  azotaderas :  unas  veces  tiraban  el 
lazo  á  carrera,  otras  hacían  fuego  sin  desmontarse^ 
ó  echaban  pie  á  tierra  según  la  ocasión  para  ma- 
niobrar como  infantería. 

El  les  aseguraba  á  todos  en  sus  proclamas,  en 
sus  cartas,  en  sus  conversaciones,  que  aquello  te- 
nía por  objeto  defender  la  patria;  porque  estaba  se- 
guro de  que  Rondeau  no  tardaría  en  venir  deshe- 
cho, ó  en  saberse  que  había  quedado  totalmente 
perdido  en  el  Perú.  Pero  muchos  otros  sospecha- 
ban que  trataba  también  de  hacerse  independiente, 
y  que  ambos  fines  se  correlacionaban.  La  verdad 
es  que  sin  que  él  lo  autorizara  de  una  manera  fran- 
ca, el  partido  localista  que  le  rodeaba,  tenía  gran- 
des esi>eranzas  de  que  Güemes  se  hiciera  el  Artigas 
de  Salta  y  del  Norte.  El  que  sobre  todo  se  le  insi- 
nuaba constantemente  en  este  sentido  procurando 
darle  datos,  informes,  pruebas  históricas,  y  razo- 
nes de  todo  género  con  que  estrecharlo  y  lanzarlo 
á  que  se  tomara  ese  papel,  era  el  coronel  Moldes, 
que  á  la  vez  elaboraba  su  candidatura  á  la  Suprema 
Dirección,  haciendo  continuos  viajes  á  Tucumán. 
y  á  las  demás  provincias  con  la  mira  de  captarse  la 
adhesión  del  Congreso  que  había  de  hacer  la  elec- 
ción. 

Moldes  era  ya  en  efecto  el  candidato  de  la  ma- 
yoría antiporteña  del  Congreso.  Hombre  de  pasio- 
nes violentas;  altivo  y  ennoblecido,  aspirante,  pero 


360  EL    CONGRESO    DE    TUCl'MÁN 

mediocre;  teniéndose  él  mismo  por  el  primex  genio 
militar  y  político  de  la  nación,  sin  más  fundamento 
que  su  orgullo  exorbitante,  se  había  dado  á  una 
enemistad  bulliciosa  y  frenética  contra  Buenos  Ai- 
res, contra  sus  intereses  y  sus  hombres,  sin  más 
motivo  que  el  haber  sido  expulsado  de  la  Asamblea 
General  Constituyente  en  1814,  por  haberse  levan- 
tado en  el  paroxismo  de  la  rabia  y  haber  tomado 
del  cuello  al  diputado  Agrelo  sacudiéndolo  hasta 
arrojarlo  al  suelo  en  plena  sesión,  por  haberse  tra- 
bado de  palabras. 

Por  esto  V  por  otros  accesos  de  furia  agresiva, 
era  Moldes  odiado  en  Buenos  Aires,  siéndolo  ésta 
á  su  vez  por  .él,  de  tal  modo  que  los  adversarios  de 
la  influencia  de  la  capital  lo  tenían  en  su  interior 
por  el  San  Miguel  de  la  espada  flamígera  venido  á 
la  tierra  con  la  misión  de  destrozar  á  la  hidra.  En 
las  elecciones  de  los  diputados  al  Congreso  había 
andado  excitando  tumultos  en  Salta  y  en  otras  pro- 
vincias al  grito  de  (i:?^ hieran  los  porteños!»  (7). 


(7)  Para  que  se  comprenda  lo  que  era  Moldes  en  el 
concepto  de  los  hombres  más  moderados  y  templados  de 
Buenos  Aires,  transcribimos  este  soneto  de  fray  Cayetano 
Rodríguez,  de  escasísimo  mérito  literario  por  cierto,,  pero 
de  bastante  valor  histórico  y  de  grande  exactitud  en  lo  que 
toca  á  los  rasgos  morales  del  personaje. 


Moldes,  joven  procaz,   desvanecido, 
Narciso  de  ti  mismo  enamorado; 
Joven  mordaz,   de  labio  envenenado, 
Enemigo  del  hombre  decidido. 

Caco   desvergonzado   y   atrevido  : 
Ladrón  de  famas  ;  genio  preparado 


Y    KSTADO    GENERAL    DE    LAS    PROVÍNOLAS         36 1 

Sin  embargo,  por  más  que  Moldes  y  los  pará- 
sitos que  le  rodeaban  habían  hecho  por  lanzar  á 
Güemes  abiertamente  en  el  mismo  camino  que  ellos, 
nada  habían  conseguido  sino  una  tolerancia  ambi- 
gua, que  parecía  expectante  más  bien  que  militan- 
te;  aunque  por  la  resolución  en  que  .se  le  veía  de 
restituir  á  Rondeau,  jefe  oficial  y  jerárquico  del 
porteñismo,  dominaba  la  convicción  de  qu£  Güe- 
mes estaba  real  y  positivamente  sublevado.  Mol- 
des, sobre  todo,  llevado  de  su  fatuidad,  lo  conside- 
raba ya  el  brazo  fuerte  de  su  candidatura. 

En  esto  súpose  de  improviso  en  Salta  que  había 
pasado  va  de  Tucumán,  en  vía  hacia  arriba  bus- 
cando la  incorporación  de  Rondeau,  la  fuerte  di- 
visión de  tropas  que  en  niímero  de  mil  quinientos 
hombres  de  las  tres  armas  marchaba- á  las  órdenes 
del  coronel  mavor  don  Domingo  French,  y  que  á 
retaguardia  de  esta  respetable  fuerza  seguían  al 
mismo  destino  dos  escuadrones  de  dragones. 
French  era  amigo  íntimo  y  partidario  de  Rondeau  , 
y  ya  por  esto,  ya  por  las  desconfianzas  y  las  alar- 
mas que  en  estos  casos  ofuscan  la  conciencia  de  los 
partidos,  circuló  al  momento  la  noticia  de  que  Ron- 


A  tirar  piedras  al  mejor  tejado, 
Siendo  el  tuyo  de  vidrio  percudido. 

Víbora  de  morder  nunca  cansada  : 
Sanguijuela  de  sangre  humana  henchida  : 
Espada   para  herir   siempre  afilada: 

Sabe  que  una  cuestión  hay  muy  reñida 
(De  tu  alma  negra  claro  testimonio) 
Cuál  de  los  dos  es  peor:  tú  ó  el  demonio. 

Véase    apéndice. 


S62  EL   CONGRESO    DE   TUCUMÁN 

deau  le  había  ordenado  que  al  pasar  por  Salta  pren- 
diese á  Güemes,  se  apoderase  de  la  dudad  y  lo  es- 
perase allí  para  reorganizar  las  fuerzas  patriotas; 
pues  el  enemigo  se  había  apoderado  ya  de  Potosí  y 
parecía  dispuesto  á  continuar  adelantando  (8). 

Graves  debieron  ser  los  datos  que  tuvo  Güe- 
mes sobre  esta  amenaza  cuando  sin  vacilar  dio  la 
orden  de  reunión  á  todas  las  milicias  de  campaña 
en  sus  respectivos  puntos.  Sacó  las  de  la  ciudad, 
hizo  retirar  del  camino  que  debía  transitar  French, 
las  caballadas  y  los  ganados,  tomando  todo  el  país 
el  aspecto  de  una  situación  de  guerra  declarada.  Si 
hubiéramos  de  juzgar  de  este  incidente  por  la  con- 
ducta subsiguiente  de  Rondeau,  debiéramos  creer 
que  la  alarma  de  Güemes  tenía  fundamentos  ver- 
daderos, y  que  Rondeau  había  querido  apoderarse 
de  él  por  sorpresa  al  pasar  la  tropa  de  French.  Pero 
éste,  que  vio  frustrada  la  ocasión  por  la  actitud  de 
Güemes,  ó  que  midió  con  juicio  todo  el  daño  que 
podía  venir  de  aquel  atentado,  supo  traer  las  cosas 
á  un  terreno  conciliatorio  en  el  que  se  encontró  des- 
de el  primer  momento  con  el  noble  patriotismo  y 
con  el  religioso  respeto  que  el  caudillo  de  Salta  tri- 
butaba á  la  causa  de  la  Independencia  y  de  la  inte- 
gridad sacrosanta  de  la  nación. 

(8)  La  división  de  French  había  inspirado  las  mismas 
alarmas  por  todo  el  camino.  Al  tocar  en  las  fronteras  de 
Córdoba,  el  gobernador  don  José  Javier  Díaz  le  había  in- 
timado que  se  abstuviese  de  pasar  adelante;  French,  que 
lo  conocía  mucho,  y  que  sabía  que  no  era  capaz  de  nada, 
siguió  su  marcha,  campó  cerca  de  la  ciudad,  y  tomó  ti  ca- 
mino de  Santiago.  Díaz  publicó  entonces  un  decreto  orde- 
nando que  se  tuviese  por  no  pasada  la  división  de  French. 
(Mitre,  Historia  de  Belgrano). 


Y    ESTADO    GENERAL    DE    LAS    PROVINCL'^S         363 

En  efecto,  French  se  dirigió  desde  su  campa- 
mento al  Cabildo  de  Salta  pidiéndole  una  conferen- 
cia con  asistencia  de  Güemes,  y  el  8  de  enero  todo 
quedó  allanado.  La  división  de  Buenos  Aires  reci- 
bió muías,  caballos,  ganados  y  víveres  para  conti- 
nuar su  camino  hasta  Jujuy;  y  Güemes,  cediendo 
á  las  insinuaciones  y  protestas  de  patriotismo  y 
amistad  que  French  le  hizo,  dispuso  que  dos  divi- 
siones de  las  suyas  en  número  de  quinientos  hom- 
bres, marchasen  á  las  órdenes  de  los  comandantes 
Regueral  y  Juan  Antonio  Rojas  á  reforzar  los  res- 
tos del  ejército  con  que  Rondeau  venía  perseguido 
de  cerca  por  las  avanzadas  del  enemigo. 

Parece  que  con  esto,  Rondeau  debiera  haber 
aceptado  francamente  la  valiosísima  cooperación 
que  Güemes  estaba  dispuesto  á  darle  en  la  provin- 
cia de  Salta  y  en  las  posiciones  avanzadas  de  Ju- 
juy. Pero  nuevos  motivos  vinieron  á  renovar  la  in- 
compatibilidad incorregible  que  existía  entre  ellos. 
Con  la  misma  ineptitud  y  desorden  de  siempre, 
Rondeau  dio  tal  colocación  á  una  de  las  divisiones 
de  Salta,  que  fué  sorprendida  por  los  enemigos  y 
casi  exterminada  en  Saló.  La  otra  división,  obede- 
ciendo á  la  iniciativa  de  su  jefe  el  comandante  Juan 
Antonio  Rojas,  y  contra  las  órdenes  del  cuartel  ge- 
neral, obtuvo  á  pocos  días  un  señalado  triunfo. 
Rondeau  sentía  que  la  influencia  directa  de  Güe- 
mes privaba  por  allí  sobre  sus  propias  disposicio- 
nes; y  cuando  quiso  hacerse  obedecer  ordenándo- 
les que  se  situasen  en  tal  ó  cual  parte,  los  sáltenos 
se  separaron,  y  con  sus  oficiales  á  la  cabeza  retro- 
cedieron al  centro  de  su  provincia  donde  Güemes 


364  EL  CONGRESO  DE  TUCUMÁN 

tenía  arreglada  .una  gruesa  concentración  de  grupos 
y  de  partidas  ligeras.  » 

A  la  vez  que  Güemes  hablaba  sin  embozo  y  con 
indignación  de  Rondeau  por  el  sacrificio  que  había 
dado,  Rondeau  acusaba  á  Güemes  de  que  estaba 
protegiendo  y  amparando  la  deserción  de  las  tro- 
pas con  el  interés  de  aumentar  el  número  de  sus 
Gauchos,  nombre  que  Güemes  había  dado  oficial- 
mente á  su  ejército  de  partidarios,  porque  era  su- 
mamente simpático  á  los  criollos;  no  tanto  porque 
sus  soldados  fueran  campesinos  y  montaraces,  pues 
una  gran  parte,  y  los  oficiales  sobre  todo,  eran  gen- 
tes cultas  de  la  ciudad  y  de  las  villas,  sino  por  el 
sentido  popular  y  libre  que  tenía  contra  el  de  ma- 
turrangos con  que  se  designaba  á  los  españoles. 

Que  pudiera  haber  algo  de  cierto  en  las  quejas 
de  Rondeau,  es  de  creerse ;  porque  Güemes  que  no 
sentía  por  él,  aprecio,  ni  respeto,  ni  confianza,  de- 
bía tener  el  deseo  de  atraer  á  su  servicio  el  mayor 
número  de  soldados  que  pudiera  adquirir.  Pero  lo 
fundamental  de  la  situación  entre  ambos  dependía 
de  causas  mucho  más  serias.  La  actitud  que  Güe- 
mes había  tomado  en  Salta  ponía  á  Rondeau  es- 
trictamente confinado  en  una  posición  insostenible, 
entre  Humahuaca  y  Jujuy.  Por  la  espalda,  es  decir 
hacia  el  sur,  Güemes  le  impedía  el  ejercicio  de  toda 
autoridad ;  y  ni  víveres,  ni  caballos,  ni  otros  recur- 
sos cualesquiera  podía  colectar  ó  recibir  sino  los  que 
Güemes  quisiera  concederle.  Por  el  frente  le  ame- 
nazaban los  realistas  cuyas  avanzadas  ligeras  al 
mando  del  comandante  Olañeta  se  hacían  sentir  ya 
por  Llavi  (ó  Yavi).  El  ejército  argentino  en-tre  tan- 
to, cada  día  más  desorganizado,   no  se  hallaba  en 


Y    ESTADO    GENERAL    DE    LAS    PROVIXCLAS         365 

estado  de  sostenerse  en  esas  posiciones.  Era  menes- 
ter, indispensable,  retrogradar  hasta  Salta.  Pero 
Güemes  no  consentía  en  ponerse  á  las  órdenes  de 
Rondeau.  Creía  que  la  coexistencia  de  las  tropas 
desorganizadas  de  Rondeau  con  las  suyas  era  im- 
posible V  dañosísima,  dada  la  indisciplina,  el  des- 
orden y  las  rencillas  miserables  que  prevalecían  en 
el  cuartel  general.  En  consecuencia,  exigía  de  una 
manera  indeclinable  y  perentoria  que  Rondeau  re- 
trocediese con  sus  tropas  hasta  Tucumán,  deján- 
dole á  él  solo  todo  el  peso  y  las  responsabilidades 
de  la  defensa  de  Salta.  Mas  como  esto  era  poner  á 
Rondeau  en  un  vergonzoso  receso,  y  hacer  no  sólo 
facilísima  sino  necesaria  é  inmediata  su  destitución, 
no  tanto  éste  mismo  cuanto  los  caporales  y  amigos 
personales  que  explotaban  su  inepta  ambición  y  su 
debilidad,  preferían  marchar  contra  Güemes  y  so- 
meter militarmente  la  provincia  de  Salta  que  mira- 
ban como  un  centro  adecuado  para  mantenerse  en 
el  poder  v  para  resistir  cualquier  tentativa  de  des- 
titución, mientras  rehacían  las  fuerzas  que  hubieran 
de  oponer  á  los  realistas. 

A  pesar  de  las  violentas  instigaciones  de  Pago- 
la,  habituado  á  imponerse  al  general  en  jefe  con 
una  voluntad  y  con  unas  maneras  predorninantes 
que  le  quitaban  á  éste  hasta  la  tentación  de  tener 
criterio  propio,  y  á  pesar  de  que  French  opinaba 
como  Pagóla,  Rondeau  vacilaba  y  oía  también  con 
respeto  al  coronel  don  Celestino  Vidal,  oficial  mo- 
desto y  de  buen  juicio  que  miraba  como  muy  aven- 
turada y  peligrosa  una  operación  que  cuando  me- 
nos iba  á  encender  la  guerra  civil  en  las  provincias 
mismas  que  el  enemigo  se  preparaba  á  ocupar.  Pe- 


366  EL    CON'GRl-:Sf)    DE    TUCl  MAN 

ro,  demas¡a"do  tímido  y  cauto  para  tomar  una  acti- 
tud decisiva,  Vidal  no  se  atrevía  á  aconsejar  la  re- 
tirada á  Tucumán,  porque  comprendía  que  era  la 
ruina  de  la  ambición  y  de  las  posiciones  personales 
que  los  otros  jefes  querían  conservar,  y  pensaba 
que  Rondeau  debía  celebrar  antes  un  consejo  de 
guerra  á  fin  de  que  las  responsabilidades  recayesen 
sobre  la  mayoría  de  los  jefes  en  uno  ú  otro  caso. 

Rondeau  adoptó  al  fin  este  último  parecer.  Mas 
como  después  de  explorar  las  opiniones  que  se  ver- 
tían en  el  campamento  se  pudo  sospechar  que  ha- 
bía muchos  comandantes  y  oficiales  de  crédito  que 
no  teniendo  interés  ninguno  en  sostener  á  Rondeau 
ó  á  sus  amigos,  creían  que  su  separación  era  más 
bien  de  desearse,  y  que  el  retroceso  hasta  Tucumán 
convenía  por  esta  y  por  otras  razones,  Rondeau  y 
su  círculo  inmediato  circunscribieron  la  reunión  á 
pocos  jefes :  Pagóla,  French,  Rojas  (J.  R.),  Vidal, 
Cruz,  y  en  ella  prevalecieron  los  primeros,  aun- 
que es  cierto  que  delante  de  la  violencia  y  brío 
que  éstos  desplegaron,  los  otros  dos — Cruz  y  Vi- 
dal— se  limitaron  á  simples  observaciones  de  pru- 
dencia sin  hacer  una  oposición  acentuada.  Resol- 
vióse, pues,  dejar  en  Humahuaca  el  cuerpo  de  dra- 
gones en  observación  del  enemigo,  y  poner  en  mo- 
vimiento todo  lo  demás  del  ejército  sobre  Salta. 
«Aún  en  esta  vez  manifestó  el  general  Rondeau  una 
falta  de  previsión  que  nada  puede  disculpar,  y  á  fe 
que  por  ahora  no  puede  disculparse  con  la  des- 
obediencia de  los  jefes  ó  con  la  indisciplina  (9). 

(9)  Forest  había  sido  destituido  y  despedido  en  Jujuy, 
así  que  incorporado  French,  Rondeau,  ó  más  bien  Pagóla, 
se  creyó  fuerte  para  ese  acto  de  autoridad. 


V  ESTADO  GENERAL  DE  LAS  PROVINCIAS    367 

Nada  se  había  preparado,  nada  se  había  previsto 
para  un  movimiento  tan  importante...  y  en  vista 
del  resultado  no  puedo  dar  otra  explicación  sino  que 
el  general  se  equivocó  en  cuanto  á  las  aptitudes  de 
Güemes  y  al  prestigio  de  que  gozaba  entre  el  pai- 
sanaje de  Salta»  ( lo) . 

La  campaña  fué  tan  breve  como  vergonzosa.  A 

los  cinco  días  Rondeau  se  veía  en 

1886  los    Cerrillos,    tres   leguas   al    sur 

Marzo  22  de  la  ciudad  de  Salta,  cercado  y  en 
absoluta  imposibilidad  de  mover- 
se ni  hacia  atrás,  ni  hacia  adelante,  ni  hacia  ningún 
lado.  En  la  noche  del  20  de  marzo  Güemes  le  había 
hecho  arrebatar  algunos  caballos  y  veinte  vacas  que 
era  todo  lo  que  aquella  sombra  nebulosa  de  gene- 
ral, y  de  Director,  había  podido  reunir  para  su  tro- 
pa. A  pie  y  sin  más  alimento  que  los  racimos  de 
una  viña  en  que  se  había  metido,  tuvo  que  pedir 
alafia;  y  á  este  fin,  mandó  á  la  ciudad,  bajo  un  sal- 
voconducto, al  brillante  comandante  de  los  grana- 
deros á  caballo,  don  Juan  Ramón  Rojas,  que  go- 
zaba del  aprecio  de  doña  Magdalena  Güemes  de 
Tejada,  hermana  del  habilidoso  caudillo,  con  el  en- 
cargo de  que  mediase  en  favor  de  las  infelices  tro- 
pas que  habían  sido  comprometidas  en  tan  misera- 
ble trance. 

La  Macacha  era  una  mujer  superior  y  célebre 
en  Salta  con  este  diminutivo  popular  de  su  nombre. 
La  belleza  y  los  clarísimos  talentos  con  que  había 
tomado  parte  activísima  en  la  política  provincial, 

(10)  General  José  María  Paz,  Memorias,  tomo  I,  pá- 
gina 271-75. 


308  KL  CONGRESO  DE  TUCUMÁN 

la  habían  constituido  en  un  verdadero  personaje. 
Su  hermano,  sobre  todo,  la  idolatraba  y  la  tenía  por 
oráculo  en  todo  aquello  que  le  interesaba  resolver 
con  madurez  y  acierto.  Y  es  de  notarse  que  la  ri- 
validad permanente  con  que  se  hostilizaban  Güe- 
mes  del  lado  de  los  patriotas,  y  Olañeta  del  lado  de 
los  realistas,  coincidía  ó  había  tenido  origen  en  la 
rivalidad  de  Macacha  con  la  Pepita  Marquiegui, 
no  menos  bella  y  no  menos  diestra  también  en  el 
manejo  de  sus  gracias  y  de  su  ingenio. 

Recibido  como  un  amigo  á  quien  es  dulce  obli- 
gar y  encadenar  con  los  lazos  del  cariño,  Rojas  se 
echó  en  los  brazos  de  doña  Magdalena.  No  le  costó 
quizás  arrojarse  también  á  sus  pies  é  implorar  gra- 
cia y  perdón  para  su  pobre  general  y  sus  míseros 
soldados.  Y  de  ese  modo,  todo  quedó  arreglado  en 
un  momento;  aunque  como  era  natural  Rondeau 
tuvo  que  pasar  por  las  horcas  candínas.  <(El  ejér- 
cito, dice  el  general  Paz,  volvió  á  Jujuy,  de  donde 
había  salido  muy  ufano  pocos  días  antes,  con  todos 
los  honores  de  una  derrota  y  se  acantonó  allí.  Los 
españoles,  por  su  parte,  guardaron  la  mayor  inmo- 
vilidad en  sus  posiciones  de  Mojos,  Suipacha,  et- 
cétera» ( ii) . 

Lejos  de  abusar  de  su  triunfo  traspasando  los 
límites  del  patriotismo  y  del  interés  nacional  en  pro- 

(ii)  Paz,  Memorias,  tomo  I,  pág.  275.  En  cuanto  á 
esto  último  el  autor  está  equivocado.  Lo  que  hubo  fué  que 
la  insurrección  general  de  las  provincias  orientales  del 
Alto  Perú  y  limítrofes  del  Chaco,  obligó  á  los  realistas  á 
emplear  fuerzas  numerosas  y  largo  tiempo  antes  de  aven- 
turarse á  invadir  ó  tentar  algo  serio  sobre  la  frontera  de 
Humahuaca  y  Jujuy,  como  lo  vamos  á  ver. 


Y    ESTADO    GENERAL    DE    LAS    PROVINCIAS         369 

vecho  propio,  Güemes  auxilió  al  ejército  con  cuanto 
podía  darle  para  que  se  remontara  y  defendiera  sus 
posiciones  en  Jujuy :  le  devolvió  los  prisioneros  que 
tenía,  y  como  no  podía  hacer  entrega  de  los  deser- 
tores sin  sacrificarlos  al  castigo  que  merecían,  los 
reemplazó  con  doble  número  de  reclutas  y  entregó 
trescientos  de  éstos  que  al  mando  del  sargento  ma- 
yor don  Severo  García  Zequeira  (el  héroe  de  la  ba- 
talla de  Maipú  en  1818)  ingresaron  en  el  batallón 
de  cazadores  que  mandaba  el  comandante  enton- 
ces, y  después  general  don  Rudecindo  de  Alvara- 
do.  Realzada  así  su  conciencia  de  intachable  pa- 
triota, Güemes  comunicó  al  gobierno  de  Buenos 
Aires  el  ajuste  conciliatorio  que  acababa  de  cele- 
brar con  estas  nobles  y  sanas  palabras:  «El  22  del 
corriente  se  han  terminado  felizmente  las  desave- 
nencias que  desunían  á  la  benemérita  provincia  de 
Salta  con  el  señor  general  de  nuestro  ejército  auxi- 
liar. El  error,  la  ignorancia  y  algunos  hombres  dís- 
colos enemigos  del  orden  han  sido  en  mi  concepto 
los  agentes  de  estas  inquietudes  (12).  Pero  gracias 
al  cielo  que  en  el  día  ya  se  han  disipado  enteramente 
las  desconfianzas  y  los  recelos  que  agitaban  nues- 
tros espíritus ;  y  desde  estos  dichosos  momentos  se 
ha  fijado  ya  una  unión  y  fraternidad  tan  estrecha, 
que  no  serán  capaces  de  separarnos  los  ataques  más 
vivos  de  nuestros  enemigos.  Viva  firmemente  per- 
suadido Vuestra  Excelencia  de  que  le  hablo  con  toda 
la  sinceridad  de  mi  corazón,  y  de  que  estoy  dis- 
puesto á  sacrificarme  antes  que  permitir  nada  que 
nos  separe.  Vuestra  Excelencia  como  el  primer  ma- 

(12)     ¿Pagóla?  ¿Moldes?...   probablemente  ambos. 
HIST.    DE   LA  REP.    ARGENTINA.    TOMO   V.  — 24 


370  EL    CONGRESO    DE    TUCl  MAN 

gistrado  del  Estado  debe  complacerse  de  este  hecho 
tan  feliz,  y  celebrarlo  ya  como  un  triunfo  que  han 
ganado  nuestras  armas  contra  el  enemigo». 

En  esta  nota  llama  la  atención  que  el  goberna- 
dor intendente  de  Salta  se  dirija  á  Alvarez-Thomas 
dándole  el  título  de  primer  magistrado  del  Estado 
cuando  no  era  sino  un  suplente  local  de  Rondeau. 
Pero  este  título,  salido  así  como  el  eco  natural  de 
la  verdad,  prueba  que  Güemes  no  tomaba  á  Ron- 
deau como  entidad  seria ,  y  que  en  su  ánimo  era 
Buenos  Aires  el  único  centro  legítimo  v  permanente 
de  la  causa  }•  del  gobierno  nacional  que  él  aceptaba. 

A  nadie  podía  causarle  mayor  júbilo  este  arre- 
glo que  al  general  San  Martín  cuyas  operaciones 
sobre  Chile  dependían  exclusivamente  de  que  no 
se  dejase  al  ejército  de  Pezuela  penetrar  por  Salta 
hasta  Tucumán.  Si  hubiéramos  de  creer  lo  que 
sus  íntimos  amigos  y  corresponsales  pensaban  y 
escribían  de  Rondeau,  no  había  cómo  dudar  que 
San  Martín  lo  tenía  también  por  completamente 
inepto  para  hacer  la  ardua  y  difícil  defensa  de  las 
fronteras  del  norte,  hasta  darle  tiempo  á  él  para  es- 
calar los  Andes,  caer  sobre  Chile,  y  poner  á  Pe- 
zuela en  la  necesidad  de  retroceder  en  defensa  del 
Perú.  Aún  no  había  tenido  lugar  el  desastre  de  Si- 
pe-Sipe  cuando  don  Tomás  Guido,  confidente  de 
San  Martín,  escribía  al  diputado  Darregueira  en 
estos  términos :  «Usted  lamenta  justamente  los  ma- 
les de  la  insubordinación  militar;  y  yo  coincido  en 
sus  dudas  sobre  la  suerte  futura  del  ejército  auxi- 
liar del  Perú,  á  pesar  de  todos  los  sacrificios,  mien- 
tras aquella  fuerza  no  se  monte  en  un  pie  riguroso 
de    disciplina.    Pero   podemos  asegurar   con    dolor 


Y    ESTADO    GENRRAL    DE    LAS    PROVINCIAS         37 1 

que  Rondeau  no  es  capas  de  fijar  este  orden...  Se 
le  despachan  inmediatamente  2,300  fusiles  más  y 
algunos  repuestos  de  parque;  pero  el  corazón  se 
me  parte  al  ver  tantos  recursos  que  en  manos  útiles 
habrían  concluido  la  guerra  mucho  tiempo  hau,  et- 
cétera, etc. 

Como  se  ve,  sin  que  pueda  suponerse  acuerdo 
ni  previo  conocimiento,  el  señor  Guido  confirma 
como  de  notoria  verdad  todas  las  revelaciones  y  jui- 
cios ernitidos  después  por  el  señor  Paz,  y  de  los 
cuales  apenas  unos  pocos  son  los  que  aquí  hemos 
transcrito.  Que  el  general  San  Martín  pensaba  lo 
mismo  es  incuestionable.  El  señor  Guido  era  en- 
tonces oficial  mayor  del  ministerio  de  Guerra  en 
íntima  relación  con  él,  y  no  sólo  con  los  demás  hom- 
bres políticos  del  gobierno  sino  con  todos  los  que 
gozaban  de  una  posición  social  señalada;  así  es  que 
en  esa  carta  confidencial  expresa  la  opinión  que 
todo  el  país  tenía  de  Rondeau. 

Pero,  á  quien  esta  reconciliación  causó  vivísima 
y  dolorosa  inquietud,  fué  al  coronel  Moldes :  no 
por  Rondeau,  que  ya  nada  significaba  en  el  caso, 
sino  porque  en  realidad  era  una  reconciliación,  ó 
un  principio  de  armonía  alarmante  con  la  política 
y  con  la  preponderancia  de  la  capital.  Moldes,  que 
se  consideraba  con  razón  apoyado  por  los  malos 
resabios  de  la  mayoría  del  Congreso,  más  que  por 
ninguna  otra  condición  que  pudiera  darle  mérito 
ó  posición  para  subir  al  puesto  de  Director  Supre- 
mo, había  bregado  en  el  ánimo  de  Güemes  por  con- 
vencerlo de  que  debían  apoderarse  del  ejército  y 
manipularlo  de  modo  que  fuese  el  cimiento  de  la 
nueva   organización    que   debía   darse  á   las   cosas. 


372  EL  CONGRESO  DE  TUCUMAN 

Pero  Güemes,  que  tenía  miras  más  elevadas  para 
el  caso  en  que  pudiera  desenvolverse  de  las  dificul- 
tades que  le  rodeaban,  guardaba  una  impenetrable 
reserva,  y  seguía  sus  propias  inspiraciones  sin  des- 
cubrirse ni  como  adversario  ni  como  favorecedor 
de  Moldes,  dejando  al  tiempo  la  solución  de  los 
problemas  políticos  y  orgánicos  que  el  Congreso 
había  de  resolver,  ó  mejor  dicho,  que  se  habían  de 
resolver  por  acuerdos  con  los  grandes  patriotas, 
que  llenos  de  virtudes,  de  altas  condiciones  y  de 
maduros  talentos,  eran  respetados  y  oídos  en  el 
Congreso. 

Los  anarquistas  del  litoral  miraban  á  Moldes 
como  el  complemento  de  sus  esperanzas :  lo  aplau- 
dían de  todo  corazón  porque  representaba  la  des- 
composición y  el  derrumbamiento  de  los  esfuerzos 
que  se  hacían  por  la  reorganización  nacional.  Si 
Güemes  se  decidía  por  hacer  de  Moldes  el  espan- 
tajo de  su  prepotencia  militar  en  el  interior,  Buenos 
Aires  daba  la  espalda  á  la  causa  de  la  nacionalidad ; 
el  Congreso  se  disolvía;  de  Córdoba  á  Salta  se 
amontonaban  los  elementos  de  una  republiqueta 
mediterránea  y  efímera ;  la  insurrección  de  las  ma- 
sas, es  decir  la  barbarie  en  acción  era  el  único  me- 
dio supremo  que  se  podía  oponer  á  los  realistas ;  las 
tropas  de  Rondeau,  harto  desorganizadas  ya,  se 
desbandaban ;  San  Martín  en  Mendoza  tenía  que 
abandonar  las  suyas  al  desorden,  ó  que  levantarlas 
y  atravesar  con  ellas  hasta  la  capital  para  salvarla 
y  salvarse ;  Belgrano  no  cabía  en  el  lugar  de  sus 
victorias;  la  barbarie  litoral  y  la  barbarie  medite- 
rránea quedaban,  pues,  señoras  de  las  provincias 
argentinas,  haciendo  de  la  Revolución  de  Mayo  un 


Y  ESTADO  GENERAL  DE  LAS  PROVINCIAS    373 

algo  absurdo  y  monstruoso...  ¡  Qué  cuadro  para  Ar- 
tigas ! 

Corrióse  entonces  (y  puede  asegurarse  que  era 
verdad)  que  en  esos  momentos,  más  ó  menos,  había 
venido  de  Tucumán  á  Salta  un  sacerdote,  que  á  no 
haber  nacido  con  una  alma  naturalmente  inspirada 
por  ese  espíritu  de  benevolencia  y  de  caridad  que 
hace  al  cristiano  verdadero,  habría  sido  un  terrible 
fanático  político  y  religioso,  por  la  virilidad  y  la 
pertinacia  de  su  idolatría  católica,  por  su  asombrosa 
erudición  en  todas  las  materias  de  su  estado,  por  la 
unción  y  la  violencia  torrentosa  de  su  palabra  ple- 
beya conocida  en  todos  los  pulpitos  de  la  Repúbli- 
ca, y  por  la  pasión  con  que  había  tomado  á  pecho, 
con  el  mismo  fuego,  la  defensa  de  la  independen- 
cia, de  las  libertades  políticas  y  de  la  integridad 
gubernativa  de  la  nación.  Pero  por  uno  de  esos  mis- 
terios portentosos  de  la  naturaleza  humana,  era  á 
la  vez  un  santo  tan  insinuante  y  tan  manso  en  su 
trato  y  en  sus  actos  personales,  como  fulguroso 
cuando  subiendo  de  un  brinco  al  pulpito  asomaba 
su  pálida  cabeza,  y  con  un  crucifijo  blandido  en  las 
manos  á  manera  de  espada,  tronaba  en  defensa  de 
su  religión  y  de  su  patria  contra  Satanás  el  rey  del 
infierno  y  contra  su  digno  representante  en  la  tie- 
rra, Fernando  VII  el  rey  de  España. 

El  doctor  don  Pedro  Ignacio  Castro  Barros,  que 
así  se  llamaba  este  grande  patriota  nacido  en  la 
Rioja,  había  venido  privadamente  á  Salta,  decíase 
á  instancias  de  Pueyrredón  y  del  doctor  Sáenz,  di- 
putados como  él,  en  el  Congreso,  á  verse  con  Güe- 
mes  (de  cuya  adhesión  á  la  candidatura  de  Moldes 
se  tenía  en  el  Congreso  una  idea  exagerada  é  in- 


374  EL    CONGRESO    DE    TUCLMÁN 

exacta) .  Los  unos  daban  á  Güemes  como  entera- 
mente suyo ;  los  otros  lo  miraban  como  el  más  pe- 
ligroso de  los  influjos  que  podían  tener  contra  sí. 
Sin  embargo,  acababa  de  dar  una  prueba  tan  noble 
de  su  amor  á  la  causa  del  orden  y  de  la  integridad 
nacional,  que  se  comenzaba  á  tener  esperanzas  de 
que  pudiera  cooperar  á  una  solución  feliz  de  las  di- 
ficultades que  parecían  fatales.  Después  de  algunos 
días  el  diputado  Castro  Barros  predicó  un  sermón 
en  Salta  con  motivo  de  la  bendición  de  una  ban- 
dera de  las  nuevas  tropas,  y  regresó  á  Tucumán  vi- 
siblemente satisfecho.  Con  este  motivo  público,  en- 
cubrió los  resultados  reservados  de  su  viaje.  En 
sus  conferencias  con  Güemes  le  aseguró  sobre  su 
honra  y  su  conciencia  sacerdotal,  que  el  general 
Belgrano  había  sido  llamado  con  urgencia  á  Tucu- 
mán, y  que  se  había  resuelto  que  así  que  llegase  se- 
ría nombrado  general  en  jefe  del  ejército  en  reem- 
plazo de  Rondeau.  Esto  era  colmar  los  deseos  de 
Güemes.  Satisfecho  con  esta  seguridad,  había  decla- 
rado al  venerable  emisario  que  él  no  tenía  compro- 
miso ninguno  con  el  coronel  Moldes :  que  por  el 
contrario,  lo  consideraba  hombre  inadecuado,  é  in- 
admisible del  todo,  para  ocupar  el  gobierno  de  la 
nación  en  aquellas  circunstancias,  y  que  haría  cuan- 
to de  él  dependiera  por  atraer  los  diputados  de  su 
amistad  á  que  fijaran  su  voto  en  el  general  Puey- 
rredón,  que  en  su  opinión  era  ciertamente  el  más 
indicado  para  acallar  los  celos  provinciales,  apaci- 
guar las  alarmas  de  la  capital,  ó  imponerle  en  caso 
necesario  el  respeto  y  la  obediencia  que  todos  de- 
bían prestar  á  las  autoridades  nacionales  encarga- 
das de  reconcentrar  en  sus  manos  el  poder  público 


Y    ESTADO    GKNKRAL    DK    LAS    PROVINCIAS         375 

y  la  representación  genuina  de  la  integridad  nacio- 
nal, dentro  y  fuera  del  país.  La  verdad  y  la  eficacia 
de  la  intervención  del  señor  Castro  Barros  en  este 
incidente  produjo  contra  él  un  grande  escándalo 
en  su  provincia.  Derrocado  el  gobernador  Brizuela 
y  Doria,  predominaban  en  la  Rioja  los  Villafañe, 
familia  de  noble  tradición  en  la  conquista,  grandes 
propietarios,  enemigos  acérrimos  de  los  porteños  ó 
nacionalistas,  que  estaban  estrechamente  ligados 
con  la  candidatura  de  Moldes,  con  sus  propósitos, 
y  con  el  gobernador  de  Córdoba  don  José  Javier 
Díaz,  de  noble  cuna  también,  pero  anarquista,  aun- 
que más  bullanguero  que  peligroso.  Bajo  el  influjo 
de  los  Villafañe  y  de  Moldes,  el  Cabildo  de  la  Rio- 
ja, informado  de  la  visita  que  el  diputado  Castro 
Barros  había  hecho  á  Güemes,  se  dirigió  al  Con- 
greso acusándolo  de  faccioso,  de  venal  y  de  ser  re- 
presentante clandestino,  á  fin  de  que  se  tuviese  por 
nula  su  elección  y  fuese  separado,  pero  sin  apun- 
tar los  motivos  verdaderos.  'El  enérgico  sacerdote 
renunció  en  el  acto  su  diputación  protestando  que 
lo  hacía  para  defenderse  ante  el  Congreso  y  ante  el 
país.  Mas  como  sus  compañeros  lo  conocían,  vo- 
taron todos  rechazando  la  renuncia  y  pidiéndole  que 
con  ese  alto  testimonio  apaciguase  su  enojo.  Fué 
en  vano :  pidió  la  comparecencia  de  los  acusadores 
ante  .el  Congreso  para  que  se  ratificasen  y  justifi- 
casen los  cargos  que  contra  él  habían  formulado. 
El  Congreso  tuvo  que  acceder,  y  los  mandó  com- 
parecer. Pero  ellos  se  apresuraron  á  retractarse  hu- 
mildemente y  retiraron  por  oficio  sus  imputaciones. 
No  ha  faltado  quien  hablando  de  las  cosas  ar- 
gentinas, ó  escribiendo  su  historia  con  escasísimo 


3/6  EL   CONGRESO    DE   TUCUMÁN 

criterio  de  los  caracteres  y  de  los  hechos,  se  haya 
dejado  llevar  del  vago  título  de  Caudillo  con  que 
se  ha  designado  entre  nosotros  lo  mismo  á  los  jefes 
patriotas  que  á  los  mandones  desalmados  de  nues- 
tras provincias,  y  haya  tratado  de  poner  en  un  mis- 
mo nivel  la  noble  figura  de  Güemes  con  la  de  Arti- 
gas, parangonando  así  el  egoísmo  brutal  é  indómito 
de  un  bandolero,  sin  fe  ni  ley,  con  el  tipo  más  eleva- 
do y  enérgico  del  patriotismo  á  que  puede  levantarse 
un  ciudadano  inspirado  por  el  amor  de  su  naciona- 
lidad y  del  gobierno  libre  de  su  país...  Salvo  sea 
para  el  que  quiera  llevar  el  lujo  de  sus  tergiversa- 
ciones morales  y  políticas  hasta  admirar  á  Artigas 
y  hasta  compararlo,  no  digo  con  Güemes,  sino  con 
Cario  Magno,  como  no  ha  faltado  loco  que  lo  haya 
hecho.  De  eso  nada  tenemos  que  decir;  pero,  en 
cuanto  á  Güemes  mismo,  he  aquí  lo  que  él  pensaba 
del  hombre  funesto  con  quien  se  ha  querido  empa- 
rejarlo:  «Con  respecto  á  Artigas  (le  escribía  al  ge- 
neral Belgrano)  estoy  en  lo  mismo  que  dije  á  us- 
ted :  que  todos  los  jefes  debemos  invitarlo  á  la 
unión  ;  y  que  si  pertinaz  en  su  empeño,  la  resiste, 
lo  ataquemos  entre  todos,  pues  de  lo  contrario  nos 
ha  de  ir  quitando  gente  ese  vialvado»  (13). 

Estos  tumultos  é  intranquilidad  de  las  provin- 
cias del  interior  repercutían  de  un  modo  lamentable 
en  el  desasosiego  febril  de  Buenos  Aires.  Los  anun- 
cios de  que  la  candidatura  del  coronel  Moldes  pre- 

(I3)  Transcribimos  este  precioso  documento  de  la  His- 
toria de  Belgrano  por  el  general  Mitre,  tomo  II,  pág.  223, 
que  lo  da  como  de  su  archivo  con  fecha  13  de  febrero 
de    1818. 


Y  ESTADO  GENERAL  DE  LAS  PROVINCIAS    377 

valecía  en  el  Congreso,  transmitidos  por  los  mis- 
mos diputados  porteños,  levantaban  los  furores  del 
enojo  popular ;  y  todos  estaban  predispuestos  á 
romper  ruidosamente  con  el  Congreso  antes  que 
prestar  acatamiento  á  un  hombre  odiosísimo  y  des- 
nudo de  calidades,  ó  más  bien  dicho  con  calidades 
inadmisibles  para  la  primer  magistratura  de  un  pue- 
blo acostumbrado  á  hacer  grandes  sacrificios,  de 
un  pueblo  á  quien  ni  el  lujo,  ni  la  tiranía  habían 
enervado  aún,  y  que  sabía  ser  poderoso  por  la  per- 
tinaz energía  con  que  se  había  defendido  de  ingle- 
ses, de  españoles,  de  portugueses,  y  de  los  mismos 
poderes  internos  que  habían  incurrido  en  su  des- 
agrado. El  sacrificio  de  la  fortuna,  del  egoísmo  y 
de  la  sangre  eran  de  moral  corriente  y  de  sentido 
común  aquellos  días.  En  lo  político  como  en  lo  fí- 
sico cambian  con  frecuencia'  las  fuerzas  preponde- 
rantes de  una  á  otra  época  cuando  las  cosas  no  se 
asientan  sobre  la  honra  y  la  legalidad  de  los  proce- 
deres. 

Este  cúmulo  de  males  que  hoy  se  lee  apenas 
como  una  reseña  fría  de  presunciones  y  de  fútiles 
temores,  propios  de  las  imaginaciones  enfermizas 
de  aquel  tiempo,  era  entonces  un  embate  de  acci- 
dentes febriles  y  apasionados  que  hora  por  hora,  y 
día  por  día,  conmovían  los  pueblos,  sobre  todo  á 
la  burguesía  alta  y  media  de  la  capital,  constituida 
la  una  en  el  municipio  patricio,  y  la  otra  en  la  mi- 
licia armada  de  los  cívicos.  La  voz  pública  exacer- 
bada por  el  estertor  de  los  partidos  clamaba  que  el 
pueblo  estaba  traicionado,  y  minada  la  capital  por 
las  intrigas  de  los  monárquicos,  de  los  demagogos, 
y  de  enemigos  ocultos  por  todas  partes.  La  vocería 


378  EL  CONGRESO  DE  TUCUMÁN 

siniestra  de  los  partidos  sacudía  á  cada  instante 
este  conjunto  de  naturalezas  nerviosas  que  había 
perdido  su  aplomo  moral,  y  que  veía,  ó  creía  ver 
desplomarse  en  horrible  ruina  esa  grande  entidad 
del  corazón  humano  que  se  llama  la  patria,  y  que 
es  tanto  más  querida  cuanto  más  amenazada  se  pre- 
senta á  los  terrores  insensatos  de  sus  hijos. 

Desde  que  los  alborotos  de  febrero  y  abril  die- 
ron en  tierra  con  Alvarez-Thomas,  se  había  orga- 
nizado en  la  capital  un  fuerte  partido  popular  que 
se  agitaba  con  el  deseo  de  que  Buenos  Aires  se  lla- 
mase á  sí  misma,  y  se  constituyese  autonómicamen- 
te dentro  de  su  propio  territorio,  como  las  demás 
provincias.  En  el  fondo  de  esta  aspiración  había  un 
fin  honrado  y  sincero,  que  era  dar  la  espalda  para 
siempre  á  las  rencillas  y  miserables  rivalidades  que 
se  habían  hecho  ya  un  lugar  común  acerca  del  es- 
píritu de  opresión  y  de  tiranía  que  las  demás  pro- 
vincias le  atribuían  á  Buenos  Aires.  Pero  debajo 
de  ese  fin  se  encubría  también  la  intención  de  evi- 
tar que  á  título  de  capital  vinieran  á  gobernarla 
hombres  obscuros  salidos  de  la  demagogia  provin- 
cial que  por  cualquiera  intriga  feliz  lograsen  usur- 
par una  mayoría  dañina  en  el  Congreso  ó  en  las 
renovaciones  á  que  su  personal  estaba  expuesto. 
Sin  embargo,  Buenos  Aires  se  exageraba  sus  pe- 
ligros ;  porque  si  era  indudable  que  una  porción  de 
intrigantes  trataban  de  usurpar  el  gobierno  por  con- 
fabulación y  con  abstracción  de  la  opinión  pública, 
también  lo  era  que  en  el  Congreso  había  patriotas 
eminentes  y  grandes  caracteres,  que  animados  por 
un  pensamiento  más  práctico,  y  mejor  inspirados, 
se  habían  agrupado  al  fin  para  ponerse  de  frente 


Y    ESTADO    GH:XERAL    DE    LAS    PROVINCIAS         379 

contra  esos  intrigantes  y  salvar  el  decoro  del  país, 
los  derechos  de  la  opinión,  y  las  jerarquías  legíti- 
mas que  los  pueblos  acataban. 

Convencidos  con  altura  y  con  honradez,  á  la  luz 
del  mismo  espectáculo  que  la  situación  les  ofrecía, 
comprendieron  que  no  era  posible  salvar  la  inde- 
pendencia ni  reorganizar  la  nación,  sin  que  se  to- 
mase por  punto  de  partida  la  recapitulación  de  Bue- 
nos Aires,  ó  mejor  dicho,  del  restablecimiento  del 
organismo  unitario  y  concentrado  en  el  gobierno  de 
la  capital,  rehabilitándola  así  en  la  jerarquía  pro- 
pia de  que  había  sido  depuesta  po'r  los  funestos 
acontecimientos  de  1815. 

Por  lo  pronto,  el  partido  popular  y  autonomista 
de  Buenos  Aires  tomaba  por  arma  contra  este  fin 
y  contra  el  Congreso,  una  multitud  de  motivos  que 
podían  concretarse  así :  la  candidatura  amenazante 
del  coronel  Moldes;  la  antipatía;  el  odio  con  que 
las  provincias  miraban  á  Buenos  Aires;  la  preten- 
sión que  pregonaban  de  humillarla  y  de  someterla 
al  influjo  de  hombres  vulgares  y  charlatanes  sin 
mérito  ninguno;  y  más  que  todo,  la  horrible  con- 
fabulación con  que  los  peruanos  y  arribeños  pre- 
tendían entregar  el  país  á  un  monarca  para  repar- 
tirse entre  ellos  los  grandes  puestos  de  aquella  ima- 
ginaria corte.  Despojada  esa  confabulación,  decían, 
de  toda  su  hojarasca  sobre  salvación  del  orden  y 
solidez  del  gobierno,  lo  que  quedaba  en  claro  era  el 
criminal  complot  de  ir  preparando  la  ruina  de  las 
libertades  del  pueblo  y  la  de  Buenos  Aires  para  en- 
tenderse al  fin  con  Fernando  VII,  y  restablecer  el 
régimen  colonial  mediante  grandes  sumas  de  di- 
nero y  marquesados  que  se  habían  de  crear  en  Es- 


380         EL  CONGRESO  DE  TUCUMÁN 

paña  á  favor  de  los  traidores.  En  un  estado  avizo- 
rado de  los  ánimos  como  éste  todo  toma  las  formas 
de  fantasmas  colosales. 

Para  colmo  de  confusión  y  de  amarguras,  llega 
también  á  últimos  de  abril  la  no- 
1816  ticia  de  que  el  gobierno  de  Río 

Junio  7  Janeiro  había  hecho  venir  de  Por- 

tugal cinco  mil  veteranos  de  sus 
mejores  tropas.  De  Santa  Catalina  ese  ejército  ha- 
bía pasado  á  Río  Grande  de  San  Pedro,  y  combi- 
nando sus  movimientos  marchaba  sobre  las  fronte- 
ras de  la  Banda  Oriental  con  la  evidente  resolución 
de  aproximarse  á  Montevideo.  La  noticia  era  casi 
oficial  y  no  cabía  duda  ninguna  de  su  verdad.  Pero 
lo  grave  era,  que  según  se  aseguraba,  la  operación 
se  hacía  de  acuerdo  con  el  enviado  argentino  en 
Río  Janeiro  y  con  los  hombres  más  encopetados  del 
Congreso,  cuyo  plan  era  que  la  ocupación  de  Mon- 
tevideo sirviese  de  base  á  la  reunión  de  fuerzas  por- 
tuguesas y  españolas,  para  que  combinadas  subdi- 
vidiesen  el  Río  de  la  Plata  entre  las  dos  coronas  y 
consolidasen  así  la  restauración  monárquica  y  co- 
lonial en  las  provincias  argentinas. 

Agitadísima  la  ciudad  de  Buenos  Aires  con  tan- 
tos y  tan  azarosos  motivos  de  alarma  que  en  resu- 
midas cuentas  tenían  algo  de  cierto,  aunque  de  ca- 
rácter distinto  al  que  se  les  daba,  comenzaron  á  le- 
vantarse cargos  furiosos  y  tremendas  acriminacio- 
nes contra  el  Director  suplente  general  don  Anto- 
nio G.  Balcarce,  por  la  indolencia  y  la  sosp^echosa 
apatía  con  que  veía  y  dejaba  acumularse  tantos  pe- 
ligros y  tantas  amenazas,  sin  tomar  ninguna  reso- 
lución enérgica  contra  los  traidores  del  Congreso 


Y    ESTADO    GENERAL    DE    LAS    PROVÍNOLAS         38 1 

ni  contra  sus  afiliados  de  capital.  Según  ellos  era 
menester  ya,  y  sin  demora,  declararle  la  guerra  al 
rey  de  Portugal  y  remitir  poderosos  auxilios  de 
tropas,  armas  y  pertrechos  á  Artigas  para  que  re- 
chazase la  invasión  de  esos  nuevos  enemigos. 

Fueron  tales  las  noticias  que  llegaron  al  Con- 
greso acerca  del  estado  de  efervescencia  y  de  locura 
en  que  se  hallaba  la  capital,  amenazada  día  más  ó 
menos  de  caer  en  la  más  terrible  demagogia,  que 
los  diputados  no  pudieron  cerrar  los  ojos  á  la  gra- 
vedad suprema  del  caso,  y  que  cediendo  á  las  in- 
sinuaciones del  buen  sentido,  á  los  consejos  y  á  las 
instancias  de  San  Martín,  de  Belgrano  y  de  Güe- 
mes  también,  que  se  había  puesto  todo  entero  de 
ese  lado,  resolvieron  fijar  irrevocablemente  la  si- 
tuación y  sobreponerse  á  todos  los  inconvenientes 
tomando  desde  luego  dos  grandes  medidas :  elegir 
Director  Supremo  de  las  Provincias  Unidas  del 
Río  de  la  Plata  á  don  Juan  Martín  Pueyrredón  y 
declarar  la  Independencia  Nacional. 

Nada  más  acertado.  Eso  era  tomar  al  toro  por 
las  astas  y  encarar  de  frente  los  dos  grandes  pro- 
blemas de  aquel  solemne  momento ;  era  resolverlos 
recup>erando  por  un  solo  golpe  el  favor  de  la  opi- 
nión, y  todo  el  poder  moral  y  material  con  que  era 
necesario  acogotar  las  dos  demagogias,  la  de  las 
orillas  del  Plata  y  la  del  interior.  Con  la  declara- 
ción de  la  independencia  se  tranquilizaba  á  los  pue- 
blos y  se  hacía  bajar  sus  banderas  á  los  que  preten- 
dían medrar  echando  á  vuelo  calumnias  de  que  se 
traicionaba  á  la  patria.  Con  la  elección  de  Puey- 
rredón se  le  daba  á  la  capital  un  gobernante  que 
además  de  ser  nacido  en  su  propio  suelo,  era  ya  un 


382  KL    CONGRESO    DE    TUCLMÁX 

procer  histórico  desde  1806,  que  había  dado  prue- 
bas relevantes  de  su  amor  á  la  nación  y  de  su  ex- 
clusiva dedicación  al  servicio  de  los  intereses  gene- 
rales. Hombre  de  Estado  en  todo  el  sentido  de  la 
palabra,  leal  y  serio,  de  espíritu  erguido  y  de  vo- 
luntad indomable,  Pueyrredón  era  el  único  ciuda- 
dano capaz  de  dominar  con  sensatez  y  con  genio 
el  desorden  confuso  en  que  todos  los  intereses  pú- 
blicos parecían  envueltos  y  próximos  á  ser  devo- 
rados en  aquel  terrible  incendio  de  pasiones  y  de 
anarquía. 


CAPITULO  XI 


RESTABLECIMIENTO    DEL    CAPITALISMO    V 
DEL    SISTEMA    UNITARIO 


SUMARIO:  Pueyrredón  entre  los  partidos  de  la  capital  y  de 
las  provincias.  — Vacilaciones  del  Congreso. — La  sedición 
de  la  Rioja. — Caparros  y  el  gobernador  de  Córdoba.— 
Complicidad  de  Rondeau. — Llegada  de  Belgrano  á  Tu- 
curaán.  ^Destitución  de  Rondeau.  —  Güeiues  y  los  gau- 
chos.— Anarquía  y  oposición  en  Buenos  Aires. — Resolu- 
ción de  Pueyrredón. — La  declaración  de  la  Independen- 
cia.— Primeras  manifestaciones  en  favor  de  la  monar- 
quía incásica. — Opinión  pública  en  favor  y  en  contra  de 
esta  solución.  —  Indiferencia  y  abstención  de  San  Martín 
y  de  Pueyrredón.  —  Influjo  de  estos  dos  personajes  sobre 
el  Cabildo  y  la  Junta  de  Observación.  —  Efervescencia 
provincial  en  Buenos  .Aires. — Las  peticiones  populares 
contra  el  capitalismo. — Vacilaciones  del  general  Balear- 
ce.— El  Cabildo  abierto.— Desorden  de  la  asamblea  po- 
pular.— Conflicto  de  las  autoridades  locales  con  el  gene- 
ral Balcarce.— Las  disidencias  de  la  prensa. — Anuncios 
de  la  invasión  portuguesa.  ^Agravación  de  los  desórde- 
nes.—Golpe  de  Estado.— Destitución  del  general  Balcar- 
ce.— Nombramiento  de  una  Comisión  gubernativa. — Res- 
tablecimiento del  régimen  unitario  directorial. — Movili- 
zación de  las  milicias. — Inquietudes  y  alarmas  en  el  Con- 
greso.—Partida  de  Pueyrredón  para  la  capital. — Su  con- 
ferencia con  San  Martín.— Rápida  prosecución  de  su  ca- 
mino. —  Su  llegada  á  Buenos  Aires.  —  Su  recibimiento 
triunfal.— La   miciativa   y   los   trabajos   del  Congreso   de 


384  RESTABLECIMIENTO    DEL    CAPITALISMO 

Tucumán. — El  restablecimiento  del  gobierno  concentra- 
do y  unitario  en  la  capital  de  Buenos  Aires.  — Sus  opo- 
sitores. 

Singular  situación  :  á  los  ojos  de  los  demagogos 
del  provincialismo  mediterráneo,  Pueyrredón  apa- 
recía como  el  restaurador  amenazante  del  aborre- 
cible capitalismo  y  de  la  tiranía  tradicional  de  Bue- 
nos Aires;  mientras  que  los  provincialistas  de 
Buenos  Aires  lo  acriminaban  de  haberse  hecho  el 
instrumento  servil  de  los  parásitos  del  país  de  aden- 
tro, que  trataban  de  apoderarse  otra  vez  de  una  pro- 
vincia cuyo  pueblo  no  quería  aceptarlos  ni  desem- 
peñar otro  papel  que  el  de  una  simple  soberanía  lo- 
cal, como  las  otras  provincias,  aliada  para  la  de- 
fensa de  la  independencia  común  y  nada  .más.  Los 
de  adentro  miraban  á  Pueyrredón  como  un  por- 
teño ante  quien  el  Congreso  había  abdicado,  trai- 
cionando sus  deberes  de  una  manera  criminal  (i). 
Para  los  porteños,  era  un  agente  servil,  que  rodea- 
do de  provincianos  tomaba  el  mando  con  el  fin  de 
poner  á  Buenos  Aires  bajo  la  tiranía  absorbente  de 
un  Congreso  en  que  se  habían  agrupado  con  sus 
malignos  instintos  las  oligarquías  aldeaneras  del 
anterior.  Y  fué  tal  el  enojo  que  el  nombramiento 

(i)  «Estos  individuos  del  Congreso  han  dado  crueles 
puñaladas  á  las  entrañas  de  la  patria,  cometiendo  horren- 
dos delitos,  pues  abusando  de  su  encargo,  de  hecho  han 
producido  odios  y  rencores  muy  grandes,  que  han  de  oca- 
sionar estragos,  sediciones  y  convulsiones  en  descrédito  del 
mismo  Congreso  y  del  pueblo  de  Salta  igualmente  que  en 
los  demás  que  lo  han  elegido,  ante  cuyos  electores  deben 
ser  y  serán  acusados  como  reos  y  monstruo?  de  la  huma- 
nidad».  (Carta  de  Moldes). 


Y    DEL    SISTEMA    UNITARIO  385 

produjo  en  una  y  otra  parte,  que  ambos  partidos 
se  mostraron  decididos  á  resistirlo  hasta  echar  ma- 
no de  la  revuelta. 

Conociendo  la  mala  disposición  de  las  provin- 
cias del  interior,  y  el  peligro  que  el  país  corría  de 
caer  en  una  completa  disolución,  el  señor  Molina, 
personaje  de  Tucumán  que  poco  después  fué  obis- 
po, le  escribía  á  fray  Cayetano  Rodríguez  hacién- 
dole presente  todos  los  inconvenientes  que  ofrecía 
la  reunión  del  Congreso  en  una  provincia;  á  lo  que 
el  patriota  franciscano  le  contestaba :  «Ahora  en- 
cuentras tú  mil  escollos  para  que  el  Congreso  sea 
en  Tucumán.  ¿Y  dónde  quieres  que  sea?  ¿No  sa- 
bes que  todos  se  excusan  de  venir  á  un  pueblo  á 
quien  miran  como  un  opresor  de  sus  derechos  que 
aspira  á  subyugarlos?  ¿  No  sabes  que  aquí  las  bayo- 
netas imponen  la  ley  y  aterran  hasta  los  pensamien- 
tos ?  ¿  No  sabes  que  el  nombre  porteño  está  odiado 
en  las  Provincias  Unidas  ó  desunidas  del  Río  de 
la  Plata  ?  ¿  Qué  avanzaríamos  con  un  Congreso  en 
donde  no  haya  de  presidir  la  confianza  y  la  buena 
fe?  ¿  Te  parece  que  aquí  mismo  se  desea  la  reunión 
en  este  pueblo?  Pues  te  engañas...  ¿Dices  que  no 
hay  talentos?  Sobran.  Yo  quisiera  mejores  cora- 
zones, buena  fe,  amor  al  bien  común,  unión,  vir- 
tudes. Esto  subroga  muy  bien  á  los  talentos  subli- 
mes, á  los  grandes  ingenios,  y  reniego  de  éstos 
cuando  faltan  aquéllos». 

Pero  cambia  el  carácter  de  los  sucesos :  la  des- 
titución de  la  ciudad  de  Buenos  Aires  del  puesto 
de  capital  no  produce  como  se  esperaba  la  unión 
de  los  pueblos,  ni  sana  la  descomposición  orgánica 
de  la  nacionalidad.  Buenos  Aires  ha  sido  generosa 

HIST.    DE    LA   REP.    ARGENTINA.    TOMO   V.  — 25 


386  RESTABLECIMIENTO    DEL    CAPITALISMO 

en  vano ;  y  entonces,  dilacerada  por  el  dolor  el  al- 
ma patriótica  del  virtuoso  fraile,   exclama : 

((No  se  puede  abrir  el  libro  de  nuestra  Revolu- 
ción sin  llorar  á  gritos  en  cada  página.  ¡Qué  pue- 
blos tan  estúpidos,  tan  tontos,  tan  exóticos  en  sus 
pensamientos!  Ya  ves  las  ideas  liberales  que  ha 
desplegado  Buenos  Aires,  en  consecuencia  del  sa- 
cudiiliiento  último  de  los  tiranos  (2).  Pues  á  pesar 
de  esto  se  duda,  se  ataca  vergonzosamente  su  buena 
fe  y  se  hace  sistema  de  rechazar  sus  ideas  por  la 
unión  y  por  la  consolidación  de  las  fuerzas  para 
ñjar  nuestro  destino.  El  inconstante  Artigas,  que 
acaba  de  arengar  en  la  proclama  impresa  que  va 
junto  con  el  manifiesto  de  este  Cabildo,  dándonos 
las  mejores  esperanzas  de  unión,  ha  vuelto  á  sus 
antiguas  mañas.  Ha  hecho  un  Congreso  en  la  Ban- 
da Oriental;  y  la  gran  Córdoba  y  la  sucia  Santafé 
se  han  dignado  mandar  á  él  sus  diputados  para 
trazar  el  modo  de  separarse  enteramente  de  esta  ca- 
pital. ¿  Se  creerá  esto?  La  consecuencia  ha  sido  que 
Artigas  intime  á  Buenos  Aires  que  le  mande  dos- 
cientos mil  pesos,  tres  mil  fusiles,  cuanto  se  sacó 
de  Montevideo  en  su  rendición.  Ve  aquí  ya  armada 
la  cosa  otra  vez,  y  descubierto  el  plan  hostil  de  este 
hombre  terco. 

))Me  alegro  que  hayas  borrado  de  los  cascos  de 
Laguna  la  idea  del  federalismo  extemporáneo  que 
nos  conduciría  á  nuestra  ruina. 

))¡  Qué  buenos  pueblos  para  contar  con  ellos  en 
caso  necesario!  Además  de  que  el  gobierno  federa- 
tivo es  débil  por  su  propia  constitución,  lo  es  más 
en  nosotros  por  nuestras  ningunas  virtudes. 

(2)   .Alude  al  trastorno  de  abril. 


Y    DEL    SISTEMA    UNITARIO  387 

))Así  estamos,  pues,  con  el  sentimiento  de  ver 
la  falta  de  razón  de  algunos  pueblos  que  no  quieren 
entrar  en  los  racionales  partidos  que  adoptamos. 
Córdoba  y  Santafé  se  han  enloquecido  como  sa- 
brás. Quieren  hacer  República  aparte  como  el  Pa- 
raguay. Por  momentos  me  parece  que  no  somos 
dignos  de  constituirnos,  ni  de  ser  gente. 

» Discuten  mucho  si  ha  de  rolar  la  capitalía 
entre  los  pueblos  de  las  Provincias  Unidas,  ó  si 
ha  de  fijarse  capital.  No  sé  lo  que  harán». 

Al  ver  la  gravedad  que  asumía  este  conñicto, 
todos  los  diputados,  sin  más  excepción  que  los  de 
Córdoba,  desistieron  de  sus  miras  particulares  y 
se  estrecharon  con  patriotismo  á  sostener  el  nuevo 
orden  de  cosas  que  se  instauraba  y  al  Supremo  Di- 
rector á  cuya  energía  y  claro  talento  acababan  de 
confiar  la  reconstrucción  de  la  integridad  política 
y  territorial  de  la  nación  :  sociorum  virtus  coit  oninis 
in  unum. 

La  primera  tentativa  contra  la  reconstrucción 
del  capitalismo  asomó  en  la  Rioja.  El  partido  na- 
cionalista que  imperaba  allí  al  tiempo  de  hacerse 
la  elección  de  los  diputados  al  Congreso,  se  hallaba 
encabezado  por  el  gobernador  don  Ramón  Brizue- 
la  y  Doria,  descendiente  de  familia  que  tenía  títu- 
los de  grandeza  en  la  conquista,  y  que  por  lo  mis- 
mo rivalizaba  de  orgullo  y  de  influjo  con  otros  ve- 
cinos, y  en  especial  con  los  Villafañe,  partidarios 
declarados  del  coronel  Moldes.  Irritados  éstos  por 
la  derrota  electoral,  apelaron  á  los  actos  subversi- 
vos; derrocaron  á  Doria  á  mediados  de  abril  y  pu- 
sieron en  el  gobierno  á  don  Domingo  Villafañe. 
El  principal  interés  de  la  revuelta  era  hacer  saltar 


388  RESTABLECIMIENTO    DEL    CAPITALISMO 

del  Congreso  al  sacerdote  Castro  Barros,  cuya  po- 
derosa influencia  les  hacía  mucho  daño,  v  dar  su 
lugar  á  otros  diputados  que  les  asegurasen  mavor 
número  de  votos  en  favor  del  coronel  Moldes.  Mas 
como  este  golpe  les  fallara,  entraron  en  proyectos 
más  atrevidos:  se  confabularon  con  el  gobernador 
de  Córdoba,  con  los  anarquistas  de  Santafé  y  con 
Artigas  para  provocar  un  alzamiento  general,  di- 
solver el  Congreso,  y  darse  un  jefe  dictatorial  que 
emancipase  las  provincias  de  todo  vínculo,  cual- 
quiera que  fuese,  con  el  pasado  capitalismo  que  se 
pretendía  restablecer.  Entró  con  ellos  en  este  cri- 
minal propósito  el  sargento  mayor  don  José  Capa- 
rros, que  se  hallaba  en  la  Rioja  completando  el  re- 
clutamiento y  organización  de  un  escuadrón  de  hú- 
sares. El  atentado  sorprendió  mucho  y  produjo  bas- 
tante sensación  en  el  Congreso ;  no  tanto  por  el  he- 
cho en  sí  mismo,  limitado  á  un  lugar  de  segundo 
orden,  cuanto  por  las  ramificaciones  que  tenía  con 
el  artiguismo,  y  con  los  separatistas  que  en  Buenos 
Aires  se  agitaban  en  el  mismo  sentido,  aunque  con 
causas  y  con  miras  muy  diversas.  Se  ordenó,  pues, 
que  una  fuerza  suficiente  marchase  á  restablecer  en 
la  Rioja  el  orden  legal.  Caparros  abandonó  la  pro- 
vincia protestando  que  se  retiraba  á  Buenos  Aires, 
de  cuyo  gobierno  había  recibido  la  comisión  mili- 
tar que  desempeñaba.  Pero  en  vez  de  eso,  se  diri- 
gió á  Córdoba  con  la  fuerza  y  con  los  anarquistas 
que  se  marcharon  con  él. 

Aunque  sin  pruebas  concluyentes,  no  faltaron 
poderosísimos  indicios  que  hicieran  sospechar  en 
el  Congreso  la  connivencia  de  Rondeau,  ó  mejor 
dicho  de  los  que  explotaban  su  necia  vanidad,  con 


Y    DEL    SISTEMA    UNITARIO  389 

estos  intentos  subversivos.  El  hecho  es  que  el  nue- 
vo Director  marchó  á  Jujuy,  pocos  días  después  de 
electo,  y  que  regresó  algo  inquieto  á  activar  la  lle- 
gada del  general  Belgrano,  por  haber  recogido  da- 
tos fidedignos  de  que  los  coroneles  French,  Pagóla 
y  otros,  conspiraban  para  sublevar  las  tropas  y  man- 
tener á  Rondeau  contra  cualquier  medida  que  se 
tomase  para  destituirlo.  Y  lo  peor  era  que  los  de- 
mócratas ó  separatistas  de  Buenos  Aires,  alarma- 
dos con  los  propósitos  monárquicos  que  se  atri- 
buían al  Congreso,  al  Director  y  á  Belgrano,  ha- 
cían caso  omiso  de  la  ineptitud  y  de  las  vergonzosas 
derrotas  de  Rondeau,  y  comenzaban  á  mirar  su 
permanencia  á  la  cabeza  del  ejército,  como  una  ga- 
rantía del  sistema  republicano  y  de  la  autonomía  de 
la  provincia. 

Por  aquel  tiempo  se  sospechó,  aunque  no  se 
tuvo  prueba  plena,  de  la  criminal  pertinacia  con 
que  Rondeau  pretendía  mantenerse  á  toda  costa 
en  un  puesto  del  que  no  era  digno,  y  que  había 
usurpado  poniendo  al  país  en  las  amarguras  de 
una  derrota  vergonzosa  v  á  dos  dedos  del  abismo 
de  su  ruina.  Pero  el  tiempo  y  las  revelaciones  pos- 
tumas se  han  encargado  de  darnos  esas  pruebas  con 
un  carácter  irrecusable.  ((Ya  entonces  se  extendía 
la  voz  (dice  el  general  Paz)  de  que  el  general  Ron- 
deau iba  á  ser  relevado  por  el  general  Belgrano, 
que  había  vuelto  de  Europa  y  había  sido  llamado 
á  Tucumán.  Con  este  motivo  los  jefes  partidarios 
de  Rondeau,  encabezados  por  los  coroneles  French 
y  Pagóla,  pensaron  en  un  movimiento  sedicioso 
semejante  al  que  se  hizo  en  Jujuy  para  resistir  al 
general  Alvear  (7  de  diciembre  1814)  ;  exploraron 


390  RESTABLECIMIENTO    DEL    CAPITALISMO 

el  campo,  sondearon  los  ánimos,  y  aun  se  atrevie- 
ron á  tantearnos,  al  coronel  don  Diego  Balcarce  y 
á  mí.  Si  el  fruto  que  sacaron  de  otros  fué  como  el 
que  obtuvieron  de  mi  regimiento,  debieron  tener 
un  terrible  desengaño»   (3). 

El  testimonio  es,  pues,  de  hecho  propio  é  irre- 
cusable. 

En  efecto,  el  general  Belgrano  llegó  á  Tucumán 
el  5  de  julio,  y  el  10  se  publicó  el 
1816  decreto   nombrándolo   general   en 

Agosto  3  jefe  del  ejército  acantonado  en  Ju- 
juy.  Dándose  por  hecho  el  retiro 
inmediato  de  Rondeau,  se  le  encargó  á  French  el 
mando  interino,  mientras  el  nombrado  iba  á  tomar 
su  puesto.  Lo  más  curioso  es  que  Rondeau,  sospe- 
chando que  se  trataba  de  destituirlo,  se  había  ade- 
lantado á  presentar  su  renuncia  convencido  de  que 
el  Director  Supremo  no  había  de  atreverse  á  acep- 
tarla, pues  había  podido  comprobar  por  sí  mismo 
la  decisión  de  sostenerlo  á  todo  trance  en  que  se  ha- 
llaban los  principales  jefes  de  los  cuerpos,  y  espe- 
raba que,  por  el  contrario,  su  renuncia  había  de 
contener  tan  inaudito  atrevimiento,  y  hacer  no  sólo 
que  se  le  diesen  satisfacciones  sino  que  se  le  con- 
firmase en  su  cargo.  Por  supuesto  que  en  esto  el 
pobre  hombre  mostraba  no  tener  idea  de  lo  que  era 
el  general  Pueyrredón,  quien  conociendo,  ó  no  co- 
nociendo la  renuncia,  había  ya  decretado  esa  y 
otras  destituciones,  seguro  de  que  había  de  hacerse 
obedecer.  Sorprendido  de  tanta  irreverencia,  y  sin 
¡dea  ninguna  del  menosprecio  y  descrédito  en  que 

(3)     Memorias  del  general  Paz,  tomo  I.  pág.   282. 


Y    DEL    SISTEMA    UNITARIO  3ljl 

había  caído,  Rondeau  puso  el  grito  en  el  cielo  y  se 
dirigió  al  Supremo  Director  acriminándolo  por  su 
irrespetuoso  proceder  y  augurándole  que  de  ese 
modo  ((iba  á  levantar  tal  efervescencia  que  desga- 
rraría con  furia  el  agonizante  corazón  de  la  patria». 
El  pobre  hombre  contaba  con  los  avisos  que  le  da- 
ban los  anarquistas  de  Córdoba,  de  Santiago,  y  con 
las  noticias  que  le  venían  de  Buenos  Aires ;  pero 
no  contaba  con  Pueyrredón. 

Este  incidente  produjo  sin  embargo  tanta  alar- 
ma en  el  Congreso,  que  se  trató  de  él  en  sesiones  se- 
cretas y  se  le  recomendó  á  Belgrano  que  tomase  to- 
das las  precauciones  necesarias  para  desbaratar  el 
atentado  que  al  parecer  querían  repetir  en  Jujuy  los 
jefes  del  ejército.  Pero  todo  pasó  sin  novedad :  los 
sediciosos,  según  hemos  visto  en  las  Memorias  del 
general  Paz,  no  encontraron  adhesiones,  y  Ron- 
deau salió  al  fin  del  terreno  de  sus  vergonzosos  y 
funestos  desaciertos. 

A  principios  de  agosto  se  ordenó  que  el  ejército 
retrocediese  á  reorganizarse  y  remontarse  en  Tu- 
cumán.  El  general  Belgrano  salió  á  recibirlo  y  lo 
proclamó  en  las  Trancas :  hizo  acantonar  la  infan- 
tería y  artillería  en  la  Cindadela  (4)  y  la  caballería 
en  los  Lules,  desde  donde  podía  hacer  movimien- 
tos rápidos  sin  que  el  enemigo  pudiese  vigilarla. 
El  ejército  contaba  entonces  con  2,500  hombres  y 
12  piezas,  inclusas  las  tropas  con  que  Buenos  Aires 
lo  había  reforzado  después  de  la  derrota. 

Fueron  separados  del  ejército,  ó  puestos  en  el 
caso  de  que  se  separasen  ellos  mismos,  los  corone- 

(4)     Véase  este   vol.  V,   pág.    44. 


302  RESTABLECIMIENTO    DEL    CAPITALISMO 

les  French.  Pagóla,  Juan  Ramón  Rojas,  Hortigue- 
ra,  Celestino  Vidal,  algunos  ayudantes  y  varios  ofi- 
ciales de  los  que  habían  formado  en  el  círculo  de 
parásitos  sin  méritos  ni  condiciones  al  lado  de  Ron- 
deau .  y  quedó  encomendada  al  general  Güemes  la 
defensa  de  Salta  y  de  Jujuy,  en  que  tan  heroica  y 
justa  nombradía  adquirió  con  sus  famosos  gau- 
chos, no  sólo  entre  los  patriotas,  sino  señaladamen- 
te entre  las  filas  enemigas,  donde  brillaban  los  sol- 
dados aguerridos  y  sólidos  que  acababan  de  venir 
de  España,  y  con  quienes  las  milicias  de  Salta  dis- 
putaron el  terreno  brazo  á  brazo  en  una  porfía  ven- 
cedora (5) . 

Con  el  acantonamiento  del  ejército  en  Tucumán 
á  las  órdenes  del  general  Belgrano,  el  Congreso 
había  dado  va  un  gran  paso  hacia  la  consolidación 
de  su  legítima  autoridad  sobre  las  provincias  del 
norte.  Pero  el  peligro  no  era  tan  grande  por  ese 
lado  como  el  que  ofrecía  la  situación  anárquica  y 
desquiciada  en  que  se  hallaba  Buenos  Aires.  Pre- 
valecía allí  con  inaudita  violencia  la  idea  de  no  ad- 
mitir eji  su  seno  la  persona  ni  la  autoridad  concen- 
trada del  Director  Supremo,  y  de  mantener  á  toda 
costa  la  autonomía  absoluta  en  que  se  hallaba  la 
provincia  después  de  la  caída  del  general  Alvear  y 

(5)  El  sentido  de  la  palabra  gauchos  no  era  el  de  cam- 
pesinos cerriles  que  tiene  directamente  tomada,  sino  un 
nombre  de  guerra  adoptado  para  halagar  el  orgullo  popu- 
lar, como  el  de  cosacos,  cántabros,  zuavos,  etc.,  dados  á 
ciertos  cuerpos  con  el  mismo  fin  en  otras  naciones.  Al  ha- 
blar de  la  terrible  nombradía  que  adquirieron  en  las  filas 
españolas,  aludimos  á  lo  que  dice  de  ellos  el  general  Gar- 
cía Camba  en  sus  Memorias,  vol.    I.  pág.   231   y  240. 


Y    DEL    SISTEMA    UNITARIO  393 

del  plebiscito  de  1815.  Desde  181 2  existía  en  Bue- 
nos Aires  un  partido  inquieto,  argumentador  é  im- 
buido en  ideas  democráticas,  que  miraba  á  Puey- 
rredón  como  un  ricacho  orgulloso  y  de  grandes  ma- 
neras, naturalmente  mandón  y  harto  capaz  de  go- 
bernar con  excesiva  energía  si  se  le  dejaba  tomar 
pie  en  la  ciudad.  Con  este  partido  se  había  combi- 
nado el  movimiento  autonómico  que  por  el  mo- 
mento era  la  bandera  de  casi  toda  la  provincia;  y 
no  sólo  el  pueblo  ó  la  parte  de  él  que  por  su  propia 
agitación  usurpaba  este  nombre  y  su  carácter  po- 
lítico, se  había  desatado  contra  el  nuevo  Director, 
sino  que  las  personas  de  mayor  nota  social  creían 
que  por  lo  menos  era  imprudentísimo  que  el  Con- 
greso se  obstinara  en  imponerlo,  contra  la  voluntad 
manifiesta  del  pueblo,  del  Cabildo  y  de  la  Junta 
de  Observación,  como  lo  prueban  documentos  irre- 
cusables firmados  por  personas  de  la  más  alta  y 
respetable  posición  en  aquellos  días  (6). 


(6)  El  doctor  don  Manuel  Antonio  Castro,  presidente 
del  Alto  Tribunal  de  Justicia  y  uno  de  los  jurisconsultos 
que  más  nombradía  ha  dejado  en  nuestros  fastos  jurídicos, 
le  escribía  al  diputado  Darregueira  en  estos  términos,  que 
muestran  al  vivo  la  situación  en  18  de  mayo  de  1816,  es 
decir,  dos  días  después  de  saberse  en  Buenos  Aires  la  elec- 
ción de  Pueyrredón :  «Compañero  amado:  Antes  de  ayer 
llegó  á  ésta  la  noticia  de  la  elección  que  ha  hecho  el  Con- 
greso en  la  persona  de  Pueyrredón  para  la  Suprema  Direc- 
ción del  Estado.  Yo  personalmente  la  he  celebrado  mucho. 
Encuentro  en  él  calidades  muy  oportunas  para  el  mando  ; 
pero  he  visto  con  mucho  dolor  un  general  descontento  y 
un  peligro  manifiesto  para  el  respeto  debida  al  Congreso. 
Esto  lo  atribuyen  á  la"  causa  de  considerarlo  hombro  de 
partido,  y  rivalizado  con  jefes  de  importancia.   Yo.  poi    mi 


394  RESTABLECIMIENTO    DEL    CAPITALISMO 

Una  de  las  ocurrencias  que  mayor  irritación 
iiabía  causado  á  los  pueblos  de  la  ciudad  era  una 
nota  del  Congreso  comunicada  por  el  Supremo  Di- 
rector al  Director  suplente  de  Buenos  Aires  gene- 
ral Balcarce,  en  que  se  le  decía  que  se  limitase  á 
hacer  cumplir  las  resoluciones  que  se  le  comunica- 
parte,  siguiendo  mi  propósito  de  sostener  á  toda  costa  la 
autoridad  del  Congreso,  como  imico  centro  de  nuestro  po- 
der, y  punto  de  conciliación  de  nuestras  funestas  divisio- 
nes, he  aconsejado  activamente  que  se  defiera  á  su  elec- 
ción, manifestando  cuan  peligrosos  resultados  acarrearía 
un  ejemplo  de  desobediencia.  Sé  que  el  Cabildo,  en  quien 
yo  no  influyo,  pensaba  reclamar  de  la  elección.  Temo  que 
lo  haga  según  lo  estimulan,  y  también  la  Observadora. 
Los  jefes  militares  Dorrego  y  Pinto  se  manejan  con  pru- 
dencia, y  observo  que  no  quieren  ingerirse  en  nada,  para 
que  no  se  diga  que  obraron  ó  causaron  la  discordia.  El 
Director  Provincial  don  Antonio  Balcarce  había  sido  hom- 
bre de  mucho  juicio.  Se  ha  conducido  en  el  mes  de  su  go- 
bierno con  pulso,  con  política,  y  con  entereza  en  medio  de 
los  partidos.  Ha  sabido  contentar  á  los  del  Cabildo,  á  la 
Junta  de  Observación  y  á  los  del  gobierno  de  Alvarez.  Lue- 
go que  supo  el  nombramiento  del  señor  Pueyrredón  le  pres- 
tó ciego  obedecimiento,  publicó  el  bando  de  estilo,  y  empezó 
á  obrar  como  un  delegado  suyo.  Le  doy  á  usted  estas  fieles 
y  puntuales  noticias  para  que  le  sirvan  de  gobierno  en  cir- 
cunstancias tan  delicadas.  Necesito  hablarle  claramente 
por  nuestra  amistad,  y  por  lo  que  valga  para  el  bien  de  la 
patria.  Temo  que  el  Congreso  encuentre  la  opinión  en  re- 
sistencia del  Director  nombrado.  No  quisiera  ver  que  la 
representación  de  los  pueblos  perdiera  un  grado  de  su  res- 
peto, y  de  la  ilusión.  Si  acaso  el  Cabildo  y  la  Junta  de  Ob- 
servación han  representado,  y  si  pesando  los  diputados  las 
reclamaciones  con  la  conveniencia  del  nombramiento,  ha- 
llaren por  bien  reformarlo,  ó  él  renunciare,  le  advierto  á 
usted  que  Balcarce  ó  San  Martín  contentarán  lo  general 
del  pueblo,  y  difícilmente  otro  militar». 


Y    DKL    SISTEMA    UNITARIO  395 

sen  sin  excederse  á  tomar  medidas  de  gobierno  ge- 
neral en  los  asuntos  propios  del  orden  nacional. 
Esto  y  declarar  al  gobierno  de  Buenos  Aires  sim- 
ple agente  provincial  del  Congreso  y  del  Director 
Supremo  que  él  había  elegido,  era  una  misma  cosa, 
é  hizo  por  consiguiente  el  efecto  de  un  atentado  au- 
daz que  amenazaba  la  existencia  misma  de  la  pro- 
vincia. La  supremacía  de  un  Poder  Ejecutivo  re- 
sidente en  Tucumán  bajo  la  presión  de  un  Congre- 
so monárquico,  cuya  idea  era  llevar  la  guerra  al 
Perú  para  establecer  la  capital  argentina  en  Chu- 
quisaca  ó  en  el  Cuzco,  mientras  Buenos  Aires  de- 
bía ser  gobernada  por  un  mero  delegado  de  aquel 
centralismo,  indignaba  al  pueblo.  A  Pueyrredón  se 
le  tenía  como  perulero  (7),  por  sus  pasadas  cone- 
xiones con  aquellas  provincias,  y  en  el  fondo  era 
verdad  que  su  elección  había  nacido  como  una  can- 
didatura repentina  y  de  transigencia,  que  sólo  en 
aquel  sentido  había  inspirado  confianza  á  los  di- 
putados del  interior.  No  llenaba,  pues,  los  deseos 
de  las  pasiones  locales.  Se  habría  querido  un  hom- 
bre más  porteño,  que  fuese  mejor  garantía  del  lo- 
calismo de  la  capital  y  del  mantenimiento  de  la  pa- 
tria, unificada  en  la  pasión  popular  con  la  forma 
republicana. 

Entre  tanto  era  de  todo  punto  imposible  gober- 
nar la  nación,  remontar  los  ejércitos  y  hacerlos  ope- 
rar sin  que  las  autoridades  nacionales  ejerciesen  en 
Buenos  Aires  el  lleno  de  las  facultades  políticas  y 
administrativas  de  un  gobierno  general;  y  esta  ne- 
cesidad apremiante  hacía  indispensable  que  se  ten- 

(7)     Inclinado  á  los  intereses  peruanos. 


3g6  RESTABLECIMIENTO    DEL    CAPITALISMO 

tase  la  prueba  definitiva  y  que  el  Supremo  Director 
se  trasladase  á  restaurar  el  capitalismo  en  el  único 
centro  positivo  y  natural  que  tenía. 

Querían  algunos  que  el  Director  Supremo  mar- 
chase con  suficientes  tropas  para  someter  á  Buenos 
Aires.  Pero  él  se  negó  diciendo  que  tenía  plena 
confianza  en  que  había  de  ser  obedecido  sin  más 
fuerza  que  el  prestigio  que  le  daban  sus  calidades, 
sus  servicios  desde  1806  y  el  influjo  que  su  hon- 
rado patriotismo  ejercía  allí  sobre  la  opinión  pú- 
blica. Si  su  autoridad  había  de  tener  por  base  la 
tiranía  militar  y  el  sojuzgamiento  de  sus  paisa- 
nos (8),  prefería  ser  sacrificado  y  quedar  sin  que 
le  alcanzara  responsabilidad  alguna  en  el  desenfre- 
no de  las  calamidades  que  debían  seguirse.  Por  con- 
siguiente, iría  á  Buenos  Aires  sin  más  apoyo  que 
la  legalidad  de  su  elección  y  la  seguridad  que  tenía 
de  que  todos  habían  de  sentir  y  comprender  que  su 
persona  era  necesaria.  Pero,  para  corroborar  su 
honradez  v  la  autoridad  moral  con  que  pensaba 
allanar  todas  las  dificultades,  era  indispensable  que 
ante  todo  el  Congreso  declarase  inmediatamente  la 
Independencia.  Con  esto  solo,  él  destruiría  todas 
las  intrigas  y  las  calumnias  contra  el  Congreso,  y 
contra  él  mismo,  de  que  andaban  en  acuerdo  con 
Fernando  VII  ó  con  otros  reyes  para  entregarles  el 
país.  No  porque  creyese  que  con  una  simple  decla- 
ración escrita  en  un  papel  habían  de  disminuirse 
las  fuerzas  y  las  ventajas  que  el  enemigo  había  ob- 
tenido en  Rancagua  y  en  Sipe-Sipe,  sino  por  el  in- 

(8)     Este  término  tenía  entonces  el  significado  de  com- 
fatriotas  y  aún  el  de  sztdamericanos. 


Y    DEL    SISTEMA    UNITARIO  397 

flujo  político  que  el  hecho  mismo  debía  producir 
en  el  seno  de  los  pueblos,  sobre  todo  en  el  de  Bue- 
nos Aires,  para  desarmar  á  los  demagogos  que  lo 
agitaban,  y  levantar  el  espíritu  público  por  el  su- 
blime sentimiento  de  una  patria  propia,  libre  é  in- 
dependiente. 

Sin  ernbargo,  una  gran  parte  de  los  diputados 
hacían  oposición  á  las  indicaciones  del  Director. 
«No  quieren  todavía  declarar  la  independencia,  es- 
cribía fray  Cayetano,  porque  dicen  que  no  es  tiem- 
po y  que  es  muy  peligroso.  Aun  les  parece  corto 
el  tiempo  de  nuestra  esclavitud,  y  mucho  rango 
para  un  pueblo  americano  el  ser  libre.  Vamos,  pues, 
fernandeando  por  activa  y  por  pasiva,  casados  con 
nuestras  malditas  habitudes».  Pero  el  general  Bel- 
grano  insistía  de  tiempo  atrás  en  que  se  diese  ese 
decisivo  paso;  San  Martín  lo  reclamaba  de  todos 
sus  amigos;  y  á  uno  de  ellos  que  le  decía  en  estilo 
vulgar  que  el  hacerlo  no  era  soplar  y  hacer  botellas, 
le  contestaba  que  era  mucho  más  fácil  declarar  la 
independencia  que  encontrar  un  solo  argentino  que 
hiciera  una  botella. 

Al  fin  las  cartas  del  general  San  Martín,  la  ore- 
sencia  del  general  Belgrano  y  las  exigencias  del 
nuevo  Director,  acabaron  por  vencer  esas  tímidas 
vacilaciones. 

Y  una  vez  puestos  en  la  pendiente,  los  dipu- 
tados más  avanzados  en  el  influjo 
1816  de   la    mayoría    tuvieron    una    rv- 

Julio8y9     •  unión   privada  el  8  de  julio  por 

la  tarde,  que  entonces  comenzaba 

convencionalmente  á  la  una  p.  m.   Discutieron  el 

asunto:  la  vehemencia  de  los  que  ya  tenían  hecha 


39<^  RESTABLECIMIENTO    DEL    CAPITALISMO 

la  resolución  arrastró  á  los  demás ;  y  todos  queda- 
ron comprometidos  en  que  al  día  siguiente  se  hi- 
ciera moción  de  tratar  sobre  la  Independencia.  Una 
votación  general  apoyó  la  proposición.  El  presi- 
dente del  Congreso  don  Narciso  Laprida,  diputado 
por  San  Juan,  formuló  el  proyecto  con  estas  pala- 
bras :  ((¿  Quiere  el  Congreso  que  las  Provincias  Uni- 
das del  Río  de  la  Plata  formen  una  sola  nación 
libre  é  independiente  de  los  reyes  de  España?»  Una 
aclamación  general  respondió  por  la  afirmativa,  po- 
niéndose toda  la  sala  de  pie,  hasta  que  restablecido 
el  silencio  y  los  calurosos  aplausos  en  que  pro- 
rrumpió la  multitud  de  ciudadanos  que  habían  ocu- 
rrido á  la  barra  y  á  los  patios  de  la  casa,  el  presi- 
dente tomó  el  voto  individual  de  cada  uno,  y  se 
extendió  el  acta  consignando  y  declarando  que  las 
Provincias  Unidas  de  Sud-América  rompían  todos 
los  vínculos  que  las  ligaban  á  los  reyes  de  España, 
que  recuperaban  sus  derechos  é  investían  el  alto 
carácter  de  nación  libre  é  independiente,  quedando 
de  hecho  y  de  derecho  con  amplio  y  pleno  poder 
para  darse  las  formas  que  exigiere  la  patria  y  la 
justicia. 

El  Supremo  Director  y  los  demás  funcionarios 
concurrieron  el  21  del  mismo  mes  á  jurar  la  Inde- 
pendencia en  la  sala  del  Congreso.  El  diputado 
Medrano  hizo  notar  entonces  que  donde  el  acta  del 
9  decía  «independiente  de  los  reyes  de  España,  sus 
sucesores  y  metrópoli»  debía  agregarse  y  de  toda 
otra  dominación  extranjera,  hastacon  la  vida,  ha- 
beres y  fortuna,  para  desautorizar  así  las  calumnias 
que  se  propalaban  de  que  se  estaba  negociando  la 
entrega  del  país  al  rey  de  Portugal.  El  Congreso 


Y    DEL    SISTEMA    UNITARIO  399 

adoptó  la  indicación,  porque  aunque  había  muchos 
diputados  (la  mayor  parte)  decididos  á  seguir  las 
insinuaciones  del  general  Belgrano  en  favor  de  la 
monarquía  incana,  se  creyó  que  esa  adición  no 
contrariaba  el  proyecto  de  erigir  como  casa  reinan- 
te á  la  familia  de  los  incas,  de  la  que  se  decía  que 
andaba  por  el  Perú  un  indio  viejo  que  era  vastago 
genuino  y  notorio  de  Tupac-Amarú,  aquel  que  en 
1782  había  sido  destrozado  á  cuatro  caballos  en  el 
Cuzco. 

A  pesar  de  todo,  nada  bastaba  para  restablecer 
la  quietud  y  la  confianza  en  Buenos  Aires.  A  pre- 
texto de  que  se  trataba  de  humillarlo  bajo  el  do- 
minio de  los  arribeños,  y  de  radicar  este  dominio 
en  una  monarquía  de  indios  y  de  cuícos  sentada 
en  el  Cuzco,  en  Chuquisaca  ó  en  la  Paz,  las  fibras 
de  los  porteños  vibraban  hasta  reventar.  Lo  curioso 
es  que  por  absurda  que  hoy  nos  parezca  esa  indig- 
nación bulliciosa  levantada  por  tan  efímera  cues- 
tión, los  unos  y  los  otros  creían  posible  que  se  con- 
solidase con  ella  un  fuerte  gobierno  allá  en  el  centro 
del  Alto  Perú,  afianzado  en  el  apoyo  de  las  razas 
conquistadas  cuyos  antiguos  reyes  ó  incas  se  les 
prometía  rehabilitar.  Los  unos  temían  la  ruina,  la 
humillación,  la  desaparición  de  Buenos  Aires  en 
cuanto  se  entronizase  este  monstruoso  sistema;  y 
los  otros  se  lisonjeaban  con  la  perspectiva  de  que 
ellos  eran  los  que  desde  su  cuna  natal  iban  á  go- 
bernar esa  grande  y  arqueológica  monarquía,  po- 
niendo sus  manos  al  fin  sobre  los  díscolos  de  las 
riberas  del  Plata.  Parece  fábula,  pero  era  verdad; 
y  no  sólo  eran  los  espíritus  vulgares  é  inconscien- 
tes los  que  lo  creían  hacedero,  sino  personajes  de 


400  RESTABLECIMIENTO    DEL    CAPITALISMO 

primera  línea  en  el  Congreso  y  en  el  país.  Oigamos 
á  uno  de  los  más  respetables :  «Se  dice  por  aquí 
que  el  Congreso  piensa  seriamente  en  una  monar- 
quía constitucional  con  la  mira  de  fijar  la  dinastía 
en  la  familia  de  los  incas.  ¡  Compañero  estimadísi- 
mo! Si  esto  es  verdad,  yo  respetaré  á  cada  uno  de 
esos  honorables  diputados,  como  á  un  Dios  de  la 
patria :  yo  los  llamaré  salvadores  del  país,  yo  los 
tendré  siempre  por  autores  de  nuestra  felicidad ;  v 
usted  sabe  mi  opinión  en  este  gran  negocio.  Mu- 
chas veces  hablamos  con  la  cordialidad  y  confianza 
más  ingenua  sobre  esto,  y  concordábamos  en  que 
este  gobierno  sería  el  único  capaz  de  terminar  la 
Revolución.  Yo  no  he  dejado  desde  entonces  de 
propagar  mi  opinión  :  soy  entusiasta  por  ella.  Mo- 
narquía, compañero;  monarquía  nuestra,  bajo  de 
una  Constitución  liberal ;  y  cesarán  de  un  golpe  las 
divergencias  de  las  opiniones,  la  incertidumbre  de 
nuestra  suerte,  y  los  males  de  la  anarquía.  A  más 
de  los  argumentos  que  el  más  vulgar  político  de- 
ducirá de  las  circunstancias  de  nuestra  América, 
de  su  localidad,  de  sus  intereses,  de  sus  hábitos,  et- 
cétera, en  favor  de  una  monarquía  temperada,  la 
experiencia  nos  ha  supeditado  el  más  ineluctable, 
después  de  haber  probado  todas  las  formas  repu- 
blicanas infructuosamente.  Todos  los  patriotas  de 
juicio  están  decididos  por  esta  opinión.  He  oído  al 
deán  Funes,  al  doctor  Valle,  al  provisor,  al  doctor 
Chorroarin,  al  coronel  Pinto,  á  todos  nuestros  com- 
pañeros :  ella  es  la  más  conforme  al  sistema  gene- 
ral de  Europa,  á  las  ideas  del  gabinete  de  San 
James  que  mira  hoy  como  una  de  las  mayores  glo- 
rias haber  introducido  en  todas  las  naciones  (á  ex- 


Y    DEL    SISTEMA    UNITARIO  4OI 

cepción  de  España)  su  forma  de  gobierno :  ella 
hará  tomar  á  la  masa  general  de  los  indios  el  inte- 
rés que  no  han  tomado  hasta  aquí  por  la  Revolu- 
ción. Yo  voy  á  sostener  un  periódico  con  la  im- 
prenta que  ha  traído  el  clérigo  Pasos  de  Londres ; 
quiero  empezar  por  los  gobiernos,  y  quiero  que 
usted  me  diga  cuanto  sea  decible,  y  convenga  dis- 
currirse según  las  intenciones  del  Congreso.  Le 
pido  á  usted  perdón,  y  á  mí  compañero  Passo  por 
el  concepto  de  tímidos  en  que  los  tenía.  ¡Cáspita! 
Ahora  los  tengo  por  héroes,  cuando  los  he  visto 
atacarse  los  calzones,  y  decir:  ¡Somos  indepen- 
dientes!» 

No  faltaba  pues  en  Buenos  Aires,  como  se  ve, 
quienes  preconizaran  la  idea  monárquica,  ni  espí- 
ritus timoratos  que  hastiados  de  la  anarquía,  y  ate- 
rrados de  sus  consecuencias  inevitables,  creían  que 
un  trono  era  un  remedio  soberano.  Pero  al  mismo 
tiempo,  las  masas,  los  cívicos  y  los  corifeos  popu- 
lares, la  gente  aquella  que  no  piensa,  pero  que  pre- 
siente, era  toda  demócrata.  Arrancarles  la  repúbli- 
ca era  arrancarles  el  alma :  poco  comprendían  lo 
que  era  una  república,  si  se  quiere;  pero  para  ellos 
la  república  se  llamaba  patria,  y  no  comprendían 
que  pudiera  haber  patria  con  reyes  y  monarcas; 
porque  si  la  patria  era  enemiga  de  los  reyes  de  Es- 
paña, tenía  que  se'rlo  también  de  todos  los  otros 
reyes  del  mundo.  Así  razonaba  el  pueblo  con  esa 
lógica  suya  especial,  algo  enmarañada  quizás,  pero 
clara  y  concluyente  en  su  sentido. 

De  cierto  que  la  parte  popular  y  libre  que  hacía 
sentir  y  prevalecer  sus  opiniones  en  aquel  momen- 
to, no  pensaba  como  el  señor  Castro  ni  como  los 

HIST.    DE   LA   REP.    ARGENTINA.    TOMO  V.  — 26 


402  RESTABLECIMIENTO    DEL    (  APITALISMO 

personajes  cuya  opinión  invocaba  él  con  verdad. 
Por  el  contrario,  este  ridículo  movimiento  que  te- 
nía en  el  general  Belgrano  su  más  fanático  é  ino- 
cente instigador,  chocaba  con  el  sentido  común  y 
con  las  propensiones  de  todos  los  pueblos  de  la  Re- 
pública, tanto  como  con  el  de  Buenos  Aires  donde 
sus  adversarios  no  guardaban  ya  miramiento  con- 
tra el  Congreso,  ni  contra  Pueyrredón,  á  quienes 
suponían  conniventes  en  esta  malhadada  tentativa. 
Las  odiosidades  personales  tenían  una  ancha  en- 
trada en  este  juego  que  en  mucha  parte  era  desleal 
á  causa  de  ellas;  y  los  partidos,  cada  vez  más  exal- 
tados, proclamaban  la  conveniencia  de  que  se  sos- 
tuviera la  autonomía  absoluta  de  la  provincia  de 
Buenos  Aires,  haciéndola  aparecer  á  los  ojos  del 
pueblo  y  de  la  masa  impresionable  como  la  garan- 
tía más  eficaz  contra  la  insensata  pretensión  de  eri- 
gir una  monarquía  incásica  según  los  unos,  ó  de 
imponer  el  imperio  de  la  casa  portuguesa,  que  era 
el  proyecto  verdadero  según  los  otros. 

Por  fortuna  Puevrredón  y  San  Martín  eran  hom- 
bres de  noble  sensatez  y  de  muy  alto  criterio  para 
que  pudiesen  caer  en  esos  errores.  Y  aunque  no 
habían  contrariado  abiertamente  el  candoroso  y  vo- 
luble entusiasmo  del  general  Belgrano,  por  no  mor- 
tificarlo y  por  estar  convencidos  de  que  esta  velei- 
dad había  de  reducirse  á  la  nada,  habían  declarado 
por  cartas,  insinuaciones  y  protestas  personales, 
su  adhesión  al  régimen  republicano,  y  su  conven- 
cimiento de  que  era  menester  sostenerlo  mientras 
se  daba  una  vigorosa  impulsión  á  la  guerra  de  la 
Independencia,  sin  perturbar  el  criterio  ni  las  afec- 
ciones nn^rales  del   país  con   una  cuestión   que  no 


y    DEL    SISTEMA    UNITARIO  403 

ofrecía  medio  alguno  de  ser  resuelta  prácticamente 
en  aquellos  momentos.  Con  esto,  Pueyrredón  ha- 
bía conseguido  tranquilizar  el  ánimo  de  los  dipu- 
tados de  Buenos  Aires,  sobre  todo  de  los  señores 
Sáenz  y  Tomás  Manuel  de  Anchorena,  que  por  pa- 
rentesco y  por  relaciones  de  íntima  amistad  con- 
servaban un  influjo  decisivo  sobre  la  Junta  de  Ob- 
servación. Kl  general  San  Martín,  estrechamente 
emparentado  con  don  Francisco  Antonio  Escalada, 
y  tan  querido  como  respetado  en  esa  numerosa  y 
pudiente  familia  del  municipio,  propició  también 
la  buena  voluntad  del  Cabildo  en  favor  del  Direc- 
tor (9). 

Estaban  va  las  cosas  en  esta  vía  saludable  cuan- 
do el  diputado  señor  Sáenz  llegó  enviado  á  dar  ex- 
plicaciones, y  hacer  sentir  la  suprema  necesidad 
de  que  Buenos  Aires  salvara  la  patria  y  se  salvase 
ella  misma  adhiriéndose  a!  gobierno  instituido  por 
el  Congreso,  Desde  ese  momento,  el  Cabildo  y  la 
Junta  de  Observación  comenzaron  á  separarse  del 
terreno  en  que  antes  se  habían  colocado,  y  acabaron 
por  decidirse  contra  el  autonomismo  anárquico  que 
pretendía  dominarlos.  Pusieron  todo  su  influjo  del 

(9)  En  la  Junta  de  Observación  predominaban  don 
Juan  José  Crist<5bal  de  Anchorena,  don  Felipe  B.  Arana, 
don  José  Antonio  Escalada  y  don  Eduardo  Anchoris.  Dos 
de  ellos  estrechamente  ligados  por  parentesco  con  el  doctor 
Anchorena,  diputado  en  Tucumán  ;  Anchoris  ligado  desde 
la  infancia  con  el  diputado  Sáenz ;  Escalada,  pariente  y 
admirador  de  San  Martín.  En  el  Cabildo  predominaba  de 
una  manera  absoluta  el  altivo  y  honorable  patricio  don 
Francisco  Antonio  Escalada,  suegro  del  general  San  Mar- 
tín ;  y  los  demás  miembros  no  tenían  voz  sino  para  mos- 
trarle  la   más   respetuosa   obsecuencia. 


404  RESTABLECIMIENTO    DEL    CAPITALISMO 

lado  de  Pueyrredón,  y  dejaron  al  Director  local, 
general  Balcarce,  en  una  situación  flotante  en  me- 
dio de  la  efervescencia  popular. 

Pero  lejos  de  que  los  partidos  locales  se  apaci- 
guasen con  el  nuevo  giro  de  aquellas  do^  corpora- 
ciones, acreció  su  exaltación  y  creyeron  ver  en  eso 
una  nueva  prueba  del  horrible  camino  que  hacían 
las  traiciones  y  las  perfidias  contra  la  existencia  y 
la  dignidad  de  la  provincia  de  Buenos  Aires. 

Corrióse  entonces  que  el  Director  Supremo  se 
preparaba  á  dejar  á  Tucumán  para  instalarse  en 
Buenos  Aires ;  y  fué  tal  la  alarma  y  el  alboroto  pro- 
ducido por  este  rumor,  que  en  la  ciudad  y  en  la 
campaña  se  levantaron  manifiestos  y  peticiones  sus- 
critas por  numerosas  y  conocidas  firmas  en  que  el 
pueblo  le  pedía  al  gobernador  intendente  don  Ma- 
nuel Luis  Oliden  que  elevase  sus  súplicas  al  Di- 
rector local  de  la  provincia,  general  Balcarce,  á  fin 
de  que  reclamara  de  cualesquiera  medidas  que  al- 
teraran la  autonomía  legítima  y  soberana  de  que 
ya  se  gozaba.  Después  de  hacerse  en  esos  papeles 
una  reseña  de  los  desórdenes  y  rivalidades  á  que 
habían  dado  lugar  los  ensayos  de  centralismo  ad- 
ministrativo que  desde  1810  se  habían  hecho  para 
establecer  gobiernos  generales,  decían  que  la  causa 
era  el  haber  sido  Buenos  Aires  la  silla  del  gobierno 
supremo  de  las  provincias,  pues  la  habían  acusado 
por  eso  del  despotismo  que  con  la  reunión  de  todas 
las  autoridades  superiores  había  pretendido  ejercer 
en  los  pueblos...  resultando  la  disolución  social,  y 
la  impotencia  del  gobierno  sentado  en  Buenos  Ai- 
res para  regir  todo  el  Estado.  En  consecuencia  de 
estos  V  de  otros  antecedentes  que  los  peticionarios 


Y    DEL    SISTEMA    UNITARIO  4O5 

detallaban  con  precisión  y  verdad,  declaraban  «que 
el  pueblo  de  Buenos  Aires  quiere  y  desea  pública  y 
notoriamente  reducirse  á  una  provincia  como  las 
demás;  que  rehusa  ser  capital,  y  quiere  como  to- 
das han  querido  y  quieren,  reducirse  á  ser  una  sola 
PROVINCIA  para  gobernarse  como  tal  con  su  admi- 
nistración INTERIOR :  que  reconoce  y  obedece  al 
Supremo  Poder  Ejecutivo  nombrado  por  el  Sobe- 
rano Congreso,  en  cualquier  parte  en  que  fije  su 
residencia,  siempre  que  él  reconozca  esta  delibe- 
ración y  el  Reglamento  de  gobierno  que  ha  de  for- 
marse para  el  Régimen  de  la  Provincia...  que 
ésta  es  la  expresa  voluntad  de  la  campaña  y  pue- 
blos de  Buenos  Aires  manifestada  por  los  peticio- 
narios al  intendente  como  jefe  de  la  provincia  para 
que  la  eleve  al  Excelentísimo  Director  (es  decir, 
al  director  Balcarce,  que  era  el  de  Buenos  Aires)  á 
fin  de  que  el  pueblo  sea  convocado,  como  también 
las  corpKoraciones  y  los  jefes  militares  para  que  oi- 
gan su  voluntad». 

Presentados  estos  manifiestos  el  día  14  de  junio, 
el  intendente  puso  un  decreto  al 
18 16  pie  ordenando  que  todos  los  al- 

Junio  14  caldes  de  barrio  concurriesen  á  su 
casa  el  mismo  día  á  las  cinco  de 
la  tarde,  á  fin  de  inquirir  la  opinión  y  la  voluntad 
del  pueblo.  Reunidos  al  efecto,  se  levantó  una  acta 
á  las  seis  de  la  tarde  en  la  que  todos  los  alcaldes  de- 
clararon unánimemente  que  las  opiniones  del  ma- 
nifiesto eran  el  pensamiento  fiel  y  general  de  todo 
el  vecindario  de  la  capital.  Llegaron  también  á  ma- 
nos del  intendente  iguales  manifestaciones  de  la 
villa  y  de  la  Guardia  de  Lujan,  de  Areco  y  otros 


40t)  RESTABLECIMIENTO    DEL    CAPITALISMO 

pueblos  del  norte.  De  manera  que  la  ciudad,  los 
cívicos  y  los  pueblos  de  la  campaña  estaban  com- 
pletamente alborotados  con  estas  novedades  que 
imprimían  á  la  situación  aquella  vivacidad  febril 
y  efímera  que  hace  tan  hermosa,  y  tan  lamentable 
al  mismo  tiempo,  la  historia  de  las  ciudades  grie- 
gas. Nuestro  país  pasaba  por  uno  de  esos  períodos 
de  confusión  general  que  preceden  á  las  grandes 
tormentas. 

...furit  cBstus  arenas.   - 

Trabóse  entonces  una  acalorada  discusión  sobre 
la  forma  en  que  debía  ser  oído  el  pueblo  que  hacía 
estas  manifestaciones.  Si  en  Cabildo  abierto,  como 
se  había  hecho  en  los  conflictos  anteriores  desde 
la  época  de  las  invasiones  inglesas,  ó  bien  organi- 
zando con  urgencia  oficinas  receptoras  de  votos 
para  que  el  pueblo  eligiese  representantes  que,  co- 
mo apoderados  suyos,  examinasen,  discutiesen  y 
resolviesen  sobre  el  grave  negocio  de  la  erección  de 
la  provincia  con  separación  fundamental  entre  su 
régimen  interno  y  el  régimen  nacional. 

Los  que  pedían  Cabildo  abierto  buscaban  como 
hacer  presión  por  medio  de  los  cívicos  del  2."  ter- 
cio (10)  V  del  tumulto  popular.  Los  que  pedían  que 
se  nombrasen  representantes  para  discutir  y  resol- 
ver el  asunto  buscaban  dilaciones,  con  una  manera 
de  obrar  en  que  los  influjos  personales  de  la  gente 
decente  pudieran  predominar  y  procurar  una  solu- 
ción tranquila  y  acertada.  Por  lo  demás,  la  cuestión 
no  era  de  fondo,  porque  no  podía  negarse  que  en 

(10)     Compuesto  de  la  infantería  de  los  arrabales. 


Y    DKL    SISTEMA    UNITARIO  407 

uno  ó  en  otro  caso,  era  claro  que  el  triunfo  había 
de  ser  siempre  de  la  misma  mayoría,  ya  fuese  que 
obrara  directamente,  ya  en  forma  electoral;  pues 
era  evidente  que  en  este  último  caso  había  de  nom- 
brar apoderados  que  pensasen  como  ella. 

El  general  Balcarce,   tan   moderado  cuanto,  in- 
capaz de  iniciativa  política,   vacilaba  al  influjo  di- 
verso de  los  jefes  de  cada  facción  que  á  cada  mo- 
mento entraban  á  informarle  de  los  peligros,  de  las 
traiciones,  de  los  complots,  de  las  intrigas  que  se 
estaban   urdiendo,   v  de  los  males'  espantosos  que 
parecían  prontos  á  desatarse  sobre  el  país.  Hombre 
de  bien,   pero  sin  energía  ni  criterio  político,  du- 
daba fatalmente  de  cuál  sería  el  modo  de  acertar. 
El  general  Balcarce  no  sabía  cómo  resolver  con 
acierto  esta  divergencia,  que  si  no 
18 1 6  era  superior  á  sus  alcances,  con- 

junio 17  turbaba  su  juicio  con   dudas  sin- 

ceras acerca  del  modo  en  que  con- 
venía resolverla  para  conservar  la  paz  pública,  ó 
por  lo  menos,  de  acuerdo  con  el  mejor  derecho. 
Perplejo  entre  la  pasión  y  los  argumentos  que  de 
una  y  otra  parte  se  hacían  valer  para  arrastrarlo, 
decidió  tener  una  conferencia  privada  en  su  domi- 
cilio con  el  alcalde  de  primer  voto  don  Francisco 
A.  Escalada,  con  don  Juan  José  Cristóbal  Ancho- 
rena,  doctor  Anchoris  y  dos  ó  tres  miembros  más 
del  Cabildo  y  de  la  Junta  de  Observación.  En  esta 
conferencia  parece  que  el  general  Balcarce  com- 
prendió que  ésta  era  una  emergencia  y  una  cues- 
tión demasiado  grave  para  que  se  resolviese  bien  en 
un  tumulto  popular.  Las  personas  consultadas  se 
retiraron,  pues,  en  la  creencia  de  que  al  día  siguien- 


408  RESTABLECIMIENTO    DEL    CAPITALISMO 

te  se  proclamaría  por  bando  la  elección  de  apode- 
rados en  un  término  prudencial,  para  que  tomasen 
en  consideración  las  peticiones  populares  y  dicta- 
minasen sobre  si  se  había  de  resistir  ó  no  la  reins- 
talación del  Poder  Ejecutivo  nacional  en  la  provin- 
cia de  Buenos  Aires,  ó  mejor  dicho,  el  restableci- 
miento del  régimen  unitario  centralizado  en  la  an- 
tigua capital. 

Algunos  contemporáneos  acusaban  al  doctor 
Tagle,  ministro  predominante,  de  que  era  él  quien 
movido  por  intereses  de  su  particular  ambición, 
había  conseguido  que  el  general  Balcarce  cambiase 
de  resolución  esa  misma  noche  y  se  decidiese  al  fin 
por  la  reunión  de  un  Cabildo  abierto  que  dejara  al 
pueblo  el  derecho  de  fijar  su  voluntad  en  un  nuevo 
plebiscito.  Es  difícil  de  creer  que  un  hombre  tan  ex- 
perto y  tan  práctico  como  Tagle  fuese  ajeno  á  las 
resoluciones  del  general  Balcarce  que  muy  poco  ó 
nada  alcanzaba  de  estas  intrincadas  cuestiones.  En- 
tre tanto,  la  situación  que  el  mismo  Tagle  supo 
granjearse  en  las  administraciones  subsiguientes 
serían  un  motivo  para  que  se  creyese  en  su  absten- 
ción, si  no  fuera  de  sospecharse  también  que  había 
jugado  diestramente  á  la  suerte  de  lo  que  prevale- 
ciese. 

El  hecho  es  que  el  i8  de  junio  amaneció  un  ban- 
do proclamado  y  fijado  en  las  pa- 
1816  redes  de  la  ciudad,  en  el  que  se 

Junio  19  convocaba  al  pueblo  soberano,  á 
todas  las  corporaciones  del  Esta- 
do, y  á  los  notables  vecinos  del  municipio  á  que 
concurriesen  al  Cabildo  abierto  que  debía  tener  lu- 
gar el  19  en  el  templo  de  San  Ignacio.  Se  ordenaba 


Y    DEL    SISTEMA    UNITARIO  4O9 

también  que  al  efecto  se  cerraran  las  tiendas,  alma- 
cenes, talleres  y  que  se  suspendieran  todos  los  tra- 
bajos «á  fin  de  que  todo  el  pueblo  asistiese  y  se  pro- 
nunciase, pues  el  gobierno  quería  oir  la  libre  ma- 
nifestación de  los  ciudadanos,  sin  estorbos  ni  tra- 
bas en  el  uso  de  su  sagrado  derecho».  Semejante 
proceder  indignó  á  la  Junta  y  al  Cabildo.  Los 
miembros  de  este  último  cuerpo  preguntaron  por 
un  oficio  á  los  de  la  Junta  si  pensaban  asistir  á  esa 
asamblea;  y  éstos  les  respondieron  que  habiéndose 
convenido  otra  cosa  con  el  Director  en  la  noche  del 
17,  no  se  daban  por  convocados. 

A  las  cinco  de  la  tarde,  protestando  la  Junta 
contra  el  Poder  Ejecutivo  por  el  atentado  que  había 
cometido,  dijo  de  nulidad  de  todo  lo  que  se  obra- 
se, porque  era  de  ningún  valor  lo  que  se  hiciese 
en  nombre  de  la  provincia  faltando  los  poderes  y 
representantes  de  la  campaña :  que  en  consecuen- 
cia, la  Junta  creía  que  haría  traición  á  sus  sagrados 
deberes  si  enmudeciera  ante  los  riesgos  que  ofrecía 
una  medida  tan  desacertada  como  la  que  el  Direc- 
tor había  tomado. 

El  bando  se  llevó  á  efecto  sin  embargo ;  y  abier- 
ta la  asamblea  popular  se  formuló 
1816  como  cuestión  previa,  si  había  de 

Junio  20         ordenarse  ó  no  que  se  presentasen 
en   ella   el   Director  y   las   demás 
corporaciones.  El  pueblo  ordenó  que  se  presenta- 
sen, nombrando  al  provisor  y  gobernador  del  obis- 
pado  doctor   Achega  y  á  don    Diego  Barros    (ii) 


(11)     Rentista  y  emigrado  chileno,  casado  recientemen- 
te en  la  familia  de  Arana. 


4iO  RESTABLECIMIENTO    DEL    CAPITALISMO 

para  que  fuesen  á  comunicar  el  mandato  del  pueblo 
al  director  Balcarce,  á  la  Junta  de  Observación  y 
al  Cabildo. 

A  pesar  de  la  orden,  sólo  dos  miembros  del  Ca- 
bildo, Barreda  y  Romero,  y  otros  dos  de  la  Junta 
de  Observación,  don  Felipe  B.  Arana  y  don  Miguel 
Irigoyen  le  prestaron  obediencia. 

Aquello  fué  una  verdadera  batahola. 

Los.  diversos  oradores  asaltaban  la  escalerilla  del 
pulpito  para  arengar  al  pueblo  :  se  estropeaban  en 
ella  en  medio  de  la  algazara  que  reinaba  en  el  cen- 
tro y  de  las  voces  que  partían  de  los  otros  puntos 
de  la  iglesia.  Comprendiendo  al  fin  que  era  impo- 
sible que  de  aquello  resultase  una  resolución  cual- 
quiera, don  Juan  Pedro  de  Aguirre,  hombre  enér- 
gico y  de  una  voz  estentórea,  que  gozaba  de  bas- 
tante respetabilidad  por  su  fortuna  y  por  sus  cone- 
xiones con  los  Anchorena,  logró  llamar  la  aten- 
ción, y  que  la  multitud  le  oyese.  Hizo  ver  entonces 
que  aquello  era  vergonzoso,  y  que  no  había  más 
remedio  que  ordenarle  al  Director,  al  Cabildo  y  á 
la  Junta  de  Observación,  que  se  pusiesen  de  acuer- 
do en  formar  urgentemente  un  Reglamento  de  vo- 
tación, á  fin  de  que  el  pueblo  soberano,  ejerciendo 
sus  sagrados  derechos  bajo  definidas  reglas,  dijese 
v  resolviese  si  quería  erigirse  en  provincia,  renun- 
ciando á  ser  capital,  para  tener  un  gobierno  pro- 
pio; ó  si  quería  continuar  en  la  forma  en  que  se 
hallaba,  con  un  Director  Delegado  por  las  auto- 
ridades que  residían  en  Tucumán. 

Al  oir  esto  se  levantaron  numerosas  protestas 
contra  esta  proposición,  siguiéndose  mayor  bulla 
y  mayor  confusión.  Unos  vociferaban  que  si  y  otros 


Y    DEL    SISTKMA    UNITARIO  4I  I 

que  no :  hasta  que  el  mismo  orador,  logrando  otra 
vez  que  se  le  oyera,  dijo  que  había  expresado  mal 
sus  ideas  y  que  lo  que  convenía  era  que  las  tres  au- 
toridades del  Estado  hicieran  de  concierto  el  Regla- 
mento de  votación  que  antes  había  dicho,  para  que 
el  pueblo  de  la  ciudad  y  de  la  campaña  dijese  si 
quería  ser  oído  en  Cabildo  abierto  ó  por  represen- 
tantes, debiéndose  hacer  ese  Reglamento  al  día  si- 
guiente 20  de  junio,  para  que  inmediatamexite  fue- 
se proclamado  por  bando. 

Esto  fué  al  fin  lo  que  se  resolvió ,  y  se  mandó 
labrar  acta  notariada  que  firmaron  el  intendente  go- 
bernador don  Manuel  Luis  de  Oliden,  v  su  secre- 
tario don  Bernardo  Vélez  Gutiérrez. 

En  ese  mismo  día  se  reunieron  el  Director  de- 
legado y  sus  ministros  con  los  miembros  de  la  Jun- 
ta de  Observación  y  del  Cabildo.  De  prisa,  pero  de 
acuerdo  todos  en  que  dada  la  situación  era  menes- 
ter dar  una  juiciosa  cohesión  á  la  Asamblea  y  al 
voto  que  se  pretendía  emitir,  formaron  el  Regla- 
mento que  se  les  había  encargado.  Por  su  prólogo 
se  conoce' bien  lo  azaroso  de  las  circunstancias  en 
que  se  hallaba  la  provincia.  Se  pide  allí  madurez  y 
serenidad  para  un  asunto  de  tanta  gravedad  como 
el  que  se  iba  á  tratar,  para  alejar  el  torrente  de  ma- 
les que  amagaban  la  vida  de  la  patria  y  conseguir 
la  armonía  de  las  tres  autoridades  que  mandaban  en 
la  ciudad.  En  seguida  se  procedió  á  reglamentar 
así  la  votación  :  «i.°  Se  nombrará  una  comisión  com- 
puesta del  coronel  Gazcón  (por  el  Poder  Ejecuti- 
vo), de  don  Felipe  Arana  (por  la  Junta)  y  de  don 
Esteban  Romero  (por  el  Cabildo)  para  recoger  los 
votos  de  la  ciudad  en  la  Sala  Capitular.  2.°  Se  for- 


412  RESTABLECIMIENTO    DEL    CAPITALISMO 

marán  dos  registros  foliados  y  rubricados  para  que 
en  uno  se  escriba  así :  voto  porque  se  oiga  al  pue- 
blo soberano  en  Cabildo  abierto;  y  en  el  otro,  así: 
voto  etc.,  etc.,  por  representantes.  3.°  Que  al  efecto, 
desde  el  día  22  á  las  nueve  de  la  mañana  ocurran 
los  alcaldes  de  barrio  con  sus  tenientes  y  con  todos 
los  ciudadanos  de  sii  cuartel,  trayendo  el  padrón 
(sic)  para  que  se  vote  nominalmente.  4.°  Que  en 
la  campaña  se  haga  lo  mismo,  presidiendo  el  acto 
el  juez  del  partido,  el  cura,  un  teniente  y  dos  veci- 
nos ;  y  que  estos  registros,  sellados  y  lacrados,  se 
remitan,  para  que  abiertos  por  las  tres  autoridades 
del  Estado,  ellas  mismas  hagan  el  escrutinio». 

En  el  Estatuto  formado  después  de  la  caída  del 
general  Alvear  para  que  sirviese  de  pacto  provisio- 
nal constitutivo,  se  había  establecido  que  el  Estado 
costease  un  periódico  con  el  nombre  de  Gaceta  en 
que  se  explicase  al  pueblo  los  asuntos  del  gobier- 
no; y  que  el  Cabildo,  ó^gano  del  pueblo,  costease 
otro  periódico  con  el  nombre  de  Censor,  que  cri- 
ticase al  gobierno  y  debatiese  los  asuntos  con  la 
Gaceta,  á  fin  de  que  las  nociones  y  resoluciones 
del  pueblo  pudieran  formarse  con  previo  examen 
de  las  materias  debatidas.  En  este  conflicto  de  si 
había  de  resolverse  por  Cabildo  abierto  6  por  repre- 
sentación, la  Gaceta  expresaba  la  opinión  del  go- 
bierno, y  defendía  lo  primero.  El  Censor,  que  de- 
bía criticar  al  gobierno,  s-e  decidió  naturalmente 
por  lo  segundo.  Poco  mérito  se  nota  en  los  escritos 
de  uno  y  otro  papel ;  no  pasan  de  ser  lugares  co- 
munes harto  manoseados  y  vagos  como  teoría  y 
destituidos  de  toda  importancia  positiva;  pero  pue- 
den servir  para  mostrar  las  pasiones  y  el  alboroto 


Y    DEL    SISTEMA    UNITARIO  413 

en  que  se  agitaban  las  calles  próximas  á  la  plaza, 
los  portales  del  Cabildo  y  los  cafés,  donde  la  mu- 
chedumbre bullía  y  voceaba  desde  las  primeras  ho- 
ras del  día  hasta  la  noche,  al  mismo  tiempo  que  las 
gentes  pacíficas  se  encerraban  apenas  descendía  el 
sol,  quedando  la  ciudad  en  una  lobreguez  y  en  un 
desamparo  verdaderamente  caótico. 

Recogido  el  voto  popular  en  la  ciudad,  resultó 
que  la  gran  cuestión  orgánica  de 
1 8 16  que   se   trataba,    debía   resolverse 

Junio  22  por  una  Junta  Electiva  de  apo- 
derados nombrados  por  el  pueblo. 
Con  este  resultado',  el  Director  se  consideró  ven- 
cido ,  al  mismo  tiempo  que  la  oligarquía  de  los  Es- 
caladas y  Anchorena,  que  dominaba  en  el  Cabildo 
y  en  la  Junta  de  Observación,  sintiéndose  vence- 
dora, comenzó  á  manifestar  ideas  decididas  de  que 
era  indispensable  destituir  al  general  Balcarce,  cu- 
yas vacilaciones  y  debilidades  ponían  en  gran  ries- 
go la  causa  pública,  autorizando  los  desmanes  de 
una  demagogia  desenfrenada  y  agresiva. 

El  doctor  Castro,  inclinado  en  favor  del  gene- 
ral Balcarce,  á  quien  reputaba  con  justicia  hombre 
sano  y  de  paz,  decía  con  este  motivo:  «El  Cabildo, 
que  parecía  deber  ser  una  autoridad  ó  representa- 
ción media,  que  con  su  intervención  concillase  es- 
tas desavenencias,  no  es  á  propósito  en  la  actuali- 
dad, antes  parece  todo  inclinado  á  una  sola  parte 
for  los  enlaces  de  familia,  que  son  siempre  tan  per- 
judiciales en  los  cuerpos  que  deben  mantener  el 
equilibrio:  pues  un  Anchoris  en  la  Junta  debía  ser 
seguido  de  un  Anchoris  en  el  Cabildo,   un   Esca- 


414  RKSTABLECIMIKNTO    DHL    CAPITALISMO 

lada  debía  ser  seguido  de  un   Escalada  en  el  Ca- 
bildo». 

La  Gaceta  también,  en  un  artículo  melancólico 
del  6  de  julio,  muestra  que  el  gobierno  del  gene- 
ral Balcarce  se  creía  perdido ,  y  pedía  ansiosamente 
una  reconciliación  general,  cuyo  ejemplo  debían  dar 
las  PRIMERAS  AUTORIDADES  de.  la  provincia,  á  fin 
de  que  todos  las  imitasen.  ((El  gobierno,  la  hono- 
rable Junta  de  Observación  y  Excelentísimo  Ca- 
bildo deben  unirse  de  buena  fe,  para  tratar  con  toda 
preferencia  de  una  reconciliación  general.  El  pro- 
yecto no  es  tan  extravagante  como  lo  creen  algunos. 
En  las  disensiones  domésticas,  la  falta  de  comuni- 
cación entre  personas  de  diferentes  opiniones  es 
causa  de  que  se  crean  irreconciliables  con  sus  prin- 
cipios... Representantes,  Cabildos  abiertos.  Uni- 
dad, Federación:  ¿Pretextos!!!...  El  mal  está  en 
el  corazón  de  nosotros  mismos».  Y  para  que  se  vea 
la  insubsistencia  de  las  ideas  y  de  las  opiniones 
acerca  del  sentido  político  de  los  partidos,  y  en  com- 
probación de  lo  que  antes  hemos  dicho  sobre  su 
carácter  puramente  personal,  y  faccioso,  léase  este 
otro  trozo  del  mismo  periódico  oficial  en  el  que  se 
confiesa  esto  con  toda  sinceridad:  ((Cuando  antes 
de  ahora  he  escrito  sobre  federación,  ha  sido  por- 
que yo  la  creía  contraria  á  los  intereses  de  los  mis- 
mos pueblos  que  la  han  proclamado :  entonces  he 
dado  mis  razones  buenas  ó  malas,  v  ahora  me  li- 
mito á  repetir  las  que  aparecen  en  la  pluma  del  Cen- 
sof,  á  saber:  Que  siendo  especialmente  Buenos  Ai- 
res el  único  paraje  de  que  ha  procedido  hasta  ahora 
la  DEFENSA  ORDENADA  del  territorio  del  Estado,  se- 
ría probable  que  con  aquella  novedad,  esa  sombra 


Y    DEL    SISTEMA    UNITARIO  413 

de  orden  con  que  contábatnos  desapareciese.  Pues 
más  imposible  era  entonces  organizar  leyes  gene- 
rales entre  todos  los  pueblos,  para  establecer  el  fe- 
deralismo, que  el  que  las  diese  el  Congreso  Sobe- 
rano después  de  adoptarlo  Buenos  Aires  sin  su  pre- 
vio consentimiento.  Pero  ahora,  que  han  variado 
notablemente  las  circunstancias  en  que  se  hallaban 
no  hace  mucho  tiempo  los  pueblos,  y  que  el  mismo 
Censor  ha  cooperado  con  sus  escritos  á  familiari- 
zar la  idea  de  la  Federación,  juzgo  yo  que  han  he- 
cho bien  los  autores  de  las  presentaciones  en  pro- 
curar con  este  medio  un  orden  fijo,  que  ocupe  el  lu- 
gar de  esa  sombra  de  orden  con  que  no  podemos 
salvarnos». 

En  medio  de  esta  profunda  y  lamentable  anar- 
c|uía,  y  pendiente  todavía  la  situación  de  las  elec- 
ciones de  apoderados  que  se  había  mandado  hacer 
para  que  en  una  junta  ó  congreso  provincial  deci- 
diesen el  conflicto  entre  el  director  Balcarce  y  la 
Junta  de  Observación  unida  contra  él  con  el  Ca- 
bildo, llega  el  7  de  junio  por  la  noche  la  noticia  in- 
dudable de  que  los  portugueses  habían  puesto  en 
marcha  sobre  el  Río  de  la  Plata  una  grande  expe- 
dición marítima  v  terrestre.  Nadie  sabía  si  esta 
agresión  era  el  resultado  de  un  acuerdo  con  Es- 
paña, ó  un  acto  que  tenía  por  objeto  apoderarse 
de  Montevideo  antes  que  llegaran  allí  fuerzas  es- 
pañolas. El  director  Balcarce  lanzó  el  8  una  pro- 
clama angustiosa,  implorando  la  reconciliación  en 
vista  de  tan  amargos  momentos.  Pero  no  tuvo  aco- 
gida. El  Cabildo  y  la  Junta  estaban  resueltos  á  de- 
rrocarlo como  incapaz  de  superar  los  peligros  en 
(jue  s<^  hallaban  el  orden  público  y  la  seguridad  de 


4l6  RESTABLECIMIENTO    DEL    CAPITALISMO 

la  patria.  El  primero  de  estos  cuerpos  lanzó  otra 
proclama  incendiaria  con  fecha  lo  de  julio,  diri- 
gida á  los  argentinos,  «porque  quería  hacerse  oir 
de  ellos,  dice,  en  medio  del  conflicto  á  que  le  redu- 
cía la  gravedad  de  los  tiempos  y  sus  complicadas 
circunstancias».  Habla  en  seguida  «del  furor  de  la 
malicia,  empeñado  con  indomable  tenacidad  en  la 
disolución  del  Estado.  Todos  los  resortes  de  la  ini- 
quidad se  han  puesto  en  juego  para  seducir  el  can- 
dor é  inocencia  de  la  virtud».  Agrega  que  la  odio- 
sidad y  el  despecho  han  llegado  á  su  colmo,  y  que 
hubieran  consumado  «su  depravación»  si  no  hubie- 
se sido  la  fuerza  invulnerable  de  la  opinión.  «Vos- 
otros sois  los  que  habéis  eludido  los  embates  de  la 
malicia  y  de  la  perfidia...  Habéis  visto  promover 
un  provincialismo  extemporáneo...  (12)  y  los  que 
se  comprometieron  en  idea  tan  ajena  á  las  circuns- 
tancias, conocen  que  fueron  sorprendidos  por  un 
rapto  de  irreflexión...  Convencida  la  malicia  de  que 
su  intento  se  frustraba,  ha  tratado  de  introducir  la 

DESUNIÓN  EN  EL  CENTRO  DE  UNIDAD  quC  forman   loS 

cuerpos  cívicos,  para  reentronizarse  con  este  ho- 
rrendo medio  y  bajo  pretextos  capciosos...  y  se  os 
ha  conocido  el  noble  rubor  con  que  veíais  introdu- 
cirse la  maldad  á  roer  vuestro  mismo  seno...  Estos 
sucesos  en  que  forcejea  la  intriga,  si  son  temibles 
en  todo  tiempo,  lo  son  mucho  más  cuando  se  apro- 
xima una  fuerza  extranjera  cuyas  miras  ignoramos, 
pero  que  son  hostiles,  pues  que  emprende  sus  mar- 
chas con  dirección  á  vuestra  misma  posición...  En 

(12)     Expedición  portuguesa   sobre   la    Banda    Oriental. 


Y    DEL    SISTEMA    UNITARIO  417 

momentos  tan  exigentes,  la  patria  reclama  nuestra 
unión  estrecha  para  estar  preparados  contra  toda 
agresión  externa,  y  para  eludir  cualquiera  maqui- 
nación que  tenga  por  fin  la  disolución  del  Estado... 
Si  la  perfidia  trabajare  para  desuniros,  nuestra 
unión  la  confundirá  muy  pronto;  v  la  patria  res- 
pirará llena  de  heroísmo  y  de  gratitud  á  sus  inmor- 
tales hijos  los  ciudadanos  de  Buenos  Aires». 

La  agitación  había  llegado  á  sus  extremos.  Algo 
definitivo  tenía  que  estallar.  En  la 
1816  noche  del  lo,  los  cívicos  del  i .°  y 

Junio  10  3."  tercio  se  habían  puesto  espon- 
táneamente sobre  las  armas  y  ha- 
bían salido  de  sus  cuarteles  á  guarnecer  la  plaza 
municipal.  Los  batallones  de  cazadores  y  de  arti- 
llería que  mandaban  los  coroneles  Dorrego  y  Pinto 
parecían  decididos  á  no  tomar  parte  en  la  lucha 
sangrienta  que  se  preparaba.  Se  creía  que  el  2.°  ter- 
cio de  cívicos,  gente  de  los  suburbios,  estaba  ani- 
mado más  bien  del  rencor  separatista  y  que  obede- 
cería al  director  Balcarce  si  se  le  daba  la  voz  de  ve- 
nir en  su  apoyo :  lo  que  habjía  sido  tremendo  por- 
que los  soldados  de  ese  tercio  tenían  acreditada  su 
bravura  temeraria  con  hábitos  inveterados  de  las 
revueltas.  Pero  el  general  Balcarce,  tan  indeciso  y 
apático  siempre  en  las  cuestiones  de  política  inter- 
na como  bravo  en  los  combates  de  la  causa  nacio- 
nal, carecía  en  aquel  momento  de  ideas  precisas 
sobre  lo  que  le  incumbía  hacer;  y  llevado  de  su  áni- 
mo bondadoso,  honesto  y  moderado,  antes  que 
acudir  á  las  armas  prefirió  esperar  al  día  siguiente 
para  negociar  un  arreglo  conciliatorio. 

HIST.    DE    LA   REP.    ARGENTINA.    TOMO   V.— 27 


41 8  RESTABLECIMIENTO    DEL    CAPITALISMO 

Entre  tanto,  el  Cabildo  y  la  Junta  de  Observa- 
ción se  habían  resuelto  á  dar  un 
1816  golpe  de  Estado,  y  poner  fin  á  las 

Junio  II  resistencias  que  el  partido  provin- 

cialista  levantaba  contra  la  reins- 
talación del  Poder  Ejecutivo  Nacional  en  la  antigua 
capital  que  nunca  era  más  necesaria  que  ahora,  pa- 
ra la  salvación  del  orden  público  y  de  la  indepen- 
dencia. El  1 1  amaneció  fijado  por  las  calles  y  en  los 
lugares  públicos  un  bando  en  el  que  la  Junta  de 
Observación  y  el  Cabildo  declaraban  destituido  al 
general  Balcarce,  y  nombraban  á  don  Francisco  An- 
tonio de  Escalada  y  don  Miguel  de  Irigoyen  (miem- 
bros ambos  de  la  nobleza  vecinal)  con  el  encargo 
de  ejercer  el  gobierno  ínterin  se  comunicaba  lo  acae- 
cido al  señor  Pueyrredón,  apremiándole  que  cuan- 
to antes  viniese  á  instalarse  en  Buenos  Aires  (13). 

El  bando  estaba  concebido  contra  el  general 
Balcarce  con  una  violencia  de  conceptos  que  no  se 
explica  ni  estaba  justificada;  y  la  proclama  mani- 
festaba una  enérgica  decisión  de  restablecer  el  ca- 
pitalismo y  el  régimen  unitario  de  parte  de  aquellos 
mismos  hombres  que  un  año  antes  lo  habían  des- 
quiciado con  enorme  perjuicio  de  la  causa  del  país 
y  del  orden  político,  cuyos  quebrantos  y  tremendos 
peligros  de  la  actualidad  venían  todos  evidentemen- 
te de  la  funesta  convulsión  del  año  1815  que  echó 
por  tierra  la  Asamblea  General  Constituyente  y  el 
directorio  del   señor  Posadas.  Ahora  esos  mismos 

(13)  El  señor  Irigoyen  era  cuñado  del  general  Concha, 
y  tío  por  consiguiente  del  marqués  de  la  Habana.  No  te- 
nía parentesco,  según  creemos,  con  el  doctor  don  Bernardo 
Irigoyen. 


Y    DEL    SISTEMA    UNITARIO  4I9 

hombres  proclamaban  á  voz  en  cuello  la  necesidad 
de  la  reorganización  en  un  bando  solemne  que  iba 
á  ser  el  origen  del  mismo  orden  que  habían  conde- 
nado en  15  de  abril  de  aquel  año  (14). 

(14)  La  honorable  junta  de  observación  y  el  ex- 
celentísimo CABILDO:  Por  cuanto  la  falta  de  cumplimien- 
to del  Director  interino  del  Estado,  brigadier  don  Antonio 
González  Balcarce,  á  los  artículos  que  juró  al  recibirse  del 
mando,  las  inconsecuencias  repetidas  con  que  irregular- 
mente se  ha  regido  para  con  la  honorable  Junta  de  Obser- 
vación y  Excmo.  Cabildo,  el  disimulo  que  le  han  mere- 
cido los  arbitrios  que  en  estos  días  se  han  visto  suscitar, 
y  la-  apatía,  inacción  y  ningiín  calor  observados-  para  pre- 
parar la  defensa  del  país  en  el  peligro  que  amenaza  la 
vida  de  la  patria,  son  otros  tantos  motivos  imperiosos  por 
que  reclama  la  salud  del  pueblo,  y  constituyen  la  imposi- 
bilidad de  poderse  conservar  el  mando  interino  en  manos 
del  expresado  brigadier  don  Antonio  González  Balcarce. 
Por  tanto,  anhelosos  la  honorable  Junta  de  Observación 
y  el  Excmo.  Cabildo  de  calmar  la  inquietud  del  pueblo 
justamente  desconfiado  por  la  indiferencia  de  un  gober- 
nante, en  la  adopción  de  providencias  capaces  de  salvar 
al  país  satisfaciendo  á  sus  angustias  y  zozobras,  han  inti- 
mado el  cese  en  el  mando  interino  de  Director  al  mismo  . 
brigadier  don  Antonio  González  Balcarce  ;  y  en  su  conse- 
cuencia han  nombrado  para  correr  con  el  despacho  del  go- 
bierno una  Comisión  Gubernativa  de  la  dirección  del  Es- 
tado compuesta  de  los  señores  don  Francisco  Antonio  de 
Escalada  y  don  Miguel  de  Irigoyen,  durante  llega  el  ex- 
celentísimo   señor   Director  propietario,   etc.,    etc. 

La  proclama  le  decía  á  los  pueblos  de  la  provincia:  ((El 
estado  imperioso  de  la  necesidad  es  el  que  nos  obliga  á  la 
mutación  que  veis.  No  se  crea  absolutamente  que  Buenos 
Aires  ha  mudado  de  gobierno.  Muy  al  contrario:  el  ansia 
de  sostener  su  gobierno  nacional  le  induce  á  dar  este  paso 
puramente  local  después  de  haber  apurado  todos  los  me- 
dios de  evitarlo.  Nuestras  circunstancias  son  las  más  apu- 
radas.   El   Congreso   Nacional  á  enorme   distancia;  el   Di- 


420  RESTABLECIMIENTO    DEL   CAPITALISMO 

Llegan  en  esto  noticias  de  que  las  tropas  p>or- 
tuguesas  entraban  va  por  diver- 
1816  sos  puntos  de  la  Banda  Oriental. 

Julio  16  El  gobierno  sabia  de  algún  tiem- 

po atrás  que  la  diplomacia  argen- 
tina en  Río  Janeiro  era  connivente  de  esta  invasión 
cuyo  fin  principal  era  perseguir  y  anonadar  á  Ar- 
tigas, para  consolidar  el  orden  en  la  margen  Occi- 
dental del  Uruguay.  Pero  desconfiando  de  que  eso 
fuera  un  mero  pretexto  para  ulteriores  usurpacio- 
nes y  careciendo  de  autoridad  propia  para  tomar 
medidas  decisivas,  procuró  ponerse  en  armonía  con 
el  sentimiento  popular,  y  decretó  una  movilización 
V  armamento  general  de  las  milicias,  con  la  segu- 
ridad de  que  ((el  pueblo  de  Buenos  Aires  sabría  re- 
incorporarse con  su  acostumbrado  heroísmo  y  ocu- 
rrir á  la  defensa  sagrada  de  la  patria». 

Desde  fines  de  junio  habían  llegado  noticias  á 
Tucumán  del  estado  peligroso  en  que  se  hallaba 
Buenos  Aires.  El  riesgo  de  un  desquiciamiento  ge- 
neral era  inmenso  é  inminente.  No  había  que  va- 
cilar; y  el  Supremo  Director,  antes  de  saber  la  des- 
titución  del   general   Balcarce  y  la  erección   de  la 

rector  Supremo  ausente  de  la  capital  ;  una  fuerza  extran- 
jera en  dirección  á  nosotros;  la  (iepravación  en  activo  ejer- 
cicio; todo  reclama  una  medida  vigorosa...  Reunámonos 
todos  bajo  el  influjo  augusto  de  la  unión,  que  así  seremos 
invencibles.  Respetemos  escrupulosamente  la  majestad  del 
gobierno  nacional,  y  nuestra  armonía  se  restablecerá...  Es- 
ta Comisión  Gubernativa  pondrá  en  práctica  laí  medidas 
más  eficaces  para  hacer  respetar  la  seguridad  y  la  digni- 
da(?  nacional,  entre  tanto  que  el  cielo  permite  que  llegue 
á  ponerse  á  nuestro  frente  el  Supremo  Director  nombrado 
por  el  Congreso». 


V    DEL    SISTEMA    UNITARIO  42 1 

Comisión  Gubernativa  que  le  había  sucedido,  re- 
solvió trasladarse  á  la  antigua  capital,  llevando  en 
sus  manos  el  glorioso  pasavante  de  la  Declaración 
de  la  Independencia  hecha  el  9  de  julio. 

El  10  de  julio  por  la  noche  salió  el  señor  Puey- 
rredón  de  Tucumán :  el  15  se  avis- 
18 16  tó  con  el  general  San  Martín  en 

Julio  10  el  punto  Cruz  del  Eje  de  la  cam- 

paña de  Córdoba  según  habían 
convenido  para  preparar  y  realizar  la  expedición 
sobre  Chile  y  la  organización  de  una  logia  masó- 
nica gubernativa.  El  17  se  separaron.  San  Martín 
regresó  á  Mendoza,  y  Pueyrredón  continuó  su  mar- 
cha hacia  Buenos  Aires.  El  28  llegó  á  la  posta  de 
la  Figurita  (hoy  Ramos  Mejia).  Súpose  en  la  ciu- 
dad su  próxima  llegada.  El  Cabildo,  la  Junta  de 
Observación,  las  corporaciones  militares  y  los  tri- 
bunales, el  mismo  general  Balcarce,  y  un  concurso 
numerosísimo  que  corría  á  pie  por  el  camino  de 
San  José  de  Flores,  salieron  á  recibirlo,  y  lo  entra- 
ron como  en  triunfo.  Los  signos  de  la  alegría  y  de 
la  confianza  parecía  que  hubieran  extendido  su  in- 
flujo sobre  todas  las  clases  del  pueblo.  El  buen 
sentido  general  del  país  reaccionaba  visiblemente, 
poniendo  á  la  espalda  los  disgustos  y  las  querellas 
de  los  días  anteriores.  Algo  de  profético  y  de  glo- 
rioso se  cernía  en  el  cielo  de  la  Comuna :  había 
reconquistado  su  preponderancia;  volvía  á  reinar; 
volvía  á  tomar  en  sus  manos  la  causa  de  la  Inde- 
pendencia V  el  manejo  de  los  grandes  intereses  de 
la  nación  ;  podía  esperar  ahora  á  los  soldados  de 
España  segura  de  que  sólo  triunfos,  y  no  más  de- 
rrotas, inscribiría  en  sus  banderas. 


42  2  RESTABLECIMIENTO    DEL    CAPITALISMO 

«(Llegó  por  fin  Pueyrredón  (escribía  el  doctor 
Castro,  con  fecha  3  de  agosto)  y  llegó  como  un  án- 
gel mandado  por  el  cielo  para  librar  á  este  pueblo 
de  la  más  horrorosa  anarquía.  Jamás  había  llegado 
el  furor  de  las  pasiones  á  términos  tan  extremos.  No 
son  de  referirse  los  sucesos  acaecidos.  Basta  decir, 
que  no  había  autoridad  con  autoridad,  hombre  con 
hombre,  ni  amigo  con  amigo;  que  la  calumnia  ha- 
bía sentado  entre  nosotros  su  trono;  que  los  unos 
eran  traidores  respecto  de  los  otros;  que  se  sugirió 
á  los  cuerpos  cívicos  la  más  perjudicial  enemistad 
con  los  veteranos;  que  la  Junta  Observadora  v  el 
Cabildo  sostenían  la  más  funesta  oligarquía  con 
designios  ulteriores,  á  excepción  de  Anchorena  (15) 
y  Pérez,  hombres  de  bien  y  de  juicio;  que  el  tal 
Censor  ó  demonio  jugaba  perfectamente  las  intri- 
gas, como  que  cada  pelotera  le  vale  doscientos  fuer- 
tes de  sueldo  por  la  venta  de  su  pluma  (16)  has- 
ta haber  llegado  á  mil  y  doscientos,  y  la  inviola- 
bilidad, á  manera  de  diputado  nacional,  ó  del  ma- 
gistrado censorio  de  Roma,  cuando  Sarratea  es- 
cribe de  Londres  al  gobierno  que  contengan  la 
pluma  antipolítica  y  pedante  de  este  hombre.  Yo 
me  he  llevado  un  chasco  muy  grande  con  su  amis- 
tad, pues  habiendo  querido  convencerlo  de  la  ne- 
cesidad de  escribir  en  favor  de  la  opinión  del  Con- 
greso, empecé,  y  él  no  quiso  continuar ;  hablando 
pestes  de  la  elección  de  Pueyrredón,  y  después  ha 
hecho  jugar  la  autoridad  del  Congreso  para  sus 
maniobras.   Por  fin,  la   presencia   del   Director   lo 


(15)     Don  Juan  José  Cristóbal  de  Anchorena. 
(lí)     Era  el  redactor  un  habanero  doctor  Valdés. 


Y    DEL    SISTEMA    UNITARIO  423 

HA  CALMADO  TODO.  Los  jcfes  militares  lo  sosten- 
drán, como  se  lo  han  prometido.» 

Vigorosa  y  eficaz  fué,  como  se  ve,  la  primera 
de  las  grandes  soluciones  con  que  el  Congreso  de 
Tucumán  reinstaló  la  integridad  política  de  la  na- 
ción. Después  de  esto,  que  hará  siempre  su  precia- 
da gloria  en  la  historia  argentina,  contrajo  también 
muchos  otros  méritos  que  revelan  verdadera  eleva- 
ción de  espíritu  y  de  sentido  práctico  á  la  vez.  In- 
trodujo en  las  provincias  un  régimen  administra- 
tivo sentado  y  adaptado  á  las  valiosísimas  tradicio- 
nes que  nos  había  dejado  el  régimen  colonial  v  que 
harto  mal  hemos  hecho  en  olvidar  después.  Ese 
régimen  escalonaba  el  servicio  gubernativo,  con 
actividad  propia  en  cada  parte,  por  medio  de  re- 
sortes limitados  en  lo  bajo,  y  ascendentes  hacia  la 
cumbre  en  orden  jerárquico  y  firme  contra  los  em- 
bates de  la  licencia  y  del  desorden.  Ningún  hom- 
bre pensador  y  sano  podía  escapar  entonces  á  los 
recuerdos  de  orden  y  honorabilidad  administrativa 
que  ese  sistema  había  dejado  en  el  país.  Los  exce- 
sos anárquicos  y  las  usurpaciones  del  movimiento 
revolucionario  habían  inspirado  á  todos  el  deseo 
de  hermanar  las  ventajas  de  la  soberanía  nacional 
con  las  condiciones  regladas  y  regulares  del  tiempo 
pasado. 

Los  primeros  pasos  que  el  Congreso  de  Tucu- 
mán dio  en  este  sentido  fueron  acertadísimos  y  fe- 
lices. Transigió  la  peligrosa  disidencia  de  Güemes 
con  Rondeau,  separando  á  este  hombre  inútil  y  des- 
acreditado, para  dejar  sobre  Güemes  el  arduo  en- 
cargo de  contener  á  los  realistas,  encargo  que  des- 
empeñó con  gloria  y  con  éxito  cumplido.  Creó  re- 


424  RESTABLECIMIENTO    DEL    CAPITALISMO 

cursos  para  remontar,  pertrechar,  y  reorganizar  el 
ejército  de  Belgrano,  que  Rondeau  dejaba  aniqui- 
lado, desmoralizado  y  vencido.  Sometió  por  las  ar- 
mas la  sublevación  de  la  Rioja,  y  castigó  con  du- 
reza al  cabecilla  Caparros.  Envió  una  comisión  de 
paz  y  de  persuasión  cerca  de  Artigas,  que  escolló 
como  era  natural.  Pero  aún  así,  teniendo  centrali- 
zadas bajo  su  dirección  y  obediencia  todas  las  pro- 
vincias del  lado  derecho  del  Paraná,  de  Buenos  Ai- 
res á  Salta,  tenía  ya  lo  que  ha  constituido  siempre 
una  de  las  partes  eficientes  de  la  nacionalidad  ar- 
gentina. Trajo  á  estudio  el  régimen  constitutivo  en 
que  debían  funcionar  las  autoridades  públicas  del 
Estado;  reglamentó  el  corso;  trató  de  regularizar 
las  deudas  del  Estado  por  medio  de  una  caja  de 
amortizaciones ;  dio  forma  adecuada  á  las  opera- 
ciones de  la  Aduana.  Llamó  la  atención  del  país 
á  las  cuestiones  entre  una  y  otra  provincia  y  de  sus 
límites  respectivos ;  presentó  una  serie  de  cuestio- 
nes orgánicas  que  libró  á  la  opinión  pública  para 
inspirarse  en  ella  antes  de  tratarlas  y  resolverlas , 
y  por  último,  cooperó  con  una  armonía  y  unifor- 
midad digna  del  mayor  elogio  á  la  pronta  y  cabal 
organización  del  glorioso  ejército  con  que  el  ge- 
neral San  Martín  barrió  de  Chile  á  los  vencedores 
de  Rancagua. 

Así  comenzó  el  Congreso  de  Tucumán.  Pero 
sometido  en  seguida  á  la  fuerza  fatal  de  las  cosas, 
tuvo  que  desprenderse  del  Poder  Ejecutivo  para 
rendirlo  á  la  atracción  irresistible  con  que  Buenos 
Aires  lo  arrastraba  á  su  seno;  y  muy  poco  después, 
obligado  él  también  á  seguir  el  mismo  camino  se 
dejó   absorber,    porque   sólo  así   podía  dejar   cum- 


Y    DEL    SISTEMA    UNITARIO  425 

plido  SU  destino,  que  era  salvar  con  la  Victoria  la 
Independencia  y  el  orden  que  había  consagrado 
con  la  Palabra  y  con  la  Ley. 

Por  desgracia,  con  el  pueril  antojo  de  las  ideas 
monárquicas,  y  con  el  exceso  de  la  centralización 
política  que  le  impusieron  las  circunstancias  fata- 
les de  su  tiempo,  el  Congreso  de  Tucumán,  tras- 
ladado á  Buenos  Aires,  debía  caer,  como  vamos  á 
verlo,  en  la  misma  corriente  en  que  había  sucum- 
bido la  Asamblea  General  Constituyente  de  1814. 
Como  ella  tuvo  que  sostener  una  lucha  desesperada 
contra  la  democracia  inorgánica  que  el  movimiento 
revolucionario  había  puesto  en  agitación,  y  sucum- 
bió también  cuando  ese  mismo  movimiento,  trans- 
portado por  las  armas  á  las  regiones  y  á  las  costas 
del  mar  Pacífico,  le  privó  de  los  brazos  que  él  ha- 
bía armado  para  repeler  á  los  realistas  y  para  sos- 
tener su  obra  orgánica  en  el  suelo  de  la  patria. 

Tres  hombres  le  esperaban  en  ese  fatal  camino: 
dos  de  ellos  tenían  un  valor  verdadero  y  capital : 
Dorrego  y  Moreno  (don  Manuel)  ;  el  otro,  don  Pe- 
dro José  de  Agrelo,  tenía  cierta  importancia  como 
opositor,  por  su  carácter  impetuoso  y  locuaz ;  pero 
era  de  poca  consistencia  y  poco  simpático  en  la 
lucha. 


CAPITULO  XII 

EL    RÉGIMEN    DIRECTORIAL    Y     LAS     PROVINCL4S 
DISIDENTES 

Sumario:  Nueva  situación  de  Santafé. — Elección  del  señor 
Seguí  para  integrar  el  Congreso.  —  Oposición  y  enojo  de 
Artigas. — Desacierto  del  Congreso  en  esta  emergencia. — 
Rompimiento  y  nueva  invasión. — Campaña  terrestre  de 
Díaz-Vélez. — Campaña  marítima  del  general  Irigoyen.^ 
Orden  categórica  del  Supremo  Director  para  que  las 
fuerzas  invasoras  desalojasen  á  Santafé.— Dificultades  de 
la  retirada. — Contratiempos  de  la  escuadrilla  y  de  su 
jefe.  —  Insurrección  del  gobernador  Díaz  en  Córdoba. — 
Campaña  de  don  Juan  Pablo  Bulnes. — Actitud  del  Con- 
greso. —  Derrota  y  captura  de  Bulnes.  —  El  gobernador 
don  Ambrosio  Funes. — Evasión  de  Bulnes.  —  Su  nuevo 
alzamiento.  —  Su  nueva  caída. — Insurrección  del  teniente 
coronel  Borges  en  Santiago  del  Estero.  —  Su  fracaso  y 
su  fin  trágico. 

Puesto  en  posesión  de  Buenos  Aires,  Pueyrre- 
dón  había  resuelto  el  más  importante  y  decisivo  de 
los  problemas  de  la  situación,  Pero  quedábanle  to- 
davía serios  cuidados  por  el  estado  en  que  al  pasar 
había  dejado  las  provincias  de  Córdoba  y  de  San- 
tafé, evidentemente  ligadas  contra  el  gobierno  na- 
cional con  las  del  litoral  dominadas  por  Artigas. 
Por  el  tratado  de  Santo-Tomé  y  por  los  demás  arre- 
glos que  se  continuaron  para  darle  efectos  positi- 
vos, Santafé  debía  haber  quedado  reconocida  como 


LAS    PROVINCIAS    DISIDENTES  427 

provincia  enteramente  autonómica  y  desagregada 
de  Buenos  Aires  á  cuyo  territorio  había  pertene- 
cido siempre  como  distrito  subalterno  :  y  bajo  esta 
condición,  su  gobierno  se  había  comprometido  á 
integrar  el  Congreso  con  un  diputado,  con  lo  cual 
ingresaba  al  seno  de  la  nación.  En  esta  virtud,  fué 
electo  para  ese  puesto  don  Juan  Francisco  Seguí, 
hombre  despierto,  aunque  de  instrucción  liviana, 
sumamente  locuaz,  pero  que  por  estar  completa- 
mente desprovisto  de  carácter,  deslucía  su  mérito 
real  con  ciertos  rasgos  de  charlatanismo  que  lo  ha- 
cían poco  coherente  en  el  seno  de  los  partidos  se- 
rios. De  cualquier  modo  que  hubiese  sido,  su  intro- 
ducción en  el  Congreso  hubiera  tenido  excelentes 
consecuencias.  Pero  como  con  esa  actitud  la  pro- 
vincia de  Santafé  habría  entrado  en  la  comunión 
de  las  que  formaban  la  integridad  política  y  terri- 
torial de  las  Provincias  Unidas  del  Sur,  Artigas 
miró  esos  tratados  como  contrarios  y  atentatorios 
á  su  poder  y  á  la  jerarquía  de  protector  de  los  pue- 
blos litorales  que  él  se  había  dado;  y  no  sólo  rehu- 
só dar  su  consentimiento,  sino  que  ordenó  al  go- 
bierno de  Santafé  que  hostilizase  las  fuerzas  de 
Buenos  Aires  que  se  hallaban  acampadas  todavía 
en  el  Arroyo  del  Medio  á  las  órdenes  de  Díaz-Vé- 
lez.  Esta  tentativa  y  la  orden' violenta  de  romper 
las  hostilidades  hubieran  quizás  producido  el  rom- 
pimiento de  Santafé  con  Artigas  á  no  haber  coin- 
cidido una  fatal  complicación.  El  general  Balcarce, 
Director  suplementario  en  Buenos  Aires,  acababa 
de  recibir,  como  antes  dijimos,  una  nota  del  Con- 
greso en  que  se  le  ordenaba  que  limitase  sus  actos 
de  gobierno  al  régimen  administrativo  interno,  sin 
propasarse  á  cosa  alguna  que  pudiera  alterar  las 


428  EL    RÉGIMEN    DIRECTORIAL 

condiciones  substanciales  de  la  provincia  de  Bue- 
nos Aires.  El  verdadero  objeto  de  esta  nota  era  es- 
torbar ó  prohibir  que  se  tomase  medida  alguna  ten- 
dente á  segregar  la  capital  de  la  obediencia  en  que 
debía  mantenerse  respecto  del  Congreso.  Pero,  da- 
do su  tenor  general,  celebrar,  ratificar  y  cumplir 
un  tratado  que  desmembraba  la  provincia  y  que 
reconocía  la  misma  categoría  política  en  una  frac- 
ción que  no  la  había  tenido,  era  faltar  indudable- 
mente á  lo  ordenado-;  y  después  de  meditada  y  con- 
sultada la  duda,  el  general  Balcarce  defirió  el  caso 
á  la  resolución  del  Congreso.  Allí  la  mayor  parte 
de  los  diputados  representaban  provincias  íntegras 
en  cuyo  seno  había  también  partes  discrepantes  que 
querían  segregarse  y  elevarse  á  la  misma  categoría 
que  los  centros  de  que  antes  habían  dependido,  x^l- 
gunas  de  ellas  lo  habían  conseguido,  y  en  otras  se 
mostraban  aspiraciones  resueltas  á  conseguirlo.  De 
modo,  que  con  el  interés  de  evitar  que  el  caso  de 
Santafé  sirviera  de  antecedente  legal  á  este  frac- 
cionamiento inminente  de  las  antiguas  entidades 
provinciales  del  virreinato  (demasiado  extensas  y 
diseminadas),  el  Congreso  negó  su  consentimiento 
á  la  erección  de  la  provincia  de  Santafé,  cometien- 
do una  injusticia  y  un  error.  Desconocido  así  el 
derecho  de  Santafé  á  integrar  el  Congreso  de  Tu- 
cumán,  volvió  á  quedar  en  estado  de  guerra  con 
Buenos  Aires. 

Cumpliendo,  pues,  implícitamente  la  resolución 
del  Congreso,   el  general  Balcar- 
1816  ce  le  ordenó  al  general  Díaz-Vé- 

Julio  4  lez  que  tomase  posesión  de  San- 

tafé en  los  momentos  mismos  en 
que  sus  adversarios  se  preparabap  á  retirarle  el  go- 


Y    LAS    PROVINCIAS    DIS!i:)E.\TES  429 

bierno  de  la  ciudad.  A  ese  fin  ordenó  que  el  gene- 
ral de  Marina  don  Matías  Irigoyen  (i)  remontara 
el  Paraná  y  combinase  sus  operaciones  con  las 
fuerzas  de  tierra. 

El  12  de  julio  de  1816  apareció  repentinamente 
en  la  boca  del  riacho  á  cuyas  riberas  está  la  ciudad 
de  Santafé,  la  escuadrilla  sutil  de  Buenos  Aires, 
compuesta  de  los  bergantines  el  Belén  y  el  Aran- 
sasú,  dos  cañoneras,  cuatro  faluchos  y  algunos  bo- 
tes. Absteniéndose  por  lo  pronto  de  emprender  hos- 
tilidades directas,  su  jefe  se  manifestó  más  bien 
con  disposiciones  amistosas,  limitándose  á  una  ac- 
titud de  mera  observación  sobre  la  costa  de  En- 
trerríos.  Era  su  mira  probablemente  que  el  gobier- 
no de  Santafé  concentrase  sus  milicias  alrededor 
de  la  ciudad,  para  que  la  división  de  Díaz-Vélez 
pudiese  penetrar  fácilmente  y  sorprender  las  entra- 
das de  la  provincia.  Pero  alarmado  Vera  con  las 
incursiones  que  lafe  partidas  de  Díaz-Vélez  habían 
comenzado  á  hacer  por  el  lado  del  Rosario,  había 
puesto  allí  al  comandante  don  Mariano  Espeleta, 
con  una  gruesa  división  de  milicias  de  caballería. 
Así  fué  que  cuando  Díaz-Vél^z  efectuó  su  entrada, 
Espeleta  pudo  darle  pronto  aviso  á  Vera ;  y  mien- 
tras se  retiraba  delante  de  las  fuerzas  de  los  porte- 
ños, la  provincia  entera  se  iba  poniendo  en  armas : 
es  decir,  montaban  á  caballo  todas  sus  montoneras, 
y  retiraban  del  paso  y  del  alcance  de  los  invasores 
todos  los  ganados,  los  caballos,  y  los  recursos  de 
todo  género.  Díaz-Vélez  tuvo,  pues,   que  marchar 

(l)     Que  como   alférez  de  navio  había  asistido  al    com- 
bate de  Trafalgar  á  bordo  del  navio  Trinidad. 


4.^f^  EL    REGLMEX    DIRECTORIAL 

por  un  país  asolado  y  verdaderamente  desierto.  El 
ejército  porteño  ocupó  la  aldea  (pobrísima  enton- 
ces) del  Rosario,  sin  oposición  ninguna  porque  la 
encontró  abandonada.  Sus  habitantes  se  habían  re- 
tirado con  sus  haciendas  y  familias ;  y  á  medida 
que  Díaz-Vélez  marchaba  hacia  adelante,  las  mon- 
toneras del  Norte,  unidas  á  las  indiadas,  se  con- 
centraban en  las  fronteras  del  Chaco,  contando  con 
que  la  pobreza  y  la  carencia  absoluta  de  todo,  hasta 
de  pastos  y  forrajes,  había  de  obligar  á  los  porte- 
ños á  abandonar  en  derrota  el  terreno  que  venían 
ganando. 

El  26  de  julio  se  hallaba  Díaz-Vélez  á  cinco  le- 
guas de  la  ciudad  de  Santafé;  y 
1816  como  llevara  intención  de  atrave- 

Julio  26  sar  el  río  para  tomarla,  había  or- 

denado que  las  dos  lanchas  caño- 
neras con  cuatro  faluchos  entraran  en  el  riacho  an- 
tes de  amanecer,  á  reconocer  y  asegurar  el  paso  de 
Santo-Tomé.  El  día  amaneció  con  una  de  aquellas 
fuertes  neblinas  de  nuestro  clima  que  impiden  dis- 
tinguir los  objetos  aún  á  cortísimas  distancias.  Na- 
die había  advertido  en  el  pueblo  el  movimiento  ni 
la  situación  de  la  escuadrilla.  Pero  cuando  las  la- 
vanderas, al  bajar  á  la  playa  de  San  Francisco,  se 
dieron  cuenta  con  estupor  del  grupo  de  barquichue- 
los  que  estaban  confusamente  reunidos  en  la  boca 
del  arroyo  de  Fray  Atanasio,  abandonando  despa- 
voridas la  ribera  y  las  ropas  que  iban  á  lavar,  con- 
turbaron la  ciudad  á  gritos  dando  la  voz  de  alarma 
por  el  ataque  inesperado  que  se  les  preparaba.  En 
el  acto  se  tocó  á  generala ;  las  mujeres  se  asilaron 
en  la  iglesia,  llevando  en  sus  m.anos  las  alhajas,  las 


Y    LAS    PROVINCIAS    DISIDENTES  43 1 

ropas  y  los  utensilios  de  más  valor.  Los  hombres, 
sin  distinción  de  edades,  se  reunían  y  se  armaban 
en  la  plaza,  montaban  á  caballo  y  corrían  al  lugar 
del  peligro  capitaneados  por  el  gobernador  Ma- 
riano Vera  y  apoyados  en  una  compañía  de  dra- 
gones que  mandaba  el  capitán  Estanislao  López. 
Este  formó  su  compañía  en  el  Campito,  frente  al 
arroyo,  decidido  á  impedir  que  los  porteños  des- 
embarcasen, mientras  el  gobernador,  seguido  de 
grupos  populares  en  tumulto,  atravesó  el  río,  en 
canoas  los  unos,  á  nado  y  aun  á  pie  otros,  llevando 
por  los  frenos  los  caballos.  Caminando  al  través 
del  monte  y  del  maciegal  de  la  isla,  se  colocó  con 
su  gente  sobre  la  barranca  á  cuyo  pie  estaba  la  es- 
cuadrilla. 

Hallábase  ésta  en  la  más  arriesgada  y  difícil  si- 
tuación. Dos  lanchas  cañoneras  dirigidas  por  hom- 
bres sin  práctica  ni  conocimiento  de  los  lugares, 
estaban  encalladas ;  y  como  el  agua  había  bajado, 
se  habían  tumbado  de  costado,  quedando  solamen- 
te á  flote  las  dos  falúas.  Desde  que  los  grupos  de 
santafecinos  dominaron  la  barranca,  levantaron 
una  gritería  atronadora  y  salvaje,  amenizada  por 
el  continuo  tiroteo  de  las  armas  de  fuego,  y  con  los 
tiros  de  cañón  ó  de  fusilería  que  las  cañoneras  re- 
petían inútilmente,  pues  no  tenían  cómo  ofender 
las  alturas  de  la  barranca.  Alentados  los  santafeci- 
nos con  la  mala  posición  de  la  escuadrilla,  descen- 
dieron animosamente  en  tumulto,  y  perdieron  toda 
esperanza  de  salvarse ;  la  oficialidad  y  las  tripula- 
ciones se  arrojaron  al  agua,  para  ganar  el  lado 
opuesto  de  la  isla,  con  el  fin  de  atravesarla  y  de  lle- 
gar hasta  la  boca  del  arroyo  que  desagua  en  el  Pa- 


432  EL    RÉGIMEN    DIRECTORIAL 

rana,  donde  habían  quedado  los  buques  de  mayor 
calado ,  pero  casi  todos  estos  fugitivos  fueron  to- 
mados ó  muertos.  Los  cuatro  faluchos  abandonaron 
entonces  el  empeño  de  desembarazar  las  dos  caño- 
ñeras  y  se  pusieron  en  fuga  aguas  abajo  hacia  la 
boca,  mientras  los  santafecinos  con  una  algazara 
infernal,  enlazaban  uno  de  los  faluchos,  saqueaban 
las  dos  cañoneras,  y  mataban  á  los  rezagados  que 
se  habían  quedado  ocultos  en  ellas.  Ganaron  en 
esta  jornada,  además  de  algún  dinero,  plata  labra- 
da, víveres  y  pertrechos,  trescientos  fusiles,  mil  y 
tantas  lanzas,  municiones  de  guerra  y  diez  y  seis 
cañones  entre  chicos  y  de  calibre,  que  sacaron  á 
tierra  echando  á  pique  los  cascos  de  las  presas. 

Díaz-Vélez,  seguido  entre  tanto  por  los  grupos 
del  gobernador  de  Santafé,  que  se  había  ya  reunido 
con  Espeleta  y  con  las  milicias  de  Coronda,  se  ade- 
lantó hasta  el  paso  de  Aguirre,  entre  nubes  de 
montoneros,  manteniendo  su  caballería,  con  sus  es- 
casas caballadas  y  el  parque,  al  amparo  de  los  ba- 
tallones de  infantería.  Viendo  Vera  que  sus  medios 
no  eran  bastantes  para  oponerse  á  este  orden  de 
marcha,  mandó  que  todas  las  familias,  las  gentes 
de  la  ciudad,  y  las  demás  que  venían  emigrando 
delante  de  los  porteños,  desde  el  Rosario  y  Coron- 
da, pasasen  al  norte  en  las  carretas  y  carros  que 
les  había  preparado  á  situarse  en  la  Chácara  de 
Andino,  donde  formaron  un  extraño  campamento 
á  la  manera  de  las  razas  emigrantes  de  Asia.  Pre- 
cisamente en  esos  momentos  pasaba  Pueyrredón 
por  la  frontera  de  Santafé  hacia  Buenos  Aires.  Pro- 
fundamente disgustado  de  que  se  hubiese  acome- 
tido aquella  invasión,   le  dirigió  orden   terminante 


Y    LAS    PROVINCIAS    DISIDENTES  433 

á  Díaz-Vélez  que  se  retirase  inmediatamente,  v  co- 
misionó al  doctor  don  Alejo  Castex,  hacendado  res- 
petable del  norte  y  miembro  del  Poder  Judicial, 
q-ue  marchase  á  Santafé  á  negociar  un  restableci- 
miento sincero  de  la  paz,  ó  cuando  menos  de  la 
tranquilidad  en  ambas  provincias. 

La  orden  de  retirarse  delante  de  un  enemigo 
que  lo  seguía  con  saña,  puso  á  Díaz-Vélez  en  la  ne- 
cesidad de  tomar  todas  aquellas  precauciones  con 
que  al  mismo  tiempo  debía  asegurar  su  retirada,  é 
imponer  respeto  á  sus  adversarios.  En  la  mañana 
del  3  de  agosto  vadeó  el  Paso  de  Aguirre.  Pero  al 
salir  del  Monte  de  Noguera  tuvo  que  resistir  y  que 
arrollar  grupos  de  montoneros  que  servidos  por  la 
artillería  que  antes  habían  tomado,  hacían  fuego 
de  cañón  sobre  las  columnas  del  ejército  de  Buenos 
Aires.  Conociendo  Díaz-Vélez  que  los  santafecinos 
estaban  resueltos  á  atacarlo,  apoyó  sus  fuerzas  so- 
bre los  montes  del  Río  Salado,  y  los  rechazó  con 
tal  vigor  que  se  dispersaron  al  caer  la  noche,  reti- 
rándose eñ  grande  confusión  y  desorden  á  la  Chá- 
cara de  Andino,  donde  estaban  las  familias.  Que 
fuera  por  acaso  ó  intencionalmente,  se  incendiaron 
unos  grandes  galpones,  que  dominaban  por  su  vo- 
lumen y  posición  todo  el  paisaje,  y  pudo  verse  en- 
tonces que  el  camino  había  quedado  libre :  aprove- 
chándose de  este  incidente,  Díaz-Vélez  se  puso  in- 
mediatamente en  marcha  sobre  la  ciudad  y  la  ocu- 
pó en  la  madrugada  del  día  4.  Allí  dio  descanso  á 
sus  tropas  atrincherándolas  en  medio  de  aquel  país^ 
que,  como  un  mar  tormentoso,  estaba  todo  suble- 
vado y  conturbado  en  derredor  suyo.  Los  santafe- 
cinos no  podían  intentar  nada  contra  la  infantería 

HIST.    DE   LA   REP.    ARGENTINA.    TOMO   V.— 28 


434 


EL    RÉGIMEN    DIRECTORIAL 


que  guarnecía  la  ciudad;  pero  divididos  en  nume- 
rosas partidas  y  grupos  de  á  caballo,  tenían  en  con- 
tinua alarma  las  tropas  de  la  plaza,  y  acechaban  las 
comunicaciones  entre  la  ciudad  y  los  buques  que 
estaban  estacionados  en  ía  boca  del  riacho ;  de  ma- 
nera que  aun  los  mismos  botes  y  faluchos  que  en- 
traban con   víveres  y  comunicaciones  á  las  orillas 
de  la  ciudad,  corrían  grande  riesgo  de  ser  tomados. 
El  día  9  de  agosto  de  1816  al  notar  que  un  lan- 
chón  de  la  escuadrilla  se  desliza- 
1816  ba  ocultándose  á  ras  del  bosque 

Agosto  9  de  la  ribera,  los  montoneros  pre- 
sumieron que  trataba  de  acercar- 
se á  la  ciudad,  y  pusieron  una  emboscada  de  25 
hombres  en  el  Arroyo  Negro.  El  lanchón  entró,  en 
efecto,  en  el  riachuelo  creyendo  no  ser  visto;  pero 
al  pasar  por  frente  de  la  emboscada,  recibió  á  que- 
marropa una  descarga,  que  hiriendo  á  muchos  de 
los  que  venían  á  bordo,  y  matando  á  otros,  causó 
una  sorpresa  pavorosa  en  los  demás.  Gran  parte  de 
la  tripulación  se  echó  al  agua,  el  lanchón  quedó  sin 
manejo,  y  tuvieron  que  rendirse  los  de  á  bordo,  en- 
tre los  cuales  se  hallaba  nada  menos  que  el  mismo 
jefe  de  la  escuadrilla  don  Matías  Irigoyen  con  el 
teniente  gobernador  de  Santafé  don  Juan  Francisco 
Tarragona,  natural  de  esta  provincia  y  jefe,  como 
antes  vimos,  del  partido  nacionalista  de  ella. 

En  la  necesidad  de  abrirse  camino  y  de  asegu- 
rar su  retaguardia,  Díaz-Vélez  re- 
1816  solvió  atacar  la   Chácara  de  An- 

Agosto  30        diño   donde  estaba   reconcentrado 
el  cuartel  general  de  los  montone- 
ros ;  y  aunque  no  llevó  á  cabo  su  ataque,  consiguió 


V    LAS    PROVINCIAS    DISIDENTES  435 

que  con  una  simple  demostración  la  multitud  de 
gente  y  familias  que  allí  estaba  aglomerada  se  dis- 
persase con  pavorosa  rapidez,  de  lo  cual  se  aprove- 
chó para  pasar  sus  tropas  á  la  Isla  y  tomar  el  ca- 
mino de  la  costa  hasta  San  Nicolás  de  los  Arroyos. 
Los  santafecinos  se  consideraron  vencedores:  Vera 
hizo  coronel  á  Estanislao  López;  pero  muy  poco 
tardó  en  caer  del  poder  empujado  por  este  aspirante 
sagaz  que  desde  entonces  se  hizo,  no  diremos  go- 
bernador, sino  gobierno  vitalicio  de  su  provincia. 
Las  mojitoneras  de  Santafé  tenían  conexiones 
estrechas  y  compromisos  formados  de  alianza  y 
mutua  protección  con  el  gobernador  de  Córdoba 
don  José  Javier  Díaz,  y  con  el  comandante  de  las 
milicias  de  campaña  don  Juan  Pablo  Bulnes,  cabe- 
cillas del  partido  local,  que  aspiraban  á  sacudir  co- 
mo los  de  Santafé  la  obediencia  debida  á  las  auto- 
ridades nacionales.  Cuando  Vera  se  vio  invadido, 
envió  inmediatamente  sus  emisarios  á  Córdoba  pi- 
diendo que  le  mandaran  auxilio  de  tropas.  Díaz, 
que  era  más  bullicioso  de  palabras  que  firme  y  re- 
suelto en  los  hechos,  vaciló  delante  de  las  responsa- 
bilidades que  debía  imponerle  una  sublevación  ar- 
mada, teniendo  por  un  lado  al  Congreso  con  el  ge- 
neral Belgrano,  por  el  otro  á  San  Martín,  y  al  Su- 
premo Director  posesionado  ya  de  los  recursos  de 
la  capital.  Tergiversando,  pues,  con  los  compro- 
misos que  había  tomado  y  sin  atreverse  á  proceder 
de  frente,  cometió  el  error  de  dejarle  toda  la  inicia- 
tiva á  Bulnes,  que,  aunque  enteramente  desprovis- 
to de  capacidades,  era  atrevido,  atrabiliario  y  terco. 
vSin  tomar  en  gran  cuenta  las  vacilaciones  del  go- 
bernador,   Bulnes   reunió  de  suyo  como  500  hom- 


436  EL    RÉGIMEN    DIRECTORIAL 

bres  y  marchó  inmediatamente  á  Santafé  en  abierta 
rebelión  contra  el  Congreso  y  contra  el   Director. 
Pero  en  el  intermedio  se  supo  que  Díaz-Vélez  ha- 
bía evacuado  el  litoral,  v  que  Santafé  no  necesitaba 
de  los  auxilios  que  había  pedido  á  Córdoba.  Esta 
solución  inesperada  dejaba  al  gobernador  artiguis- 
ta  de  Córdoba  solo  y  aislado  en  medio  de  las  auto- 
ridades y  fuerzas  de  que  el  Congreso  podía  dispK)- 
ner  contra  él,  y  procuró  entonces  eximirse  de  res- 
ponsabilidades, condenando  los  procederes  de  Bul- 
nes  como  actos  de  insubordinación  que  estaba  dis- 
puesto á  castigar.  Pero  Bulnes,  que  se  veía  armado 
y  que  contaba  con  el  apoyo  de  su  hermano  el  duc- 
tor don  Eduardo  Bulnes  y  del  doctor  don  Miguel 
del  Corro,  artiguistas  declarados,  jefes  de  familias 
influyentes  en  la  ciudad  y  en  la  campaña,  v  cabe- 
zas  del  partido  anárquico  ó   separatista,    ambicio- 
naba también  el  puesto  de  gobernador  independien- 
te y  absoluto  de  su  provincia  á  la  manera  en  que 
Artigas  V  Vera  lo  eran  en  la  Banda  Oriental  y  en 
Santafé;  y  tomando  pretexto  de  la  nueva  actitud 
en  que  Díaz  trataba  de  colocarse,  regresó  desde  el 
Tío   en   armas   contra   éste.   El   gobernador   reunió 
gente,  pero  al  momento  se  sintió  en  mala  situación. 
De  los  dos  partidos  fuertes  que  figuraban  en  la  pro- 
vincia, el  de  los  Funes  era  nacionalista  á  todo  tran- 
ce y  contaba  no  sólo  con  el  apoyo  del  Congreso, 
sino  con  el  del  Supremo  Director,  que  al  pasar  por 
Córdoba   había  quedado   de  acuerdo  con   el   señor 
don   Ambrosio   Funes  sobre   los  hechos   ulteriores 
con  que  había  de  afirmarse  allí  la  autoridad  nacio- 
nal. El  otro  partido  era  el  de  los  artiguistas,  enca- 
bezado por  los  Corros  y  los  Bulnes,  que  se  habrá 


Y    LAS    PROVINCIAS    DISIDENTES  437 

divorciado  de  Díaz,  para  traer  el  poder  á  sus  ma- 
nos con  más  estrechez  y  firmeza  que  la  que  tenía 
en  manos  de  este  gobernador. 

Bulnes  cayó,  pues,  sobre  Córdoba  en  pocos  días 
y  se  calzó  el  gobierno.  Pero  el  Congreso  no  se  hizo 
esperar :  le  ordenó  al  general  Belgrano  que  pusiese 
en  marcha  una  buena  división  de  tropas,  y  nombró 
gobernador  intendente  de  Córdoba  á  don  Ambrosio 
Funes,  hermano  del  deán  Funes,  pero  otra  cosa 
como  hombre  político  y  de  acción,  pues  todo  lo  que 
el  sabio  sacerdote  tenía  de  flexible  y  de  sumiso  al 
éxito  en  el  poder,  tenía  su  hermano  de  viril  y  de 
consistente  en  sus  ideas  y  en  sus  compromisos.  Lo 
más  singular  era  que  este  nacionalista  en  quien  el 
Congreso  de  Tucumán  depositaba  ahora  toda  su 
confianza  (con  justicia  y  acierto)  era  nada  menos 
que  padre  político  del  mismo  Bulnes  que  se  había 
alzado  contra  las  autoridades,  y  á  quien  se  le  daba 
el  encargo  de  someter. 

El  general  Belgrano  aprestó  y  despachó  con  to- 
da rapidez  la  división  de  tropas  que  se  le  había  pe- 
dido, á  las  órdenes  del  sargento  mayor  don  Fran- 
cisco Sayos. 

No  esperó  el  señor  Funes  el  apoyo  de  la  fuerza 
que  se  le  enviaba  para  tomar  la 
1816  actitud   que  le   daba   su    nombra- 

Xoviembre  4  miento.  Pero  procuró  primero  ver 
si  podía  persuadir  á  su  yerno  que 
le  obedeciese  y  le  entregase  el  mando.  Le  hizo  pre- 
sente con  este  motivo  que  no  se  hiciese  ilusiones, 
pues  si  no  oía  sus  consejos  y  no  obedecía  su  auto- 
ridad, estaba  resuelto  á  armar  la  provincia  y  á  em- 
plear las  fuerzas  veteranas  que  esperaba  hasta  re- 


43^  EL    RÉGIMEN    DIRECTORIAL 

ducirlo,  costase  lo  que  costase.  Todo  fué  en  vano. 
Bulnes  era  recio  é  indómito.  Conocía  el  carácter 
viril  de  su  suegro,  la  influencia  que  tenía  en  la  ciu- 
dad y  en  la  campaña,  la  persistencia  de  sus  ideas 
políticas  en  favor  de  las  autoridades  nacionales,  y 
como  con  todo  esto  estaba  bien  advertido  del  peli- 
gro que  corrían  sus  partidarios,  su  causa  v  su  per- 
sona, echó  mano  del  terror  para  sostener  la  autori- 
dad que  había  usurpado.  Impuso  contribuciones, 
redujo  á  prisión  á  los  amigos  del  gobernador,  azotó 
y  fusiló  también  en  la  campaña  del  norte  de  Cór- 
doba á  los  que  no  se  mostraban  solícitos  en  tomar 
las  armas  por  él,  á  términos  que  el  gobernador  Fu- 
nes, aferrado  también  en  no  derogar  su  nombra- 
miento, ni  tergiversar  con  sus  deberes  para  con  el 
Congreso  y  con  el  Director  Supremo,  tuvo  que  elu- 
dir la  saña  de  su  yerno  y  ocultarse,  sin  desistir  por 
esto  de  mantener  continua  comunicación  con  el  co- 
mandante Sayos,  con  el  comandante  de  las  milicias 
de  Rio  Seco  don  Francisco  Bedoya  (i)  y  con  los 
comandantes  de  las  fuerzas  que  guarnecían  la  fron- 
tera del  Chaco,  para  que  marchasen  á  incorporarse 
bajo  las  órdenes  del  primero,  como  en  efecto  lo  ve- 
rificaron el  día  4  de  noviembre  á  20  leguas  hacia  el 
norte  de  la  ciudad  de  Córdoba.  El  comandante  Be- 
doya era  sin  duda  el  más  importante  contingente 
para  el  jefe  de  la  expedición,  por  su  probada  bra- 
vura no  rhenos  que  por  su  carácter  elevado  y  clara 
inteligencia,  como  lo  probó  entonces,  y  después  en 
la   famosa  campaña   contra   José    Miguel    Carrera. 

(2)     Véase  el  suplemento  de  la  Gaceta  del  7  de  diciem- 
bre de  1 8 16. 


Y    LAS    PROVINCIAS    DISIDENTES  439 

Bedoya  pertenecía  además  á  una  de  las  familias 
más  justamente  distinguida  y  aristocrática  de  Cór- 
doba. Manejado  el  Cabildo  por  Bulnes,  intentó  pa- 
ralizar la  marcha  de  Sayos,  para  darle  tiempo  al 
caudillo  de  caer  de  sorpresa  sobre  las  fuerzas  na- 
cionales. Pero  su  comandante,  advertido  á  tiempo 
por  el  gobernador  Funes,  marchó  en  la  noche  ha- 
ciendo un  rodeo  sobre  la  ciudad,  al  mismo  tiempo 
que  Bulnes,  creyendo  sorprenderlo,  se  lanzaba  de 
prisa  sobre  el  campamento  abandonado  donde  le 
suponía. 

De  modo  ciue  quedaron   invertidas  las  posicio- 
nes. La  ciudad,  protegida  por  la 
1816  fuerza  legal,   se  puso  pues  á  las 

Noviembre  8  órdenes  acertadas  y  activísimas 
del  gobernador  Funes,  mientras 
que  Bulnes,  alejado  de  su  centro,  se  vio  en  la  difí- 
cil necesidad  de  venir  á'estrellarse  contra  el  terreno 
ventajoso  en  que  Sayos  y  Bedoya  habían  colocado 
sus  fuerzas.  Dueño  ya  del  éxito,  el  gobernador  in- 
fluyó con  los  dos  jefes  que  habían  venido  á  soste- 
nerlo para  que  tentasen  un  último  esfuerzo  y  per- 
suadieran á  su  yerno,  antes  de  llegar  á  un  choque 
de  armas  y  de  tener  que  imponerle  el  castigo  de  sus 
atentados.  ((Pero  este  joven  inconsiderado  (dice 
aquél  en  su  parte  oficial),  sin  consultar  más  que  á 
los  fogosos  sentimientos  de  su  orgullo,  despreció 
las  proposiciones,  y  se  avanzó  á  intimar  al  coman- 
dante, por  un  oficio  impávido,  que  se  le  entregase 
todo  á  discreción  con  todas  sus  armas.  Remitir  este 
oficio  y  presentarse  con  toda  su  tropa  en  el  campo 
de  batalla,  fué  un  acto  casi  indivisible».  Bulnes 
traía  cuatro  cañones,  y  colocándose  en  el  Bajo  de. 


440  EL    RÉGIMEN    DIRECTORIAL 

Santa  Ana,  rompió  el  fuego  sobre  la  línea  de  wSayós; 
éste  lanzó  sobre  los  insurrectos  un  batallón  vetera- 
no de  cazadores,  «que  marchando  por  entre  los  ár- 
boles y  tapiales  de  las  quintas,  cayeron  con  velo- 
cidad, llenos  de  alegría  y  de  entusiasmo,  sobre  la 
artillería  de  los  montoneros.  Todo  fué  tan  acertado 
y  tan  rápido,  que  en  ocho  minutos  tomaron  la  po- 
sición, poniéndolos  en  completa  fuga,  y  persiguién- 
dolos en  todas  direcciones». 

Este  hecho  militar,  que  por  su  insignificancia 
debería  haber  sido  mirado  como  de  poquísima  im- 
portancia, fué  recibido  por  el  Congreso  y  por  el  Di- 
rector como  uno  de  los  acontecimientos  más  faus- 
tos y  meritorios  que  hubieran  podido  ocurrir,  tal 
era  el  cuidado  que  inspiraba  á  todos  el  estado  ge- 
neral de  las  provincias.  Y  en  efecto,  si  el  desorden 
se  hubiese  radicado,  la  nación  habría  quedado  he- 
cha pedazos.  Las  provincias  del  Norte  y  del  Oeste 
hubieran  respondido  al  movimiento  de  dislocación, 
porque  indudablemente  estaban  inoculadas  del  mis- 
mo mal,  como  se  vio  un  momento  después.  Sayos 
fué  el  héroe  del  momento.  El  Supremo  Director  ex- 
pidió un  decreto  encomiástico  recomendando  d  la 
memoria  y  á  la  gratitud  del  país  el  mérito  de  la  jor- 
nada. «El  eminente  servicio  hecho  á  la  patria  por 
la  tropa  de  línea  y  por  las  milicias  bajo  el  mando 
del  sargento  mayor  graduado  don  Francisco  Sayos, 
que  ha  contribuido  con  heroica  intrepidez  y  fir- 
meza á  la  destrucción  de  los  perturbadores  del  or- 
den... obliga  al  gobierno  á  que  señale  y  apremie  tan 
relevante  mérito  para  con  los  pueblos  de  la  Unión, 
condecorando  á  los  oficiales  y  tropa  con  un  escudo 
de  honor  en  paño  celeste  que  deberán  llevar  sobre 


Y    LAS    PROVINCIAS    DISIDENTES  441 

el  brazo,  con  esta  inscripción  en  letras  de  oro:  Ho- 
nor Á  LOS  Restauradores  del  Orden». 

La  perturbación  producida  en  la  provincia  de 
Córdoba  por  la  rebelión  de  Bulnes  no  pudo  ser  más 
grande  ni  más  profunda.  El  parte  mismo  decía:  ((La 
campaña  se  halla  desolada  por  la  multitud  de  mal- 
hechores á  quienes  ha  favorecido  mucho  el  tras- 
torno de  la  Revolución.  Actualmente  estamos  toda- 
vía sin  los  abastos,  porque  los  unos  huyen  de  la 
ciudad  á  la  campaña,  otros  de  la  campaña  á  la  ciu- 
dad, y  según  avisos  frecuentes  que  tengo  de  aqué- 
lla, innumerables  se  esconden  en  los  montes».  El 
gobernador  Funes  publicó  una  amplia  amnistía  des- 
pués de  la  victoria.  Las  fuerzas  de  Sayos  y  de  Be- 
doya salieron  á  recorrer  la  campaña  para  reponer 
las  autoridades  locales  y  restablecer  la  tranquilidad. 
L  na  de  estas  partidas  tomó  á  Bulnes,  que  traído 
á  la  ciudad  de  Córdoba  fué  puesto  en  prisión,  aun- 
que no  muy  rigurosa. 

Por  grande  fortuna  para  el  orden  nacional  ha- 
bía fallado  la  armonía  de  tiempo  y  de  conformidad 
con  que  se  habían  tramado  todas  estas  conspiracio- 
nes que  respondían  al  artiguismo  y  á  las  aspira- 
ciones de  Moldes  contra  la  elección  de  Pueyrredón. 
La  insurrección  de  Córdoba  estaba  combinada  con 
la  que  debía  encabezar  el  teniente  coronel  don  Juan 
Francisco  Borges  en  Santiago  del  Estero.  Era  Bor- 
ges  un  oficial  de  bastante  mérito,  de  carácter  entero 
y  de  juicio  firme,  que  desgraciadamente  se  había 
ligado  con  Moldes  después  de  haber  pertenecido  al 
partido  de  Rondeau.  Se  habían  confabulado  con  él 
otros  oficiales  del  mismo  lugar  con  el  deseo  de  que 
Santiago  del  Estero  se  constituyese  en  provincia; 


442  EL    RÉGIMEN    DIRECTORIAL 

y  entre  ellos  figuraban  Gonzebat  v  don  Lorenzo 
Lugones,  capitán  de  línea  y  joven  de  bastante  ins- 
trucción y  mérito.  La  sujeción  y  derrota  de  Juan 
Pablo  Bulnes,  los  coatuvo. 

Pero  los  miembros  de  las  familias  de  Corro  y  de 
Bulnes,  con  otros  influjos  de  sus 
1816  partidarios,  habían  logrado  sedu- 

Noviembre  15  cir  al  oficial  Quintana,  español 
y  prisionero  de  Montevideo  que 
había  tomado  servicio  en  el  piquete  urbano  de  Cór- 
doba con  algunos  otros  de  sus  compatriotas  perte- 
necientes á  la  misma  clase.  Los  conjurados  habían 
conseguido  que  Quintana  diese  guardia  el  14  en  la 
cárcel  donde  Bulnes  se  hallaba  preso;  y  el  15  por 
la  madrugada  salieron  armados  por  las  calles;  pren- 
dieron al  gobernador  Funes  y  al  sargento  mayor 
Sayos  que  acababa  de  regresar  á  la  ciudad,  y  man- 
daron avisos  á  Santiago  del  Estero  para  que  Bor- 
ges  cooperase  á  la  insurrección  á  fin  de  darles  tiem- 
po de  recuperar  toda  la  provincia,  deteniendo  la 
marcha  de  las  tropas  que  pudieran  enviarse  contra 
ellos  de  Tucumán. 

Esta  nueva  tentativa  fracasó  en  muy  pocos  días. 
Quintana  se  pusO'  en  disidencia  con  Bulnes:  el  des- 
orden se  produjo  de  tal  manera  entre  ellos,  que 
aquél  destituyó  á  éste,  y  colocó  en  el  gobierno  á  un 
hombre  sumamente  secundario  llamado  don  Fran- 
cisco Urtubey.  Sayos  y  Funes  se  aprovecharon  de 
esta  confusión  para  evadirse  é  incorporarse  con  el 
comandante  Bedoya  que  ya  marchaba  sobre  la  ciu- 
dad á  restablecer  el  orden.  Al  aproximarse  las  fuer- 
zas nacionales  se  sublevó  la  población  ;  y  aterrados 
con  esto  los  anarquistas  se  sometieron  :  entregaron 


Y    LAS    PROVINCIAS    DISIDENTES  443 

las  armas  al  vecino  don  Juan  Andrés  Pueyrredón, 
hermano  del  Supremo  Director,  y  huyeron  en  di- 
rección á  Santafé.  Pero  alcanzados  y  presos, 
Quintana  fué  fusilado  en  Buenos  Aires  en  los  pri- 
meros días  de  1817,  y  Bulnes  fué  amnistiado,  ó 
puesto  en  olvido  si  se  quiere,  después  de  unos  me- 
ses de  prisión,  volviendo  la  autoridad  á  manos  del 
señor  don  Ambrosio  Funes,  que  la  retuvo  el  tiempo 
necesario  para  restablecer  el  orden  y  nada  más,  por- 
que á  pesar  de  su  gran  carácter  no  era  hombre  ami- 
go de  figurar  en  política  ni  de  gobernar. 

Entré  tanto,   contando  con  que  la  nueva  insu- 
rrección de  Córdoba  se  haría  se- 
t8t6  ria    y    fuerte,    Borges,    Lugones, 

Diciembre  4  Gonzebat,  y  los  demás  que  esta- 
ban con  ellos  en  la  misma  conju- 
ración, se  sublevaron  en  Santiago  del  Estero.  Al 
saberlo,  el  general  Belgrano  desprendió  de  Tucu- 
mán  una  división  de  las  tres  armas  al  mando  del 
coronel  don  Juan  Bautista  Bustos  y  del  mayor 
Araoz  de  Lamadrid.  Borges  pudo  haber  comple- 
tado el  armamento  de  que  harto  necesitaba  apode- 
rándose de  un  convoy  de  carretas  cargadas  con  ar- 
tículos de  guerra  y  dinero  que  el  Supremo  Direc- 
tor remitía  al  ejército  de  Tucumán.  Pero  ya  fuese 
por  escrúpulos  de  delicadeza,  por  no  privar  á  las 
tropas  á  que  pertenecía  de  aquellos  socorros  y  bien- 
estar, va  por  no  hacer  el  papel  de  ladrón  público, 
se  abstuvo  de  tocar  el  convoy,  y  lo  dejó  pasar  á  su 
destino,  á  pesar  de  que  ya  venía  en  marcha  la  di- 
visión destinada  á  batirlo,  y  de  que  él  la  esperaba 
con  500  V  tantos  hombres  que  había  reunido.  Se  le 
tenía  por  un  oficial  sumamente  bravo;  pero  opri- 


444  EL    RÉGIMEN    DIRECTORIAL 

mido  quizás  por  remordimientos  y  falto  de  convic- 
ción en  lo  que  había  hecho,  se  puede  decir  que  no 
trató  de  resistir  á  la  fuerza  nacional.  Se  dejó  arro- 
llar por  una  guerrilla  de  25  hombres  que  Lamadrid 
lanzó  sobre  él,  y  huyó  á  la  frontera  solitaria  y  sel- 
vática del  Río  Salado.  Traicionado  allí,  según  se 
dijo,  por  un  pariente  en  cuya  estancia  se  había  asi- 
lado, fué  entregado  al  brazo  militar  del  general  Bel- 
grano,  y  pasado  por  las  armas  inmediatamente,  en 
cumplimiento  de  la  l?y  dictada  para  estos  casos  el 
3  de  agosto  de  aquel  mismo  año.  Grandes  fueron 
los  empeños  que  el  vecindario  de  Tucumán  y  los 
mismos  jefes  del  ejército  hicieron  por  salvar  á  Bor- 
ges ;  pero  el  general  Belgrano  fué  inexorable  é  hizo 
que  la  ley  se  cumpliera.  Lugones  y  Gonzebat  fue- 
ron amnistiados  por  empeños  del  comandante  don 
José  María  Paz,  según  dice  él  mismo.  El  primero 
se  hizo  acreedor  después  á  una  grande  estimación 
pública  por  la  sensatez  y  espíritu  de  orden  de  que 
dio  pruebas  durante  su  vida  como  militar  y  como 
ciudadano.  Es  casi  cierto  que  el  coronel  Borges  hu- 
biera dado  el  mismo  ejemplo ;  pero  el  general  Bel- 
grano, frío  y  resignado  siempre  á  la  letra  de  la  ley, 
creyó  que  las  exigencias  del  orden,  de  la  disciplina 
y  las  costumbres  de  la  época,  le  imponían  ese  sa- 
crificio, que  debió  ser  muy  duro  para  su  corazón. 


CAPITULO  XIII 

LA    OPOSICIÓN    Y    LA    PRENSA    ÜE    LA    CAPITAL 

Sumario:  Vinculación  espontánea  de  los  disturbios  de  la 
capital  y  del  interior. — Vacilaciones  del  criterio  público. 
— Dilema  entre  la  organización  unitaria  ó  la  reforma  fe- 
deral.—  Imposibilidad  de  hacer  una  clasificación  sistemá- 
tica de  los  partidos. — Unitarios  federales  y  federales  uni- 
tairios. — Individualidad  política  de  Buenos  Aires. — EL 
Censor. — La  Gaceta. — Alternativas  de  situación  y  de  in- 
tereses en  las  provincias.  —  La  guerra  contra  España, 
vínculo  de  unión. — Prevenciones  provinciales  del  Con- 
greso de  Tucumán. — Unitarismo  real  de  sus  miembros. — 
El  extravío  de  la  Revolución  de  Mayo  y  pretensión  de 
que  volviera  á  sus  bases  monárquicas.  —  El  general  Bel- 
grano  y  la  rehabilitación  de  la  dinastía  de  los  incas. — 
La  adhesión  de  la  mayoría  del  Congreso. — Diversidad 
de  espíritu  popular  entre  los  pueblos  del  Perú  y  los  del 
Plata.— La  moción  del  diputado  Acevedo.  — índole  repu- 
blicana de  los  pueblos  argentinos.— Contrasentido  de  la 
monarquía  incásica. — Causas  efímeras  de  su  favor.  —  La 
tradición  y  la  leyenda  épica.— Divergencias  de  situación 
social  y  de  raza. — Prestigios  de  la  enseñanza  y  del  fausto 
universitario. — Aristocracia  de  togados  y  profesores.— 
Las  abjuraciones.— Las  masas  indígenas  como  elemento 
militar. — La  discusión  en  el  Congreso. — Las  convulsio- 
nes provinciales. — Aplazamiento  de  la  discusión.  —  Insis- 
tencia del  general  Belgrano.^Las  proclamas.  — Opinión 
de  Rivadavia. — La  Crónica  Argentina.  —  Sus  principios 
republicanos  y  democráticos. — Don  Manuel  Moreno.  — Su 
enemistad  con  Pueyrredón.  — Incompatibilidad  de  las  ra- 
zas y  de   los   tiempos. — La  invasión   portuguesa.  — Sitúa- 


446  LA    OPOSICIÓN 

ción  difícil  del  Director. — Ataques  de  la  Crónica  Argen- 
tina.— Propaganda  contra  la  expedición  á  Chile  y  en  pro 
de  la  giierra  con  Portugal.  —  Inclinación  del  pueblo  en 
este  sentido. — Extravío  de  la  Crónica  Argentina. — Los 
peligros  y  las  condiciones  de  la  prensa  libre. — De  cómo 
el  mucho  número  de  los  periódicos  influye  en  el  despres- 
tigio de  la  prensa. — De  cómo  la  prensa  libre  sólo  tiene 
valor  é  influjo  en  el  régimen  ministerial  parlamentario. — 
Síntomas  de  represión  y  de  autoridad. — La  Gaceta  ofi- 
cial.— Ataque  de  la  Crónica  Argentina  al  Supremo  Di- 
rector.— Alternativa  fatal  entre  la  represión  y  la  revo- 
lución. 

¿  Qué  vínculos  ó  qué  relaciones  secretas  tenían 
estos  aciagos  sucesos  del  interior  con  el  estado  in- 
quietante á  que  los  partidos  de  la  capital  habían 
vuelto  después  de  los  primeros  días  de  la  instala- 
ción del  nuevo  Director  Supremo?  Esta  es  una 
duda  que  hoy  no  tiene  solución  satisfactoria.  Qui- 
zás aparezca  resuelta  algún  día  por  los  papeles  ol- 
vidados en  poder  de  algimas  familias ;  aunque  á 
nuestro  modo  de  ver,  quedará  por  cierto  que  los 
movimientos  convulsivos  de  las  provincias  y  los 
conatos  sediciosos  que  el  gobierno  atribuía  á  los 
partidarios  de  la  capital,  carecían  de  toda  cone- 
xión, y  eran  simples  manifestaciones  del  estado  so- 
cial en  una  y  en  otra  parte. 

El  criterio  político  de  los  hombres,  aún  de  aque- 
llos que  figuraban  en  lo  más  graneado  de  la  bur- 
guesía gubernamental,  flotaba  por  lo  mismo  en  un 
mar  de  incertidumbres,  donde  la  confusión  y  la  in- 
coherencia de  los  hechos  hacía  sumamente  difícil, 
si  no  imposible,  asirse  de  un  principio  inconcuso 
cualquiera  que  pudiese  servir  de  guía  en  medio  de 
aquel  embate  de  propósitos  y  de  pasiones  que  se 


\     LA    PRENSA    ÜE    LA    CAPITAL  447 

excluían  y  se  hostilizaban  invocando  unos  contra 
otros  el  mismo  interés  público  ( i ) . 

La  caída  de  la  Asamblea  General  Constituyen- 
te, y  el  plebiscito  de  1815  eran  pues,  como  se  ha 
visto,  los  dos  sucesos  que  habían  puesto  á  la  opi- 
nión pública  y  al  Congreso  de  Tucumán  frente  á 
frente  con  el  gravísimo  problema  de  resolver  si  la 
reconstrucción  de  la  nacionalidad  argentina  había 
de  hacerse  sobre  la  base  federal  ó  rehacerse  sobre 
la  base  unitaria. 

Pero  cuando  se  da  una  mirada  atenta  á  las  alte- 
raciones políticas  que  forman  la  historia  social  de 
las  provincias  argentinas  en  la  primera  década  de 
la  Revolución,  se  encuentran  dificultades  insupera- 
bles para  formarse  una  idea  precisa  de  lo  que  que- 
ría decir  ejitonces  la  Unidad  ó  la  Federación  en 
boca  de  los  partidos  que  se  combatían ,  y  no  es  fá- 
cil por  cierto  discernir  cuál  era  la  doctrina  orgánica 
en  que  cada  uno  de  esos  partidos  concretaba  sus  in- 
tereses. Si  se  analizan  los  sucesos  y  los  móviles  que 
los  provocaban,  parece  que  no  hubiera  habido  en 
ellos  otra  cosa  que  instintos  disolventes  unas  veces, 
absorbentes  otras,  por  espíritu  local  en  ambos  ca- 
sos. Unos  mismos  hombres  eran  federales  ó  eran 
unitarios  alternativamente  según  cambiaban  las  fa- 
ses de  la  cuestión  capitalismo.  Siempre  que  las  ne- 

(i)  Puede  calcularse  el  desorden  de  las  ideas  por  es- 
tos curiosísimos  conceptos  que  encontramos  en  una  carta 
de  fray  Cayetano  Rodríguez:  (¡Corre  la  noticia,  y  ha  sido 
publicada  en  la  Gaceta,  que  Bonaparte  está  en  la  isla  de 
Santa  Elena.  Ya  se  nos  viene  allegando.  De  repente  ha  de 
aparecer  en  .\mérica.  ¡  Quién  sabe  si  no  es  el  genio  que 
nos  prepara  la  suerte  para  fijar  nuestro  destino!» 


448  LA    OPOSICIÓN 

cesidades  de  cada  momento,  ó  que  el  triunfo  de 
cada  bando  concretaba  el  poder  en  manos  de  los 
elementos  dominantes  de  la  ciudad  de  Buenos  Ai- 
res, la  organización  aparente  se  convertía  en  un  go- 
bierno concentrado  y  de  pura  supremacía  de  hecho, 
que  invocaba  las  doctrinas  de  la  centralización  uni- 
taria como  un  derecho,  ó  como  una  necesidad  del 
m.omento  impuesta  por  el  apremio  de  las  circuns- 
tancias. Pero,  como  los  malos  efectos  de  este  régi- 
men irregular  y  pasajero,  traían  al  instante  las  pro- 
testas y  la  insurrección  de  los  partidos  locales,  ó 
mejor  dicho  de  los  caudillos  que  les  daban  direc- 
ción, producíase  un  movimiento  de  reacción  que 
venía  á  disolver  ese  vínculo  ficticio  en  que  no  esta- 
ban representadas  las  ambiciones,  ni  las  esperan- 
zas, ni  los  derechos  de  los  demás  pueblos  á  la  par- 
ticipación orgánica  de  que  debe  dar  garantías  todo 
gobierno  libre.  Y  entonces,  después  de  una  época 
moralmente  insubsistente  y  más  ó  menos  vaga,  bro- 
taba de  todas  partes  la  guerra  civil,  postrando  al 
país  entero  en  una  situación  enfermiza  é  intolera- 
ble. Los  gobiernos  mismos  que  salían  de  esos  mo- 
vimientos tumultuarios  y  desordenados  de  las  pa- 
siones del  día,  nacían  con  las  necesidades  fatales 
del  egoísmo  político.  Su  primer  anhelo  era  orga- 
nizar su  propio  poder,  con  medios  tanto  más  exa- 
gerados para  consolidarse,  cuanto  mayor  era  el  com- 
paginamiento  de  los  ánimos  y  la  complicación  de 
los  peligros  que  les  rodeaban ;  y  estrechándose  en 
círculos  puramente  personales,  por  lo  mismo  (|ue 
carecían  de  una  base  de  orden  general  y  amplia 
para  todos,  provocaban  en  derredor  suyo  la  repro- 
bación de  la  opinión  piiblica  y  la  animosidad  de  las 


Y    LA    PRENSA    DE    LA   CAPITAL  449 

facciones  que  se  hallab*an  suplantadas.  Nada  de  es- 
table era  posible  obtener  como  hecho  ni  como  doc- 
trina, que  pudiese  servir  de  ley  común  para  enca- 
rrilar la  descomposición  social. 

Cuando  la  dominación  ficticia  de  los  partidos 
de  la  capital,  resistida  de  esta  manera  por  el  loca- 
lismo renitente  de  las  provincias,  y  minada  tam- 
bién por  las  facciones  de  los  descontentos  internos, 
se  derrumbaba  sobre  sus  propios  resortes,  las  apa- 
riencias del  poder  personal  3^  predominante  emigra- 
ban, por  decirlo  así,  á  colocarse  bajo  la  égida  y  el 
prestigio  de  los  caudillos  provinciales ;  y  entonces, 
el  partido  mismo  que  había  invocado  como  una  ley 
de  moral  y  de  justicia  política  la  necesidad  de  salvar 
al  país  y  de  llevar  adelante  la  guerra  d*e  la  Inde- 
pendencia bajo  un  orden  de  poderes  concentrados 
en  sus  manos,  se  apoderaba  de  las  doctrinas  defen- 
sivas del  régimen  federal,  y  tomando  por  bandera 
la  independencia  orgánica,  ó  la  entidad  autonómica 
de  la  provincia  de  Buenos  Aires,  repelía  como  un 
atentado  la  pretensión  de  someterla  á  influencias 
formadas  y  confabuladas  fuera  de  su  recinto,  y  se 
convertía  en  federal,  como  medio  de  resistencia. 

Pero  lejos  de  que  las  provincias  pudiesen  cons- 
tituir entre  sí  un  conjunto  homogéneo  de  intereses 
y  de  propósitos,  que  fuese  apto  para  recibir  y  man- 
tener la  forma  del  gobierno  federal,  con  leyes  efec- 
tivas, y  con  atribuciones  propias  en  la  esfera  co- 
mún, cada  una  aspiraba  á  tener  un  poder  propio 
desembarazado  de  toda  obediencia  recíproca ;  y 
aquellas  en  donde  un  caudillo  dominante  había  traí- 
do á  su  poder  personal  y  despótico  el  contingente 
de  todas  las  fuerzas  populares,  no  entendían  otra 

HIST.    DE    LA   REP.    ARGENTINA.    TOMO   V.  — 29 


45"  LA   OPOSICIÓN 

cosa,  ni  aspiraban  á  otro  resultado  que  á  reatar  en 
su  persona,  y  en  su  poder,  los  elementos  bélicos  y 
gubernativos  que  le  proporcionaban  las  victorias 
de  la  guerra  civil.  De  modo  que  dependiendo  en 
apariencia  las  libertades  federales  para  combatir  el 
predominio  de  la  capital,  trataban  sólo  de  impo- 
ner el  despotismo  de  sus  caudillos,  para  concentrar 
el  poder  militar  en  una  forma  esencialmente  uni- 
taria y  depresiva  de  las  otras  individualidades  que 
constituían  la  nación.  Dada  esta  tendencia,  y  á  cau- 
sa de  ella  misma,  las  diversas  provincias  carecían 
de  cohesión.  FA  caudillo  y  los  intereses  anárquicos 
del  momento  eran  divergentes  entre  ellas ;  y  el  mal 
gobierno  á  que  cada  una  quedaba  así  entregada,  le- 
vantaba naturalmente  en  su  interior  el  enojo  de  los 
oprimidos,  que  para  emanciparse  del  mal  presente 
buscaban  el  apoyo  de  los  partidos  de  la  capital,  ha- 
ciéndose centralistas,  capitalistas  ó  separatistas,  al 
viento  vario  de  esos  mismos  móviles  eventuales  que 
sólo  representaban  los  intereses  bastardos  del  des- 
orden en  cada  emergencia. 

Bajo  semejantes  influjos  no  podía  haber  unita- 
rios ni  federales,  sino  simplemente  bandos  de  ca- 
pitalistas y  de  separatistas.  Así  es  que  las  victorias 
de  la  guerra  civil  y  de  la  anarquía  interna,  hacían 
que  los  centralistas  de  a}'er  fuesen  separatistas  de 
hoy,  y  viceversa,  de  acuerdo  sólo  con  el  propósito 
mudable  de  la  desesperación,  de  la  ambición  ó  de 
las  pasiones  de  cada  día.  En  el  fondo  no  se  trataba 
de  otra  cosa  que  del  predominio  alternativo  de  las 
facciones  personales  puestas  bajo  el  influjo  disol- 
vente del  espíritu  local  y  de  la  anarquía  de  cada 
una  de  las  partes  del  Estado. 


V    LA    PRENSA    DK    LA    CAPITAL  45J 

Nadie  ignoraba  sin  embargo  entonces,  como 
ahora  se  cree,  cuáles  eran  las  condiciones  verdade- 
ras y  legítimas  del  régimen  unitario  ó  del  régimen 
federal.  El  mal  consistía  en  la  fatal  combinación 
y  anarquía  de  los  partidos,  en  la  constitución  des- 
graciada de  los  elementos  sociales,  en  los  intereses 
personales,  que  hacían  impropio  el  momento  y  el 
suelo  del  país,  para  que  pudiese  construirse  algo 
que  en  uno  ó  en  otro  sentido  pudiese  tener  consis- 
tencia. 

Era  sabido  que  un  régimen  unitario  requería  la 
concentración  de  todas  las  fuerzas  políticas  en  una 
capital  que  fuese  no  sólo  ajena  al  patriotismo  local 
de  su  propia  individualidad,  sino  que  fuese  la  pro- 
piedad EXCLUSIVA  de  todas  las  otras  partes  del  país, 
para  que  allí  ellas  pudiesen  gobernar  de  una  ma- 
nera efectiva  y  directa,  por  la  representación  de  los 
intereses  generales,  sin  que  nada  interno  ó  perso- 
nal fuese  obstáculo  al  ejercicio  de  la  nacionalidad 
en  su  más  alta  y  pura  expresión. 

Pero  Buenos  Aires,  con  el  sentimiento  local  que 
le  distinguía  como  á  las  demás  provincias,  con  ese 
patriotismo  interno  y  propio  que  les  daba  á  todas 
ellas  una  individualidad  divergente,  y  que  las  ha- 
cía celosísimas  en  alto  grado  de  la  posesión  de  sí 
mismas,  se  resistía  por  un  lado  á  enajenarse  en  pro- 
vecho de  la  nacionalidad  al  mismo  tiempo  que  por 
otro  lado  era  incapaz  de  dejarse  absorber  y  de  con- 
vertirse ^n  un  mero  accesorio  del  organismo  na- 
cional. 

El  poder  general  se  concentraba,  pues,  en  las 
pequeñas  oligarquías  que  salían  del  triunfo  violen- 
to de  los  partidos;  y  cuando  cada  una  de  las  agre- 


452  LA    OPOSICIÓN 

gaciones  que  lo  constituían  se  desgranaba  v  caía, 
cada  provincia,  y  la  capital  lo  mismo  que  las  de- 
más, echaba  la  mano  al  pedazo  que  más  le  intere- 
saba y  lo  defendía  como  herencia  propia.  Resulta- 
ban, por  consiguiente,  unas  veces  poderes  y  auto- 
ridades de  pura  confabulación,  organizados  sobre 
un  personalismo  audaz  que  por  medio  de  las  armas 
y  del  poder  oficial  oprimían  la  vida  provincial  y  las 
otras  facciones  internas ;  ó  bien  autoridades  y  po- 
deres disidentes  y  anárquicos,  que  encastillándose 
en  su  recinto,  se  emancipaban  de  todo  vínculo  efec- 
tivo, para  oprimir  y  gobernar  á  su  vez  sin  emba- 
razos en  sus  respectivos  pueblos.  La  vida  provin- 
cial, cuyo  derecho  legítimo  á  su  propia  autonomía 
es  incuestionable,  era  pues  oprimida,  hollada,  des- 
trozada por  el  centralismo  unas  veces  y  por  el  cau- 
dillo local  otras.  Y  como  esta  misma  violencia  de 
la  acción  unitaria  ó  de  la  opresión  local  tenía  su  ra- 
zón de  ser  en  las  tropelías  y  en  el  desorden  que  los 
caudillos  y  los  partidos  internos  hacían  prevalecer 
en  cada  provincia,  cuando  éstos  triunfaban  apoya- 
dos por  el  sentimiento  y  por  el  patriotismo  instin- 
tivo de  las  masas  que  defendían  su  suelo  y  su  dere- 
cho, aparecía  una  capa  de  barbarie  pronta  á  des- 
membrar el  país  entero,  y  venía  de  suyo  una  reac- 
ción favorable  al  centralismo. 

El  Censor,  órgano  del  Cabildo,  que  se  inclinaba 
durante  el  período  de  Alvarez-Thomas  á  sustraer 
á  Buenos  Aires  de  las  influencias  provincialistas 
del  Congreso  de  Tucumán,  insinuaba  con  fecha  13 
de  enero  de  18 16  que  debía  aceptarse  la  pretensión 
de  los  pueblos  á  emanciparse  de  la  tiranía  de  una 
capital.  Con  esta  doctrina,  defendida  al  parecer  en 


Y    LA    PRENSA    DE    LA    CAPITAL  453 

nombre  de  los  intereses  de  las  provincias,  lo  que 
se  buscaba  realmente  era  que  desligándose  Buenos 
Aires  de  las  cargas  y  de  las  responsabilidades  que 
le  imponía  la  gerencia  común,  que  tanto  lo  compli- 
caban con  las  perturbaciones  y  con  los  partidos  de 
cada  una  de  las  otras  provincias,  pudiese  concen- 
trarse en  sí  mismo  y  aprovechar  solo  de  todas  las 
ventajas  de  su  situación  y  de  sus  recursos.  El  punto 
de  partida  que  este  pveriódico  daba  al  derecho  fede- 
ral merece  tenerse  presente  para  apreciar  el  fondo 
mismo  de  la  cuestión  práctica,  tal  cual  entonces  se 
ventilaba.  «No  se  diga  nunca  que  queremos  arrojar 
el  vugo  abominable  que  caracterizó  al  dominio  es- 
pañol, y  que  queremos  al  mismo  tiempo  imponer 
ese  mismo  yugo  á  nuestros  hermanos  ;  eso  sería 
querer  un  sistema  contradictorio  y  querer  una  in- 
justicia». En  el  fondo  el  razonamiento  podía  ser 
justo  v  verdadero.  Si  en  una  nación  libre  ha  de  ha- 
ber una  metrópoli  cuyas  oligarquías  y  partidos  in- 
ternos han  de  tener  el  poder  de  imponer  su  yugo 
y  su  anarquía  á  todas  las  otras-  partes  vivas  de  un 
vasto  territorio,  tanto  vale  para  estas  partes,  que 
esa  metrópoli  ó  tirano-ciudad,  esté  colocada  dentro 
como  fuera  de  su  mismo  territorio.  El  centralismo 
despótico  de  Roma  no  era  menos  opresivo  y  tiran- 
te para  los  pueblos  de  Italia  que  para  los  pueblos 
de  España,  de  las  Gallas,  de  África  ó  de  Asia.  Lo 
mismo  podríamos  decir  de  Atenas. 

La  Gaceta,  órgano  del  gobierno  y  del  partido 
político  que  procuraba  centralizar  de  nuevo  ¡os  tro- 
zos del  poder  que  había  dejado  en  tierra  la  caída 
de  Alvear,  esquivaba  la  cuestión,  ya  fuera  porque 
no  comprendiera  su  verdadera  naturaleza,   ya  por- 


454  LA   OPOSICIÓN 

que  comprendiéndola  quisiera  evitar  con  un  sofis- 
ma las  dificultades  insuperables  que  ofrecía,  y  con- 
testaba :  ((Conque  ó  no  es  justo,  según  el  Censor, 
que  las  Américas  se  declaren  independientes  de  Es- 
paña,  ó  ES  INJUSTO  PRETENDER  QUE  LAS  PROVINCIAS 

DEPENDAN  DE  UNA  CAPITAL,  Ó  cs  yugo  el  que  nos 
imponía  el  despotismo  peninsular,  ó  es  yugo  la  de- 
pendencia que  los  demás  pueblos  tengan  de  Buenos 
Aires.  Si  esto  es  así,  ¿  qué  es  lo  que  se  reserva  para 
las  resoluciones  del  Congreso  Soberano?  Confieso 
que  me  asombra  ver  alegada  como  poderosa  esta 
razón.  Sin  embargo,  es  ¡a  razón  favorita  de  los 
afectos  á  la  Federación. 

))¿  Qué  es  lo  que  se  puede  hacer  ? — ^agregaba  la 
Gaceta. — ¿  Se  pretende  que  Buenos  Aires  haga  una 
distribución  de  su  puerto  sobre  el  Océano  entre 
todos  los  pueblos  ?  ¿  Con  esta  sola  ventaja  hará  que 
redunde  en  su  beneficio  la  prosperidad,  el  engran- 
decimiento y  la  dicha  de  las  demás  provincias  in- 
teriores?... Por  más  variaciones  que  sucedan  en  lo 
político,  nadie  le  quitará  jamás  su  posición  local». 
Descendía  entonces  la  Gaceta  á  la  cuestión  de  si  los 
empleos  y  las  explotaciones  del  poder  se  daban  úni- 
camente á  los  porteños  en  la  capital  y  en  las  pro- 
vincias ;  y  rodeando  la  dificultad  ó  el  problema, 
más  bien  que  abordándola  en  su  verdad,  decía:  ((De 
cuatro  Directores  Supremos  uno  solo  ha  sido  de 
Buenos  Aires.  En  el  gobierno  de  don  Gervasio  Po- 
sadas, los  tres  secretarios  de  Estado  eran  provin- 
ciales :  los  gobernadores  de  Cuyo,  Córdoba  y  Tu- 
cumán,  provinciales:  en  una  palabra,  dígase  de 
buena  fe  si  en  Buenos  Aires,  cuando  se  confiere  al- 
gún empleo,  se  pregunta  si  es  nacida  en  él,  ó  en  las 
provincias,  la  persona  destinada  á  servirlo». 


Y    LA    PRENSA    DE    LA    CAPITAL  455 

Entrando  la  Gaceta  un  poco  más  adentro  de  la 
cuestión,  y  aludiendo  á  la  dominación  de  la  Asam- 
blea y  de  Alvear,  decía :  ((Se  dirá  que  bajo  la  de- 
pendencia de  esta  capital  han  sufrido  los  pueblos 
vejaciones...  Pero,  ¿quién  se  queja  con  más  razón 
de  ellas  que  la  capital  misma?  ¿Quién  ha  vengado 
á  los  pueblos  sino  la  capital?  ¿A  cuántos  hijos 
suyos  ha  arruinado  ella  misma,  en  odio  á  su  injusta 
administración?...  Además  de  esto:  no  entraremos 
en  comparaciones  odiosas ;  pero,  ¿  cuántos  pueblos 
no  se  acuerdan  ahora  con  preferencia  de  aquellos 
buenos  tiempos  en  que  reconocían  por  cabeza  á 
Buenos  Aires?  No  digo  yo  que  el  despotismo  de 
algunos  gobernantes  no  haya  sido  causa  de  nues- 
tras desgracias,  ni  que  ellos  no  hayan  merecido  ser 
execrados:  mas,  en  tiempos  de  revolución,  en  me- 
dio de  tantos  obstáculos,  y  en  la  necesidad  de  ha- 
cer tantos  sacrificios,  no  son  siempre  los  gobiernos 
la  causa  de  nuestros  males:  de  muchos  podemos 
reconocernos  autores  los  mismos  gobernados». 

Aunque  por  incidente,  y  quizás  sin  propósito, 
no  hay  duda  que  el  escritor  ponía  aquí  el  dedo  so- 
bre la  llaga  misma.  En  un  país  extensísimo,  donde 
las  entidades  locales  se  hallaban  diseminadas  en 
vastos  distritos,  y  afectadas  por  un  patriotismo  pro- 
vincial arraigado,  era  imposible  que  la  anarquía  y 
que  las  oligarquías  de  una  ciudad  capital,  tuviesen 
tan  acentuado  influjo  sobre  la  suerte  de  las  provin- 
cias, y  que  provocasen  las  quejas  de  despotismo 
que  el  escritor  oficial  confesaba,  sin  que  la  organi- 
zación política  pecase  fundamentalmente  por  exce- 
so de  centralismo,  y  sin  que  este  exceso  fuese  des- 
graciadamente una  fuerza  de  absorción  que  mante- 


456  LA   OPOSICIÓN 

niendo  enfermiza  y  sin  substancia  propia  la  vida 
interiía  y  relativa  de  cada  parte,  provocase  también 
movimientos  reaccionarios  en  cada  una  de  ellas,  co- 
mo un  efecto  natural  de  las  leyes  del  equilibrio  que 
espontáneamente  buscan  todos  los  elementos  polí- 
ticos y  naturales  cuando  trabajan  por  combinarse. 
Pero  este  mismo  vicio  prevalecía  á  su  vez  en  el  ré- 
gimen interno  de  cada  provincia.  Allí,  del  mismo 
modo  que  en  la  esfera  nacional,  la  acción  guberna- 
tiva se  concentraba  en  círculos  más  íntimos  aun, 
encabezados  por  pillastres  de  aldeas  ó  por  vagos 
de  los  montes,  en  quienes,  por  efecto  del  mismo 
desorden,  caía  el  poder  de  hacer  de  los  pueblos  lo 
que  querían,  apoyados  sin  embargo  en  definitiva 
por  el  sentimiento  instintivo  del  patriotismo  local, 
que  todavía  los  absuelve  en  sus  recuerdos  con  una 
pasión  retrospectiva  y  simpática  por  su  barbarie. 
Era  evidente  que  en  semejantes  circunstancias, 
todos  los  sistemas  de  organización  política,  una 
vpz  ensayados  resultaban  contradictorios  y  violen- 
tos. La  unidad  era  imposible  bajo  otro  concepto 
que  el  del  poder  militar  y  el  de  la  opresión  concen- 
trada en  un  sistema  puramente  personal.  La  fede- 
ración era  también  imposible  sin  que  se  adoptase 
como  sistema  deliberado  el  abandono  del  país  y  del 
poder  á  la  anarquía  general  y  multiforme  cuyos 
gérmenes  brotaban  en  todas  partes.  Aceptar  ese  re- 
sultado era  entregar  las  riendas  de  una  sociedad 
ansiosa  de  ser  libre  y  de  vivir,  á  los  bandoleros  y 
facinerosos  como  Artigas,  á  quienes  el  mismo  des- 
orden V  la  anarquía  levantaban  á  las  esferas  del  po- 
der con  todas  las  amenazas  de  la  barbarie.  La  uni- 
dad por  medio  de  la  presión  militar  provocaba  en 


Y    LA    PRENSA    DE    LA    CAPITAL  457 

la  capital  sacudimientos  de  insurrección,  que  por 
un  instante  buscaban  lazos  de  afinidad  con  los  caii- 
diliejos  provinciales  para  atacar  al  poder.  Pero,  una 
vez  caído  éste,  y  destruida  la  opresión  ficticia  de 
la  unidad  armada,  el  atroz  y  bárbaro  despotismo 
del  desorden  y  de  las  tiranías  locales,  hacía  recordar 
á  los  pueblos  que  habían  sido  más  felices  cuando 
reconocían  á  Buenos  Aires  por  cabeza,  como  decía 
la  Gaceta  con  toda  verdad ;  y  entonces  los  partidos 
locales  buscaban  á  su  vez  afinidades  en  los  partidos 
de  la  capital  é  invocaban  las  reacciones  del  capita- 
lismo, para  luchar  contra  los  tiranuelos  plebeyos 
y  bárbaros  de  sus  provincias.  A  donde  no  alcan- 
zaban las  fuerzas  de  la  capital,  extenuada  por  estas 
reacciones  incesantes  en  el  interior  y  por  los  esfuer- 
zos que  le  imponía  la  guerra  de  la  Independencia, 
el  territorio  se  fracturaba  v  comenzaba  á  girar  en 
el  obscurantismo  del  caos.  Desprendida  cada  parte 
de  sU'  centro  natural,  y  con  un  movimiento  convul- 
sivo que  sin  ser  la  vida  propia  é  independiente  de 
las  naciones,  asumía  todos  los  vicios  de  una*  nacio- 
nalidad raquítica  y  brutalmente  despotizada,  osci- 
laba, complicando  y  enfermando  el  sistema  gene- 
ral. A  cada  crisis  sé  evidenciaba  mejor  esta  triste 
•alternativa  de  las  reacciones  del  centralismo  al  se- 
paratismo y  viceversa. 

El  temor  de  volver  á  caer  en  manos  de  España, 
y  la  necesidad  suprema  de  luchar  contra  ella  en  los 
campos  de  batalla,  influía  sobre  todo  el  país  (con 
excepción  de  Artigas)  y  era  el  i'mico  elemento  de 
cohesión  que  conservaba  las  fuerzas  vitales  de  la 
República.  Bajo  ese  influjo  era  que  en  los  momen- 
tos de  angustia,  el  espíritu  público  se  concentraba, 


458  LA    OPOSICIÓN 

organizaba  á  la  ligera  el  gobierno  general,  que  por 
efímero  y  mal  construido  que  fuera,  daba  siempre 
buenos  resultados,  porque  era  producto  de  un  mo- 
vimiento sano  y  bien  intencionado  de  todas  las  con- 
ciencias, de  todos  los  intereses  y  de  todos  los  do- 
lores. La  gran  fortuna  del  país  en  medio  de  tantas 
desgracias  era  que  la  clase  militar,  obedeciendo  al 
instante  á  este  freno  del  peligro  supremo  de  la  in- 
dependencia, entraba  sumisa  á  cumplir  sus  debe- 
res en  el  campo  de  batalla,  y  se  abstenía  de  com- 
plicar con  su  intervención  el  mal  estado  de  las  co- 
sas, evitando  así  que  el  desorden  se  hiciese  defini- 
tivo. Esta  fisonomía  peculiar  de  nuestra  historia 
militar  no  ha  sido  aun  bien  apreciada.  Entre  tan- 
to, á  ella  se  debió  entonces  que  la  anarquía  no 
tomase  los  rasgos  inmorales  y  degradados  de  los 
motines  y  revoluciones  de  cuartel,  que  fueron  siem- 
pre el  síntoma  más  característico  de  la  decadencia 
moral  de  los  pueblos.  Nuestros  campamentos  y 
nuestros  ejércitos  no  fueron  tampoco  en  aquel  tiem- 
po guardias  pretorianas  que  levantaran  ó  decapi- 
taran Césares,  sino  soldados  de  la  independencia 
nacional :  entidades  populares  animadas  de  los  ver- 
daderos instintos  que  inspiran  á  los  pueblos  libres. 
Una  ú  otra  vez  que  en  Buenos  Aires  ó  en  las  pro- 
vincias, tropas  veteranas  insurreccionadas  quisie- 
ron usurpar  el  papel  y  la  importancia  de  entidades 
políticas  y  gubernativas,  su  poder  fué  siempre  efí- 
mero y  tuvo  que  plegar  sus  banderas  muy  pronto 
delante  de  la  virilidad  civil  del  pueblo:  hasta  1828 
en  que  un  grande  escándalo  y  un  enorme  crimen, 
fatalmente  divinizados  después  con  la  apoteosis  de 
partidos  y   de  hombres   ofuscados,    trastornó   esta 


V    LA    PRENSA    DE    LA    CAPITAL  459 

sana  tradición  de  los  primeros  tiempos,  para  traer- 
nos la  tiranía  primero,  y  después  el  personalismo 
apoyado  en  la  complicidad  dé  las  armas,  cuyos  ex-^ 
cesos  y  desvergüenzas  nos  llevarán  de  cierto,  más 
ó  menos  tarde,  hacia  el  remedio  radical  con  que  sa- 
nan los  pueblos  libres :  el  régimen  ministerial  par- 
lamentario. 

Los  espíritus  ilustrados  nu  ignoraban  entonces, 
como  se  cree  ahora,  las  condiciones  orgánicas  de 
un  buen  gobierno.  Pero,  para  construir  un  régimen 
verdaderamente  unitario,  faltaba  una  capital  sin 
INDIVIDUALIDAD  PROPIA :  y  para  un  régimen  verda- 
deramente federal,  faltaban  provincias  uniform'es 
con  bases  municipales  bastantemente  diseminadas 
y  arraigadas  en  cada  distrito  subalterno,  que  due- 
ñas de  sus  localismos  respectivos,  tuviesen  una  vida 
de  conjunto  orgánica  y  coherente  con  la  política 
general.  Teóricamente  todos  lo  sabían  y  todos  lo 
deseaban.  Pero  nadie  sabía  cómo  transformar  y 
adaptar  á  esas  condiciones  la  materia  informe  que 
les  ofrecía  el  movimiento  revolucionario  (2). 

Al  instalarse  el  Congreso  de  Tucumán,  todos 
sus  miembros,  inclusos  los  que  representaban  á 
Buenos  Aires,  llevaban  una  enorme  dosis  de  des- 
confianzas y  de  antagonismos   provinciales.    Roto 

(2)  Por  los  Principios  Constitutivos  del  Provincialis- 
mo insertados  en  la  Gaceta  de  Buenos  Aires  del  27  de  abril 
de  1816,  se  verá  que  hoy  mismo  sería  difícil  que  leyéramos 
una  teoría  más  sensata,  más  congruente  ni  más  sólida  sobre 
lo  que  debieran  ser  nuestros  pueblos,  desde  el  municipio 
de  barrio  hasta  la  organización  de  las  altas  esferas  del  po- 
der provincial  y  del   poder  federal. 


.460  LA  OPOSICIÓN 

por  la  caída  de  Alvear  el  centralismo  político  que 
había  prevalecido  desde  18 12  en  la  Comuna  capi- 
tal, las  provincias  querían  concentrar  el  poder  na- 
cional y  la  acción  política  fuera  del  alcance  de  la 
Comuna  absorbente  de  Buenos  Aires,  es  decir,  eran 
eminentemente  unitarias  en  su  sentido;  y  como  sus 
diputados  eran  órganos  fieles,  en  este  conato,  de  un 
unitarismo  dislocado,  por  decirlo  así,  estaban  muy 
lejos  de  ser  federales  en  el  sentido  de  querer  des- 
agregar el  poder  general,  pues  aspiraban  más  bien 
á  que  la  antigua  capital  se  redujese  á  ser  una  parte 
igual  del  todo,  no  predominante  como  lo  había  sido 
hasta  entonces,  sino  igualmente  sometida  al  go- 
bierno general  cuyas  redes  y  atribuciones  querían 
concentrar  en  un  punto  que  les  fuera  propio  y  aje- 
no por  lo  mismo  á  los  influjos  anteriores.  Pero 
Buenos  Aires,  que  con  esto  se  sentía  destituida  de 
la  categoría  que  le  daba  su  posición  geográfica,  mi- 
raba con  profunda  antipatía  semejantes  intencio- 
nes :  se  creía  amenazada  de  ser  sometida  y  explo- 
tada por  poderes  antipáticos,  foráneos ;  y  su  ins- 
tinto comunal  por  un  gobierno  bien  repartido  se 
sublevaba  con  justicia  contra  una  forma  que  no  era 
la  compartición,  sino  la  exclusión  de  su  persona- 
lidad. 

Eran  pues  precisamente  sus  diputados,  los  que 
por  lo  mismo  que  habían  sido  capitalistas  antes, 
entrababan  ahora  al  Congreso  con  espíritu  provin- 
cial y  decididos  á  tomar  sus  garantías.  Casi  todos 
ellos  habían  sido  y  eran  unitarios  en  Buenos  Aires 
y  para  Buenos  Aires;  pero  la  necesidad  de  defen- 
der su  provincia  los  hacía  ahora  autonomistas :  del 


Y    LA    PRENSA    DE    LA    CAPITAL  46l- 

mismo  modo  que  las  provincias  se  hacían  unita- 
rias y  nacionalistas  siempre  que  se  trataba  de  do- 
minar á  Buenos  Aires,  y  federales  ó  separatistas 
cuando  se  trataba  de  rechazar  su  influjo.  Así  es  que 
la  cuestión  no  era  de  sistema,  sino  de  capitalismo 
comunal  á  la  manera  con  que  Atenas  ó  Roma  ha- 
bían dominado  á  Grecia  ó  á  Italia  unas  veces,  y 
otras  habían  sido  dominadas. 

Esta  situación  en  que  todo  se  presentaba  flo- 
tante y  anarquizado  producía  los  dos  efectos  más 
funestos  de  los  tiempos  revolucionarios:  ofuscaba 
la  conciencia  de  los  hombres  de  bien,  y  enloquecía 
las  pasiones  de  los  partidos.  Nace  casi  siempre  en 
estos  casos  un  partido  que  viéndolo  todo  obscuro 
por  delante,  reacciona  en  favor  de  lo  pasado ;  y  fué 
así  quc'se  acreditó  poco  á  poco  la  opinión  de  que 
la  Revolución  de  1810  debió  haberse  limitado  á  la 
defensa  de  la  indepyendencia,  sin  entrar  á  derruir 
las  bases  monárquicas  en  que  el  régimen  colonial 
había  reposado.  Querer,  pues,  substituirlas  por  un 
organismo  democrático,  era  hacer  de  ese  gran  he- 
cho el  principio  y  fin  de  un  caos  social  abominable, 
y  presentarlo  como  una  criminal  empresa  á  los  ojos 
de  las  grandes  potencias  que  llevaban  la  voz  del 
orden  y  de  la  libertad,  precisamente  cuando  los  es- 
cándalos de  la  República  Francesa  y  las  usurpa- 
ciones de  Bonaparte  habían  patentizado  la  ignomi- 
nia, y  pronunciado  la  condenación  de  semejantes 
delirios. 

Mas  por  otro  lado,  el  movimiento  anárquico 
que  como  un  torbellino  se  llevaba  rodando  á  los 
partidos,  era  tal  en  el  sentido  contrario,  que  se  ne- 


462  LA    OPOSICIÓN 

cesitaba  del  valor  ¡nocente  y  de  la  ciega  sinceridad 
del  general  Belgrano,  para  atreverse  á  contrariarlo 
y  tomar  la  voz  en  favor  de  la  restauración  del  or- 
ganismo monárquico.  Sin  él,  nadie  se  habría  atre- 
vido á  tomar  esa  iniciativa:  los  unos,  porque  te- 
Jiían  bastante  criterio  de  lo  que  era  el  país  y  el  tiem- 
po en  que  vivían,  para  que  no  comprendieran  qlie 
esta  era  una  aventura  tan  imposible  como  ridicula. 
-Los  otros,  porque  aislados  y  sin  títulos  para  afron- 
tar el  sentimiento  republicano  y  democrático  de  to- 
dos los  partidos  que  estaban  en  acción,  no  tenían 
la  alta  personalidad  ni  la  suficiente  firmeza  para 
cargar  con  las  responsabilidades  y  las  burlas  con 
que  habrían  sido  recibidos.  El  general  Belgrano 
era  el  único  que  podía  atreverse  á  ello  por  muchas 
razones ;  y  entre  ellas  porque  su  candor  y  la  inocen- 
cia misma  de  sus  actos  despojaban  su  predicación 
de  todo  el  carácter  dañino  ó  peligroso  que  aquel 
antojo  podía  haber  tenido  en  otro  país  y  fomentado 
por  otros  hombres.  Así  es  que  el  movimiento  em- 
prendido por  é\,  con  una  fe  algo  cómica,  no  pudo 
convertirse  en  partido  ni  en  tendencia  verdadera- 
mente política. 

Sin  embargo  tuvo  adhesiones  numerosas,  y  pro- 
dujo la  suficiente  sensación  para  alborotar  la  pren- 
sa de  oposición  y  servir  de  pretexto  á  las  maqui- 
naciones subversivas  contra  el  Congreso  y  contra 
el  Supremo  Director,  á  quienes  se  acusaba  de  con- 
niventes y  de  estar  continuando  las  negociacioneá 
del  año  1814  con  las  cortes  europeas  y  con  la  de 
Río  Janeiro  sobre  todo. 

Verdad  es  que  en  la  necesidad  de  contempori- 


^     LA    PRENSA    DK    LA    CAPITAL  463 

zar  con  el  general  Belgrano,  cuya  presencia  y  man- 
do era  de  toda  necesidad  en  el  ejército  del  norte, 
no  sólo  por  su  respetable  figura  sino  por  el  afecto 
y  la  armonía  que  mantenían  con  él  los  pueblos  y 
las  autoridades  de  Tucumán  y  de  Salta,  el  señor 
Pueyrredón  no  pudo  hacerle  desistir  de  su  entu- 
siasmo monárquico  á  pesar  de  todas  las  instancias 
confidenciales  y  privadas  con  que  le  pidió  que  pos- 
tergara su  empeño  para  tiempos  más  adecuados  á 
esa  discusión.  Y  mucho  menos  pudo  hacerse  oir 
después  que  el  general  Belgrano  hubo  conseguido 
fanatizar  á  muchos  de  los  diputados  del  Alto  Perú, 
en  donde  la  vida  colonial  no  se  había  desenvuelto 
dentro  del  mercantilismo  democrático  en  que  se 
había  formado  la  'sociedad  de  las  provincias  argen*- 
tinas.  Allá  se  conservaba  con  más  amor  y  respeto 
el  prestigioso  recuerdo  de  las  altas  jerarquías  cons- 
tituidas en  el  poder  oficial,  en  la  riqueza  y  en  la 
casta  dominante,  que  son  el  ambiente  en  que  res- 
piran las  monarquías. 

El  general  San  Martín,  saliendo  de  la  estricta 
reserva  con  que  se  abstenía  siempre  de  ingerirse  en 
las  cuestiones  de  política  interna,  había  insinuado 
muchas  veces  en  su  correspondencia  con  los  dipu- 
tados, que  era  completamente  extemporáneo  y  aún 
peligroso  discutir  semejante  cuestión,  y  mucho  más 
iniciar  leyes  sobre  ella,  cuando  no  se  tenía  á  la 
mano  medio  alguno  de  darle  una  existencia  efec- 
tiva en  los  hechos.  En  su  opinión  la  guerra  de  la 
Independencia  tenía  que  llevarse  adelante  con  el 
régimen  republicano,  desde  que  no  había  la  menor 
posibilidad  de  darle  al  gobierno  otra  forma  que  esa 
por  el  momento. 


464  '  LA   OPOSICIÓN 

Pero  mientras  estas  disidencias  se  mantenían  en 
la  discreta  reserva  de  la  corres- 
1816  pondencia    particular,    el    general 

Julio  12  Belgrano  toma  de  improviso  una 

ruidosa  iniciativa;  y  moviendo  á 
sus  amigos  hace  que  el  diputado  Acevedo,  repre- 
sentante de  Catamarca,  lance  la  moción  de  que  es- 
tando declarada  la  Independencia  era  de  regla  que 
se  decfarase  también  por  una  ley;  que  las  Provin- 
cias Unidas  del  Sur  adoptaban  la  monarquía  cons- 
titucional por  régimen  constitutivo  y  permanente 
de  su  gobierno,  radicando  la  dinastía  reinante  en 
la  casa  del  inca  Tupac-Amarú,  sacrificado  por  los 
españoles  treinta  y  cuatro  años  antes,  con  asiento 
de  la  corte  en  la  ciudad  del  Cuzco. 

Este  teatral  delirio  patrocinado  por  Belgrano  y 
por  muchos  otros  de  los  hombres  más  señalados 
en  el  concepto  público,  hizo  una  impresión  deplo- 
rable en  las  ideas  y  en  los  principios  de  toda  la  ju- 
ventud ilustrada,  y  por  decirlo  así,  moderna  de  Bue- 
nos Aires.  Para  esta  clase,  que  de  suyo  era  audaz 
y  altanera,  el  odio  contra  Fernando  VII  se  aunaba 
intrínsecamente  con  la  aversión  á  los  demás  monar- 
cas y  á  la  forma  misma,  que  tenía  por  base  la  hu- 
millante ficción  de  una  familia  condecorada  por 
simple  nacimiento  con  el  poder  soberano. 

Esto  era,  no  tomando  las  cosas  sino  por  el  lado 
teórico  :  que  en  cuanto  á  lo  práctico,  el  propósito 
de  construir  una  monarquía  con  puras  palabras,  y 
de  darle  nobleza  ó  dignatarios  hechizos,  mezcla  de 
cholos  que  ni  vestirse  á  la  europea  sabían,  y  de 
criollos  capaces  de  alborotar  no  sólo  el  Cuzco,  sino 
la  América  del  Sur  toda  entera,  era  algo  monstruo- 


Y    LA    PRENSA    DK    LA    CAPITAL  465 

SO  y  cómico  á  la  vez,  que  excitaba  el  sarcasmo  y  el 
estupor  al  mismo  tiempo  de  los  partidos  populares, 
y  aun  de  la  juventud  liberal  pero  moderada  que 
deseaba  una  organización  sensata,  adecuada  á  la 
naturaleza  social  y  á  las  nuevas  tendencias  políti- 
cas en  que  el  país  estaba  irremisiblemente  lanzado. 
Y  sin  embargo  no  faltaban  causas  y  anteceden- 
tes que  hasta  cierto  punto  podían  cohonestar  el  ex- 
travío de  los  que  fanatizados  con  la  fantasmagoría 
de  la  monarquía  incásica  no  veían  sus  enormes  in- 
convenientes ni  su  chocante  incongruencia.  Tiem- 
po hacía  que  queriéndose  ennoblecer  con  grandio- 
sas y  poéticas  tradiciones,  á  imitación  de  las  nacicj- 
nes  europeas,  el  patriotismo  peculiar  de  los  hijos 
de  los  conquistadores  europeos  volvía  la  espalda  á 
las  tradiciones  heroicas  de  su  raza,  por  agravios  de 
localismo,  y  se  mostraba  enamorado,  entusiasta  de 
las  opulentas  leyendas  y  recuerdos  que  había  de- 
jado en  la  tierra  americana  el  majestuoso  y  opu- 
lento imperio  de  los  incas.  Todos  los  rencores  que 
la  raza  indígena  hubiera  podido  evocar  contra  la 
conquista  del  siglo  xvi  (si  hubiera  reaccionado  y 
recuperado  su  suelo)  se  habían  trasladado  curiosí- 
simamente  al  corazón  y  al  patriotismo  de  los  hijos 
de  aquellos  conquistadores,  que  habían  hecho  su- 
yos, de  corazón,  los  agravios  que  en  boca  de  los 
indígenas  primitivos  habrían  sido  justos,  pero  que 
en  boca  de  los  herederos  de  la  conquista  eran  sim- 
plemente absurdos,  si  no  es  que  se  les  justifique 
con  un  sentimiento  de  caridad  y  de  simpatía  fun- 
dado en  la  comunidad  del  suelo  en  que  habían  na- 
cido. De  cualquier  modo  que  fuere,  se  había  for- 
niado  en  el  espíritu  de  la  generación  de  1810  un  li- 

HIST.    DE   LA   REP.    ARGENTINA.    TOMO   V.— 30 


466  LA    OPOSICIÓN 

rismo  de  pura  convención  entre  la  causa  actual  de 
la  Independencia  y  la  causa  antigua.de  la  Conquis- 
ta. Se  le  daba  á  la  primera  el  carácter  de  una  rei- 
vindicación del  suelo  de  la  patria: 

De  los  nuevos  campeones  los  rostros 
Marte  mismo  parece  animar ; 
La  grandeza  se  anida  en  sus  pechos 
"         Y  á  su  marcha  todo  hacen  temblar. 
Se  conmueven  del  inca  las  tumbas, 
Y  en   sus  huesos  revive  el   ardor 
Cuando  ve  renovado  en  sus  hijos 
De  la  patria  el  antiguo  esplendor. 

Pero  lo  muy  digno  de  notarse  es  que  estos  crio- 
llos incanisautes  no  hacían  compañerismo  político 
ni  fraternal  con  los  indígenas  procedentes  de  la 
otra  raza.  Lo  que  cantaban  no  tenía  nada  que  ver 
con  lo  que  hacían,  ni  con  el  modo  en  que  vivían. 
No  estaban  fundidos  en  el  mismo  compuesto  so- 
cial ;  V  no  había  familia  alguna  decente  en  las  pro- 
vincias argentinas  (de  Jujuy  hacia  abajo)  que  fue- 
ra capaz  de  consentir  el  enlace  de  sus  hijas  con  un 
quichua  ó  con  un  ayviará,  ni  joven  alguno  de  cier- 
to viso  ó  posición  social,  de  cara  blanca  en  una  pa- 
labra, que  osara  tomar  y  presentar  como  legítima 
esposa  una  chola  mestiza  ó  indígena. 

Otra  circunstancia  mejor  determinada  concurría 
á  dar  apariencias  de  razón  á  este  efímero  extravío 
que  sufrían  los  promotores  de  la  monarquía  incá- 
sica. La  mayor  parte,  si  no  todos  los  hombres  pú- 
blicos del  Río  de  la  Plata,  es  decir,  del  virreinato, 
habían  cursado  y  tomado  sus  grados  en  aquellas 
solemnes  universidades  y  colegios  del   Perú.   Allí 


Y    LA    PRENSA    DE    LA   CAPITAL  467 

estaban  y  enseñaban  los  que  habían  sido  sus  maes- 
tros;  allí,  los  grandes  dignatarios  de  las  famosas 
escuelas  donde  á  manera  de  la  Salamanca,  de  la 
Sorbona,  de  los  templos  egipcios,  se  discutían  todos 
los  ramos  de  la  ciencia;  allí,  donde  famosos  y  terri- 
bles razonadores  manejaban  con  admirable  destre- 
za las  sutilezas  del  método  aristotélico,  y  penetra- 
ban con  lengua  ciceroniana  en  la  naturaleza  del 
hombre,  de  la  sociedad,  de  Dios  y  de  muchas  otras 
cosas  que  ni  ellos  ni  nadie  entendió  jamás;  allí,  los 
jurisconsultos  que  hacían  doctrina,  como  Solórza- 
no,  Evia,  Villarruel,  Cañete. 

Es  cierto  que  al  bajar  de  aquellas  alturas,  tan 
escabrosas  en  lo  físico  como  en  lo  moral,  los  aires 
libres  de  la  pampa  y  del  Río  de  la  Plata  refresca- 
ban la  frente  de  muchos  de  los  discípulos,  y  que 
no  pocos  arrojaban  el  manteo  que  habían  agitado 
con  garbo  en  las  ruidosas  mer colinas  y  sabatinas 
del  claustro.  Pero  no  era  menos  cierto  también,  que 
muchos  otros,  á  pesar  de  su  patriotismo  y  de  su 
decisión  por  la  independencia,  se  habían  conser- 
vado vinculados  con  amor  y  con  respeto  á  esas  tra- 
diciones y  á  ese  magisterio  de  la  vida  colonial,  que 
por  sí  mismo  era  algo  así  como  una  esfera  social, 
elevada  y  aristocrática  con  respecto  al  común,  que 
si  bien  no  tenía  los  accidentes  de  una  nobleza  de 
raza,  componía  al  menos  un  cuerpo  homogéneo  de 
personajes  eclesiásticos  y  civiles,  condecorados  con 
los  altos  grados  de  su  clase,  y  considerados  como 
eminencias  inconcusas  del  estado  social.  Era  entre 
éstos  donde  la  idea  de  constituirse  en  monarquía 
libre  tenía  sus  más  fervorosos  adeptos;  y  como  no 
era  posible  que  el  trono  que  querían  erigir  fuese 


468  LA    OPOSICIÓN 

aceptado  por  ninguna  de  las  dinastías  extranjeras, 
el  patriotismo  local  y  el  lirismo  americano  se  habían 
dado  la  mano  para  sugerirles  el  propósito  de  unir 
los  dos  extremos  de  ese  patriotismo  como  una  rei- 
vindicación y  como  una  evolución  que  debía  poner 
á  la  América  del  Sur  en  analogía  y  concordancia 
de  naturaleza  política,  con  el  organismo  de  las 
grandes  potencias  de  Europa  en  1816. 

Para  estos  razonadores  (y  Belgrano  lo  era  por 
excelencia)  no  sólo  era  posible  la  consolidación  de 
la  monarquía  incásica  en  los  hechos,  sino  que  era 
el  medio  más  eficaz  y  poderoso  de  triunfar  sobre 
España,  por  lo  mismo  que  ella  había  hecho  pie 
fuerte  en  el  Perij.  Hacía  treinta  y  cuatro  años,  y  no 
más,  que  las  razas  conquistadas  de  los  quichuas  y 
de  los  aymarás  se  habían  levantado  en  masa  con- 
tra España  á  la  voz  de  don  José  Gabriel  Tupac- 
Amarú,  vastago  genuino  de  la  estirpe  de  Huayna 
Capac.  Más  de  medio  millón  de  hombres  amarillos 
— de  la  raza  de  Japhet — se  habían  conmovido  con- 
tra la  dominación  tiránica  de  los  hombres  de  cara 
blanca  y  lo  habían  aclamado  su  legítimo  soberano. 
Habían  sido  sometidos  y  escarmentados  con  una 
ferocidad  aterrante.  Pero  España  había  obtenido 
esa  victoria  porque  los  criollos  no  habían  concu- 
rrido al  levantamiento:  antes  bien,  aconsejados 
cuerdamente  por  su  cara  blanca,  habían  temido  la 
reacción  brutal  de  los  de  cara  amarilla,  que  más 
que  dos  caras  eran  dos  banderas,  y  habían  luchado 
al  lado  de  los  suyos,  que  era  el  lado  de  los  conquis- 
tados. Ahora  se  habían  trocado  las  cosas;  los  aris- 
tocráticos personajes  de  rostro  blanco  y  de  fisono- 
mía caucásica  tenían   interés  en   que  los  amarillos 


Y    LA    PRENSA    DE    LA    CAPITAL  46/) 

trajesen  en  favor  suyo  la  cooperación  de  su  masa ; 
y  decimos  de  su  masa,  porque  fuera  del  número  y 
de  la  multitud  inorgánica,  los  quichuas  y  aymarás 
estaban  tan  degradados,  que  carecían  de  todos  los 
-elementos  substanciales  que  tienen  que  entrar  en 
un  cuerpo  social  orgánico.  El  arbitrio  era  pueril  y 
antojadizo.  La  masa  de  los  indígenas  no  podía  ser 
removida  ni  utilizada  sino  después  que  los  inde- 
pendientes imperasen  y  pudiesen  modelarla  á  sus 
leyes  y  á  su  servicio;  y  entonces  el  tal  trono  incá- 
sico era  de  todo  punto  absurdo  é  inexplicable,  tan 
burlesco  como  imposible.  Pero,  el  ofuscamiento  de 
los  partidos,  al  favor  del  entusiasmo  lírico  de  los 
unos,  del  enojo  de  los  otros,  y  del  interés  que  la 
oposición  tenía  en  levantar  cargos  y  acusaciones 
criminales  contra  el  Congreso  y  contra  el  Director, 
fué  causa  de  que  se  produjese  un  alboroto  asaz  pe- 
ligroso y  digno  de  ser  conocido. 

Como  la  moción  del  diputado  Acevedo  fué  apo- 
yada por  un  número  considerable 
1816  de  diputados,  se  señaló  el  día  15 

Julio  15  para  que  entrara  en  discusión.  En 

á  ese  día   tomó   la   palabra  el   reli- 

5  de  Agosto  gioso  Santa  María  de  Oro  y  sos- 
tuvo que  el  Congreso  saldría  de 
sus  facultades  si  tomaba  una  resolución  cualquiera 
en  este  asunto  sin  consultar  antes  á  los  pueblos  para 
conocer  su  voluntad;  y  agregó  que  si  se  resolvía 
sancionar  una  ley  sin  dar  este  paso  previo,  pedía 
que  se  le  permitiera  retirarse  y  abandonar  su  asien- 
to. El  diputado  Serrano,  con  una  volubilidad  de 
ideas  que  estaba  en  el  carácter  inconsistente  de  sus 
talentos  y  de  su  dialéctica,  dijo  que  si  días  antes 


4/0  LA   OPOSICIÓN 

había  sido  federal,  estaba  ahora  convencido  de  que 
ese  sistema  era  inadecuado  al  espíritu  del  país,  per- 
judicial é  incompatible  también  con  el  orden  públi- 
co y  su  buen  gobierno.  Había  meditado  mucho,  y 
se  había  convencido  al  fin  de  que  en  la  crisis  actual 
lo  único  racional  y  benéfico  era  adoptar  la  monar- 
quía temperada.  Pero  que  debía  constituirse  una 
monarquía  formal  y  respetable  que  no  se  hiciese 
el  ludibrio  de  los  pueblos :  cosa  que  en  sus  convic- 
ciones era  inasequible  por  medio  de  un  arbitrio  tan 
raro  é  inesperado  como  ese  de  la  dinastía  de  los  in- 
cas, que  al  presente  carecía  de  hombres,  de  presti- 
gios y  de  influjos  c|ue  pudieran  hacerla  aceptable. 
Contestóle  en  defensa  de  la  moción,  y  con  una 
afluencia  asombrosa  de  erudición  y  de  ardiente  ver- 
bosidad el  presbítero  Castro  Barros.  Segi'ih  él,  los 
libros  sagrados  daban  claro  testimonio  de  que  la 
monarquía  constitucional  (poco  le  faltó  también 
para  decir  (iparlameutaria)))  era  el  modelo  de  go- 
bierno que  el  Señor  había  dado  al  pueblo  de  Israel 
y  el  que  Jesucristo  había  dado  á  la  Igle'sia,  como 
el  más  favorable  á  la  conservación  y  extensión  de 
la  religión  católica.  Pero  que  si  lo  esencial  era  fun- 
dar una  monarquía,  la  justicia  divina  y  la  justicia 
humana  requerían  que  ese  trono  se  devolviese  á  los 
sucesores  de  los  incas,  que  habían  sido  despoja- 
dos de  él  por  la  usurpación  de  los  reyes  de  Es- 
paña (3). 

(3)  Lo  singular  es  que  el  rey  Carlos  III  había  muerto 
apenado  por  iguales  escrtípulos  pocos  años  antes,  según 
se  sabe  por  uñ  codicilo  que  tiene  muchísimas  circunstan- 
cias favorables  á  su  verdad,  y  que  como  pieza  moral  está 
en  armonía  con  el  carácter  de  este  gran  rey. 


V    LA    PRENSA    DE    LA    CAPITAL  47 1 

Este  discurso  hizo  mucha  impresión  por  el  calor 
y  por  la  animada  convicción  con  que  fué  improvi- 
sado. Los  partidarios  de  la  idea  veían  ya  como  rea- 
lizado el  próximo  alzamiento  de  quinientos  mil 
quichuas.  Celebraban  la  entrada  triunfal  de  la  vieja 
monarc|uía  restaurada  en  el  Cuzco  y  el  avasalla- 
miento de  Buenos  Aires  ante  esa  resurrección  de 
los  antiguos  y  opulentos  prestigios  de  las  históricas 
leyendas  conservadas  por  Cieza  de  León,  por  Gar- 
cilaso,  y...  por  el  Himno  Argentino. 

La  locura  parecía,  pues,  en  camino  de  contami- 
nar los  ánimos. 

Bastante  alarmados  algunos  de  los  diputados 
de  Buenos  iVires,  y  entre  ellos  el  doctor  Anchorena, 
tomaron  á  pecho  el  asunto  con  ánimo  de  resistirlo 
á  todo  trance.  La  discusión  comenzaba  á  tomar  un 
carácter  agrio  y  violento.  Los  diputados  de  Buenos 
Aires  y  de  otras  provincias  protestaban  que  si  la 
mayoría  se  empeñara  en  llevar  adelante  su  camino, 
seguirían  la  opinión  del  padre  Santa  María  de  Oro 
y  abandonarían  el  Congreso.  Sobre  esto  se  abulta- 
ban los  rumores  alarmantes  que  de  Tucumán  sa- 
lían, y  se  abultaban  más  al  rodar  por  las  otras  pro- 
vincias. Pueyrredón  y  San  Martín,  que  miraban 
como  desatinada  la  propaganda  de  Belgrano  y  que 
reprobaban  el  empeño  que  hacía  por  lanzar  al  Con- 
greso en  esa  vía,  trataron  de  que  los  diputados  ad- 
virtiesen de  que  por  ahí  marchaban  al  descrédito 
y  á  la  ruina.  Y  en  efecto,  si  se  sancionaba  la  erec- 
ción del  orden  monárquico,  una  minoría  respetable 
se  retiraba  á  sus  provincias,  y  bastaba  que  lo  hi- 
ciera la  diputación  de  Buenos  Aires  para  que  el 
Congreso  de  Tucumán  se  disolviese  ó.  quedase  en 


47^  LA   OPOSICIÓN 

la  baja  categoría  del  que  Artigas  había  pretendido 
reunir  en  Paysandú.  Era,  pues,  indispensable  con- 
temporizar con  esa  oposición  y  salir,  sin  desaire  de 
nadie,  de  aquel  atolladero  en  que  el  Congreso  acabó 
por  hallarse  completamente  embarazado.  Coincidie- 
ron entonces  los  alborotos  de  Catamarca,  de  San- 
tiago del  Estero,  de  Córdoba,  de  Santafé  y  de  Bue- 
nos Aires  que  hemos  referido;  y  como  le  fuese  in- 
dispensable trasladarse  á  Buenos  Aires,  el  señor 
Pueyrredón  obtuvo  que  el  Congreso  aplazara  este 
debate  para  otro  momento  en  que  fuese  más  fácil 
conocer  el  espíritu  y  la  voluntad  de  la  nación.  Con- 
seguido esto  partió  para  la  capital. 

Sin  embargo,  ni  aun  por  esto  cedió  el  general 
Belgrano  de  su  capricho,  sino  que  montado  en  aque- 
lla fe  ciega  que  es  peculiar  de  los  ilusos  y  visiona- 
rios, intoxicado  con  su  idea  fija  á  medida  que  más 
inconvenientes  se  le  oponían,  pero  plácidamente 
convencido  de  que  estaba  encargado  de  realizar  una 
revelación  divina  aunque  incomprensible  para  los 
incrédulos  del  vulgo,  se  aprovechó  de  la  ausencia 
de  Pueyrredón ;  y  apenas  salido  éste  de  Tucumán 
echó  mano  de  un  medio  extremo  que  por  su  mismo 
desacato  era  incapaz  de  prevalecer  contra  la  opinión 
pública  y  contra  los  principios  del  buen  gobierno. 

En  su  carácter  de  capitán  general  y  de  general 
en  jefe  del  ejército,  convocó  las 
i8i6  milicias    de    Tucumán    para    que 

Julio  27  prestasen   juramento   de   sostener 

la  independencia  nacional;  y  dán- 
dose por  misteriosamente  inspirado  les  dirigió  una 
proclama  nacia  menos  que  con  la  inaudita  é  inco- 
rrecta novedad  de  que  el  Congreso  estaba  resuelto 


Y    LA    PRENSA    DE    LA    CAPITAL  473 

á  constituir  el  país  con  el  régimen  monárquico  ra- 
dicado en  la  dinastía  de  los  incas  (4). 

Empeñado  en  dar  mayor  peso  y  autoridad  á  sus 
ideas,  el  general  Belgrano  consi- 
1816  guió  inducir  al  coronel   Güemes, 

Agosto  6        jefe  de  la  vanguardia  y  de  las  mi- 
licias movilizadas  de  Salta  á  que 
diese  igual  paso.   Pero  este  guerrero,   más  diestro 

(4)  Compañeros,  hermanos  y  amigos:  Un  presenti- 
miento misterioso  me  obligó  á  deciros  en  septiembre  de 
1 81 2  que  Tucumán  iba  á  ser  el  sepulcro  de  la  tiranía:  en 
efecto,  el  24  del  mismo  mes  conseguisteis  la  victoria  y 
aquel  honroso  título. 

El  orden  de  los  sucesos  consiguientes  ha  puesto  al  So- 
berano Congreso  de  la  nación  en  vuestra  ciudad,  y  éste, 
convencido  de  la  injusticia  y  violencia  con  que  arrancó  el 
trono  de  sus  padres  el  sanguinario  Fernando,  y  de  la  gue- 
rra cruel  que  nos  ha  declarado  sin  oírnos,  ha  jurado  su 
independencia,  de  España  y  de  toda  dominación  extran- 
jera, como  vosotros  lo  acabáis  de  ejecutar. 

He  sido  testigo  de  las  sesiones  en  que  la  misma  Sobe- 
ranía ha  discutido  acerca  de  la  forma  de  gobierno  con  que 
s«  ha  de  regir  la  nación,  y  he  oído  discurrir  sabiamente  en 
favor  de  la  monarquía  constitucional  reconociendo  la  legi- 
timidad de  la  representación  soberana  en  la  casa  de  los 
incas,  y  situando  el  asiento  del  trono  en  el  Cuzco,  tanto, 
que  me  parece  que  se  realizará  este  pensamiento  tan  racio- 
nal, tan  noble  y  tan  justo  con  que  aseguraremos  la  losa 
del  sepulcro  de  los  tiranos. 

Resta  ahora  que  conservéis  el  orden,  que  mantengáis 
el  respeto  á  las  autoridades,  y  que,  reconociéndoos  parte 
de  una  nación  como  lo  sois,  tratéis  con  vuestro  conocido 
empeño,  anhelo  y  confianza,  de  librarla  de  sus  enemigos, 
y  conservar  el  justo  renombre  que  adquirió  en  Tucumán. 

¡  Compañeros,  hermanos  y  amigos  míos !  en  todas  oca- 
siones me  tendréis  á  vuestro  lado  para  tan  santa  empresa, 
;)<í  romo  yo  estoy  persuadido  qiie  jamás  me   abandonaréis 


474  LA   OPOSICIÓN 

y  más  práctico  que  el  general  en  jefe,  dio  á  su  pro- 
clama un  sentido  mucho  menos  directo  sobre  las 
provincias  argentinas;  y  la  calculó  de  manera  que 
su  influjo,  si  alguno  había  de  tener,  repercutiese 
solamente  entre  las  masas  indígenas  del  Alto  Perú 
que  habían  quedado  sometidas  á  las  fuerzas  victo- 
riosas del  virrey  de  Lima  después  del  desastre  de 
Sipe-Sipe.  ((La  declaración  de  la  independencia  (de- 
cía Güemes)  hace  que  de  nuestras  mismas  des- 
gracias renazca  el  orden,  la  unión  y  la  fraternidad. 
El  primordial  objeto  del  Congreso  es  el  de  crear 
fuerzas  y  recursos  capaces  de  imponer  al  enemigo, 
de  salvar  la  libertad  de  la  patria  y  de  sacudir  para 
siempre  el  yugo  colonial  de  España.  Los  pueblos 
todos  están  armados  en  masa  y  enérgicamente  re- 
sueltos á  contener  los  amagos  de  esa  tiranía  irra- 
cional, admirada  y  odiada  al  mismo,  tiempo  por  las 
naciones  más  cultas...  Si  éstos  son  los  sentimientos 
que  á  nosotros  nos  animan,  ¿  con  cuánta  más  razón 
lo  serán  cuando  restablecida  muy  en  breve  la  di- 
nastía de  los  incas,  veáis  sentado  en  el  trono  y  an- 
tigua corte  del  Cuzco  al  legítimo  sucesor  de  la  co- 
rona? Pelead,  pues,  guerreros  intrépidos,  anima- 
dos de  tan  santo  principio;  desplegad  todo  vuestro 
entusiasmo  y  virtuoso  patriotismo,  que  la  provin- 
cia de  Salta  v  su  jefe  velan  incesantemente  sobre 
vuestra  existencia  y  conservación...  (5).  No  os  ami- 

en  sostener  el  honor  y  la  gloria  de  las  armas,  y  afianzar 
el  honor  y  la  gloria  nacional  que  la  divina  providencia 
nos  ha  concedido.  —  Tucumán  y  julio  27  de  1816. — (Fir- 
mado),  Manuel   Belgrano. 

(5)     Para  comprender  esta  exhortación  es  menester  te- 
ner presente  que  una  gran   parte  de  las  masas  de  Cocha- 


Y    LA   PRENSA    DE    LA   CAPITAL  475 

lañe  la  retirada  del  ejército  auxiliar  á  Tucumán, 
porque  el  único  motivo  ha  sido  la  necesidad  de  re- 
organizarlo. Yo  tengo  fuerzas  bastantes,  y  virtudes 
esta  provincia  para  destrozar,  y  aniquilar  á  cuantos 
enemigos  intenten  hollar  los  sagrados  derechos  de 
América :  sosteneos,  que  no  tardaré  en  volar  como 
el  rayo  con  mis  valientes  legiones  á  aniquilar,  et- 
cétera, etc.» 

Belgrano  había  echado  á  cien  voces  por  todas 
partes  su  propósito  de  que  el  país,  quisiera  ó  no 
quisiera,  entraría  por  el  régimen  monárquico.  ((Me 
escribe  el  señor  Belgrano  (decía  Rivadavia  en  una 
carta)  que  se  le  asegura  que  muy  en  breve  decla- 
rará el  Congreso  que  nuestro  gobierno  es  monár- 
quico moderado  ó  constitucional.  Esta  parece  ser 
la  opinión  general,  y  no  menos  la  de  la  represen- 
tación soberana,  que  es  que  se  dé  el  trono  á  la  di- 
nastía de  los  incas.  Lo  primero,  considerándolo 
bajo  todos  sus  aspectos,  lo  juzgo  lo  más  acertado 
y  necesario  al  mejor  éxito  de  la  gran  causa  de  ese 
país.  Mas  lo  segundo  (lo  confieso  ingenuamente) 
cuanto  más  medito  sobre  ello,  menos  lo  com- 
prendo». 

Por  una  singular  anomalía  de  su  carácter,  el 
general  Belgrano  pasaba  entre  sus  contemporáneos 
por  ser  de  una  nulidad  política  completa  y  notoria. 
Nadie  había  pensado  jamás  en  él  para  confiarle  el 
gobierno;  ningún  partido  lo  había  creído  capaz  de 
representar  sus  ideas  y  sus  intereses.  El  caso  es 
raro  en  verdad,  pero  es  histórico;  y  sus  virtudes, 

bamba,  de  Chayanta,  de  Charcas  y  de  Tarija  se  mantenían 
en  viva  insurrección  contra  las  fuerzas  realistas. 


476  LA   OPOSICIÓN 

-SU  genial  sumisión  á  las  autoridades  era  tan  cono- 
cida, que  á  nadie  se  le  ocurrió,  como  en  cualquiera 
otra  parte  habría  sucedido,  tomar  como  un  alza- 
miento armado  esa  proclamación  monárquica  á  la 
cabeza  de  tropas  republicanas  puestas  en  pie  de 
guerra.  Se  le  miró  apenas  como  un  simple  y  anto- 
jadizo programa  sin  intención  alguna  agresiva  ni 
consecuencia  práctica. 

Sin  embargo,  dado  el  carácter  intransigente  é 
impetuoso  de  la  facción  política  y  militar  que  en  la 
capital  hacía  cruda  y  tempestuosa  oposición  al  Con- 
greso y  al  Supremo  Director,  no  podía  caer  una 
chispa  más  á  tiempo  para  levantar  un  incendio,  que 
esta  aventura  monárquica  lanzada  en  el  interior  al 
mismo  tiempo  que  se  descubría  que  Rivadavia  an- 
daba negociando  ^n  Europa  un  príncipe  cualquiera 
para  el  trono  de  las  provincias  del  Río  de  la  Plata, 
que  García  en  Río  Janeiro  se  había  confabulado  en 
intereses  políticos  con  el  rey  de  Portugal,  y  que  el 
Congreso  de  Tucumán  contaba  con  que  Pueyrre- 
dón  cooperaría  también  á  la  erección  de  una  mo- 
narquía. 

((Cuando  vimos,  decía  la  Crónica  Argentina, 
las  dos  proclamas  insertas  en  el  número  55  del  Cen- 
sor, la  una  del  coronel  don  Martín  Güemes  á  los 
pueblos  del  interior,  y  la  otra  del  general  don  Ma- 
nuel Belgrano  al  ejército,  anunciándoles  el  resta- 
blecimiento del  trono  de  los  incas,  creímos  de  pron- 
to que  se  hacía  uso  de  una  metáfora  política  para 
designar  el  imperio  de  nuestra  nación  ;  pero  muy 
luego  tuvimo